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SEMANA SANTA NO TAN SANCTA
Tenía unos 6 años y me mecía a escondidas en un columpio improvisado que colgaba de una mata de limón en el "el patio del fondo" de mi casa paterna. Estaba escapado de los ojos de mi abuela que imponía las reglas de sobrevivir a la Semana Santa de antaño. De pronto, la cuerda envejecida que sostenía el columpio se rompe y caigo sentado sobre mis posaderas en el piso. Terror, el diablo está suelto y este fue un mensaje que me mandaba el maldito desde la cueva del Averno. La carrera que pegué en búsqueda de la seguridad paterna fue de antología. Temblaba agitado, casi no podía respirar y es que ese encuentro cercano con el bicho peludo fue inolvidable. Mi mamá solícita trataba de tranquilizarme, pero el miedo hacía temblar mis flácidas canillas de mi niñez. En esos tiempos el demonio se hacía respetar y si no le bastaba la iniciativa propia, los sermones clericales de las obligatorias misas dominicales dejaban muy claro que el diablo era cosa sería. En las noches oscuras yo me aferraba al Ángel de la Guardia, dulce compañía... Era un escudo infalible de protección y tranquilidad. Pero ese día era Viernes Santo y los niños no debían correr, ni reír y menos intentar divertirse de algún modo. Había que comportarse piadosamente e intentar alguna Ave María de vez en cuando, para cumplir con los preceptos de la Santa Madre Iglesia. Yo los había violado todos, no sólo me reí, sino que intenté hacer ejercicios para pasar el rato, in pecato incurristeis y tenía que ser castigado. Gulp!!Mis recuerdos de Semana Santa, no son los más santificados que se quieran, preferiría unos más piadosos y tolerantes, preferiría menos oraciones y más cruces de ceniza liberadoras del pecado concebido. Uno volvía a casa con su cruz de cenizas en la frente y evitaba tocársela para que no se cayeran las cenizas, apaciguadoras del pecado.La celebración comenzaba con el Domingo de Ramos y uno volvía de la iglesia con una ramitas de palmas que manos laboriosas transformaban en cruces que bendecidas iban a parar al lado del cuadro de San Judas Tadeo que estaba sobre el umbral de la puerta de la casa y servían de verdaderas guardianas del hogar. La Semana Santa, verdaderamente ocupaba dos días, Jueves y Viernes Santo. El sábado era de Gloria y el domingo era de Resurrección. Yo nunca entendí esos nombres y menos su significado, pero aún así, he sobrevivido a muchas Semanas Santas. Las clases se suspendían los miércoles y uno disfrutaba de dos días libres, pero la abuela nos encasquetaba un cirio en las manos y nos llevaba nariceados a la iglesia y había que pelar por el libro de catecismo para repetir las oraciones escritas. Santa María, madre de Dios...La Semana Santa venezolana, tiene sus propias reglas culinarias. No se debe comer carne, no como ahora que "no se puede" comer carne, antes era un ayuno voluntario, como sacrificio ante la festividad de la semana mayor. Las pescaderías se atiborraban de gente que ansiosas buscaban pescado en sustitución de las prohibidas carnes rojas. En el oriente del país era costumbre pagar el ayuno con los morrocoyes, que eran preparados en forma de pastel, adicionados de mucho plátano maduro que les daba el típico sabor dulzón del Pastel de Morrocoy. Así como el pavo paga su culpa en los días de Acción de Gracias gringos, los morrocoyes pagan su purgatorio en la Semana Santa criolla. En mi casa era obligatorio este platillo tradicional, hasta que un día vi matar a un pobre quelonio para comer su carne, que cosa tan terrible. Mi protesta fue ta vehemente que nunca más se preparó este plato en casa. Mi mamá, experta en todo, se las ingenió preparando desde entonces, pastel de morrocoy sin morrocoy, utilizando carne de res, total, el pastel sabe a lo que le pongas como ingredientes. El pastel de morrocoy sin morrocoy adentro se hizo famoso en las manos expertas de mi madre, creo que el amor que le ponía en su preparación se transformaba en el exquisito sabor del plato.En España se recuerda todavía con fervor la celebración de Semana Santa, romerías, cofradías, uso de cucuruchos y unas impresionantes procesiones se ven en los diferentes pueblos. En Venezuela se intentó mantener esas costumbres de la madre patria, pero la tentación del diablo fue mucho mayor. Más sabe el diablo por viejo que por diablo.Otras costumbres olvidadas era la prohibición del baño, quizás una reminiscencia de la posible concupiscencia de la Edad Media. Estaba prohibidísimo bañarse en el mar, so pena de convertirse en pescado, las playas quedaban desoladas ante la celebración Pascual, hasta que la primera criolla se atrevió a meterse en bikini en pleno Macuto. Hasta Quintín Longa, se quedo boquiabierto. El eterno salvavidas de playa se preparaba para otro salvamento de ahogamiento hasta que salió la criolla con su cuerpo contorneado y mojado dejando mudo a toda la concurrencia masculina. Y no salió un mero, ni un pargo de esas aguas prohibidas, si no tremenda morena que mostraba su cuerpo sin rubor alguno. Hasta ahí llegó el mito de la prohibición de los baños de mar, al año siguiente ya estaba armado el bonche de la Semana Santa non Sancta, comenzó la carnestolenda, una fiesta dionisíaca, la exhibición de nalgas y otras partes en medio de ríos de cerveza, ron y whisky. Adiós al recato y las buenas costumbres. Bienvenido el bonche y la gozadera. La Semana Santa había perdido todas sus virtudes. Las costumbres se modifican y se pierden, ya en Venezuela hasta la Semana Santa sufre sus estertores, no hay agua, no hay luz, no hay carne ni pescado. No hay plata pa' tanta gente. Mal te veo Semana Santa criolla. Impío Miami, Semana Santa 2019
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