Tumgik
Text
A por ellos
Ni las mayores precauciones habían podido evitar, otra vez, el desastre. Ese afán por controlar, por encerrar, por tapar y enfrascar harinas, porotos, arroz blanco y yamaní no había tenido efecto. Ahí estaban nuevamente, deslizándose casi transparentes entre los granos, los frascos, las bolsas ziploc y las finas moliendas. Las polillas vivían felices en la alacena surtida, cálida y alejada de los rayos del sol, tal como sugieren los paquetes contenedores que deben ser guardados. Creía que había dado un salto de calidad y viveza cuando, hacía algunos años, esta plaga antes desconocida había prácticamente dinamitado la cocina. Una compra frenética de tuppers, tarros de vidrio y broches herméticos que ofreciera doble contención a los alimentos parecía la solución. Hasta este verano. También habían sido en vano los minutos eternos mirando fijo los paquetes en los pasillos de supermercado, esperando la aparición de los bichos; y la limpieza con alcohol de los pliegues de los envases, despegando hasta la última mugre. Las polillas reaparecían como las peores pesadillas, esas que vuelven y siempre terminan mal. También como esos pensamientos que asaltan por sorpresa un día y no se van nunca más, que se tratan de extirpar, de analizar hasta el aburrimiento, pero que crecen de nuevo de raíz como los pelos de las piernas. Y ahí estaba de nuevo, alcohol y veneno sobre la mesada, paquetes a un lado, tacho de basura al otro, empezando el círculo.
0 notes
Text
Polvo K
–La puta madre, estos hijos de puta me afanaron la nafta– dijo cuando estábamos subiendo a la autopista. Yo estiro la cabeza, miro sobre el volante, y la luz de la reserva del tanque marcaba amarillo titilando. Trabajo hace más o menos 10 años con Leandro, y salvo al gobierno actual, estoy segura de que lo escuché putear poquísimo. Íbamos en el auto con otra compañera más que viajaba atrás. Era el día de nuestra prueba de oposición para un concurso, y Leandro estaba en los dos jurados. Aunque tengo toda la confianza del mundo, me alegró que en el viaje del centro hasta La Plata fuéramos a hablar de otra cosa y no del examen inminente. –¡Ayer lo fui a buscar a la comisaría! Se ve que como no le quise pagar la coima al rati, me chupó la nafta. Aunque debería preguntarle a Paula a ver si ella se acuerda, pero vuelve mañana recién de viaje... La llevé a ella y a los pibes a Ezeiza el sábado a la madrugada, se fueron con mi cuñada, su marido y la hija a Cafayate. El gringo vino como quince veces a Argentina, pero jamás había salido de Buenos Aires. Esperamos que ellos llegaran del vuelo de Estados Unidos, nos tomamos un café y se embarcaron para Salta. Unos metros atrás, nos habíamos quedado atrancados por una protesta en la 9 de julio. –Volvía a casa tipo 7 y me desviaron para el microcentro porque también estaba cortada la avenida, aunque esta vez por ninguna causa justa.  Es loco el microcentro los sábados temprano porque las calles son como las de todos los días, pero en lugar de oficinistas y banqueros, hay laburantes y pibes que vuelven de la joda. Los encargados baldean la vereda, el camión levanta la basura, los segurata miran para afuera de las puertas. Y así fue que me afanaron. Cruzo una esquina y veo a un flaco desnudo y ensangrentado corriendo como un desaforado por el medio de la calle. Lo sigo por el espejo con la mirada, freno con el auto atrás del camión de basura, siento que él se acerca mucho, se pone delante de mi auto, se tira sobre el capot y se va abajo de las ruedas. Me bajo rápido del auto a ver qué le pasaba, y escucho detrás de mí uno que me viene gritando, “¡No lo toques! ¡No lo toques! ¡Ya está viniendo la policía!” Un gendarme que vigilaba una galería lo había estado siguiendo y había visto toda la secuencia. Yo reculo, trato de acercarme más despacio, le pregunto qué le pasa, y el tipo se levanta, se sube al auto por el lado del acompañante, pone primera y se va a los piques.
El gendarme era jujeño. Del ala dura de La Cámpora, según dijo, de Berni y de Randazzo. Había votado a Macri porque no se bancaba a Cristina, y vivía en una pensión en Once. Por algún motivo omitido, no cumplía funciones de gendarme, y estaba trabajando como personal de seguridad. No quiso que le diera plata para un taxi. –Sabés que ahora me tengo que ir rápido. Viene una chica hoy de Jujuy… Éramos amantes allá porque ella es casada… pero a la tarde me pidió que la llevara al acto del FIT en Atlanta.
Lo primero que pensé es que el chorro iba a pisar a alguien, y lo iba a pisar con mi auto. Esperamos un rato a la policía, que vino, me pidió los datos, y salió a buscar el auto. En eso aparece una flaca con ropa de hombre entre los brazos y unas zapatillas colgando: la novia. También reaparece la policía. Habían encontrado el auto tirado en Figueroa Alcorta porque el flaco se había ido corriendo desnudo de nuevo, hasta que lo agarraron y lo llevaron a un hospital. Estaban en un telo de por ahí, el flaco tomó alguna sustancia, probablemente ketamina por su nivel de euforia, y salió disparado de la habitación, golpeando puertas y rompiendo vidrios. Ella estudiaba veterinaria, era hija de un concejal massista de Avellaneda, trabajaba organizando eventos y vivía con el novio en el fondo de la casa de los padres. A los viejos nunca les había gustado el tipo, les parecía poca cosa para su hija. –¿Vos no estabas en el bar tomando algo hace un rato? Estaba ensayando una respuesta más simpática que un seco no, cuando aparecieron los canas con mi auto. Lo iba a tener que dejar en la comisaría para las pericias, y me advirtieron que podía llegar a tomar varios días. –Pero por ahí con dos mil pesos podemos acelerar un poco los trámites. Yo le dije que no, que hasta mil le daba. Se mandó para adentro y no lo vi más. –Capaz tendría que aprovechar que me llamó el flaco estos días para disculparse y ofrecerme plata. Le podría cobrar el tanque de nafta.
0 notes
civilizacionybarbarie · 11 years
Text
iii
en el apuro de hallar,
encontrar sin pausa,
mirar un cielo sin abrigo de ropa gastada,
nos dibuja una forma, comida, roída
copiada hace años
0 notes
civilizacionybarbarie · 11 years
Text
ii
de día piensa en palacios
con lujos y muchos baños
pegados en fila
  en otro tiempo imagina puertas cerradas
abismos sin paraísos
a pesar de portar diamantes
  nunca los mira
0 notes
civilizacionybarbarie · 11 years
Text
i
desde el centro abierto
acomoda y se dispara
  mientras ocupa
despliega revuelve y rearma
  no guarda el centro
0 notes
civilizacionybarbarie · 11 years
Text
trazo
afuera
en el lugar
vamos contando
“enseguida sube y viene”
  ahora sin viento
dos luces dibujan espacios por turnos
mientras nos interrumpe la espera
afonía del tiempo que el viento encuentra
0 notes
civilizacionybarbarie · 12 years
Text
Deseos
Estaba pensando por qué estaré un poco mareada, y cierto que hoy pasé 4 horas del día en un barco. No es que me quiera quejar, porque me fui a una playa rosa, sí, rosa, en la isla de enfrente, a dos horas de acá. Y ahora que enfoco la vista en la computadora, siento todavía los resabios del ferry moviéndose. Fue un poco confusa la explicación de por qué es rosa, me dijeron que hay un mineral combinado con algo que comen los animales que hace que los coralitos que forman la arena sean rosas. No todos, pero gran parte de ellos.
Y quise ir hasta ahí porque el otro día una moza en un restaurante donde cené, que se apiadó de mí porque estaba comiendo sola, el restaurante casi desocupado y ella con poco trabajo, me vino a dar charla. Le pregunté dónde era lindo para ir a la playa el fin de semana, y me dijo que un barco iba hasta esta isla, que valía mucho la pena. También, almorzando al otro día en un bar cerca del muelle, me puse a hablar con dos turistas italianos que me dijeron que la isla era increíble. Que vas, estás 3 horas, y volvés. Así que averigüé de dónde salía el ferry, compré mi ticket y allá fui. En el barco había un buen puñado de italianos, unos alemanes, unos lugareños y unos infaltables gringos con gorrita de béisbol. Lo que no me percaté es que todos ellos, salvo los lugareños, tenían una combi de un tour esperándolos a la llegada del barco. Así que ahí se subieron todos y quedé yo, en el medio de una isla desierta y rosa.
En el camino, uno de los tres tripulantes me vino a hablar. Yo no tenía ningún interés particular en este ser, y enseguida dije que tenía novio. El chico era oriundo del lugar, y desde hacia seis años había estado viviendo en Londres haciendo su maestría en “investigación de escenas de crimen” (era policía) y se había tomado este año sabático, y decidido pasarlo con su familia. Como se estaba quedando sin plata y se tenía que volver a trabajar a Londres en enero –o aceptar una oferta parar trabajar en un laboratorio forense en una ciudad de Canadá que ahora no me acuerdo- estaba haciendo una changa en el barco y de paso iba a almorzar a lo de la madre que vivía en la isla de enfrente. No sé bien cómo, en algún momento del día me terminó contando toda su vida. Cuestión que me ofreció llevarme a ver unas cavernas y yo qué sé qué más en la isla, y yo acusé lesión y dije que estaba cansada, que prefería echarme en la playa. Me preguntó si tenía almuerzo, respuesta negativa, me ofreció alcanzarme comida, yo acepté.
Pasado el mediodía se apareció, sin comida y ya habiendo almorzado. Me dijo que me acompañaba a comprarme algo al pueblo, que quedaba un poco lejos, pero un amigo nos llevaba. Fuimos, compré un pollo con arroz, volvimos a la playa. Palabras más, palabras menos, primero me preguntó qué pensaba de las relaciones interraciales (siendo él negro) y después me terminó diciendo que su fantasía de ese instante era chuparme la concha.
Mientras él hablaba, yo me preguntaba cómo salgo de esta. No tenía ganas de acostarme con el tipo y él me insistía en que por lo menos tenía que tener la experiencia de estar con él porque era negro. Más allá de la conversación un poco ridícula, había algo que no me cerraba, que no se podía saldar más allá de que se cumplieran todos los beneficios y placeres que este chico me enumeraba.
Tenía un diente muy torcido que parecía que tenía un agujero. O quizás le faltaba un diente, no puedo decirlo a ciencia cierta. ¿Por qué no te arreglaste los dientes? No era un tipo feo, para nada. Alto, buena espalda. Pero ese defecto estético hacía que todo lo demás, que podía ser más o menos interesante, se inclinara a ser poco atractivo. Ese diente, ese "agujero" más intuido que revelado, más vislumbrado que visto y demostrado, ese hoyo en un molar cualquiera, fue el torbellino que consumió mi deseo, que lo esfumó, por más intriga que yo tuviera.
Me voy a acostar en la cama de este hotel, a esperar que se haga la mañana, se me vaya el mareo y lleguen otros dos yates a la costa con turistas europeos que nuevamente me recomienden un paseo por la isla rosa.
0 notes
civilizacionybarbarie · 12 years
Text
Torcerte
Enroscarte 
como un tornillo
Hundirte en mi brazo que 
escribe
Doblar esa línea férrea y recta sobre la que camina tu voluntad
tan obscena
0 notes
civilizacionybarbarie · 12 years
Text
soberbia
8N
Viajo en el subte después de una segunda noche sin luz, sin refrigeración y con el temor de que no funcione el ascensor para llegar al piso 20 sobre la calle Florida donde tengo mi reunión. Me miro los pies con tacos altos y pienso que se me van a ensuciar si tengo que subir por la escalera descalza. Mis planes caen cuando veo una mesera con una bandeja caminando delante mío hacia el ascensor. Que funciona. El número de piso se marca desde afuera, me avisan.
Me acompañan a una sala, me ofrecen medialunas todavía calientes, y yo sólo quiero encontrar un enchufe para cargar la compu a punto de morir de inanición y tomar un vaso de agua helada. Alego necesitar enchufar para tomar nota, pero en cambio me ofrecen tomar nota para mí, o a lo sumo una hoja con una lapicera. Las mismas que tenemos en el trabajo, pienso, algún proveedor se debió haber llenado de oro. Agua tampoco conseguí, lo más cercano fue un jugo de caja.
No logro ni lograré descifrar si el interés suscitado por la chica que se sienta enfrente mío en una mesa ovalada con más sillas que gente, por la historia que cuenta, es porque es temprano, porque estamos esperando a quien llenará la reunión con otras palabras, porque no hay nada mejor para hacer, porque yo soy la única visitante y tienen que quedarse alrededor de la mesa en lugar de estar en sus puestos de trabajo, porque hay medialunas en cantidad, o porque a estos hombres les gusta la chica de anteojos y pelos de todos los tonos marrones y amarillos imaginables.
Contaba ella sobre un escritor de un best seller que tenía este libro que en algún momento escuché mencionar, que encontré cierto día allá por 1993 en la mesa ratona de mis vecinos –esos que hoy todavía odio- que se llamaba la novena revelación. Y todos le insistían a la chica que revelara ese noveno secreto, que se lo acordara, que les marcara el camino a la felicidad que ellos no eran capaces de abordar por sí mismos. Ella insistía en que el libro era sobre nueve revelaciones, no sobre una novena, y que no se acordaba ni la primera, ni la segunda, ni ninguna de las siguientes. Pero que era algo así como cosas que ya sabemos, como confianza y ser sinceros, cosas que sabemos pero que poco hacemos. Y mientras la mesa se iba poblando, más hombres curioseaban sobre el libro a destiempo, superponiéndose en las preguntas, aduciendo no conocerlo, indagando sobre la novena revelación y cómo puede ser que no te acuerdes.
Quizás yo desconfíe de los espacios de formación, quizás mi opinión sobre el señor que vino a instruirnos sobre economía social haya decaído por la escena inmediatamente anterior, pero tanto empeño en un libro malo y mal contado, no me funciona en ningún sentido. Aunque las medialunas eran ricas.
0 notes