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Por fin se había dado cuenta de dónde se encontraba; la enfermería del orfanato. Odiaba aquél sitio... Durante el curso escolar se pasaba la mayoría del tiempo ahí metida, si no era por una «caída», era por un «tropiezo». O al menos eso era lo que le decía al médico que la atendía. Ahora, ese hombre estaba mirándola con una expresión que le costaba entender... ¿Se puede tener miedo e interés al mismo tiempo? La monja, nada más ver como los ojos de Sophia se abrían, retrocedió hacia atrás con rápidez. —Doctor... ¿esto es cosa del demonio? Susurró aquella mujer, sin importarle ni por un instante que la pequeña estuviese escuchándolo todo. —No sabría que contestarle, hermana... No tiene explicación científica alguna. Su temperatura corporal es mucho más baja que la de una persona con hipotermia; debería estar muerta, pero sus constantes son normales y su corazón sigue latiendo. Sophia les miraba atónita, ¿estaban hablando de ella? intentó mover sus brazos, sin éxito, fue entonces cuando se dio cuenta de que la habían atado a la cama. —¿Por qué estoy atada? ¡Quitadme las sujeciones! Comenzó a mover sus brazos y piernas, intentanzo zafarse de aquellas correas que rodeaban sus muñecas y sus tobillos. Su corazón latía cada vez más rápido, los nervios empezaban a apoderarse de ella. —Tranquila Sophia, es... es por tu bien. El doctor intentaba calmarla pero su expresión había cambiado; había borrado todo el interés que reflejaba, ahora solo parecía aterrorizado. La joven no paró de moverse, ni siquiera cuando las correas comenzaron a rozar su piel y dejarle marcas y heridas. De sus ojos volvían a brotar lágrimas; parecía que todo lo que no había llorado durante el año, se desbordaba estos dos días. Y de nuevo esa sensación... tristeza, frío... La temperatura de la sala descendía muy rápidamente, fue entonces cuando Sophia pudo observar como el doctor también se alejaba de ella. Sin ni siquiera saber cómo, congeló las ataduras que la agarraban, y se zafó de ellas con suma facilidad. —No... me vuelvan... a atar. Fueron las últimas palabras que salieron de sus labios antes de desmayarse de nuevo. Al abrir los ojos ya no estaba en la enfermería. Aquella habitación era desconocida para ella, nunca antes la había visto. Había una cama (bastante amplia), una pequeña estantería con libros y dos puertas; una daba a un pequeño cuarto de baño, y la otra estaba cerrada con llave, impidiendo de ese modo que Sophia saliese de la estancia. Perdió la cuenta de los días que pasó allí encerrada. Alguien le llevaba la comida a diario, pasándosela por una pequeña trampilla, pero ni siquiera hablaba, o contestaba sus preguntas... Creía que se iba a volver loca ahí dentro, hasta que un buen día la puerta se abrió. Tras ella estaba el doctor. —Acompañame Sophia, alguien quiere verte. La pequeña no sabía como actuar, ahora la asustada era ella. Se puso los zapatos y siguió al hombre, como este le había pedido, hasta una amplia sala con la mesa más larga que creía haber visto nunca. —Siéntate ahí y espera, por favor. Sophia obedeció y se sentó al final de la mesa, con la cabeza gacha, mirándose las manos con nerviosismo. Escuchó como una puerta se abría, y el taconeo de dos mujeres acercándose a ella. —Skyler, esta es Sophie. Es la chica de la que te hablaba. Dijo una de ellas, mientras la otra se acercaba más a la joven. Esta, levantó su cabeza para observar a la desconocida que se le aproximaba; era muy alta, delgada y tenía su mismo pelo rojo. Se paró a su lado, agachándose y poniéndose a su altura mientras buscaba algo dentro de su bolsillo. —Puedes llamarme Sky, ten. La pelirroja le estaba tendiendo una piruleta... ¡Hacía ya un año que no probaba una! Algo más tranquila, cogió aquello que le ofrecía y se lo llevó a la boca, atreviendose a hablar. —Pero... ¿tú que haces aquí? La curiosidad le podía; había veces que personas, completamente desconocidas, visitaban a los niños de aquél centro, sobre todo en esas fechas. De vez en cuando incluso se los llevaban para que pasaran unas buenas navidades, y el día siete de enero, volvían al orfanato. —Bueno, digamos que eres una chica diferente, Sophia. Pero te pareces más a mi que al resto. La pequeña sonrió, notando por primera vez en mucho tiempo como el calor recorría su cuerpo y llegaba a sus mejillas, las cuales se tiñeron de rojo pocos segundos después. —¿Eso significa que vas a venir a verme? Skyler negó varias veces con su cabeza, y Sophia pudo notar como su sonrisa se ampliaba. —Eso significa que te vienes a vivir conmigo. Los ojos de la joven se abrieron como platos ante aquellas palabras, y no pudo evitar echarse a llorar. Pero esta vez era diferente; no lloraba de tristeza o rabia, si no de alegría.
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Era un día como otro cualquiera; aburrido, frío y triste. ¿Por qué? ¿Por qué tenía que pasar todas las navidades, desde que tenía memoria, encerrada en aquél orfanato? A algunos de los jóvenes que allí vivían, les acogían almas caritativas durante aquellas señaladas fechas, pero Soph nunca había tenido tal suerte. Lo pensaba, día tras día, año tras año, y seguía sin entenderlo. Las monjas se empeñaban en que rezara a Dios, pero ella no quería, ya había perdido la fé y la esperanza hacía años, pues si Dios realmente existiera, nunca dejaría que una niña como ella creciera sin una figura maternal. No, Dios no existía, al menos no para Sophia. La pequeña, tras salir de aquella capilla, dirigió sus pasos a la habitación. Lo único que le reconfortaba de aquellas fechas era qué al menos, no tenía que cruzarse con muchos niños por los pasillos. Soph no era de tener amigos, solo había tenido una, a la cual habían adoptado hacía ya un año, los demás lo único que hacían era meterse con ella; o se reían de su corte de pelo, llamándola chico, o de su color, llamándola bruja. También era mala suerte ser la única pelirroja en todo el orfanato. Al llegar a la habitación, cerró la puerta, agradecía poder tener al menos unos minutos a solas en aquella gran estancia donde, como mínimo, había 15 camas. Sentándose en la suya, apoyó sus codos sobre sus piernas, y su cabeza en sus manos; tenía ganas de llorar, y esta vez no pretendía aguantarlas. La primera lágrima brotó de sus ojos, y en cuestión de segundos la siguieron muchas más. Un aura fría rodeó la estancia, parecía que su tristeza conseguía enfriar todo el entorno que la rodeaba. Entonces, sin saber como, alrededor de sus pies, aún apoyados en el suelo, comenzó a brotar hielo; hielo que congelaba la madera en la que se apoyaba. Asustada se puso en pie, apartándose de la cama, pero al caminar, el suelo seguía congelándose al compás de sus pasos. ¿Qué diablos estaba ocurriendo? Echó a correr hacia la puerta, podía notarse el vaho que salía de sus labios al respirar. Posó su mano en el pomo para girarlo, abrirlo y correr hacia la primera monja que viera por el camino, pero este también se congeló. —¡¿Qué está pasando?! ¡Ayuda! ¡Socorro! Comenzó a gritar asustada. Al otro lado de la puerta, alguien intentaba girar aquél congelado pomo, sin éxito alguno. Estaba encerrada; ella misma se había encerrado en aquella, y ahora congelada, habitación. Llorando, y asustada, se arrinconó en una esquina, abrazando sus propias rodillas hasta quedarse dormida de cansancio; cuando se despertó, una de las monjas, y el doctor al que asuntos sociales solía mandar, estaban observandola. Sus ojos brillaban con una mezcla de interés, y temor...
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Ficha de Rol
Nombre completo: Sophia Lillis Winters. Este último añadido por su madre adoptiva.
Apodos: Soph.
Lugar de nacimiento: Derry, Maine. Estados Unidos.
Lugar de residencia: Nueva York. Estados Unidos.
Nacionalidad: Estadounidense.
Fecha de nacimiento: 02 de enero de 2005.
Edad: 14 años
Ocupación: Estudiante.
Raza: Aún desconocida.
Descripción psicológica: Alegre, simpática y amable; Soph es una niña que desprende felicidad por cada poro de su piel. Al tener una infancia tan dura aprendió a poner una sonrisa ante las adversidades, por lo que te resultará muy complicado saber si realmente está feliz, o por lo contrario, simplemente aparenta serlo. Nunca escucharás una mala palabra saliendo de sus labios, es demasiado educada para ello. Desconfiada por naturaleza, te parecerá cercana en todo momento, pero no depositará su confianza en ti hasta que esté completamente segura de que no le vas a fallar.
Descripción física: Para sus 14 años, Sophia es bastante bajita; mide 1′56 metros. Las monjas solían decirle que no se preocupara, que aún tenía que dar el estirón, aunque ella duda de ello. Su piel es fina y pálida, como si de la nieve se tratase, y en su rostro se dibujan pequeñas pecas. Tiene unos ojos de color azul claro, que dependiendo de la luz que reflejen pueden aclarar más, o en su defecto, oscurecer. Su figura es delgada y esbelta, incluso atlética podría decirse, aunque no practique deporte alguno aún. Tiene el pelo de color rojizo, el cual siempre suele llevar revuelto. Lo lleva corto, muy corto, pues las monjas se lo cortaban de aquella manera para ahorrarse peinarla.
Historia: Se explicará a través de relatos.
Poderes: Aún está descubriéndolos.
Datos de interés:
—Desconoce dato alguno sobre sus padres biológicos; no saben si están vivos, muertos, o si acaso la abandonaron a propósito, pero ansía descubrirlo.
—Adora los animales, pretende adoptar al menos un gato y un erizo.
—Sus colores favoritos son el rosa y azul pastel.
—No controla en absoluto sus poderes, y cuando se pone nerviosa, estos se desatan y termina desmayándose.
—No cree en ningún Dios, piensa que si algo así existiera, no permitiría que niños como ella fueran abandonados.
—Tiene fobia a la oscuridad; desde que la tuvieron encerrada en aquella habitación necesita un mínimo de luz para sentirse segura.
Pueden seguir añadiendose datos con el tiempo.
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