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Perdimos la guerra, porque pensamos que no era una. Hemos sido imprudentes, subestimamos el odio y dimos por hecho logros, como si no estuvieran agazapado esperando el momento justo para arrebatarnos de nuevo la ilusión. Asimiladas caminamos por la senda pública, ahora, ingenua es la esperanza, y torpe es la tristeza. Hemos sido colonizadas por dentro, los químicos del cerebro no son los mismos, no se sienten como los mismos. Cuándo.
Sin noción despavoridas, les dimos la razón y la lógica nos destruye. Las horas se rompen y los recuerdos tienen copyright, el tiempo les pertenece y el archivo no tiene contexto.
Tragadas y regurgitadas por los mecanismos fisiológicos del cuerpo-metropolis
mis cadenas son parte del outfit
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madre dolor
hija dolor
lloramos porque nos hace fuerte
lloramos para encontrar sentido
a veces no puedo llorar y me pregunto
cómo pudo mi madre aguantar
ella dice que soy la luz de su camino y me pregunto
quién ilumina el mío
quiero gestar el dolor en mi vientre corrompido, hecho de trozos
quiero engendrar una criatura feroz
lloramos para regar la semilla
invocamos cascadas que lavan las heridas
esperamos un día ser volcánicas
el dolor es una incubadora en la que me retuerzo
expulso gases sulfuricos
critatura feroz
madre
hija
lagrimas de magma
armadura de piedra volcánica
el dolor gesta criaturas feroces
que no olvidan.
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Dejar que el concepto de performance se filtre en todos los ámbitos de nuestras vidas fue un error, nos está destruyendo el cerebro. Urge asumir que las redes sociales son una ficción, que los realitys no existen, y que toda esta parafernalia no está dentro del cuerpo, ni es un espejo de la realidad.
Mi existencia tiene tanto que ver con la story y el feed como con cualquier otra obra humana(arte o no). Es un encuentro con una representación o una experiencia, una estética, un recorte, etc. Y tiene que estar bajo mi control, no al revés, o por lo menos no subyugarme sin mi permiso. No estamos siendo voyeurs de realidades ajenas cuando jugamos a ser el ojo que todo lo ve, somos espectadores, estamos viendo la tele. Tampoco estamos siendo exhibicionistas de nuestras vidas al subir contenido audiovisual a nuestra red, somos artistas, estamos tomando decisiones.
Sería prudente asumir que todo esto es una mentira con la que nos obsesionamos, un teléfono descompuesto que ya nadie sabe de qué se trata, al cual le seguimos hablando constantemente para no sentir ni un segundo la soledad, su desesperación adyacente y la verdadera infelicidad que significa estar paradxs en el presente que habitamos.
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las paredes de la jaula se encogen
mi cuerpo en pedazos
o por pedazos
tal vez sentir tan fuerte enmudece las sutilezas
o solo no hay lugar para ellas
esta vez
soy incapaz de reparar
no hay bálsamo en mí
para este dolor
en esta cripta inexplorada
o inexplorable
vivo como un fantasma
terreno obtuso en el que tropiezo
pantano impenetrable que engulle
ahi
donde sedimenta toda sustancia impudrible
océano rojo, naufragio de esperanza
hilos precisos que no se pueden cortar
no hay por donde ver las costuras
es difícil acariciar un cuerpo magullado
con la luz apagada
mano temblorosa que toca la piel
lengua salitre
mente llaga
con forma de volcán
un charco de magma que toca
los límites chamuscados
de un incendio
redundancia ecotrágica
flujo triste, tumultuoso
laberinto profundo
cornisa en la que besamos
abismo y caída libre
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soy la potencia del ladrillo que me hundió el craneo
pero tengo el tamaño de un meteorito
una orgia en la plaza y una petaca de café al coñac, llena de rush
el insulto me identifica porque completa mi outfit, hace que se vea más
me encanta que me vean, pavoneando mi pluma con la elegancia de cien colores mal combinados
un semáforo en rojo que camina por la vereda y provoca choques en cadena
de miradas
o palabras, que parecen reunirse en mi cuerpo
soy completamente pública porque no quiero que me confundan con uno de ellos
sus ojos no mienten, existo
si el sistema sexogenero es el hígado de este organismo putrefacto que parasita el planeta
yo soy la cirrosis
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s o y u n p a r a c a i d i s t a
c a i g o e n picada
v o y s i e m p r e l i s t a
s o y e x x x t r e m ó f i la
n o t i e m b l o a n t e
z u r u m b áticos
p e t i m o t r es
piel es m u e r t a
c a r c u m ba
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?
Que complicado ser en este mundo aparentemente ‘’post-todo’’. Encajar piezas de rompecabezas disimiles. La epifanía hecha carne de píxel. Voilà! Contemplad la vida maestra. El futuro es un concepto tramposo, que prefiero desestimar ya que fácilmente puede volverse en mi contra y amordazarme. Hay que ver entrelineas constantemente.Las cosas que me atormentan suelen acumularse, no me considero una persona que ‘’supere’’ sus obstáculos, por decirlo de alguna manera, más bien los observo para siempre,ahí sentada, quieta como una momia, también parada y caminando porque me divido en dos, me parto en ocho, me multiplico en mil pedazos, mis sentidos se fragmentan para generar un nuevo espacio de contemplación. Acción. Chocolate por la noticia, ahora metelo adentro de un sánguche.
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iv
Cada día que pasa me dan más ganas de volver al interior, tener un patio con muchos gatos, un trabajo de ñoqui en el municipio y una reposera, para sentarme a tomar el fresco en la vereda a la tarde, después de regar las plantas, mientras el camión regador termina de encharcar la calle, el vaho que desprende la tierra caliente es complementario a la humedad de las plantas, como un oleo 31 pampeano, un happening, entre la siesta y la cena, antes de meter el perro adentro para cerrar la tranquera con llave, o el candado que sostiene la puerta improvisada al alambre tejido. Si pude soñar fue gracias a internet sí, pero definitivamente la geografía hizo un gran aporte a la construcción utópica de mi pensamiento, no me quiero olvidar de eso, la urbanidad es un monstruo complejo, pero principalmente es un artificio, la naturalización de ese artificio es el mal congénito de quienes nacieron ahí pero ese no es mi problema, conozco el horizonte, me lo mostró la barda , no debo olvidarme de eso.
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III
El dolor que se mueve no se estanca. Un dolor en movimiento duele igual que el que está quieto, o incluso más, pero permite otras instancias en las que el sufrimiento no es el protagonista. El dolor que no se sufre puede ser placentero y poderoso.
Un dolor que en movimiento duele pero se disfruta porque la cinética está natural y mágicamente colocándolo en otro sitio
Tal vez criatura
Quizás hermoso
La típica, acarreo afectaciones emocionales y tangibles crónicas que por mucho que entienda a través de conceptualizaciones del mundo real siempre duelen de la misma forma.
Es mi responsabilidad encontrar caminos que me permitan doler sin enmudecer, en nombre de mis heridas perpetuas.
Los espasmos serán carcajadas y la fiebre el sudor de un escote travesti.
Los anhelos, tan grandes como las tetas de una señora que tiene a la vida agarrada del culo, permearan la retina de quién lee hasta autografiar con lápiz labial mi nombre en el fondo de la inconsciencia.
Quiero mirarnos a los ojos, de verdad.
No tengo miedo
invoco
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2.
Me encuentro sentada al borde de algo, a punto de caer. Por ahí donde la inteligencia de la elocuencia se estrella contra lo indefinible de los sentimientos y un montón de palabras rotas no son suficientes para llenar los huecos de una herida abierta, podrida, cuyo tejido carcomido por alimañas disfrazadas de otras palabras, carroñeras, sutiles, es devorado hasta que la infección de la carne es insostenible y la necrosis irreversible. El ateísmo es la fé de la ciencia y yo científica la verdad que no soy. Antes rezaba unas oraciones inventadas que incluían mi nombre porque si había algo en lo que solía creer era en mi misma. De todas maneras, cuando la ansiedad ahorca hay que procurar no quedar atada del cuello para que no se quiebre, pero no perder lo definitivo no significa conservarlo todo. You know, el oxígeno no es tan bueno como dicen. Hay que dejar envejecer. No se puede reemplazar lo que falta, no hay cura, amputamos. Por ahí dónde el estruendo de la demencia agita las conclusiones que la amnesia se llevó y un montón de palabras rotas no son suficientes para frenar la catástrofe. La sangre disparada a chorros desde mis arterias mutiladas embarra mis ojos. Ya no hay tiempo para suturas. Hay que dejar fluir. Lo insoportable chorrea hasta llegar al borde de algo, a punto de caer.
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1.
Estoy en la casa en la que me crié y pasé los primeros dieciocho años de mi vida. Hay algo en el oxígeno pampeano que me sobresalta y hace cosquillas ahí donde me duele.
Me gusta, me hace gracia y me pregunto
¿Será el recuerdo intenso de la soledad de sentirme la única rara en todo el pueblo, mejor dicho en el mundo y no exagero, porque así se sentía cada vez que los activistas de lo normal mutilaban las ideas que querían viajar más allá de mi pensamiento, lejos de la depresión geográfica o pozo de tristeza en el que se emplaza esta comarca de la desesperanza?
¿Será la noticia fresca de que mi padre abusó sexualmente, en esta misma casa, de mi mejor amiga, mientras compartíamos cama después de una pijamada, cuando teníamos trece años?
Tal vez los recuerdos de la adolescencia. Caminar las calles del pueblo esquivando las esquinas en donde ranchaban esos adolescentes malos que cuando me veían tenían la obligación moral de decirme o hacer algo para no ser maricones, porque yo era un maricón. Esquivar las piedras. Esquivar las palabras que eran como piedras. Tardar media hora más en llegar a mis clases de inglés o a lo de una amiga porque el camino se transformaba en un laberinto lleno de trampas. Esquivar las trampas. Sudar frío. Caer en la trampa. Llorar a escondidas. Sentir la soledad, otra vez.
Me encuentro sentada en el comedor, por la ventana se ve el río, que está justo al frente, cruzando la calle. Río Colorado, dicen que se llama así porque antes era de ese color, tenía mucha arcilla dicen, pero cuando construyeron no se qué represa río arriba eso se esfumó, y ahora el agua que a veces parece negra, tal vez por las manchas de hidrocarburos, perdió todo el color que solía tener. Me gusta pensar que la naturaleza se acopla al entorno que la habita, la acromatopsia del agua no es más que un reflejo de la humanidad que habita a su alrededor: insípida, desteñida, triste, añeja, contaminada y podrida. Sí, soy una resentida.
Ahora tengo casi veintitrés y la capacidad de no solo recordar con rencor las heridas del pasado, cicatrices que entiendo también son parte de mi y las acepto, sino también de visualizar aquellos refugios en los que me pude resguardar, pequeños oasis que supe construir para sobrevivir, para incubar y no dejar morir a esa que era yo, que estaba en mi interior, pero durante dieciocho años no tuvo permiso de salir, lo eligió, no existir, esperando el momento adecuado para (re)nacer.
Esas reminiscencias que diluyen lo amargo de la memoria y suavizan la pena. Poder razonar que lo que pasó también fue el pie para lo que sucede ahora, que aunque tenga sus defectos, me agrada bastante. Pisar este territorio me llena angustia pero también me reconforta, me fortalece y me pregunto:
¿Será el recuerdo nítido de esos mediodías de verano en los que me quedaba sola? Mamá y papá trabajaban. Yo de vacaciones. En la habitación de mi madre había encontrado un par de stilettos negros y viejos que me recordaban a los que usaban los bailarines del videoclip de Alejandro. Abría de par en par las ventanas que dan al río, lleno de gente metida en el agua. The Fame Monster a todo volumen. El comedor tomaba forma de escenario y pasarela. El techo de chapa, que hervía calentando toda la casa, se transformaba en el fervor del estadio, los reflectores que me apuntaban hacían brillar las gotas de sudor en mi rostro, y me seguían, mientras bailaba recorriendo el espacio como entrando en un trance, sin dudar un movimiento de cada sonido en Bad Romance al mismo tiempo que saltaba, giraba, caía al suelo, I want your love and I want your revenge, I want your love, I don’t wanna be friends y Lady Gaga era yo y los turros, sentados en la vereda, que después de darle un trago a la caja de vino hacían algún comentario sobre mi performance lo sabían muy bien. Mis little monsters.
Serán las noches de la infancia en la que dormía en casa de mi tía, familia matriarcal llena de primas, con las que inventábamos juegos de roles. La oficinita o la familia, o jugábamos al elástico, o nos contabamos chismes, o las más grandes nos daban una clase de gimnasia en las que hacíamos sentadillas para poner dura la cola, tan alejada de los varones que me golpeaban con puños y puteadas cuando obligada a jugar al fútbol no podía nunca atinarle a las pelotas, que siempre terminaban golpeándome la cara y hasta el día de hoy me dan fobia, a menos que me golpeen el culo, o bueno, la cara también.
Tal vez las amigas, cada una de ellas, porque todas fueron las mejores, con las que compartía los dolores y secretos de ser adolescentes, a pesar de la brecha que generaba nuestras diferencias de género y los prejuicios que eso acarreaba en un pueblo. Mariliendras de fuego, que incineraban a cualquier chongo que se pasara de vivo conmigo y cuando salí del closet no reaccionaron de ninguna manera , y esa fue la mejor reacción. El cariño después era el mismo, siempre me habían querido entera, toda, el pack completo de maricón patagónico.
Tal vez las noches de cinefilia y melomanía, tres o cuatro películas por noche que ordenaba en una carpeta por año desde 1900 hasta el 2014. Discos completos de los más variados géneros que me inducían a viajes introspectivos en los que encontraba un alivio para el estado constante de ansiedad que genera vivir en una jaula. Arte e internet. Un video de susy shock, recitando una poesía que meses después me llevaría a hacer mi primer viaje de verano, a un lugar en el que finalmente me di cuenta de que no estaba sola en el mundo, y el pueblo no era una jaula, sino una instancia burocrática, que tenía que tramitar para poder dejarlo atrás.
Seguro el amor de una madre que me espera siempre con los brazos abiertos, probablemente la única de todas las razones que me hace volver, que a pesar de no entender muchas de mis ideas que le parecen de un exotismo incomprensible, hace fuerza por aprender. Bichos raros nos dice a mi y a mi novia mientras nos ve sentadas en la mesa charlando sobre temas que le parecen tan ajenos. Pero me gustan estos bichos raros nos dice y nos abraza como tratando de ponerle límites a nuestro dolor. Tal vez porque sabe lo que es el dolor, habiendo vivido ella desde temprana edad tantos sufrimientos que la marcaron, lesiones llevadas a cabo por lo general por hombres malos o por otras personas que también sufren, y tienen su génesis en los horrores sistemáticos de la humanidad. Capaz otro día tenga la oportunidad de contárselos. Tal vez porque aunque nos separen un océano de diferencias irreconciliables, y cuando era adolescente nos hayamos matado tanto porque ella no entendía que yo estaba lastimada y yo no entendía que ella tambien, y ahora tengamos concepciones de la vida totalmente opuestas, nos une algo tan fuerte como compartir el haber vivido durante mucho tiempo de nuestra existencia, una gran represión.
Estoy acostada en la cama de la que fue mi habitación, los primeros dieciocho años de mi vida. A un lado mi novia, princesa que siempre me acompaña, al otro lado, mi primer peluche, que mi mamá hace unos días sacó de uno de sus armarios y no lo puedo dejar de abrazar, cada vez que le miro a los ojos, encuentro en sus tremendas pupilas de plástico dilatadas, un poquito de paz.
Cada viaje es un reencuentro
un enfrentamiento
a veces, un crecimiento
revisar dónde quedó la herida abierta
para suturar.
Mi nombre es Claudia Phuego
y un Phuego, no es cualquier fuego.
Esto no es una autopsia
Es una cirugía, a corazón abierto.
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