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CAPÍTULO I
Desperté y la habitación estaba oscura con aroma a soledad. Las piernas me dolían y la cabeza me explotaba. El ruido de la avenida no conseguía entrar a los orificios de mis oídos, pues lo único que resonaba dentro de mí eran todas esas palabras que nunca pude decirle. Las copas fueron cómplices de algún plan maligno para aplastarme las cosas la noche anterior. Yo y mi absurda obsesión de encontrar cosas malas en donde no han aparecido, pero es que a lo largo de mi vida me había dado cuenta que siempre es así, no importa qué tan bueno parezca o se sienta, siempre termina mal y termina por destruirse todo. Siempre la vida nos da una patada en el culo y nos saca de ese lugar donde nos sentimos bien.
Me quedé ahí en la cama mirando el triste techo gris mientras decidía qué iba a destruirme el día. No sé porqué pero mis planes siempre eran interrumpidos y todo resultaba siendo lo contrario. Aunque a veces me mantenía bastante tranquilo la idea de darme cuando que no era yo el que echaba a perder las oportunidades. Sino que era un tipo de mala suerte en mí que me seguía a todas partes. El alcohol siempre fue un buen compañero para mis desastres, no importaba qué pasara en mi día, ahí estaba él para desviar mi mente de los problemas y dirigirla a un lugar mejor.
El día se me antojó aburrido, uno más en el que buscaría durante toda la mañana algo que hacer para no volarme la cabeza o saltar por el balcón a toda velocidad. El teléfono sonó y ni siquiera eso me llenó de ánimos para dejar mi dura comodidad en la cama, decidí esperar a que entrara la contestadora y ella hiciera todo el trabajo: «bip… bip… bip…»
—Ya me había estado esperando. No era la primera vez que sonaba, el buzón parecía desbordarse por una voz que buscaba saber qué pasó conmigo .—
Un sabor agridulce me recorría los bordes de mis labios. Y eso parecía responder muchas preguntas que me hice al escuchar el teléfono. De repente me interrumpió la voz de Alejandro dejándome sin una oportunidad de seguir disfrutando la soledad, diciendo del otro lado: «Joder, Gustavo. De nuevo excediste las cosas, bebiste y volviste a arruinarlo todo. Siempre eres tú y tu ego muy alto que no pueden quedarse quietos. Siempre tiene que terminar todo jodido por culpa tuya.»
En eso había algo de razón. Al final de todos los días terminaba con violencia, sin importar que mi ego se hubiese escondido y yo haya mantenido un cierto modo de calma. La violencia era la última puerta por recorrer. Y también era culpa de esos bordes. De esos ojos, de esa mente. Siempre que estaban cerca de mí yo me tornaba a la defensiva. Jugaban conmigo y como un dueño estúpido me ponían a pelear contra otro perro altamente tenso y molesto.
Había sobre mi rostro cierta combinación de matices. Eso era lo único bueno de cada pelea, cada golpe dejaba sobre ti una marca única y digna de admirarse. Sentí un dolor agudo al mover los músculos de mi rostro. Y eso me hizo tener un golpe de memoria racional y recordar el gran combate que tuve con ese gorila que me atacó. Nunca era el momento ni tampoco el lugar. Todo estaba mal.
La noche anterior todos los de la oficina habíamos decidido salir por unos tragos. Y no sé por cual extraña razón acepté ir, sabiendo que todo saldría mal. Un poco después de las diez de la noche estábamos todos en el bar ya listos para comenzar la larga travesía que se avecinaba. Juan. Ricardo. Esmeralda. Antonio. Alejandro. Jazmín. Karen. Luis. Y yo. Éramos suficientes para terminar en algún otro lugar los pocos sobrevivientes buscando destruirnos un poco más.
La combinación de distintos licores no se hizo esperar sobre la mesa: cerveza, whisky, tequila y hasta mezcal. De todo parecía estar disponible. Cada quien estaba enfocado en un punto distinto disfrutando del sabor tan diferente de ese mismo veneno. Yo entablé conversación con Alejandro, ese hombre siempre estuvo para mí. Qué digo. Siempre estará para mí. Él era de los pocos individuos que no hacía que mi paciencia explotara. Karen se acercó a nosotros con ese cuerpo de encanto, arrojaba por donde fuera que pasase una sensación de deseo. Hicimos plática sobre algunos álbumes de bandas y nada más interesante. Pasaron las horas y el etílico se hizo presente sobre la mesa, se volvió un compañero de noche. Cada quien había bebido lo suficiente como para no recordar los errores cometidos al día siguiente. El alcohol siempre era un tipo de entidad maligna que jugaba con la mente de cada persona que decidiera probarlo. Ricardo parecía estar muerto por Karen, y es que el pobre bastardo solo volteaba a verla sin respuesta alguna con esos ojos de quien desea su máximo trofeo. Y ella ni siquiera notaba su presencia. Karen ya tenía algunos tragos de más encima y sus chapas rojas la delataron junto con esa actitud prepotente que se había asomado en ella. Parecía ser un poco pervertida y se notaba que le gustaba el sexo con un poco de violencia. Horas más tarde se abalanzó sobre mí pidiéndome que cuidara de ella después de todo ese alcohol ingerido. Yo no pude hacer nada más que aceptar y encargarme de su bienestar por el resto de la madrugada. Se acercó nuevamente a mí y todo mi plan acerca de atraerla hacia mis brazos poco a poco había surtido efecto. Me invitó a pecar. Me incitó. Y yo no pude hacer más que tomar entre mis manos ese bello rostro. Apretarlo y plantarle un largo y buen beso. Enseguida sentí como su sistema límbico se encendió. Y por supuesto que el mío también. Mi pantalón se sintió más ajustado y mi camisa quería salir volando. Ella agitó su respiración.
De repente sentí un dolor enorme de cabeza. Sentí cientos de disparos atravesando mi cráneo. Y lo último que recuerdo es ese gorila soltando tantos golpes como podía sobre mi rostro. Al final de esa noche me terminé peleando con ese bastardo por culpa de un mal empujón que nos dimos por accidente. Todo comenzó ahí y mi estúpido ego no pudo dejar las cosas como si nada hubiera pasado. Nos sacaron a patadas del bar a todos e inclusive a fuera continuamos con nuestro combate hasta que ninguno de los dos pudo soltar algún otro movimiento. Él se fue y yo continué mi travesía con el resto de los sobrevivientes.
Recobré la conciencia y miré el reloj: marcaba las once y cuarto de la mañana. Aún no había decidido que hacer por el resto del día, pero ese vacío dentro de mi estómago despertaba una voz tenue en mi cabeza que me repetía una y otra vez: ingiere un poco. Y permítanme decirles que yo siempre fui un hombre débil cuando se trataba de tentaciones. Disfrutaba estar en los extremos del peligro, tocarle las manos a la señora adrenalina y bailotear por ahí con ella.
Una gran fuerza de voluntad levantó mi culo de esa desbordante cama y decidí enlistarme para ir por un poco de alimentación. «Déjenme decirles señores lectores que el alimento es bastante importante para recobrar alguna fuerza suficiente para continuar con el desastre.» Salí del departamento y me dirigí hacia un seven eleven, compré uno de esos hot-dogs exprés que venden para alimentarte en momentos inoportunos, compré un refresco y uno de esos jugos de mango. Por supuesto que también un Gatorade, y aproveché para comprar un six de cervezas. Supuse que sería una buena forma de comenzar la tarde. Regresé a mi casa y me senté en el sofá a ver un poco la televisión. Pero casi inmediatamente me aburrí y opté por apagarla. Regresé a ese punto de seguir viendo otro triste techo gris sin ganas de hacer nada. Miré hacia mi escritorio y ahí estaba mi laptop, la tenía, sí. Pero odiaba escribir mierda ahí, y no porque fuera mierda lo que escribo. Sino porque lo escribo en una computadora. No las odio. Pero odio escribir mis intentos de poesía o novelas sobre ella. Cómo había deseado siempre conseguir alguna buena máquina de escribir antigua en funcionamiento para ahí volver a los sesentas y fumar y no comer por días. No es buena la idea de morirse de hambre, pero en la vida siempre hay caminos duros. Y esos caminos suelen venir acompañados de nostalgia y cosas un tanto difíciles.
Llevaba bastantes días sin poder escribir una sola línea y me parecía increíble no haberlo hecho. Todo el tiempo había letras en mi mente, lo que no había era donde escribirlas. A veces me encontraba en el metro y no tenía nada para escribir, y al tenerlo ya se había perdido dentro de mí. Pero estos últimos días parecía haber una sequía de todo eso para mí. Me sentía avergonzado o más bien asustado de haber perdido la táctica. (No podría llamarlo talento porque no lo es, más bien es una forma de hacer las cosas). Y por eso buscaba por las noches alguna manera de terminar en situaciones complicadas para así sacar una buena historieta de eso. No sé si me explico. Pero siempre la mejor forma de crear una historia es imaginarla siendo tu propia historia. Y seamos sinceros, a todos les gustan las historias llenas de violencia, llenas de amoríos que terminan en desgracia, llenas de personajes con los cuales ustedes mismos se identifiquen. Y yo intento eso desde hace varios días. Los encuentros con mujeres de la oficina han funcionado para deshacerme del estrés. Ellas mismas me piden hacer más y dar mi mayor esfuerzo. Me encuentro sobre una cama con ellas, ellas me miran, quieren que las proteja. Y yo estoy dispuesto a perderme donde sea por ellas. Pero también terminaba con bastantes problemas después de involucrarme, pues siempre alguna de las dos partes empieza a exigir de más. Y yo siempre pierdo el control.
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La Ciudad se parece a ella
Ahora pienso en ella y estoy seguro de que la Ciudad debería llevar su nombre. Hablo sobre su gran ambición por recorrer las calles y dejar en cada una de ellas una parte de su esencia. Oh, me gusta. Esos viajes nocturnos en donde debes cuidarte de los golpes que dan después de cada minuto que pasa. Y es que todo está lleno de violencia, pero aquí la estoy observando. Ese aroma que desprende cuando su cabello choca con la atmósfera. Sus ojos que parecen venir de alguna otra galaxia y me refiero al hecho de jamás haber visto otros igual. «Las personas que escribimos solemos dramatizar toda situación, pero en esta ocasión es verdad. No hay otros ojos iguales».
Recuerdo el misterio en esas avenidas, con poca iluminación y tan solitarias que cualquier sonido proveniente del asfalto humedecido se desvanece con el viento. Y la recuerdo caminando, la recuerdo conquistando las alcaldías, robándose la presencia en cada una de ellas. Unos tenis listos para golpear el suelo y derribar todo obstáculo que se interponga en el camino. Y es mujer muy bien inspirada entre los mejores libros. Por algo la tinta en su piel, una historia llena de tantas cosas en cada uno de esos trazos. No hay miedo para caminar.
Siempre la he visto dispuesta a conseguir lo que sea. Y es que en esos callejones ha dejado su esencia. Murmuran sobre ella, platican y dicen que alguna vez han tenido la fortuna de mirarla. Los rascacielos de esta Ciudad bien formados cuál sus piernas. Los semáforos intentando parar todo lo que no sabe detenerse. Los postes verdes vigilando a todos aquellos que osan cruzarse en su camino. Y por eso debemos caminar con sigilo, mirar hacia todas partes. Cuidado, puede ser que des un paso más y tropieces dentro de un abismo. Pero ahí está ella. Está dispuesta a conseguirlo. No tiene miedo. Y si lo tiene lo usa para ser más fuerte.
La Ciudad debería llevar su nombre. Sus ojos no son como el cielo, sus ojos son como el Universo. Sus ojos se impactan contra el tiempo. Golpean cada espacio. Hacen que todo se llene de ansias. «Parece que me buscan en todas partes». Y en todas partes me encuentran. Una vez me encontré con ellos, una vez los míos intentaron seguirlos, pero cuando casi los alcanzaron se cayeron dentro de esa grieta oscura.
Y siempre trae distintos colores en los tenis. Parece que son infinitos y se sienten como ese ligero choque de mentes en la esquina del Centro. El cielo parece jugar con nosotros, sobre todo cuando comienza a hacer cambios tan rotundos de emociones que se notan a simple vista. A veces parece estar feliz, el azul no representa felicidad, pero realmente te llena de serenidad encontrarte tirado en el pasto del parque disfrutando de ese agradable momento.
Y ahí está ella. Con su cabello oscuro, con su piel cálida y ligera. Y esos ojos acechando el panorama. No se le escapa ningún movimiento. El sonido de los automóviles deslizándose por las calles no interrumpe nada. Siempre tiene lista una canción para cualquier momento. Para cualquier situación. Es muy astuta.
Se siente un ambiente tranquilo cuando ella está ahí. No sé si me explico. Cada vez que ha recorrido la Ciudad ha dejado una parte de ella y ahí permanecerá esa esencia.
¿Ahora entienden por qué la Ciudad debería llevar su nombre?
Yo sí.
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Con temor en los caminos
Mírenlos, ahí están. Tan cerca, pero cuando cometo el error de acercarme se van tan lejos. Saben algo de mí, o quieren provocarme esa sensación de quién recién perdió lo que más quería. Aunque me gusta, no quiero parecer un tanto psicótico al confesarles esto pero la verdad es que me enloquece la sensación de perder el control, o de ni siquiera buscarlo. Ellos se acercan más, los admiro como quien observa ese algo triunfando. Me gusta la manera en la que me atrevo a viajar entre los mundos del peligro.
Esos ojos, oh Dios qué ojos. Los he visto y aún así sigo preguntándome qué es lo que esconden. A veces un misterio me abraza y en otras ocasiones inclusive me produce un estado de éxtasis total por todo mi sistema nervioso. Me gustan. Quiero más de ellos. Pero es que están tan lejos, oh, por qué están lejos. Quiero verlos. Y quiero ser cómplice de ese encuentro porque ya sé que su llegada vendrá acompañada de esa piel, por todos los cielos. ¡Qué piel! Recuerdo unas pocas veces haberla mirado, es tan blanca, no, no, ¿qué estoy diciendo? Es tan lisa. Tan suave. Ven a mí, acércate. Lo siento, me estoy desviando, además debo mencionar mi dulce deseo de perderme en ella. Oh, sus fotos. Cómo me gustan. Las miro, las miro y las vuelvo a mirar. No me canso, díganme loco, pero qué mujer. Discúlpenme, pero debo decirlo más veces. Debo hacer que lo entiendan. Yo lo entiendo, lo siento. Lo disfruto. Vengan a mí par de Universos, róbenme el aliento, quítenme el oxígeno. Háganme suyo. Estoy dispuesto a todo lo que se les ocurra. No quiero sonar exagerado pero realmente entraré en su juego. ¿Han intentado encontrar a alguien que acompañe todos esos episodios psicóticos? Yo sí, pero sobre todo nunca he tenido la fortuna de cruzarme con un individuo que sea capaz de soportar tantas nostalgia.
No sé si lo entienden.
Definitivamente estoy preocupado por saber si llegan a disfrutar esa sensación tan placentera que provoca estar escribiendo sobre esa mujer mientras hay un momento en la historia donde solo son los dos. Deseo que tengan el placer de haberlo sentido. Continúo hacia otro lugar no tan lejos dentro de mi mente y recuerdo su aroma, o algo que dejó en mí. Porque soy ese tipo de individuo que regularmente olvida los rostros e inclusive los nombres, pero un buen aroma jamás golpea la puerta del olvido en mi cabeza. Y perdóname querida, quizá parezca un poco atrevido todo lo que estoy haciendo. Pero en verdad que disfruto saber más de ti. Me gusta recolectar información que me haga terminar ahí. En ese lugar donde todos quieren estar, donde todos estuvieron, y quizá ya no regresarán. Pero recuerdan lo bien que se sintieron ahí. Con esa persona que transformó su espacio a cálido. Y yo quiero estar ahí. Con ella.
Demonios, pasaron varios días y sigue siendo lo mismo. Pero me gusta. Me gusta la manera en que deja por sentada alguna situación donde los dos terminamos en mi casa robándonos el alma, o quizá tuve un error al decirlo así. Más bien sería algo como: fusionar nuestras almas, que los cuerpos jueguen, que nuestras bocas se toquen, que mis manos recorran cada rincón de su cuerpo, que su lengua pruebe todo de mí. Y me gusta sobre todo porque es lo que quiero. Es lo que deseo. Y yo también me la paso todo el día ideando alguna forma de decirle que venga a mí, que estoy dispuesto a terminar cualquier cosa que se proponga en esta habitación. Que estoy listo para ser su cómplice, para envolverme en cualquier situación que nos haga terminar juntos. Eso es lo que quiero. Esa es la palabra. El término juntos casi siempre viene de la mano con todas esas responsabilidades de ser del otro, o de intentar creer que se pertenecen. Siempre he caminado por todas partes sin ningún miedo de perderme entre tantas emociones, y es que detesto ser tan perspicaz, odio la manera en que mi mente siempre nota todos los detalles que la rodean, y es ahí cuando empiezan los problemas. Donde comienzan las preguntas que no tienen respuesta. Dónde me cuestiono si es que ella considera digno un encuentro sólo para el sexo. O qué más bien ella es una de esas mujeres que pretenden tenerme ahí, saber cuál es mi canción preferida, qué comida es la que más me gusta, cuál es el nombre de mis padres, si termine la Universidad, y todas esas cosas que las personas pretenden tener interés para acercarse a ti. Aunque ahora que lo pienso la idea de desnudarme frente a ella me parece un tanto atractiva, y por supuesto que no hablo de pararme frente a ella y quitarme la ropa, no, no, me refiero a algo más íntimo, algo más de dos, mostrarle quién soy realmente, sin puertas ni cristales, ser yo, ser tal cuál siempre he sido. O díganme ustedes si esa idea descabellada de que haya otra persona que sepa qué es lo que harías ante cualquier situación no les parece demasiado excitante. Sí, esa persona que estando frente tuyo sepa qué te sucede sin siquiera decirle una palabra, y es que siempre he pensado que los gestos hablan por ti, no es tu boca ni tus palabras, son tus gestos los que conversan. Y cada vez que la tenía frente a mis ojos, en cada ocasión donde el mundo explotaba en pequeños pedazos de pasión alrededor de esta habitación yo era quien siempre había querido ser. Era el verdadero yo. Me conocía de toda la vida. Sabía qué quería, qué necesitaba y sobre todo qué podía conseguir. Y es que ahora entiendo cuando los enamorados dicen que el amor te vuelve invencible, es cierto, siento un poder infinito dentro de mí. Siento que todo puedo lograrlo y que nada es imposible.
Esperen… ¿Amor? Acaso dije esa palabra tan difícil de pronunciar. Acaso cometí la osadía de querer entrar a ese lugar donde nadie sale intacto. No, no, no puedo estar pensando en querer jugar un juego donde sé que voy a perder. Donde lo único que haré es entregarme directo a los dientes tan filosos y grandes que tiene esa bestia infernal. Por favor, por lo que más quieras, regresa, vuelve antes de que sea tarde. Aún estás a tiempo. Abandona tu misión y sal corriendo, cualquier mujer sea buena o sea bastante mala te hará perder, hará que desees no haber existido y también hará que te sientas el mejor hombre para después restregarte en la cara que hay otro aún mucho mejor. Pero hombres, ustedes díganme a quien no le gusta aquella mujer llena de poder, de decisión, fuerte, indestructible, indomable, que está dispuesta a meterse en cualquier problema con tal de acompañarte. Pero vaya que son peligrosas, y aún así no entiendo cómo es que no han conquistado el mundo. Cómo es que no han intentando sodomizar a todos los hombres y esclavizarlos. Son hábiles. Son astutas. Son intuitivas. Y nosotros sólo vamos en busca de su culo, nosotros estamos conformes con una apretada de entrepierna, con una caricia debajo del pantalón, con mirar sus senos y ellas nos tienen controlados.
Pero vamos, por qué estoy diciendo todo esto. ¿Qué me hace pensar que esa mujer vendrá a mi lado para quedarse? ¿Acaso es por esa forma en la que me habla? Esos gestos que se escapan de su delicado y bien formado rostro cada vez que nos vemos, ese aroma dulce que conquista todo el lugar cuando estamos cerca. O esas palabras tiernas que suelta dedicadas para mí. Pero qué estoy haciendo, una vez más caigo en ese profundo abismo lleno de ilusiones. Una vez más cierro los ojos y de inmediato invento una historia donde estamos los dos.
Ya saben: abro los ojos, la observo dormir durante 7 minutos, se despierta y tenemos sexo y mientras disfruta me dice lo mucho que me adora, nos levantamos, me baño, se dirige en ropa interior a la cocina para preparar el desayuno, me entrega mi taza de café acompañada de un beso, toca mi cuello, acomoda mi corbata, baila un poco para mí y me dice que ojalá no tuviera que irme a trabajar. Voy a trabajar, regreso 10 horas después y ella está lista con la cena, ella y la comida han sido un manjar, nos acostamos, miramos televisión acurrucados, tenemos sexo antes de dormir y después el día acaba. Así eternamente hasta que la vida no me preste más momentos con ella. Pero no, mis ojos deciden que es momento de mirar al mundo real y aquí estoy, en esta habitación escribiendo hasta altas horas de la noche y tirando a la basura una y otra vez esas hojas. Pero amigos, la vida nunca ha sido justa. La vida siempre es como quiere ser no como queremos que sea. Es triste. Es decepcionante. Pero señoras y señores, la vida no es justa. La vida nunca es como lo esperamos.

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Mirando el atardecer
Algunas veces despiertas preguntándote '¿qué haces aquí?'. Y miras a cualquier parte de esa habitación oscura y encuentras alguna respuesta muy satisfactoria. Te levantas y observas a tu alrededor y te nace una necesidad de querer jugar con el destino, y de inmediamente recuerdas a esa mujer que tenía con ella unos ojos que conquistaban el mundo entero y todos sus desastres. Su nombre era tan peculiar y te provacaba una sensación de misterio y encanto violento, porque esa mujer siempre había causado en cualquier lugar al que llegaba una locura muy romántica y peligrosa.
Su piel era tan blanca y lisa, que de enseguida te recordaba a una hoja de papel lista para cumplir su cometido, dejándose seducir por la tinta de una pluma que lo único que desprende sobre la atmósfera es una balancha de sensaciones satisfactorias para ti y para ella. Lo único que querías era estar cerca de sus mejillas sintiendo su prensecia en cada poro de tu cuerpo.
Ella era una de esas mujeres perfectas que aparecen de inspiración en las mejores historias de los mejores libros, porque al pensar en ella sólo se podía día y noche crear una historia nueva en la que los dos encuentran un lugar para compartir sus miedos, tristezas y alegrías y no preocuparse más por pensar en que alguien los juzgará por ser diferente a ellos. Tenían más en común de lo que a simple vista parecía. Tenía una forma tan bien de vestir y de mostrarse un tanto sensual para cuando se debía la ocasión. Una mañana del 5 de noviembre en la que el frío golpeaba con su presencia la Ciudad decidí salir a buscarla con la esperanza de cruzarme con ella y quizá en algún momento perderme en su mirada. Pero a pesar de todo eso ella era una mujer muy complicada de entender, y se trataba sobre todo por la forma en que su vida giraba entorno a los problemas, y eso para mí era algo tan atractivo que no podía dejar pasar la oportunidad de sentir una vez más su olor adueñándose de todo mi ser. Porque recuerdo aquella fiesta donde apretó con fuerza mis brazos y nuestras respiraciones aumentaron con la lucidez de la charla. Ella era violenta, pero también tenía un lado muy tierno, tan dulce que terminé rendido ante sus placeres infinitos. Y golpeaba con fuerza cada parte del lugar donde llegaba porque no podía pasar desapercibida por ningún instante. Ella era constante y creativa, podía transformar cualquier lugar a uno en el que podía sentirme mucho mejor. Para mí era una grata sensación recorriendo mis recuerdos y descubriendo un nuevo mundo dentro de mi presente, uno mucho mejor. Y uno donde ella llegó de cualquier forma, o más bien: yo hice algo para que llegara.
La recuerdo con un cabello un poco oscuro, así de oscuro como los callejones que recorría sin miedo en busca de algo mejor. Llegaba y conocía nuevos lugares. Unos cuantos que podía disfrutar y a la vez aprender de ellos, ella era eso. Aprendizaje. Mujer de encanto, mujer de conocimiento, de placeres, de saber acostarse en la cama y descubrir sus más altos placeres corpóreos, seducir a la mente, ir más allá del cuerpo, conectarse uno con el otro, mirarse y sentirse el alma. Perderse y destruirse, y después de unos cuantos minutos volver a revivir sólo para terminar haciendo lo mismo hasta que llegue la muerte de esa noche tan fría congelando los árboles.
Ella sigue en busca de tantas cosas, yo sigo perdido entre tantas otras. Y seguimos recorriendo caminos que nunca pensamos cruzar, pero siempre estamos listos para cualquier cosa. Y somos parte del hogar de la nostalgia, nos tiene junto a ella, nos abraza y susurra a nuestro oído todo lo que hicimos mal, y también termina burlándose de nosotros por lo gracioso que nos vemos sufriendo por momentos perdidos.
En alguna parte de todo este procedimiento encontraremos un lugar mejor para estar. Pronto lo encontraré. Pronto lo encontrarás.
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Mirando el atardecer
Algunas veces despiertas preguntándote '¿qué haces aquí?'. Y miras a cualquier parte de esa habitación oscura y encuentras alguna respuesta muy satisfactoria. Te levantas y observas a tu alrededor y te nace una necesidad de querer jugar con el destino, y de inmediamente recuerdas a esa mujer que tenía con ella unos ojos que conquistaban el mundo entero y todos sus desastres. Su nombre era tan peculiar y te provacaba una sensación de misterio y encanto violento, porque esa mujer siempre había causado en cualquier lugar al que llegaba una locura muy romántica y peligrosa.
Su piel era tan blanca y lisa, que de enseguida te recordaba a una hoja de papel lista para cumplir su cometido, dejándose seducir por la tinta de una pluma que lo único que desprende sobre la atmósfera es una balancha de sensaciones satisfactorias para ti y para ella. Lo único que querías era estar cerca de ella sintiendo su prensecia en cada poro de tu cuerpo.
Ella era una de esas mujeres perfectas para usar de inspiración para tu historia porque al pensar en ella sólo podias crear día y noche una historia nueva en la que los dos encuentran un lugar para compartir sus miedos, tristezas y alegrías y no preocuparse más por pensar en que alguien los juzgará por ser diferentes a ellos. Tenían más en común de lo que a simple vista parecía, los dos habían pasado por situaciones bastante difíciles, pero ella combatía cual guerrera y tú admirabas mucho eso.
Tenía una forma tan bien de vestir y de mostrarse un tanto sensual para cuando se debía la ocasión. Una mañana del 5 de noviembre en la que el frío golpeaba con su presencia la Cíudad decidiste salir a buscarla con la esperanza de encontrarla y ella era una mujer difícil de encontrar, e inclusive si lo intentaba podrías llegar a perderte. Pero a pesar de todo eso ella era una mujer muy complicada de entender,

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