Y no quiero darle forma a la vida porque la existencia ya existe. Existe como un suelo en el que todos avanzamos. Sin una palabra de amor. Sin una palabra. Pero tu placer entiende al mÃo.
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Sin guardar nada para el dÃa siguiente, allà mismo ofrecà lo que sentÃa a aquello que me hacÃa sentir.
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Todo frente a nosotros. Todo limpio del retorcido deseo humano. Todo como es, no como quisiéramos. Existiendo solamente, y todo. Asà como existe un campo. Asà como las montañas. Asà como los hombres y mujeres, y no como nosotros, los ávidos. Asà como un sábado. Asà como sólo existe. Existe.
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[...] a cada uno de nosotros le gustaba demasiado el sábado como para malgastarlo con gente no querida. Cada quien habÃa sido feliz alguna vez y se habÃa quedado con la marca del deseo. [...] allà estábamos, atrapados, como si nuestro tren se hubiera descarrilado y nos viéramos obligados a pernoctar entre extraños. Nadie allà me querÃa, yo no querÃa a nadie. En cuanto a mi sábado [...] hubiera preferido, en vez de malgastarlo, estrecharlo en mi mano dura, donde lo arrugarÃa como un pañuelo. [...] No quiero estar contigo, decÃa nuestra mirada sin humedad, y exhalábamos despacio el humo de cigarros secos. La mezquindad de no repartir el sábado nos corroÃa poco a poco y avanzaba como un óxido, tanto que cualquier alegrÃa habrÃa sido un insulto a la alegrÃa mayor.
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Aturdido por dos nostalgias enfrentadas como dos espejos, perdió su maravilloso sentido de la irrealidad, hasta que terminó por recomendarles a todos que se fueran de Macondo, que olvidaran todo cuanto él les habÃa enseñado del mundo y del corazón humano, que se cagaran en Horacio, y que en cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre que el pasado era mentira, que la memoria no tenÃa caminos de regreso, que toda primavera antigua era irrecuperable, y que el amor más desatinado y tenaz era de todos modos una verdad efÃmera.
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Ambos descubrieron al mismo tiempo que allà siempre era marzo y siempre era lunes, y entonces comprendieron que José Arcadio BuendÃa no estaba tan loco como contaba la familia, sino que era el único que habÃa dispuesto de bastante lucidez para vislumbrar la verdad de que también el tiempo sufrÃa tropiezos y accidentes, y podÃa por tanto astillarse y dejar en un cuarto una fracción eternizada.
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El ánimo de su corazón invencible la orientaba en las tinieblas.
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Poco a poco, sin embargo, y a medida que la guerra se iba intensificando y extendiendo, su imagen se fue borrando en un universo de irrealidad. Los puntos y rayas eran cada vez más remotos e inciertos, y se unÃan y combinaban para conformar palabras que paulatinamente fueron perdiendo todo sentido.
–Gabriel GarcÃa Márquez en Cien años de soledad
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No sintió miedo, ni nostalgia, sino una rabia intestinal ante la idea de que aquella muerte artificiosa no le permitirÃa conocer el final de tantas cosas que dejaba sin terminar.
–Gabriel GarcÃa Márquez en Cien años de soledad
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Desde el principio de la adolescencia, cuando empezó a ser consciente de sus presagios, pensó que la muerte habÃa de anunciarse con una señal definida, inequÃvoca, irrevocable, pero la faltaban pocas horas para morir y la señal no llegaba.
–Gabriel GarcÃa Márquez en Cien años de Soledad
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En realidad no le importaba la muerte sino la vida, y por eso la sensación que experimentó cuando pronunciaron la sentencia no fue una sensación de miedo sino de nostalgia.
–Gabriel GarcÃa Márquez en Cien años de soledad
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La casa se llenó de amor. Aureliano lo expresó en versos que no tenÃan principio ni fin. Los escribÃa en los ásperos pergaminos que le regalaba MelquÃades, en las paredes del baño, en la piel de sus brazos, y en todos aparecÃa Remedios transfigurada: Remedios en el aire soporÃfero de la tarde, Remedios en la callada respiración de las rosas, Remedios en la clepsidra secreta de las polillas, Remedios el el vapor del pan al amanecer, Remedios en todas partes y Remedios para siempre.
-Gabriel GarcÃa Márquez en Cien años de soledad
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todo continúa como lo dejaste, el mismo desorden, la misma forma que tú usabas para arreglar la cama, el cigarrillo que nunca te fumaste, el mismo deseo de abrazar tu cuerpo, sintiendo que no existe más tiempo que el nuestro, que muere y renace con la misma facilidad y armonÃa con que despertaban nuestros cuerpos al contacto de una simple caricia.Â
-Carlos Pizarro, de su puño y letra
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people deserve your whole heart, Otis. if you can't give them that, it's better they know. it's the kinder thing to do.
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Era necesario evitar a toda costa que esa tendencia analÃtica, que acababa reduciendo el mundo a mÃseros elementos cuantitativos, me afectara. TenÃa que reaccionar. QuerÃa ver si la grisura de sus palabras podÃa empañar mis veintidós años y aquella clara tarde de verano.
—Clarice Lispector en Historia Interrumpida
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Un dÃa de verano abrà la ventana de par en par. Me pareció que el jardÃn se habÃa metido en la sala. TenÃa veintidós años y sentÃa la naturaleza en cada una de mis fibras. HacÃa un dÃa lindo. Un sol suavecito, como nacido en ese instante, cubrÃa las flores y la hierba. Eran las cuatro de la tarde. Alrededor, el silencio.
—Clarice Lispector en Historia Interrumpida
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de madrugada, mirando al sol
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