Tumgik
ardea-bennuides · 2 months
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16 Marzo 2024
Vuelvo a encontrarme con un corazón roto. Alguien que intentó alguna vez amar, cuidar, procurar... y no lo logró. Tres años después mi novio ha decidido terminar conmigo y yo siento que me han quitado el aire y el propósito. ¿Cómo se salva uno de tanto dolor? Había olvidado lo que se sentía ser rechazado...
Estar vivo y sentir que no hay esperanza más.
Estar doliente y pensar que será eterno.
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ardea-bennuides · 2 years
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11 de abril del 2022
A veces siento un corazón rebosante de amor. A veces mi boca implora por soltar tantas palabras de cariño e inundar al otro. A veces me da miedo que ese otro se asuste de mí y decida que mi manera de expresar amor es inadecuada, errónea, perversa. A veces tengo miedo de mí misma y de todo aquello que siento, pues a pesar de creer comprenderlo o entender su raíz no siempre puedo controlarlo.
Ojalá sintieras mi corazón. Ojalá el calor en mi pecho pudiera llegar al tuyo. Ojalá entendieras que esto no tiene algo sexual de por medio, simplemente contigo siento una gran conexión humana, de hermano a hermana, de ser a ser. Y sé que para todos resulta absurdo, sé que para todos eso no es posible. Cualquier diría que esto solo es resultado de una tensión sexual mal manejada. Y me molesta, porque el juicio se instala en mí y comienzo a sentir que este amor, tan lindo que siento, es algo sucio. Y me pregunto a mí misma, ¿quién chingados dice que el amor es exclusivo? si el amor es omniabarcante, es omnipresente, es omnipotente.
Y me enfado al pensar que en esta vida debo cuidar mis modos y callarme mis afectos, porque si no lo hago... se ve mal. Y qué si mi niña interna ha visto en ti esa figura paterna amorosa, que reconoce y procura. Y qué tal si es ella y no yo. Qué tal si es la pequeña Diana que con el personaje, que en esta vida juegas, se ha sentido admirada y amada, cuidada, procurada, valorada y sentida, ¡justo como hubiera deseado serlo desde chiquilla!
Y qué tal si me permito vivir este amor, día a día, noche a noche, entre sueños. Y qué tal si todo este amor lo ofrezco a algo mayor que yo, algo más grande que este personaje que en esta vida me ha tocado actuar. Qué tal si dejo de ver el cuerpo y me concentro en que todo aquello que el otro me da solo es un reflejo de aquello que creí perdido en mí misma. Alguien diría que me he enfrentado a un innegable espejo... y quizá tenga razón.
Hey tú, gracias por recordarme quién soy. Hey tú, gracias por recordarme que soy amor. Bendigo nuestro encuentro en este sueño y pido a Dios que nos ayude a despertar a través de esta relación.
Diana.
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ardea-bennuides · 2 years
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12 de diciembre de 2021
A veces es un poco complicado encontrar el sentido a la vida. Y no es que el día de hoy escriba palabras existencialistas-pesimistas por los efectos secundarios de mis antidepresivos, je, no, para nada. Pero a veces se complica. A veces siento que no soy suficiente para lo que se espera de mí. ¿Quién espera algo de mí? Podría decir que nadie y eso resultaría liberador, pero no sería del todo creíble para mí, parecería más una mentira. A veces me abrumo y quiero renunciar. A veces mi mente se vuelve la enemiga y parece que una sombra me cubre y me asfixia. Si realmente pudiera renunciar, ¿lo haría?
"Saben qué, al chile la vida, siempre no quiero estar aquí." Sí, sí, sí. A la chingada todo.
Ha sido un fin de año difícil para mí. He atravesado diversos duelos y siento que a penas voy a la mitad de ellos. Ya me están dando ganas de chillar, ¿por qué? ni sé. Pero quisiera poder entender todo esto que sucede, y no sucede, desde otra perspectiva, sin embargo siempre surge la visión más amarga.
Estoy molesta, triste y me siento sola. En un callejón sin salida.
Me dije a mi misma en días pasados que mi compromiso sería caminar por la vida con la mejor actitud posible. Incluso ante circunstancias feas y difíciles. Que no me dejaría caer ni arrastrar por mis rasgos depresivos, tan intensos a veces. Parece que me he tragado mis palabras, descaradamente.
Quizá los antidepresivos sí me estén provocando más que dolores de cabeza y mareos, ¿no?
Diana
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ardea-bennuides · 2 years
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03 de noviembre del 2021
Hoy, después de casi 5 años, di fin a mi proceso terapéutico. Y aunque mi corazón se queda dolido, al saber que no volveré a ver a Laura, el agradecimiento por haber tenido esta experiencia es inconmensurable.
Gracias, vida. Porque a través de esta experiencia me has enseñado que la sanación es posible. Que puedo confiar en la gente, que soy digna de ser mirada, reconocida, que soy amable. Esta experiencia me rescató en aquellos momentos en los que reinaba la desesperanza y el desanimo, en los que sentía que mi manera de ser me condenaba y no tenía solución, era una víctima de mi propia personalidad y conducta.
Pero, poco a poco, con mucha paciencia y valentía, fui capaz de abrir mi corazón y drenar mis heridas. Con el cuidado propio de alguien que sabe lo que hace, se me fue guiando entre discursos confusos y ansiosos. Se me señalaron mis zonas oscuras, pero también las claras. Aprendí cómo convivir con ambas, no siempre en armonía, pero aceptándolas.
Hoy salí llorando. Y es que a partir de hoy ya no tengo acceso a ese espacio físico, ni a esa persona que con su presencia sabía dar lugar a mis emociones y me dejaba ser absurda en ellas. Hoy salí llorando porque después de estar con ella semanalmente por 5 años, ¿Cómo no hacerlo? Mi terapeuta es la persona que más me conoce y por ello yo la quiero.
En fin... la decisión de concluir se debió a que en mi alma ya sentía esa necesidad. La psicología "tradicional" en este momento ya no conecta conmigo y sabía que al asistir a este tipo de terapia perpetuaría algo con lo que no me identifico más. En su momento el proceso por sí mismo me llenó mucho, tanto a un nivel intelectual como emocional, pero ahora siento un llamado a otro camino.
En mi corazón se queda Laura y nuestro espacio. En mi corazón se queda ese refugio de apapacho y amor.
Siempre recordaré esa época con una gran sonrisa y calor en el pecho. Gracias a mi terapia redescubrí la vida y el amor.
Gracias, gracias, gracias. Mi alma, Laura, le agradece tanto a la tuya. Espero volverte a encontrar y reír juntas nuevamente.
Diana.
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ardea-bennuides · 3 years
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27 de abril 2021
Hace poco caí en cuenta de que llevo en casa desde hace más de un año. Por períodos me he sentido muy estancada, otros más los he disfrutado y explorado la posibilidad de vivir sin prisas. A veces me parece que estas circunstancias serán permanentes y hay algo en mí que se adolece. Me encuentro con sentimientos paradójicos, deseando que esto no acabe y añorando volver a tener la libertad de salir y vivir en el ajetreo entre las multitudes. Qué raro será regresar a vivir allá afuera, si es que me toca hacerlo.
Crisis existenciales, crisis vocacionales, crisis familiares. Se cuelan pensamientos de que no debería estar en donde estoy, o que nuevamente me quedaré a la deriva como una huérfana de Dios. Ideas de que me he equivocado en mis decisiones profesionales, pensando que ha valido poco estudiar aquello que decidí y viendo que he sido ambiciosa en mis quehaceres, solo intentando hallar en ello una pizca de sentido. No veo a mi familia como en un momento lo hice; creo que he hecho las pases con lo que sucede y no sucede en casa. La gente a mi alrededor tiene sus propias luchas y no soy quien para decirles que está mal aquello que deciden vivir, tampoco soy quien rescata ni quien opta por luchar a su lado. He tomado distancia de aquellos problemas que experimenta cada una de las personas aquí en casa, aunque de vez en cuando siguen encendiéndose mis entrañas al pensar en algo que lastima a la niña que habita en mí.
Cerca de mis 27, soy más madura, más confiada, más amable. He salido ya de mi caparazón, aunque debo confesar que por momentos siento esas ganas de volver adentro y desaparecerme un par de días. El paso de los años se nota en mi rostro y en mi cuerpo, en mi forma de hablar y escribir, en mi manera de permitirme sentir. No puedo creer que ya he llegado a este punto de mi vida, tan cerca de los 30. ¿Qué pensaba, de niña, que sería de mí en estos años de mi vida? Aún no me siento completamente adulta, pues hay una significativa dependencia con mis padres, pero sé que cuando llegue el día en el que decida soltar sus manos sabré hacerlo bien, con paciencia y compasión, con sabiduría y humildad.
Sé que esta vida resulta ser solo un sueño, el que de repente se vive como una pesadilla, y estoy consciente de que aquellas ocasiones en las que me he sentido ahogar en un inmenso mar, solo ha sido un vaso de agua medio lleno. Vaya juego que es esto y yo tomándomelo tan en serio. Vivir, vivir, vivir, y partir de este, mi centro, que está claro que todo allá afuera es solo un espejismo, ¿para qué darle tanta realidad? ¿por qué pensar que mis problemas serán eternos o insuperables si está claro que acabarán olvidados en unos años más?
Diana.
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ardea-bennuides · 3 years
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04 de diciembre 2020
Confío en la vida y en todo aquello que me envía. Hace un tiempo me preguntaba, más con curiosidad que con ansiedad, cómo sería volver a interesarme sentimentalmente en alguien, cómo viviría una relación de pareja después de tanto tiempo de mi última experiencia. Me respondía yo solita y me decía con ilusión que posiblemente lo haría mucho mejor, pues he crecido tanto a base de raspones y heridas, que mi capacidad para amar y aceptar había ido en aumento. Tantas noches me lo pregunté... 
Conocí a alguien y, extrañamente, desde que platiqué por vez primera con él, surgió en mi una emoción desbordada, una excitación hasta de adolescente. “¿Qué me pasa? ¿en serio estoy tan desesperada? ¿estoy ovulando o qué?” Pues bueno, parece que la vida tenía la respuesta y tales emociones eran la manera en la que me hacía saber que ese personaje me traía un mensaje muy importante. ¡Cuánto has crecido, Diana! Y solo puedo llorar, enternecida, al pensar en lo duro que ha sido mi camino en las relaciones, lo mucho que sufrí por querer esconderme y pensarme inadecuada, no merecedora del amor. Y solo puedo llorar, agradecida, porque hoy por hoy me doy cuenta que debajo de tantas capas de miedo me esperaba con paciencia el amor. 
El interés mutuo creció rápido. En la primer semana me asaltaron diversas dudas respecto a mi capacidad para enfrentarme a lo que venía, aunque, incluso debajo de la incertidumbre había una parte de mí que me decía “cuentas con todos los recursos para hacerlo, para actuar desde una postura distinta... quizá al inicio cueste trabajo porque es algo muy nuevo, pero de que puedes, puedes”. Y tuve días de insomnio, embelesada por la fantasía de todo aquello que podía construir junto a él. La inocencia, la emoción y la esperanza hicieron su aparición...
En la interacción del día a día me percaté que ya no emergía la Diana recelosa de su espacio, la Diana que deseaba aparentar indiferencia para no perder su independencia, que deseaba encariñarse pero hasta donde sus sentimientos aún pudiesen ser controlados. No, en esta ocasión fue fácil estar presente, comenzar a compartir, hablar con claridad sobre mis necesidades e intenciones, incluso coquetear. ¿Qué puedo decir? Me encantó hablar a diario con él y acompañarnos a lo largo de nuestros días. Con la dinámica que empezó a construirse entre ambos pude abrir los ojos y comprender ese mensaje que ponía en mis manos la vida con tanto amor: Diana, Diana, Diana, estás lista para construir espacios de conocimiento e intimidad con los demás desde tu propia autenticidad, tu capacidad para amar se encuentra más sana que nunca, tienes tanto por compartir, eres tan valiosa... 
Y bueno... hoy no pude evitar llorar cuando lo reconocí. Me di cuenta de que mi evolución personal ha sido tal que pudiera leerme como una persona que ya cuenta, en su repertorio de herramientas, con la capacidad para entablar relaciones seguras, ya no evitativas o ansiosas únicamente. Tantos años, tantas experiencias, entre gratas y amargas, finalmente me ayudaron a modificar cómo me relaciono (¡Ah, y no olvidar, que el principal catalizador y reestructurador ha sido mi propio proceso terapéutico!). Después de tantas experiencias en las que me sentía poco reconocida y evitaba la vulnerabilidad, aprendí poco a poco cuáles son mis necesidades verdaderas. Conocer a César me hizo percatarme de que la inadecuación solo fue una percepción; ni todos los hombres son evitativos, ni Diana necesita conformarse con que sean atendidas pocas de sus necesidades. Así como yo ahora me percibo segura de construir algo satisfactorio, íntimo, lleno de amistad y cariño, sé que también existen hombres allá afuera que buscan y pueden dar lo mismo. Como dijo mi terapeuta... ¡La salud mental sí existe! No era un mito urbano jajaja.
Qué emoción siento en mi corazón. Se abre a mí un mundo de posibilidades para vivir con mayor satisfacción todas mis relaciones, especialmente las de amistad. Creo que estoy alineándome con mi verdad. Y aunque sé que siempre pueden existir retrocesos... ya conozco de ese camino que sí llena, que sí gusta, que sí nutre y siempre puedo volver a elegir. 
Diana. 
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ardea-bennuides · 3 years
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15 noviembre 2020
Ayer tuve una experiencia de reparación. En ese consultorio, que he visitado tantas veces, me encontraba sentada en silencio, con temor. Tuve miedo de hablar con claridad y transparencia, pues consideré que mis observaciones serían tomadas como una confrontación y la respuesta sería hostil. Cuánto he temido la desaprobación. Qué fácil es pensar que si mi vulnerabilidad es vista y permito a alguien conocerme tanto, en cualquier momento esa persona pueda hacer uso de ello para lastimarme... Pero no, hablé todo lo que pude hablar y en su voz no escuché ningún disgusto, rechazo o mordacidad. Mis palabras fueron recibidas con apertura, me dio a entender que comprendía mi situación y que no esperaba que yo me forzara a hacer o no hacer cosas rápidamente, me recordó que ella no estaba para juzgarme sino para intentar indagar el porqué de mis reacciones o acciones. Por momentos quise llorar y le dije que las emociones me desbordaban y que justo cuando eso me sucedía comenzaba a hablar más rápido, intentando distraerme… le describí que mi cuerpo se siente amenazado cuando se trata de expresar ciertas emociones frente a un “otro”. Siento y siento pero tengo tanto miedo de a dónde llegará todo eso que vivo en mi cuerpo y en mi mente, ¿realmente sentir así... tiene un límite? O es que el dolor, si lo dejo salir, ¿seguirá siendo dolor y se hará eterno?
Fue una experiencia reparadora porque, a pesar de temer tanto a mis emociones, me sentí lo suficientemente segura como para expresarme de forma auténtica y percibir en ella una mirada y respuesta congruente y paciente. Calma en mi corazón, calor en mi pecho. “Todo está bien” “Todo está bien” “Este es mi espacio” “Y a esta persona puedo compartirle todo lo que soy, el gran reto de mi vida ya que siempre creí querer pasar desapercibida”. Y ella y yo bromeamos y sonreímos. Y me sentí acompañada. Y dejé de creerme esos temores de ser atacada al mostrarme vulnerable.
Ha sido un largo viaje este de ser yo e ir cargando sobre mi espalda, metafórica, con aquello que creí irresoluble. Quise, por tanto tiempo, quitarme estas emociones tan incómodas y confusas. En mi adolescencia me consideré poco sensible y torpe emocional, alguna gente cercana a mí me hizo saber que compartía ese concepto de mí. Y hoy, hoy estoy segura de que nunca fui esa joven que no sintiera, sino fui aquella que por momentos sintió demasiado, fue rebasada por el dolor y no tuvo más opción que anestesiarlo. Jamás ha faltado amor en mi corazón ni esa chispa que se ve atraída por la vida. Si en algún momento de mi vida me caractericé por ser un personaje más lúgubre fue por necesidad, porque no supe cómo hacerlo diferente y quien me abrigó fue el miedo. Hoy no reniego de mi pasado ni de cómo ha sido mi viaje hasta el día de hoy. Hoy agradezco a esas versiones anteriores, a esas “Dianas del pasado” que intentaron vivir desde una zona de control y que en ese intento quizá construyeron un muro para que el mundo exterior no volviera a penetrar. Estuvo bien, lo acepto y reconozco, lo agradezco. Posiblemente sin esos muros no estaría aquí hoy. Tuve que crearme un personaje orgulloso, frío, soberbio y cerrado para poder sobrevivir. Sin embargo el calor de la ternura y de la alegría siempre estuvo ahí, latente en mi interior, generando destellos de su presencia cuando me topaba con personas que me llenaban de su afecto. Ahora, con la oportunidad de compartir un vínculo con mi terapeuta, no me queda duda de que la curación se da en la relación con los otros. Cada relación tiene el potencial de ser un nuevo referente de seguridad y confianza, que nos lleva a creer nuevamente en que somos dignos de ser mirados y que nuestras necesidades importan; la propia vida nos muestra su generosidad y amor al permitirnos conectar íntimamente con alguien más y a partir de ello transformarnos.  
Diana. 
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ardea-bennuides · 4 years
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19 de octubre 2020
Vi a un influencer espiritual quemar todas sus libretas con escritos de un año. Y ver las imágenes de esos cuadernos consumiéndose con las llamas me hizo tambalear. ¿Quién sería yo sin esos escritos que avalan mi camino y me recuerdan lo que he sido? ¿Quién sería yo sin esas memorias que perpetúan los recuerdos buenos y los malos? ¿Quién sería yo sin esos escritos que acogieron mi mayor dolor de varios años?
Quizá sería libre. Tal vez la “yo”, pequeña e inadecuada, se liberaría y reconocería que el pasado ya no está aquí, ni siquiera en mi mente consciente que, evidentemente, no recuerda. Tal vez, eliminando los registros de cómo viví mis experiencias pasadas podría yo empezar de nuevo. Permitiendo a mis ojos verme de forma distinta, una forma nueva, que acoja mis últimos progresos y mis características actuales. Una Diana más estable y que se siente más segura en la vida. Una Diana que ya no suele correr detrás de esa inalcanzable zanahoria que promete la felicidad, que ya distingue aquellos falsos ídolos y se dice a sí misma que quiere buscar lo propio e indagar en sí misma primero, antes que en el afuera tan cambiante. 
Últimamente he estado cuestionando mis valores y prioridades. Me he preguntando acerca de qué quisiera para mi vida, reconociendo la existencia de opiniones externas, mas no apropiándome de ellas si no siento tal conexión. Qué tipo de vida me gustaría vivir. De qué manera. Y realmente estas reflexiones no hacen alusión a la forma material que pueda adoptar el exterior, si no al cómo quisiera yo experimentar lo que sea que se desenvuelva allá afuera. ¿Desde dónde vivir? 
Hay días que me parecen un sueño. Me encuentro aletargada, preguntándome si esto que vivo no es más que un experimento del cosmos. A veces me siento minúscula y en paz al ser irrelevante, a veces me siento minúscula y aterrada ante mi insignificancia. No hay días buenos ni días malos, Diana. Solo son días. Y este personaje hace lo mejor que puede con lo que es. En ocasiones quiere correr cuando ni ha comenzado a gatear. En ocasiones quiere esconderse debajo de un montón de cobijas y no enfrentar al mundo ni una vez más. En ocasiones disfruta de detalles tan simples, como mirar al cielo y sentir el viento, que se cree absurda pero dichosa. Viviendo en lo paradójico y dejándose de juzgar por ello. 
¿Valió la pena hacer el viaje hasta acá para redescubrirme y reconocerme? Valió la pena aunque no siempre lo entienda y haya un par de lágrimas de por medio. Seguro que sí. 
Diana
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ardea-bennuides · 4 years
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16 de junio 2020
Ayer me machaqué mentalmente; tomé un corazón doliente entre mis manos y sollocé, cansada, agotada, con tanto miedo de vivirme siempre separada. Me juzgué y fue tan lastimero pensar en que nunca podría cambiar, en que en todas mis relaciones estaría buscando la intimidad y eventualmente huyendo de ella cuando la oportunidad se me mostrara. ¿Qué puedo decir ahora? Desperté con más tranquilidad, aunque con impaciencia, con un corazón latiendo en silencio y rogando que no me rindiera, que no me considerara una apuesta perdida. ¿Por qué vincularme ha sido tan... tortuoso? ha sido la búsqueda constante del tesoro y el hallazgo de un infierno del que no sé su origen total, pensando, contradictoriamente, que en los otros encuentro calidez y autenticidad y enterrando mi rostro por la vergüenza ante la idea de ser vista justo tal como soy, con todas mis imperfecciones. Como si alguien me hubiera dicho que no tengo derecho a ser humana y no ser perfecta. Me critiqué por no “estar a la altura de mi propia evolución”, me regañé por no hacerlo bien, por volver a cometer errores, y ahí... vida, descubrí que soy mi peor juez y la única que opta por llevarme a esas zonas tan oscuras y confusas de las que después parece que no quiero salir. La idea del perdón se vislumbra tentadora, deseable e indicada, pero hay una Diana en mí que me arrastra al abismo y me dice que no merezco ese perdón, que soy ruin, que soy manipuladora, que soy falsa. Y, la parte más bondadosa en mí, lucha por hacerme ver que el aprendizaje se logra a partir de  caídas y raspones dolientes, de los frecuentes fracasos en los que se rompen mis esquemas y ya ni sé quién soy... me dice que no pretenda que al relacionarme con otros seres humanos siempre me salgan bien las cosas o que siempre sea fácil dirigirme con amor. Me dice que, igualmente, entienda que la culpa no es el camino, que solo me deja estancada y agonizante, sin saber qué hacer. A veces me parece que esta cantidad de soledad no puede ser solo mía y es cuando miro hacia arriba y veo a mis antepasados (y algunos coetáneos) viviendo en profunda tristeza y agonía, sin posibilidad de establecer vínculos que conecten y nutran. Viviendo como pudieron, callando porque no supieron hacerlo mejor. Y quizá, quizá así me siento más valiente para decir: al carajo, si he estado arrastrando esta soledad por tantos años... probablemente yo la escogí. Es el reto culminante... y tal vez, solo tal vez, una parte de mí me sabe  capaz de vivirlo de otra manera más amorosa, poquito a poquito, con suavidad, con recursos, integrando el dolor y soltándolo, entendiendo que todos aquellos a quienes veo en mi historia familiar no supieron hacerlo mejor y que yo, en este momento, lo estoy haciendo como puedo.Y es ahí, quizá, en donde se me abre un poco la coraza y dejo entrar un rayo de luz.  
Diana.  
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ardea-bennuides · 4 years
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12 de junio 2020
Miren nada más a esta muchacha, que se creía tan listilla para escribir desde su niña interior a la adolescente sufriente de 17 años:
¡Hace años que deseaba comunicarme contigo! Y… vale… parece que últimamente la escuela, tus problemas existenciales, tus dudas y deseos te tienen muy ocupada como para hablar conmigo. No te reprocho nada, pero te confieso que sí te he extrañado mucho. Añoro los días en que nos quedábamos hasta tarde hablando de lo que hacías cada día, de las cosas que te divertían y los problemas que a veces querían quitarte el sueño… ¿Tú no me extrañas?
Lo curioso de ver es el hecho de que has estado un tanto ausente desde que entraste en la preparatoria. Creo que en ese instante fue inevitable la marcada separación, pero tú ni me lo preguntaste, ni me avisaste, ni te despediste… No me has buscado por tu cuenta. Y de nuevo no es que te reproche, porque sinceramente no importa mucho que pretendas no verme, ya que yo a ti sí te veo. Y lo que observo me gusta mucho…
Eres una adolescente ya. Esos días de rebelión, de cuestionamientos y de esfuerzos que creíamos íbamos a tener al crecer, han llegado. Pero no pareces muy contenta con eso. ¿Te digo algo?... Así es esa etapa, tal como la mía es jugar y ver el lado bueno de la vida, sin importarme los prejuicios y el miedo de experimentar. Solo una etapa, solo eso… además, ¿no es divertido que algunos días estés muy bipolar? ¿No te gusta darte cuenta que por lo menos reflexionas lo que vives? ¿No te apasionan los retos que de repente quieren hacerte caer…? ¿No aprendes de las desilusiones diarias? ¡Por supuesto que sí! ¡Y yo te lo digo para recordarte algo que ya sabías! ¡Algo que yo sé, pero se me quedó en el camino a ti! No creo que debas olvidar que todo lo que te pase, y todo lo que nos pasó… nos dejó algún aprendizaje.
Quizá ya seas muy madura, o por lo menos eso te gusta creer y ¿para qué te miento?... a mí me haría sentir muy orgullosa haber logrado esa madurez tan anhelada. Orgullo por siempre, ¿eh?... supongo que eso es algo que debemos arreglar. Vale, que tú y yo sabemos que eso no es muy bueno.
Te he visto llorar, te he visto quejarte, te he visto con ganas de rendirte y con muchas ganas de enviar todo a la “mierda”, como tú dices. Puede que en estos momentos digas: —Tú ya no me entiendes. Pero, sabes muy en el interior que yo soy la única que conoce tus sueños y deseos más profundos, esos que has mantenido guardados toda tu corta vida. Aquellos que se ven ahogados por tu realismo, por tu miedo y por tu inseguridad. Últimamente, la palabra… “No sé si…” aparece en tu mente, mucho… mucho… mucho…  Yo tengo seguridad en mi misma. Aún siendo una niña que quizá no ha vivido lo que tú, y que quizá no se haya dado cuenta que su mundo no es de rosa, pero eso no me impide creer que puedo lograr las cosas. Esté o no esté en tu lugar… yo sé lo que sientes.
Has logrado mucho en los años que llevamos separadas, ¿te has puesto a pensar en eso, no? pero… ¿has hecho lo que quieres? Atrevámonos a soñar en grande, a querer en grande y a hacer lo que nos hace felices sin pensar en lo demás. Sé que el futuro ha sido un poco preocupante para ambas, sin embargo… el presente es el que vives ahora, el que disfrutas y el que se queda en tu mente para aparecer ante la mujer adulta que serás. Y seremos, jajaja. Gaby… he notado que dudas de tu capacidad y para quitarte ese absurdo pensamiento te digo… ¿has llegado a dónde has llegado por casualidad? ¡No! ¡Te has esforzado por conseguir lo que tienes! ¡Por ser lo que eres! 
Los elogios siempre han sido un gran regalo de parte de la gente que dice amarnos, pero… ¿de qué sirve ser más aceptada por ellos ahora que estás en la preparatoria, si has olvidado lo que siente tu corazón? ¿Lo que siento yo? Él ha huido, pero no por siempre… simplemente se cansó de esperar ser atendido, sino se hubiera ido… habría enfermado como hace meses sucedió. Me alarmó saber del malestar de tu corazón, de forma física, y lo peor de todo es que fue provocado por algo emocional, de adentro, del alma… Tus más grandes anhelos yacen en el interior de ese órgano, del que sueles olvidarte.
Mucha escuela, muchos trabajos, mucho estrés, mucha presión. Sé que yo no he vivido eso, porque me la paso jugando todo el día… pero al verte siento la frustración y las ganas del corazón ausente de irse a donde realmente le es alegre vivir…
Ojalá nunca olvides que eres grandiosa…
Yo lo creo, yo lo sé, yo lo intuyo… y es algo que tú y yo sabemos muy bien…
Nadie me lo ha explicado muy bien… pero creo que el sentirse cansado y triste en la época de adolescencia es más normal que nada. Así no intento rebajar tus emociones… solo piénsalo.
La verdad, casi todas esas palabras me las seguiría diciendo. Pero de la Diana del presente a la del futuro, no del pasado al presente. En fin, solo quería que ese escrito quedara en un lugar con menos riesgo de desaparecer por causas involuntarias. 
Diana. 
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ardea-bennuides · 4 years
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20 de mayo 2020
De cómo me volví psicóloga.
Bueno. Esa es una historia que realmente no me sé... de cierta manera desconozco en qué punto algo de mi interior conectó con aquello que yo creí que era la psicología. ¿Qué se formó en mí para que yo decidiera inclinarme por esa carrera? ¿Por qué le di el significado que le di? Sería bueno volver al diario que escribía cuando tenía unos 15 años e indagar esos significados que comenzaron a construirse en mi interior, como para eventualmente escoger el área de humanidades y después preferir la psicología al diseño y arte. 
Bueno, no sé cómo es que he llegado a este punto. Tal vez fue el azar. Quizá fue el impulso. Probablemente debía escoger alguna carrera y vi en un panfleto la licenciatura en Psicología. Aún recuerdo cuando, antes de presentar examen en mi alma máter, una compañera de la preparatoria me comentó que no podía presentar examen de admisión ahí, ya que requería haber cursado el área de biológicas. Recuerdo cuando le comenté a mi mejor amiga que quería estudiar psicología y me dijo que no me veía como psicóloga. Uno de mis tíos, médico, me dijo que me moriría de hambre estudiando eso. Bueno, al parecer cierta parte de mi contexto me decía que NO, que no podía, que no parecía adecuada para desempeñarme como psicóloga, que si lo escogía me iba a equivocar y ni mis necesidades básicas vería cubiertas. 
Pues mucho a la chingada, he de decir. Pude presentar ese examen de admisión, quedando en el tercer lugar de aceptación por mi puntuación, parezco o no parezco psicóloga no importa, porque lo soy, y bueno, no me muero de hambre, al contrario, lo que gano es suficiente y más. Hoy por hoy reconozco que realmente no sé qué me llevó a estudiar Psicología pero tengo la ligera impresión de que ese no ha sido un camino errado. Entré con expectativas no tan claras respecto al desempeño profesional (creo que me llamaba la investigación en el área social), lo que sí es que las materias me parecían muy atractivas. Clases difíciles y otras tantas muy fáciles, demasiado para mi alma autoexigente e insegura que venía de haber transitado en una preparatoria por demás estresante. Fui acoplándome a la dinámica con los maestros y con mis compañeros, y después de tanto intentarlo (queriendo hablar con las chavas que me parecía podían ser mis amigas), deje de forzar las cosas y de forma natural y relajada... llegaron esos amigos con los que compartí proyectos, preocupaciones y risas. 
Pocas cosas durante mi carrera quedaron perfectamente integradas. En los últimos semestres de mi preparación mis maestros decían (no sé si de forma acertada) que debíamos ya ser capaces de resolver ciertos problemas aunque no hubiéramos visto teoría específica al respecto, que con los conocimientos previos podíamos entender la complejidad de las problemáticas y dar la respuesta correspondiente. Ante esos retos, que quizá iban más allá de mi capacidad cognitiva de ese momento, me comenzaba a sentir muy tonta y lenta. Parecía que mis compañeros iban adelante, interpretando los casos con rapidez en las clases y participando con dudas ingeniosas. Yo percibía que mi forma de elaborar las problemáticas era más lenta, pausada, reflexiva y odiaba que me exigieran acelerar mis procesos, ahí, poco a poco, mi autoestima comenzó a resquebrajarse más y me preguntaba continuamente por mi identidad como psicóloga.
Cuando se llegó el momento de escoger el área de acentuación me encontraba en un punto crítico, sin sentirme bien en casa con mi familia ni en mi formación universitaria, parecía que efectivamente haber escogido psicología había sido un error. Con mi propia inseguridad y temor a ser criticada por los psicólogos clínicos, decepcionada de ver que muchos de nuestros maestros basaban su supervisión en “tips”, con un constante bombardeo de propuestas de intervenciones desarticuladas, (e incluso con conocimiento de la constante puesta en duda de la cientificidad de la psicología), escogí el área educativa, esperanzada de que ésta me acercara a mi objetivo de cursar después otra especialidad. A partir de ahí, especialmente en séptimo semestre, mi trayectoria universitaria fue turbulenta, sufriente, caracterizada por la apatía (hasta llegar al punto en el que faltaba a clases o no entregaba tareas). Quizá educativa no había sido una buena elección, pensaba mientras mi actuar se volvía más gris. 
En la universidad estoy segura de que mis maestros me dieron lo que pudieron y yo aprendí lo que pude. Buscar culpables no va. Al contrario, considero que muchos de mis maestros aún fungen como un ejemplo de lo que sí y lo que no. A algunos los atesoro en mi mente debido a su actitud cálida y de acompañamiento, a otros por su desempeño profesional de alto nivel. A algunos de ellos me gustaría volvérmelos a encontrar en la vida y decirles: “hey, ya no estoy tan meca como para seguir considerándote una eminencia solo por tener una actitud arrogante y soberbia”. Bueno, una crece y se da cuenta de cosas y comienza a formar su propio criterio de cómo ver la vida desde la actuación de la psicología y así deja de considerar a las otras voces como las únicas válidas. 
He de decir que culminé mi formación académica universitaria hace aproximadamente tres años y me gradué por promedio, obteniendo el reconocimiento al mérito universitario por el mejor promedio de la generación; situación que nunca perseguí, simplemente se dio. En la ceremonia, sintiendo una gran emoción por haber cursado mi licenciatura en la universidad que yo creía que me daba valía, se me erizó la piel. Y bueno, me creí el discurso de que los alumnos de esa institución estaban completamente capacitados para ir al mundo laboral y comérselo y, sobretodo, que el mundo laboral estaba ansioso por tenernos en sus filas (ahhhh... la inocencia). Ingresé al ámbito laboral después de sufrir con los periodos de “ninez” y me topé con realidades: a las instituciones, que aparentemente ponen como prioritaria la búsqueda del bienestar de la población a la que atienden, priorizan al dinero (pues obvio, Diana, ¿de qué comerían si no?); hay un sin fin de personas realizando actividades laborales que no disfrutan, que hacen de forma automática y que se encuentran cerrados a la innovación (pues si llevas 13 años haciendo lo mismo, ¿cómo podrías atreverte a hacer algo distinto?); que la buena voluntad no vale, que una debe protegerse y ser cautelosa incluso teniendo las mejores intenciones (me faltaba colmillo, decía mi mamá mientras yo berreaba contándole mi triste historia de defensa al practicante); que el actuar de un psicólogo a veces es muy solitario e incomprendido, a pesar de ser el especialista en los procesos psicológicos, en la conducta o intervenciones psicoeducativas la gente de cualquier profesión opina cómo deberían hacerse las cosas, nada más por el gusto de opinar.  Me topé con una jefa que intentó persuadirme a renunciar por no ponerme la camiseta; un jefe del que me enamoré por su voz y trato amable; y una jefa más de estilo pasivo-agresiva, a la que le encantaba humillarme por lo bajito y responsabilizarme de todo lo que salía mal a tan solo un mes de mi contratación. 
No soy capaz de ver únicamente lo “negativo”. No, hoy más que nunca veo lo mucho que me ha dado esta profesión y lo agradezco a diario, pues me ha nutrido tanto a nivel personal como probablemente ninguna otra carrera haya podido hacer. Descubrí la importancia de la mirada, de la voz, de palabras sin juicio cuando recibes a la mamá que está preocupada porque su niño fue canalizado por la escuela por problemas de conducta. Descubrí que los niños, las niñas y los adolescentes son tan plásticos que cuando cuentan con una figura segura ellos avanzan, se entusiasman, aprenden. Que, a pesar de nunca relacionarme de forma cercana con los adultos mayores, no somos tan distintos; ellos y yo podemos sonreír por lo mismo, sentir ternura y tranquilizarnos ante una compañía amable. En ese patio de un centro de día me descubrí tan niña y tan madura, tan paciente y tolerante, tan humana. Claro que también conocí la frustración del no reconocimiento y que mis propios pacientes no pudieran agradecerme de forma directa mi trabajo, sin esto realmente sentí mi labor muy invisible y solitaria, sin embargo seguí, dando lo mejor de mí en esas mañanas y esas tardes llenas de juegos de mesa y mucho calor. Agradecí los problemas en los que me metí y el haber finalizado esa época sabiendo lo mucho que había aprendido, tanto que capacitar a la psicóloga siguiente fue un gusto en sí mismo. Fui capaz de irme a vivir a otra ciudad, haciéndome cargo de mí y de mi espacio, cocinando para mí, limpiando, respetando horarios y disfrutando de esas vistas por la ventana, en donde observaba el sembradío y una forma de vida sencilla que en ocasiones se me antojaba; esa vista era mi escape. Me supe capaz de dar clases a nivel de preparatoria y licenciatura y transitar una situación en la que los alumnos se me echan encima, aunque lloré mucho y dejé de dormir resistí lo necesario y reestructuré lo que pensaba acerca de esa situación tan temida. La superé y dije adiós a ese recinto en el que mi jefa no se desempeñaba como la mejor compañera y yo sentía que eran demasiadas actividades para realizarlas con calidad. Me fui. Después finalmente pude descubrir qué se siente estar en un sitio en el que tu presencia como profesional y como compañera resulta agradable (siempre fue complicado para mí ajustarme al personal que ya estaba), que tu trabajo es reconocido y que puedes contar con una jefa que escucha que respeta y escucha. Hoy recibí tantas felicitaciones por parte de mis compañeras de trabajo que no puedo estar más agradecida por sentirme integrada y útil para apoyarnos entre compañeras. 
Aún el camino que me resta como psicóloga es largo (o eso espero). Hoy no tengo certeza de qué pasará en agosto de este año. Pero ya no tengo miedo. Ayer ofrecí a Dios mi carrera y mi profesión, le pedí que fuera él quien me guiará hacia donde me considerara necesaria y útil, pues solo quiero servir. Estoy tranquila porque sé que los planes de Dios son perfectos y eso lo he observado a lo largo de todas estas experiencias que he relatado, algunas con nostalgia y otras con un sabor muy dulce en la boca. Vendrán crisis, vendrán confusiones y más frustraciones, ¿quién que trabaja con seres humanos y es su propio instrumento de trabajo estaría esperando un camino plano? no, probablemente me voy haciendo a la idea de que incluso las dificultades son parte del plan. Hoy sé que vendrán muchas más personas con las que tenga la fortuna de cruzarme y acompañarles con mi atención profesional, que vendrán alegrías y momentos de conexión, que me fascinará adentrarme en aquello que adoro que es la comprensión de los fenómenos psicológicos (así es, me encanta encajar piezas, indagar, elaborar hipótesis y proponer soluciones). Que lo que viva desempeñándome como psicóloga sea a corazón abierto, con atención plena, responsabilidad y consciencia. Que, si algún día decido por otro camino, me quede con paz al haberme sabido entregada en cuerpo y alma a mi quehacer profesional, que me dé paz voltear atrás y verme amar a los demás y a mí misma mediante mi vocación.
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Esta foto registra uno de los inicios, en ese entonces no me imaginaba todo lo que me quedaba por vivir. Hoy estoy feliz siendo psicóloga. Agradezco a la vida por implantar en mi corazón este deseo y este sueño que a diario se concretan.
Diana.
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ardea-bennuides · 4 years
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30 de marzo 2020
Di por sentado muchas cosas en mi vida. Y hoy, encontrándome encerrada en mi hogar, sin posibilidad de salir con libertad, me pregunto si habría hecho algo diferente en los últimos años. La causa de este encierro no implica como tal una tasa de mortalidad alta... sin embargo la vida nadie la tiene segura y la forma en la que mi cuerpo (o mi país) reaccionen, me es desconocida. Quién sabe qué me pase, EN SERIO. QUIÉN SABE.
Tal vez, de haber sabido que nos enfrentaríamos con esto, me habría permitido tener más encuentros sexuales desenfrenados. Me habría permitido ligar con cualquiera que me apeteciera y daría a mi cuerpo mero placer físico. Así, como un placebo o incluso droga. Habría experimentado mis fantasías y habría usado a los demás, así como ellos me usasen. Dejaría de lado mi necesidad de intimidad y cariño y me dedicaría a ser una femme fatale, la cual realmente habita en mi interior, esperando que le dé paso a la promiscuidad. 
Quizá me habría permitido irme de fiesta por lo menos una vez al mes. Tomar y emborracharme de repente; hacer del baile y la bebida un recurso de disfrute y de socialización. Ser más atrevida y explorar (o forzar) una zona extrovertida en mí. Vivirme falsa, adoptar la careta de una actriz despreocupada y decidida. 
Quizá me habría vestido con toda esa ropa que tengo guardada para eventos especiales (y que hace meses que no toco); dejaría de verla como destinada para lo extraordinario y me la pondría en los días más simples y sencillos. Vestidos, faldas, blusas de tirantes. Habría aprovechado para permitir a mis piernas ver la luz del día, a pesar de mi celulitis y estrías, con todo y eso ojalá me hubiera atrevido. 
En fin. No sé si sean los últimos días de mi mundo (aunque a decir verdad, nunca se sabe cuándo lo son, incluso en ausencia de desastres naturales, terrorismo o pandemias...). Y con mi mundo me refiero a mí, los últimos días de Diana. He tenido una vida bella... y quizá no me encuentre tan aferrada a la idea de continuar aquí en este planeta tierra. Tal vez la idea de una muerte, rápida, no me aterre como a otros pudiera ser. Temo más al después. Y quizá hay en mí un gran “ojalá lo hubiera hecho”; aprovechar todos mis talentos y ponerlos al servicio de la vida. A veces es complicado valorar tales habilidades o talentos y verlos realmente útiles para los demás... a veces parecen poca cosa y eso es lo que me ha detenido hasta el momento.
En fin. Sea lo que pase, espero tener la fortaleza y claridad para escoger siempre vivirlo desde el amor. 
Diana
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ardea-bennuides · 4 years
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31 de diciembre 2019
Sentí que en este año viví varias vidas diferentes, todo debido a mis cambios laborales -hasta ese punto llega a influir un trabajo-.
Sentí en mis huesos el dolor de la indiferencia y el rechazo, lloré a mares después de dejar mi segundo trabajo formal y sentir una despedida que interpreté como fría.
Me cambié de ciudad y viví sola por un tiempo, situación que me ha llevado a descubrir que sí habita en mí la capacidad para ser independiente ante determinadas tareas, aspecto del que dudaba.
Vi mi reflejo de exigencia y afán de perfeccionismo en una de mis jefas. Fue doloroso y como una bofetada que abrió mis ojos hacia la necesidad de ser compasiva conmigo misma.
Hallé en mí un área no antes explorada: mi parte espiritual. Día a día la reconozco y ello me genera una gran paz y satisfacción con la vida. He estado aprendiendo a vivir de nuevo, desde una posición de mayor apertura y amor, confiando en la presencia de un poder superior y en la bondad de mi corazón.
Ha habido momentos confusos, de inseguridad, miedo, dolor... pero finalizo el año con equilibrio y sanación. Tanto tiempo que he intentado evitar los sentimientos desagradables y hoy por hoy me entero que simplemente hay que aceptarlos y recibirlos con los brazos abiertos, dejándoles ir cuando deban irse. Porque solo sintiendo el dolor se es capaz de sentir la misma intensidad desde el amor.
Decir sí a la vida. Mi mayor compromiso. La muerte me dice: cada momento es un regalo, vívelo como tal, ve y haz de tu vida algo maravilloso, en la alegría y en el dolor, en la certidumbre y en la confusión, que la meta final de todos es irnos de la vida y para no extrañarla hay que sentirla en nuestra piel a cada día y cada segundo, dejar de pensar que hay algo malo en mi o en cómo son las cosas. El ahora es perfecto.
Diana.
Un nuevo año empezará. Qué yo me ame aún más, me vea con bondad y compasión, comparta mi ternura y amistad con otros seres; exprima la vida y encuentre en cada sentimiento la posibilidad de la intimidad. Que sea paciente ante las dificultades y pida ayuda y refugio a esa luz en mi interior cuando haga la lectura de que lo externo “va mal”, ir hacia esa luz que permanece y que me muestra mi verdadera identidad.
Días vividos desde el amor. Eso quiero para mí en el tiempo venidero.
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ardea-bennuides · 5 years
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13 de octubre 2019
Ya no hablaré de mis ausencias como si fueran algo infrecuente. Supongo que hay épocas en las que la escritura es mi medicina, y que me es necesario tomarla a diario, habrá otras muchas en las que parece que mi tratamiento consiste en otro tipo de remedios.
Yo solo sé que quiero dedicar estos renglones a quien me ha sostenido, acompañado, guiado y amado en todos estos meses en los que aparentemente no estuve, por lo menos no de la misma forma. Hoy quiero hablarle a Dios, dedicando este instante a conectar con su presencia; desarrollando este tiempo para relatar cómo es que, por primera vez en mi vida, fue clara su voz.
Un día, un poco obscuro por el cúmulo de pensamientos negativos que rondaban mi cabeza, lo escuché. Yo, después de haber llorado tanto por la noticia de no haber sido aceptada en la maestría y quedando a la deriva por un futuro incierto, me encontraba preparando mis clases de computación en el Instituto. Mientras esos pensamientos rondaban mi mente, mi estado de ánimo se encontraba turbulento, caracterizado por el temor, la ansiedad, la tristeza. Quizá mi pregunta era directa, ¿qué haré con mi vida? ¿qué sigue para mí? ¿qué debo hacer si no quiero continuar aquí? Y di mi clase como cualquier otro día. Saludé a la misma gente y dediqué mi sonrisa a esas personas que a diario me enseñaban de la amabilidad. Entonces una señora se acercó conmigo al finalizar la clase y me dijo que tenía un regalo para mí, una tarjetita católica con una oración. Al escuchar palabras alusivas a la religión sentí una cerrazón inmediata. Si hubiera sido menos grosero, habría rodado los ojos.
Tomé el regalo en mis manos y le di gracias, gracias por el regalo, aunque sin el convencimiento del valor del mismo. Estando finalmente sola en el salón, me detuve y leí la oración. Cuál fue mi sorpresa al leer que era el mismo Dios el que me hablaba: deja tus preocupaciones a mí, di a diario “Dios, yo confío en ti”, con fe. El diablo te quiere arrastrar al reino de las preocupaciones y la tristeza, pero yo soy quien da la respuesta a todos tus pesares y te cuidaré, porque eres mi hija… No son las palabras literales, pero son los significados con los que yo me quedé. Hoy ya no he vuelto a encontrar la oración en mi cuarto, pero se quedó ese momento atesorado en mi corazón. Fue un “click”, un tremendo “click” en el que dejé de sentirme sola y varada, sentí que alguien o algo, o Él, me observaba y me acompañaba, que en menos de dos horas había dado respuesta a mis cuestionamientos llenos de ansiedad y de la sensación de estar separada de la vida. Fue tanta mi impresión que leí la oración en varias ocasiones a lo largo del día. Era una oración religiosa, efectivamente, pero conectaba conmigo de una forma muy distinta. Finalmente las palabras de la que fue por mucho tiempo una religión impuesta, cobraron sentido para mí.
Esa oración se convirtió en mi diario. Yo sonreía y sentía paz al repetir esas palabras. Oh, Dios, cuánto me amas. Todo iba a estar bien y todo ha estado bien desde entonces.
Después, un par de eventos, se suscitaron. Tuve la oportunidad de participar activamente en una misa y para mí fue un honor ser escogida, sentí que el mismo Origen me había dado ese regalo, en reconocimiento a mi apertura de visión y a mi regreso al hogar. Ese día descubrí que el significado de aquellas palabras repetidas de forma automática en esas celebraciones, es gigante y valioso, es un himno al amor, cuando bien se sienten y se llevan a cabo. Por primera vez, sentí amor estando en una misa católica.
En estos meses, después de mi cambio de trabajo, me he centrado en albergar esa confianza en la vida, en mis dichas y dolores. Comencé a comprender que todo aquello que sucede en mi exterior me habla de mí misma y no hay más que hacer que entregar todos mis pesares y mis éxitos para que aquel que me da vida los gestione. Yo sola, separada, definitivamente no puedo. Y si hasta hoy he podido, mi trayecto se ha caracterizado por ser sufrido, más allá de ser vivido con disfrute y agradecimiento.
Tantas cosas han pasado en mi vida en estos casi tres meses. Crisis más crisis; desafiando mi confianza y mi unión con la vida. Eventos fuera de mi comprensión, situaciones de sobre exigencia y juicio, gente que he conocido y que creía yo que me lastimaban. Poco a poco cada situación vivida me ha llevado a conectar con quién quiero ser en realidad, alguien que vive confiando en que todo lo que sucede tiene su razón de ser y esa es mi evolución como persona. Todos los días he tenido la oportunidad de volver a elegir cambiar mi percepción y perdonarme, pues si hubiera sabido hacerlo mejor… lo habría hecho. He tenido que vivir en opuestos para poder elegir eventualmente en congruencia con mis valores y mi alma.
Sé que la incertidumbre seguirá presente. Pero ya no estoy sola. La divinidad me acompaña siempre, soy yo la responsable de permitirle manifestarse o mantenerse ahí expectante a mi apertura, para darme las respuestas que necesito y requiero. Dios me habla a diario. En la naturaleza, en la música, en los libros, en la gente, en los gestos de amor y en los que pueden resultar duros…
Nuestra conversación aún no se termina, a penas es el inicio de una plática con intención y eternidad. Sígueme, Dios, estoy lista para ti y para mí contigo.  
Diana. 
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ardea-bennuides · 5 years
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07 de diciembre 2018
Cinco meses de ausencia. En mi último escrito celebraba a la vida y a la magia de las conexiones espontáneas, aunque muy trabajadas. Hablaba de Luna, de lo feliz que me hizo darme cuenta de esa sonrisa y ese brillo en sus ojos por mis acciones infantiles. 
Hoy, con pérdidas familiares. No cercanas, pero de gente a la que también vi envejecer. Siempre parece más significativo ver a un bebé crecer y convertirse en un adulto, pero igual de interesante debería ser ver a alguien atravesar parte de su adultez. 
La muerte. Que me hace reflexionar sobre la vida. ¿Tiene un verdadero sentido estar aquí? ¿Reír y llorar como lo hago? ¿Tiene sentido obsesionarme por hombres que no me quieren o por trabajos poco satisfactorios? ¿Tiene sentido? No lo sé. Percibo un vacío en mi sentido. He construido mi concepto de la vida y de qué la hace valiosa; pero hoy, cuando vi que cerraban esa gabeta, de una forma tan simple y llana, me sentí asustada por lo efímero, por lo puntual, por lo concreto y fácil que nos vamos de aquí. Ese señor, que hizo daño con algunos de sus comentarios a sus allegados, hoy ya no está aquí, y aunque queda en el recuerdo de muchos, lo que él vivió se lo ha llevado en la muerte, quedo solo para él, como un secreto. Me parece grosero terminar así. Tan rápido. Tan simple. Tan súbito. 
Y nuevamente la respuesta parece estar en el valor del presente, que es el único con el que realmente se cuenta. El pasado y el futuro pueden existir en un cuerpo y en una mente, pero no necesariamente en nuestra conciencia, con nuestros cinco sentidos, eso le pertenece al presente. Se vive mejor viviendo el presente plenamente. Pero decirlo es fácil. Hacerlo... es otra cuestión. 
Qué absurdos me parecen mis problemas el día de hoy. Qué incomprensible me parece la vida hoy. No entiendo qué hago aquí. Terminaré también bajo tierra o en un muro de concreto, cubierta por tierra o por cemento. 
Diana.
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ardea-bennuides · 6 years
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08 de Julio 2018
Y “¡Crick! se le cayó un diente.”
Este escrito pretende honrar a esa niña de ocho años, que con su manera singular de mirar, de estirarse sobre su asiento y hacer muecas, de “estornudar” sin cerrar los ojos y darme un beso en la mejilla cada que nos despedíamos, se metió dentro de mí, hasta mi raíz.Y por más que crezca yo, Luna, te llevaré muy dentro de mí.
He vuelto a vivir el proceso de vinculación con otro ser humano, diferente de mí en ciertos aspectos y muy similar en otros. Tu manera de alejarte ante el rechazo, de huir esperando que otros te persigan, de comer con voracidad, de ir al baño para evitar situaciones estresantes, de buscar un disfrute compartido con otro...
Mi Luna, gracias por permitirme conectar contigo. Por regalarme esas sonrisas, imitarme cuando limpiaba las lagrimas de la pequeña lechera, cuando limpiaba su rostro con agua fresca o se peinaba con una larga trenza. Ver la vida en tus ojos, ante esos momentos tan pequeños pero entusiastas, me hacía querer darte más de mí. De la Diana empática y sensible que es capaz de construir alrededor de las necesidades del otro. Mi niña con ojos dulces y sonrisa juguetona, con esa chispa para bailar sin inhibiciones y tocar la flauta con gusto. Mi niña, mi niña de 8 años que demostró que un diagnóstico no limita cuando se trata de conectar con otro ser humano.
Me regalaste ese cierre con tus padres, Tú, ellos y yo leyendo un cuento de un niño al que llevaban al doctor. Fue una manera de mostrarle a ellos lo que logramos construir. Con tensiones, con luchas, con jalones de orejas, con lágrimas, con confusión, pero con mucha satisfacción y momentos amorosos. Gracias, mi Luna bonita. Ojalá el amor te siga toda tu vida.
Yo te llevo dentro, hasta mi raíz y por más que crezca vas a estar aquí. 
Gracias.
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El medio de nuestra conexión. Nunca olvidaré que el ratoncito Pérez logró unirnos en ese salón de segundo B.
Diana.
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ardea-bennuides · 6 years
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2 de Mayo 2018
Duele.
Se nota mucho la indiferencia.
Y cala hasta los huesos sentirla de quién aún despierta calidez en mi corazón.
Por eso me siento tonta.
He esperado tanto; me he esforzado por autorregularme; por comprenderte... me he esforzado tanto por ser mejor en lo nuestro.
No quería que mis errores del pasado volvieran a alcanzarme. Pero parece que algunos de ellos me encontraron tropezando y me han, incluso, rebasado.
El dolor es temporal. Quiero que esta nube de confusión y de malestar pueda disiparse pronto, quisiera que mi energía pudiese centrarse en aquello que me hace bien, no en eso que me vuelve lúgubre y pesimista, “herida”.
La forma en la que se va una persona me muestra quién es realmente. Y lo que hoy veo en él no me gusta, hiere, hace daño, me deja sin energía.
No te quiero, definitivamente ya no te quiero aquí.
En mi corazón.
Diana.
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