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Catalina Robles-Pym está viva.
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Ficción y vida.
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catalinarobles-pym · 9 months ago
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El gen de la apnea
La luz me cegaba en la autopista. Iba de camino al mercado de los agricultores que estaba fuera de la ciudad, a unos cuarenta y cinco minutos de mi casa, como hacía todos los domingos religiosamente. Las gotas de sudor que resbalaban por mi espalda como notas disonantes en una melodía mal hecha, le daban el premio del peor calor de mi vida. Fue el verano más seco y aburrido que experimenté en esa etapa árida de mi existencia. La insoportable pesadez del ambiente cesó cuando caminé por los pasillos del mercado lleno de fruta, de colores intensos, olores deliciosos y olores putrefactos perfumados con ambientadores químicos que debieron ser aún más putrefactos para la amplitud de los olfatos sensibles, pero que para el mío eran perfectos. Tomando un café helado en un puestito al que siempre iba, que se llamaba "Orchard in the sun", recordé cuando mi abuelo me contó sobre una prostituta de la que se había enamorado en su niñez. Él tenía seis o siete años y vivía en un edificio antiguo que pertenecía a su familia desde hacía tres generaciones. Su habitación daba a una calle empinada que era conocida por ser el lugar de recorrido de las prostitutas que iban a su zona de trabajo y a la que solamente podía llegarse por ahí, la calle dónde mi abuelo conoció a su primer amor. Nunca supo su nombre verdadero, pero él la llamaba Mimí. Él estaba seguro de que ella era aún una adolescente. Era delgada, pero con suficiente voluptuosidad como para ganarse la vida ejerciendo el oficio del desamor. El sonido intermitente de los tacones a eso de las diez, era su señal para sentarse a esperarla pasar. Sus horarios eran impredecibles. Una vez apareció a eso de las dos de la mañana, mi abuelo se había quedado dormido con la cabeza pegada a la ventana y cuando escuchó sus tacones, supo que era ella. Me contó que su subconsciente le había avisado en su sueño y que se había sorprendido tanto del poder de esa parte de la mente humana, que desde aquel día supo que quería ser psicoanalista. En aquel tiempo el psicoanálisis estaba de moda, pero no dudó que su deseo era auténtico. Ella siempre usaba un abrigo rojo que le quedaba un poco grande. Tenía el cabello negro y sedoso, largo y brillante. Y en la imaginación de mi abuelo, sus ojos eran verdes, con destellos de oro. Su mayor felicidad, su única felicidad en esos cinco meses fue observarla. No necesitaba nada más en la vida, no deseaba lo que deseaban normalmente los niños de su época, no quería regalos de navidad, no quería comer el paté que tanto amaba, no quería jugar con los amigos del barrio, quería y esto lo cito "contener la respiración todo el día para exhalar cuando la viera". Cuando Mimí dejó de aparecer, el sueño de amor de mi abuelo se volvió con los años, cada vez más nebuloso. Pero ella siguió existiendo en su subconsciente. Tanto que para su matrimonio, pidió a mi abuela usar el abrigo rojo que le había regalado cuando cumplieron su primer mes de noviazgo. Sorbiendo los últimos tragos de café, me dije que no soy tan distinta a mi abuelo. Ese verano fue una apnea eterna y el mercado, mi exhalación.
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catalinarobles-pym · 11 months ago
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La piel que habla
Habíamos estado varados por dos horas ya, nos quedaban 6. A cada lado del auto había cuatro filas repletas de camiones, trailers, descapotables con jóvenes dormidos, autos con familias de hasta 5 niños, al ver ese caos pasivo en el que nos situaba la vida, mi madre me confesó que le quedaba una semana de vida.
Yo crecí con mi abuela materna, en una casa grande rodeada de árboles de aguacate y mandarina. Mi madre era demasiado joven para criar un niño, así que mi infancia transcurrió entre los susurros de una abuela desfalleciente y el anhelo del calor maternal.
Mi madre se casó, tuvo más hijos y vivió una vida relativamente amena y tranquila. No pedía mucho y daba lo necesario, excepto a mí, o eso era lo que yo creía. Crecer siendo una especie de bastardo me armó con una armadura que la veía reflejada en el corazón distante de mi madre, mismo corazón que brillaba para sus otros hijos.
Después de la noticia de su repentino adormecimiento de vida, mi armadura empezó a oxidarse, de repente. No tuve opción más que obligarme a sacármela del todo. Cuando le pregunté si lo que sentía por mí era lo que pensaba, que, si su distancia y frialdad me eran dadas por mi inusual forma de ser o si realmente, su rechazo era producto de nuestro distanciamiento temprano, se quedó en silencio. Lloró y empezó a temblar.
La abracé. Por primera vez sentí el calor que anhelé la vida entera, podría haber muerto ahí mismo y habría muerto feliz y satisfecho. Sentí que la armadura cayó. Lo que no sabía era que mi piel ya se había vuelto armadura también y cuando me confesó la realidad, esa piel se pudrió. No soy quien creí ser. No ser su hijo solamente, sino su también hermano me borró de la faz de la tierra. Ahora, después de su muerte, mi piel ha empezado a crecer nuevamente.
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catalinarobles-pym · 1 year ago
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catalinarobles-pym · 1 year ago
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Te veo diferente.
Cambié. En situaciones sociales de relativo estrés, en mi estómago se forma una capa de agua cálida que como un sistema de riego inteligente, humedece lo que creería son úlceras viejas y corroídas, que con cada riego, parecen sanarse, mejor dicho, parecen descascararse. Úlceras que abren por fin la herida de la verdad de mi verdad. No sé si me entiendes y para serte honesta, ya no me importa. Importa que te veo diferente, que mis ojos tienen un nuevo faro, uno más afilado, que muestra lo esencial. ¿Para qué ver lo inútil? Ese sistema de riego se nutre de lo que no tiene sentido, del sinrazón de la existencia. Lo absurdo le fascina, ya no como antes que podía vomitar de ira cuando algo sin lógica ocupaba un pequeño rincón de su espacio. Aprendí a verme a mí en ti, y a que cuando no aparezco y no me gusta lo que veo, escuche el estómago calmo y vaya al fondo de lo que tal vez, siga siendo yo. No te conozco, pero esta claridad de entrañas te absorbe diferente, te ve diferente.
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catalinarobles-pym · 1 year ago
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El rollo de canela del Gran Pan de Monte
La imagen de un rollo de canela se me cruzó por la mente. Agradecí haber sentido el impulso de la adicción al azúcar, porque me sacó de la cama, por fin pude moverme, por lo menos para ir a la pastelería de los chicos cubanos, el Gran Pan de Monte. Esa panadería llegó a salvarnos de los estragos de la ansiedad a los jóvenes que vivíamos en el barrio el Edén de la zona universitaria. Salí con mi chaqueta de lluvia sobre mi camisón viejo que usé de pijama durante toda mi carrera. Olía mal como era normal. No me había levantado durante todo el fin de semana. Era domingo. Comí en la cama, estudié en la cama, dormí, me masturbé y escribí dos ensayos desde el viernes a las once de la noche hasta las 5:45 de la tarde de aquel domingo. La panadería la cerraban a las seis. Tenía que apurarme. Me puse gafas y salí al vuelo. El ascensor estaba dañado, por maldición satánica. Yo vivía en el noveno piso. Corrí por las escaleras de emergencia. En el quinto piso, me encontré con el grupo de los pesados de la carrera de filosofía. Estaban fumando mariguana. Estaban cuatro, gracias a la vida, la jodida de Feli, la bocona que hizo un comentario en contra de uno de mis ensayos sobre el rechazo académico a la creatividad humana, no estaba. Puta. La odiaba. A sus secuaces los veía con desdén nada más, nunca tuvimos un encontrón fuerte como para odiarlos demasiado. Como estaban drogados asumí que sentían vergüenza, porque eso era lo que yo sentía cuando fumaba en público, pero no, esos mal paridos se me rieron al verme de pies a cabezas y al verse entre ellos. Otros putos. Yo quería mi rollo de canela. Pasé golpeando el hombro del que me gustaba secretamente.
CONTINÚA
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catalinarobles-pym · 1 year ago
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Cuando salí del edificio habían pasado cinco minutos ya. La panadería estaba exactamente a ocho minutos de ahí a paso rápido. Pensé, ¿Y si se terminaron? No se me había cruzado por la mente que quizás no era la única adicta que deseaba un rollo de canela al final de otro tenue y melancólico domingo. La imagen de los mariguanos pesados se me cruzó por la mente. Corrí. En la esquina de Vicente Guzmán y Coloma, hubo un “accidente”. Un carro había rozado a otro, seguramente. Esto me lo invento, porque no había muertos ni heridos. Lo que realmente pasaba era que dos histéricos se encontraron en el momento exacto para descargar sus penas en el otro. Y como las peleas públicas son un excelente foco de atención, no faltó la multitud curiosa. Esquivando a viejos, niños y mujeres embarazadas, logré salir del tumulto y seguir. Al pasar por el escaparate de Daisies, contemplé la chaqueta de cuero roja que deseaba tener en mi armario pudriéndose por la humedad, por un segundo eterno, tal vez fueron dos. Corrí más rápido porque me pareció haber perdido demasiado tiempo. Cuando llegué por fin, vi de reojo la vitrina de postres. Había uno. Laura, la colegiala que atendía los fines de semana me sonrió y con un ademán con el que me dijo que sabía exactamente lo que quería, sacó el rollo de canela, el glorioso último rollo de canela de la vitrina, lo puso en el microondas, se giró y tomó el billete de mi mano temblorosa. - ¿Largo domingo? -Todos los domingos son largos, le respondí. Sacó el rollito, lo puso en la cajita de cartón con detalles de flores en la tapa, lo cerró, y me lo entregó con una cucharita y una servilleta. Al salir de ahí, me di cuenta que hacía frío. Abrí la cajita y me comí un bocado. La sensación más maravillosa me embargó. Gracias, dije. Sentir el calor de esa delicia derritiéndose en mi boca me hizo feliz. Ya no importaba nada. En la famosa esquina de la avenida Verbena, en la que alguna vez vomité hasta el cerebro después de una de esas fiestas en las que sentía que el mundo se acababa y que debía disfrutar lo más que podía, estaba una madre indigente con sus dos hijos pequeños pidiendo caridad. Tenían frío. Se notaba. Suspiré. Probé un poquito de la crema que cubría al rollito y sin más, me acerqué y se lo regalé. Regresé a la panadería a comprar una funda de pan para ellos y con lo que me sobró me compré una galleta y un bombón. Azúcar es azúcar. Y aunque me gustaba más en la presentación de un rollo de canela, me conformé con lo que tenía. Aún recuerdo la sensación de la masita cálida derritiéndose en mi lengua, la suavidad de la crema y de la profunda humanidad que me llenó el alma, al regalar la oportunidad de sentir lo mismo a alguien más.
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catalinarobles-pym · 1 year ago
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Ser tú misma es escuchar
Yo sentía prisa. Realmente no sé a dónde quería ir, pero sentía una urgencia de salir de ahí que me incomodó sobremanera. Él hablaba de cosas que solo le interesaban a él, y a mí, bueno, todo lo que decía me traía sin cuidado. La mesera se estaba demorando demasiado en una mesa contigua donde un señor había encontrado lo que parecía un bello púbico en la crema de su mochaccino. El viejo estaba ardido. Miré mi reloj de pulsera y en una pésima dramatización retardada, me exalté por la hora. Le dije que tenía que hacer una llamada urgente. Sus mejillas se sonrojaron. Él sabía que estaba hablando mucho y que yo no tenía que hacer ninguna llamada. Ambos sabíamos nuestros secretos. Era tarde para echarse atrás, así que seguí con la farsa. Fui a la cabina que estaba afuera de la cafetería, justo en un punto entre ciego y visible desde dónde estaba sentado él. Me di cuenta que no llevaba cambio y pensé en la mesera y en el lío que sería entrar, pedirle la cuenta, el cambio, podría haber ido a la caja, pero era una llamada urgente. Tanto parloteo mental me mandó a caminar. No me importó en lo más mínimo si rompía el corazón de aquel joven idealista, con grandes sueños ajenos y esperanzas efímeras. Creía estar segura de irme, pero reflexioné un momento mientras me alejaba. Ya no era la joven arrogante, sabelotodo, con aires de grandeza espiritual y conocimiento profundo, era una mujer y recordé que era un ser ante todo sintiente. Sentí a mi alma, la escuché, por fin recordé escucharla. Sin ninguna duda regresé, pagué la cuenta en caja, me disculpé con él joven, le dije la verdad, le dije todo lo que creía y que, si estaba equivocada, que supiera perdonar mi mente cuadrada, dejé una propina para la pobre mesera que aún lidiaba con el viejo y besé al chico, me arrepentí al instante, pero ya fue. Salí y todo el parloteo mental desapareció por arte de magia. Sentí paz.
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catalinarobles-pym · 1 year ago
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El árbol más antiguo del mundo
Entré al museo por una puerta secreta. Yo me moría de ganas de ver ese árbol. En todas partes aparecía: “EL ÁRBOL MÁS ANTIGUO DEL MUNDO”, pero estaba prohibida la entrada para los niños de mi edad. El conserje me ayudó a entrar a media noche, porque es amigo de mi mamá y porque le pagó, seguramente. En fin. Tuve que pasar por unas salas oscurísimas, ¡solita! Cagada de miedo, llegué. En medio de la sala más grande, alumbrado como un ornamento de algún Dios, me esperaba. Un puto bonsái. Maldita sea.
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catalinarobles-pym · 1 year ago
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Mentí si te dije alguna vez que no me arrepentía de nada
Tengo dos grandes arrepentimientos en mi vida. Dos lecciones que aprendí por las malas. Las dos que pasaron a vivir en mi carne, quiero decir. La primera la aprendí tras la ruptura repentina con un hombre maravilloso que me amaba y admiraba, que años más tarde entendería fue el mayor potencial de gran amor que desperdicié por incoherente y egocéntrica. Me di cuenta tarde que más que no amarlo, no lo aceptaba porque mi visión de mí misma sobrepasaba mi realidad y con él, esa visión se anulaba. Para mi ego de ese entonces anularse era inconcebible. Lástima. De esa sí que me arrepiento. Me perdoné a leguas. Lo sé porque cuando pienso en el escenario en el que estamos juntos forever, algo aún me estremece las entrañas, todavía un chorro de cólera me quema el estómago y el corazón se achica un poco. Por eso escribo, para dejarlo en el papel y olvidarlo de una vez, a pesar de haber escrito de este acontecimiento durante décadas en todas las formas posibles y desde todos los puntos de vista existentes. ¿Es porque he escrito tanto sobre esto que persiste? Quizás. Quiero creer que es aquella joven atrapada en el ensueño de esa posibilidad, esperándolo eternamente en alguna estación de tren olvidada en el tiempo y el espacio, alguna línea de tiempo estancada en un solo lugar, por siempre. Aprendí que ver a medias, ver solo lo que se quiere para sostener una historia mental, es mortal. Si la consecuencia de uno de esos actos medio ciegos no te mata de contado, te mata de a poco, pero de que mata, mata. A menos que se sea lo suficientemente iluminado y resiliente como para soltar definitivamente los nudos del arrepentimiento. Es más fácil perdonar a otros porque no eres tú quien vive con el peso del acto fallido, por eso, perdonarme a mí misma aún se siente como una hazaña grandiosa de la que no he sido capaz aún de desempeñar.
La segunda sigue atada a mi garganta y sigue petrificada en mi útero. No lo aborté. Lo parí y luego me fui. Todos los días me he preguntado algo sobre él, cómo se llama, si sigue vivo, si no murió de frío, si la sincronicidad nos habrá unido alguna vez en la vida sin saberlo. Al igual que a su padre, lo abandoné en el umbral del amor más puro, en el momento más luminoso de la posibilidad de una vida nueva, que, en ese momento, no era la vida que quería. Si los unía, me hubiesen perseguido. Lo mejor (para mi psique de ese entonces) fue dejar a mi posible gran amor, parir a nuestro hijo y desaparecer del todo. No tengo excusa. Ni que era una joven estúpida y libertina, ni que mi ignorancia, esto o aquello. No hay excusa para un acto tan atroz, tan egoísta. ¿Cómo me perdono algo así? Todavía sigo buscando en la teología, en el budismo y la meditación, en los libros empolvados, en los viejos amigos, los más confidentes, en la nada de una existencia que se desvió de su línea de tiempo ideal por miedo, por miedo. Aún sigo aprendiendo.
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catalinarobles-pym · 2 years ago
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El complejo repentino
Aquel día estábamos Johan, Rasmus y yo, sentados frente a uno de los lagos de Christiania. Yo veía a la nada mientras en la superficie de mi escapismo, esperaba que Johan prendiera un porro. Yo había empezado a fumar ahí, en la ciudad libre, cuando me mudé a Christianshavn en el 82. Mi amiga Nina me llevó por primera vez. Era una española guapísima famosa por bailar flamenco en el subterráneo del bar de las rumanas, en una de las esquinas de Strandgade. Un par de meses después de conocerla simplemente desapareció de la faz de la tierra.
Nunca me habían interesado las drogas, ni la medicina ancestral, ni nada por el estilo. Para mí el mundo era mental y lo mental era el mundo. Y las drogas y lo intelectual no se llevan muy bien, lo re-confirmé con el tiempo. Johan estaba enojado porque cuando se fue a tomar un taller de grabado al norte de Francia él me había prestado su departamento para quedarme y yo, indelicada, me había fumado todo su hashish. No me dijo nada con palabras, pero supe que estaba furioso y que encontraría una forma de vengarse. Cualquier forma sutil de castigarme era buena y en ese momento en el lago, la había encontrado.
Unos días antes de su viaje se me había perdido la cartera con toda mi plata y tarjetas, así que pasé algunos días sin un céntimo viviendo a costa de esos dos jovencitos hippies, hasta reponer la pérdida y poder regresar a mi hotel de paso. Siempre viajaba, así que no necesitaba tener un lugar fijo. Johan y Rasmus me rentaban una bodega donde tenía mis cosas y me daban posada cuando regresaba a Copenhague.
En ese momento enfrascado en el tiempo, lo único que quería era que el malparido prendiera un porro. Él me veía, sentía su mirada en mi nuca, clavándome las garras de la superioridad. De golpe y sin pensar profundamente como estaba acostumbrada, me levanté, me excusé, les dije que me iría de su casa en la mañana y que iba a arreglar las maletas. Mentí que me estaba despidiendo de Copenhague para siempre. Me sentí triunfante. No sabía a dónde iba a ir en la mañana, pero la sensación de victoria anulaba el miedo. Nunca me había enorgullecido tanto de mi orgullo. Esa decisión me costó la ciudad que más amé, decisión que hasta hoy dudo que haya sido mía del todo.
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catalinarobles-pym · 2 years ago
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La Benita
Su hija era particular. Tenia los dientes muy grandes para esa boca tan delicada y sus ojos parecían los de un águila que había encontrado a su presa desde las alturas. Tenía un cabello hermoso de un color cobrizo, muy lacio y sedoso. La piel tersa pintada con unos lunares esparcidos perfectamente sobre el rostro y el cuello, la hacían brillar como oro del desierto. Un desierto rojo y ardiente. Cuando visitaba a su padre, que en ese entonces era mi amante, ella, tan intuitiva, me clavaba la mirada y yo, tan débil, me paralizaba por dentro a pesar de parecer segura en el exterior. Tenía una fuerza que me decía a mí misma, venía de una legión de vidas pasadas. Vidas que sin duda marcaron su tiempo y espacio. Le llegué a tener miedo. Tanto que dejé a su padre. Él no esperaba otra cosa, porque no era la primera vez que una mujer lo dejaba a causa de la energía que esa niña emanaba. En ese tiempo tenía 9 años.
Ayer estaba comiendo una galleta con crema en el café Lumière, mientras leía Estrella Distante por septuagésima vez y vigilaba la calle de vez en cuando. En uno de esos momentos de alzar, la vi. Supe que era ella por el cabello, de ese tono cobre-rojizo suyo y solo suyo. Estaba caminando por la calle de enfrente y entró en la librería de Benito, la librería más antigua de la ciudad. Se me heló la sangre. Y más por la sincronía de sensaciones que he ido cargando a lo largo de mi vida por los horrores de Carlos Wieder. En una ramita de lucidez pensé en lo extraño que era que la sensación que ella me provocaba hasta ahora, 39 años más tarde, era la misma que me provocaba ese personaje ficticio.
Estuve a punto de salir corriendo, pero no, me contuve. Me quedé sentada viendo la fachada de la librería. Entraba y salía gente y ella pareció desvanecerse. Pasarían tal vez cuarenta minutos o una eternidad, hasta que salió del brazo de Benito cuarto o quinto, no sé en realidad a qué generación de Benitos pertenece este. Yo no dejé de clavarle la mirada, hasta que regresó a verme. Me reconoció. Me sonrió de lado y siguió su camino. De repente, esa sonrisa de humanidad me devolvió la paz. Era una persona, era una humana.
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catalinarobles-pym · 2 years ago
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Maestro de su identidad
Lo conocí de lejos en una clase magistral de fotografía al que lo invitaron. Me encantó él, pero en mi sensibilidad, su fotografía no pasaba de ser aburrida, fofa. Él era fascinante, sin embargo. Cuestioné mi opinión respecto a su trabajo, hasta creí que no estaba viendo algo, que me estaba dejando llevar por mis gustos y mi sesgo en contra de la fotografía comercial. Yo estaba inclinada a la fotografía artística, a la filosofía de la fotografía, a la metafísica de ese arte que por parecer fácil, podía llegar a ser tan prostituido. Me pareció muy en mis secretos subconscientes, que él era uno de esos chulos bien pagados, que tapaban esa majadería de tomarse la fotografía a la ligera, con reconocimiento y cotorreo disque-intelectual. Pero me ganó la carne. Después de esa clase, compré sus libros, escuché sus entrevistas en la radio y fui a un par de exposiciones suyas. En ninguna ocasión tuve la oportunidad de hablarle, solo lo observaba desde lejos. Un día me llegó la noticia de que daría un taller en mi ciudad. Ese mismo día me inscribí usando el dinero de una deuda que estaba a céntimos de completarse. Me enamoré de él. Era un hombre elocuente, sensible, empoderado. Amaba sus reflexiones sobre mis fotografías y cómo entendía a la perfección lo que quería denotar. Pero en mí persistía la pregunta: ¿Cómo podía ser un genio de este arte, entender su complejidad y construir una visión clara y estéticamente maravillosa de esta, y al mismo tiempo no poder expresarlo en lo que él creía era su profesión? No lo entendía, así que se lo pregunté. Mi opinión de su trabajo lo ofendió hasta el punto de sacarme del taller y devolverme el dinero. Me siguió gustando a pesar de lo ocurrido. Seguí detestando su trabajo también. Sé que ese potencial artístico inigualable se transmitía en su presencia, se expresaba en su conocimiento, en su enseñanza del oficio, mas no en su obra y esa verdad era algo inequívoco para mí. Lo delaté ante sí mismo con mi cuestionamiento. Ahí encontró el espejo de su mentira y se negó a ver. Defendió su acto y yo no tuve otra opción más que dejarle ser quien había escogido ser. ¿Qué importaba yo en su historia? La verdad es que me habría casado con él si lo hubiese admitido, pero también me alegra que me haya devuelto el dinero.
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catalinarobles-pym · 2 years ago
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La cantante de los miércoles en bar temerario
Cuando estudiaba en la universidad, vivía en el último piso de un edificio viejo de la calle comandante Herbert. Aquella calle era oscura, pero estaba viva. La energía de los universitarios que cogían en las terrazas, bebían hasta la inconsciencia en los balcones, reían con gargantas roncas por los gritos y discutían sobre lo poco ético del trabajo de Freud con sus pacientes en las veredas, la envolvían en una atmósfera que palpitaba, que la hacía formarse su propio pulso. No hacía falta luz, ni consciencia para saber por dónde estabas caminado. Esa atmósfera se formaba inicialmente en el bar temerario. El bar esquinero que todas las noches estaba repleto de todo tipo de gente, no solo de universitarios. De todas las personas que conocí, vi de lejos y despedí en ese bar, la que más me impactó fue la cantante de los miércoles. Cada miércoles, Jen, una suiza expatriada, cantaba música protesta en el pequeño escenario del fondo del bar. Yo sin falta iba a escucharla. Tenía algo en todo lo que la componía, desde sus botas de vaquera, hasta la el mechón blanco, símbolo de los innegables golpes de la vida. Nunca habló con nadie. Apenas saludaba al dueño, el viejo Mike, que estaba detrás de la barra jugando ajedrez con alguno de sus amigos ebrios. Para él era lo máximo que una, cualquier mujer, quisiera cantar gratis en su bar. Estoy segura que tanto a él como a todos, nos bastaba con saber que fue bella para amarla tal y como era en ese momento. Siempre cantaba cinco o seis canciones, agradecía y se iba, otra vez, solo despidiéndose del viejo Mike. Negó copas, esquivó abrazos sinceros, desistió de tantos saludos, que ya nadie hacía el intento de hablarle. Era una norma para nuevos y antiguos clientes, disfrutarla como ella deseaba ser disfrutada. Una noche no aguanté más la curiosidad y salí detrás de ella. Le hablé. Le pregunté por qué no quería ningún vínculo humano. Me miró con un hilo de luz que salía del bar iluminándole un ojo azul. Me paralicé. No tuvo que decir nada. Lo sentí. Esa mujer no pertenecía a esta dimensión. Tal vez estaba muerta, tal vez estaba atrapada en algún plano entre este y aquel al que llaman 4D. No lo sé. Pero entendí por qué nadie hablaba con ella. Simplemente, no se podía.
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catalinarobles-pym · 2 years ago
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Si has llegado a la meta, te acomodas
Hoy tuve una revelación. Caí de repente en la realidad de que el lugar en el que estoy ahora, esta casa mía, es el lugar en el que voy a morir. No lo sentí como la premonición tétrica de una muerte repentina, sino, como una bella oda a la melancolía, a la tristísima sensación de descenso, de la llegada a la nada. Saber que el futuro ya no es futuro, y que aunque nunca lo fue, saberlo presente puro, me hizo sentir un vacío doloroso y a la vez, hermoso. Saber que mi vida ahora es una serie de rutinas antiguas que me es absurdo cambiar, ¿para qué? ¿con qué finalidad? Ya he logrado ser de servicio, esa empresa se mueve sola, ya no hace falta mi visión, mi acción, ni mi presencia. Logré cumplir esa misión que en mis 20 años supe con convicción era la mía y que, por más de 40, sostuve y defendí de los roces de realidad y lo absurdo de dar significado a las cosas, en especial, a mí misma. No me queda más que despertarme todos los días a respirar el aire con olor a pino, a acariciar a mis gatos para quienes aún quisiera tener un brazo más y otro regazo, desayunar la fruta fresca y escribir en mi estudio. Esa es mi vida y así se va a terminar. En esta casa grande en la que habito con plantas y animales.
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catalinarobles-pym · 2 years ago
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La María flaca
Las tres Marías son unas perras adultas, que viven en una casita vecina. Las tres son de raza grande. Dos parecen hermanas, son gorditas, tienen las trompas alargadas y ambas son castañas. La María que desentona es una perra flaca, de patas largas, todo el cuerpo es beige pálido y en el rostro tiene una mancha negra, que la hace parecer algo apática.
Nunca me han saludado, ni nunca las he acariciado, tampoco he intentado porque desconfío un poco de ellas. Todas las noches, cuando regreso de la reunión de mis amigas brujas, saludo a la María flaca. Si he decidido ir por el camino oscuro, la encuentro afuera de una casa que no es la suya y cuando decido ir por el camino iluminado, está en la puerta de un asadero de pollo. Siempre está acostada en la acera, de frente a la calle viendo a la gente pasar. Cuando la saludo me mira con esa expresión seca, de desprecio cansado de expresarse. Yo le sonrío igual. No me agrada su físico, tampoco encuentro ese brillo que tienen algunos perros, que me lanza a amarlos. Pero a pesar de todo, le tengo cariño. Un cariño acostumbrado.
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catalinarobles-pym · 2 years ago
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El peso de la vergüenza
Hace 41 años conocí a un soldado estadounidense en Sumatra, un desertor de la guerra de Vietman. Tenía una herida de bala en el pecho, muy cerca del corazón, que irónicamente le salvó la vida. Fue una herida que había le hecho daño, pero no el suficiente como para matarlo. Gracias a la herida, fue trasladado a un MASH que estaba muy cerca de la costa del mar de China meridional, desde donde huyó. Él se había enlistado en el ejército con la intensión de demostrar a sus padres que era capaz de tomar decisiones y ser fuerte. Nunca lo admitió, pero esa fue su verdadera motivación. Y tampoco me lo había dicho textualmente, yo lo deduje. Lo que hasta ahora me llena de tristeza que estalla en una sensación de desilusión por la humanidad, es que, él no logró soltar la vergüenza, al menos hasta que nos despedimos. Le pesaba tanto en la consciencia primero, el haber sido tan estúpido para poner su vida en riesgo a voluntad y segundo, que no lo pudiera admitir a pesar de haber cruzado el océano en un bote pesquero y sobrevivir a la más fantástica aventura que me haya contado un ser humano. ¿Qué pesa más que una vergüenza que vale por dos?
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catalinarobles-pym · 2 years ago
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Haiku 17.Nov.23
Abre el ojo
Contempla en silencio
y sumérgete.
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