REVELACIONES
Sentí el estallido-silencio
de cada palabra tuya no dicha que me sembraba
su imperio sensible.
Una gota de lágrima-lluvia… fue entonces mi mundo.
Viejos poemas… la maquinaria de un dios
anticuado, vencido.
Tu mirada de niña antigua… una revelación.
Me puse a escribir a tropezones
algunos vestigios de ese hallazgo inabordable.
Comencé a desenumerar las certidumbres
y comprenderlas desde las oscuridades del alma.
Carlos V.
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Amiga,
fuimos semana, una enredadera de intenciones
aferrándose a un muro incomprensible,
donde nos empeñamos en cargar esos ladrillos
que nos aíslan de lo importante
para tejer las casas de unos pocos otros.
Pero, amiga, con alivio y ya sin culpa,
ha llegado la hora de descalzarse el alma de los zapatos
y de quitarnos las telarañas del día.
Es la hora de poner en valor esa otra casa,
esa casa invisible, que muchas veces ignoramos,
pero que habitamos, nos habita y nos teje
desde que nacimos.
Esa hora debería ser siempre…
Carlos V.
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Contaste los inviernos como piedras,
pero… ¿cuántos fuegos nacieron de tu invierno?
¿Cuántos hijos de estrellas sin estrellas,
en medio de la nada, planearon su retorno?
Vuelves al invierno que fue tuyo,
para tocar el corazón del viento frío.
Y tienes un sueño demorado, que aún busca su nido.
(más de cuatro años no pudieron derribar ni un solo recuerdo)
(me bailas la tristeza con la complicidad de saberte la elegida)
(eso no se desama ni con distancia, ni con ausencia)
Carlos V.
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En el precipicio de mi lengua,
me amarillo de otoño.
Se me resbala el tiempo
por la espalda de estos días.
Se me desprenden los versos
desmayados, agrietados
que caen como alas muertas,
en la profunda grieta de este libro cerrado,
para renacer algún día
en el húmedo beso de un árbol lejano.
Carlos V.
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Transpirábamos insomnios,
acariciando la áspera piel de nuestros monstruos.
Por suerte éramos historias distintas…
cada cual, con sus lunas, sus puntos y sus comas,
sus dolores y sus muertes.
Sabíamos de cada arruga, cada estría, cada cicatriz
que nos hablaba a través de nuestros cuerpos silenciosos,
pero que aullaban por sus bocas melodías parecidas.
Había mucho por decir de la impotencia
de nuestra sangre y sus herencias. Y viceversa.
Pero el mejor diálogo nos encontró en un abrazo a la distancia
que concentraba, por un instante todos los abrazos.
Carlos V.
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A vos, amiga,
te deseo la memoria imperturbable de lo que ha valido la pena, un paisaje fotografiado al borde de tu palpitante corazón, un poema sin pretextos, una suave música que bese tu desnudez, una copa de vino bajo el aura del silencio, el abrazo de los que saben que te saben y lo sabes, la revolución constante que tiene su propio calendario bajo la agenda de tus estrellas, la risa compartida en el instante preciso, la palabra justa en el momento oportuno, la fortaleza de ser tú misma en un mundo que cambia, y la certeza de que, pase lo que pase, siempre estaré aquí.
Carlos V.
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CHE AMIGO
(dedicado a Manuel)
Che, no te asustes,
no te aflijas, que loco no estoy.
Después de tu largo viaje sin adiós,
te vuelvo, te espejo, te invento en el hoy.
Los ojos desvelados, el alma más descalza
pero sigo siendo yo.
Juguemos a la pelota en los charcos,
sacudámonos las sombras enredadas.
Che, abrazáme,
semilláme, que cuerdo no estoy.
Después de estos sordos años bajo el sol,
te espero, te imagino, te pienso en el hoy.
Los ojos desvelados, el alma más descalza
pero sigo siendo yo.
Juguemos en el barro,
pateáme las tinieblas encimadas
y arrancáme esta ancla negra de la espalda.
Carlos V.
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Incertezas.
Soy militante de la certeza de las dudas.
La verdad es un eufemismo.
Beso tu duda y mi duda, y me poetizo
en la fragilidad de esa verdad única que cae
como cascada de todos sin todos.
Desnúdame una duda, que quizás mañana
nos encontremos en el camino.
Carlos V.
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OTOÑO
En el precipicio de la lengua,
me amarillo en el otoño.
Se me resbala un ciclo
por la espalda de estos días.
Se me desprenden versos
desmayados y agrietados,
que caen como alas muertas
en la profunda grieta
de este libro cerrado…
para morir
en el seco beso de un árbol.
En el laberinto de promesas,
me acaricio el retorno.
Se me florece un cielo
por el pecho de estos días.
Se me iluminan versos
Impacientes, desbocados,
que van como alas vivas
en la sabia inquieta
de un libro empezado…
para renacer
en el húmedo beso de un árbol.
Carlos V.
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Hoy
plantaré este verso
más allá
del canon establecido;
besaré tu mundo olvidado
para pintar en el río de tu lengua
una metáfora o in-metáfora,
sin cárceles ni encierros
para que cimbree en la hierba de tu piel
y rescate de los ombligos de tus textos
las palabras
que se niegan
a quedar huérfanas de aullido.
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A nuestra amistad
se la cría,
se la amamanta,
se llama en silencio,
se la reconoce,
se la juega,
se la llora,
se la duerme y se la abriga,
o se la despide…
sin perder la memoria necesaria
para salvar lo imprescindible
y olvidar lo prescindible.
Mientras tanto nos latimos
en la fiebre o el desfiebre,
rascando y acariciando
los pétalos de estos días.
Carlos V.
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Me crezco
y decrezco entre tus memorias y olvidos.
Me defino
entre el impacto de lo que dices
y en recordar u olvidar.
Una conmoción me causó la totalidad de tus textos,
de los que apenas guardo una síntesis
sentidamente apócrifa, pero que me vive
y me evoluciona de todos mis sentidos y sinsentidos.
Soy el rompecabezas de una biblioteca
que retiene sólo algunos fragmentos
de tus letras leídas, de los besos no dados,
de lo hechos que me tallaron la piel,
una secuencia difusa de triunfos y tropiezos,
la narración selectiva de lo leído-vivido.
Todos los días ajusto la sintonía del alma,
para poder apreciar ése, tu futuro texto,
que será, quizás, parte esencial de mi rompecabezas.
Carlos V
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POETA
(dedicado a Alfonsina Storni)
Tocó el timbre de Dios
pero él no estaba en su casa.
Entonces quiso tocar
la espina dorsal del mar
y escribirle en las entrañas.
Ave de sal,
argonauta de palabras…
Alfonsina canta,
en olas de cielo,
sus versos sobre la playa.
¡Musa del mar!
Tenía una cresta de sol,
era una fiebre su voz.
Entonces quiso besar
todas las hojas del mar
y escribirle en las entrañas.
Carlos V.
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Sombras.
No te preocupes por el tiempo,
hoy lo arrojé por la ventana.
Estamos solos en el aire,
abrazándonos ya sin culpa
bajo el secreto pagano de estas nubes.
No llores más,
ya no hay arena que moleste
entre los pies
ni tampoco entre las sábanas.
Sólo palabras
que se nos vencen sin más
entre los labios.
Y en nuestros cuerpos despojados,
un par de almas tibias
y enredadas
dicen
que vos y yo somos distintos.
Pero hoy,
en esta noche,
bajo el resplandor mortecino de esta luz,
que nos delata en la pared
somos quizás
la misma sombra.
Carlos V.
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EL ARTE DE LA ESPERA
No esperar esperando, no es una paradoja… es mi pulsión de supervivencia poética.
Sé que las palabras buscadas pueden llegar Hoy, en cualquier lugar de espacio-tiempo, como pueden llegar Nunca, en cualquier lugar de espacio-tiempo.
Por eso no las espero esperando. En el mientras tanto, del nadie sabe lo que ocurrirá, sigo, revisando y leyendo tus textos, les pongo tildes a mis sentimientos, signos o comillas a mis soledades, desato los nudos de las ventanas, o miro por el cerrojo de las puertas para estimular mi percepción de tu mundo.
Es decir, no me olvido que escribir implica inspiración y mucho más sentir viviendo más allá de él.
Si llegan las palabras deseadas será una buena noticia; pero, si no llegan, haberlas esperado caminando y leyéndote, también.
Carlos V.
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Afuera
Caminas por la casa de la memoria. Vas ordenando las habitaciones, cambiando los objetos de lugar, cerrando las cortinas del salón donde todos los soles son hirientes. Cuando nada se mueve del lugar que tus manos le asignan, cierras las puertas y ventanas con dulzura, sales al espacio exterior de la noche baldía y aúllas mirando a la luna, en el jardín que borran las malezas, temblando.
La marioneta
Te mueves para complacer a los otros, como todos los desamparados. Harás cualquier papel menos el propio. Serás la abuela rezando junto a la ventana un rosario hecho con bolitas de ojos que vieron al Señor; serás la madre que antes de envejecer se dobló como un traje de fiesta y se guardó en un cajón, para que no la sacasen a vivir, serás la hermana que murió con rebeldía, esperando inútilmente que cambiasen las leyes de la Tierra; no serás la mujer que gobierna tus hilos de marioneta y te retira del escenario cuando termina la función y te canta canciones de cuna y te acuesta, con piedad, junto a sus hijos.
Borrar las huellas
Avanzas en la casa de la mañana borrando huellas: el roce de los labios sobre los vasos, la marca de las suelas sobre pisos brillantes, el peso y la respiración de los cuerpos en las sábanas que se retiran. Luego te miras en el espejo del cuarto y te limpias la cara con las manos. En espejada luna serena sólo esas manos quedan, inmortales, ensayando los gestos que hacen al mundo volver a sus principios.
Transparencia
Todos los atardeceres te sientas en el patio de la casa. Si alguien te acompañara vería como tu cuerpo se vuelve transparente al compás de la sombra. Primero surge un mapa encendido de venas y de vísceras, luego, más abajo, una población de huesos huecos por donde el viento frío corre como un golpe de música. Sonríes y levantas un brazo en la noche incipiente. Unos minutos más y se apagará el resplandor del hueso iluminado por canciones remotas y ocultará la piel el color de tu sangre. Cuando todo concluye, guardas la silla bajo el alero y vuelves a la cocina, llevándote el secreto de la transparencia del mundo.
Ciertas herencias
Acaricias tus herencias inofensivas, sedosas como una piel: una almohada de terciopelo donde la oración de la abuela se arrodillaba, una trenza roja que vivió en tu cabeza de quince años, insolente como una carcajada en el lugar de los muertos, un mantón de Manila que tus antepasadas se ponían para cantar. Y la almohada se corre bruscamente para mostrarte un pozo desconocido bajo tu cuerpo, y la trenza te rodea el cuello, mordiéndote como una boca de amante, y el mantón te envuelve y te la lleva, enseñándote alas para salir al mundo.
Carlos V.
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Cuando creamos que el barro puede ser piedra
y pensemos que la piedra crea que puede
existir sin un paisaje que la contenga
entonces…
abrázame y nos tejemos.
Silbemos a los temblores de nuestras bestias.
Y digamos: somos poesía y barro,
somos piedra sin paisaje que nos contenga.
Quitémonos las astillas de los pies
y caminemos descalzos,
buscando esa semilla de voz que aún nos queda
en lo profundo
de nuestros océanos
esa voz que quiere decir
y dice…
porque aún creemos.
Carlos V.
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