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En todos lados: Vehemencia.

Donde Lila siempre corre y Mads no sabe qué hacer para detenerla más que llevarla al carrusel. Lo primero que imaginaba la señorita de calcetas amarillas al sentarse en el café donde nada pasaba era su muchachito.
Mads, de pelo opaco, ojos brillantes, una sonrisa que pica y buen gusto para el arte de vestirse. Mads se mantenía neutro; un hombre de traje verde, bien sentado y expresión seria. Sucedían pocas cosas fuera de su cabeza hasta que Lila le acariciaba el dorso de la mano, Mads no habría sabido que su niño interior seguía viviendo al costado de su carótida sin la vehemencia y los colores vivos de la chica; ellos se conocieron en un carrusel.
Pues ella es alguien muy ingenua y fácil de tener. Se hipnotiza con las luces, los caballitos, el algodón de azúcar se le derrite sobre la mano y Mads le prestó un pañuelito porque no soporta las texturas pegajosas. Sonrisa va, sonrisa viene, ninguno de los dos sabe en qué momento ella tuvo el arranque de llevárselo de la mano por los rinconcitos de Costanera. Bajo un jacarandá se enamoraron, los carruseles se volvieron atracción de fin de semana y si fuese por ambos se habrían quedado toda la vida clavados al lado del puestito de algodones, pero a Lila le da miedo la diabetes y Mads siempre se dedicó a cuidarlos a ambos.
Dicen que en Costanera hay una casita con cada pared pintada de un color distinto, escaleras estrafalarias y plantas exóticas. Los gatos habitan la cuadra y corre la leyenda urbana sobre que sus dueños, Mads y Lila, toman forma de gato pasadas las doce de la madrugada. El corvet se vuelve calabaza, la casa una canasta de mimbre calentita y ambos inquilinos seres de cuatro patas los cuales no hacen más que bailar jazz gatuno hasta la puesta del sol.
En la imaginación de Lila no existe mundo en el cual Mads no se vuelva a casa de su mano. Y está segura de que su muchachito con aliento a té verde y una seriedad que podría matar a cualquiera menos a su corazón hecho a base de rayos de sol, no se iría de ella ni siendo un par de gusanos en busca de un hogar húmedo.
Aunque nunca les hace falta buscar una casa. Siempre vienen con una bajo el brazo. O tenidos de la mano. Les daba lo mismo. Siempre juntos, siempre es casa.
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Existo por vos.
Solo cóntigo las palabras, las sílabas de las palabras inclusive,
vuelven a ser un puente entre estos huesos cansados y los sueños.
Porque esto, nadie se engañe, no es un poema,
nomás decir que necesito tocarte para descubrir mi existencia.
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Acariciarte.

Acariciarte es también una manera
de buscar la verdad,
como si tus mejillas fueran
lo que parece que es tu rostro
que reconozco o adivino
pero nunca del todo,
o tus hombros, tu cadera, tu frente,
con los ojos cerrados te encuentro.
te busco y te encuentro,
verdad,
con cada caricia te encuentro,
no te pierdo,
te desnudo pero nunca del todo,
sino sólo un instante,
para siempre.
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Todo es tuyo.

Todo es tuyo por ti va a tu mano tu oído tu mirada iba fue siempre fue te busca te buscaba te buscó antes siempre desde la misma noche en que fui concebida. Te lloraba al nacer te aprendía en la escuela te amaba en los amores de entonces y en los otros. Después todas las cosas los amigos los libros los fracasos la angustia los veranos las tareas enfermedades ocios confidencias todo estaba marcado todo iba encaminado ciego rendido hacia el lugar donde ibas a pasar para que lo encontraras.
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La piel.

Tu contacto,
tu piel,
suave, fuerte, tendida,
dando dicha
apegada
al amor a lo tibio
pálida por la frente
sobre los huesos fina
triste en las sienes
fuerte en las piernas
blanda en las mejillas
y vibrante
caliente
llena de fuegos
viva
con una vida ávida de traspasarse
tierna
rendidamente íntima.
Así era tu piel lo que tomé que diste.
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Podría ser el sol.

Podría ser el sol que se filtra por tu ventana esta mañana. Acariciar tus paredes, meterme en tu cama y darte calor. Repasar la finura de tus pestañas y escucharte suspirar. Puedo ser quien te de una caricia que te haga despertar de los sueños a los que tanto te aferras, la primera de tu día, una caricia que te renazca. Puedo convertirme en tu primer amor. El primer beso. Un anhelo puro que forma grietas entre tus brazos. Infiltrarme por tu boca, tu paladar. Adentrarme en vos y no salir. Ser el sol, tus besos, tu amor, la extrañez, el dolor, tu vida.
Convertirme en lo que desees. Amoldarme a ti, a tu corazón, tu figura. Ser tu olor preferido, abrazarte lugares donde nadie llega, viajar sobre tus lagrimales, deslizarme en tus pómulos y regresar a susurrarte palabras de amor.
Puedo ser aquello que te despierta. El amor, lo humano, un motor en tu corazón.
Puedo ser todo. Puedo ser tuya.
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Instrucciones para amar.

Pósese justo frente a la persona que se quiere amar. Mírela a los ojos, sonría delicadamente, no exagere. Haga lento el abrir y cerrar de ojos: baje lentamente los párpados, súbalos de igual forma. Así durante todo el procedimiento.
Tome lentamente su cara y acérquela a la propia; inmediatamente verá la fusión de labios. Con suavidad, abra la boca y mezcle las lenguas, manteniendo las manos sobre la cara. Luego de algunos segundos sentirá una reacción química que liberará energía calórica, pero no se precipite, prosiga con las instrucciones. Tranquilamente aparte las manos de la cara del ser amado, deslizándolas suavemente por los hombros hacia abajo, hasta llegar a la espalda.
Abrazar fuerte.
Continúe con los procedimientos anteriores, verá que no experimentará ninguna dificultad para realizar estos pasos al mismo tiempo. Relaje las piernas y los brazos, sosténgase de pie sobre la persona que se quiere amar, verá que es el mejor soporte posible.
Apague o disminuya la luz, el ambiente será más tranquilo.
Aproxímese a una cama, preferentemente hecha sólo de sábanas. No se preocupe por las almohadas, sus propios torsos cumplirán esa función perfectamente.
No se apresure, póngase, despacio, en posición horizontal, guíe al amado a ponerse en la misma posición, de manera que los dos queden acostados y de costado, mirándose una vez más.
No deje nunca de abrazar.
En silencio, recuéstese sobre el torso ajeno y déjese reposar un buen rato.
La oscuridad le dará una sensación muy pacífica de la realidad y limitando la visión y el oído, podrá disfrutar de los sentidos que suelen dejarse relegados: el tacto, el olor, el gusto. Mantenga el abrazo, pero no se quede dormido, el sueño bien podrá experimentarse despierto.
Admirar todo lo que guste, deleitarse con las más inocentes excusas, detener el tiempo mientras se ve a la persona amada hacer algo tan simple como hablar, fruncir el ceño o jugar infantil y tiernamente con un peluche. Agregue dulzura a gusto. Añada sonrisas, payasadas y bromas (las lágrimas no hacen mal si están medidas en proporción y están bien batidas con amor), regalos insignificantes como un beso en un momento inesperado o un papel escrito a las apuradas. Pueden ser valorados más que una joya.
Consejo: las caricias y besos extras a lo largo de todo el procedimiento producirá un mejor efecto y mejor resultado. No olvide las miradas.
Secreto: Esta receta es especial para noches de lluvia; el sonido de las gotas rompiendo el silencio conforma una atmósfera imperdible.
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A veces te contemplo en una rama.

A veces te contemplo en una rama, en una forma, a veces horrorosa, en la noche, en el barro, en cualquier cosa, mi corazón entero arde en tu llama.
Y sé que el cielo entre tus labios me ama, que el aire forma tu perfil de dios de oro y de piedra, solo y orgulloso, que nadie existirá si no te llama.
Entre tus manos quedaré indefensa, no viviré si no es para buscarte y cruzaré el dolor para adorarte,
pues siempre me darás tu recompensa, que es mucho más de lo que te he pedido y casi todo lo que habré querido.
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No es que muera de amor, muero de ti.

Muero de ti, amor, de amor de ti, De urgencia mía de mi piel de ti, De mi alma de ti y de mi boca Y de la insoportable que yo soy sin ti. Muero de ti y de mí, muero de ambos, De nosotros, de ese, Desgarrado, partido, Me muero, te muero, lo morimos.
Morimos en mi cuarto en que estoy sola, En mi cama en que faltas, En la calle donde mi brazo va vacío, En el cine y los parques, los tranvías, Los lugares donde mi hombro acostumbra tu cabeza Y mi mano tu mano Y todo yo te sé como yo misma. Morimos en el sitio que le he prestado al aire Para que estés fuera de mí, Y en el lugar en que el aire se acaba Cuando te echo mi piel encima Y nos conocemos en nosotros, separados del mundo, Dichosa, penetrada, y cierto, interminable.
Morimos, lo sabemos, lo ignoran, nos morimos Entre los dos, ahora, separados, Del uno al otro, diariamente, Cayéndonos en múltiples estatuas, En gestos que no vemos, En nuestras manos que nos necesitan.
Nos morimos, amor, muero en tu vientre Que no muerdo ni beso, En tus muslos vivos, En tu carne sin fin, muero de máscaras, De triángulos obscuros e incesantes. Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo, De nuestra muerte, amor, muero, morimos.
En el pozo de amor a todas horas, Inconsolable, a gritos, Dentro de mí, quiero decir, te llamo, Te llaman los que nacen, los que vienen De atrás, de ti, los que a ti llegan. Nos morimos, amor, y nada hacemos Sino morirnos más, hora tras hora, Y escribirnos y hablarnos y morirnos.
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Amar.
Amar es este tímido silencio Cerca de ti, sin que lo sepas, Y recordar tu voz cuando te marchas Y sentir el calor de tu saludo.
Amar es aguardarte Como si fueras parte del ocaso, Ni antes ni después, para que estemos solos Entre los juegos y los cuentos
Sobre la tierra seca.
Amar es percibir, cuando te ausentas, Tu perfume en el aire que respiro, Y contemplar la estrella en que te alejas Cuando cierro la puerta de la noche.
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Nadie encuentra lo que no está buscando.

Nadie encuentra lo que no está buscando. ¿Por qué crees que vos y yo nos encontramos? ¿Desde dónde venías acercándote? ¿Desde cuándo yo esperaba que llegaras? ¿Por qué yo? ¿Por qué vos? ¿Por qué nosotros? ¿Por qué crees que no te desviaste, con otro rumbo, que no fuiste más hacia el sur, o más al norte, o al otro lado del mar incalculable? ¿Por qué pensás que me detuve para que pudieras alcanzarme, extender las dos ramas de tus brazos, abarcarme con toda tu ternura como diciéndome, “Ahora ya no te pasará nada malo, nada triste, nada cruel”; podes dejar de llorar, podes dormir con los ojos cerrados, mansamente y, al despertar, no estarás sola… Nunca más estarás sola. “¿Y yo no estaré solo nunca más?” ¿Por qué?, porque los dos estábamos buscándonos. Porque desde aquella lejana, lejanísima primera vez que nos vimos, quedó un delgado, finísimo, invisible hilo uniéndonos. Un hilo que nada puede cortar, un hilo que atraviesa paredes, muros, montañas. Un hilo indestructible que no soltaste, que no solté, y que al fin volvió a reunirnos para que la historia termine su retrato, tal vez poniendo un poco menos de tonalidad en la paleta, o distintos colores y brillos, pero retornando a los dos mismos protagonistas.
Vos y yo. Regresando. Volviendo al paraíso prometido que salimos a buscar sin saber que lo teníamos tan cerca, debajo de los pies. Cuando una persona encuentra a otra, cuando un corazón partido encuentra a su otra mitad. Los dos estaban buscándose. Nadie encuentra lo que no está buscando. ¿Me entendés, ahora?
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Hogares rotos y formas de encontrar-me en tu pecho. [18:30]
No es noticia la forma en que vengo pegando piezas de mis costillas desde que tengo sentido del razonamiento y puedo pararme en dos pies. Desde el núcleo de mis primeros meses hasta el día de hoy es cuando noto que he batallado en construir algo para mí, claramente con tropiezos y con raspones en las rodillas de tanto arrastrarme hacia un camino de paz. Hasta que te vi pasar un día frente al puente frente al caminito de tierra que iba labrando con lo poco que había aprendido de la vida, y de que sola podía, siempre sola, hasta enero. Y que forma de empezar el año, porque no hay mejor cosa que darme cuenta de que estuviste ahí cuando empecé a trabajar en construir una casa, un lugar para mí, donde te sumaste y donde caí en cuenta de que eras totalmente bienvenido, que eras parte de ese hogar. Hoy es donde sigo dando pasos muy chiquitos hacia lo que puede llegar a ser mi felicidad plena, y que seas quien sostiene mi mano a través del dolor de lo que son constantes pérdidas, caídas y el sentimiento de caer de cara hacia la tierra después de que pinchen mi nube de ilusiones, eso es algo que me hace seguir parada donde estoy, sin bajar tanto los brazos, aunque hayan domingos donde me sienta tan derrotada que la vida parece susurrarme una burla hacia todo el esfuerzo que puse en llegar donde estamos. Estamos. Porque no llegué sola, porque sos mi compañero y no podía esperar más a llamarte de esta forma tan íntima, nuestra. Mi compañero. Mi compañero de vida. Suena tuyo y mío, no es la primera vez que te digo que sos más que mi novio, que sos algo más allá de lo que nosotros dos tenemos y somos conscientes de lo que somos. Llamarte compañero rompe cualquier barrera y une toda definición acerca de lo que podremos llegar a ser y lo que hoy en día construimos en nuestra relación. No dejo de agradecer los días que pasamos juntos, que te hayas presentado a mi vida de una forma tan amena, que con eso hayas logrado una revolución de hechos donde mi corazón se ve claramente agitado y, por fin, en casa. Y eso es importante. Porque jamás tuve una casa sin sentir que en cualquier momento el techo podría aplastarme. Y llegaste. Tengamos una casa juntos. Sos mi casa, tu pecho es el lugar donde siento que nada se puede venir encima nuestro. Das paz y eso es una de las tantas cosas que amo de vos. Mi compañero de vida.
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Carta. Mayo, 22. 2022.
Quiero destacar el hecho de que escribo esta carta con el instrumental de una canción que me hace pensar en la evolución de nuestra relación, incluso puedo compararla con capullos, no uno, si no varios, creo en que no es la primera vez que te veo, creo que no es el primer capullo que se abre en nuestro nombre, y me gusta pensar en eso, en que estamos destinados a revivir una historia donde vos y yo protagonizamos empatía, amor y deseo por un futuro en paz, juntos. A un mes de decidir que sería la persona que te tomaría la mano puedo decir que no hay algo de lo que me arrepienta al día de hoy, nada más del hecho de no ser quien pueda constantemente demostrarte que el corazón se me sale del pecho cada vez que me doy cuenta de nuestro amor, de que estás a mi lado, de que quiero vivir a tu lado todo lo que nuestras cabezas y vidas nos permitan. Hay cierto romanticismo en la fantasía de renacer como flores que analicé unas cuantas madrugadas antes de dormirme a tu lado. Con decirte el otoño es mi estación preferida a tu lado, lo cual es irónico, ya que las flores mueren en otoño, pero, ¿qué hay del mundo donde solo vos y yo vivimos? Hay una especie de flor, una donde habitamos, que no muere nunca y se vuelve fuerte en otoño. Me volves fuerte en otoño. Me volves fuerte siempre. También es irónico que lo que anteriormente a conocerte en enero odiaba, ahora es la esencia de tu lado más pequeño e íntimo que adoro con los pedacitos de alma que tengo para entregarte, que ya son tuyos, pero quiero darte más de lo que tengo porque sos más de lo que una vez imaginé. Sos lágrimas de tarde cuando un domingo de nostalgia caigo en el hecho de que toda melodía de algún piano me hace recordar a vos y a tus ojos, que hay canciones que tienen tu nombre y nubes que tienen la forma de tu cara. Cada vez que veo una estrella fugaz, -porque pensando en vos es cuando se pasan las horas los sábados a la madrugada y le presto tanta atención al cielo que aparecen-, le pido por vos, por mí y porque este amor evolucione a un nivel donde nos convirtamos en el mantra de quienes busquen lo verdadero, lo puro. Sos pureza, amor de verdad. Sos mi amor de verdad.
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Un cuentito sobre monos.

“¿Qué es lo que te mantiene vivo?” Simón, colgando de una rama tras una tranquila tarde entre bananas y un calor que ahogaba en la selva, se preguntaba qué es lo que a todos los animales de aquel húmedo y verde lugar podría mantenerlos aferrados a la esperanza de seguir hacia delante. El pequeño mono, pelimarrón, con las mejillitas rosas y un cuestionamiento existencial el cual lo hacía destacar en las conversaciones con sus compañeros de palmera, árboles o tierra, mantuvo cierta convicción en poder responderse a sí mismo tras largos, y a veces agotadores, caminos donde conversaba con los de su especie. Una tarde, apenas empezando la época más dura para todos aquellos que se encontraban entre las hierbas, flores salvajes y calores inexplicables donde los ríos y cascadas eran motivo para quedarse trasnochando, frescos y felices, Simón, recostado sobre la espalda de Elizabeth, la elefante, quizo buscar respuesta en la brillante mente de su mejor amiga. — Elizabeth, ¿qué te mantiene viva? — La felicidad de encontrarse con sus padres, el hecho de poder tomar agua fresca un enero, salir con sus amigos luego de pesados pasos en la sabana, encontrando qué comer y a quienes bañar con la magia de su trompa, ¿qué era lo que mantenía feliz y viva a la pequeña? — La lluvia, Simón, la lluvia, constante y húmeda, es lo que me hace sentir tranquila, la tranquilidad me da paz y ahí es donde siento que puedo mantenerme eternamente viva entre las gotitas que de deslizan por las hojas de mi pequeña casa. — “Lluvia” anotó en su cabecita. Esa noche no pudo dormir menos de lo que ya acostumbraba, el mono, con la ansiedad en las nubes, inundandose de incertidumbre, buscó más víctimas de su proyecto.
Se balanceaba entre ramas, largas, fuertes, algunas apenas podían mantenerse en los árboles, en busca de aquello que pueda llenarle el estómago. Su ahora compañero de almuerzo, Polo, con la poca paciencia que lo destacaba, se encontraba aferrado con sus dos patas a un costado de un matorral de bananas, pelando dos o tres con una rápidez inimaginable, sin tiempo alguno para hablarle al charlatán Simón. — Polo, ¿qué es lo que te mantiene vivo? — Simón, realmente no estoy para tus cuestionamientos, piensa, ¿qué es lo que a todos nos mantiene vivos? La CO-MI-DA. — Frunció el ceño, mordisqueando la punta de una nueva fruta de aquellas que tanto disfrutaban ambos. El curioso monito no se esperaba más del hambriento amigo suyo, lo cual le daba cierta alegría, siempre era bueno escuchar sus cortas y poco tolerantes respuestas. Esa tarde la había pasado anotando en una hoja de palmera las respuestas de la selva entera, menos las suyas. ¿Dónde estaban las suyas? Se percató de la poca emoción que le daban sus días, de que nada realmente lo hacía vivir tan excitado, ¿por qué su corazón latía poquito y cansado? Y creía tener la respuesta exacta, creía y estaba seguro de que había una cosa que lo mantenía vivo, que le daba esa chispita en las noches de enero donde lo único que había que hacer era escuchar la orquesta que se montaban los grillos escondidos en los largos pastizales.
Hace poco que Simón había notado un extraño atracón en su pecho, jamás se había sentido tan hambriento de alguien, como si fuese a vomitar aquel motor que lo mantenía pensando y aferrado en sus dos patitas. Por fin tenía la respuesta, SU respuesta, y estaba en las tardes, donde el cielo se teñía de rosas, azules y violetas, el sol daba las buenas noches y su amada, Hera, se acercaba a regalarle una sonrisita. La verdad es que el mono poco sabía de querer a alguien que no sea su propia madre, pero aquel ser maravilloso que le tomaba la mano luego de días donde el sol cegaba, era alguien que le hacía aprender constantemente lo que el amor podía lograr y romper. Rompía con sus cuestionamientos, a veces tristes, rompía con todo tipo de cansancio que tuviese. Lo hacía sentir… Vivo. Vivo, muy vivo. Su Hera posaba los labios sobre la frente de Simón, llenándole de energía y convenciendolo de que habría más de una vida donde se verían a los ojos y sabría, por fin, que su lugar en el mundo era aquella calurosa jungla, a su lado, abrazandola y convenciendose a si mismo que si se dedicaba a cuidar a la pequeña, sería el ser vivo más feliz existente.
— ¿A ti qué te mantiene vivo, Simón? — Hera, dulce y tan curiosa como su compañero, colgaba de la rama, tirando su cuerpo al aire y estirando las manos hacia el vacío.
— Tenerte, Hera, tenerte me hace vivir. — Y no tenerla de una forma posesiva, tenerla era más bien un acto que lo llenaba y le daba la fuerza para todo. — Hera, me das vida. —
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Hay cosas que son mejor regalártelas.
(Una carta de Septiembre, 2022).
Hay cosas que es mejor regalartelas.
Hay cosas que es mejor quedarnoslas. Quedar en el momento, congelarnos en una foto, recordar de la mano en un sofá, mientras el día termina y no me queda más que guardarme entre tus brazos. Hay cosas que son mejor recordar, amar de nuevo, querer y acariciar. Me siento mejor con la idea de robarte la boquita, de besarte, de recordar el sabor a cerveza en tus labios, saber que estás muy dentro mío y eso no se cura aún con mil años de anestesia emocional. Me gusta la idea de recordar contigo. Que estés en mi recuerdos, que te presentes de la forma más intensa y romántica que alguna vez alcancé a leer. Me gusta la idea de que vivamos juntos, y te recuerdo mi primera carta, con todo el sentido de la palabra que te dije que significaba vivir, y yo creo que lentamente lo cumplimos, que abrazo junto a ti la idea de que quizá el amor eterno no se vea tan demandante y extraño, que quizá es un mundo donde tú y yo vivimos y viviremos hasta que la vida lo decida. Hay formas en las que puedo separarme de ti sin sentir que te me vas, formas etéreas e inexplicables, es imposible no recordar que te tengo clavado en el pecho, que la vida duele si la pienso sin tu amor entre sábanas y mañanas cálidas. Que me levanto enamorada de vos, menos que mañana, más que ayer, porque tengo el corazón entre las manos para dártelo día a día en el desayuno. Vivir. Vivir a tu lado es algo que me parece mágico, nada imposible, totalmente eterno. Eterno como la forma en que tus palabras se graban en mi memoria y agradezco al universo por poder nadar entre nubes cuando te encuentras respirando en mi nuca. Mi cintura te pertenece, mi pecho, un alma vagando por espacios inimaginables, todo es tuyo y un mundo que poco a poco, con arquitectura psicológica y la fuerza que me brinda tu mano, esto y más te lo entrego para siempre. Significas paz en su máximo esplendor. Paz, vida, el querer de la forma más pura, como si fuesemos niñitos. Te amo como una pequeña ama sus muñequitas de trapo. Te amo como si fuese la primera vez que conozco la palabra amor. Te amo. Esto es para toda la vida. Todo lo que te doy es eterno, tú eres eterno en mí.
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El hilo que lo conecta todo.

Eres el hilo que lo conecta todo, me hilvana a la música, al color, a las palabras, a los sentimientos, a la naturaleza, al pensamiento, al deseo, al espíritu.
Antes de encontrarte, yo era un ramo de cosas entremezcladas, ahora soy una luz única en la que todo está fundido, aglutinado, amasado sin grumos, procesado, unificado en el sentido literal del término. Diste vuelta el cielo para volcarme las estrellas. Ovillaste el canto para atármelo al alma. Aunque me quede quieta pongo en movimiento todo lo que construye al mundo: ternura, alegría, amor. Y lo que lo transforma: mareas, huracanes, hielos, fuegos, sequías…
Me voy abriendo. Y al abrirme, me expando, crezco, llego a los confines, vuelvo y entro en mí. En todas partes estás, precediéndome o esperándome. Eso es lo que más amo en ti: tu puntualidad para vencer mi soledad. Tu perseverancia para pulverizar mi pena y echarla al aire. Tu fuerza para ocupar los espacios ambiguos que existen en un ser: el espacio de la duda, el de la indecisión el de la inquietud, el del desgano… Los transformaste en depósitos de vida, latidos de reserva, semillas de tumbergias rosadas. No te voy a decir que es la primera vez que me enamoro, porque no es verdad. Pero sí es la primera vez que “me enamoran”. Que no elegí, que no ejercí el control desde el principio. Que sucedió sin que me diera cuenta. Que cuando supe, ya lo habías resuelto. Y empecé, entonces, a desatarme.
A abrir todas las puertas. A deshacer los nudos. A tirar las piedras a los costados del camino. A respirar llenando los pulmones. A desprenderme culpas y dolores, resentimientos y rencores y dejarlos en papeleros amarillos. Me gusta tu nombre estereofónico, tu voz vibrante y áspera… ¡bah, todo me gustas!
De pe a pa. Tu risa un poco tímida. Tus manos sensitivas. La forma en que entornas los ojos con un movimiento casi infantil, como si los párpados pudieran defender todo lo que se lee en ellos. Y tu mirada rápida, directa, que se adelanta siempre a tus palabras, como si les fuera abriendo paso. Me gusta que te importe lo que digo, lo que pienso, lo que siento. Que tengas curiosidad por todo lo que tiene que ver conmigo. Que estés constantemente tratando de asomarte a mi corazón. Para que puedas espiarlo, lo dejo descubierto. Quiero que sepas de mí más de lo que yo misma sé. Que por una vez en mi vida alguien me explique por qué hago o digo, alguien me dé un consejo acertado, me haga razonar, me brinde un poco de paz, alguien me saque del torbellino cotidiano, de la envidia de los inútiles, del orgullo de los ínfimos y del desagradecimiento de los mendicantes. Alguien que puede mirar de frente el rostro de los ángeles y que hasta los conoce por sus nombres. Alguien que guarde boletos capicúa, programas de cine, servilletas con el nombre de las confiterías, cajitas de fósforos, sobrecitos de azúcar de todos los lugares por donde viaja. Alguien que conoce el nombre de las estrellas y puede señalar las constelaciones. El hilo que lo conecta todo: cuerpo, mente y espíritu, con la fuerza del cosmos y la vitalidad de la naturaleza. Un hilo que me envuelve, que me hilvana al diamante y a la flor, a la espuma del mar, al granizo, al vuelo del cóndor, al aletear mágico del colibrí, a tu voz, a tu abrazo, a las esquirlas de tu amor cayéndome en el.
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