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Casa cerrada
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Textos demasiado geniales para ser públicados, lo segundo confirmado por profesionales.
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casacerrada-blog · 8 years ago
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Rojo chicloso
La mayoría de la gente hubiera considerado a Laura una chica bien, nadie importante pero buena compañía. Si se los presionara por algo negativo dirían cosas sutiles que rara vez notan. Por ejemplo, el lunes después de su cita con un chico que conoció por internet quisieron recriminarle ser demasiado confiada. Pero eso sería culpar a la victima, casi decirle que merecía ser asesinada. Sus compañeros la trataron con el mismo afecto de siempre o quizás más, porque todos cometen errores al enamorarse.
Su vida cambió muy poco. Nunca había interrumpido una clase y siempre fue de poco comer. A veces limpiándose chicle de la cara se desprendían pedacitos de labio, tenía que cambar seguido de ropa por la sangre que brotaba ocasionalmente de su pecho, pájaros e insectos eran un riesgo si pasaba mucho tiempo afuera. Nada importante.
Todas esas cosas, para Facundo, eran encantadoras. Antes no le había prestado más atención que a otros compañeros, ahora no podía evitar hacerlo. Le tomó algunos meses animarse a invitarla a salir, la primera vez que hacía algo así. Laura fue muy gentil al rechazarlo.
 Cerca de final de año el curso hizo una reunión para celebrar las vacaciones. A esta altura Facundo había dejado atrás su enamoramiento, aunque no lo había reemplazado por otro. Preparando la mesa escuchó a dos chicas sintiendo pena por Laura luego de que cortara con su novio. Al  buscar vasos la encontró en la cocina condimentando la ensalada, la uña del dedo meñique delicadamente danzando de un hilo de piel con cada sacudida del salero.
 Facundo sabía que en cierta medida lo estaba haciendo por pena, eso lo hacía sentir un poco culpable pero volvió a ofrecerle que salieran. Laura sonrió terminando de mezclar las verduras, le acercó el cuchillo de la mesada y se levantó levemente la remera.
 Fueron los últimos en sentarse, sus compañeros les reprocharon que tardaran pero nada más. Tampoco notaron que se evitaban o cómo se sonrojaban cuando cruzaban una mirada.
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casacerrada-blog · 8 years ago
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La oficina de Nacho y Julio había sido figurativamente divida cuando alquilaron el lugar reservándole espacio a cada uno para un escritorio, un archivero y cualquier otra cosa con la que quisieran decorar; sin embargo con los años cada uno había ido incorporando detalles hasta lograr que la división conceptual fuera evidente a cualquiera que entrara con un claro quiebre a la mitad de la habitación. Julio había comenzado con una fotografía del palacio de Tokapi que le envió un pariente lejano, para motivarse a algún día ganar suficiente como para visitarlos, pero los destinos potenciales se habían ampliado hasta armar un complejo mapa ilustrado que cubría una buena parte de medio oriente, África y un poco de Europa; sumado a mapas de rutas y puntos de interés turístico. Una estantería era compartida por dos masetas estancadas en unos cinco centímetros de altura pero sobredesarrolladas por toda la estantería y parte del suelo, nunca estuvo seguro de la raza de las plantas. Su escritorio era un rezago industrial de metal, diseñado para soportar una columna en caída libre pero no para verse bien. Arriba sostenía todo el papeleo de su emprendimiento, desde asuntos legales al archivo de los contratos que habían trabajado. Desde hacia meses buscaba uno de esos archiveros de tarjetas circulares pero realmente no tenían ninguna tarjeta que arcivar.
En comparación a Nacho su espacio estaba vacío. Toda la pared que le correspondía estaba transformada en una estantería para exhibir algunas de las piezas más honrosas, u horrorosas, de su colección. Desde estatuillas fetichistas africanas a plantas exóticas, pasando por todos los colores del espectro paranormal y metafísico. Una combinación que a cargo de otra persona hubiera sido sombría e inquietante pero que conectada a Nacho se volvía divertida y curiosa. Ciertamente le aportaba color a la pequeña habitación y podría significar horas de historias detalladas sobre cada una si alguna vez un cliente se quedara por el tiempo suficiente o le indicara el menor interés. Desde esa mañana su escritorio estaba vacío ya que cada intento de colocar algo encima resultaba en verlo proyectado violentamente contra la pared. Hubiera pasado el día haciendo eso pero Julio le pidió que parara. Temporalmente su notebook está en su rezago revotando con un tecleo violento resultado de personas poco amables en foros de internet negandose a ayudarlo.  
           En el departamento de arriba están las oficinas y estudio de Radio Revolución desde mucho antes que ellos llegaran, y a su vez esta tiene su antena ocupando toda la terraza. No sólo cualquier intento de sintonizar una radio diferente ha sido en vano sino que tener internet en wi-fi o incluso celulares no eran opciones. Sintonizar la radio, sin embargo, no era realmente necesario ya que la mayoría de los programas podían ser escuchados a través del techo. Levemente harto del sonido de teclas incrustándose en el teclado, Julio mantiene la mirada fija en el reloj de pared. Como nunca acordaron horarios de oficina entran y salen a gusto, pero por una regla moral tácita esperan a que marque una hora en punto para cerrar el día.
-Me parece que arranco.
-Apurate, no se si llegás para Pasión en Escalpelos.
-¿Cuánto me queda?-             Julio le agarra un cigarrillo del bolsillo de la camisa.
-Una hora, un poco más hasta que empiece.
En un punto a mitad de camino entre la oficina y la casa de Julio un chico está tirado en la cama de Marianella seguro de que ya memorizó cada quiebre en la pintura del techo y creó un sistema de constelaciones que será recordado por generaciones o hasta que lo vuelvan a pintar, ella sigue trabajando en la pintura.
-Perdón, todavía le falta un poco.- le dice girandose hacia él con una sonrisa.
           El chico mira por encima del flaquito hombro de la chica y trata de encontrar un sentido en la tormenta de colores. No lo logra así que se deja caer en la cama y retoma su cartografía de techos.
-Seguro, no hay drama.- le dice revisando la hora en el celular.
-De hecho, te llamé porque quería que me ayudaras con esto.
-¿Con qué?
-Con la pintura.
-¿Con qué? Soy malo con esas cosas, muy manco.
-Hay una parte que sí o sí la tenés que hacer vos.
           El elogio sugerido, muy poco claro, es suficiente para hacer al chico sonreir.
También cumpliendo un encargo Bruno lleva el maletín hasta el centro de una plaza. El claro está plenamente iluminado metros a la redonda por farolas demasiado potentes para el bienestar animal. A la distancia se escucha gente pateando una pelota y gritándose, se los nota entre los árboles en otro claro al extremo de la plaza. Tirado en el piso, incapaz de ver las estrellas por la polución lumínica pero aún así intentándolo, el chico lo nota y se levanta en un único movimiento muy fluido. Se ve demasiado pibe para el gusto de Bruno pero no sería la primera vez que mandan al más bajo de la cadena a esas cosas, ¿lo volvía eso a él el más bajo de su propia cadena? Nunca se había considerado bajo, era un sentimiento nuevo. El chico está con un maletín a sus pies y si el dinero está ahí realmente nada de eso importa mucho. De hecho ver lo relajado que está con una remera que debería ser de entrecasa descansando en el pasto lo hace sentir a él demasiado arreglado, los trajes nunca fueron lo suyo.
-El producto que ordenaron. Costó más de lo esperado conseguirlo, ya les informaron de la suba de precio.
-Perfecto, realmente el precio a mi no me importa mucho.
           Bruno le da el maletín en las manos mientras el chico empuja su portafolio metálico con el pié, revisa el contenido antes de soltarlo. Sonríe y sonríe mucho, tanto que sus ojos se vuelven dos pequeñas rendijas negras. Nica hace una nota mental de que este fue un día con muchas cosas que lo alegraron.  
-Perfecto.
           Como si fuera una pelota, levanta y patea el portafolio hacia Bruno. Éste lo recibe de lleno en el rostro y lo deja caer a sus manos sin necesitar moverse, nota lo liviano que cae. Completamente vacío. Al levantar la vista ya no encuentra a Nico pero nota que los pasos del partido fueron reemplazados por una carrera hacia él. El alumbrado público finalmente se apaga dejando ver las estrellas.
Julio avanza hacia su casa con su concentración repartida entre qué podría hacer para iniciar una charla con Mary, cuánto irá a tardar el ojo en desinflarse y qué puede haber para comer en su casa. Aún así nota que el grupo de chicos reunidos en una esquina se queda de pronto en silencio cuando pasa, como también nota las risitas casi mudas que lo empiezan a seguir desde ese punto. Obviamente podía no ser nada, pero idealmente iba a tener una forma de quitarse la bronca de un día de mierda. La fantasía completa en su mente incluía tirarle su billetera completamente vacía en la cara a uno y explicar cómo estaban intentando robarle al más pobre diablo que se podían encontrar mientras los noquea uno a uno.
Media cuadra más tarde, viendo en sus pies que las sombras mantienen su distancia decide que no van a estar preparados para que se de vuelta y los tome de frente. De la misma forma, él no está preparado para un caño en la nuca a mitad de syu giro.
           Golpea el suelo, se da cuenta de lo realmente pesado que puede ser un cuerpo humano. Instintivamente se lleva las manos a la cabeza para taparse el ya bastante golpeado rostro, los chicos no parecen desmotivados por la reducción en area que patear. Antes vio tres, pero le dan con una furia y constancia que podrían ser seis o más. Patadas que se sienten, que se van a sentir al otro día. Si hay otro día, le dice una vocecita en el fondo de la cabeza. Ningún interés en su billetera vacía.
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casacerrada-blog · 8 years ago
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El doctor coloca unas placas en la pantalla brillante. Las estudia consternado, se agarra el rostro y presiona el ceño. Su lenguaje corporal es claro y conciso, cada acción tiene un único significado. Está preocupado, piensa, por un instante lo tiene pero se le escapa, está trata de dibujar un camino invisible a una mente menos sagaz. La puerta se abre, entra una enfermera no muy llamativa excepto por su delicado rostro que  se encuentra trastornado por una profunda tristeza. No puede mantener su mirada en el doctor, pero en cuanto la desvía se siente obligada a volver a verlo. Lagrimas vuelven cristalinos sus brillantes ojos verdes.
-Doctor, tiene que saber qué…
           Con un asentimiento el doctor la calla, le da a entender que ya sabe lo que va a decir y, al mismo tiempo, deja claro que él comparte su preocupación. La enfermera lo abraza. Viendolos uno al lado del otro es evidente que el doctor no es un hombre particularmente atractivo, pero compensa su ligero sobrepeso y rostro un poco infantil con un carisma innegable.
-Si mi gemelo regresó tendremos que hacer algo al respecto.
           Ambos miran penetrantemente al piso detrás del otro y la imagen se funde a la placa de publicidades de Pasión de Escalpelos. Nacho sostiene el tenedor sobre el plato, paralizado en su interés por la compleja trama en constante evolución. El pequeño televisor en la cocina de la oficina vibra y pierde un poco la imagen. Vuelve en sí y retoma la comida, le habla a la otra silla en la mesa.
-Justo como Julio dijo.-reconoce con la boca llena- Siempre acierta el giro que viene, no se cómo hace.
           Si uno fuera a tener la percepción ajustada a reconocer esas cosas notaría que en la silla una especie de bruma opaca se moviliza alrededor de un contorno humanoide. Si se tiene un poco de experiencia, o se ha leído las cantidades absurdas de libros sobre espiritismo que han pasado por las manos de Nacho, se podría reconocerse el color de esta bruma e incluso, quizás, algunos sutiles detalles en el enmarañado; y de esto deducir una respuesta. Como blanco de la maldición Nacho tiene la posición especial de incluso poder ver los principios del rostro escondido en ese suave brillo de ultratumba. Y puede reconocer el innegable interés por la trama de Pasión de Escalpelos.
-Ya lo vas a llegar a conocer a Julio, es buena gente.- le explica, juntando los restos del plato con un pan.
             Bruno siente el ardor un golpe en la espalda, se gira para no encontrar nada. Algo frío se desliza por su cuello, el peso de un hombre se cuelga enteramente de la cadena contra su glotis. La logra poner un par de dedos entre el metal y su cuello a  tiempo para notar un hombre corriendo hacia el y lanzándose en una patada directo a su estómago. El pié se clava profundo entre sus costillas e inmediatamente comienza a golpearlo. Bruno usa el brazo libre para taparse, de un solo golpe lo hace caer pero siente la cadena tirandole en contra. Necesita de ambas manos para evitar que lo ahorque. Con un movimiento de cadera gira al hombre en su espalda y, rostro a rostro, con una pequeña sonrisa, le da un cabezazo que le hace caer al suelo casi inherte. Antes de que termine de llegue a enderezarse siente una puntada profunda en la espalda, muy profunda, más que el largo de la navaja o su propio torso. El frío [T1] se esparce por la espalda entre sus músculos, en sus órganos, en los huesos. El resto de su cuerpo pierde importancia. Lo único que hay es el frío creciendo y robando la fuerza de luchar, de moverse.
-Siempre es un gusto hacer negocios con ustedes.-siente la voz de Nico apenas distinguible a una distancia increíble.
           Como un detalle sin importancia, una nimiedad, nota que uno de los hombres encapuchados lo tira de una patada rostro contra el suelo. Los otros dos se dedican a golpearlo, aunque para él es como si le ocurriera a otra persona. Vagamente se da cuenta de que su cuerpo dejó de estar erguido, que el temprano rocío se le mete en el ojo al aire.
           De pronto, como una erupción desde su interior o una represa que estalla siente algo que se retira de su espalda y de todo su cuerpo. Donde antes había una ausencia ahora siente el dolor, y es tan hermosa la espontánea confirmación de que está vivo que todo lo demás se entiende como placer. Los músculos tensos, la piel inflada, la sangre que cae; todo es tanto mejor que se permite a si mismo dormirse sobre el césped.
 Tan rojo como el traje de Bruno en el parque el cuadro de Mary progresa en una dirección un poco más clara que antes. La chica agrega algunos de los colores que tiene en la paleta: detalles verdes, contornos negros, sombras azafrán. Lo observa detenidamente, tratando de ver la imagen oculta detrás del lienzo. Estira un poco de la figura amorfa roja pero la pintura está demasiado seca así que se acerca a la cama. Protegida por un plástico grueso, como el que un jubilado usaría para la mesa del comedor, está el cadáver del chico abierto a la mitad. Con un poco más de sangre refrescando en el pincel Mary continua dándole forma a su cuadro.
Tantas cosas ocurren en una ciudad tan pequeña. Algunas de ellas son consideradas por Julio, preguntándose qué estarán haciendo sus conocidos en ese momento o más bien por qué no están ahí en ese momento. Todo su cuerpo se siente como un globo de agua, sacudiéndose a cada contacto incapaz de distinguir de dónde viene o qué tan violento será. Se dice que si pudiera pararse probablemente podría terminar con esto pero la posición fetal parece mucho más cómoda. Su imagen mental de lo que está ocurriendo es bastante confusa, ni siquiera podría decir cuánta gente hay a su alrededor. Por puro contraste siente que algo disminuyó a su alrededor. Preguntándose si, como un maratonista que sobrepasa el cansancio muscular, se encuentra en una etapa superior al dolor, abre un poco los ojos. Delante de él está tirado uno de los chicos que lo estaban pateando con un poco de sangre en la cara.
           A unos metros, con una mano extendida delante y una botella de cerveza bajo la axila en la otra, Daniel esquiva por debajo una patada sorprendentemente profesional para un chico que sale a robar a la calle y lo eleva en el aire de un golpe en el mentón con la culata de la botella. Un tercer chico que ya había olvidado a Julio por completo observa asustado el espectáculo. Daniel lo señala con la botella como los jugadores de béisbol en las películas, la hace girar en su mano y se pone en una posición de combate que funcionaría mejor con un arma de verdad. El chico retrocede un poco, pasa la mirada por la escena y corre hacia Daniel. Se cruzan, el chico cae al suelo inconciente.
Daniel se agacha al lado de Julio, deja una bolsa de plástico con otras botellas en el suelo, y destapa la que tenía en la mano. La espuma salta en todas direcciones, principalmente sobre la ropa de jogging de Daniel y el rostro de Julio.
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casacerrada-blog · 8 years ago
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Nacho ocupa demasiado espacio de la pequeña habitación cubierta de pesadas alfombras de lana y telas con complejos diseños. Se mantiene un poco más distante de la pequeña mesita ratona donde reposa la bola de cristal que Julio, quién no está para nada contento de estar ahí ni de verse forzado por el espacio a estar mucho más cerca de todo el asunto. Si fuera por él esto se arreglaría con un ibuprofeno, quizás salir a trotar un poco y una buena noche de sueño. Pequeñas formas, quizás pájaros, de vidrio soplado con diferentes colores cuelgan del techo por toda la habitación, haciendo el poco movimiento posible limitado a un metro de altura. Ocasionales golpecitos en la cabeza resultaban en olas de agudos tintineos. Todo este asunto de recurrir a una supuesta especialista en todas las cosas que no pueden existir era, para Julio, una perdida de tiempo y por definición imposible: incluso si hubiera alguien capaz de hablar con los muertos eso no justificaría que pudiera hacer algo al respecto, o viceversa. Son dos cosas totalmente diferentes que, de existir, difícilmente caerían sobre la misma persona. Inversamente, Nacho está doblemente feliz de estar ahí. Quitarse lo que sea que había agarrado esa mañana iba a mejorar mucho su día, pero también hacía meses que quería visitar esta pitonisa pero no tenía ninguna excusa real para hacer el viaje; mucho menos conseguir alguien que lo acompañe que suele ser importante para muchos al probar una experiencia nueva. Este iba a ser un día de muchas emociones inesperadas, la mejor clase de días.
Dos alfombras de lana se corren para dar paso a una mujer de pequeña estatura y rostro joven, si la hubieran visto de pasada hubieran asumido que era una temprana adolescente a medio camino en la pubertad pero de cerca, la única distancia disponible en esa habitación, podían asumir que estaba probablemente bien entrada en sus veintes. De hecho actuaba como si hubiera pasado hace mucho la mediana edad, la gruesa toga llena de arabescos y todas las decoraciones metálicas colgando de su turbante tampoco le hacían favores. Con el rostro serio la mujer pasa una mano sobre la bola de cristal.
-Les espera una muerte oscura y dolorosa.
-Seguro. Venimos porque mi amigo cree que un espíritu lo acosa.
-¿Cómo que creo?
Julio lo mira como si acabara de decir la mayor idiotez posible, incrédulo Nacho replica.
-No, ¿cómo que creo? ¿Lo de hoy fue salir a tomar helado con una sueca?
Julio se niega a mantener la mirada de Nacho, girándose con el mismo rostro de hastío hacia a la pitonisa. Se arrastra con las piernas cruzadas lo más cerca posible a la mesa pero antes de que diga nada un par de figurillas de cristal levitan en el aire, como imantadas, para estrellarse una contra la otra.
-Siento que hay una fuerza extraña sobre el gordo
-¡Ves…! ¡¿Cómo que “el gordo”?!
La mujer mueve sus manos alrededor del cristal, acariciándolo sin tocarlo. Aprieta con sus dedos índices su sien.
-No es un espíritu iracundo,- explica con los ojos entrecerrados vibrando, como en trance REM –yo diría… un poco incomodado.
-¿Incomodado?- pregunta Julio
-Molesto
-¿Molesto?
-Chinchudo incluso.
-¿¡Chinchudo?!
Nacho alza la mano para que su amigo se calle la boca. La mujercita continúa con la mirada perdida en los humos que se mueven dentro de la bola de cristal.
-Necesita cortar una raíz de ruda durante la luna llena, bañarla en agua salada de lágrimas y dejarla reposar a un costado de la cama hasta la luna nueva.
Anotando todo en un cuaderno los ojos de Nacho se inflan de emoción, proporcionalmente los de Julio se aplastan con desprecio.
-Así, cuando el espíritu encuentre su destino a lo largo de esas semanas lo liberará completamente. Son trecientos pesos, puede pasar a comprar los materiales que necesite por la mañana.
Nacho torpemente saca billetes arrugados de su bolsillo, para cuando junta el cambio Julio ya está parado y bien elongado para recuperar la circulación en las piernas. En el pequeño hall de la casa reducida a una única habitación de trabajo Julio golpea la punta de sus zapatillas impaciente de quejarse del asunto.
-¿Cómo podés dejar que te caguen por la cara así?
-Vos estás chinchudo
-¿Chinchudo? ¿Quién usa esa palabra?
-Estás sensible porque Mary no te presa atención. Deberías hablarle afuera de…
Nacho choca de lleno con un chico flacucho en una remera de dos minutos entrando al negocio, Nacho es el único que trastabilla.
-Disculpá, no…-Nacho es frenado con un gesto de la mano
-Tranquilo, tranquilo, no pasa nada.-
 El chico, con una sonrisa tan relajada que se contagia a los otros dos, le da una palmada en el hombro a Nacho y sigue. Ada, quitándose las partes más pesadas del disfraz de pitonisa como el turbante y los aparatosos aros que se apoyaban en sus hombros y se extendían más allá de estos, no responde tan positivamente a la presencia de Nico.
-No sos bienvenido en esta casa.
Nico muestra las palmas como para mostrar que está desarmado y se sienta en el suelo. Se deja caer sobre su espalda. Ada mantiene una mirada de profundo desprecio clavada en él.
-Vine a charlar un par de cosas, todo sincero y frontal. Como gente grande.
Sin ningún intento de ocultar su disgusto, Ada se deja caer sobre la mesa enrollando el turbante alrededor de su mano.
-¿Qué querés?
Nico se incorpora desde la cintura, su rostro es lo último en enderezarse y su sonrisa ya no se siente en absoluto amistosa o alegre. No en un sentido convencional al menos.
-¿Qué tal si te dijera que el cuarto está llegando a la ciudad?
-Segundo querrás decir.
Aunque hubiera parecido imposible antes, la sonrisa de Nico se extiende aún más. Sus ojos quedan completamente cerrados.
-Tercero.- se corrige de mala gana Ada desviando la mirada.
-No, cuarto. Tenemos el set completo.
Como encantado de un chiste que hizo él mismo Nico suelta carcajadas mientras se levanta. Revisa las figuritas de cristal colgando del techo con atención, Ada lo inspecciona con el mismo asco que mostraba antes pero conteniendo un claro deseo de pedirle más detalles. Nico golpea con un dedo uno de los pajaritos, que se estrella rompiéndose en polvo contra otro, este golpea el siguiente y así en secuencia hasta que todos quedan sacudiéndose violentamente en el aire.
 -Deberías dejar de perder tiempo.- le comenta- Aunque primero deberías limpiar esto, alguien podría cortarse.
Riéndose aún más fuerte sale de la habitación, incluso desde la vereda se lo sigue escuchando. Para cuando su voz desaparece Ada se da cuenta de que está clavando sus uñas en la palma, con un poco de sangre manchándolas.
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casacerrada-blog · 8 years ago
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Junto al ventanal del café, como para absorber alguna energía de la luz del sol que llegó a extrañar por un buen rato, Julio toma un café y se rasca el mentón a través de la barba. Aunque no es larga sabe que meter los dedos en esa maraña podría resultar en pasar el día intentado sacarlos. Nacho se sienta todavía limpiándose manchas del rostro con un papel del baño. Inspecciona el ojo inflamado de su amigo mientras sorbe una seven-up de un vaso largo con más hielo que líquido. Pone uno de esos hielos en la servilleta de tela y se lo pasa a Julio. Este lo acepta en silencio y alterna entre refrescar el ojo morado y el labio inflamado con su mano izquierda, la derecha también tiene una venda improvisada. Aparentemente incluso levitando las cafeteras tienen suficiente masa como para lastimar una mano.
-Ves lo que pasa, ¿no?
-No sabía que iba a ser así, no me dijeron nada.-Nacho desvía la mirada, la hunde en un recoveco del mantel
-¡Estacas! ¡Agua santa!
-E-eso era por las dudas, si hubiera ayudado estarías agradecido, es precaución y no hace falta que grites.
-¡Sí hace falta!
-¡Pero yo soy el que salió peor! ¡Yo ligue la cosa!
El vaso de Nacho gira sobre si mismo un par de veces, como inspeccionando las cosas que lo rodean, se eleva unos centímetros y se lanza violentamente hacia el vidrio. Julio lo ataja en el aire pero el líquido se desparrama por la mesa. En la barra las mozas se ríen, Julio se sonroja recordando la secundaria. Marianela levanta las manos para que entiendan que ella se va a encargar del asunto.
-Chicos, si van a estar molestando no pueden estar acá
-P-pero no fui yo.
-Eh, Nacho, no me eches la culpa a mí
-Hermanito, comportate.-le dice maternalmente a Nacho con una palmada en la cabeza.
Julio se hace un poco hacia atrás para disimular un intento de domar su pelo. Su mano izquierda aprieta la rodilla con tanta fuerza que va a dejar una marca por el resto del día y aún así no logra que su voz deje de sonar nerviosa.
-Sí, Nacho, comportate.
Incrédulo Nacho pasa la mirada de un traidor al otro por turnos, esperando que alguno le diga que le están haciendo un chiste. Mary se estira para limpiar el vidrio, Julio toma su taza de la mesa para hacerle espacio y se esfuerza para no quedarse mirando cómo el uniforme se le ajusta contra la cintura. En un par de pasadas lo deja limpio y saca el mantel de la mesa.
-Les traigo el menú. Viene la hora pico y al jefe no le gusta que estén acá en un primer lugar, menos si no están pagando.
-Ya nos estábamos por ir la verdad. Tengo que quitarme un problema de encima, Mari, así que te dejamos libre.
-¿Panei está acá?- pregunta Julio  
-Hermanito, esto es mi laburo. Me van a cagar a pedos si siguen viniendo para sentarse nada más. Para eso la plaza.
-La próxima compensamos, ¿bueno?
Mary le da un beso en la frente a su hermano menor.
-¿No tiene un trabajo decente para nosotros?-sigue preguntando Julio, un poco celoso.
-Esta no es la oficina de desempleo, si los quiere los va a llamar.
-Sí, claro, sí.
Mary le sacude el pelo a Nacho, a Julio lo despide con una sonrisa y la cuenta. Cuando Julio regresa su atención Nacho, este le está lanzando una mirada cómplice. Le da un golpe en el brazo.
-Callate
-¡Pero no dije nada!
Mary los ve irse discutiendo mientras junta las cosas en la bandeja y pasa un trapo por la mesa. Le alegra que su hermano esté haciendo cosas que le gustan. En cierto sentido ella también está encontrando más tiempo para tratar de ser feliz de lo que hubiera esperado, pero de la misma manera se siente innecesariamente ocupada. El trabajo es bueno, si considera los encargos fuera del café no puede quejarse del dinero. Pero en ambos sentidos desde que empezó a trabajar ahí tiene que lidiar con mucha más gente de la que le gustaría. Algunos le caen bien, algunos desearía poder verlos más seguido, otros no le gustan pero los tiene que tolerar, y  otros desearía que no hubieran sido parte de su vida jamás. Entre todo, concluye, las cosas son divertidas. En el grupo de mozas de la barra una chica de rubio oxigenado toma a Mary por las manos.
-Hay fiesta en el centro cultural hoy.
-Toca la banda de mi novio, es obligación marital. Haceme pata que no me banco a sus amigos.-explica otra de las chicas
-¿Venís?
-¿Por qué no me dijiste antes? Tengo planes hoy.
-¡Epa!
-¡Planes!-repite burlona otra
-¿Se están poniendo serias las cosas  con el chongo ese?
-Y bueno, un poquito, quizás.- responde Marianela disimulando a medias una sonrisa.
Un hombre en traje de oficina entra al café, agachándose un poco para cruzar la puerta y ladeando el cuerpo para asegurarse pasar con comodidad. Se sienta en una mesa a unos pasos de la entrada, mirando hacia esta. La silla parece cómicamente pequeña debajo de él. Coloca un maletín en el suelo entre sus pies.  Una de las chicas que permanecía en silencio se asoma con un poco de timidez y va a la mesa.
-¿Ya está trabajando la cocina?
-Sí.
-¿Me traerías la sopa del día y el menú?
-Sí.
Bruno le hace un gesto con la mano para que espere, saca un libro de su bolsillo interno y aunque se lo entrega con una mano ella tiene que agarrarlo con ambas. Su tono es alegre aunque su sonrisa es tan pequeña que pareciera un esfuerzo.
-Cuando Syme es nombrado Jueves no podía aguantar la risa.
-Syme es una gran inspiración en la vida.
-No se si entendí el final.
-Creo que es la idea, ¡ya te traigo la sopa!-Sofía se aleja sintiéndose mal por haberse permitido que la voz se le fuera tan aguda.
Las mozas se miran entre ellas murmurando una versión vagamente más madura que chismes de colegialas. Sofía falla en notarlas en su camino a la cocina y Bruno ignora por completo la existencia de algún canturreo, tiene la mirada y la atención fijas en la entrada. Saca un teléfono que se ve más pequeño de lo natural de su bolsillo, con dificultad hace el gesto en la superficie táctil para encenderlo con el espacio justo para que el aparato entienda. Lo mantiene en su oído. Escucha lo que le dicen, no responde nada y cuelga cuando terminan. Su mirada vuelve al punto sin valor enfrentado a él y hace un deseo mental de que la sopa del día sea de ajo.
-Leandro quiere saber si vas a tener el asunto de la pintura para mañana.- le dice la rubia oxigenada a Marianela.
-Quiere que termine los encargos, quiere que trabaje ocho horas, quiere que no putee a los clientes. El pan y la torta este también.-le responde en un exagerado tono exasperado a otra mosa, las tres se ríen.
Sofía sale de la cocina con manos temblorosas que amenazan con volcar la sopa antes de llegar a la mesa. A unos metros de llegar Bruno estira un brazo y toma el plato sopero como si fuera una taza un poco chata. Sofía se detiene sin saber qué decir, hace una pequeña reverencia, apoya torpemente los cubiertos en la mesa y sale más apurada de lo necesario. Primero lo busca en la mesa, luego se pregunta si le irán a traer el menú.
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casacerrada-blog · 8 years ago
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Incluso con la pintura saltada y la mezcla de colores de los graffitis la entrada de la casa en cuestión sigue siendo tan blanca que refleja directamente el brillo, y el calor, del sol de verano en sus caras. Julio da un largo respiro para llenar sus pulmones del vapor caliente que pasa por aire y lo suelta en un largo jadeo quejoso. Entre el ruido de las cigarras detecta el sonido acartonado del envoltorio de cigarrillos apretado en la tela tensa y húmeda de la camisa de Nacho.
-¿Seguís fumando?- le pregunta
-Bueno, no, nunca dejé. Vos dijiste que ibas a dejar pero yo no así que creo que…
Nacho se detiene, insatisfecho con su respuesta pero reconociendo que ya dijo suficiente. Saca el atado de la camisa y un pañuelo de tela del bolsillo trasero de su pantalón, se seca la transpiración de la frente y cada lado del cuello. Julio le extiende una mano sin mirarlo, mueve  el dedo índice y medio extendidos.
-Comprá tuyos, te voy a empezar a cobrar si me seguís viviendo así.- dice Nacho mientras le pasa un cigarrillo
-Yo te debería cobrar, me debés quince minutos.
-¿Qué? ¿Por qué?
-Es por tu bien, vas a vivir quince minutos más por no fumar este cigarrillo. Me debés quince minutos de tu vida. Deberías estar agradecido
El humo del cigarrillo es indistinguible del aire de verano en la garganta, quizás un poco más seco en la boca.  Nacho decide no decir nada acerca de lo fallado de esa lógica y ambos tácitamente toman un cigarrillo como la medida de tiempo antes de tener que empezar el trabajo. Desde donde están parados la casa se ve sumamente tranquila y saben que en cuanto entren ya no va a ser así. Julio se alisa su camisa blanca y pasa la mano por sus pantalones de vestir. Le es importante estar moderadamente bien vestido para trabajar, incluso si es una visita como esa.
El hall de entrada y el pasillo al interior de la casa se ven muy limpios y mantenidos para una casa abandonada. Incluso el sillón y la mesita junto a la puerta se ven libres de polvo y listos para ser usados. Los vidrios dejan pasar luz plenamente y sugieren un cuidado patio muy cerca al final del pasillo. En la mesa y las paredes hay algunas fotos de familia, no tantas como para ser de mal gusto ni tan pocas como para ser llamativas. Al acercase a una Julio siente ese sentimiento en los pelos de la nuca que ninguna persona, no importa cuán escéptica, puede ignorar. Sobre el rostro de todas las mujeres en las fotografías una mancha, como si hubieran pasado un dedo engrasado sobre cada una de ellas. A lo largo del pasillo más fotos, todas igual. Momentos felices en viajes o cumpleaños o reuniones de seres queridos, cada mujer con el rostro tapado por una mancha espesa y oscura.
-¿No se está haciendo muy oscuro?- pregunta Nacho.
En un principio lo toma como una referencia a la actitud de quien haya dañado las fotografías, pero Nacho fue el primero en darse cuenta de que a medida que fueron avanzando por el pasillo la luz que parecía entrar por las ventanas se había hecho más tenue, hasta dificultar ver el final del pasillo. Fallan en notar en voz alta cómo el pasillo es notoriamente más largo de lo que parecía al entrar, oscurecido el fondo o no.
-No es que haya menos luz- comenta Julio que aún puede ver claramente a su compañero.- Las paredes son menos blancas.
Una capa de polvo como carbón crece tan sutilmente que no se puede notar dónde comienza, pero a esa altura es tan gruesa que no puede ignorarse. Tan delicado efecto debió ser el producto de una dedicación brutal.
-Nacho, vos tomaste la llamada.
-Sí.
-¿Y qué me dijiste que te dijeron?
-Que querían vender la casa pero estaba ocupada. Que necesitaban que la desocupáramos.
Julio pasa la mano por la pared y fácilmente quita el polvo, luego con un soplido deja su mano prácticamente limpia. Queda a la vista algo escrito en letra diminuta en lápiz o carbonilla. Acerca la cara a la pared para leer la pequeña escritura que parece repetirse cíclicamente una y otra vez “noporfavornomiresatrasporfavornovengasnoporfavornomiresatrasporfavor” y así línea tras línea, fila sobre fila. Sin alejarse sigue preguntando
-¿Qué te dijeron exactamente? ¿Que había ocupas? ¿Que teníamos que desalojar gente? ¿Qué había una infestación de ratas? ¿Cucarachas?
-N-no me acuerdo.
- A ver, vos atendiste, vos sabías la dirección. ¿Cuál era el laburo?
-No se, no lo anoté
-¡Nunca anotás nada, Nacho!¿Por qué atendés el teléfono si nunca vas a anotar un carajo?
Julio siente algo subiendo su espalda, no con el tacto sino con los pelos de la espalda lentamente cambiando configuración hacia su nuca. La voz de Nacho no lo tranquiliza en absoluto, de hecho lo familiar de sus palabras es la peor parte.
-Es mejor si no mirás para atrás.
Una mano, tangible, reconocible como la amplia mano de Nacho lo ayuda a dar algunos pasos detrás. Algo retiene levemente sus pies pero Julio da por hecho que es alguna clase de telaraña en la que entró, una muy espesa, de la que su amigo lo está sacando sin perturbar algún peligroso arácnido. Le parecen bien las arañas. Hay muchas y es algo normal. Normal es bueno.
Entran, en una lenta reversa, a la cocina. Una vez dentro Julio se gira y no ve nada, su determinación regresa. Nacho, mientras tanto, se muestra mucho más cauteloso con el lugar.
-Parece que los que están viviendo acá aunque sea lo cuidan.- comenta Julio
-Supongo que sí.-
Julio va revisando los diferentes cajones, los encuentra mayoritariamente ocupados por utensilios de buena calidad limpios y cuidados. Todo mucho mejor de lo que tiene en su casa. A medida que va abriendo y cerrando compartimentos, buscando algún detalle sobre la gente que parece estar ausente y guardando nota mental de cosas que podrían usar como arma si regresan a la casa, Nacho hace una especie de ruido. Una mezcla de de un “eh” para llamar la atención con un muy lento gemido de preocupación. Julio lo nota y elige ignorarlo por el momento mientras su volumen sube. Seguro de qué va a tener que lidiar con algo cuando mire aprovecha el cajón que tiene abierto y toma un cuchillo de cocina que se ve suficientemente amenazante. Al levantarlo nota algo que se mueve debajo, como una cucaracha cuando se prende la luz pero más grande y plano que el insecto. Debajo del utensilio que tomó nota  una fina capa negra que se mueve y sacude, como muchos mil pies tejidos entre sí. Cierra el cajón y reconoce la variedad desagradable de insectos que tiene la ciudad, y si bien son asquerosos también son en cierto sentido buenos, porque son normales. Con el quejido de Nacho imposible de ignorar Julio se gira hacia él.
-¿Qué pasa? ¿Qué encontraste?-le pregunta.
  Nacho se limita a señalar, con mucha lentitud, como para no espantar a un animal que acaba de entrar a la sala, la esquina de la cocina donde previamente estaba Julio. Cada cajón o puerta que él abrió ahora se abre y cierra, como atrapado en una repetición de lo que acaba de ocurrir. Se abre, se cierra, se abre, se cierra. Cada vez con más violencia, golpeando con un bang contra la mesada o el armario, tintineando las cosas adentro con cada sacudida. Más se sacuden con cada golpe, levantándose los cubiertos en el aire, golpeando contra los bordes del cajón, elevándose en el aire, saltando fuera de sus contenedores, pero amablemente flotando por sí mismos en lugar de esparcirse por el suelo.
-Te dije que tenés que anotar que te dicen cuando atendés.
Sin permitirle una respuesta a Nacho el primer cuchillo se clava en la pared justo entre ellos, prontamente lo siguen los demás utensilios penetrando la pared con diferentes grados de éxito. Incluso el que Julio lleva en la mano es retirado por una fuerza invisible, apuntado y disparado. Ambos se tiran al piso y se arrastran hasta un comedor enfrentado a la cocina. Las cosas siguen volando a través de la puerta como fuego de supresión, ahora tazas y platos de cerámica que estallan al impactar contra muebles y paredes.
Nacho abre el amplio morral y comienza a sacar ítems, enumerándolos en voz alta para que ambos estén al tanto.
-Estacas, agua santa, sal, incienso de lavanda, tenedor de plata de mi abuela, colgante con crucifijos y estrellas de David y manos de Fátima y esas cosas, foto de un ser querido…
-Nacho, Nachito, mi amigo, ¿qué son esas cosas?
-Fotocopias de la llave salom��nica menor, cenizas de roble, fotocopia documento, tierra de tierra santa…
-¿P-por qué trajiste eso a una casa con ocupas?-la fuerza que Julio pone para calmarse y no gritar hace que su cuerpo tiemble un poco.
-Pensé que, no se, podía ser útil. Por cómo lo dijo el cliente, no se.
-¿Cómo lo dijo el cliente?- y ya incapaz de controlarse continua en un grito- ¡¿Y no pensaste en avisarme?!
-¡Pero hubieras cancelado el trabajo!
-¡Por supuesto que lo hubiera cancelado!
Como poseído, completamente fuera de sus cabales, Julio se levanta. El mobiliario de esa habitación en algún punto había comenzando a ser movilizado como un clásico musical de una megacompañía norteamericana, algunas de las sillas flotan por la habitación mientras otras siguen un poco rezagadas en el programa. Julio toma una de estas y con un golpe seco la usa para tirar abajo la silla que siente como la más flotadora, por lo tanto la más desafiante. Aparentemente el mobiliario queda perplejo, si fuéramos a adjudicar emociones complejas a objetos teóricamente inanimados. Con la misma determinación baja un par más de las sillas que habían quedado paralizadas en el aire sin saber cómo reaccionar. Suelta los pedazos de silla que le quedan en las manos y agarra otra que intenta escapar pero es demasiado lenta. Entra a la cocina, silla en manos. Nacho trata de seleccionar qué podría ser útil del fragmento de su colección que llevó hasta ahí mientras escucha vajilla estallando en la cocina y gritos iracundos.
Tirando los restos de una silla contra un vaso que se veía terriblemente merecedor de ese golpe Julio nota a Nacho arrastrándose al interior de la habitación, considera que lo que lo hacía merecer eso era el reflejo de su compañero pero decide no decir nada. Nacho le hace un gesto con las manos antes de taparse la cabeza para protegerse de una taza de porcelana salvaje.
-No tengo idea de qué querés.- le aclara Julio, antes de noquear del aire una cafetera con un cross más violento de lo que el electrodoméstico parecía ameritar.
-El encendedor, lo tenés vos.
Sin cuestionar demasiado la lógica de la situación, un talento adquirido, Julio le tira el encendedor. Con este Nacho enciende una pastilla negra que comienza a tirar una nube de humo negro pesado que llena la habitación incómodamente rápido. Cuando salen corriendo de la habitación, perseguidos por las partes de una minipimer trabajando en equipo, una estela de humo los acompaña y pronto se expande por el pasillo.
-¿Gamexane, Nacho?
-Algo así.
  La caja roja, atajada en media carrera, tiene el nombre e indicaciones en coloridos caracteres chinos, está ilustrada con un sonriente niño con gorro de hélice mostrando el producto en una mano y con la otra hace un circulo con los dedos índica y pulgar. Detrás de él un fantasma con X en los ojos se eleva hacia una brillante nube.
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casacerrada-blog · 10 years ago
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