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Artaud
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artaudwords · 3 years ago
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Recuerdo Buenos Aires con vos
Recuerdo cada almuerzo compartido. Amaba esperarte con un abrazo después de cada guardia que tenías en el hospital, porque sabía que vendrías destrozada después de tantas horas de guardia y tanta muerte. 2020 fue un año difícil. Por eso cuando me llamaste llorando ese verano diciendo que me necesitabas, decidí dejar todo de lado, mi familia, mis amigos, mi vida, para acompañarte. No lo pensé ni un segundo. Al otro día tenía el pasaje en mano.
Recuerdo San Telmo, nosotros almorzando en el mercadito y luego pasando por la casa donde murió Luca. Esa tarde, inolvidable tarde. Terminamos en Puerto Madero, con el más hermoso paseo y nuestra compañía, no necesitábamos más. No sé cómo, pero terminamos peleados. Odiaba las peleas, solo quería huir cada vez que las teníamos.
Recuerdo esa tarde que salimos a caminar por Flores y terminamos viendo el más hermoso atardecer. Me prometí volver a ese puente donde estuvimos, seguro que recordaré todo de nuevo con la más triste nostalgia.
Recuerdo Caballito y como te encantaba la estética de la infraestructura de ciertas casas, recuerdo esa vez que salimos de un bar y nos pusimos a bailar al ritmo del sonido de la entrada de un garage, lo amé. Al igual que amé la literatura del Parque Rivadavia.
Recuerdo tu adicción a los snacks, sobre todo a los doritos. Tu adicción a las zucaritas. Tu adicción al chipá. Tu adicción al queso. Tu adicción a mis besos. Ohh tus besos, nuestros besos.
Recuerdo cada película que vimos juntos, odiaba que te quedaras dormida, pero comprendía tu cansancio.
Recuerdo la poesía, toda la hermosa poesía compartida.
Recuerdo nuestro mundo de ficciones inventadas, y cómo nos divertíamos.
Recuerdo tu risa.
Recuerdo tantas cosas que podría llenar de palabras este borrador, pero el teclado se convirtió en una laguna de lágrimas y no quiero recordar las lágrimas.
Y después de tanto tiempo, aquí estoy, recordándote.
Tratando de dormir todo lo posible para soñarte.
Y escribiendo estas líneas para sanar y no olvidarte.
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artaudwords · 4 years ago
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CARTA I
Como ando por la casa
diciéndote querido
con fervorosa voz
con desesperación
de que pobre palabra
no alcance a acariciarte
a sacrificar algo
a dar por ti la vida,
querido,
a convocarte,
a hacer algo por esto
por este amor inválido.
Y eso es todo
querido.
Digo querido y veo
tus ojos todavía pegados a mis ojos,
como atados de amor
mirándonos, mirándonos
mientras que nos amábamos,
mirándome tus ojos
tu cara toda
tú,
y era de vida o muerte
estar así
mirarnos.
Y cierro las ventanas diciéndote
querido,
querido y no me importa
que estés en otra cosa
y que ya no te acuerdes.
Yo me estoy detenida
en tu mirar aquél,
en tu mirada aquélla,
en nuestro amor mirándonos
y voy enajenada por la casa
apagando las luces
guardando los vestidos,
pensando en ti
mirándote
sin dejarte caer
anhelándote
amándote
diciéndote querido.
— Idea Vilariño | Carta I
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artaudwords · 5 years ago
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artaudwords · 5 years ago
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artaudwords · 6 years ago
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Domingos
Extrañamente no me gustan los domingos. Me siento en un banco por horas, a ver pasar nubes. Siento vértigo después de estar sentado media hora mirando hacia la nada, pero insisto en la inmovilidad casi absoluta sólo porque es domingo. ¿Lo haría si fuera lunes o quizás martes? No recuerdo suspender mi vida otro día que no fuera domingo. Huele a galletas; siempre creo en el olor de las cosas. Me gusta mucho el olor de las galletas; aun así, no me gustan los domingos y, sin embargo, los domingos huelen a galletas. Antes de todo (de mirar el cielo, de mirar las nubes, de esa inmovilidad de domingo) releía «Opio en las nubes», de Rafael Chaparro. Pensé en Amarilla; en ese amor improrrogable que queda en el alma debido a una honda cicatriz en el alma que no se va, que siempre duele, aunque sea en forma de recuerdo. Siempre pienso en otro yo, en un cielo que existe, en un cielo paralelo donde otro ya ha encontrado quién es y le ha dado sentido a su existencia. A eso he reducido mi esperanza. Creo en los amores fugaces que entregan todo y lo dejan todo. Amores que no pueden durar más que un murmullo de un ”te amo” un fin de semana en un parque de la ciudad. Si permanecen más tiempo, mueren de improvisto una mañana de domingo llevándose la magia consigo. Imagino que no tendrán tiempo para chocolates con la suegra. Cada domingo me siento a ver el atardecer sin propósito. Soy parte de una generación muerta, lo repito todos los domingos. No, quizás no. La generaci��n está bien, más bien el problema soy yo quién da pasos entre la multitud sin saber bien para qué. Todos avanzan sin dudarlo, no hay duda cuando el pie se levanta para dirigirse a alguna parte; sus ojos no titubean, no miran a la izquierda o a la derecha, avanzan sin más en la encrucijada de su destino estando seguros de que el asfalto que pisan es real. Nadie duda que en la mitad puede no haber calle; está ahí, y van sin más. De lunes a sábado, yo voy con la misma seguridad, sin mirar transeúntes. No me detengo en las calles, no juego a dormir en los escalones fríos de la luna; en cambio hoy, cada dos o tres pasos tengo que detenerme, no aguanto las náuseas y me detengo con la estúpida pregunta en la cabeza, en las manos, entre las piernas: ¿Para dónde voy? ¿Quién soy? ¿Por qué soy incapaz de ser feliz? No tengo ni puta idea de para donde voy o para qué me muevo. ¿Quizás para ir a la universidad? ¿Al trabajo? ¿Para encontrar una mujer que me lleve a la felicidad que no busco? Me dan ganas de vomitar. Vuelvo a detenerme. ¿Son las letras las únicas capaces de llevarme a un nuevo mundo? Por Dios, por favor que alguien diga algo, que alguien me hable al oído y repita conmigo mientras contamos hasta tres o hasta cuatro. Que sólo diga muy despacio que todo va a salir bien. Me ahogo. El último cigarrillo se ha acabado. Respiro, respiro. Me siento en la acera de la calle. Alguien me mira, está intentando atravesar mi pecho. Mientras tanto yo estoy doy vueltas en círculo y el maldito mundo se mueve en diagonal hacía el precipicio de miles de pensamientos estrellándose a la velocidad de la luz. Ahora me digo, o le digo a la muchacha que claro, no puede leer mis ojos y tampoco sabe que en mis silencios hay pensamientos (a veces más de los que quisiera). ¿Sabes, linda? Los fines de semana leo a Borges, Sabato, Gabo, Pessoa y otros maestros de la literatura por si quieres un café antes de yo pasar por tus tetas. Maldita sea, me digo, ¿por qué tengo que pensar de forma tan horrible? Pero luego corrijo (mis correcciones son preguntas): ¿Quién dice que pienso horrible? Vuelvo a retractarme: ¿El hecho de pensar es horrible? Vuelvo a levantarme. Tanta seguridad del mundo me hace sentir que mi alma y mi cuerpo son de cristal. Avanzan los carros por la otra acera, las personas se agolpan, el mundo se apaga. Busco una tienda. Alguien tiene que vender cigarrillos. Al fin la señora de siempre en la misma esquina, la saludo, ella no intuye que de nuevo tengo una crisis, ella no ve mis ojos, no escucha mis lamentos de preguntas que se disparan sin querer en la mitad. Enciendo el maldito cigarrillo, miro el cielo y entre el humo y el cielo veo un muchacho corriendo, lleva una rosa, tiene ese brillo en los ojos, esa eternidad que descubre la bondad. Pienso en voz alta: me gustan las rosas; soy cursi. Me niego a reconocerlo; soy duro, de piedra, y todo lo que huela a tradición lo rechazo. Regalar una rosa no es tradición, me digo, en sí las rosas no son pasado ni presente ni futuro, son más bien eternidad. Me doy cuenta este domingo que mi vida es olvidable, pasajera y carente de sentido. Hace mucho tiempo leí el principito de Antoine de Saint-Exupéry. Pensé siempre en la intrascendencia de la belleza y lo pasajero de todo. Ahora, cuando he crecido y mis pasos vacilan, me doy cuenta que es al contrario: acudimos a las cosas eternas que siempre son bellas para inmortalizarnos, como la rosa inmortaliza al principito; el principito no existiría sin la rosa. La belleza nos persigue, por eso los poetas escriben en hojas; su inmortalidad no está en ellos, está más bien en los árboles que murieron para que ellos garabatearan sus rimas, sus dudad y prosas. Quizás el árbol espera, de alguna forma, mejorar el mundo. Tengo escalofrío, vuelvo a pausar el reloj. Para mí, pausar el mundo es tratar de no pensar, esperar a ver la siguiente figura hecha con nubes. A veces las confundo y se convierten en letras que siempre son preguntas sin respuestas. Voy caminando, luego recuerdo que me gusta ver el atardecer los domingos mientras la tierra se desplaza y le vamos dando la espalda al sol. Aún es temprano, quizás las cuatro. Sigue el olor a galletas. El olor a las galletas me recuerda a los domingos. Camino hacia la biblioteca, doy pasos rápidos y furiosos como si me perdiera de algo. Lo cierto es que no tengo rumbo, es decir, nunca lo he tenido, pero los domingos, por alguna extraña razón, se acentúa. Me siento más tonto, no comprendo nada, me imagino que es por las preguntas que no tiene respuesta. Doy una vuelta a la biblioteca. Hace meses que vengo y ya me aprendí la sección de dramas, pero la verdad me gusta ver la gente. Ellos van con la seguridad que yo envidio. Abren libros y se dejan llevar por esos segundos a un mundo ajeno donde seguro serán protagonistas de heroicas batallas y duelos interminables. Pero entonces me canso, no lo entiendo, no entiendo a nadie. No sé bien qué hago aquí. Me desespero. Doy media vuelta. Necesito aire. Otro cigarrillo. Todo en mí tiene que ser contradictorio. Afuera un viento suave mueve mis cabellos. No hay silencio. El ruido del viento acribilla mis tímpanos. Me acuesto y miro al cielo. El cielo se oscurece. Un eterno domingo se cierra ante mis ojos y la luna ilumina con su media sonrisa el pequeño espacio que habito. Me doy cuenta que mis únicas certezas son el olor de las galletas y que mis pies no tienen rumbo. Carezco de futuro y de pasado porque lo olvidé. Ya sólo tengo presente que me alimenta con falsas caricias de invierno. Afortunadamente ya está anocheciendo. Ahora vuelvo a ser yo. Camino sin vacilar, pienso mientras me río. No me gustan los domingos y, sin embargo, huelen a galletas.
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artaudwords · 6 years ago
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En la torre de Babel
—¿Qué hora es? —Sí, soy feliz, y sólo me falta un cascabel en el cuello que te tintinee cuando duermas.
—¿Entonces, no escuchaste la tormenta? El viento ha sacudido  el muro; la torre ha bostezado, como un león, con su gran puerta de goznes chirriantes.
—¿No lo recuerdas? Llevabas un sencillo vestido gris abrochado en el hombro.
—E inmediatamente después el cielo se rompió en mil destellos.
—¿Cómo iba a entrar? ¡No estabas sola!
—De repente, vi los colores anteriores a la existencia de la vista.
—Lástima que no puedas prometerlo.
—Tienes razón, probablemente fue un sueño.
—¿Por qué mientes, por qué me llamas con su nombre, la amas todavía?
—Oh, sí, me gustaría que te quedaras conmigo.
—No siento rencor, tendría que haberlo imaginado.
—¿Sigues pensando en él?
—No, no estoy llorando.
—¿ Y eso es todo?
—A nadie como a ti.
—Por lo menos eres sincera.
—Podés estar tranquilo, me iré de la ciudad.
—Tranquila, me voy de aquí.
—Tienes unas manos tan preciosas…
—Es una vieja historia, el filo pasó sin lesionar el hueso.
—De nada, querido, de nada.
—No sé, ni quiero saber, qué hora es.
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artaudwords · 6 years ago
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“Él mismo dice que le gustaría creer. Entonces, ¿por qué no cree? Seguramente porque piensa demasiado. Y piensa demasiado por culpa de la soledad. Está todo el tiempo solo.”
— Lev N. Tolstói. Anna Karénina. (via el-jujeniodeletras)
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artaudwords · 7 years ago
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Julio Cortázar. Aquí habrá pocas palabras. Poemas inéditos. [26]
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artaudwords · 7 years ago
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La magdalena de Proust
Considero muy razonable la creencia céltica de que las almas de los seres perdidos están sufriendo cautiverio en el cuerpo de un ser inferior,un animal, un vegetal o una cosa inanimada; perdidas para nosotros hasta el día, que para muchos nunca llega. en que suceda que pasamos al lado del árbol, o que entramos en posesión del objeto que les sirve de cárcel. Entonces se estremecen, nos llaman, y en cuanto las reconocemos se rompe el maleficio. Y liberadas por nosotros, vencen a la muerte y tornan a vivir en nuestra compañía.
Así ocurre con nuestro pasado. Es trabajo perdido el querer evocarlo, e inútiles todos los afanes de nuestra inteligencia. Ocúltase fuera de su dominios y de su alcance, en un objeto material (en la sensación que ese objeto material nos daría) que no sospechamos.
Y del azar depende que nos encontremos con ese objeto ante de que nos llegue la muerte, o que no lo encontremos nunca.
Hacía ya muchos años que no existía para mí de Combray más que el escenario y el drama del momento de acostarme, cuando un día de invierno, al volver a casa, mi madre, viendo que yo tenía frío, me propuso que tomara, en contra de mi costumbre, una taza de té. Primero dije que no; pero luego, sin saber por qué, volví de mi acuerdo. Mandó mi madre por uno de esos bollos, cortos y abultados, que llaman magdalenas, que parece que tienen por molde una valva de concha de peregrino. Y muy pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios unas cucharadas de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago, con las miga del bollo, tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba. Y él me convirtió las vicisitudes de la vida en indiferentes, sus desastres en inofensivos y su brevedad en ilusoria, todo del mismo modo que opera el amor, llenándose de una esencia preciosa; pero, mejor dicho, esa esencia no es que estuviera en mí, es que era yo mismo. Dejé de sentirme mediocre, contingente y mortal. ¿De dónde podría venirme aquella alegría tan fuerte? Me daba cuenta de que iba unida al sabor del té y del bollo, pero le excedía en, mucho, y no debía de ser de la misma naturaleza. ¿De dónde venía y qué significaba? ¿Cómo llegar a aprehenderlo? Bebo un segundo trago, que no me dice más que el primero; luego un tercero, que ya me dice un poco menos. Ya es hora de pararse, parece que la virtud del brebaje va aminorándose. Ya se ve claro que la verdad que yo busco no está en él, sino en mí. El brebaje la despertó, pero no sabe cuál es y lo único que puede hacer es repetir indefinidamente, pero cada vez con menos intensidad, ese testimonio que no sé interpretar y que quiero volver a pedirle dentro de un instante y encontrar intacto a mi disposición para llegar a una aclaración decisiva. Dejo la taza y me vuelvo hacia mi alma. Ella es la que tiene que dar con la verdad. ¿Pero cómo? Grave incertidumbre ésta, cuando el alma se siente superada por sí misma, cuando ella, la que busca, es juntamente el país oscuro por donde ha de buscar, sin que le sirva para nada su bagaje. ¿Buscar? No sólo buscar, crear. Se encuentra ante una cosa que todavía no existe y a la que ella sola puede dar realidad, y entrarla en el campo de su visión.
Y otra vez me pregunto: ¿Cuál puede ser ese desconocido estado que no trae consigo ninguna prueba lógica, sino la evidencia de su felicidad, y de su realidad junto a la que se desvanecen todas las restantes realidades? Intento hacerlo aparecer de nuevo. Vuelvo con el pensamiento al instante en que tome la primera cucharada de té. Y me encuentro con el mismo estado, sin ninguna claridad nueva. Pido a mi alma un esfuerzo más; que me traiga otra vez la sensación fugitiva. Y para que nada la estorbe en ese arranque con que va a probar captarla, aparta de mí todo obstáculo, toda idea extraña, y protejo mis oídos y mi atención contra los ruidos de la habitación vecina. Pero como siento que se me cansa el alma sin lograr nada, ahora la fuerzo, por el contrario, a esa distracción que antes le negaba, a pensar en otra cosa, a reponerse antes de la tentativa suprema. Y luego, por segunda vez, hago el vacío frente a ella, vuelvo a ponerla cara a cara con el sabor reciente del primer trago de té, y siento estremecerse en mí algo que se agita, que quiere elevarse; algo que acaba de perder ancla a una gran profundidad, no sé qué, pero que va ascendiendo lentamente; percibo la resistencia y oigo el rumor de las distancias que va atravesando.
Indudablemente, lo que así palpita dentro de mi ser será la imagen y el recuerdo visual que, enlazado al sabor aquel, intenta seguirlo hasta llegar a mí. Pero lucha muy lejos, y muy confusamente; apenas si distingo el reflejo neutro en que se confunde el inaprensible torbellino de los colores que se agitan; pero no puedo discernir la forma, y pedirle, como a único intérprete posible, que me traduzca el testimonio de su contemporáneo, de su inseparable compañero el sabor, y que me enseñe de qué circunstancia particular y de qué época del pasado se trata. ¿Llegará hasta la superficie de mi conciencia clara ese recuerdo, ese instante antiguo que la atracción de un instante idéntico ha ido a solicitar tan lejos, a conmover y alzar en el fondo de mi ser? No sé. Ya no siento nada, se ha parado, quizá desciende otra vez, quién sabe si tornará a subir desde lo hondo de su noche. Hay que volver a empezar una y diez veces, hay que inclinarse en su busca. Y a cada vez esa cobardía que nos aparta de todo trabajo dificultoso y de toda obra importante, me aconseja que deje eso y que me beba el té pensando sencillamente en mis preocupaciones de hoy y en mis deseos de mañana, que se dejan rumiar sin esfuerzo.
Y de pronto el recuerdo surge. Ese sabor es el que tenía el pedazo de magdalena que mi tía Leoncia me ofrecía, después de mojado en su infusión de té o de tilo, los domingos por la mañana en Combray (porque los domingos yo no salía hasta la hora de misa), cuando iba a darle los buenos días a su cuarto. Ver la magdalena no me había recordado nada, antes de que la probara; quizá porque, como había visto muchas, sin comerlas, en las pastelerías, su imagen se había separado de aquellos días de Combray para enlazarse a otros más recientes; ¡quizá porque de esos recuerdos por tanto tiempo abandonados fuera de la memoria no sobrevive nada y todo se va desagregando!; las formas externas también aquella tan grasamente sensual de la concha, con sus dobleces severos y devotos., adormecidas o anuladas, habían perdido la fuerza de expansión que las empujaba hasta la conciencia. Pero cuando nada subsiste ya de un pasado antiguo, cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, solos, más frágiles, más vivos, más inmateriales, más, persistentes y más fieles que nunca, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan, y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo, y soportan sin doblegarse en su impalpable gotita el edificio enorme del recuerdo.
En cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado en tilo que mi tía me daba (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar porqué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina, y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a hacer recados, y los caminos que seguíamos cuando había buen tiempo. Y como ese entretenimiento de los japoneses que meten en un cacharro de porcelana pedacitos de papel, al parecer, informes, que en cuanto se mojan empiezan a estirarse, a tomar forma, a colorearse y a distinguirse, convirtiéndose en flores, en casas, en personajes consistentes y cognoscibles, así ahora todas las flores de nuestro jardín y las del parque del señor Swann y las ninfeas del Vivonne y las buenas gentes del pueblo y sus viviendas chiquitas y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té.
#Proust #Enbuscadeltiempoperdido #Porelcaminodeswann #Magdalena
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artaudwords · 7 years ago
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Hacia un nuevo modo de ser
Prisioneros en la trivialidad de la existencia cotidiana, las masas viven bajo el imperio impersonal del “das man”: yo me veo obligado a trabajar, a vivir e incluso a sostener determinados puntos de vista porque así se trabaja, se vive y se piensa” (Heidegger). Pero llegará el día en que ese modo de vida sea reconocida como lo que es: una tiranía, y la más mediocre que hubo nunca, la tiranía de la servidumbre, la cual reprime a las personas de toda aspiración a ser, la cual marchita a las personas en la negación de sus posibilidades, producto del devenir de su existencia en imposiciones económicas/sociales.
Por eso se ha vuelto revolucionario reformular los principios sobre los cuales se funda toda experiencia humana. Pero para ello hace falta evocar inmediatamente el declive de la sociedad mercantil, hace falta un momento de verdad que ponga por fin término a la irrealidad de un mundo de mentiras... la verdad debe ser dicha, el viejo mundo debe volar en pedazos.
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artaudwords · 7 years ago
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“Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy.”
— Alejandra Pizarnik
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artaudwords · 7 years ago
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“Marie: te amo; eres muy buena conmigo. Pero debo irme, no sé exactamente por qué; estoy loco supongo. Adiós.”
— Charles Bukowski
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artaudwords · 7 years ago
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Yo no quiero ser recuerdo
A la mierda el conformismo:
yo no quiero ser recuerdo. Quiero ser tu amor imposible, tu dolor no correspondido, tu musa más puta, el nombre que escribas en todas las camas que no sean la mía, quien maldigas en tus insomnios quien ames con esa rabia que solo da el odio.
Yo no quiero que me digas que mueres por mí, quiero hacerte vivir de amor, sobre todo cuando llores, que es cuando más viva eres.
Yo no quiero que tu mundo se dé la vuelta cada vez que yo me marche, quiero que darte la espalda solo signifique libertad para tus instintos más primarios.
Yo no quiero quitarte las penas y condenarte, quiero ser la única de la que dependa tu tristeza porque esa sería la manera más egoísta y valiente de cuidar de ti.
Yo no quiero hacerte daño, quiero llenar tu cuerpo de heridas para poder lamerte después, y que no te cures para que no te escueza.
Yo no quiero dejar huella en tu vida, quiero ser tu camino, quiero que te pierdas, que te salgas, que te rebeles, que vayas a contracorriente, que no me elijas, pero que siempre regreses a mí para encontrarte.
Yo no quiero prometerte, quiero darte sin compromisos ni pactos, ponerte en la palma de la mano el deseo que caiga de tu boca sin espera, ser tu aquí y ahora.
Yo no quiero que me eches de menos, quiero que me pienses tanto que no sepas lo que es tenerme ausente.
Yo no quiero ser tuya ni que tú seas mía, quiero que pudiendo ser con cualquiera nos resulte más fácil ser con nosotras.
Yo no quiero quitarte el frío, quiero darte motivos para que cuando lo tengas pienses en mi cara y se te llene el pelo de flores.
Yo no quiero viernes por la noche, quiero llenarte la semana entera de domingos y que pienses que todos los días son fiesta y están de oferta para ti.
Yo no quiero tener que estar a tu lado para no faltarte, quiero que cuando creas que no tienes nada te dejes caer, y notes mis manos en tu espalda sujetando los precipicios que te acechen, y te pongas de pie sobre los míos para bailar de puntillas en el cementerio y reírnos juntas de la muerte.
Yo no quiero que me necesites, quiero que cuentes conmigo hasta el infinito y que el más allá una tu casa y la mía.
Yo no quiero hacerte feliz, quiero darte mis lágrimas cuando quieras llorar y hacerlo contigo, regalarte un espejo cuando pidas un motivo para sonreír, adelantarme al estallido de tus carcajadas cuando la risa invada tu pecho, invadirlo yo cuando la pena atore tus ojos.
Yo no quiero que no me tengas miedo, quiero amar a tus monstruos para conseguir que ninguno lleve mi nombre.
Yo no quiero que sueñes conmigo, quiero que me soples y me cumplas.
Yo no quiero hacerte el amor, quiero deshacerte el desamor.
Yo no quiero ser recuerdo, mi amor, quiero que me mires y adivines el futuro.
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artaudwords · 7 years ago
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Ven a vivir conmigo. Tendremos todos los libros de poesía que existen en el mundo. Toda la música, y diremos tantos poemas que nuestras lenguas se incendiarán como rosas.
Alejandra Pizarnik (via nirvanamartinz)
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artaudwords · 7 years ago
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artaudwords · 7 years ago
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Prosa de vacaciones
La playa pequeña, que forma una bahía pequeñísima, excluida del mundo por dos promontorios en miniatura, era, durante aquellas vacaciones de tres días, mi retiro de mí mismo. Se bajaba a la playa por una escalera tosca que empezaba, arriba, en escalera de madera, y hacia la mitad se convertía en escalones tallados en la roca, con pasamanos de hierro ferrugiento. Y, siempre que yo bajaba la escalera vieja, y sobre todo de la piedra a los pies para abajo, salía de mi propia existencia y me encontraba. 
Dicen los ocultistas, o algunos de ellos, que hay momentos supremos del alma en que ésta recuerda, con la emoción o con parte de la memoria, un momento, o un aspecto, o una sombra de una encarnación anterior. Y entonces, como regresa a un tiempo que está más cerca que su presente del origen y comienzo de las cosas, siente, en cierto modo, una infancia y una liberación. 
Se diría que, bajando aquella escalera poco usada ahora, y entrando lentamente en la playa pequeña siempre desierta, empleaba yo un procedimiento mágico para encontrarme más cerca de la mónada posible que soy. Ciertos modos y aspectos de mi vida cotidiana – representados en mis ser constante por deseos, repugnancias, preocupaciones – desaparecían de mí como emboscados de la ronda, se apagaban en las sombras hasta no percibirse lo que eran, y yo accedía a un estado de distancia íntima en que se me hacía difícil acordarme de ayer, o conocer como mío al ser que en mí está vivo todos los días. Mis emociones de constantemente, mis hábitos regularmente irregulares, mis conversaciones con otros, mis adaptaciones a la constitución social del mundo, todo esto me parecía cosas leídas en alguna parte, páginas inertes de una biografía impresa, pormenores de una novela cualquiera, en aquellos capítulos intervalares que leemos pensando en otra cosa, y el hilo de la narración se afloja hasta serpentear por el suelo. 
Entonces, en la playa rumorosa sólo de las olas propias, o del viento que pasaba alto, como un gran avión inexistente, me entregaba a una nueva especie de sueños: cosas informes y suaves, maravillas de la impresión profunda, sin imágenes, sin emociones, limpias como el cielo y las aguas, y sonando, como las volutas al desenredarse del mar que se alza del fondo de una gran verdad; trémulamente de un azul oblicuo a lo lejos, verdeciendo a la llegada con transparencias de otros tonos verdes sucios, y, después de romper, crujiendo, los mil brazos deshechos, y desalargarlos en arena amorenada, y espuma desbabada, que congrega en sí todas las resacas, los regresos a la libertad del origen, las añoranzas divinas, las memorias, como ésta, que informemente no me dolía, de un estado anterior, o feliz por bueno o por otro, un cuerpo de añoranza con alma de espuma, el reposo, la muerte, el todo o nada que rodea como un mar grande a la isla de náufragos que es la vida. 
Y yo dormía sin sueño, desviado de lo que veía sintiendo, crepúsculo de mí mismo, ruido de agua entre árboles, calma de los grandes ríos, frescura de las tardes tristes, lento jadear del pecho blanco del sueño infantil de la contemplación.
Pessoa.
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artaudwords · 8 years ago
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Sala de psicopatología
Después de años en Europa Quiero decir París, Saint-Tropez, Cap St. Pierre, Provence, Florencia, Siena, Roma, Capri, Ischia, San Sebastián, Santillana del Mar, Marbella, Segovia, Ávila, Santiago,                   y tanto                   y tanto                   por no hablar de New York y el del West Village con ras- tros de muchachas estranguladas                  -quiero que me estrangule un negro -dijo -lo que querés es que te viole -dije (¡oh Sigmund! con vos se acabaron los hombres del mercado matrimonial que frecuenté en las mejores playas de Europa)   y como soy tan inteligente que ya no sirvo para nada,   y como he soñado tanto que ya no soy de este mundo,   aquí estoy, entre las inocentes almas de la sala 18,   persuadiéndome día a día   de que la sala, las almas puras y yo tenemos sentido, tenemos des- tino,   -una señora originaria del más oscuro barrio de un pueblo que no figura en el mapa dice: -El doctor me dijo que tengo problemas. Yo no sé. Yo Tengo algo aquí (se toca las tetas) y unas ganas de llorar que mama mía. Nietzsche: "Esta noche tendré una madre o dejaré de ser." Strindberg: "El sol, madre, el sol." P. Eluard: "Hay que pegar a la madre mientras es joven." Sí, señora, la madre es un animal carnívoro que ama la vegetación lujuriosa. A la hora que la parió abre las piernas, ignorante del sentido de su posición destinada a dar a luz, a tierra, a fuego, a aire,     pero luego una quiere volver a entrar en esa maldita concha,     después de haber intentado nacerse sola sacando mi cabeza por mi útero     (y como no puede, busco morir y entrar en la pestilente guarida de la oculta ocultadora cuya función es ocultar)      hablo de la concha y hablo de la muerte,      todo es concha, yo he lamido conchas en varios países y sólo sentí orgullo por mi virtuosismo -la mahtma gandhi del lengüeteo, la Ein- stein de la mineta, la Reich del lengüetazo, la Reik del abrirse camino entre pelos como de rabinos desaseados -¡oh el goce de la roña!
     Ustedes, los mediquitos de la 18 son tiernos y hasta besan al lepro- so, pero       ¿se casarían con el leproso?       Un instante de inmersión en lo bajo y en lo oscuro,       sí de eso son capaces,       pero luego viene la vocecita que acompaña a los jovencitos como ustedes:      -¿Podrías hacer un chiste con todo esto, no?      Y       sí,       aquí en el Pirovano       hay almas que NO SABEN       por qué recibieron la visita de las desgracias.       Pretenden explicaciones lógicas los pobres pobrecitos, quieren que  la sala -verdadera pocilga- esté muy limpia, porque la roña les da te-  rror, y el desorden, y la soledad de los días habitados por anti-  guos fantasmas emigrantes de las maravillosas e ilícitas pasiones de la  infancia.       Oh, he besado tantas pijas para encontrarme de repente en una sala  llena de carne de prisión donde las mujeres vienen y van hablando de  la mejoría.  Pero   ¿qué cosa curar?  Y ¿por dónde empezar a curar?  Es verdad que la psicoterapia en su forma exclusivamente verbal es casi tan bella como el suicidio.  Se habla.  Se amuebla el escenario vacío del silencio.  O, si hay silencio, éste se vuelve mensaje.  -¿Por qué está callada? ¿En qué piensa?  No pienso, al menos no ejecuto lo que llaman pensar. Asisto al ina- gotable fluir del murmullo. A veces -casi siempre- estoy humeda. Soy una perra, a pesar de Hegel. Quisiera un tipo con una pija así y coger- me a mí y dármela hasta que acabe viendo curanderos (que sin duda me la chuparán) a fin de que me exorcisen y me procuren una buena frigidez.   Húmeda.   Concha de corazón de criatura humana,   corazón que es un pequeño bebé inconsolable,   "como un niño de pecho he acallado mi alma" (Salmo)   Ignoro qué hago en la sala 18 salvo honrarla con mi presencia prestigiosa (si me quisiera un poquito me ayudarían a anularla)   oh no es que quiera coquetear con la muerte   yo quiero solamente poner fin a esta agonía que se vuelve ridícula a fuerza de prolongarse,  (Ridículamente te han adornado para este mundo -dice una voz apiadada de mí)  Y  Que te encuentres con vos misma -dijo.  Y yo dije:  Para reunirme con el migo de conmigo y ser una sola y misma enti- dad con él tengo que matar al migo para que así se muera el con y, de de este modo, anulados los contrarios, la dialéctica supliciante finaliza en la fusión de los contrarios.  El suicidio determina  un cuchillo sin hoja  al que le falta el mango.  Entonces:  adiós sujeto y objeto,  todo se unifica como en otros tiempos, en el jardín de los cuentos para niños lleno de arroyuelos de frescas aguas prenatales,  ese jardín es el centro del mundo, es el lugar de la cita, es el espacio vuelto tiempo y el tiempo vuelto lugar, es el alto momento de la fusión y del encuentro,   fuera del espacio profano en donde el Bien es sinónimo de evolu- ción de sociedades de consumo,   y lejos de los enmierdantes simulacros de medir el tiempo median- te relojes, calendarios y demás objetos hostiles,   lejos de las ciudades en las que se compran y se vende (oh, en ese jar- dín para la niña que fui, la pálida alucinada de los suburbios malsanos por los que erraba del brazo de las sombras: niña, mi querida niña que no has tenido madre (ni padre, es obvio)   De modo que arrastré mi culo hasta la sala 18,   en la que finjo creer que mi enfermedad de lejanía, de separación de absoluta NO-ALIANZA con Ellos   -Ellos son todos y yo soy yo-   finjo, pues, que logro mejorar, finjo creer a estos muchachos de buena voluntad (¡oh, los buenos sentimientos!) me podrán ayudar,   pero a veces -a menudo- los recontraputeo desde mis sombras in- teriores que estos mediquillitos jamás sabrán conocer (la profundidad, cuanto más profunda, más indecible) y los puteo por que evoco a mi amado viejo, el Dr. Pichon R., tan hijo de puta como nunca lo será nin- guno de los mediquitos (tan buenos, hélas!) de esta sala,   pero mi viejo se me muere y éstos hablan y, lo peor, éstos tienen cuerpos nuevos, sanos (maldita palabra) en tanto mi viejo agoniza en la miseria por no haber sabido ser un mierda práctico, por haber afron- tado el terrible misterio que es la destrucción de un alma, por haber hurgado en lo oculto como un pirata -no poco funesto pues las mone- das de oro del inconsciente llevaban carne de ahorcado, y en un recin- to lleno de espejos rotos y sal volcada-   viejo remaldito, especie de aborto pestífero de fantasmas sifilíticos, cómo te adoro en tu tortuosidad solamente parecida a la mía,   y cabe decir que siempre desconfié de tu genio (no sos genial; sos un saqueador y un plagiario) y a la vez te confié,   oh, es a vos que mi tesoro fue confiado,   te quiero tanto que mataría a todos estos médicos adolescentes para darte a beber de su sangre y que vos vivas un minuto, un siglo más,   (vos, yo, a quienes la vida no nos merece)   Sala 18   cuando pienso en laborterapia me arrancaría los ojos en una casa en ruinas y me los comería pensando en mis años de escritura continua,   15 ó 20 horas escribiendo sin cesar, aguzada por el demonio de las analogías, tratando de configurar mi atroz materia verbal errante,   porque -oh viejo hermoso Sigmund Freud- la ciencia psicoanalíti- ca se olvidó la llave en algún lado:   abrir se abre   pero ¿cómo cerrar la herida?   El alma sufre sin tregua, sin piedad, y los malos médicos no resta- ñan  la herida que supura.   El hombre está herido por una desgarradura que tal vez, o segura- mente, le ha causado la vida que nos dan.   "Cambiar la vida" (Marx)   "Cambiar el hombre" (Rimbaud)   Freud:   "La pequeña A. está embellecida por la desobediencia", (Cartas...)   Freud: poeta trágico. Demasiado enamorado de la poesía clásica. Sin duda, muchas claves las extrajo de "los filósofos de la naturaleza", de "los románticos alemanes" y, sobre todo, de mi amadísimo Lich- tenberg, el genial físico y matemático que escribía en su Diario cosas como:   "Él le había puesto nombre a sus dos pantuflas"   Algo solo estaba, ¿no?   (Oh, Lichtenberg, pequeño jorobado, yo te hubiera amado!)   Y a Kierkegaard   Y a Dostoyevski   Y sobre todo a Kafka   a quien le paso lo que a mí, si bien él era púdico y casto   -"¿Qué hice del don del sexo?" -y yo soy una pajera como no exis- te otra;   pero le pasó (a Kafka) lo que a mí:   se separó   fue demasiado lejos en la soledad   y supo -tuvo que saber-   que de allí no se vuelve   se alejo -me alejé-  no por desprecio (claro es que nuestro orgullo es infernal)  sino porque una es extranjera  una es de otra parte,  ellos se casan,  procrean,  veranean,  tienen horarios,  no se asustan por la tenebrosa  ambigüedad del lenguaje  (no es lo mismo decir Buenas noches que decir Buenas noches)  El lenguaje  -yo no puedo más,  alma mía, pequeña inexistente,  decidíte;  te la picás o te quedás,  pero no me toques así,  con pavura, con confusión,  o te vas o te la picás,  yo, por mi parte, no puedo más.
Pizarnik.
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