cachuland
cachuland
...
35 posts
Solamente fluir un poco de distorsión mental
Don't wanna be here? Send us removal request.
cachuland · 2 months ago
Text
Acordes que me recuerdan
No porque tenga una memoria perfecta, sino porque la música tiene la extraña habilidad de pegarse al alma como una nota persistente que no se va, incluso cuando todo lo demás se desvanece. No siempre recuerdo qué año fue, ni qué ropa llevaba, ni siquiera con exactitud qué sentía. Pero basta con que suene una canción para que algo dentro de mí se active: una emoción antigua, una escena completa, el eco de una voz que ya no escucho o el olor de una tarde lejana.
Hay canciones que me devuelven a la infancia, cuando la vida era más simple y todo cabía en una carcajada o una tarde de juegos. En aquellas melodías hay una sensación de seguridad que ya no tengo, y una inocencia que se fue sin que me diera cuenta. Otras me llevan a la adolescencia, ese caos de contradicciones en el que la música era casi mi único refugio. Algunas letras eran un espejo, otras un consuelo, y muchas veces una forma de decir lo que no sabía expresar con palabras.
Más adelante, hay canciones que se mezclan con el descubrimiento del amor, con los primeros besos, con las despedidas que dolieron como si fueran eternas. Están también las canciones de fondo en días aparentemente sin importancia, que de pronto, al volver a escucharlas, me recuerdan que no hay momentos pequeños cuando se viven con intensidad.
La música ha estado en todo: en los comienzos, en los finales, en los logros celebrados a todo volumen y en los fracasos que solo se soportan en silencio con una canción de fondo. Me ha enseñado que la vida no se narra en líneas rectas, sino en melodías que suben y bajan, que se detienen, que cambian de ritmo, que a veces desafinan. Cada etapa tiene su propia banda sonora, no elegida conscientemente, pero sí grabada profundamente en mi memoria emocional.
Y es curioso —o quizá inevitable— que incluso las canciones que detesto tengan un lugar en mi historia. Porque no se trata de gusto, sino de vínculo. De cómo algo tan intangible puede ser más preciso que una fotografía, más certero que un recuerdo narrado. La música me conecta con quien fui, con las personas que amé, con las versiones de mí mismo que ya no existen. Me recuerda que he cambiado, que sigo cambiando, pero también que algo en mí permanece: esa capacidad de sentir con intensidad, de dejarme tocar por un acorde, por una letra, por una voz.
Por eso, cuando quiero entender mi vida, no leo diarios ni veo álbumes: pongo música. Y entonces todo regresa, aunque sea por un instante. A veces duele, a veces me hace reír, a veces solo me quedo en silencio. Pero siempre, de alguna forma, me reconcilia conmigo mismo.
1 note · View note
cachuland · 2 months ago
Text
He vuelto al cielo
Durante mucho tiempo viví dentro de una tormenta sin cielo. El caos no era un lugar, era mi casa. Un ruido de fondo constante, como un ejército invisible que marchaba dentro de mí, buscando derribarme desde adentro. Cada pensamiento era una emboscada. Cada intento de calma, una tregua que duraba segundos. Y aun así, resistí. Como un guerrero agotado, pero de pie.
Era una batalla gloriosa, sí, pero no por épica: gloriosa porque, a pesar de que cada día parecía el último, no me rendí. Y no lo hice por esperanza —porque a veces no había—. Lo hice por algo más antiguo: el deseo de volver a ser.
No recuerdo el momento exacto en que todo empezó a cambiar. Quizá fue una mañana cualquiera en la que respiré y no dolió. O tal vez fue cuando una pequeña chispa volvió a aparecer: la necesidad de crear, de escribir, de componer, de volar.
Porque eso es lo que hago ahora: vuelo. Ya no huyo. No me elevo por miedo, sino por renacimiento. El cielo se ha convertido en mi reflejo. Amplio, limpio, lleno de posibilidades.
Y en ese vuelo, me encontré con algo que había olvidado: la Trifuerza. No como un ícono de videojuego, sino como un símbolo interior. Tres fragmentos latiendo dentro de mí:
Valor, para mirar mis sombras sin agachar la cabeza. Sabiduría, para no volver a pelear batallas que no me pertenecen. Poder, para ser quien soy sin pedir permiso.
No necesito una historia de amor para completarme. No busco una salvación en ojos ajenos. Estoy en casa. Y la casa soy yo.
Mi creatividad volvió como un vendaval de color. Historias que antes temblaban bajo la tierra, ahora brotan como raíces desatadas. Música que estuvo dormida entre mis costillas vuelve a vibrar en cada fibra. Y eso me hace feliz. Tan feliz, que me asusta —pero solo un poco—.
Porque sé que este momento no es casual. Es el resultado de resistir. De caer sin romperme. De quedarme, aun cuando quería irme.
He vuelto. No como era. He vuelto con alas.
Y esta vez, el cielo no es el límite. Es el principio.
1 note · View note
cachuland · 2 months ago
Text
La herida no sabe amar
A veces no es amor lo que te atrae. Es la memoria de una herida que aún no sabe cerrarse.
Buscas lo que conoces, aunque duela. Confundes vértigo con pasión, ansiedad con deseo, confusión con amor.
Quien activa tu herida te hace sentir vivo, pero también perdido. Te acelera el pulso, pero no te da descanso. Te llena de adrenalina, pero no de hogar.
"Me aburro", dices. Pero no falta amor, falta el drama al que tu cuerpo se acostumbró. La química sana no arde: abraza. No te devora: te sostiene.
Quien te cuida no impone pruebas ni desaparece. Quien te cuida, está. Sin ruido, sin fuegos artificiales, sin hambre de ser salvado.
Y al principio, esa calma desconcierta. Se siente vacía, ajena, fría. Porque tu dolor aprendió a llamar amor a todo lo que dolía.
No estás roto. Sólo estás aprendiendo a distinguir entre quién despierta tu herida y quien construye contigo un lugar seguro donde, al fin, descansar.
Si aún te duele soltar el caos, si aún temes confiar en quien te ofrece paz, no es que no sepas amar. Es que, por primera vez, estás aprendiendo a elegir diferente.
6 notes · View notes
cachuland · 2 months ago
Text
En la línea
Siempre supe que el final no iba a ser dramático. No para mí. No con relámpagos ni gritos ni despedidas heroicas. Mi final llegaría como llegó todo en mi vida: en silencio. Sin ceremonia, sin aviso. En una tarde donde el tiempo se detiene y el cuerpo, sin hacer preguntas, se entrega.
Estoy tendido en una cama que no reconozco. Las paredes tienen el color del abandono, ese tono blanquecino que ya no tiene nombre. Hay una silla vacía al lado, y alguien dejó una manta bien ajustada sobre mí, como si todavía hiciera falta abrigarme. Pero ya no tengo frío. Lo que tengo es algo más profundo, algo que se parece más a un vacío… pero con memoria.
Mi cuerpo está aquí, en la línea. Una línea invisible divide lo que fui de lo que está por irse. No sé si alguien más podría verla, pero yo la siento con absoluta claridad. Como si cada fibra de mi piel supiera que ya no hay regreso, que todo lo que viene a partir de este punto no es vida, pero tampoco muerte. Es otra cosa. Algo intermedio. Algo sin nombre.
La luz entra por la ventana y cae directo sobre mi rostro. No es cálida ni reconfortante, pero es constante. Me siento observado, como si algo —o alguien— necesitara verme con claridad antes de decidir qué hacer conmigo.
Y en medio de todo esto, me asalta una pregunta que no me deja en paz: ¿Te fallé?
No a Dios. No a algún poder supremo. Te fallé a ti. A quien haya compartido alguna parte de este camino conmigo. A quien alguna vez esperó más. A quien creyó en mí cuando ni yo mismo lo hacía. Me pesa más eso que el final. No haber estado a la altura. No haber dicho lo necesario. No haber amado mejor. No haber pedido perdón.
No sé si me dejarán cruzar. No sé si del otro lado hay algo que me espere. Una puerta, una voz, un juicio. Pero si lo hay… ¿merezco pasar?
Me ofrecieron un asiento, como si esperara una entrevista. Pero no quiero que estés aquí. No así. No para esto. No quiero que veas cómo se deshace lo que alguna vez fue alguien. No quiero que tus recuerdos de mí se manchen con este momento.
Guarda la versión de mí que sabía reír con los ojos. Esa que todavía creía que el futuro era una historia posible. Guarda eso. Quédatelo. Y no te detengas aquí.
Porque esto, lo que ves, ya no soy yo.
Pensé que estaba listo. Me lo repetí tantas veces que me lo creí. Que había hecho las paces. Que había comprendido todo lo necesario. Pero ahora que estoy en la línea, me doy cuenta de que lo único que hice fue fingir. Hablar mucho para no escucharme. Vivir de prisa para no detenerme a sentir. Cubrir con orgullo el miedo primitivo de no saber qué hay al final.
Y ahora el miedo ha tomado forma. Se ha sentado a los pies de mi cama, tranquilo, sereno, como si hubiera estado esperando este momento toda la vida.
Ya no hay rabia. Ya no hay lucha. Lo único que queda es una calma tan densa que parece otro cuerpo encima del mío. Una tristeza que no duele. Sólo pesa. Pesa como un abrigo mojado que uno no puede quitarse.
La luz no se ha ido. Me toca el rostro como si quisiera marcar el momento exacto de la despedida. Y yo la dejo. No tengo fuerzas para negarla. No tengo fuerzas para nada.
No quiero que nadie me vea. No así. No con esta mirada opaca. No con este hilo de voz que apenas sostiene el pensamiento. Hay algo indecente en morir frente a otros. Algo que arrebata la intimidad del último acto. Como si uno tuviera que fingir dignidad incluso al final.
Y la línea está ahí. Inmutable. Serena. Como si supiera que tarde o temprano todos llegamos a ella.
Respiro hondo. El aire ya no es tan importante. Y pienso, por última vez: ¿Me dejarán cruzar?
No sé si el cruce es una liberación o un juicio. Pero ya no puedo quedarme. Ya no hay más tiempo. Sólo me queda cerrar los ojos y soltar.
Y si después de esto hay algo —un campo, una puerta, un recuerdo—, ojalá no estés triste. Ojalá no me recuerdes así.
Sólo como alguien que estuvo aquí, y luego se fue.
Sin ruido. Sin gloria. Pero con todo el amor posible guardado en silencio.
6 notes · View notes
cachuland · 2 months ago
Text
Del otro lado del sueño
La casa estaba en la colonia Morelos, un lugar tranquilo, ya sabes, de esos barrios viejos con alma de vecindad, pero que todavía conservaban algo de dignidad. Nuestra privada era como un microuniverso: cerrada, callada, con casas que parecían pegadas con prisa, como si alguien hubiera querido acabar rápido una maqueta. Nada fuera de lo común… al menos eso creíamos.
Nosotros llegamos cuando yo tenía como seis meses de nacido, pero esto que te voy a contar pasó varios años después, cuando tenía seis o siete. Lo raro es que mis papás siempre nos ocultaron cosas. Como que no querían que pensáramos mal de la casa. Pero con el tiempo soltaban pistas. Mi mamá, por ejemplo, un día dejó escapar que desde que se mudaron, la casa tenía “detallitos”. Y con detallitos no se refería a goteras, ¿eh? Más bien a cosas que no sabías bien cómo explicar. Cosas que te hacían sentir observado sin que hubiera nadie. Fríos raros. Puertas que se cerraban solas. La clásica.
Mi papá viajaba un chingo por trabajo, así que a veces pasaban días sin que lo viéramos. Cuando se iba, yo aprovechaba para colarme en la cama con mi mamá. Me daba paz dormir ahí, como si la cama de los grandes fuera un fuerte inexpugnable.
El cuarto de mis papás tenía forma rectangular, un rectángulo largo y medio mal iluminado. La cama en medio, cabecera pegada a la pared. A los lados, dos burós idénticos, con lámparas que ya ni prendían bien. Había espacio suficiente para rodear la cama, lo cual se me hacía sospechoso, como si en algún momento alguien —o algo— necesitara caminar por ahí en la madrugada.
Una de esas noches pasó. La noche. Ya estaba dormido, acurrucado del lado derecho de la cama, el lugar de mi papá. La habitación estaba oscura, tan oscura que ni los contornos se distinguían. Sólo había una lucecita terca, la de la videocasetera que teníamos frente a la cama, debajo de la tele. Un verde aqua que parpadeaba las 12:00, como si no le importara el tiempo, como si esa casa estuviera atrapada en una medianoche eterna.
Yo me desperté. No sé por qué. Como si alguien hubiera entrado a mis sueños y me hubiera jalado de regreso a la realidad con una cuerda invisible. Abrí los ojos y lo primero que vi fue ese destello verde, constante, cansado, casi hipnótico.
Y de pronto, algo. Con el rabillo del ojo. Un movimiento, una presencia. Giré la vista despacito hacia la puerta, esa puerta que nunca se cerraba del todo. Y ahí estaba ella.
No sé cómo explicarlo sin que suene a cuento de terror barato, pero no era una persona, ni tampoco una aparición como en las películas. Era más bien como una sombra con forma de mujer. Una figura recargada contra el marco de la puerta, delgada, como de unos 1.70, con el cabello cortito, apenas rozándole los hombros. Pero todo era sombra. Y aun así, sabía que me miraba.
No tenía ojos. No tenía rostro. Pero la muy cabrona me estaba viendo.
Me paralicé. Literal. Ni pestañear podía. Sólo la vi moverse lentamente, como si no tuviera prisa, como si supiera que no tenía a dónde ir. Se incorporó del marco, apoyó la mano derecha, y luego comenzó a caminar hacia mí.
El corazón me explotaba en el pecho, pero ni eso podía sacarme del trance. Sus pasos eran silenciosos, como si flotara. Y lo más jodido es que no le podía quitar la vista de encima. Fue hasta que se paró justo a mi lado, a un respiro de distancia, que reaccioné. Me di la vuelta de golpe y empecé a mover a mi mamá, como si con ella pudiera espantar todo.
—Mamá… mamá…
Ella, medio dormida, prendió la lámpara del buró. Y, por supuesto, ya no había nada.
No le conté nada. Sólo le dije que había tenido una pesadilla. Me metí entre sus brazos como si tuviera cuatro años otra vez. Ella me abrazó sin preguntar mucho, acariciándome la cabeza. Al cabo de un rato, apagó la luz, y todo volvió a quedar en sombras.
Pero yo ya no dormí. No podía. Me quedé toda la noche con los ojos abiertos, clavado en la puerta, esperando —o temiendo— que ella volviera.
Y aunque no la volví a ver, esa noche me enseñó algo: hay cosas que no necesitas entender para saber que son reales.
1 note · View note
cachuland · 3 months ago
Text
Vivir con monstruos
A veces me pregunto cómo se sentirá estar bien. No lo digo con ironía ni con drama barato, sino con esa melancolía que se instala cuando uno lleva tanto tiempo mal que el bienestar se convierte en un concepto ajeno, casi mitológico. No sé qué se siente tener serotonina fluyendo libremente por el cuerpo, ni recuerdo la última vez que la melatonina hizo su trabajo sin necesidad de químicos o cansancio extremo.
Hay noches en las que fantaseo con una dosis de olvido. No para escapar, sino para silenciar. Que algo me adormezca el filo de lo que me hiere, que me permita existir sin este constante desgarramiento. Quiero avanzar, claro que sí, quiero moverme hacia la luz de la que todos hablan como si fuera un destino inevitable. Pero la oscuridad me adopta con una familiaridad que asusta. Me arropa. Me llama por mi nombre.
Mi cuarto se ha convertido en una jaula climática: llueve cuando lloro, y lloro porque duele. La lógica se ha fundido con la emoción en un ciclo repetitivo que ni la muerte se atrevió a interrumpir. A veces siento que ni siquiera ella se atreve a cruzar estas cuatro paredes, como si supiera que aquí adentro habitan cosas más temibles que el final.
Y nadie, absolutamente nadie, tiene idea de lo que significa convivir con monstruos. No los de los cuentos ni los del cine, sino los que nacen dentro, los que se forman con cada palabra no dicha, con cada trauma heredado, con cada día que comienza sin ganas. Monstruos que no rugen, pero que te quitan el apetito. Monstruos que no te matan, pero te silencian. Te desarman. Te dejan ahí, sin ojos con los cuales mirar el mundo y sin boca con la cual pedir ayuda.
He estado roto. Destruido. Silencioso por dentro. Y aun así me levanto, no por esperanza, sino por inercia. Porque a veces el cuerpo sigue caminando cuando el alma ya no puede.
Está bien estar mal, me repito, como si fuera un mantra para no desmoronarme del todo. Está bien no encontrarle sentido a nada algunos días. Está bien llorar sin motivo o con todos los motivos del mundo. Está bien querer desaparecer y, aun así, seguir aquí.
Somos una generación rota, sí. Pero también la que decidió mirar sus heridas de frente. Nos enseñaron a guardar silencio, a poner buena cara, a disimular con filtros y frases de autoayuda. Pero aquí estamos, cada miércoles, en terapia, reconstruyéndonos con pedazos ajenos y versos propios. Aquí estamos, escribiendo nuestros dolores, porque no hay otra forma de sacarlos sin rompernos más.
Nadie tiene idea de lo que es vivir con monstruos. Pero yo sí. Y eso basta.
Porque aunque duela, aunque me pese, aunque el mundo me diga que debería estar mejor… yo sé que, por ahora, está bien estar mal.
9 notes · View notes
cachuland · 3 months ago
Text
Que la muerte nos agarre bailando
La muerte, cabrona, no necesita anunciarse. Llega cuando se le pega la gana, sin preguntar si es buen momento. Se cuela por los rincones del tiempo como el humo de un cigarro mal apagado. Y uno, pues ahí está, viviendo sin saber cuánto le queda en el tanque, como si eso no importara. Pero sí importa. Vaya que importa.
Porque aunque sepamos que nos va a llevar la chingada tarde o temprano, seguimos levantando la mirada al cielo como si estuviéramos buscando un milagro, o una respuesta, o simplemente una excusa para seguir. Y estiramos los brazos, como si eso bastara para alcanzar algo más que esta maraña de días iguales, como si el cielo fuera una sábana tibia donde pudiéramos acostarnos a soñar sin miedo.
Y sí, la muerte se siente como una especie de cuenta regresiva invisible, como ese silencio raro que se cuela después de una canción chida. Pero aun así, hay algo más fuerte que esa certeza incómoda: la pinche necedad de estar vivos. De vivir. De seguirla buscando, aunque no sepamos bien qué. De enamorarnos, de reírnos en medio del caos, de quedarnos despiertos hasta las tres de la mañana hablando de la nada, pero sintiendo que eso también es eterno.
Quizá no se trata de vencerla. Quizá el truco está en que, cuando llegue, nos encuentre con las manos sucias de tanto tocar el mundo, el corazón encendido como una rola de los Doors y los ojos bien abiertos, como si todavía estuviéramos esperando algo más. Porque eso somos: una contradicción con piernas. Y si la muerte nos va a agarrar, que sea bailando.
3 notes · View notes
cachuland · 3 months ago
Text
No sé exactamente cómo funcionan los sueños. Son un misterio que amo profundamente, pero también parecen tocar algo sagrado, una frontera entre lo real y lo inasible. Tal vez por eso, en estas fechas, cuando se acerca el octavo aniversario luctuoso de mi mamá, me aferro más a ellos, como si fueran un puente entre el tiempo y el recuerdo.
El psiquiatra me advirtió que los efectos secundarios del medicamento podían incluir sueños lúcidos. Imágenes más vívidas, la certeza de que duermes y, al mismo tiempo, la conciencia de estar soñando. Quizá por eso, anoche, tuve un sueño distinto. Un sueño hermoso.
Me encontraba en la casa de mi abuelita, aquella que fue el escenario de mi infancia y que, hace años, dejó de pertenecer a la familia. Todo era como lo recordaba: los muebles, la luz filtrándose por las ventanas, la sensación de hogar que aún persistía en las paredes.
Desperté en el sueño con la certeza de que debía ir a trabajar. Me levanté, preparé mi mochila, elegí qué música escuchar en el camino. Sabía que debía tomar el tren y luego el autobús, pero antes de salir, pasé por la cocina.
Allí estaban mi mamá y mi tía Alicia.
¡Mi mamá!
Mi tía, que también había partido, me sonreía. Y mi madre... ella estaba ahí, tan real como la última vez que la vi. Su olor, su calor, la textura de su abrazo.
—Amá, ya me voy a trabajar —le dije.
Ella asintió con ternura. Me pidió que me cuidara, que fuera con precaución. Pero el simple hecho de verla, de escuchar su voz de nuevo, de sentirla, desbordó todo lo que llevaba dentro. Me aferré a ella con fuerza, llorando como si el tiempo pudiera revertirse en ese instante.
—Te extraño. Te extraño tanto... —susurré contra su hombro—. Quiero quedarme contigo, no quiero irme.
Ella me acarició con la paciencia de siempre.
—No, Beto. Aún no. Tienes que seguir. Ve a trabajar.
Yo sollozaba, negándome a soltarla.
—Amá, por favor...
Pero su respuesta fue la misma, inquebrantable.
—Todavía no.
Sentí una mano en mi hombro. Era mi tía Alicia, mirándome con dulzura.
—Espera —me dijo—. Todavía no.
Y supe que debía irme. Me separé de mi mamá, besé su mejilla, le dije cuánto la amaba. Y me fui.
El sueño continuó, deslizándose hacia la extrañeza propia de los mundos oníricos, pero esa escena quedó grabada en mi alma. No hay día en que no piense en ella. No hay día en que no la extrañe.
Te amo, mamá. Te amo más de lo que las palabras pueden contener ❤️😔😢
3 notes · View notes
cachuland · 4 months ago
Text
Hay una tristeza que sólo llega con el saber. No con el conocimiento práctico, sino con esa comprensión silenciosa que se asienta en el fondo del alma. Es la tristeza de mirar el mundo sin ilusiones, de entender que la vida no es una gran historia, sino una serie de momentos dispersos que se desvanecen antes de poder atraparlos.
Se dice que el amor es eterno, pero en realidad es frágil. No es un refugio inquebrantable, sino un equilibrio inestable que basta un soplo para romper. Y la felicidad… la felicidad no es un estado al que se llega, sino un instante que aparece y desaparece antes de que podamos darnos cuenta.
Hay soledad en esta comprensión, pero también hay una extraña libertad. Porque si todo es efímero, si nada se queda para siempre, entonces cada instante, por pequeño que sea, tiene su propio valor. No porque dure, sino precisamente porque no lo hará.
1 note · View note
cachuland · 5 months ago
Text
Últimamente, me encuentro atrapado en un dilema que no me deja dormir. ¿Debería hacerlo? ¿Tomar el medicamento? Esa diminuta promesa de alivio, un cambio en la química de mi cerebro. Dicen que adormece el dolor, que es como apagar un interruptor. Pero me pregunto... ¿seguiré siendo yo después? Supongo que esa es la intención, ¿no? Cambiarme lo suficiente hasta que esto deje de doler tanto.
Me dicen que todo sufrimiento puede transformarse en algo útil, incluso bello. Que lo convierta en arte, como si derramar mi dolor sobre el papel fuera suficiente para salvarme. Pero cada vez que intento construir algo sólido, algo que me sostenga, las paredes se desmoronan a mi alrededor. Y aquí estoy, atrapado en el polvo, preguntándome si estoy reparando algo o sólo dibujando ilusiones para engañarme a mí mismo.
Luego está él, el doctor. Siempre con su sonrisa amable, su voz segura, como si tuviera todas las respuestas empaquetadas en una receta. “No pienses tanto en los efectos secundarios”, me dice. "Sólo traga fuerte. La ciencia puede matar tu tristeza por ti". Pero... ¿y si termina dañándome más de lo que ya estoy? ¿Y si ese alivio viene con un precio que no puedo pagar?
Una y otra vez regreso a la misma pregunta, como si fuera un eco interminable: ¿debería hacerlo? ¿Tomar el medicamento para borrar este dolor que no me suelta? Me aterra pensar que podría perderme en el proceso, que podría convertirme en alguien que no reconozco cuando me mire al espejo. Pero, tal vez... tal vez ese sea el precio que deba pagar.
Dicen que todo se arregla con tiempo y ayuda. Que si me permito un respiro, si no bajo la guardia, las cosas mejorarán. Pero sigo aquí, varado, atrapado entre el miedo y la esperanza, luchando con esta decisión que me consume.
1 note · View note
cachuland · 6 months ago
Text
¿De qué sirve decir "Te amo" si tantas veces se ha dicho antes? Si ya lo escuchaste de otros labios que, al final, se marcharon. Ahora, cuando los "Te quiero" parecen gastados, ocupados en bocas ajenas, ¿qué puedo ofrecerte? Inventaré una palabra distinta, cargada de significado, vieja como el tiempo y nueva como mi amor. La llamaré: "Quédate".
3 notes · View notes
cachuland · 6 months ago
Text
La romantización del sufrimiento creativo
Es perfectamente válido admirar a los artistas y valorar su creatividad, sus métodos y la forma en que canalizan su visión del mundo. Lo que no está bien, sin embargo, es caer en la trampa de romantizar sus vidas o sufrimientos. No podemos permitirnos asumir el papel de jueces para determinar quién es más o menos "artista" en función de unas intenciones que definimos como más "puras". ¿Qué significa realmente lo "puro"? ¿Y quién decide qué es auténtico en el arte?
A lo largo de la historia, hemos alimentado un mito peligroso: la idea de que un verdadero artista debe sufrir para crear, que el dolor es el precio inevitable de la genialidad. ¿De verdad creemos que para ser mejor artista es necesario vivir atormentado, consumir sustancias, lidiar con enfermedades mentales o entregarse al alcohol? Estas narrativas no sólo perpetúan estereotipos dañinos, sino que también deshumanizan a quienes se dedican al arte, reduciéndolos a caricaturas trágicas.
El arte no debería medirse por el sacrificio personal del artista ni por la profundidad de su sufrimiento. La creación puede nacer tanto del dolor como de la alegría, tanto del caos como de la paz. Valorar el arte únicamente desde una perspectiva romántica que glorifica la tragedia es ignorar la infinita diversidad de experiencias humanas que alimentan la creatividad.
Es momento de rechazar esta visión limitada y empezar a celebrar a los artistas por lo que son: seres humanos complejos que encuentran formas únicas de expresar su mundo interior, independientemente de las circunstancias que los rodeen. El arte no se trata de sufrir. Se trata de vivir, en todas sus formas, y de transformar esa vida en algo que inspire y conmueva.
2 notes · View notes
cachuland · 8 months ago
Text
La belleza en la melancolía
Aprendí a abrazar la melancolía, a encontrar consuelo en su oscuridad. Porque en sus profundidades, encuentro pedazos de mí mismo, pedazos que han sido moldeados por el fuego de la adversidad.
En el silencio de la noche, cuando las sombras bailan en las paredes, me permito sentir el peso de mis dolores. Los dejo fluir como un río que corre sin prisa, llevándose consigo las escorias del pasado.
En ese momento, no busco escapar, no busco olvidar. Me sumerjo en la tristeza, la siento en mi piel, la escucho en mi corazón. Porque en su lamento, encuentro una verdad profunda: que soy un ser humano, complejo y frágil.
Y en esa fragilidad, encuentro la belleza. La belleza de ser vulnerable, de ser susceptible de sentir. La belleza de ser humano, con todos sus dolores y sus alegrías.
2 notes · View notes
cachuland · 8 months ago
Text
La irrepetible danza de la existencia
La vida es una sucesión de instantes, una corriente inagotable de momentos que, al fluir, se desvanecen, irrepetibles. Como un río que jamás vuelve a ser el mismo, la existencia nos atraviesa, y cada momento es único, irreemplazable en su esencia. Nos gusta pensar que cada día es una posibilidad para empezar de nuevo, y en cierto sentido, lo es. Sin embargo, la vida en su totalidad —con todas sus oportunidades y encrucijadas— jamás nos ofrece el mismo camino dos veces.
Cada experiencia, cada elección, configura una senda que, una vez recorrida, no puede ser retomada en las mismas condiciones. Los instantes se entrelazan para construir un mosaico singular de vivencias y emociones, una mezcla irrepetible de decisiones, aciertos y errores. Así, la vida nos llama a un entendimiento profundo: no podemos esperar que las oportunidades que dejamos pasar vuelvan, ni que las circunstancias se repitan para darnos una segunda oportunidad idéntica.
De esta forma, abrazar la singularidad de cada momento se vuelve un acto de sabiduría. La vida se despliega en un vaivén de posibilidades, de caminos que se abren y se cierran, que nos invitan a ser conscientes de su carácter efímero. Solamente a través de esta comprensión logramos honrar la naturaleza finita de nuestra existencia y reconocer que aquello que pasa por nosotros es único. La vida, en su esencia, es un regalo que se otorga una sola vez.
2 notes · View notes
cachuland · 8 months ago
Text
Presencia en la sombra, ausencia en la luz
Mucho se dice que los verdaderos amigos son aquellos que están contigo en los momentos difíciles, en las crisis y en las derrotas, esos que te sostienen cuando todo parece derrumbarse. Sin embargo, existe otro tipo de amigo, uno cuya lealtad parece desvanecerse en los momentos de éxito. A veces, estas personas son incondicionales en las malas, cuando necesitas consuelo, un hombro sobre el que llorar, o alguien que te ayude a sobrellevar la tormenta. Pero en cuanto las cosas empiezan a ir bien, cuando encuentras éxito, logros, o felicidad, su apoyo se enfría, e incluso pueden parecer molestos, distantes o ausentes. ¿Por qué sucede esto?
Es posible que, para algunos, verte en el éxito, les recuerde aquello que aún no han alcanzado, confrontando sus propias inseguridades. Pueden sentirse cómodos en el rol de "salvador", de aquel que ayuda, aconseja y consuela, pero les incomoda tu éxito porque los enfrenta con sus propias carencias o limitaciones. No todos están preparados para celebrar los logros de los demás, sobre todo si sienten que esos logros resaltan sus propias dificultades o fracasos.
Además, el cambio en la dinámica de una amistad puede hacer que algunos teman que tu éxito te lleve a alejarte de ellos, que te vuelvas "inalcanzable" o "diferente". Esto puede provocar un sentido de pérdida o inseguridad, que se manifiesta como una especie de resentimiento o distanciamiento.
Entonces, ¿qué hacer cuando notas que alguien no celebra tus victorias? Es importante reconocer que no todos pueden acompañarte en todas las etapas de tu vida. Acepta que algunas personas pueden ser excelentes compañeros en la adversidad, pero quizá no estén emocionalmente preparados para compartir contigo el brillo del éxito. Agradece lo que te han dado en su momento, pero entiende que no todos los que se quedan en los momentos difíciles serán también aquellos que celebren contigo en las buenas.
En última instancia, las verdaderas amistades deberían nutrirse tanto en los momentos de oscuridad como en los de luz. Una amistad plena es aquella que no solamente te acompaña en la tormenta, sino que también se alegra contigo cuando sale el sol.
0 notes
cachuland · 8 months ago
Text
Cuando el amor retorna
El Día de Muertos nos recuerda que la vida es un ciclo constante de cambio, donde nuestros propios procesos internos resuenan con los de quienes ya se fueron. Es una época en la que se abren los caminos entre el presente y el pasado, y el amor olvidado vuelve a tocar la puerta, trayendo consigo memorias que creíamos dormidas.
Este día, mientras encendemos velas y colocamos flores en altares, también encendemos algo dentro de nosotros. Es una oportunidad para reconocer que somos una suma de nuestros cambios, un reflejo de experiencias, ausencias y decisiones. En el altar, cada ofrenda y fotografía cuenta una historia de amor, de pérdidas y de lo que quedó en el silencio, enseñándonos que el amor, aunque olvidado, sigue siendo parte de la vida que actúa en nosotros.
En cada rostro pintado, en cada canto o risa, descubrimos nuestra capacidad de transformación. Nos recuerda que al igual que ellos, un día nosotros también seremos parte de esta danza entre lo visible y lo invisible, donde la vida actúa y nos invita a evolucionar, a no temerle a los cambios, a abrazar lo que somos y seremos en cada etapa. Porque el Día de Muertos no solo honra a quienes partieron, sino que celebra el amor que dejamos y que llevamos con nosotros, ese que vive en cada nuevo paso y cambio de nuestra existencia.
2 notes · View notes
cachuland · 8 months ago
Text
La noche en que nuestros fantasmas bailan
En la víspera de Halloween, cuando el aire huele a hojas secas y la noche parece un susurro constante, las sombras se vuelven espejos de quienes alguna vez fuimos. Esa noche, fantasmas se levantan, no de tumbas ni de antiguas mansiones, sino de rincones del alma que creíamos sellados. Son recuerdos, son promesas, son aquellos amores olvidados que aún danzan entre el crepitar de las velas.
Los vampiros, en cambio, no son sino los deseos insaciables que hemos alimentado con silencios. Esos anhelos que, aunque ocultos, se aferran a la piel con colmillos invisibles, recordándonos que nunca dejamos de ser quienes somos, aunque la vida avance y nos transforme. Pero en la noche de Halloween, esos deseos surgen, liberados de los espejismos, y reclamando ser vistos.
Los monstruos son diferentes. No son los seres horrendos que imaginamos de niños, sino esos temores y cicatrices que acumulamos en el viaje. Son los cambios que nos asustan, las pérdidas que aprendimos a cargar, los procesos que aún duelen. Y, sin embargo, cada monstruo que enfrentamos, cada herida que nos mira de vuelta, es una puerta abierta a un "yo" más verdadero.
Esta noche, bajo el cielo oscuro y el murmullo del viento, la vida actúa como una bruja sabia. Nos transforma en versiones de nosotros mismos que aún no conocemos, nos invita a celebrar lo que somos, lo que amamos y lo que, aunque se haya perdido, aún palpita en nuestro interior. Halloween es una noche de disfraces, sí, pero también es una noche de revelación: el verdadero rostro de nuestros sueños, de nuestros miedos y de nuestro corazón.
1 note · View note