Tumgik
celestegerhard · 6 years
Text
«Pretty girls make graves.»
Cuando finalmente salió de la habitación, el sol comenzaba a discernirse a través de las ventanas, haciendo que el ala del hospital pareciese un poco más acogedora. Salía del hospital cuando un coche paró delante de ella.
El p*to John Frazier.
— Has venido en el mejor momento, John, ¿lo sabías?
— Tan pronto como me he enterado.
— ¿Cuanto tiempo llevas aquí?
— Unas horas. Esperaba que salieras, no quería interrumpir.
— Y sin embargo, aquí estás. Interrumpiendo.
John golpeó sus dedos contra el volante.
— ¿Alguna vez te hablaron Danny o Debbie sobre la relación de su padre con la familia Delucci? Dirigieron una de las mayores operaciones de narcotráfico a finales de los 90.
— Sí, John, sé quiénes son los Delucci. Pero al padre de Danny y Debbie no le gustaba esa mierda. Decía que era demasiado arriesgado, nunca se metieron en eso.
— Sí, bueno, era un estafador, Celeste. Quizás te estafó a ti también.
— No seas dramático. ¿Porqué me estas diciendo esto?
— Porque… — dijo John, buscando una carpeta en el asiento detrás de él — el disparo a Jerome ha sido planeado. — Al hojear las páginas de las carpetas, Celeste vio página tras página los perfiles de hombres y mujeres con los que creció. Los amigos del padre de Debbie y Danny. Sus mujeres. Los equipos de Danny. Oxids. Linus. Saul. Yen. Reuben. Si el corazón de Celeste se acelerase más de lo que ya lo tenía, estaría muerta. — La suposición más probable es que quien sea que esté haciendo esto quería llegar primero a Danny. Algún tipo de complot de venganza profundamente arraigado contra su padre, matando al hijo pródigo; siendo este la segunda mejor opción. Pero no pudieron encontrarlo. Por razones obvias — John miró a Celeste con escepticismo. — ¿Ya ha aparecido?
— Danny está jodidamente muerto, John. Por lo que yo sé.
— Bueno, estos idiotas no creen que lo esté. Están tratando de demostrarlo. Y no va a funcionar. — John cerró la carpeta. — Muchos errores de novato, supongo que estos muchachos son de bajo rango. Han estado usando el mismo coche. No es tan difícil de rastrear, incluso sin una matrícula.
— John. — Los ojos de Celeste estaban cerrados mientras ella se apoyaba en el coche. — Ha sido una noche larga. ¿Qué me quieres decir?
— Estoy preguntándote qué vas a hacer al respecto.
— ¿Disculpa?
— Estos mismos muchachos plantaron una bomba en la casa de Linus anoche. Él no estaba allí, pero su esposa y su hija apenas salieron con vida. Celeste, tu pareja ha recibido un disparo esta noche.
— Estoy enterada de eso John. Y no voy a matar a nadie.
— No te estoy pidiendo que lo hagas. Solo quiero que consideres tus opciones.
— ¿Qué opciones, John? ¿Matar a alguien o correr? ¿Esas son las únicas que tengo?
— Jerome siempre ha corrido de un lado a otro.— Incluso el sonido de su nombre en la boca de otra persona hizo que a Celeste se le encogiese el estómago.
— Bueno, yo no soy Jerome.
— Sí, tus antecedentes penales lo demuestran.
Celeste podría haberlo abofeteado en esos momentos, pero se contuvo. El resto del camino a casa fue completamente en silencio.
*
John le abrió la puerta del coche, advirtiéndola.
— Si vas a hacer algo estúpido, házmelo saber de antemano esta vez, ¿hm?
— Como si te importase.
— Simplemente hazlo.
Finalmente en casa, pudo bañar a Gabriella y meterla en la cama.
Abrió la puerta de la habitación que compartía con Jerome y se enroscó de inmediato su lado de la cama. Miró fijamente las puertas del armario que se habían quedado abiertas, observando cada detalle de la chaqueta roja de cuero que colgaba en el exterior. Al presionar su cara en la almohada e inhalar profundamente, captó notas del champú, el perfume y el leve olor a chicle de menta de Jerome.
Por mucho que quisiera dormir, sabía que eso no iba a suceder. Estaba demasiado ocupada pensando, soñando, en realidad. Soñando con una vida delictiva con Jerome a su lado como un Bonnie and Clyde modernos, o simplemente con una vida sin crimen con Jerome y en una casa, con hijos y perros; soñando con Jerome feliz y seguro, y en sus brazos. Estaba tan perdida en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Gabriella estaba de pie en la puerta, hasta que sintió que la cama se movía y la pequeña deslizaba sus brazos alrededor de su cuello, suavemente colocando su mejilla contra la de su madre.
Y tal vez fue la cercanía, o la comodidad, o el mero hecho de que la pequeña era la única capaz de apretar sus botones, pero se Celeste abrió. Al principio no hubo lágrimas, solo gemidos y gemidos profundos y guturales. Celeste no lloraba nunca, pero ahora no le importaba, y tampoco a Gabriella, que la hizo callar y le acarició el pelo.
El dolor consumía todo y Celeste no sabía si estaba de luto por Danny o Jerome, por lo que solía ser o por todo lo anterior.
Celeste era una planificadora, siempre lo había sido, siempre lo sería.
Sin embargo nada de esto había salido según el plan.
Tumblr media
1 note · View note
celestegerhard · 6 years
Text
«Cuando pienso en mi mujer, siempre pienso en su cabeza. Me imagino fracturando su hermoso cráneo, desentrañando su cerebro, intentando obtener respuestas. Las preguntas primordiales de cualquier matrimonio. En qué estás pensando. Cómo te sientes. Qué nos hemos hecho el uno al otro.»
Tumblr media
0 notes
celestegerhard · 6 years
Text
21/09/2018.
«Cause you're my religion, you're how I'm living; when I'm down on my knees, you're how I pray.» — LDR. Celeste Gerhard odiaba los hospitales. Habían estado allí durante al menos siete horas. Tal vez ocho. — ¿Se pondrá bien? — Celeste cerró los ojos cuando las palabras salieron de la boca de su hija. No quería lidiar con eso ahora mismo. Bianca la miró por el rabillo del ojo antes de preguntar. — ¿Quién, mamá o papá? Gabriella simplemente se encogió de hombros. (...) — La buena noticia es que ha sido un tiro limpio. Atravesó, sin dañar ningún órgano vital o arterias principales, y la cirugía en sí misma ha sido un éxito. Lo están bajando a su habitación ahora, y podréis verlo en unos minutos. Ha tenido mucha suerte, si hubiera sido tan solo dos centímetros más a la derecha, estaríamos teniendo una conversación muy diferente. — Bueno, ¿vas a decirnos las malas noticias o vas a seguir parada ahí y tratarnos como si fuésemos idiotas? — Celeste. — La reprimió Bianca. Ella se burló. — ¿Qué? No comienzas una frase diciendo “las buenas noticias son” sin que haya malas noticias. La doctora simplemente suspiró. —Estos registros médicos… ¿Alguna de ustedes tiene una copia física? No parecen estar completos, o al menos, son inexactos. ¿Toma el señor Lasserre algún medicamento para las convulsiones? La primera solo duró unos segundos, después de que el efecto de la anestesia cesara. La última duró más de seis minutos. Por eso hemos esperado tanto para bajarlo a la habitación, no conseguíamos que recuperase la consciencia. — ¿Cómo está ahora? — Sigue sin responder. Celeste gimió, y por primera vez en su vida, se quedó sin palabras. La doctora continuó hablando. — ¿Cuánto tiempo lleva siendo epiléptico? — No lo sé. Quince años, al menos. Toma Topamax. — Celeste negó con la cabeza, encogiéndose de hombros. Jerome guardaba su medicamento en el estante superior derecho de su armario, en el baño. Celeste simplemente se paraba a su lado todas las mañanas, cepillándose los dientes, mientras lo miraba tomar su pastilla con agua, o a veces whisky. La primera y única vez que Celeste realmente vio a Jerome tener un ataque, estaban en una sala de bingo, porque por supuesto que sí. Eran dos críos de mierda, y por eso no supo como reaccionar. Celeste se sintió horriblemente mal; había demostrado su inutilidad una vez más cuando se trataba de poner a su pareja en posiciones de peligro. Cuando Jerome se recuperó, volvieron al motel en el que se alojaban, y él colapsó en la cama casi de inmediato, pero ella decidió sentarse en la silla frente a la cama, mirándolo. — No tienes que preocuparte por mí. — comenzó Jerome, abriendo un ojo para mirarla.— Puedo controlarlo. Es solo que no he tenido exactamente los medios para conseguir más medicamentos en los últimos meses, ¿sabes? América es una zorra con los inmigrantes. Celeste guardó esas palabras en el fondo de su mente durante años, asegurándose de que Jerome nunca más tendría que preocuparse por mantenerse con vida, no mientras ella estuviera cerca. Se suponía que Celeste era la única persona en la que Jerome podía confiar, y lo había decepcionado, una y otra vez. Y ahora, años después, sintiendo la mirada penetrante de Bianca en el centro de su frente, la culpa en la boca del estómago se extendió cual incendio. Jerome ya la había perdonado por mucho. Con suerte, también la perdonaría por esto. La voz de Bianca la evadió de sus pensamientos. — ¿Es epiléptico? — Sí. Pero no lo sabe nadie. Lo ve como una debilidad. — Claro, Celeste, porque es una debilidad. Jerome no debería estar haciendo la mitad de la mierda que hace en estos trabajos si… Espera, ¿por qué bebe entonces? ¿No se supone que es peligroso? — No soy su madre, Bianca. — escupió Celeste. — No le digo lo que puede o no puede hacer. Como si me fuera a escuchar de todos modos… — No, Celeste, claro que lo haría. Y ese es el problema. Te seguiría hasta los confines de la tierra, y… — Bianca se detuvo. — Eso, literalmente, acabará matándolo. La bofetada fue tan fuerte y tan nítida que Celeste no pudo ni tragar saliva. — Celeste, sé que estás asustada. Pero debes comenzar a tener más cuidado. Está en coma, por el amor de Dios. Y no estoy diciendo que tengas que dejar tus trabajos. Esa es tu decisión. Solo recuerda que ya no eres la única en esto. — mirando a Gabriella, negó con la cabeza. — Me voy a casa. Escríbeme si hay alguna novedad. (...) Dentro de la habitación reinaba el silencio. Irónicamente, Gabriella fue la primera en hablar. — Papá parece… muy pequeño. Si hubieran estado en cualquier otra situación, Celeste se hubiera reído de la observación. Nadie se atrevería a usar esa palabra para describir a alguien tan increíblemente desalentador como Jerome. Pero ahora, al ver a su compañero acostado en lo que difícilmente podría ser una posición cómoda, con tubos en la boca, tubos por todas partes, pálido como una sábana, más delgado que nunca, todo lo que Celeste podía hacer era asentir con la cabeza. Finalmente, dejó a la pequeña en el sofá y se dirigió hacia la camilla. ¿Ahora qué? ¿Se suponía que ella debía hablar con él? Eso no les iba a llevar a ninguna parte. Jerome se reiría de ella si supiera que estaba llorando y agitándose sobre su cuerpo, lanzando declaraciones de amor y disculpas, muchas disculpas. Probablemente la llamaría “gatita”. Esto era lo más callado que Jerome había estado desde que Celeste lo conoció, y eso ya era decir algo, porque Jerome nunca necesitó decir mucho para que sus palabras tuviesen un impacto duradero. Era un alma solitaria, con una mente compleja, instintos agudos y un gran corazón (aunque nunca lo reconocería), una combinación que lo hacía un excelente socio y una persona aún más increíble para amar. Cada vez que Celeste pensaba que sabía todo lo que había que saber sobre sí misma, Jerome aparecía de la nada y proporcionaba una idea de algo en lo que ella ni siquiera había pensado. Era, verdaderamente, su otra mitad. Quizás es por eso que Celeste sintió que estaba perdiendo una parte de sí misma. La muerte de Danny había hecho tambalear a Celeste, y sabía que nunca se había dado tiempo a sí misma para pasar el duelo, quiso mantenerse fuerte por Debbie. ¿Qué pasaría si Celeste perdiera a Jerome también? No quería pensar en eso. Extendió la mano y la colocó directamente sobre la de él; procediendo luego a hacer algo que no había hecho desde que tenía cinco años. Rezar.
Tumblr media
0 notes
celestegerhard · 6 years
Text
10/09/2018.
«You better run for your life little girl, hide your head in the sand, catch you with another man; that's the end, little girl.» — The Beatles. No es como las películas. No es así en absoluto. Todo sucede muy rápido. No es como en las películas, donde el tiempo se ralentiza y puedes ver lo que sucede a tu alrededor. En las películas, ves la mirada en sus ojos y, aunque es posible que no entiendas qué es exactamente lo que está sucediendo, la historia que puedes leer en ellos está dispuesta frente a ti como si fuesen los fragmentos de un libro. No es como las películas. No es así en absoluto. Celeste aún no sabía cómo había evitado una muerte segura durante todos estos años, pero cualquier buena fortuna que tuviera no le sonreía en este momento en particular. Era un sábado por la noche típico, o tan típico como podía serlo con 250 mil dólares en tu bolsillo. Y, por supuesto, un compañero increíble. Llamar a Jerome su pareja todavía la hacía sentir increíblemente extraña. No podía llamarlo su marido (al menos, no todavía). No, compañero era la única palabra que alguna vez podría describir su relación, únicamente porque abarcaba todo lo que realmente eran en esencia. Habían estado juntos oficialmente durante aproximadamente un año y medio, pero incluso Celeste y Jerome admitirían en los momentos tranquilos que habían estado unidos desde mucho antes de tener a Ella. Les había costado muchísimo trabajo llegar a donde estaban ahora, y estarían locos si dejasen que algo los separase. Mientras salían del restaurante, Jerome envolvió su chaqueta en los hombros de Celeste a la par que caminaban hacia el loft. Estaba callada, y él pudo percatarse de eso sin pensarlo mucho. — Oye. — susurró, apretando la mano de la mujer. — Estoy demasiado cansado y borracho para pensar en trabajo ahora mismo. Deberías estarlo tú también. — No estoy pensando. — Planificando, entonces. — ¿Eso es todo? ¿Cuál es el trabajo? Celeste inclinó la cabeza. — No hay trabajo todavía. — No te creo. — Lo digo en serio. No ha habido partidas especiales en un año, y tú lo sabes. Me ciño al plan: solo los martes, de 12 a 12. — Sí. — respondió Jerome. — Lo sé. También sé que has estado inquieta últimamente. Eso era cierto. Celeste había estado haciendo un verdadero esfuerzo para mantenerse fuera de problemas, por razones de las que no estaba muy segura. Si le preguntasen a Bianca, ella hubiese respondido con su tono de voz condescendiente e irritantemente amable. “Te digo que Celeste se está controlando porque o bien el trabajo es demasiado grande; o no es lo suficientemente grande, y no quiere poner en riesgo lo que tiene ahora mismo”. Celeste nunca lo admitiría, pero era cierto. Pero, ¿quién sabe? Tal vez había sido Jerome. Tal vez Celeste encontraba la vida simple más atractiva de lo que inicialmente pensó que sería. Tal vez estaba disfrutando de acurrucarse en la cama con un buen libro y una taza de chocolate al final de un largo día.Tal vez este era un tipo de vida diferente que nunca antes había tenido que experimentar, y le resultaba más fácil de lo que había imaginado. Solo tal vez. — Jerome, no hay ningún trabajo. Si lo hubiera, serías el primero en saberlo. Siempre. — Oh, cariño, soy especial. — Si tú lo dices. — Celeste puso los ojos en blanco antes de sonreír. — Cree lo que quieras. Continuaban andando por la acera; quizás si no hubieran estado tan distraídos el uno por el otro, podrían haber notado el SUV negro que había estado dando vueltas alrededor de la calle. ¿Esperando? Celeste nunca lo sabría. Pero a medida que el coche se aceleraba y las balas comenzaban a volar, la gente comenzó a echarse al suelo y el sonido fuerte del metal clavándose en los músculos y los huesos impregnó el aire. Tuvo que haber tardado diez segundos, como máximo. Pero mientras miraba a su alrededor, su respiración se atascó en su garganta. Joder. Podía escuchar a una niña en algún lugar frente a ellos; gritando por su madre. Podía ver a la gente correr de un lado a otro, con los teléfonos en sus manos, gritando, contribuyendo al pánico. Otros parecían moverse a cámara lenta, aumentando su agonía. La visión de Celeste se había emborronado pero se encontró con la niña temblando y gritando frente a ella, agarrándose el brazo, con la sangre brotando entre sus dedos. Envolvió su pasmina alrededor de la herida e intentó calmarla, preguntándole su nombre. Estaba pálida —más de lo habitual— y sus dedos temblaban. Pero Celeste no podía decir nada más, ni tampoco oír nada por encima del zumbido de sus orejas y, de repente, se dio cuenta de que ya no estaba sosteniendo la mano de Jerome. Jerome estaba en el suelo y no se movía. Jerome no se estaba moviendo. Jerome, a quien Celeste había visto literalmente, destrozar a un hombre en más de dos ocasiones distintas. Jerome, cuya formidable aura estaba coronada solamente por su ingenio y carisma insanos. Jerome, que era el único al que Celeste había mirado mientras dormía alguna vez. No se movía. No es como las películas. No es así en absoluto. Porque si lo fuera, Celeste estaría de rodillas entre la sangre que rápidamente se estaba acumulando alrededor del cuerpo de Jerome, acunando su cabeza en sus manos, apoyándolo en su pecho, dando besos en su pelo, rezando a cualquier deidad que la escuchara y que lo hiciese aguantar. Pero esto no era una película, y Celeste estaba congelada. Por razones desconocidas, la Celeste dispuesta a todo se había negado a entrar y ella había quedado como un caparazón vacío, mirando a su compañero en la acera. ¿Dónde estaba la puta ambulancia? Celeste ni siquiera había recibido un disparo, y sin embargo, todavía veía su vida destellar ante sus ojos. Se vio a sí misma, a los doce años, sosteniendo un arma por primera vez, apuntando hacia el objetivo en el campo de tiro. Después de una ronda, había decidido que era mucho más poder del que ella quería ser responsable y nunca había vuelto a tocar un arma, ni ​​tampoco las había involucrado en sus trabajos. Vio a Jerome, la semana anterior, vestido con su estúpida chaqueta de cuero roja que Celeste odiaba pero a la vez adoraba por lo bien que le quedaba. Lo escuchó reír con esa risa que estaba reservada solo para ella, fuerte y desagradable, haciendo que aparecieran patas de gallo en las comisuras de sus ojos. Podía oler su perfume y probar el chicle de menta que solía masticar. Dios, si Celeste experimentaba más sensaciones que le recordasen a Jerome, se iba a desmayar. Había una mujer tratando desesperadamente de detener el sangrado, y otro hombre intentando hacer compresiones en su pecho que para Celeste parecían estar haciendo más daño que bien. Moviendo a Jerome lo menos posible, el hombre le dijo que, aunque estaba inconsciente, todavía tenía pulso. La mujer parecía que iba a comenzar a llorar en cualquier momento, porque aquello pintaba mal. Solo era una herida de bala, pero estaba en el abdomen y Jerome estaba perdiendo mucha sangre. Cuando la desconocida se movió para intentar tapar el agujero, atrapó la mirada de Celeste. Tanta desesperación, tanto vacío en una sola mirada. Aun así, había algo allí, un destello decidido que confirmó a Celeste que aquella mujer no dejaría que su compañero muriese sin que ninguna de las dos pelease. Celeste no sabía cuánto tiempo había pasado en este punto, pero podía escuchar sirenas a lo lejos, y no sabía si quería huir de ellos o hacia ellos. Simplemente se quedó quieta. (...) Cuando los paramédicos llegan a la escena, Jerome es metido en la parte trasera de la ambulancia y aquella mujer se acerca a Celeste, agarrando sus manos temblorosas. Es Bianca. ¿De dónde ha salido? Celeste no tiene ni idea, pero se alegra de ver su cara allí, frente a ella. — Celeste, tienes que irte. Tienes que ir y estar con él. Celeste solo mira la ambulancia. — Celeste. Ninguna respuesta. Bianca se da por vencida y da un golpe a la ambulancia. — ¡Arrancad! Está en shock. — Señorita, es mejor que… — Cogeremos un taxi. Arrancad. — Ve tú con él. —Murmura Celeste, finalmente. Celeste mira fijamente hacia adelante, envolviendo sus brazos alrededor de la chaqueta de cuero de Jerome, todavía cálida contra sus hombros desnudos. No es así como se suponía que terminaría su historia. Y aunque todavía no puede decir nada, está increíblemente agradecida de que Bianca sea la que está sentada junto a Jerome, porque al menos con Bianca, no habría falsas promesas, ni declaraciones frívolas de esperanza, ni intentos de consuelo, ni lágrimas, ni tonterías. Lo último que Celeste quería escuchar ahora era que se pondría bien. Que todo iría bien. Porque eso no era la vida real. Y esto no era como las películas. No era así en absoluto.
Tumblr media
0 notes
celestegerhard · 6 years
Text
2 de septiembre de 2018.
«Everytime time you call on me, I drop what I do; you are my best friend and we've got some shit to shoot.» — Un frapuccino, con extra de nata por favor. — ¿Nombre? — preguntó el camarero desde detrás del mostrador. — Celeste. Era una mañana especialmente soleada en Nueva York, muy cálida teniendo en cuenta que todavía era invierno. Se sentó en la mesa para disfrutar de su café y comenzó a observar el movimiento de la ciudad a través de la ventana. A veces sentía que el mundo a su alrededor seguía avanzando mientras que ella no podía moverse. La luz del sol que entraba por la ventana hacía que sus ojos se entrecerrasen, pero ella seguía observando el embriagador juego de luces que el sol que golpeaba la superficie de su vaso de café creaba. Siempre había disfrutado por completo de estos momentos de soledad; rodeada de extraños, el olor a café recién hecho impregnando sus fosas nasales. Había pasado un tiempo considerable desde que comenzó a hacer de estos momentos en particular, sola, una prioridad. Es como si una gran parte de ella viviera dormida, retenida en un extraño estado de sueño. Una nueva etapa en su vida. Oh, pero Celeste siempre había sido un alma compleja, nada era suficiente para llenarla, así que siempre buscaba más; más tranquilidad, más adrenalina, más lujuria, más excitación — más dolor. Cuando estaba en su veintena de edad, su extraño modo de afrontar las cosas llegó a llevar a su cuerpo al extremo. Bebía mucho, demasiado a menudo, irónicamente, hasta que se sentía totalmente insensible, pero en el proceso podía permitirse sentir las cosas en toda su extensión. El sexo sería algo menos que violento pero apasionado, ruidoso; una forma de alivio que la consumía a la vez. Ella no estaba buscando alivio. Ni gentileza. Había descubierto que el dolor físico, el que uno puede controlar, era la única forma en que podía experimentar adrenalina pura, no porque tuviera ningún deseo particular de sentir dolor, sino porque, de una manera muy retorcida, sentía que devolviendo el dolor, podía reconstruirse a sí misma otra vez. Años atrás, una noche de sábado cualquiera, pasando el rato con algunos de sus amigos en un bar, se vio envuelta en una pelea con dos capullos que no aceptaban un “no” por respuesta por parte de una desconocida. Afortunadamente, Celeste no resultó gravemente herida, aunque sus labios ensangrentados y nudillos hinchados dijesen lo contrario. Cuando llegó a casa esa noche y se quitó la ropa sucia que estaba empapada en alcohol y sangre, se encontró mirándose en el espejo, trazando las sombras de azul y púrpura que comenzaban a marcar su cuerpo magullado;  y sintió una descarga eléctrica de excitación y una súbita sensación de resolución. Como si las sensaciones tangibles y físicas fueran suficientes para aplacar la confusión dentro de su cabeza. Pero el problema es que una vez que hubo probado esa euforia pura, no pudo volver a la normalidad. Fue entonces cuando la conoció. (…) Bianca encontró a Celeste en Springs st., Soho; a finales de 2002. Había estado observándola desde una panadería al otro lado de la calle donde Bianca compraba sus magdalenas favoritas de arándanos. La mujer rubia era alta y exquisitamente elegante, pero con un toque de extravagancia que la hacía increíblemente intrigante. Estaba parada sola en la calle, con los brazos cruzados y una expresión inquisitiva en su rostro que Bianca podía ver fácilmente incluso detrás de sus grandes gafas de sol. — Sé lo que intentas conseguir y... no va a funcionar. — Bianca estaba de pie junto a ella, cruzando los brazos y mirando hacia la misma dirección. Celeste simplemente la miró gélidamente y sin apartar los ojos de su objetivo respondió de forma indiferente. — ¿Y tú eres…? Bianca extendió con confianza su brazo para estrecharle la mano. —Bianca Moretti, un placer, rubia. — Ante aquello, Celeste simplemente se puso de pie frunciendo el ceño y mostrando una mirada de desaprobación. La estaba estorbando.  — Entonces, ¿cómo quieres hacerlo? Te repito que no va a funcionar. Celeste giró su cabeza hacia la fuente de su cabreo y finalmente estalló, con su particular acento australiano. — Vete a la mierda. Bianca suspiró audiblemente y giró todo su cuerpo para mirar a la rubia desconocida. — Hay dos policías detrás de esa esquina. Hay una patrulla al final de esta misma calle, no puedes verlo desde tu posición, pero si hubieras dedicado 5 minutos más a examinar tu entorno, lo habrías visto. Por supuesto, no es necesario que te indique el hecho de que todos podrían esposarte en menos de sesenta segundos. — Bianca estaba soltando toda esta información de manera práctica, como si fuera algo a lo que estaba acostumbrada, algo que hacía a diario. — Ah, y no creo que el dueño, que mide 1,90 y es boxeador profesional, esté muy de acuerdo con lo que pretendes. Celeste se burló, visiblemente molesta. — Entonces, ¿qué estás diciendo? Bianca colocó una mano en el hombro de la mujer, cerrando la distancia entre ellas para susurrarle al oído. — Estoy diciendo que no vas a poder robar ese coche. — Soy Celeste, por cierto. — dijo la australiana finalmente, extendiendo su brazo. — Déjame invitarte a una cerveza, Celeste. Salieron a tomar una cerveza esa misma noche y hablaron. Hablaron hasta que el sol salió nuevamente. Bianca había visto inmediatamente en Celeste algo especial, un paseo por lo desconocido, por el peligro, por la emoción que entrañaba la posibilidad de ser atrapada. Ella también era extremadamente inteligente, no le faltaban ganas ni ingenio. Era innecesario decir que la rubia de acento australiano también era tremendamente atractiva; sus misteriosos y seductores ojos grises eran los imanes más poderosos a los que Bianca había mirado nunca. Se ofreció para enseñar a Celeste, para convertirse en socias. Y la rubia no pudo hacer otra cosa más que aceptar, en un abrir y cerrar de ojos. Pasaron los años robando bancos pequeños y algunos coches, —esta vez de verdad—, viajando… Habían pasado meses evitando la cárcel por todo el país, de un motel a otro, y cuando se quedaban sin dinero, hacían una parada en un bingo o casino local, y en cuestión de un par de horas estaban preparadas para salir a la carretera otra vez. Si había alguna mala decisión en el aire, estaba claro que ambas la tomarían. Tantos días juntas en su coche, tantas noches hablando hasta la madrugada. Bianca dejó de ser su socia para convertirse en su mano derecha, su cómplice, su mejor amiga. Desde entonces, no habían podido mantenerse alejadas la una de la otra por más de un par de horas. Para Celeste, esa era la mejor vida que podía vivir. Pero luego todo cambió cuando Bianca se fue. Ese día, 23 de octubre de 2011, fue el día en que la vida de Celeste cambió drásticamente una vez más. Al principio, la rápida partida de Bianca no la había hundido, estaba enfadada, por supuesto, pero sobre todo confundida. No es que no pelearan, de hecho, habían peleado mucho más durante sus últimos meses juntas, pero Celeste nunca había imaginado, ni siquiera en sus peores pesadillas, que Bianca realmente podría abandonarla. Oh, nunca habían hablado sobre ellas ni sobre su futuro, sobre sus planes; nunca había pensado en Bianca y en envejecer juntas porque no era necesario, para Celeste siempre había sido una certeza implícita. Solo habían pasado tres meses desde la última vez que vio a Bianca cuando se dio cuenta de que no iba a volver. El repentino conocimiento de ello la golpeó como una bala en el cráneo, dejando un agujero en su cabeza; dejándola sin vida. Desde ese momento ha estado viviendo su vida como un fantasma, un mero observador de su propia existencia. Ese día, Bianca le quitó todo lo que le importaba. (…) — Perdone, ¿está ocupado? Los pensamientos de Celeste fueron bruscamente interrumpidos por una anciana que buscaba un lugar para sentarse. Ella le sonrió y amablemente la dejó tomar su propio asiento; había terminado su café de todos modos. Cuando salió del edificio respiró el aire fresco e inclinó ligeramente la cabeza hacia atrás, dejando que su rostro absorbiera la luz del sol. Echaba de menos a su mejor amiga. Echaba de menos a su hermana. 
Tumblr media
0 notes
celestegerhard · 6 years
Text
10/03/1981.
COLD LITTLE HEART.
California.
Debbie es consciente de que se ha metido en problemas. Una vez más. Si solo fuera Carlos ella podría manejarlo, pero su hermano Ramón está con él. La han inmovilizado contra la pared de aquel callejón estrecho, los dos, y están gritando, quejándose porque su hermano Danny les ha robado – una vez más – el coche. Ramón la está mirando de una forma que a Debbie no le gusta en absoluto, porque sabe cómo va a acabar eso, sin embargo está dispuesta a pelear. Sus pensamientos se ven interrumpidos por el rugido agudo de una moto, y en un principio cree que puede ser de la de Danny, pero no lo es. Danny no conduce su moto por los callejones de la ciudad donde aparentemente robó el coche a los hermanos Ramírez. Debbie tiene a Carlos lo suficientemente cerca como para ver la destartalada moto que se abalanza hacia ellos. La persona que conduce, con un casco rojo, parece no tener la intención de desacelerar, y el callejón tiene menos un metro de ancho. Lo mismo que mide la espalda de Ramón, el mayor de los hermanos. El chico suelta los hombros de Debbie y ella cae directamente fuera de su alcance, viendo como el conductor de la moto bloquea los frenos delanteros, se abalanza sobre el manillar como el propio Evel Knievel y golpea el casco contra la cabeza de Ramón con un sonido ensordecedor. Ramón cae al suelo y el conductor también por el impacto, la moto impacta contra Carlos y de repente Debbie es libre. El zumbido del motor muere y el silencio es ensordecedor. Debbie se pone de pie y evalúa la situación: Carlos está inconsciente, lo cual es probablemente una lástima teniendo en cuenta el ángulo en el que ha quedado su pierna izquierda. Ramón también está mal, agarrándose el pecho, resollando y gorgoteando. “Casco rojo” se levanta despacio del suelo, vacilando, después de haber hecho la mayor locura que Debbie ha visto hacer a nadie, lo cual es mucho decir considerando algunas de las cosas que ha visto en sus quince años. Echar a correr es la mejor opción ahora mismo. Pero entonces, Casco Rojo se quita el casco y Debbie puede ver su cara, su pelo rubio casi blanco pero lleno de mugre, sus ojos azules y sus marcados pómulos. Está muy delgado, casi se divisan sus costillas a través del algodón de la camiseta. Debbie se da cuenta de que su expresión aturdida no proviene del golpe en la cabeza, sino del inesperado éxito de su plan. — Deberíamos irnos. El chico lleva la mirada a su moto, o lo que queda de ella, mientras se limpia la sangre de su nariz con el antebrazo derecho. Asiente, con una mueca de dolor en sus ojos. Le gustaba esa moto. — Ven conmigo. Él la mira durante unos segundos, volviendo a asentir, dubitativo. (......) En casa de Debbie, un buen amigo de la familia y médico retirado cose la herida de la cara del chico. Su nombre resulta ser Shell, sin apellido, solo Shell. Mira alrededor de la habitación con unos grandes e imposiblemente azules ojos mientras aquel médico trabaja en su cara. Debbie lo mira distraídamente, pensando en que dentro de seis o siete años será un verdadero imán para las mujeres, suponiendo que aprenda la virtud de bañarse regularmente para entonces. Debbie no se sorprende cuando su padre le ofrece a Shell quedarse en su casa. Está bastante claro que no tiene una, y ese niño la ha salvado, en el mejor de los casos, de una paliza seria. Shell, obviamente, está sorprendido. — ¿Cuánto tiempo? — Cuanto quieras. — No acepto caridad. ¿Necesitáis que arregle algo? Quiero contribuir. El padre de Debbie, fija su mirada en la grasa debajo de las uñas de Shell. — Hay dos motos en nuestro garaje que no funcionan. Te debemos una de ellas. Si también quieres arreglar la otra, la venderemos, y lo consideraremos tu habitación y comida durante… ¿El primer mes? Shell considera la oferta durante casi un minuto, en silencio, para finalmente extender la mano hacia la del hombre, estrechándosela. — Gracias señor Ocean. — Tengo que preguntarte algo, y espero una respuesta honesta. ¿Es probable que venga a buscarte alguien? Shell se ríe, y su risa confirma a Debbie que no es tan joven como ella había considerado en un principio. — ¿Tengo pinta de que alguien me esté buscando? — No, pero las apariencias engañan. — Si alguien me está buscando – hace una breve pausa en sus palabras – están buscando todavía en Australia. — Bien. Date una ducha, una ducha larga y caliente, y sacaré algo de ropa de Danny para vestirte. El baño es la segunda puerta a la izquierda. (.....) Días después, el domingo por la mañana mientras desayunan, Shell devora su peso en tortitas como si no hubiese comido en meses. Realmente no lo ha hecho. La madre de Debbie se aventura a preguntar más acerca sobre él, por ejemplo, si Shell es el diminutivo de otro nombre más largo. Mastica y traga (tiene unos modales de mesa extrañamente excelentes para un niño de la calle) y arroja casualmente una bomba que silencia toda la habitación. — Celeste. Todos me llaman así, en realidad, sólo mi abuelo me llamaba Shell. Debbie deja caer su tenedor. Su madre deja caer su espátula. Su padre deja caer su periódico. Danny deja caer la mandíbula, enseñando un trozo de tortita masticado. — ¿Qué? — pregunta Celeste, con el ceño fruncido. — ¿Eres una chica? Responde Danny, vacilando. Debbie ni si quiera puede culparlo por aquella grosería, Celeste ha estado durmiendo en un colchón en el suelo de su habitación durante cuatro días. — Sí. – dice Celeste, como si fuese algo obvio. — Espera, ¿cuántos años tienes? – pregunta Debbie, adelantándose al resto. — Trece. – pausa – a menos que sea junio ya. Entonces catorce. — Dios mío, Celeste, ¿por qué no me dijiste nada cuando te puse a dormir en la habitación de Danny? – pregunta la madre de Debbie, sin salir de su asombro. — Pensaba que no me queríais en la habitación de Debbie. Y una vez más Debbie se adelanta al resto. — Te gustan las chicas. Celeste asiente, aunque después se tensa, y lleva la mano hacia su bolsillo, donde guarda su navaja, lo único que siempre lleva con ella por si tiene que defenderse. Duda necesitarla en esos momentos, pero es casi un acto reflejo tras meses viviendo en la calle y una familia en cuyo seno prima la violencia. — ¿Supone eso un problema? — No. — Responden al unísono y la niña se relaja. — Pero ya no puedes dormir más en mi habitación. – añade Danny. — El sofá está bien. O una colchoneta en el garaje, lo que sea. — No digas tonterías. – responde Debbie – en mi habitación hay una litera. Por primera vez, Celeste parece insegura sobre algo. — ¿No te molestará compartir cuarto? — Está bien. De verdad. – Debbie se da la vuelta para mirar a su madre. - ¿Verdad? — Por supuesto. Confiamos en ti, Celeste, si no no estarías viviendo en nuestra casa. Por cierto… ¿Preferirías que saquemos algo de ropa vieja de Debbie? — No. La ropa de Danny está bien. (.....) Esa noche, tumbada en la litera superior, en plena oscuridad, Debbie finalmente formula la pregunta que ha estado rondando su mente desde el momento en que vio por primera vez a Celeste. — ¿Por qué me salvaste? Hay un largo silencio. — Dos contra uno no es una pelea justa. – dice finalmente Celeste. “Nosotras dos contra los hermanos Ramírez tampoco fue una pelea justa” piensa Debbie, pero no dice nada. No está segura de lo que hizo Danny para enfadarles así, sin embargo su padre le dijo que no volviese a casa hasta haberlo arreglado. En teoría, les había devuelto el coche, y había pagado sus facturas del hospital. Debbie ya no necesita la protección de Danny, y eso la hace sonreír en la oscuridad. Ahora tiene a una amazona australiana que es su guardaespaldas personal. Todos los Ocean se pertecen unos a otros por igual, pero Celeste… Es sólo suya. Ni si quiera sabe como puede estar segura de ello con tal certeza, pero lo está, y esa seguridad le da calidez. — Gracias, Celeste. — De nada. Eso es lo último que ambas han comentado hasta ahora sobre la noche en que se conocieron.
Tumblr media
0 notes
celestegerhard · 6 years
Text
3 de agosto de 2018.
«She can't lose with me in tow, I refuse to let her go at her side, and drunk on pride, we wait for the blow.»
— Creía que te haría feliz que viniese a visitarte. — Perdona. Es que… Estoy intentando ir por el camino que debería ir. Tal vez fallo en algo, creo que pasa algo malo conmigo, Bianca... — ¿Eso te dicen aquí? — No. Bueno sí. ¿Y, sabes? Creo que tienen razón. — Pues no la tienen, créeme. Solo estás pasando por un bache, es algo que le puede pasar a cualquiera. A todo el mundo, en realidad. — No, Bianca, ahí fuera hay un mundo de gente que todo lo hace bien. Viven bien, no beben, no toman drogas. Y son felices. — Eso es una gilipollez. No son felices, ningún ser humano adulto es feliz. Las personas nacen, pasan por una etapa en la que creen que la vida es una fiesta, pero luego inevitablemente llega la tragedia y comprenden que vivir es sinónimo de perder y el único objetivo del juego es intentar minimizar el dolor de ese sinónimo. Algunos lo consiguen teniendo hijos, ganando dinero, o dedicándose a la jardinería. Y otros lo consiguen colocándose, haciendo que el interruptor de la cabeza apague la luz negativa y encienda la positiva. — Nadie hace daño plantando árboles. — Todo el mundo hace daño a todo el mundo, esa es la condición humana. Venga, Celeste, no dejes que te digan que fallas en algo. Estás bien. — No estoy bien. — Claro que no. Estás sobre el nido del cuco rodeada por un atajo de sobrios gilipollas, y no estás conmigo. Venga, yo tampoco estoy bien y creo que es porque estamos separadas. Te echo de menos y te quiero. — ¿Para qué me quieres, Bianca? Soy un desastre. — Puede que me gusten los desastres. — susurra Bianca, con los ojos deslizándose hacia un lado, como si estuviera pensando para sí misma. Hay maravilla en su voz. Amor. Amor. Un amor que estaba impidiéndole deshacerse de sus propios demonios. — Yo también te quiero. (…) Pero por favor, no vuelvas a venir. No me llames. No me escribas. Se acabó, Bianca. Viene de la nada, un trueno en un cielo sin nubes, y Celeste ni siquiera reconoce su propia voz. Quiere recuperarlo, rebobinar el tiempo y recortar los últimos segundos para quemarlos y nunca enfrentar sus consecuencias. Pero es muy tarde. Todo el daño que ha hecho no se puede deshacer, y su amistad con Bianca se ha terminado. Está hecho. Lo que le había tomado años y una gran cantidad de dificultades de construir, — la decisión de desintoxicarse — ahora es como un castillo de naipes en el viento, y Celeste sabe que el viento siempre, siempre gana. Está hecho, así que no tiene sentido negarlo. Se bebe el resto de la cerveza de Bianca de un solo trago y deja el vaso vacío sobre la mesa mientras lanza una audaz mirada a la pelirroja, manteniéndose en silencio. Su corazón late tan rápido que apenas puede sentirlo. No la mira cuando le da la espalda, ni Bianca intenta seguirla. Celeste solo escucha su voz, distante e irritada, llamándola. — ¿A dónde vas? Todo lo que Bianca obtiene a cambio es un corte de manga mientras Celeste se aleja a través de la multitud y desaparece, sin mirar atrás. (….) Las ruedas recorren el camino en un rugido furioso que rompe la paz de la noche. Celeste no está buscando paz. Celeste está buscando alivio y, esta vez, va a necesitar más que un paseo salvaje a ninguna parte para calmar la tormenta que se desata en su interior. Ese es el problema con Nueva York: no importa lo lejos que intentes irte, nunca estás solo. Y eso es tan terriblemente irónico que Celeste tiene ganas de echarse a reír a carcajadas. Es casi divertido, casi bonito, cómo, en cierto modo, ni Bianca ni sus adicciones la dejan en paz nunca, ni siquiera cuando hace lo imposible por dejarlo todo atrás. O tal vez sea ella quien nunca parece poder dejarlas realmente atrás. Una parte de ella quiere llorar, otra parte quiere volver con Bianca, golpearla contra la pared y gritar en su cara lo que ha estado conteniendo durante años, si no décadas. Ha pasado demasiado tiempo desde que se enamoró de la vida que Bianca le ofreció: dinero, alcohol, fiestas, y exención de cualquier tipo de obligaciones. Demasiado tiempo, y muy doloroso. Y precioso, también. Todo es un desastre entre el alcohol y ella. Un gran desastre. Celeste ni siquiera puede recordar cómo era la vida sin este dolor desagradable y sordo en el fondo de su pecho. A veces, se siente claustrofóbica en sus propios sentimientos, oprimida por la fuerza de ellos y por la enfermiza conciencia de que nunca desaparecerán. Conduce la moto a la máxima velocidad por un tramo recto, agradeciendo el viento frío y sibilante alrededor, la luna y las estrellas arriba y nada más adelante. Nada. Celeste descubrió a muy temprana edad lo que significa estar sola en medio de una multitud de gente. A la edad de doce años ya había perdido la cuenta de las veces en que le habían fallado, pero desde que Bianca entró en escena... había habido un cambio constante entre la suerte y el fracaso, que está empezando a cansarla. Tal vez es por eso que ella ha dejado escapar todo. Tal vez está cansada de un llanto inútil y cadenas de estúpidas esperanzas alrededor de su cuello. Cuando se da cuenta de que le tiemblan las manos y le duelen las rodillas, se aparta de la carretera, frustrada y un poco asustada. Si continúa conduciendo, puede desmoronarse. Se quita el casco y el aire fresco de la noche llena sus pulmones y alivia, al menos en parte, el desagradable nudo que quema en su garganta. La oscuridad es profunda y bonita y el silencio alrededor de ella  ahora que se ha alejado de la ciudad parece estar allí para recordarle que, no, no tiene escapatoria. Cuando deja el casco en el asiento de la moto, mira la imagen que tiene enfrente por un momento. Imagina otro casco junto al de ella, alguien sonriéndole bajo las estrellas, y de repente vuelve a estar allí: el dolor fuerte y feroz en su pecho. El efecto Jim Morrison. Una gota cae sobre la pintura pulida del casco. Luego otra. Celeste mira hacia arriba en busca de nubes y lluvia, pero el cielo está cerrado. Lleva una mano, sin quitarse el guante, a su mejilla y se burla cuando el cuero vuelve mojado. Frota sus dedos con un frustrado resoplido y echa la cabeza hacia atrás, luchando por apartar las lágrimas. El nudo en su garganta casi la asfixia, pero no puede dejar de llorar. Necesita seguir adelante, pero no sabe cómo hacerlo. Ella nunca planeó tener que sacar a Bianca de su vida con el propósito de alejarse de aquella espiral autodestructiva, pero desde que fue ingresada había creído que soltarla al menos le daría una tregua, que la liberaría. No había funcionado. Ha dicho que me quiere. En todo caso, Celeste lo único que siente es que ha perdido lo único que realmente le importa. Sin Bianca, está sola. Más que una amiga, ha sido su hermana desde el principio. No puedo hacerlo sola. Inhala profundamente, el aire salado del océano se mezcla con el sabor salado de sus lágrimas, y no puede hacer más que pensar en la ironía de toda esta situación. Pensaba, ingenuamente, que deshacerse de la persona que la inició en sus adicciones la liberaría de una jaula de mentiras y verdades no dichas, pero lo único que ha hecho ha sido atarle la soga con más fuerza alrededor de su cuello. No es que no supiera antes que Bianca no la entendería, pero... ¿qué creía que le iba a decir? Si sabes que vas a caer, cae de forma gloriosa. — Tanta sinceridad compulsiva…- le dice a nadie, con sus ojos parpadeando sobre la playa frente a ella. Qué romántico y simbólico sería si pudiera sumergirse en las aguas brillantes y disolverse en sus profundidades. Inhala nuevamente, profundamente, y cuando deja salir el aire es como un suspiro roto. ¿Qué c*ño hago ahora?
Tumblr media
0 notes
celestegerhard · 6 years
Text
27/07/2018
“A child weaned on poison considers harm a comfort.” — Gillian Flynn. Centro de rehabilitación Riverside, Washington DC. — ¿Siempre eres tan encantador? — ¿Siempre usas el humor para escudarte cuando te sientes incómoda? — ¿Y tú siempre recurres al análisis para desarmar a tus reclutas? Hay un sitio en Nueva York que es- — No te voy a enviar a otro centro de tratamiento, Celeste. — ¿Me mandáis a casa? — No. Tu condena era deportarte del país o un tiempo en la cárcel. Y has vuelto de África así que- — Vaya. No creerás enserio que voy a ir a la cárcel, ¿no? — ¿No? Por conducir borracha, chocar contra un coche y tumbar una estatua que podría haber sido un niño de cuatro años. — Sí, pero no lo era, era una estatua de cuatro años. — Oye mira, no pasa nada si para ti todo esto es una broma, pero para mí la justicia no lo es, hay reglas y te avisé sobre ellas. Prepara tus cosas para mañana por la mañana. — No no lo haré. Porque no debo ir a la cárcel. Ni si quiera debería estar aquí. Ya sé que bebo mucho, sí, sé que lo hago porque tengo un club y eso hacemos los que nos dedicamos a esto, beber. Yo no soy como esa gente de ahí fuera, puedo controlarme. Puedo, si eso fuera lo que quisiera podría. Puedo. ¡PUEDO! Mira, que te jodan, señor predicador psicólogo de poca monta, ¿qué sabes tú de mi? Nada. No sabes una puta mierda de mi. (…) — ¿Qué haces aquí otra vez? Te pedí que recogieses tus cosas. — ¿Sabes? Tu moqueta está muy sucia. Solo te lo digo porque sé que tienes una hija pequeña y la mugre de las moquetas es una de las principales causas de problemas de salud. Escucha, oye… Sobre lo de la cárcel, no puedo… No puedo ir. No porque no quiera ir, si no… Es que… Ah, joder, mis manos, sabes, no paran de hacer eso, tiemblan constantemente, no es normal. Solo… Pasa algo malo con mis manos. Bueno, conmigo. Por qué… ¿Qué clase de persona salta por una ventana porque no puede quedarse quieta? Porque no puede estar sola. Y en una habitación, sin… Sabes, cualquier persona debería poder estar sola, bueno, los seres humanos deberían poder respirar y yo no puedo respirar. Y… Creo, que sé que si voy a la cárcel, así, moriré y… No quiero morir.
Tumblr media
0 notes
celestegerhard · 6 years
Text
15 de junio de 2018.
Milán, Lombardía oeste. Celeste levanta el teléfono con exasperación. — Por el amor de Dios, no. No no no. (...) ¿Qué, en serio? ¿Estás absolutamente segura? Los ojos de la mujer se posan en el hombre que está a su lado, en la cama de aquel hotel. Se incorpora sobre el colchón, frotándose la frente con los dedos, manteniendo el teléfono en su oreja, mientras la voz aguda y estridente al otro lado del mismo le hace chirriar los dientes. Su acompañante deslizó la mano por su espalda y atrajo a la mujer hacia él, besándola, y Celeste se distrajo por un momento de la voz que había al otro lado del teléfono. Fue un beso cargado de promesas. Ella estaba familiarizada con este tipo particular de beso y las promesas bailaron a lo largo de sus párpados cerrados. Un fin de semana en Milán, vodka, sexo del bueno, más vodka, baile, tal vez una o dos rayas, más sexo, resaca, desayuno en algún lugar muy caro, beber durante el almuerzo, sexo insatisfactorio a medias y luego despertar en una habitación de hotel, con alguien cuyo nombre le costaba recordar. Y coger otro avión, huyendo. De todos, incluso de sí misma. — Esta es la última vez. Lo digo en serio. Cuelga. Levanta las piernas de la cama y busca los pantalones de cuero negro en el suelo. — ¿Qué pasa? Celeste está de pie y enhebrando el cinturón con una elaborada hebilla en sus ajustados pantalones de cuero, cuando la voz ronca del hombre la distrae de sus pensamientos. — Tengo que irme, guapo. Trabajo. Se pone sus botas negras de tacón alto y la camiseta. Se mete en el bolsillo de la cazadora su fajo de billetes, coge el teléfono, los cigarros, y el mechero; y se dirige hacia la puerta. — ¿Qué? ¿A dónde vas? ¿Con ella? ¿Otra vez? Vaffanculo, Celeste... Una serie de insultos en italiano indistinguibles a sus oídos la hacen encoger los hombros. — Puedes quedarte aquí si lo necesitas, ¿hm? La habitación está pagada hasta el día 5. Nos vemos, guapo. (...) Su avión aterriza a las 3:00 pm y una hora después ha aparcado frente a la villa. Exhalando una larga columna de humo, apoyada en su moto, se pregunta, por enésima vez, si está haciendo lo correcto. Aquella llamada telefónica es algo que no esperaba, creía que nunca más volvería a saber de ella y se había prometido a sí misma que nunca volvería allí. No creía en retroceder. No está segura de si se la estaban jugando, aquella mujer era tan jodidamente buena en el arte del engaño que nunca se sentía segura de cualquier cosa relacionada con el mundo de Claire, pero tampoco podía correr ese riesgo. Si lo que le había dicho por teléfono era cierto... Cambiaría todo. Todo lo que Celeste había construido durante aquellos cinco años. Y es que lidiar con la vida que lleva está siendo demasiado para ella. Hace unos años pasaba alguna que otra noche en la calle, robaba, se metía de todo y hacía cosas que jamás contaría a cambio de una cama caliente, algo de comida o una raya más. Al conocer a Claire todo cambió, empezaron a trabajar juntas y ella sintió que aquella mujer se convertía en su única familia, alguien aparentemente inocente a quien proteger, que se preocupaba por ella más de lo nadie se había preocupado nunca. Todo iba bien. Hasta que dejó de ir. Viaje tras viaje, trabajo tras trabajo, semanas sin responder al teléfono, meses sin aparecer por casa... Celeste recorrió Europa entera en un año. Y en cinco, probablemente, medio mundo. Era lo único a lo que se dedicaba, a viajar. Física y mentalmente, en sus bolsillos nunca faltaban un par de gramos de cualquier psicotrópico de diseño. "Os he mentido. A todos. Lo siento." Piensa, buscando excusas para pedir disculpas ahora que tiene que volver a casa; mientras mira uno de los relojes en su muñeca, 5:00 pm. Hora de dar la cara. No lo siente, en absoluto. 
Tumblr media
0 notes
celestegerhard · 6 years
Text
P R E S E N T A C I Ó N.
Oficinas del CNI. Brigada de protección de dignatarios. 10 de mayo de 2018. ─ Hábleme de la intérprete. Celeste Gerhard. ─ Nació aquí, en Estados Unidos, pero se crió en África y Europa. Estudió letras en Johannesburgo y medicina en Dublín. ─ ¿Padres? ─ Madre británica y padre africano blanco. Se instaló aquí hace cinco años. La entrevista no duró mucho, da el perfil que buscan, hecha para la ONU. ─ ¿Qué más sabemos desde que la admitieron? ¿Está casada? ¿Tiene hijos? ¿Es socia de algún club? ¿Está inscrita para votar? ¿Demócrata? ¿Republicana? ¿Qué religión practica? ¿Es guapa? ¿Quién c*ño es? ─ La señorita Gerhard tiene pasaporte de Matobo. Nació aquí pero se crió allí, tiene doble nacionalidad. ─ ¿Café o leche? ─ No, gracias. ─ Me refiero a si es blanca o negra. ─ Blanca. ─ ¿Se ha sometido al polígrafo? ─ Aún no. ─ ¿Y no debería? ─ Nuestro departamento de inteligencia ha descubierto algo. Todo esto empezó con un trágico accidente. Sus padres tenían una granja en los montes Mukäh, esa zona estaba infestada de rebeldes en los 80, y el doctor Menelik tuvo que minar las carreteras. Un día en que sus padres llevaban a su hermana al colegio, pasaron por encima de una mina. ─ ¿Y murieron? ─ Todos. ─ ¿Cuántos años tenía Gerhard? ─ Doce o trece. ─ Algo así, incluso años después, podría incitar todo tipo de ideas. Vigílala de cerca. No me fío un pelo de ella. If the Heavens ever did speak She is the last true mouthpiece She's the giggle at a funeral She tells me 'worship in the bedroom.' The only heaven I'll be sent to Is when I'm alone with you I was born sick, but I love it Command me to be well Amen, Amen, Amen. Take me to church I'll worship like a dog at the shrine of your lies I'll tell you my sins and you can sharpen your knife Offer me that deathless death Good God, let me give you my life.
Tumblr media
1 note · View note
celestegerhard · 6 years
Text
C.  G E R H A R D.
Never take advice from me. You’ll end up drunk. 
Tumblr media
1 note · View note