Tumgik
bloodtiesblog · 4 years
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oh yes it’s quiz time again. this time, an age old question about gay dynamics: are you the spoiled royal or the long-suffering knight?
(disclaimer: this is in a fantasy setting. irl royals deserve the guillotine)
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bloodtiesblog · 4 years
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Prólogo.
Origen.
Rumania, 1448.
Corría la voz en el pueblo de que había un demonio acechando las casas de Sighisoara. En los bosques y a sus afueras, podían escucharse los lejanos aullidos de una criatura espantosa y aparentemente de enorme tamaño. A medianoche, afuera de las casas, se escuchaban zarpazos contra la madera y al amanecer, las puertas aparecían marcadas y en las hendiduras, había sangre. Los rumores decían que a las afueras del bosque Breite se escuchaban unas risas femeninas y estridentes, que en una vieja casa abandonada vivían tres hermanas que eran brujas, pero al ir los hombres con sus antorchas, espadas y escudos, no encontraban nada más que una cabaña en ruinas por fuera y por dentro. Algunos hablaban de apariciones celestiales en lugares como capillas o iglesias. Otros, mencionaban seres con orejas puntiagudas y de bellezas indescriptible. En algunos días, la gente juraba oír un rugido exasperante y fuerte, como el de un monstruo, veían sobrevolar una especie de serpiente en el cielo y encontraban árboles quemados, por no hablar de los ganados que se encontraban muertos, desmembrados o drenados de sangre.
El pueblo estaba atemorizado y no sabían qué hacer. Temían que fuese lo que estuviese allá afuera los atacara. Sin embargo, nadie comenzó a tomar medidas hasta que muchas jovencitas comenzaron a ser raptadas y encontradas sin vida en fosas comunes, en agujeros a medio cubrir con tierra, en los ríos, casi desnudas, amarradas a los árboles por sus ropas, sin cabello. Lo peculiar de todas era que todas estaban drenadas de sangre y demacradas, con marcas en sus muñecas, cuellos y tobillos, como si las hubiesen torturado por días o semanas. Atemorizados, decidieron arreglar por su cuenta lo que estaba sucediendo y averiguar a qué se debía. Acordaron conseguir armas y bendecirlas para que los demonios se alejaran, pero el invierno crudo en Rumania les impedía conseguir algo que les dijera quién o qué había sido.
Todos sospechaban de todos, se creaban expectativas y los rumores crecían. Velkan Stoica era un sospechoso para el final de la primera semana de invierno y fue quemado vivo, acusado de practicar brujería, junto con sus cinco hijos y su esposa. Y así comenzó la bendita caza de brujas o caza de hechiceros, todos inocentes, pero como nunca se encontró un culpable, nadie podía hacer o decir nada. Sin embargo, aquello no hizo que los raptos y asesinatos continuaran. Las chicas de alta sociedad comenzaban a desaparecer: Stoica II, Sarbu, Fierar, Dutu, Sahu… Sin embargo, los Draculea nunca se vieron envueltos en aquello, quizás era porque el rey Vlad los protegía y luchaba para su reino. La gente adinerada, los nobles, comenzaban a temer por sus hijas y las escondían, no les permitían salir de sus casas por las noches y les tenían muchísima seguridad y cuidado, pues eran prometidas desde muy jóvenes con otros muchachos ricos también para crear alianzas y mantener las riquezas; su valor era increíble.
Vlad III Draculea y su hermana Liana jamás se preocuparon por aquello, pero sí sabían qué estaba ocurriendo, y creyeron que era culpa de ellos que aquellos monstruos se conglomeraran en Sighisoara. Sin embargo, no habían tenido otro remedio; la peste había sido la culpable de todo aquello, y su padre no les dio otra salida antes de morir. Era eso, o morir, pero, de todas formas, parecía como si murieran también. Y, ambos eran muy jóvenes como para morir también, así que, terminaron accediendo a lo que les dijeron.
Llegaron “personas” de muchos lugares, bastantes originarios de las afueras de Rumania, unos españoles, ingleses, italianos, y de otros lugares que desconocían. Todos poseían algo en común: inmortalidad. Liana nunca antes había escuchado ese término y a primera instancia, no supo qué significaba, hasta que el Gran Maestre Petru les explicó a ambos gemelos lo que aquello quería decir. Vivir por siempre. Aunque el concepto sonaba muy tentador, Liana asumió que debía tener sus contras, pues no era tonta y había recibido una educación muy buena, digna de una princesa moderna y poderosa, de una familia muy popular y adinerada. Ellos podían pagarse la medicina más cara y solicitada del mundo para sanar, sin embargo, esta vez, sus opciones eran muy limitadas y tenían que vivir para poder preservar el linaje Draculea.
Escuchó términos y vio criaturas que nunca en su vida imaginó que fueran reales o siquiera que pudieran existir. Licantropía, que se derivaba de Licaón, mitad hombre mitad lobo. Ángel, pero no se veían como la Biblia lo decía: eran de aspecto humano, aunque su belleza era increíble. Las personas de orejas puntiagudas, cabellos extremadamente largos y vestimenta otoñal le daban miedo, pero eran amigables. Las famosas brujas eran amistosas, aunque vestían de negro y ropas oscuras. Los “dragones” eran de aspecto divino, pero sus ojos brillaban de forma extraña y a veces, se parecían a los ojos de los gatos. Vlad tampoco parecía temer, y rápidamente hizo amistad con ellos, incluso Liana, en contra de su voluntad, se mostró amable con sus visitantes y hasta les sonrió, pero la fiebre denotaba lo cansada que estaba.
—¿Está bien, señorita? —preguntó Lev Korovin, severamente consternado, sus ojos de color miel eran de dragón, pues su pupila era como las de los gatos—. Se ve cansada.
Lev era muy, muy, muy apuesto y joven. Alto, musculoso bajo esa ropa negra, de piel bronceada, ojos color miel y el cabello negro ébano, sus facciones eran filudas, al igual que sus dientes.
—Estoy bien, gracias —Liana sonrió débilmente.
—¿Segura? —continuó Lev.
Liana tomó asiento debido a lo mareada que se sentía. Su vestido le apretaba por todos lados y sentía cómo la fiebre estaba destrozándola, cómo la enfermedad la roía por dentro y acababa con ella. La vista se volvía borrosa y su piel escocía, pero no podía retirarse así por así.
—Estaré mejor, supongo —rió amargamente.
—¿No desea la Transformación?
Aquella pregunta la tomó desprevenida. Liana pensaba en ello como algo terrorífico y antinatural, pero al ver a estas personas, habiendo pasado ya por la dichosa Transformación, se preguntaba si sería bueno.
—No sé lo que me ha de esperar más allá de ello —confesó, con la mirada en alto—. Y no sé qué será de mí cuando todo esto termine. Supongo que tendré que fingir mi muerte para que nadie se percate de que nunca envejezco, ¿no cree?
—Efectivamente —asintió Lev, mostrándose cordial—. Puede conservar sus riquezas y su aspecto, pero su nombre y su apellido deben ser cambiados, su ubicación también, o de lo contrario, puede ser acusada de brujería, miladi.
Liana se percató de la mirada de Lev y la reconoció de mucho atrás. Hacía ya un año, había estado comprometida con Grigore Albu, un joven rubio de clase alta que había muerto hacía unos meses debido a la peste. Grigore la veía con ojos de ensueño y con cariño, como si se conocieran de toda la vida, pero a Liana le pareció alguien más; la persona con la que iba a sellar su destino y a morir con, sin embargo, la peste le había dado más sorpresas de las que esperaba. Encontró esa mirada en Lev.
—¿Dolerá? —preguntó, en voz baja.
Observó a su hermano convivir y socializar con los demás, a pesar de estar enfermo y débil. Vlad era un guerrero nato y nada lo detenía.
—Depende de en qué vaya a transformarse.
Liana sopesó sus palabras. No había pensado en qué iba a convertirse. Todo le parecía muy abrumador y extraño. No obstante, notó que sólo había una persona que no coincidía con los demás, apartado del resto y aislado en una esquina: el demonio. No sabía con exactitud qué era y qué hacía, pero le parecía intrigante la forma en la que bebía vino y de su boca sobresalían sus colmillos teñidos de rojo. Deseaba saber qué era vivir de aquella manera, vivir años y años, viendo cómo todo cambiaba desde la infinidad de la oscuridad y la soledad.
—Hermana —llamó Vlad, extendiendo su mano.
A duras penas, y con la ayuda de Lev, Liana consiguió ponerse de pie y llegar hasta su hermano, manteniendo siempre la gracia al andar y hablar, con una leve sonrisa en los labios y los ojos vivos.
—Me preguntaba si ya decidiste en qué vas a transformarte —Vlad sonó cortés y alegre, pero Liana pudo detectar el nerviosismo en sus ojos grises. Ella lo conocía a la perfección.
—Sí, hermano —contestó, en voz baja y dirigió la mirada al hombre pálido, envuelto en una capucha negra, bebiendo aún de su copa; sus manos eran huesudas y pálidas—. Él.
Vlad volteó a verlo y pareció sorprendido en demasía ante la respuesta de su hermana menor. Liana lo conocía muy bien como para saber que él creía que era una locura, pero que también pensaba que podía ser buena idea, porque no había nadie más como él.
—Dame un momento, hablaré con él —Vlad le dio un leve apretón a la mano de su hermana y se acercó al hombre de capucha con paso imperial, como el príncipe que era.
Liana los vio intercambiar un par de palabras, sin hacer muecas o sonreír ni fruncir el ceño, después de dos minutos, se sintió cansada de nuevo y tomó asiento, un poco separada de los demás. Continuó observándolos mientras el cansancio y la enfermedad la debilitaban cada minuto y segundo más. ¿Podría continuar resistiendo? A este punto, le costaba seguir respirando y cada respiro se convertía en una odisea para sus pulmones.
Bebió vino porque sentía el frío escocerle los huesos y asumió que se veía más pálida de lo normal. Sus manos temblaban, pero se aferró a su copa, incluso cuando el dolor la incitaba a doblarse en posición fetal. No podía sucumbir. No aún.
Hermano, apresúrate pensó, sintiendo desvanecerse.
Unos minutos después, Vlad estrechó la mano con el hombre pálido y ambos se pusieron de pie. Liana vio que el hombre de capucha era más alto de lo que imaginó. ¿Qué sería, después de todo?
—Liana —dijo Vlad, acercándose con el misterioso demonio. Ella se puso de pie, temblorosa, aunque erguida—. Te presento a Adril.
El hombre tenía los ojos negros como el ébano, los labios pálidos y mordisqueados, y el cabello oscuro, la piel pálida y sus venas parecían muertas.
En vez de estrechar su mano con la de ella, Adril le entregó su copa de vino y asintió para que bebiera.
—Lo necesita, de inmediato, miladi —dijo Adril, su voz profunda y siniestra—. Antes de que sea muy tarde y yo ya no pueda hacer nada por usted.
—¿Qué es usted? —preguntó Liana, tomando la copa entre sus manos y observó el contenido. No era vino, sino algo más espeso y rojizo. Se veía increíblemente tentador.
—Bébelo, Liana, no te ves nada bien —urgió Vlad.
Liana se acercó la copa a los labios e inhaló el olor cobrizo que emitía el líquido. Sangre. Muchos se habían conglomerado alrededor de ella y de su hermano, incluyendo a Lev y a dos más que lo acompañaban; veía inquisitivo la escena.
—Yo soy el único en mi especie, miladi. Soy lo que denominan nosferatu.
Había escuchado aquel término. Seres sin alma, demonios que se alimentaban de sangre, que no podían vivir en el sol por mucho tiempo y que vivían por siempre. Liana bebió hasta el fondo, aunque no era mucho, sintió su estómago calentarse y se mareó. Sintió que todo le daba vueltas con violencia y todo dentro de ella gritaba. Un fuego invisible se apoderó de la muchacha y quiso gritar, pero no pudo; el mundo se desvaneció ante ella con un rugido imperioso y con un color miel como última referencia.
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