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Nosotros
En el aire sin rostro, en la distancia impalpable, un eco de piel sin piel mece la sombra de un abrazo.
Nos encontramos en líneas mudas, en el hueco tibio de palabras que sostienen sin manos, que arropan sin cuerpos, distantes.
Y, aun así, hay un pliegue, un rincón sin nombre, cercano, donde el vacío respira, en ese hueco heredado, como los ojos, como la voz.
¿Es ausencia o es esencia? Tal vez solo es la voz de algo que nunca estuvo, pero siempre nos está llamando a recorrer nuestros laberintos.
Carlos V.
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Ventanas a ninguna parte.
Hay ventanas que miran al vacío, en el marco de un mundo que calla. Son ventanas que asoman a ninguna parte, cristales que reflejan sueños huérfanos, y un horizonte distante que nunca llega a empezar.
Desde este lado, donde la brisa es muda, te pienso, amiga, como un faro en la niebla. Tú, con tus textos me inventas paisajes en el aire, y pintas colores en mis rincones grises.
Estas ventanas, aunque ciegas, aprenden de nosotros, aprenden a imaginar lo que no ven, lo que está distante, lo que imaginamos, lo que anhelamos… Son momentos de un eco contra la nada, y nuestra fuerza, el marco que nunca se quiebra.
Y así, en cada rincón vacío, donde el mundo olvida su forma, abrimos puertas con abrazos, y hacemos de las ventanas, caminos, para recorrer distantes pero juntos.
Carlos V.
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ARCOÍRIS
Todavía conservo ese cachorro de abismo que le gruñe a los saqueadores de arcoíris.
Y me salva de ídolos desquiciados cuando le acaricio las sanas utopías.
Porque amo la libertad de amar con todos sus colores, sean o no sean los míos…
Carlos V.
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Por momentos…
Soy mojado lobo, tiritando miseria, aullando a los miedos de la luna… Y, que solo de bosques, herido en la turbia maleza de esta vida, me sé salvaje. Carnal el instinto: soy animal de presa sin presa, devorando ahora mi propia carne.
Luego…
Cumplo en decir que al igual que vos soy la insistencia de un suspiro que sobrevive, a pesar de todo, ante este calambre de inexistencias.
Porque…
Somos… Dos hojas flameando en la nervadura de los olvidos.
Una infamia de soles.
Somos… La crisis de una Luna que ni siquiera ha parido nuevos amantes.
Pero…
Nos basta un abrazo, aunque distante, para curarnos y aún brindarnos lunas de esperanza.
Carlos V.
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Susurro de ausencias
En el silencio de esta noche, se me filtran los ecos del pasado, como susurros de ausencias que se aferran al viento. Las palabras no dichas, las miradas perdidas, se convierten en poesía en un rincón del alma. El tiempo, ese viejo amigo, sana y hiere con la misma mano, dejando cicatrices que narran la dura historia de vivir.
Carlos V.
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Mi Amigo es un colibrí.
Cuando descrees de la magia
y sin embargo….
Hacía poco tiempo que Manuel había fallecido, y el vacío que sentía era enorme,
Y como ya he hecho tantas veces desde ese día, cuando me bajoneaba y me ponía muy mal, fui esa tarde a su casa a visitar a sus hermanos. Verlos a ellos, era para mí, una manera de retenerlo, de sentirlo.
Ese día me recibió Octavio, el padre. No sé por qué se encontraba solo. No estaba su pareja, no estaban sus hijos.
Octavio, siempre me produjo una honda impresión, tanto es así que nunca me atreví a tutearlo. Y él por contrapartida, también me trataba de “usted”, muy ceremoniosamente, aún desde mi más corta edad.
Me invitó al jardín, a tomar mate.
Era una tarde luminosa y tibia, El verano que declinaba, se oponía a un otoño, que no tenía apuros en llegar.
Entre mate y mate desgranábamos palabras, frases sueltas sin importancia. Finalmente, más que hablar, terminé compartiendo su lento silencio, en medio de una paz increíble. Pausa-paréntesis del torbellino, bronca, dolor que me embargaba y que aún hoy por momentos me carcome, cuando en mis pensamientos se aparece Manuel.
Yo de tanto en tanto, miraba de reojo, su perfil inconfundible de aborigen incaico. Su nariz prominente y afilada, su fuerte mentón, que, con su tez cobriza, resaltaban su descendencia de una tierra milenaria, de la Madre Tierra, la Pacha-Mama.
Su cuerpo, su postura, emanaban una dignidad que ya otras veces había percibido, no sólo en él, también en mi amigo.
Seguí observándolo discretamente, mientras él seguía sumergido váyase a saber en qué recuerdos y añoranzas. Quizás volara en su mente, como un majestuoso cóndor andino, hundiéndose y elevándose de sus propios abismos.
Realmente había como una magia flotando entre nosotros, como un misterio no resuelto, pero que tampoco necesitaba palabras, se explicaba totalmente en el silencio. No puedo explicar la razón, pero yo rogaba que ese extraño momento durara para siempre, fuera eterno.
Repentinamente, apareció un colibrí, en el jardín, volando nerviosamente entre las pocas flores que aún quedaban. Con picoteos rápidos y su fulgente brillo, se fue acercando a nosotros, hasta libar en una flor que estaba a centímetros de mi cara.
Quedó suspendido en el aire por unos segundos quizás, pero que para mí fueron casi infinitos. Sentía que con mis manos podía rozar sus leves alas de plumas tornasoladas. Y por un instante mágico se posó en mi hombro.
Luego volando, se fue tan repentinamente como había venido. La magia había desaparecido.
Entonces Octavio, mirándome fijamente con sus profundos ojos negros me dijo.
- “En mi tierra, allá en los Andes peruanos, hay una leyenda antigua que dice, que si aparece un colibrí y se le acerca, es el alma de un ser querido que viene a visitarle. Hoy Manuel lo visitó, porque usted lo necesita”.
Y se levantó lentamente, y con paso cansino, se acercó a la puerta, giró la cabeza brevemente esbozando una leve y triste sonrisa. Abrió la puerta y se retiró dejándome solo en el jardín, mientras la luz de la tarde se desvanecía en colores desvaídos.
Cerré los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, me relajé, me entregué y dejé que mi espíritu volara.
Esa misma noche escribí:
Manuel Octavio Valencia es una
mezcla de secreto de clavo y de clavel.
Un tiempo antiguo de bajo de sus alas
rumorea.
Es casi un soplo del rumoroso noviembre,
una brisa de abril.
Y aún no sabes si el aire donde habitas
está vivo o muerto
colibrí.
Verde bajo el vientre, azul sobre las alas
y tú en el éxtasis.
Cómo medir en noches y días la delicia
de la dalia, del lirio y del jazmín,
si no hay sombra ni luz en la fragancia,
ni lugar para encerrarte
colibrí.
Cómo medir el hondo dolor de la parálisis,
tan cerca del deseo.
A veces sientes que la muerte está en tu pico
y no en su cáliz sutil….
y, ese miedo de besar, esa tortura
y el loco anhelo de morir cuando presientes,
que en cada beso matas lo que amas
colibrí.
Tu vida es un sueño apenas. Una floja
ilusión desprevenida.
Si es cierto que conoces esta tierra. Si es
verdad que a tu amoroso celo no escapó un
sólo jardín.
Si no mientes al decir que frecuentaste rosas,
jacintos, gladiolos, asfódelos,
si aún existes,
muéstrame una huella, una sola huella tuya,
colibrí.
(febrero de 2017)
Pasaron los días, llegó el invierno, el frío, los días grises. El primer invierno sin mi amigo.
Y se cerró la pausa-paréntesis y volvieron mis fantasmas, el torbellino, la bronca, el dolor.
Pero cada tanto, releo estas palabras, revivo esta historia y todavía de alguna manera misteriosa, me hacen bien.
(enero 2020)
Y aún hoy a ocho años de su partida, me sigue haciendo bien leer este texto, sobre ese momento mágico de paz y armonía, que viví entre la desazón y la tristeza que me embargaba
Carlos V.
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BELLEZA
Antes de nacer ya era verso en el vientre de mi madre, me acunaron en rimas y ritmos, crecí entre líneas y estrofas, me enamoré y desilusioné, sufrí e hice sufrir, protesté y me revolucioné, siempre en ellas.
Y sané con cada palabra escrita; envejeceré con poemas en los labios, y al partir, dejaré sin duda, alguna poesía.
Vos y yo, somos poesía en movimiento. Si te dicen que no basta para creer en el poder del arte, no les creas. Nunca crecimos de alma haciendo cuentas. La belleza poética no se mide, no se pesa.
Si insisten en dotarla de un gramaje, me resisto (y espero que nos acompañemos en esto).
Como dice el querido viejo Charly, en “Los Dinosaurios”: “Si los pesados, mi amor, llevan todo ese montón de equipaje en la mano… Oh, mi amor, yo quiero estar liviano”.
Carlos V.
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Ella…
En la penumbra de mi ser, donde los ecos susurran secretos, me disuelvo en la bruma de la noche, un suspiro perdido en el tiempo. Mis palabras son sombras, mis pensamientos, cenizas. Soy la danza alada en lo intangible, un murmullo de silencios. El viento frío me lleva, me arrastra en su abrazo etéreo, y en su caricia encuentro mi ser, una existencia fugaz, un sueño que se desvanece lentamente. En el borde del silencio, donde la luz se difumina, mi alma vaga, soy una sombra en busca de sentido.
No existo en la carne, sino en los suspiros de la noche, soy la hija del aire, un susurro enamorado del viento.
Estas palabras son espejos rotos, reflejando fragmentos de mí, un yo que se deshace, que se pierde en la inmensidad.
El viento me canta, con su arrullo de eternidad, y en sus brazos etéreos, encuentro mi verdad: la evanescencia de ser, la eternidad de no ser.
Carlos V.
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Soledad
Mi soledad se viste de sombras; camino despacio por los rincones donde habitan mis sueños perdidos, los ecos de voces que ya no están, que hoy me faltan.
En el silencio de esta la noche, se escuchan los latidos de un corazón que busca como yo, entre la niebla, un destello de luz que disipe tanta oscuridad.
La soledad trae consigo recuerdos, imágenes difusas de tiempos idos, y en cada suspiro, en cada lágrima, se esconde un deseo antiguo, distante.
Pero la soledad desde hace un tiempo, también es un refugio, un espacio donde encontrarte; y en este abrazo con la nada, voy aprendiendo a caminar solo.
Serena, la soledad se convierte en una aliada inesperada, y en su abrazo frío y callado, descubro la fuerza de ser yo mismo.
A pesar de todo…
Carlos V.
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Posesión
I
Me adentro en tu ser, con la mirada, con las manos, con la lengua. Salgo con la memoria, con el recuerdo, con la ausencia.
Para encontrar tu escondite, debo permanecer inmóvil.
II
La noche fluye en mis huesos. Mi piel, arrebatada por auroras, enciende los lagos del silencio. Tu cuerpo alado se desnuda de toda carne, de todo hueso, de todo nervio.
Tu escondite es un río, un esqueleto líquido en movimiento.
III
Ahora tu cabello es un mar oscuro que lucha contra la gravedad del tiempo. Ahora el borde de tu vestido es una lengua. Ahora caminas a mi lado.
Ahora te ocultas.
IV
¿Te buscabas en mí? Yo soy la noche, soy el pájaro mudo en los tejados, soy el fluir del agua, soy el naufragio.
Caes como una almendra encendida al fondo de mis manos, atrapada en luz y vegetación.
Mientras dibujo una palabra blasfema e invisible, camino con mis labios rozando tu escondite, un poema sin palabras.
V
Tus ojos son dos ríos profundos que desbordan sueños y secretos. Tus palabras fluyen como corrientes, susurrando historias en la penumbra.
A medida que avanzamos, el silencio se convierte en un océano, y en el escondite de sus aguas, descubro la esencia de tu ser.
VI
El tiempo se disuelve como niebla, dejando atrás solo reflejos y ecos. Nuestro encuentro es un remolino, una danza eterna de sombras y luces, de alas y misterios.
Me sumerjo en tu escondite, donde el agua y la noche se entrelazan, y en ese abismo, encuentro la paz y el desvelo.
VII
Así, en la quietud inquieta de nuestra posesión, las palabras se desvanecen, dejando solo la melodía del agua en movimiento.
Nos volvemos uno con la corriente, fluyendo hacia el horizonte, donde el día y la noche se funden en un solo abrazo eterno.
Carlos V.
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Dudas de pertenencia.
Después de atravesar tempestades,
haberlo visto casi todo
y haber perdido el tren de la razón
mi calavera, te responde:
no, Hamlet,
ser y no ser,
al mismo tiempo…
Carlos V.
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Otras grietas, otro insomnio.
Estaba soñando hojas en blanco. Me ardía el alma de silencios. Hasta que, en la grieta del insomnio escribí en un papel amarillento.
(Es que no pude silenciar el cause torpe de estos versos que no entiendo)
¿Soy la suma de mis partes? ¿Lo previo? ¿La vértebra que edifica esta brisa en la fría piel de mi mejilla húmeda? ¿Cómo se llama el mar cuando penetra sus olas en mi pecho? ¿Cómo se llama el llanto que hace estallar mi cuerpo? ¿Qué es mi cuerpo cuando se funde en el ocaso o reposa en su orilla y parece que el sol lo mece dormido naranja y lejano? ¿Qué es mi cuerpo cuando huyo de él? ¿Cuál es la verdadera experiencia de volver? ¿No es mi mismo cuerpo el que tuvo alegría o el que va al cementerio y se sienta a esperar que el viento se lo lleve de a pedazos? ¿Cuántos cuerpos tengo? ¿Cuántas partes-retazos? ¿Cuánta es la tensión que carga o cargan? ¿Cuál es el peso de mis mañanas con sus grises, de las locuras en mis madrugadas? ¿Cuánta fuerza en mi mirada se cruza con un infinito del terror de todo lo posible, con la sombra del dolor asomando por el vértice de mis ojos haciendo eco con los gritos en mi cerebro? Mi cuerpo ¿cuándo duerme? ¿cuándo despierta? Cuando me voy de mi cuerpo y no hay ningún otro, y me quedo solo, ¿esta soledad es un estado o es el tiempo de la huida?
Es entonces, cuando el nudo es mi garganta y el habla se me hace llana y nula y se disuelve en mi mirada. Cuando el agua-lágrima es mi mirada y alguna sal quema mi piel y se hace barro que baja. Es cuando tu bella presencia empieza a atenuarse en mi memoria y parece que toda la sangre se me hunde en lo invisible y se queda atrás de cada sol que se va yendo por la boca de mi pecho hueco. Es cuando el pecho es un agujero negro comiéndose los días y mis retazos. Es cuando los días hacen nido para hacer fogatas de oscuridades. Es cuando estar existiendo es lejos de donde pienso que estoy, hasta de mí mismo. Es entonces cuando dudo… ¿soy la suma o la resta de mis partes? ¿Y es esta soledad un estado permanente, o el instante fugaz de una huida sin retorno? Dímelo…
Carlos V.
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La grieta del insomnio
Mientras insomnio, recuerdo que un día de niño miraba una grieta en la pared y mi padre me dijo, “la casa ha trabajado”.
Hay grietas-agujeros en las personas, sitios inhóspitos en los que no habitaría un pájaro. Resquicios sin abrigo adonde no acude el lenguaje de las palabras con su instante en fuga, con su residuo desesperado.
“La vida ha trabajado”, me digo, y me observo las manos solas, toco esta cabeza que por la madrugada escucha a los gallos delatar la cartografía de un pueblo triste, solitario.
Las palabras hacen surcos tratando de llegar a alguna parte. Pero desovan en la oscuridad de un estómago vacío.
“El olvido ha trabajado”, me digo, y cierro los ojos que dan a otros ojos, reúno los caminos que me vieron pasar. Como si alguna vez volviera la primera vez de todo, y yo fuera una grieta que anda por el aire y que aún no encontró su casa.
Carlos V.
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Perdido.
Perdido en los mapas en penumbra de tus textos, la brújula de mi alma se extravía, y el norte se desvanece como un suspiro en la niebla.
Tus palabras son los vértices de un triángulo imposible, donde el amor y el olvido se entrelazan y se abrazan.
Cada paso que doy en la piel de tus poemas, es un camino sin retorno, una decisión sin vuelta atrás, un cataclismo preanunciado.
Y así, en tu geografía de metáforas, me pierdo¿me encuentro?,como un viajero sin destino, como un náufrago solitario,sobreviviendo.
Carlos V.
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No habrá otra noche como la de hoy. Compartamos y bebamos el instante de esta copa de cielo.
Criemos un recuerdo en los labios de los ojos y a pesar de la distancia no olvidemos.
Carlos V.
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JARDINES
Cada uno de nosotros tiene un jardín. El mío está lleno de recuerdos: abrazos, nacimientos, muertes, paisajes, melodías, libros, pasiones, encuentros y desencuentros… Esos recuerdos que a veces te congelan o te estallan, para sacudirte o rediseñar los caminos impredecibles en cada paso de vida.
También tengo árboles de temores que se marchitan y, de vez en cuando, vuelven a brotar, tiernos o macabros.
Un trébol de tres palabras… una rosa que muerde, una Alegría del hogar con alguna que otra lágrima, un cactus con espinas aceradas, un helecho con muchas plumas y una enredadera que canta y llora mirando al cielo.
Todos tenemos un jardín, que se nos seca o nos florece en su roce inevitable con las horas y que se hace raíz, en cada palpitar del “alma-semilla-viajera".
Carlos V.
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Vértigos, anclas y abrazos…
Con nuestros abrazos, el vértigo se aquieta, como un barco que halla su puerto, y en la quietud de esta distancia, somos ancla y naufragio a la vez.
Abrazos, cadenas que atan nuestros deseos, espirales que nos envuelven y sostienen, y en esos abrazos, el dolor se desvanece, dejando solo el latido de dos almas.
Así, en esos abrazos, muchas veces encontramos el centro, la calma en medio de la tormenta, y nos sumergimos en ese otro vértigo de una amistad atemporal, sabiendo que en nuestros abrazos se encuentra una forma misteriosa del hogar.
Carlos V.
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