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Una Liebre que enamora
Faltaban menos de 2 minutos para que empezara la función, corríamos por el hall del Teatro Colón, entramos a sala, nos ubicamos y sentí unas ganas increíbles de ir al baño; una persona de logística me dijo que si iba, lo más seguro era que perdiera la función, me devolví estresada y con más ganas aun de ir al baño, pero el telón se abrió y le agradezco a la vida y mis riñones no haber salido de la sala.
Como solemos hacerlo en nuestro grupo de teatro cuando se van a presentar obras que definimos como imperdibles, planeamos la forma más organizada de verla todos juntos, aunque siempre resulte en un caos. Cuando alguno se enteró de la coproducción del Teatro Colón y el Teatro Petra, Labio de Liebre, resolvimos que debíamos verla, nuestro entusiasmo aumentaba con cada entrevista, con cada buena referencia; llegó el día y estábamos un sábado en la noche corriendo por La Candelaria para no perdernos la obra.
Cada quien a su lugar y en la mejor disposición, el Teatro Colón abrió su telón y el teatro empezó hacer magia, como siempre lo hace; sólo que esta vez construía en esas tablas un imaginario que nos tocaba desde nuestras fibras e idiosincrasia. No haré un resumen de lo que es Labio de Liebre, ya muchos la han reseñado, aquí hablaré qué significó para mí y qué siento hoy cuando recuerdo ese día, y veo en medios, redes y conversaciones en la calle la situación de mi país.
Labio de Liebre va más allá de ser una bella obra de teatro llena de magníficas interpretaciones, imágenes hermosas y una gran dirección de arte; Labio de Liebre es una metáfora de nuestra violencia, de nuestro dolor, miedo y a la vez es una poética de nuestra posible salida a tanta maldad y sufrimiento que nos ha dejado la guerra. En muchas entrevistas Fabio Rubiano siempre dice que el teatro no da respuesta a nada, pero creo que de una forma no intencional, responde, trastoca, mueve tejidos y nos grita qué hicimos, qué estamos haciendo y cuál es el camino.
Quizá una de las frases que más recuerdo viene del personaje de la Liebre, un niño de siete años que el conflicto lo dejó en el limbo, que su olvido hizo que nunca descansara en paz, uno de los hijos de una familia campesina, que cada noche reza por sobrevivir, que tienen demonios por dentro como todos, que canta a la luz de la luna, que da de comer a sus perros, que ama a sus gallinas, que cree en la Virgen María, en santos, en agüeros, en matas, que quiere ser feliz a su manera, y que la sociedad los hizo víctimas de un conflicto absurdo de poderes y que los mato bajo la convicción de que sus vidas no valían, y poco a poco se convirtieron en este imaginario: Yo había oído que era una maleza llena de conejos, y que nosotros éramos como conejos porque no hacíamos sino reproducirnos y parir más pobres.
La obra está cargada de un lenguaje que duele, que saca lágrimas, pero quizá lo que más impacta es que es un lenguaje cotidiano, es un lenguaje que hicimos propio, es nuestra historia, que si algún extranjero quisiera conocer a Colombia y cómo ha sido nuestro conflicto, podría verla y llevarse un abre bocas muy bien elaborado. No en vano el teatro estaba cargado de risas ante escenas y diálogos que en un contexto menos violento hubiera puesto a llorar a todos los espectadores. Debo reconocer que en muchos momentos que sabía que debía llorar, que a lo que sucedía en el escenario no podía reaccionar con risa, era inevitable no hacerlo, pero a la vez sentir culpa de ser otro colombiano que poco a poco iba interiorizando el dolor, el miedo y la violencia.
Hoy cuando pienso lo que pasó este Domingo 2 de Octubre siento que el país somos aquellos espectadores que de una forma extraña pero inevitable soltábamos una pequeña carcajada o una sonrisa se dibuja en nuestros rostros ante hechos atroces y donde lo único que puede producir es llanto; el mismo Fabio Rubiano lo dijo, somos un país donde aprendimos a vivir con la guerra. Y sí, así es, la interiorizamos tanto para no morir de esquizofrenia que hoy es nuestra peor enemiga, porque si fuéramos un poco más sensibles no podríamos tolerar un muerto más, y así suene utópico ese domingo a pesar de la política, de Santos, Uribe, y mil comentarios, el hecho de que iban a ver menos muertos, masacres y violencia hubiera sido suficiente para tomar el esfero todos y decir sí quiero intentarlo.
Sin embargo, el país tuvo miedo de intentar conocer un mundo en paz, diferente, yo sé que era algo raro y difícil, 52 años no se borran con un sí, pero era apostarle a empezar a borrar de nuestra mente todas las cifras de muertos que ya olvidamos y decir: Ni uno más, no vamos a tolerar más muertos y si tenemos que firmar mil acuerdos lo íbamos hacer y dejar de pensar que la violencia es normal y que así somos por naturaleza. Labio de Liebre es una prueba a nuestros sentidos, y una muestra de que necesitamos cambiar ese chip que nos dejó tanto tiempo de violencia desenfrenada, cruel e indefinida.
La obra avanza y cada escena es más dura, más potente, más visceral, hasta que en un momento esa familia campesina que creó Fabio Rubiano, me derrumba, derrumba a muchos espectadores y el llanto y la rabia se apodera del Colón, la rabia de saber que todo eso pasa, que muchas familias en los campos ruegan y lloran para que no los maten como lo hacía la familia Sosa en el escenario, y hoy siento dolor de saber que el tiempo pasa y ni siquiera tenemos la capacidad de unirnos y entender que ellos no merecen rogar más por su vida. Que no haya un colombiano más rogando para que lo dejen vivir pudo ser una buena razón para votar sí.
Otra frase que recuerdo de la obra salió de los labios de Alegría de Sosa, la madre de esta familia cuando suplicaba a Salvo Castelo, decir sus nombres, y dónde estaban enterados sus cuerpos, Solo llame y diga nuestros nombres. Dígalos para no seguir matándonos por no ser nadie. Y así, este personaje de ficción se convirtió de manera “no intencional” en la voz de un millón de víctimas que seguimos matando por tratarlas como una cifra más de los muertos de los 50 años de violencia en Colombia. Pero no fue suficiente con que pudiera existir un comisionado de la verdad al cual fueran todos a decir los nombres y así dejar de matar a nuestras victimas por ser un número, una cifra, un muerto más de tantos. Nuestras víctimas merecen, después de tanto dolor, ser lloradas, recuperadas y nombradas para sentir que son alguien, que son importantes para este país y que su muerte no se olvidó.
Le agradezco a la vida, al teatro, a Fabio Rubiano, a Labio de Liebre haberme entregado un relato de mi país tan bien elaborado, una metáfora con tanta realidad y con tanta poética. Agradezco esas horas que me transportó, agradezco las risas culposas, agradezco las lágrimas, agradezco las lágrimas de tristeza por mi país, por nuestras víctimas, por nuestros relatos, por nuestra memoria, por nuestros duelos, por nuestra aceptación de violencia, por nuestra extraña y peculiar forma de seguir sobreviviendo en este país. Agradezco que a pesar de que hoy sienta que debo irme a otro lugar, que perdimos, que me da tristeza, otra vez, mis campos y mi ciudad, que sienta que nuestras utopías, imaginarios e ideales propios de la juventud no los escuche ni los entienda nadie, que seamos unos locos apreciando el arte, y yendo a la academia, unos locos que nadie les para bolas, haya un Labio de Liebre que ojala Colombia entera pueda verlo, para entender que los locos en medio de nuestras fantasías e ideales de paz y progreso narramos historias y les decimos a las víctimas que alguien se preocupa por ellos, que algunos queremos que el olvido deje de matarlos, para que puedan descansar en paz.
Colombia sigue siendo ese relato de violencia que construyó Fabio Rubiano, esa sociedad que ríe ante la crueldad y la muerte, pero esa misma que en ocasiones necesita llorar para sentir que con tanta masacre no ha perdido su sensibilidad. Solo espero que algún día tengamos un final como el de Labio de Liebre, un final en el que nos nombremos y seamos capaces de perdonar, seguir y por qué no, lograr ser un país blanco. No sé cuántos Labio de liebres más necesites escribir, cuantas metáforas de Colombia necesites construir para que algún día ese “paraíso” entienda a sus víctimas y pida perdón. Gracias Fabio por hacer que en una hora y media amará más el teatro.
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