Un parásito espectral controla nuestras vidas, dirigiéndonos al abismo.
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I
hay que darle un ojo a dormirse en el descanso, dice Edna y la paya se da vuelta en el corazón de los caminos algo perdidos, es cierto, de un paso sobre su huella.
los chascarrillos mañaneros se atragantan entonces en un Bart torsionado, casi insalvablemente, por el hiperconsumo de guayaba y una patineta atravesada en su diamante.
ellos dicen, atrás: el verbo muta, la materia permanece. pero la película quiere más bien estirarse hasta girar de nuevo en su voz.
Edna, ahora, más bien se conmociona y holográfica determina su logotipo sentimental.
Bart se rescata, asume la rueda, prende en su embestida una pantalla y navega en Bing a las tres de la mañana en un cyber que ya no existe.
por dios, la fantasmagoría te persigue, le dice Edna a Bart o viceversa: está en vos.
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II
si lo que hacés es silencio y postear, a lo mejor lo que deberías probar –sugiere Edna, pedagógica, con la cuchara en el ojo, el goce de la imagen por la imagen como un espora en todas las frentes de lo ido– es dejar de manejarte entre algoritmos crudos, baratos.
Bart termina la faena en el revés de la ventana, pronuncia su bastardilla ya agotada y profusa.
Edna espera, largamente, quizá otra cosa de su juventud envejecida, pero las veces más bien finge la paridad del patiecito con un mate atorrado en la hamaca paraguaya que Bart rima con un transistor al tiempo que empobrece y se deja acogotar por sus monstruosas manos proletarias.
nada impide, sin embargo, ni va a impedir que se filtren los humos de la historia con el viento por las junturas de la cápsula y todo se torne o especular o espectral de nuevo.
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III
Bart habla sonámbulo. no hay mediodía para los nuestros: una timba en la que perdí a la vieja se vuelve ruina pero sin terminar nunca de derrumbarse.
de hecho, todavía funciona. es regenteada por un senegalés que arrancó vendiendo pendrives en la avenida, luego sartenes de teflón, pájaros hundidos en los charcos de un microbasural suburbano.
la noche se abre como fuera del tiempo o fuera incluso del espacio. silbidos.
los fantasmas que viven en nuestro disco interno a mí me enternecen, Edna, y a vos no te preocupan. pero el otro día te quedaste encerrada en el patio.
la parrilla se caía. eso fue antes de que pasara la escoba en las esquinas del techo y contara algo así como diez arañas: construían su propia internet.
en vez si pusiéramos más luces cálidas en los techos, la alfombra de datos menos se notaría.
cuando despierta ahí siguen los silbidos, urgentes como gárgolas en la cocina titilante.
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IV
de un tiempo a otro Bart se recupera, piensa en cómo un viejo chiste interno puede hoy más que nunca, dejar de arruinarle la vida a su gualicho.
sin embargo, adonde mira sujetos autónomos, dotados de propia vida, en relación unos con otros y con los hombres, nada más.
ahí está, entonces, más de cantero de que de maceta, encarnando duramente el gran rasguño otra vez de las junturas, sus persianas.
no hay aire fresco. pero todos los vientos pasan, como risueños, y se sigue haciendo imposible salir de la cápsula.
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V
la cápsula por demás, se consuela Bart con un mate lavado en mano, está preciosa. plantas colgantes, espejos gastados pero limpios e instalaciones artesanales sobre las paredes.
una cucaracha sale del tacho de basura cognitiva y opina lo mismo.
le diría a Edna: tenés los cables desatados. pero se rescata de que él tiene las zapatillas rotas y nadie dijo arroba como para que mueva la cola o se castre a dura voz.
Edna fuma, fuma, fuma sentada en el umbral del otro patio, se sabe incapaz de responder por las diferencias categoriales entre prosa y poesía.
sí tiene algo para decir alrededor, quizá, del caso nisman, del parasitismo inmobiliario y de las mezquindades de algunas verdulerías del barrio que tienen trucada la balanza.
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VI
más a los patos que a los teros podríamos reventar de un escobazo le dice Bart a Edna, que aflora la secuencia medio dinamita entre nenúfares de que todo poema es también mercancía.
pero la cocina que las envuelve piensa otra cosa, parece estar más bien flotando en el vacío cósmico de la historia.
si tuviéramos algo que añadir, ahí estaríamos, se excusan con un ojo cada una, pero qué más que este agujero en la media, esta guata de gato traído a siniestra decadencia
con la forma de un puré endurecido y el hambre que se escurre en una mesa tambaleante como un canario afantasmado por el vino picado: ¡ay!
¡ay! cómo se cuece esta tripa de ansiedad precaria, tratada de manera en extremo artesanal y autogestiva. ni pie con bola ni hoyo con manija parecen porotear.
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VII
dale anguilas a tu vida, Eugenio, que te hace falta, que te hace falta. quién es Eugenio, pregunta Edna, con un tenedor en cada mano.
mira extrañado, Bart, y responde molesto: qué es el amor, qué es este piso, flotando en el vacío, alienación perpetua de flujos de valor formando un mar siempre nocturno y sin anguilas, Edna, sin anguilas.
se oyen llantos, leves gañidos rebotando en las pantallas como un síndrome, quizá, de abstinencia o contención para ánimas fediversas hablando en ecos con el predictivo.
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VIII
gotea pero no por gotear sino más bien rocas akáshicas se precipitan desde un agujero torvo en el techo.
Edna pone la mano debajo, interrumpe el líneo curso trazado por una gravedad cada vez menos creíble.
Bart –clama– de nuevo la metáfora se desgarra y si son hormigas o ríos de lágrimas derramadas por ecos de poebots autotuneados filtrándose entre el cablerío es imposible decirlo.
pero algo acá, estoy segura, nos tiraniza. pulsaciones de sonido led en la cocina. sombras ahogándose de claustrofobia pasan lateralmente sin sus dueños.
tanta tara rara hay en este reducto del tiempo... más que miedo, angustia produce y desespera, porque mientras sigue ese ruido goteando pesadísimo sin mojarnos del todo.
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IX
en la tierra, plantíos y plantíos de soja y trigo en hidroponia dibujan la silueta del valor que Bart y Edna alcanzarían a atisbar desde su ventana marginal
quizá si el vidrio no estuviera tan sucio, polvo de bits no hiciera la pantalla que lo recubre ni el terreno que cruzan las cucarachas del cosmos barrial.
¿son poemas o parte de la hiperproducción moderna de mitos lumpenburgueses esas huellitas tiernas contra la ventana?
pero Bart y Edna ya no miran a través de ella, en vez fuman yuyos nuevos peraflojeando sobre un ataúd artesanal rosa fabricado con pallets.
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X
Edna calcula el movimiento y se deja caer. Bart observa meta escabio, meta amansar la conciencia del cuerpo aterrado por el destiempo a base de materia y sustancia.
si estos huesos crujen, piensan, quién se va a levantar cada oscura mañana a oler las luces y sus parvos giros.
de pronto la madera inferior del marco alacenero termina de pudrirse y se sale. su rastro es un polvo húmedo, casposo.
el resto de la tabla será usada para alimentar las brasas de un calor vago: esa es toda la realidad ahora.
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XI
lo que te lobotomiza, Bart, no es el criptocafé, la megadata operando tu neblina ni el orden encubierto de tus vicios, explica Edna con paciencia militante, sino la siniestra telaraña que articulan para tu captura anímica.
pero Bart ya está en viaje dentro de un tren de terabytes maquínicos equipado con banquetas cerveceras, radioactivas luces sin contenido y una voz
que anuncia en translenguas cada estación: sujetos autónomos relacionándose entre sí mismos y con sus fantasmas.
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XII
acaso pueda ser de ébano el suelo en que la sombra pixelada de un Bart semidesnudo y reconstruido digitalmente se glitchea cruzado y horizontal,
rodeado de plásticas bolsas blancas semovientes y basuras varias que su público tan deserotizado como el nuestro revienta apuntándole con firmeza.
acaso, también, puedan ser espejos las pistolas que supimos desgastar, quiere más tarde elucubrar Edna, si violentas abstracciones meras tiranizan mientras nuestra precariedad guisera y palpable.
pero los peros no conceden. cuando se despejen los humos pucheros del espacio, el cibergigolo que hace de taxigaucho será expulsado por el cibercowboy que hace de sí mismo.
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XIII
así todo, Edna camina acelerada sobre el pan podrido que suelta cada tanto sus migajas todavía y levanta los ganchos.
una campera larga de cuero negro flameando sobre botas sintéticas y jean punzó estira la épica de la supervivencia.
hay maneras, sabe tejer en la maquinaria, de rescatarse sin llegar a la convulsión. la frase revuela de retazos hiperpop en su rulos largos a lo christian sancho.
otakus metaleros mueren, morirían por salvar este cosmos que sienten suyo, alcanza a delirar Bart en sueños, todavía glitcheado en su propio charco de saliva no tragada.
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XIV
surcaremos, Edna, los ríos, estos flujos extractivos hasta llegar a La Cumbrecita, Córdoba, Bart, o a algún agujero olvidado de dios valor y dormiremos la siesta sobre la primera vista de la imagen inoperante.
mientras, la biometría les carcome algo de cuerpo, de pixeles que el cerebro repone en modo cyborg.
si un castillo en cámara lentísima se derrumba, que no nos persigan, por favor, sus fantasmas atómicos: sujetos autónomos relacionándose entre sí mismos y con las sombras que perdimos en sus pasillos.
al fondo, entre las teclas y sus dobleces, Bart, hologramas pálidos de data se desvanecen, Edna, y ya cuánto de nosotras queda...
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