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Desnervadero
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Rubén Mendoza. Representante de la cámara. Escribe y hace cine.  Director y guionista de los largometrajes La sociedad del semáforo, Tierra en la lengua, Memorias del calavero, El valle sin sombras, Señorita María: la falda de la montaña, Cita con la trocha, Niña errante y de los cortos: La cerca, La casa por la ventana, El corazón de la mancha, El reino animal, Montañita entre otros. En la mayoría de estos trabajos también ha sido cámarógrafo, co-montajista y co-fotógrafo.
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desnervadero · 3 months ago
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Yamit Amad, evasor de impuestos, le presento a mi tía Dulce
Único pronunciamiento público que daré sobre la infamia a la que hemos sido sometidos los creadores de Señorita María, la falda de la montaña y gente de nuestro entorno.
Acá en pdf pirata para quienes no puedan acceder a El Espectador o a la versión completa de esta publicación:
https://drive.google.com/file/d/1CgHfRRtU8DDMxpF9QO-gEnG4h9AoEDNh
Texto publicado en El Espectador el 15 de noviembre de 2018, tras 7 años de vínculo y amistad con María, abajo completo:
Acá en pdf pirata para quienes no puedan acceder a El Espectador o a la versión completa de esta publicación:
https://drive.google.com/file/d/1CgHfRRtU8DDMxpF9QO-gEnG4h9AoEDNh
YAMIT AMAD, EVASOR DE IMPUESTOS, LE PRESENTO A MI TÍA DULCE.
Único pronunciamiento público que daré sobre la infamia a la que hemos sido sometidos los creadores de Señorita María, la falda de la montaña y gente de nuestro entorno.
Hace pocos días el noticiero que usted dirige, sin ningún pudor rigor o método, sin una sola llamada a la “contraparte”, decidió emitir una nota donde se acusaba a mi productora, Amanda Sarmiento, y a mí de amenazar de muerte a María Luisa Fuentes (protagonista la película que hice, Señorita María, la falda de la montaña), y a quien la acompaña. Lo primero que tengo que decirle es que si se molestara usted, o su recua subalternos (en este caso no se pueden llamar periodistas), en mirar un poquito mi cine, se daría cuenta que antes que cualquier cosa soy un defensor de la Vida y de la dignidad humana, he tratado es de honrarlas, y de caminar junto a los que me maravillan con su presencia y con su voz, generalmente nunca escuchada.
El periodismo mediocre lo que hace es reforzar la sensación de injusticia irremediable a la que se somete a quien le da la gana. Bastaba que vieran que las tales pruebas en mi contra, de amenazas de muerte, no pasaban de unas fotos de gente que desconozco, con ningún contenido que se pueda relacionar con amenaza: gente con la que supuestamente tengo una foto, como con mucha gente que no conozco (cada conversatorio o proyección me tomo foto con quien me pide sin revisar su pasado judicial o saber su nombre). O que (algo que cualquier periodista con dos dedos de frente puede determinar y ver la calidad de la fuente) no hay, como sostiene quien acompaña a María “nominaciones secretas” al Óscar, o al Goya: no nos han nominado, ni nos lo estamos guardando, ni mucho menos María está nomidada a mejor actriz, como sostiene el señor en tantas charlas, audios y textos que hacen parte del material probatorio ya lamentablemente en manos de la Fiscalía, por nuestra parte. Yo hice un retrato, documental, que me tomó años: María no está actuando, no es actriz, no van a nominarla a mejor actriz. A ella, por seguridad de ella misma, años atrás se le hizo un contrato, cosa que no se acostumbra en documental, solo para que viera que no tenía que esconderse, que mi proyecto era serio, y que tenía dentro de sus cuentas que su vida cambiara para bien, sin saber en ese momento qué pasaría con la película: si se terminaría o no, si la vería alguien o no. Por recomendación de un gran maestro mío filmamos el momento en el que la señorita firmó ese contrato, y su lectura en voz alta con quienes la señorita quería que la acomapañaran, no como afirmaban hace poco en textos que ya borraron, pero de los que conservamos imágenes, que lo firmó sin saber leer (aunque en sus redes escribe -tal vez alguien más-, grandes párrafos), o que firmó bajo efecto de “las drogas”. 
Como se atreven en la nota del noticiero a llamar a mi familia “peligrosa”, yo lo llamo evasor de impuestos: sin una sola prueba, sino como herramienta didáctica para que sienta, al menos un poco, en la piel, lo que es la injuria. Lo hubiera podido llamar también si quisiera violador, o profanador de tumbas: o podría hacer un horrible perfil suyo basándome solo en lo que encuentro de archivo de quejas de sus empleados y periodistas, o en el dolor de los armeritas con su respuesta escéptica al primer llamado de auxilio que, según ellos, retrasó el inicio de la atención al desastre tras la avalancha, en otra de sus pataletas. Pero no. Solo es un ejemplo y con su nombre intencionalmente mal escrito, para que sea un personaje de ficción que plaga esta columna. 
Volviendo a mi familia y al pueblo, ni la ambición de un desconocido, ni el video de calumnia de su noticiero, va a poder pararse entre un vínculo hermoso entre Boavita (el pueblo donde se instaló mi abuelo libanés, enviudó y se casó con mi abuela) y mi familia, que ya dura más de 100 años. El vínculo de mi familia con el pueblo seguramente es de poder, pero de poder hacer: sin matriarcas o patriarcas, no de poder ostentoso, económico o político, ni de armas, licor o cabalgatas, no de esos, no tenemos de esas cosas. La familia en Boavita que su noticiero deja llamar “peligrosa” pública e impunemente, está conformada por una única tía que sigue viviendo allá: es mi tía Dulce. No le diré su nombre pero le cuento que ese es solo uno de sus apodos, otros son Lucero, tía Lulú... Ella fue trabajadora social en colegio público, el INEM de Bucaramanga, por 30 años, donde no solo se hizo famosa por su acompañamiento integral y definitivo a las familias con problemáticas sociales inimaginables, sino por deshacerse de su sueldo irrisorio cada tanto, para comprar zapatos a los alumnos que no tenían, o alimento, o para ayudar en la vocación de otros, en fin. Es difícil caminar con ella por Bucaramanga sin que se acerque a abrazarla un exalumno agradecido. Más difícil aún caminar en Boavita por razones que le expongo, ya que usted no pregunta Yamik, sino emite. Tía Dulce volvió al pueblo tras jubilarse para cuidar a mi abuela Emperatriz, de nombre y de carácter, en sus últimos años y en el trance de la muerte: mi abuela, murió a los 91 años, en el 2010, sin alcanzar a oír esta infamia sobre su familia y su casa. “A un vagazo poco caso”, decía la abuela. “A un cagajón poca atención”, dicen en el pueblo. 
Pese a llamarse Emperatriz jamás ejerció así más allá de los muros de su hogar. Pese a ser muy amada y respetada en el pueblo, fue reconocida por su discreción, su distancia, su soledad y su silencio que practicaba detrás de la vitrina de una droguería donde se reflejaron muchos de mis sueños de infancia y que cerró apenas un par de años antes de su muerte. Cuando la abuela murió, la tía Dulce se quedó en el pueblo, ejerciendo también un liderazgo discreto, tranquilo, amoroso: logró cambiar la ratonera de ancianato que tenía el pueblo (puede documentarse fácilmente si quisiera), por un hogar maravilloso, inmenso, con lote, lleno de luz y de amor, donde viejos que fueron niños desnutridos, en la mayoría de los casos, malformados, abusados, retardados de la Colombia de antes de la mitad del siglo pasado, reposan, aprenden, disfrutan, juegan, duermen, se alimentan, sin costo: solo coordinando generosidades, recursos privados y públicos, y vigilando que el municipio de uso pulcro del presupuesto asignado y de esas donaciones, así como liderando en qué se encausan y sus prioridades: un proyecto que se ha vuelto modelo en otras poblaciones. Con algunos de esos viejos, aún para mí que he visto tantas cosas, es difícil escapar a la duda de dar o no un abrazo ante la complejidad de sus dolores, de su historia, de sus formas, de sus sonidos. Tía Dulce, en cambio, no lo duda: es abrazada en coro a diario, las veces que entre al Hogar, y abraza de vuelta como si abrazara a su Dios o al Universo en cada viejo. Ya son 10 años del traslado y transformación de ese lugar y de adelantar con los niños el programa Boavita Linda, donde los pequeños de buen rendimiento académico hacen parte de un grupo de consciencia ambiental y cultural del pueblo. Muchos niños empiezan a rendir académicamente para hacer parte de ese equipo y logró con ellos sembrar plantas y flores hasta en la trinchera de la policía. Todo esto sin un solo vínculo burocrático, sino por la decisión de su amor y la voluntad de la parte del pueblo que la acompaña, que jamás se ha enlazado con un político, y ha logrado en cambio que los aspirantes de cualquier partido se comprometan antes de elecciones, en documentos firmados por la veeduría y cada candidato, con las tareas mínimas a hacer o continuar, y con no acabar lo que ya está andando. La tía Dulce además hizo un diplomado en  Tanatología Clínica, y ha acompañado a bien morir, durante muchos años y por los meses que necesite, a muchos de sus hermanos, amigos, ancianos; o a recuperarse, cuando ha sido el caso, de la enfermedad o el dolor con su amor infinito, del que tantos nos hemos beneficiado. 
Es porque tocaron una fibra vital de mi vida, amores inofensivos, seres de luz de mi familia que me atrevo a responder a tanta tontería: porque ni a ella ni a mis tías tenían por qué nombrarlas, ni hay cómo relacionarlas con nada. No entiendo cómo un medio se atreve a ser parte del aparato de injusticia de este país con gente que no tiene mugre en su camino, y que al contrario, protegieron y sirvieron como nadie por años a la señorita, por su amor por la vida y por complicidad conmigo: para la señorita misma y frente al pueblo. Es que ni siquiera nosotros, la productora o yo, ni nuestros nombres aparecen en las fotos de los documentos que ustedes presentaron como de la Fiscalía y con los que nos relacionan: no aparecen nuestros nombres porque tampoco hay cómo ponerse a demostrar la injuria, no hay cómo. Y en cambio, sin ninguna autorización, utilizan fotos nuestras, ridiculizándonos, y sin tener la autorización del fotógrafo: además manchando un momento, un honor grande que recibía el cine colombiano al ser premiado en Locarno a través nuestro, de nuestra película. En cuanto a la familia poderosa insisto, es un poder raro, sí; una familia muy poderosa: el poder del amor materializado, don Yamil Ahmal. Porque los hermanos y hermanas de mi tía Dulce han obrado con el mismo amor que los une a su niñez, a Boavita. No somos dueños de un solo lote o animal, o negocio. Nada que no sea esa hermosa casa esquinera, blanca en su mayoría, que ni usted o su medio lograrán salpicar con la basura publicada. Dejo a la tía Dulce y a mis tías quietas, con el perdón de nombrar todo esto que ellas jamás enrostran y que les incomodará que cuente. Tampoco está bien que digan que mi productora y yo estamos desaparecidos. Claro que para periodistas como los de la nota, que no buscan sino asumen, sí. Debés buscar Yamí, pedile a uno de tus subalternos mi correo. Volvamos al usted.
Cree usted que le hacen un favor muy grande a la señorita sacando esa nota (nota por la que además gente de la película se contactó con ustedes para detener la infamia, y que aún así sigue impunemente colgada en sus redes). Les bastaba ver un poquito de historial de nuestras redes sociales, preguntar en el pueblo, leer los artículos. Les bastaba ver que no solo ella tuvo un sueldo normal de una protagonista en Colombia (sobre eso era el contrato), que se pagó su primera asistencia médica para la epilepsia, que se pagó un proceso legal para que su tierra, de la que la querían despojar, quedara a su nombre por posesión, que se pagó el cambio de documentos de acuerdo a su identidad de género, que se compraron animales y alimentos para meses, que se le enviaban mercados, medicina, ropa, apoyos, no porque la consideráramos miserable, que es como ustedes la entrevistan, sino porque tenía otras riquezas inmedibles y queríamos que estuviera bien, mejor: que empezara la reparación con o sin película hecha. Que estuviera sonriendo, disfrutando y esperando nuestro encuentro cada vez que se daba como sucedió. Además, por fuera de cualquier contrato, pero sí por un convencimiento moral de la productora y mío, la plata que entró a la película la vio ella antes que nadie y como no la hemos visto nosotros. 
Porque el objetivo de esta película estaba por encima del cine mismo y de nuestros oficios o prestigio: el objetivo era que su vida cambiara, que honrara su dignidad y el amor que le profeso. Para la señorita se logró además gracias a una colecta que hicimos nosotros mismos, la productora y yo, con recursos propios y de allegados, pero sobre todo con la gestión de la productora junto al esfuerzo de tres Fundaciones  que fueron fundamentales (la más importante y la que se dedica a hacer las casas: Fundación Catalina Muñoz, además de Caracol Social y Fundación Corona), la construcción de una casa verdadera, mejor que la que dibujábamos juntos mientras esperábamos la luz o que menguara un aguacero en su montaña, como está atestiguado en mis cuadernos de trabajo, soñando otra vida posible: como pasó. La casa que se hizo verdad tienen un sistema de manejo de aguas, huerta, sala-comedor, y se entregó completa de muebles y electrodomésticos en sus dos habitaciones, cocina, cuarto de ropas... Todo lo enumerad es similar al valor de la película misma durante sus 6 años de trabajo y la misma Fundación Catalina Muñoz se ha mostrado en desacuerdo y alterada por el trato de los últimos meses del entorno de la señorita con nosotros, así como con la posibilidad de que la casa se haya usado para engordar el lote y pronto quieran salir de ella, así no sea un plan diseñado por María. 
Yo jamás hablo de plata con el cine: ni siquiera con mis colaboradores. Ellos negocian con la producción. Por eso también me parece rebajarse ponerme a hacer una lista. Además de estos logros en especie, también ha habido recursos en efectivo, con cada recibo firmado por ella o constancia de su transacción pasando de los 20 millones de pesos (no entiendo: una película no es una beca de por vida, para nadie, ni para nosotros. Es un lapso, un tramo). El último pago (10 millones) fue hecho este pasado agosto, dos años después de haber filmado las últimas imágenes y habiendo ya padecido meses de maltrato y acoso. Justo después de este pago voluntario, y con la relación ya dañada pero nuestra decisión de cumplir la palabra intacta, quien la acompaña se pavoneaba contando por redes y en conversaciones grupales que “estaban ya comprados los tiquetes para España” para ir “a los Goya”, y aumentaba “#rumboaloscar #goya2018” y así, ¡con nuestra película! Ningún periodista medianamente formado prestó atención: es imposible ganarse uno de esos premios sin nominación, ni asistir sin invitación, ojalá me entienda. Y ojalá quien acompaña a la señorita comprara esos tiquetes con plata de su bolsillo, si los compró como anunció, no de María porque la película no está nominada en nada. Este hombre que apareció este año, años después de que la película estuviera terminada y estrenada, por qué viene a hablar de nuestro trabajo: es un abuso tomarse la vocería de una obra ajena. Cómo se atreve a preguntar en el pueblo a gente que nos quiere, sobre cómo podría conseguir la película para utilizarla sin nuestra autorización. Esa película, que es un retrato que decidí hacer yo, no un encargo, sería imposible sin la señorita, pero las fechas trabajadas con ella, con ella frente a la cámara, no fueron siquiera 30 días en esos 6 años de trabajo duro. Todo demostrado recibo por recibo al Ministerio de Cultura, Proimágenes y a los socios de la película. Es una pena tener que enumerarlo acá, pero esas son las cosas únicas cosas que la gente entiende como progreso, no toda la poesía que vivimos, no la libertad adquirida en el proceso.
6 años de trabajo y 7 de amistad. Nunca un amigo le duró tanto como nosotros. Lo que más importa es inmedible. La película nos dejó, a ella, a mi equipo, a mí, muchas cosas; a ella, entre otras, quitarse el yugo de unos temas sin hablar, liberarse, saber que había una comunidad que sentía como ella y la rodeaba; a mí, ilustrarme sobre un corazón misterioso, su relación con su Dios, con los animales, con la vida. Su noticiero en un acto morboso y amarillista del que usted no parece tener control, prefiere condenar nuestro vínculo porque a la larga a usted esa vida qué le importa. Importa su rating Yamí, porque Amad el escándalo.
Nosotros, la productora y yo, (que cabe decir que es un alma bella, que se dedicó a la señorita mucho más allá de los límites de la producción, en asuntos médicos, personales, de género), como vengo contando hemos sido sometidos a un acoso horrible por parte de quien acompaña a la señorita y de ella misma. La misma productora tuvo que recibir amenazas lascivas, de la voz de la señorita y quien la acompaña (todos estos audios ya están en manos de la justicia), y pasó por noches de insomnio y angustia que no tienen nombre. Nosotros no queríamos responder porque de qué nos sirve dar un golpe a la señorita, o hundirla. O ganarle una demanda millonaria. Cómo vamos a querer dañarla. Ahora ustedes, en su noticiero y en ese canal, en un intento de aire heroico, creen que la ayudan al exponerla: ustedes sí que la condenan. Una calumnia sí que es una amenaza porque sin una sola prueba dicen también que los pobladores de Boavita no la dejan volver. El pueblo donde ha vivido y trabajado, y donde sea lo que sea logró hacer su vida y practicar sus creencias, ahora lo quieren volver su verdugo con la irresponsabilidad de su “informe”. Boavita, donde además ni siquiera se ha proyectado la película porque decidí respetar la decisión radical de la señorita de no hacerlo, pero donde ahora espero pronto poderla compartir y agradecer, y que la misma película invite a la tolerancia, a la reconciliación y a la reparación de la señorita. Con su chisme dificultan esto enormemente, además de poner en peligro a la tía Dulce, pues cualquier violento ahora tiene excusas para justificar una grosería. Ustedes que fueron los únicos en caer y otros de su canal, después de que ellos intentaran contar esto a muchos otros que se dieron cuenta de lo absurdo de las palabras. Por eso cada vez que logran hablar aumentan cosas, atrocidades. Todo lo que me obliga a pronunciarme.
En lugar de ver los hechos prefieren creer a una persona que ni siquiera conocemos ni nos conoce, ni estuvo en un solo segundo de los 7 años de proceso cuidadoso, acompañado, consultado. Ni ha sabido el trabajo y dolor que nos ha costado sacar esto adelante, y que la vida de María tuviera otra cara. Otro aire. Deberían ustedes preguntarse en cambio, ya que tanto se precian de saber preguntar, por qué tanta insistencia de esta persona en decir que si algo le pasa a la señorita o a él es nuestra responsabilidad. Por qué va a serlo. He pasado tanto amor como dolor con esta historia, y ya tengo otras dos películas encima desde que terminé Señorita…, al igual que mi productora, luchando como es el cine para la mayoría de cineastas y el arte para la mayoría poetas (la poesía es nuestra materia prima): cada vez de cero. Apostándolo todo. Por qué está tan seguro de que le va a pasar algo. Haberle preguntado de qué le sirve tenerla convencida de unas nominaciones que no existen. Por qué va a ser cierto, si ni siquiera hemos hablado con él, que le ofrecimos 30 millones de pesos para que saliera de la vida de la señorita como afirmó públicamente. Por qué se comunica desde tantos perfiles (las fotos las han recopilado nuestros colaboradores de redes, amigos, usuarios indignados, periodistas con sentido moral a los que han golpeado a sus puertas) con la película, con allegados del sector, con institutos donde doy clase o se han presentado mis películas dentro y fuera del país, con amigos. Por qué siempre responde a la gente que nos defiende espontáneamente con comentarios y agresiones sexuales como lo demuestran las fotos de sus intervenciones (nosotros no hemos contactado a nadie para que lo amenace o a María, no sabemos ni cómo hacer eso, pero tampoco nos hemos puesto en la ridícula tarea de hablar con una sola persona para que nos defienda: ¡de qué!. Era todo tan absurdo que jamás imaginamos siquiera que llegar a este punto fuera posible). 
Nosotros respetamos como hemos hecho siempre el criterio de la señorita y hemos querido tomar distancia desde que empezaron estos episodios tan amargos. Hice un cuadro, y como un pintor, si no tengo relación posterior con la modelo el cuadro queda: no lo quemo. Yo quería renunciar a esta película, olvidarla, pero ya no es de la señorita ni mía: es una herramienta de libertad para muchos, es el retrato de un instante, pase lo que pase entre nosotros. Por qué ofreceríamos 30 millones para que se fuera si eso es problema de ellos. 30 millones serían definitivos, si no vitales, para nuestra vida en estos momentos. Ya duelen suficiente las horas y letras gastadas en este asunto como para además andar en esas; yo hago cine, no soy un mafioso. Creo en la vida, no en atentar contra ella. No me gusta atentar contra nada, ni de forma accidental. El cine, además, así le parezca imposible a esta sociedad, no se hace siempre como un negocio. Le funciona a muy pocos así. Yo tengo la fortuna inmensa de estar haciendo una película siempre, una nueva. Pero no tengo nada. Cuando empecé esta película en 2011, tenía parte de un carro y luego una parte de un apartamento: hoy no tengo nada de eso. Pero así es el cine: a veces se tiene y a veces no. Y hay todos los casos: hay cineastas que saben hacer plata y cine, o solo una de las anteriores, hay otros que ni siquiera pueden hacer películas. 
Si realmente hay amenazas detrás, somos los primeros en condenarlas y desalentarlas y en llamar a la voz de la justicia. Alguien oprimido desde antes de nacer, como María, con un entorno familiar de un dolor incalculable, ya debería vivir libre, como la vimos cuando empezó la promoción de la película. La película ha sido una fuente de amor, no de oro, como tanta gente se empeña en creer sobre cualquier persona vinculada al cine. Los premios no son plata, no pasan del honor o de un cartón en la gran mayoría de las ocasiones. Esta película no ha logrado una sola venta internacional: en cambio y por primera vez lo veo tan tangiblemente con una película mía, ha cambiado la mirada de repudio ante lo desconocido (tan normal en muchos de los colombianos que la vieron), ante la diferencia, por una de amor, de compasión, de dolor solidario.
Con tanta experiencia, Yamís, prefieren acabar con la honra de alguien, jugar hasta con su sustento (como lo están haciendo con el mío), solo por lucirse con un escándalo. Ahora. Yo no sé si usted sea un jefe abusador, como lo han acusado históricamente empleados suyos. No sé si esconde la mediocridad de su medio y su falta de precisión en el mal genio, que trata de vender como rigor. Pero me siento abusado. Por eso a mis héroes de niñez y adolescencia, Martín de Francisco y Santiago Moure, me hacen reír cada vez que lo vapulean (desde mucho antes de este incidente): porque yo tampoco necesito la violencia, me basta la risa. El sentido del humor, que no es uno de sus dones, lo sé, Ah-mal. Solo quiero que piense señor Amaf, por un momento lo que puede sentir su familia, sus colaboradores, su entorno al leer una falacia si yo la emitiera como posibilidad y con un megáfono como el de su noticiero. Sentado en su poltrona donde el mal periodismo tiránico, en la comodidad de la endogamia con el poder, le dan la tranquilidad de su salario.
Usted, representando a su medio, no se comporta como un ciudadano crítico, como un factor fundamental de nuestra democracia para el control de los excesos, verdadero rol de los medios (mediar), sino como un patrón de cara amarga, al que se le respeta no por convicción sino por miedo. Entiendo el estado lamentable de buena parte de nuestro periodismo cuando muchos de sus exponentes lo llaman a usted maestro. Usted que prefiere perseguir a un poeta, que a un tipo como Carrasquilla que se le ríe al país en la cara en pasado y en presente, que dar el debate del IVA, de los líderes sociales asesinados y perseguidos, del retroceso inmediato que sufre la salud de nuestros derechos, del hambre en la Guajira, de la corrupción en el Chocó, de la falta de recursos para la educación y las universidades y el exceso de los mismos para la guerra, de los nombramientos de familiares socios de noticieros en embajadas lejanas. Yo después de este episodio me siento abusado, y mi entorno, y mi cine y mi familia, pero me siento también mucho más fuerte en mi convicción de cuál es mi orilla, con quién no quiero mezclarme y dónde debo sembrar mi fuerza: en ese otro país que circula en la poesía, en el dolor, en la risa y en el delirio, del que usted no tiene idea. 
Antes de terminar, Amath u Odiath, quiero decirle a través suyo a quien lea, que esta será la única declaración pública que hago sobre el tema. La única vez que desgasto mi ánimo y mi teclado públicamente con esto: si ya han inventado lo que han inventado sé que puede volverse más ridículo, ponerse peor: por eso es que queda en manos de la justicia (así como colombiano esto tampoco genere esperanza). Quien quiera enterarse sepa que finalmente con todas las pruebas, fotos, audios, videos, instauramos una acción legal (que llevaba meses lista y creciendo y se sigue alimentando con los medios que perpetúan esta infamia), y que es nuestro abogado y la Fiscalía quienes pueden informar a los interesados al respecto. Jamás pensé decir esto. Yo contrario a usted Yamit Amal, escogí mi carrera para jamás tener que ver con abogados, para estar lo más aparte del sistema pero lo suficientemente cerca como para que le cayeran mis piedras y mis amores lanzados con la catapulta de la cámara, de las letras, de la música.
El mismo día en que usted puso al aire esa infamia alguien me preguntó en un conversatorio que yo daba sobre dos de mis películas: ¿qué sentía después de todo lo que pasó con la película, ser ahora el enemigo de la señorita?. Le respondí con lo que siento: amor y agradecimiento profundo por la señorita, por esa persona. Hasta ahora. Saber que de su boca es capaz de salir todo esto que dice sobre mi productora, sobre mí, sobre mi familia, ahora, de un momento a otro cuando expresó hasta hace poco todo lo contrario, por años, y todo lo contrario a lo que cuenta se le ofrecía; sobre nuestra amistad que fue verdad tanto tiempo, aún con el dolor que me ha implicado saber que prefiere incendiar nuestro cariño en la hoguera de las mentiras y la ambición, cuando sabemos en el fondo del corazón de los dos que todo lo que vivimos, con ella y el equipo, lo vivimos como cómplices, como amigos, como una pandilla en la montaña: sabemos cómo lloraba con nuestras despedidas, y cómo lloramos de la risa ciertos días; cuando ella sabe las peleas que di con periodistas por ella, que al Alcalde de Boavita no he querido contactarlo para que apoye a mi tía porque tuve una muy fuerte discusión telefónica con él defendiendo a María en marzo de 2017. Ahora que invierte todo, mi cariño cambia, o cambia la distancia, pero jamás me sentiré su enemigo. 
Me duele en el alma tener que empezar acciones legales. Tuve que hacerlo porque nos llaman asesinos, porque sostiene que la amenazamos o al que la acompaña, que maté un perro y otras sandeces, porque está intentando encochinar mi camino y mi cine, de manera injusta, y porque en cada aparición por la falta de eco de las anteriores, aparecen nuevas barbaridades, de la nada. Tengo que hacerlo porque debe aparecer pronto una Instancia Oficial, una herramienta gubernamental de fácil acceso, que defienda a la población de la infamia, de la calumnia y de la injuria que se extienden ahora como pólvora en la santabárbara de las redes sociales: donde se ahorcan vidas moralmente, donde se empuja al suicidio y al fracaso, donde se pudren caminos y vínculos. Una instancia que evite que los recursos que uno tiene, limitados y sagrados como en el caso nuestro, tengan que usarse en procesos legales, en lavarse la piel de las mentiras. Los medios, los miedos de comunicación, prestándose para cosas como estas, a diario, traicionan su esencia, su razón de ser. La verdadera responsabilidad del periodismo debería ser que el amor, y por tanto la justicia, circulen mejor, más rápido, con garantías. Esparcir chismes, difamaciones, injurias, solo porque es rentable, es una forma de perpetuar la violencia, el odio, el desastre. Hacer fluir el amor, y que la verdad fuera fuente de sanación y de alimento, debería ser su fin último. No esto.
Trato de entender sin embargo que para alguien que en la vida, como cuenta ella en la película, lo único que quiere es el amor, cuando aparece puede enceguecerle. Sé que esta vez no hay marcha atrás para darnos la mano, pero la señorita será pasajera de mi corazón siempre. Como lo han sido tantos otros radicales de mis películas con quienes me di la mano hasta su muerte, sin tener jamás un roce de este tipo. Y seguramente como hasta hace poco la señorita aseguraba y agradecía, yo también esté en el corazón de ella. Y también mi familia; creo que llevará el patio de la casa de mi abuela en su corazón porque allí, muchos años antes de que yo la conociera, de que quisiera hacer una película, cuando en muchas casas ni siquiera podía pasar de la puerta, mi abuela la recibía en las bajadas al pueblo acompañando a doña Isabel y Enrique, y les ofrecía chocolate o almuerzo, dependiendo de la hora, y silla y charla. Sin entender mi abuela muy bien quién era o qué era la señorita, preguntas de otro siglo, pero sin que le importara más que ser un oasis para la caminata de ellos tres, sabiendo como le dictaba el Dios de ella, el mismo de la señorita, que sea lo que sea eran hermanas.  
A la señorita, si de alguna manera leyera esto, le diría que por más ambición, por más que no quiera ver que lo que logró en su vida es inmenso, moral y materialmente, que por más que no reconozca que la película fue un atajo para una cosecha difícil de conseguir en una vida entera, por más que la ambición no la deje ver, y por más que su ambición o una ambición prestada le dicten los actos, nunca va a poder quitarme del corazón lo que vivimos, ni sacármela a usted misma. Lo rodado. Lo pasado en sus montañas, que también son mías. Haber estado a su sombra, iluminado por su luz y por su llanto, por su risa y por su Dios, que quién sabe que estará pensando, allá, en su corazón, donde me lo mostró cuando la conocí. Él me enseñó a través de usted que cuando hablen de uno, uno siga callado siendo uno: pude practicarlo muchos meses, hasta que hirieron a los míos. Y a mi cine, que es como mi sociedad, mi mundo real. Pero así lo haré. Entrego este tema hoy a la justicia. No puedo ponerme a responder cada infamia que se les va ocurriendo. Para eso están los medios, hambrientos de carroña. 
A la gente que nos ha rodeado y escrito, y esta vez muy especialmente a la comunidad del cine colombiano, muchas gracias por su abrazo (con contadas excepciones ambiciosas de tajadas o segundas partes). Gracias por su seguridad, Por decirnos eso de que saben quiénes somos, mi productora, y yo. Por más peleas que hayamos dado saben quiénes somos, y agradezco mucho la solidaridad y el amor que nos han brindado en estos días. 
A Yamí, y cierta casta de periodistas, les digo que no les deseo nada malo. También haciendo un trabajo de forma tan mediocre son maestros de uno: uno entiende qué no quiere hacer, ni cómo. Igual que las vacunas vienen de la bacteria misma. A mí me basta verlo de lejos para que me recuerde todo lo que no quiero ser, todo lo que usted y su noticiero representan. Bien dijo Herzog que el cineasta que no considerara la humillación parte de su oficio, debería dedicarse a otra cosa. Usted me recuerda que mi orilla es la poesía, y que el destino de los poetas en manos de los bufones oficiales, de los periodistas del poder, es el rechazo, la infamia, la ignominia. Yo no voy a desfallecer. Prometo volverlos buen alimento. 
Te vi.
Rubén Mendoza. 
PD. La tía Dulce, que sabiendo lo que me podía estar doliendo había estado en silencio, me mandó este pequeño correo electrónico, desde su orilla, tranquila, con sus creencias que tanto envidio y de las que he sido beneficiario a través de su energía, la copio idéntica:
“Somos una familia PODEROSA. Sí. En el amor y temor de Dios. Somos poderosos escuchando y atendiendo a quienes nos necesitan. Somos poderosos en pagar lo justo. Somos poderosos en exigir justicia. Somos poderosos en velar por los niños, jóvenes y adultos mayores. Somos poderosos en cuidar del medio ambiente. Somos poderosos en AMAR, RESPETAR Y SERVIR. Ese es el poder que nos transmitieron nuestros PADRES y el que transmitimos y transmitiremos de generación en generación. Familia Mendoza, Boavita, Boyacá.” 
Yo feliz de hacer parte de ese clan, así yo no pueda decir que esté en todas esas cosas hermosas enumeradas, pero donde reconozco a la tía y sus hermanos de lejos.
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desnervadero · 1 year ago
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Hasta luego, camarón
HASTA LUEGO CAMARÓN
Carta de despedida a una cámara (la Sony EX-3 con la que se filmaron los largometrajes La sociedad del semáforo, Memorias del Calavero, Señorita María: la falda de la montaña, El valle sin sombras e inumerables cartas y rarezas), a Patrimonio Fílmico Colombiano a través de Rito Alberto Torres, parte de esta institución desde hace 25 años. 
Cali, 28 de agosto de 2024.
Respetados Rito Torres y equipo de Patrimonio Fílmico Colombiano:
He recibido con emoción y alegría, a través de la voz de un muy dedicado aliado de Patrimonio, de vos,  querido Rito, la noticia de que para ustedes sería valioso conservar, en el museo que están gestando, mi cámara Sony X3, compañera de trocha desde 2009. La compramos en la escalada de sueños que se nos vino encima con un hermano del alma: mi amigo y productor Daniel García, con quien firmamos socia y muchos de los trabajos que aquí nombraré por más de 20 años, casi sin darnos cuenta. Cuando era nueva le puse un nombre que ya no recuerdo. Relacionado con Erice o con Kiarostami. Hoy tal vez le diría Márta Mészáros. Lo que sí me acuerdo es que le pegué en varios lugares una calcomanía que imprimí de la foto del letrerito que el sindicalista, músico, activista, escritor y corazón Woody Guthrie tenía pegado en su guitarra: decía, o dice “This machine kills fascists” “esta máquina mata fascistas”. La máquina era la guitarra. Él el maquinista. Máquina, maquinista y letrero decían la verdad. Basta leer el hermoso libro que escribió, Bound For Glory, para entenderlo. La primera escena es escalofriante, espeluznante de hermosa.
Trato de contártela a vos que sos de Patrimonio Fílmico porque esto es patrimonio, y fílmico, y hermoso, matrimonio más bien, y es una película que te pido que guardes en tu corazón porque no la han filmado: estando en uno de sus acostumbrados trenes de carga (eran su hogar), sofocado por el hacinamiento decide subirse con su guitarra al techo del vagón. No es que haya espacio, pero sí brisa. O humo veloz que algo refresca el aliento espeso y aceitoso de dentro del vagón, donde se turnan el aire de la puerta con viejos enfermos que tienen prioridad. Donde se cuidan y enfrentan para poder llegar a pelear por el pan a grandes cultivos, o por propuestas insondables de empleo. Es un vagón atestado de humanos negros salvo por un par de excepciones. Entre esas Woody. Ya en la incomodidad de ese techo intercambian palabras y tragos con algunos compañeros de viaje. Creo que toca algo o le dicen que toque o cante. No recuerdo bien. Lo que sí recuerdo es que empieza a llover, empieza un aguacero terrible, y Woody Guthrie se quita su chaquetilla y su camisa para proteger la guitarra. Algunos se le ríen y otros lo cuestionan en un slang negro de los años 30 que transcribe hermosamente, y él responde con amor a las burlas y con la verdad: algo como que su espalda y su ropa se pueden mojar pero “su tiquete del almuerzo por nada del mundo”: cuando llama así su guitarra desaparece el slang y todo lenguaje porque el idioma del hambre lo conocen y lo vienen padeciendo todos. El cinismo da paso a la ternura y el cielo como si entendiera ese momento de humanidad llora más fuerte y más frío, y entonces uno a uno se van quitando chaquetas y camisas y le ayudan a Woody a cubrir su guitarra o máquina de alimento: su azadón… recuerdo mucho cómo narra su propia emoción. Como paga a todos dejando que un peláo negro que se acuesta en el techo, como él para que el túnel no los golpée, ponga su cabeza en el brazo de Woody y no contra la lata que martilla el cráneo. 
Mí cámara. Mi camarada. Mi cámara hada. Esa también es mi azadón. Mi guitarra. Mi cordón umbilical con el mundo. Por eso tenía la calcomanía (la conserva). También en horas de lluvia fue resguardada por mí y por mis cómplices… y tal vez una de las cosas que más le agradezco a la cámara, y a esta precisamente, es a los corazones que convocó para que anduvieran conmigo un tiempo. A veces poco. A veces solo allí. A veces salimos bien de andar a sus tres patas, a veces no tan bien: seguro con muchos y algunas ya nos olvidamos. 
Así que pienso en la cámara como una hoguera; una trampa de versos. Pero como pasa con los animales, si uno empieza a compartir mucho con un individuo ya no es otro de esa especie: es Ese. Ya no es un barranquero más, es Pancita (por dar un ejemplo verdadero de amistad que con un individuo animal que se dio en el rodaje de la película que estoy haciendo desde 2021). Esta no era “una Sony X3”, era “la cámara”, era “la X3”, “la cámara”. Es como cuando uno se cruza con un extraño: escasamente deja la huella de la luz de su rostro. Pero si uno para a observarse, aparecen los lunares, y cicatrices, y poros, y asimetrías: y empieza a conocerse. Y yo me sabía mi cámara sin verla, con las yemas de los dedos, como en braile, como un clarinete.
No es ni siquiera 2k en este mundo de culto a la exageración, a cosas que ya ni los ojos perciben pero sí los bolsillos. Esto que te escribo y que te escribiré es para ESTA cámara. Este amado juguete con el cual pude estar en modo de alabanza con el mundo. No he tenido los recursos ni he sido de estar cambiando los aparatos, las herramientas, ni tener las últimas siempre. Esta cámara llegó a mis manos cuando estaba con mi imaginación, suerte, magnetismo, colaboradoras, colaboradores y planetas alineados. Sentía el favor de la Vida, la misericordia de Dios (esto sigue hoy), que es algo que amo experimentar y que se facilita con la cámara. Como tantas cosas. 
Pese a que juego con cámara fotográfica desde los 4 años, con cámaras de video desde los 5 (siempre prestadas hasta mis 14 que hubo la primera VHS-C en casa), vine a sofisticar con esta algunas definiciones y formas de hacer, y fue gran cómplice en el más grande de mis insumos: querer ver los corazones ajenos: de animales o gente, de paisajes o piedras… es un subrayador de la realidad (o resaltador); es la primera forma de edición pues es en el cuadro de la cámara donde se decide, se recorta, y se guarda algo de la realidad mientras se desecha el resto: algo específico, esto que grabo y no todo lo otro: como el fuego que tiene un tamaño y no lo enciende todo. Es una refiladora de la realidad. Es también un cine pequeñito al pegar el ojo al visor, un teatro, ese rectángulo en una inmensidad negra, en este caso diminuta, que no deja ver otra cosa. 
En 2010 lo resumí en un texto: 
CAMARADA. Cámara, camarada, camarita. / Pija camarita, te decía en el Casanare. / Guitarrita de clavijas eléctricas. / No alcanzas a ver cómo tengo los dedos ampollados de tocarte. / Por tu culo miro al frente. / Ojo de punta de lápiz. / Ya no tenemos que escribir nada, camarita. / Si no quiere que le escriba, ni leer mis cartas, / me rasgaré en trocitos la lengua para que ni me entienda las palabras. / Y la destazaremos en 24 tajadas por segundo, camarita. / A los 3 segundos no será ni la cuarentayochésima parte de lo que fue hace un rato. / Mi lapicito, mi hembra, mi flauta.
Eso lo pusimos como uno de nuestros posts de la época de promoción de La sociedad del semáforo. La cámara se compró para hacer esa película que prefería un formato dócil y guerrillero, elástico, a una cámara de formato mayor que se habría tenido que alquilar… pero nosotros necesitábamos poder desenfundar en cualquier momento. Grabar antes de decir acción y después de decir corte (esto salvó la edición incontables veces).
Dejo esta cámara de una manera muy amorosa al cuidado de ustedes. Agradecido primero porque sí quieran guardarla (dejaré alguna sorpresa indescifrable a simple vista), venderla no me suena para nada, y regalarla es un encarte casi para cualquiera. Así que la voy a dejar junto a esto que escribo como aplazando el momento o el guayabo de entregarla, después de que juntos atestiguamos tantas cosas incluidas lágrimas, embotellamientos de ambulancias, eclipses… 
Las guitarras se valorizan entre más viejas sean. Músicos como Dylan (devoto de Guthrie), Niel Young, o Willie Nelson procuran instrumentos con historia: algunas pasaron por Robert Johnson, Odetta o Hank Williams, por ejemplo. Jerry García tocaba su famosa guitarra Tiger. Willie Nelson ha tocado desde siempre su amada guitarra Trigger(otra arma), que ya venía rota y así la conserva pese al chequeo anual que le hace un gurú de esos asuntos en Austin, Texas: supongo que revisa que siga abierta la herida, que siga bella la herida. Si se le llegara a perder esa guitarra, se retiraría, decía. Le dejó componentes mixtos de un anterior dueño porque le permitía evocar el sonido de su admirado Django Reinhardt. Nelson se quejaba de que con las nuevas y maravillosas guitarras sonaba a una copia de sí mismo y que “en cambio con un instrumento que es parte de mí todo es como un nuevo original”. 
Eso sentía yo con la X3. Nos entendíamos perfectamente. Éramos un trío con ella y con mi trípode cuyas patas ya cumplen 23 años conmigo en todas las posiciones. Para mí siempre es mejor una herramienta que uno conozca a la supuesta “mejor herramienta”. Y si yo en la vida ya me sentía protegido, con cámara, con esta, fue una fusión de cuidado absoluta. Yo siento que la cámara ha sido como un órgano que me faltaba. Tengo más equilibrio cuando estoy con una en la mano. Aunque me defino como un torpe con buenos reflejos, con cámara la torpeza se va y se conservan los reflejos. Es como un peso que debería tener para ser equilibrado, para estar “más entero” (como diría Antonio López en hombros de Erice). Con la cámara se van o endulzan mis taras sociales o profesionales. Mi torpeza se camufla. Es como si fuera un peso que me hace falta. Camino sin resbalarme en las resbalosas piedras del río, y puedo filmar en su superficie tocando prácticamente el lente con el agua pero el agua no la toca. Cae el aguacero sin desteñirme. 
Con la cámara no solo no me caigo: cuelgo tranquilo la vida de helicópteros o precipicios: se que soy un médium trabajando con las verdades y la verdad de otros, armando la mía…  y la siento como una camándula, como una verdadera herramienta de oración: como si la Vida entendiera que filmar es un acto de reconocimiento y de agradecimiento, aún enfrentando a la cámara las más duras situaciones, realidades, o dolores; la cámara vuelve la amarga realidad una fiesta de máscaras: donde uno se puede tapar la cara (que es la máscara más cara) con esa máscara: la cámara: la más cámara. Uno pasa disfrazado de recolector de tajaditas del tiempo, de muestras del mundo, de la experiencia humana, de la experiencia en la Vida.
Nombrando de nuevo a La sociedad del semáforo, empiezo una lista de trabajos y asuntos que han pasado y posado frente a esta cámara, así sea ignorándonos descaradamente, mientras estuvo en mis manos o las de miembros de los equipos con que trabajamos (procuraré memoria, que es poca, y cronología). Solo 3 de los largometrajes que he hecho se hicieron con otra cámara, con cámara grande (Tierra en la lengua, Niña errante, BambúMoon, pero en todas ha rondado la X3 en desarrollo, ensayos o detrás de cámaras, aún en la última nombrada que está actualmente en edición). Estas son algunas de las cosas que hice con ella en mano y al hombro: 
La sociedad del semáforo (largometraje), videoclips de Velandia en el Llano y otros parajes (hicimos en 3 días como 14 videos: haciendo el de la canción Gloria del monte, en Casanare, Velandia se tiró a un estero (acumulación de agua del invierno que dura parte del verano, y yo lo seguí y sumergí accidentalmente la cámara en el barro, como si fuera un barequero tras perlas en el barro: el lente quedó destrozado y con el zoom eléctrico inservible: aún así con el lente crujiente y carrasposo de arena seguimos rodando. Era el segundo trabajo de la cámara tras la película y solo el destino que sonríe y los caminos del cine que me protegen y curan, permitieron que la empresa que nos vendió, La Curaçao, decidiera darnos el lente de nuevo “por garantía”. Muy hermosos. El lente era lo exquisito de esa cámara, aparte de su ergonomía de cojín en el hombro y la cabeza: tan cómoda que algunos podían filmar con ella y hacer siesta al mismo tiempo. 
Y aunque siempre amé hacer cámara (o serlo), en muchas ocasione trabajé con maestras y maestros tan grandes que entendían con pasión, compasión y paciencia, que era parte de mi misión y de mi gozo. Y que aunque ellas podían reinventarse en cada proyecto, varias veces al año, para quien dirige esos chances de ejercitarse son más escasos y distantes. Mucho mejores cinematografistas y camarógrafos que yo, siempre respetaron mi deseo de tener la cámara en mis manos y hombros, o turnarla, y aunque son muchos más recuerdo al vuelo de largometrajes y cortos a Sofía Oggioni, Juan Carlos Gil, Pedro Vega, Mauricio Vidal, Paulo Pérez…
De mis 10 cortos no filmé sino Montañita con la X3 (corto que hice bajo la batuta y embrujo de Abbas Kiarostami, uno de mis ídolos, como tutor). De mis 7 largometrajes terminados, 4 los hice con esta hermosura: además de La sociedad… (en orden de filmación): Memorias del Calavero, El valle sin sombras (salvo la parte del volcán), Señorita María: la falda de la montaña. Aparte infinidad de momentos y video clips, o eventos excepcionales como habiendo sido llamado por el propio amado Fernando Vallejo, filmar como un boxeador que entra al ring, su discurso de la Filbo en 2016. Tanto filmado. Tanto pescado. Desde promesas de amor, desde amor amor, desde amistad, amistad amistad, amistad amor, hasta fenómenos naturales inabarcables. 
Alcancé a filmar a mis abuelas. Con esta cámara y mi hermano del alma Martín llevé a mi barbado papá a un bosque de árboles con barba a que me contara los sueños que tuvo en la cuarta cirugía de cerebro abierto. Cirugía de 12 horas de la que salió cuadrapléjico y como en las 5 veces que tuvo que operarse, volvió a andar perfectamente y jamás perdió la lucidez, el lenguaje o el humor. En esa cuarta cirugía estuvo mucho tiempo adentro del hospital y 9 días en coma. Allí soñó cosas maravillosas que algún día filmaré (cuando la inteligencia artificial me permita dictarle buenos efectos desde la luz de mis axones) y que incluían enfermeras con la quijada de madera, una competencia de mil tractomulas en una pista de mil carriles, una al lado de la otra… entre otras cosas… y la constante de muchos sueños: junto a mí, y a veces con toda la familia, íbamos a robar su cuerpo para tratar con el neurocirujano de que siguiera en esta vida así fuera como un zombie. Mi papá mismo nos ayudaba a robar su propio cuerpo pues él iba con nosotros como en un nivel espiritual. Así vio pájaros que eran iguales de cabeza y cola bajo un tapete de tierra que se despercudían a su paso y volaban… y así… cosas que este no es el espacio ni quiero aún. 
El caso es que en ese bosque y con esta cámara logré que me contara todos los sueños que yo ya recordaba como míos: como con una visión subjetiva, en primera persona, como desde mis ojos mientras él los relataba. Cuando terminó, como 90 minutos después, pidió permiso para grabar sobre otro asunto y expresó su visión y voluntad para su muerte que sucedería 3 meses después. 
Esta cámara filmó a mi amado y extrañado Luis Ospina y parte de su Todo. Filmó mis montañas amadas de niño. Filmó las sabanas entre Aguazul y Maní por un lado, y entre y el Dumagua y el río Unete por otro. Y al río amado. Grabé amor. Grabé amistad. Grabe enemistad. Grabé desamor. Grabé los secretos del Cucho (protagonista de Memorias del Calavero) por petición de él y para que le diera a su familia tras su muerte en 2016 (no lo he hecho). Grabé indignación. Grabé el momento en que el bazuco da una patada de mula en el bulbo raquídeo a quien la porta. La llevé aunque en caja a ver el Nevado del Ruíz con una ruana de nubes mientras se nos escurrían las lágrimas de emoción al verlo, tan blanco, tan ajeno al dolor de Armero.
La verdad es que he filmado innumerable cantidad de cosas con ella. Materia bella. O hace y produce materia bella al operar filmando. O transforma materia en belleza. O transforma belleza en materia. Esa cámara ha sido también reteñidor de lo que he imaginado, de mis sospechas, de mis fantasmas. Ha sido el lugar en el que sueño y materia encajan como piezas de Lego. Teoría y artesanía. Es el crisol, el molino, en el que los sueños, los textos, las ilusiones, se hacen materia cinematográfica. 
He filmado, para rematar, y con lo que se fue quedando quieta cuando la fui apagando, ya por necesidad de un nuevo fierro (que ya conozco y amo desde hace casi 5 años), lo más dulce y emocionante que he podido filmar en mi vida: Amalia, mi hija, creciendo. Diciendo luces. Diciendo chispa que viene de otra parte. Diciéndome claves. En el mar. En la Sierra. En el carro. En la casa. En la misma panza de su mamá en Montañita.
Quedó registrado con la X3 cuando aprendió a nadar y a montar en bici, cuando armaba cosas durante 3 o 4 días, cuando hicimos animación, cuando planeamos los dibujos de un cuento que saldrá escrito por mí y dibujado por ella. Quedó allí el mantra que me dijo a los 3 años y medio cuando la llevé a cortarle el pelo, en Luna llena, como hago cada 3 o 4 meses desde que es una bebé y en cuanto su pelo tomó alguna forma entendible (he sido su único peluquero, he filmado todas las peluqueadas pero no he vuelto a ver aún ninguna). Ese día la recogí para ir a cortarle el pelo a mi casa. Le dije que estaba contento porque pensé que iba a ser más complejo encontrarnos en dos casas: me dijo como si supiera la respuesta o la pregunta con antelación con su voz de hilito mínima “Papá, el amor nunca es difícil”. El mantra del que he sacado tanto alimento y aguante.
En todo caso la cámara es donde toda la aventura de creación del cine que he hecho hierve por primera vez (la cámara en realidad es el punto de vista: a veces ni existe, como cuando se trabaja en computador o en ciertas formas de animación con material escaneado). En mi caso, en mis casos, todo lo que se planeó, lo que se hace y lo que se planea hacer pasa por la cámara: la cámara es el lugar de la “cita” porque casi todo en esta vida y especialmente con el cine es una cita. 
Adorado fierro del siglo. Yo la amo. La entrego agradecido y sin condiciones en el fondo pero con una condición en el fondo: como la entrego perfectamente con cargador y baterías y etc., si alguna vez necesito usarla, o me sirve por su textura, o porque la extraño mucho para ir a perseguir algún pájaro o cometa o alma, les pido que tenga la potestad de sacarla de allí y dejar un letrero en su lugar que diga “Vuelve a la lucha”, y tal vez otro que prometa “ya regresamos…”
Ha sido una caminadora de este país. Ha sido leal. No ha fallado. La llevo en el alma que es el lugar donde palpita vivo el agradecimiento. 
Ha sido un honor apretarte los bonotes, cámara ardiente.
Un honor entregarla a ustedes, 
Rubén.
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desnervadero · 1 year ago
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NOSOTRAS
En drive:
NOSOTRAS.
Unas notas justo después de ver la película Nosotras. Documental de largometraje de la colombiana Emilce Quevedo. 
Aún con el corazón bombeando raro por haber pasado por esas montañas, y esas abuelas, y esas tías y esas hijas y esas nietas… saltándome con ellas esos machos y orando por los niños que fueron a golpes hechos esos hombres-espantos, escasos de haber mamado amor, y prolíficos en repartir miedo y dolor.
A la visión idílica del campo, solo comparable a la desastrosa visión de la ciudad, basta rascarle un poco en su cielo para que el agua baje y se lleve el colorido, y deje esas montañas empelota con todo su misterio, y su dolor, y su hambre, y su violencia, y sus violaciones y su incesto. Allá en los colores de ese maíz y de esas flores, en esos cielos profundos y nubes bien recortadas, al lado del río misterioso como con una máscara de barro, se criaron la abuela de la directora, y también la madre y tías y tíos. Allá vuelve la nieta con la cámara a atestiguar como el tiempo y la vida han ablandado a una abuela de la que luego a fuerza de trazo amoroso y vigoroso y caricias bestiales, acabarán de darnos un retrato mucho más complejo, y completo. Cuántos abuelos que son la ilusión de los nietos fueron los monstruos de sus hijos.
Pero esas son ideas mías. Casi juicios. La película no toca en esa clave. La película ni siquiera importa y lo digo como un piropo profundo, porque, aunque narrada prácticamente en primera persona y con la voz de la directora, el aparato cinematográfico desaparece detrás de los ojos brillantes de la abuela, que en la cumbre de su edad y doblando la esquina de la muerte, se han dejado impregnar de luz con el dolor y el entendimiento profundo de quien ha vivido mucho. Del quien ha sido herida y ha herido con ahínco. Con garra.
La película desaparece, como desaparecen las películas profundas, detrás del espíritu de ese organismo hecho de las lágrimas de esas tías, de la casi decena de partos encerrada, sola, en cuclillas, de la abuela: que sola cortaba su ombligo y limpiaba el piso, y salía con una cría, para decepcionar al padre cada que él comprobaba que no era niño: entonces no le dejaría potrero, ni potro ni ganado ni le compraría ropa… La película desaparece detrás de los cachorros pulgosos de la perra parida. Detrás de esas palabras tan sentidas y tan adelantadas: esas palabras emanadas de fuentes que repitieron el horror que propinaron los abuelos, cuando las tías ya fueron “libres”, con esposo y atendiendo la casa donde las apaleaban. Donde también practicaron defenderse. Así tuvieran que lanzar un cuchillo, como la abuela, que entendió a juro, cuando se reconoció que tenía dos manos, como el esposo, que debería defenderse con ellas de él: como fuera. A ella y a sus crías cocidas en miedo.  Unas palabras que salen adoloridas pero no enconadas. Salen limpias de intención y caen sobre la mazorca y sobre la sopa y sobre los alimentos, sobre los oficios de las manos y cuerpos de esas mujeres que nunca se detienen.
Yo fui toda la vida amigo y adorador de mis abuelas. Sus casas fueron lugares de mi peregrinaje permanente desde niño hasta que murieron, yo ya hombre. Y sus corazones y sus manos fueron siempre cuadernos donde leer letras dulces, después de tanto menjurje amargo. Una fue esposa de un hombre hermoso, de corazón hermoso, huérfano de madre desde niño en otras tierras, en el Líbano, en la guerra, y que la enamoró, a mi abuela, ya casados (ella no se casó enamorada, solo lo eligió porque le pareció que valoraba a la mujer, siendo viudo, y que no recibiría maltrato ni lo vería indignamente borracho a diferencia de lo que vio de su padre, y así fue); y la otra casada con un huracán de fuerza y de aventuras, violento y machista, huérfano de padre desde niño, con el que la abuela padeció muchas formas de violencia y mucha adrenalina. A mí que me gusta acompañar en la hora de la muerte, la vida me regaló el honor de acompañar a la segunda sus tres últimas semanas de vida, y de que se fuera a su siesta perpetua arrullada en mis brazos, y con mi mano sintiendo como paraba su corazón por primera vez en 93 años.
Así que vi la película entregado a la nostalgia de ser un nieto. De ver literalmente a “la muerte trabajando”, doblando a la abuela perfectamente, con paciencia y sin aspavientos. Y me ilusioné con su cirugía, y me entristecí con los resultados. Y sufrí ese regreso a trocha, de la vieja caminando sin que se hubiera podido hacer nada contra lo que le comía su interior, por allá en la cadera, cerca a los misterios del útero, y ahora volvía cosida, y con un palito para soportar los pasos, y aplacar el monte, y refugiarse en casa. 
Desde la cirugía se siente que se entrega con absoluta sobriedad a la muerte, y le pone sus manos al frente voluntariamente para que le ponga las esposas. Y entonces la cámara (que ha llegado a esa casa de tablas casualmente con la llegada de un espejo grande, nuevo, que ubican en un corredor), empieza a oficiar de sacerdotisa y a oír confesiones, y hacer retratos y autorretratos, como un espejo ambulante, como un espejo para verse el alma. Luego contaría la directora, al calor del conversatorio y del fuego de la palabra, que primero ella funcionó como mensajera, llevando tele-telegramas (digo yo, porque eran cortos mensajes) de un cuarto al otro, de un alma a otra, como semilla del diálogo profundo. La respectiva destinataria respondía con otro de vuelta… esa mensajería no aparece en la película pero es ingrediente fundamental de su arquitectura y ojalá haga una obra, así sea pequeña (que nunca lo sería), con ese material que ya era hermoso solo contado.
Así que estaba en clave de nieto, entregado a los ojos brillantes de la abuela que ella misma describe como que “no están tristes”, sin vérselos pero sabiéndolos, en una de las escenas más hermosas de la película, donde ella y su nieta directora comparten andeniando en una cama campesina: ambas son mujeres nuevas. La mayor por todo lo que el dolor le ha traído y que, gracias a su fuerza ha vuelto sabiduría y luz. Una metáfora obvia tal vez de lo que toda mujer hace cuando da vida: vuelve el dolor extremo del parto luz: da a luz. La otra, Emilce, una mujer nueva, que se decidió a romper la historia de maltrato y silencio de sus mujeres, de sus Nosotras, que son las mismas nuestras, y que como prueba de su proceso pudo componer esta obra maravillosa: decidió hablar, y con la voz clarita, no como cuando tenía 5 años que no le salía y que la abuela le hizo ponerse un pájaro boca adentro, para que la llamara (la voz) con su canto. En la escena están las dos en esa orilla de la cama y celebran algo así como estar ahí, o estar vivas, o estar, con una emoción muy difícil de relatar e imposible de retratar en un arte que no sea el cine. Solo hay una risa de satisfacción por el brillo de esos ojos, y unos nervios como de quererse tanto, una euforia de respirar profundo junto al abismo de la muerte. A Emilce desde niña ya le tocó la abuela amorosa, la nona, y ya grande estuvo alerta para atestiguar a esa anciana libre y renacida tras la viudez, por su fuerza, y habiendo sobrevivido a un hombre brutal y su tortura de matrimonio. No le tocó la ogra que cuentan sus hijas y que la misma abuela reconoce. 
No por ella sino por la mano inclemente del hombre, el niño, nieto, que uno es viendo la película, pronto está padeciendo: si me preguntaran por el género de la película diría: documental de horror colombiano. O de terror colombiano. Paso de ser el nieto agradecido a un niño aterrado. Quería salirme de la sala: me daba pavor la palabra que viniera a continuación… Porque no se ve una gota de sangre, ni de las gallinas sacrificadas, y prácticamente no se ven lágrimas, pero algo en la forma en que hablan, se cuestionan y perdonan (allá en el campo, en el más sencillo de los contextos), hace padecer al relato como si cada palabra fuera un puñal lanzado a uno como le pasó al abuelo. Pero acá certero, cada frase, cada silencio, cada recuerdo es como a uno lo cogieran a cuchillo: ese momento donde se pide el perdón y al tiempo se filma, y que resulta misterioso e incómodo, pero verdadero y autorizado por el camino por el que nos han llevado.
Una cosa es hablar de la violencia del campo, de escaparse por miedo de la casa al miedo ciego del monte indomable y oscuro. Una cosa es hablar de incesto, de violación, de abuso, y otra bien distinta hablarlo con quienes lo padecieron, de frente, con el derecho que se va ganando la directora de ir más hondo, de preguntar más profundo. De hurgar sin crueldad, sino por salud, porque hay que llegar a esos tumores de esos úteros y no fracasar en el intento de sacarlos: de tener una vida libre por no repetir las de esas otras, de tener una vida libre por pedir perdón y perdonarse cada una a sí misma. Empezando por la abuela que ya perdonó a sus padres, agresores, captores, abandonadores, y ahora entiende que es la hora de que la perdonen sus hijas e hijos y de pedir perdón sin misterio: esos ojos brillantes prestos a apagarse ya lo entendieron todo. Y no necesita ni palabras para explicarlo. 
Muchos seguimos creyendo en la sala de cine porque hay una magia que sana en esta cuando uno se ríe en coro, cuando se llora en coro (también con un coro de sillas vacías y eco, pero este no era el caso). Hay una cadencia en las respiraciones frente a ese espejo inmenso que es la pantalla del cine donde uno se ve y ve a sus vivas y sus muertas. Hay algo en esa experiencia colectiva al rededor del fuego del cine que hace sagrada la vivencia de haber visto, oído y sentido, y de la palabra repartida entre las manos levantadas, al final, un encuentro. Una confesión de afectos: el cine maloca. La posibilidad de repartir el dolor entre tantos y que, ya solo por ese hecho, el dolor pese menos. 
Gracias a la voz de Emilce y de sus amadas. Una voz que es también parte de un coro, de películas y autoras colombianas escarbando en su historia y sus dolores en todas las regiones: la abuela de Daniela López, de Medellín, en su película Amando a Marta, narrando juntas y con un archivo escalofriante el miedo indescriptible de la vida de la abuela junto a un maltratador ultraviolento; o la directora afrodescendiente Ángela Carabalí siguiendo con su hermana los rastros de su padre víctima, de desaparición forzada desde hace 30 años, en una película de título por definir pero conocida en su exitosa y compleja ruta de desarrollo como No los dejaron volver… por solo dar dos ejemplos recientes de una lista ya muy grande.
Nosotras solo estará unos días en cartelera. Ninguna sorpresa. Pienso, no me lo dijo ella, que aún hay hombres decidiendo que no se muestra cine colombiano en sus empresas de cine y de crispetas, y que si nos dan el “inmenso honor” de pasar por sus salas es en horarios y condiciones humillantes. Ya podemos saltárnoslos. No van venir a seguir eligiendo qué nos van a hacer el favor de mostrar o qué debemos ver y a qué directoras silenciar o ignorar. Hay voces demasiado nítidas en esta película, incluidas las de las colaboradoras: la hermana de Emilce por ejemplo con su presencia increíble y silenciosa que hace aún más valiosas sus palabras en la dolorosa escena de despedida al hermano, entre humo de incienso y cascadas de llanto; como las voces de las músicas, las maravillosas hermanas Añez, Las Añez, que nos dan aire ante el “sofoco de la tradición”. Aire boca a boca con su canto de dos pájaras. 
A cuántos oídos de hombres deberían llegar estas voces de mujeres. Esta fuerza de estas voces que nos parte y nos obliga a ver nuestra construcción y el abuso de milenios a un género sometido por la fuerza bruta pero que a su vez tiene la Fuerza de haber parido y cuidado la vida de hasta el último de sus abusadores.
Rubén Mendoza.
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desnervadero · 2 years ago
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UN APELLIDO ABANDONADO EN LA FRONTERA (Bisabuela Oriental)
Rubén Mendoza para El Espectador, 17 de enero de 2024
De migrancia, promesas, desplazamiento y muerte.
Más abajo transcrita para quienes no tienen suscripción.
UN APELLIDO ABANDONADO EN LA FRONTERA (Bisabuela Oriental) De migrancia, promesas, desplazamiento y muerte. 
Siempre oí que nuestro apellido no era “Mendoza”. Se lo había cambiado nuestro bisabuelo libanés, Moshem, para poder ingresar a este país tan solemne con los inmigrantes blanquecinos y tan duro con los coloreaítos. Que nadie sabía pronunciar o escribir el apellido del bisabuelo, que lo habían tumbado con unas letras de cambio, que así le hicieron un cheque chimbo. Pero la historia era mucho más triste. Era de un corazón migrante que no llegó a atravesar el mar para juntarse con los míos, sino que llegó a la muerte por el atajo de la decepción y la tristeza. 
Aunque la historia en general la conocían entre adultos no llegaba a nuestra generación. Y aunque había sido contada en un par de textos públicos -entre esos un “diccionario” de los orígenes de la comunidad Eudista, en el que a un tío sacerdote lo referenciaban con un resumen de lo que voy a contar-, no sé si un halo de vergüenza la tapaba, porque la tristeza así de radical atraviesa las generaciones con la culpa… o no sé si esa dura historia de orfandad es el origen de la angustia que nos ha llevado a tener una especie de árbol cancerígeno, entre tantos enfermos de la familia, en vez de genealógico. Toco madera. Una tristeza encondada, metastásica, transecular y trasatlántica. La verdadera historia a mí me llegó tarde. Apenas hace un par de años, y en cuanto supe y reconocí el dolor de la bisabuela, sentí como si una pieza encajara en mi corazón. Reconocer su dolor de ballena encallada nos ha hecho cercanos como nunca lo fuimos, pese a no haber estado al tiempo en el planeta y estar en dos reinos distintos: el de la vida y el de la muerte. Sin embargo un octavo de mi corazón, mal hechas las cuentas, le pertenece, y allí ella palpita, se regocija, y vive en mí: me sana, eso siento. Bisbuela oriental, tan distinta a la de Raúl. Abuela mariposa desquiciada en mis corazonadas, antes de nombrarte cuento a quien lea y a vos, acá en mí, que te amo infinitamente. Y que honro y agradezco la valentía de tu dolor, que me tiene hoy acá, valiente y en gozo y adolorido, atravesando el océano de la vida y del amor y del desamor. 
Era la caída del imperio Otomano la que tenía esa tierra ardiendo en esa ocasión. Los hombres que querían una vida, pero sobre todo vivirla, partían de la persecución, por razones religiosas, y por los afanes obvios que implanta la guerra a la orilla de la muerte. 
Cuento lo que sé como lo sé.
Se pactó que se quedaba mi bisabuela Yesmín con los niños -sus criaturas y algunas del clan: primitas y primitos con la niñez aturdida-, bajo sus alas. Uno de ellos, mi amado abuelo: Tanius. Miembros de la familia partirían en dos embarcaciones buscando asentarse como una semilla que lleva el viento, y en cuanto tuvieran donde posar el cansancio y llorar hondo, sin pena, porque habían nadado hasta la otra orilla, mandarían por los suyos. Así partió mi bisabuelo, Moshem, el papá de Tanius, esposo de Yesmín, quien pronto dejaría de llamarse y apellidarse como hasta entonces: su nombre se adaptaría o traduciría: Moisés. Los dos barcos tenían como destino Florida, en Estados Unidos, a donde llegarían unas semanas después, en ese mismo 1911, o por ah��. Sin embargo, el barco donde iba Moshem hacia su nuevo nombre, debía hacer una parada de un par de días en Barranquilla, en Puerto Colombia: nada más ver tierra sin sangre pensó que arrancaría andar, y se bajó del barco así, solo, porque solo se puede ser un andariego, y eso explica que casi nunca esa palabra se use en plural. 
Dejó un amigo en el puerto, de nombre José, y empezó a andar Colombia por sus venas vigorosas de ese entonces. No sé bien el recorrido que seguro se sirvió del Magdalena, que llega al Sogamoso y este al Chicamocha, y así hasta encontrar Málaga, Santander, donde se asentó casi un año después. Durante ese año solo había mandado unas 3 veces “correspondencia”. No se hacían cartas porque todas las cartas se violaban en el país en guerra, pues a todas se les suponen riquezas y secretos, así que se escribían las noticias y las intenciones en pañuelos. Y los pañuelos eran llevados cada tanto por “baisanos” que era, ante la ausencia del fonema “p” en su lengua, como les decían a los “paisanos” los turcos, que solo tenían de turco el pasaporte y el gentilicio que les habían cambiado al llegar acá. Cada baisano viajaba con el pañuelo como quien llevara simples mocos en el bolsillo, pero llevaba claves para cambiar vidas, noticias para reencarrilar un destino, augurios maravillosos y confirmaciones tenebrosas de ausencias definitivas: un pleonasmo pues muchas ya lo eran allá, al zarpar, del otro lado. 
Mi bisabuelo concentró los primeros pañuelos en dejar explicado el alfabeto y su traducción, para que si lograban reencontrarse en estas tierras, como todos soñaban, ellos supieran los caracteres latinos y pudieran borrar su nombre escribiendo el nuevo, en el control migratorio, y pasar como colombianos que volvían. Era el pañuelo la clave de una partitura más grande. Así llegaban al otro lado unas cartas sin palabras pero con letras que les ayudarían a escribir una nueva vida, en otra parte, lejos del horror. La bisabuela andaba ansiosa y con su salud agarrada de los pocos hilos de los pañuelos, sintiendo que el infierno se prolongaba indefinidamente, y que las condiciones del conflicto los obligaban cada vez a peor alimento y en menor cantidad. 
En el año 1993, siendo yo aún un niño, grabé una entrevista, con una cámara prestada por el tío sacerdote, a la tía María (que se llamaba Mariem al otro lado del charco), quien tenía casi 90 años. La grabé haciendo kibbes, contando lo que recordaba de la guerra, sucumbiendo a mi inexplicable terquedad con una pregunta que yo descolgué no sé de donde, sobre unas cáscaras de naranja que tenían que comerse pues no había más. Ella no reconocía el episodio. Pero contaba historias de su tierra y los baisanos… Ella llegó con unos 7 años a Colombia, y no había perdido gota del acento pero sí todo pigmento de su pelo: blanco atabacado. Yo no sabía nada de lo que estoy contando, así que me dediqué a insistir en lo que había oído, y a registrar y saborear su delicia de presencia, que siempre gocé… Recordaba la guerra, la invasión de langostas, la niñez empolvada y desértica: era fácil ver su dolor por lo tanto fácil ver su fuerza. Fue una de las primas de abuelo Tanius que quedó bajo las alas heridas de mi bisabuela Yesmín, mientras venían a este lado del océano. 
Viajaron los primeros pañuelos con las instrucciones de cómo escribir sus nombres al llegar: ya no habría Tanius, ni Mariem, habría Antonio y María… y Felipe, y otros… Pero la posibilidad de irse del Líbano se enredaba y para la bisabuela Yesmín se esfumaba. Ya en Málaga sin embargo, haciendo equilibrio en un solo pie, pero equilibrio al fin y al cabo, Moisés antes Moshem, envió la carta definitiva explicando cómo sería el movimiento para que todas y todos pudieran salir hacia buen puerto, a Colombia, y toda la logística, contactos y fechas respectivas. En cuanto encontró baisano con bolsillo y retorno, la envió. La “carta” iba para una aldea cercana a Beirut, donde vivía la familia, llamada Bteghrine. A Bteghrine le busqué la etimología básica: Lugar de Guerreros, dice lo primero, Lugar de Rocas, dice lo segundo. Y la tercera es la vencida, era la vencida: Casa de la más triste… A ese pueblo debería llegar con las instrucciones el pañuelo que, ojalá, después se batiría para despedirse de la patria. 
El mensajero llegó al Líbano, no sé a qué ciudad ni qué tan lejos de Bteghrine quedaba, con la razón que ya llevaba un año cocinándose, y lágrimas como no cabrían en ese pañuelito. Dobló y guardó su ropa de occidental en el armario, con el pañuelo adentro, y se puso su ropa árabe. Después de llegar al Líbano pasaron, según me contaron, un par de meses antes de que se decidiera a llevarlo, o se acordara de que tenía en el bolsillo del vestido guardado el destino de muchos para los que el mundo era un pañuelo. 
Cuando el  baisano llegó a la casa de la más triste, mi amada bisabuela Yesmín, se enteró de que ella había muerto hacía dos o tres semanas: de “pena moral”, creyéndose abandonada, apuñalada por promesas rotas, y, con el dolor del abandono, reventando sus hilos de la salud, y de la cordura… no sé… no lo sé… estaba muerta.
Dicen que cuando Moisés se enteró en Colombia, sin ser si quiera esporádico tomador de trago se mandó de un envión una botella de ron… En el vacío de la botella lanzó su mensaje al infinito con su sonrisa encerrada para siempre. Se volvió hosco, y distante. Eso entiendo. Eso cuentan. Y sacó fuerzas de donde pudo para empezar a alistar la misión con la algo así como decena de niñas y niños que vendrían. Entre esos sus 5 retoños enfermos de orfandad y de la guerra. Con un frío en el alma que jamás se iría, y que condenaría por ejemplo, siento yo, a mi abuelo Antonio, a morir de cáncer de pulmón, 50 y tantos años después en las montañas de Boavita, Boyacá. 
Los niños viajaron. Y me gusta en las cumbres de los hongos y de las raíces, imaginar su mínima presencia épica. Dejando a la madre, a la madre patria, a la lengua, a las imágenes que supongo de la madre agónica procurando sonreír, mientras entraba a la siesta larga, a la salud total, como me gusta llamar a la muerte, que es la ausencia de todo dolor. 
El apellido duraría otros cientos de kilómetros flotando en el mar, pero se desvanecería en la orilla, en la playa, en Puerto Colombia. Moisés antes Moshem, buscó a su amigo José Mendoza para que operara de doctor y le salvara a los niños llegados en el barco extirpándoles el apellido y donándoles el suyo, y diciendo que eran su familia. Así, como quien se quita una muela, todos pasaron de apellidarse Tabcharani (es una de sus variaciones ortográficas), a apellidarse Mendoza. Tanius Tabcharani es mi abuelo Antonio Mendoza. Y así su prima, sus hermanos, así quienes llegaron… Todos pudieron firmar gracias a los pañuelos, a la fuerza de Moshem, a la generosidad de José, a la tristeza de Yesmín. 
El abuelo Antonio entró con unos 13 años a Colombia y se destetó de Málaga cuando tuvo edad para poner su propio almacén, en Boavita. Droguería, ferretería, colchonería, mercería. Medía más de dos metros y parecía un exabrupto en las fotos del pueblo. Un monte en un valle. Mendoza, que además quiere decir “la sombra de la montaña”. Lo quiso todo el pueblo. Fue casi mitológica su bondad como su estatura, donó los relojes de la iglesia y participó en las cadenas para traer piedra desde la quebrada, La Ocalaya, hasta las torres que los sostendrían. No respondía cuando los baisanos le hablaban en su lengua, decía que era falta de respeto con los vecinos. Los 13 de junio organizaba un banquete para los necesitados en su casa. Aunque el banquete era a diario porque se casó una primera vez y tuvo 13 hijos; solo un par no sobrevivieron al trauma del nacimiento. Al primero lo llamó José Mendoza, en agradecimiento a quien le dio la entrada a su amada Colombia, donde pudo quemar las naves. Enviudó. De nuevo el frío aire de la muerte a sus pulmones. Luego conoció a mi abuela, Emperatriz, con quien tuvo otros 13. De esas dos uniones quedaron 24 hermanos vivos para amarse profundamente, y reunirse, aún ahora, cada 2 años, los que van quedando y sus proles. Los libros en árabe los deshojó para envolver puntillas. No dejó que ningún hijo aprendiera su vieja lengua ni viajara a averiguar nada. Él había nacido en Puerto Colombia con su nuevo apellido, y en el amor de cada hijo que lo distanciaba de esa orfandad de plomo, piedra y polvo. Pero ya ha amanecido y esa es otra historia que si me permiten contaré cuando caiga alguna otra noche. 
Por el momento pensar en que la bisabuela sobrevivió a la guerra lo que pudo, pero no al desamor. Murió de amor, que es mucho lujo en la guerra. Supongo que nada épico para mi abuelo y las otras crías. Mi amor para esa que murió de amor porque yo de amor he matado tantas veces como me he matado de amor, porque esa muerte se devuelve. Como hoy, que muero dulcemente de amor por volver a ver el amor, el amo de amos, a las manos, a la cara, a los ojos. Como hoy matando al que he sido, matando mi apellido, diluyéndolo en el mar para volver al mío. 
Bisabuela bendita, somos colegas del alma y del espíritu. No llegaste acá donde se muere tanto de amor  como de maña, de bala y de pena. Pero sobrevives como una hormiga reina, en decenas de Mendozas que en realidad somos tus Tabcharani. Mi amor en una botella hasta el infinito, donde te encuentre. 
Rubén Mendoza
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desnervadero · 2 years ago
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UN MANOJO DE HERIDAS
Rubén Mendoza para El Espectador, 2 de agosto de 2023
Acerca del editor Juan David Correa y su reciente salida de la editorial Planeta
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UN MANOJO DE HERIDAS
Acerca del editor Juan David Correa y su reciente salida de la editorial Planeta*.
*Al momento de escribir, corregir y programar la publicación de este texto no se conocía sobre el nombramiento de Juan David Correa cómo Ministro de Cultura.
Los temas tienen una dimensión más bella, me parece, después del oleaje de euforia. Ya pasó el tsunami de acciones y reacciones a la censura al libro de los Char ejecutada por su propia editorial.
Cuando a uno lo hacen paria, por no ser séquito de unas vacas sagradas de turno, o por meterse con gente del poder, sin su permiso, o con unos de no tan poder atornillados a salarios y a sillas que les han tirado los patrones, dispuestos además a sacrificar una hermana o un hermano antes que defenderle su derecho a expresarse, uno tiene que inventarse el camino, y las fiestas.
La sequía de ternura anda arrasando al mundo. La de los corazones que son jardines y son alimento. La del poder utilizado para facilitar, para hacer, antes que para exhibir, para limitar; antes de jugar el cruel juego de occidente con la crítica: destruir, insultar, pontificar como hienas, haciendo chistes con la sangre del caído. Ese concurso de sordidez y de cinismo que tanto parece ser el mundo de las artes para congraciarse con los grandes circuitos de exhibición y las castas. 
Por eso cuando la artista Lina González, con quien hace un par de semanas lanzábamos un libro sobre Luis Ospina (Un cine de papel, con editorial Planeta), me contó por un mensaje de texto que Juan David Correa, Director Literario de Planeta en Colombia y Ecuador, había renunciado por el caso del libro de los Char, no sentí feo. Una vez más un cablecito en un estreno de don Luis se chamuscaba. Pero en lugar de parecerme una mala noticia, aún para el libro, me encendí de alegría. 
Juan David fue serio y generoso conmigo y con mis películas mientras estuvo al frente de Arcadia, sin que tuviéramos una relación por fuera de estas coyunturas cada mucho, y ha sido, recientemente, la primera persona que, teniendo la posibilidad de hacerlo real, me ha propuso hacer algo con mi escritura. Me expresó, por haber leído las columnas y otros textos, que creía que yo debería hacer obra con las letras, así como con las fotos: empezar a publicarlas (como si supiera cuánto lo he hecho a hurtadillas desde la adolescencia a cuatro manos con eterno amigo Insomnio). Aceptó que lo primero que moviéramos fuera un cuento, aparentemente infantil, sobre un árbol que quería ir llegar al mar.,
Yo no entendía bien su figura, la de Juan David, tampoco la de un editor por mi ignorancia, ni que en uno de mis fugaces pasos por Bogotá me diera un par de horas en plena Feria del Libro literalmente haciendo los primeros puentes para el cuento, y luego caminando más de una hora para dejarme ubicado sobre hacia dónde ir en la ciudad, y hacia dónde coger, con los textos. 
Ofreció empezar a leer avances míos cada 15 días, pero aceptó antes metérsele al cuento, aunque no declarara la literatura infantil como uno de sus fuertes (pese a que, por  tener ojos de camaleón y ser poeta, como también lo es, puede un poco metérsele a lo que quiera), y me sugirió una edición delicada y hermosa que él mismo construyó. Y yo empezaba a entender ese oficio del editor, de un humano que considera el conocimiento una huerta y donde por más que las cosas no sean de su línea o de lo que espera, sabe que cada planta merece un lugar en el planeta. 
Lo impresionante es que eso que hacía conmigo, lo hizo en este lustro con más de 500 títulos de muchas manos. Y según supe por boca de varias y varios, y corroboré en la columna donde Laura Ardila denunciaba la censura tras años de trabajo con Planeta, que era así de entregado y empático y cuidadoso con cada título que se metía a impulsar y con sus implicados: sabía que un manuscrito es un racimo de heridas de otro. Y con esa delicadeza operaba. Contraria a la lógica de estos países de nudos ciegos y tuertos reyes, donde se estudian grandes doctorados para poder corregir las tildes de corazones sabios que no saben de gramática. Contrario a aprovecharse de la fila de aspirantes, Juan David a cada quien le pedía prestado su proyecto para ponérselo en la mente y en el corazón y en el espíritu como suyo.  Recibiéndolo aceptándose como parte de la materia creadora, de los materiales de creación. 
En mi caso, me conmovió especialmente cuando me dijo que si el cuento lograba abrir rápido puertas para existir en una editorial que a él le parecía la soñada (como está pasando), pero ponían en duda que la primera edición se hiciera con las ilustraciones de mi hija, él mismo lo haría entonces bajo su sello como yo quería, porque sabía que la palabra empeñada con ella no tenía contrato posible que la tumbara (además para ella creé el cuento cuando era una bebé y se lo contaba por entregas noche a noche. Luego sería ella entre los 6 y 7 años quien haría las ilustraciones). Mi hija, socia en el cuento y en una película que estamos rodando desde enero de 2021 sin más riquezas que su niñez y un brujo maravilloso de la cuenca de Pance. Se parecían ese viejo, y las 5 colaboradoras de la película, y mi hija, y Juan David en algo que yo no olvidaré jamás: ofrecer acompañar y hacer algo con uno, no cuando uno está al alza sino cuando uno es un paria, y han disfrutado de matarlo en su oficio, de desaparecerlo con risa cínica y gozo del panorama de la creación: o cuando una gente cree que puede hacer eso.  
Yo me había agarrado con el gobierno y con la gente que va a toros y cocteles oficiales, y también con instituciones, y sin saberlo con un centenar de productores, y me habían intentado incendiar la carrera y el ánimo 3 gatos a los que muchos ratones temen y veneran. Y no me quedó sino la fuerza de mi alma, de mi adentro, y el salvavidas de la niñez, en este caso la de mi hija. Ahí, Juan David, que sabía de sobra de mi “devaluación” me abrazó con su propósito, su palabra y su acción. Su compromiso con mi palabra hacia que la primera edición de ese cuento se hiciera con las obras de mi hija era solo, aunque parezca imposible, un eco de un sonido del futuro: el de la sólida y tranquila voz de su renuncia.
Entonces cuando supe de esa renuncia, justo el día antes de lanzar en su compañía el libro de don Luis y de tener planeada una gira de librerías para empapar del libro a los libreros, yo salté de alegría. Sabía que no podría venir otra respuesta de él. Juan David que conoce y ha cantado a las filas de los desolados, que sabe de las pintoras burladas por los críticos de su tiempo, de los poetas rechazados por las revistas de alcurnia o de los que no sacaron sus poemas del cajón: que sabe que el hambre también es alimento, pero que opera con la dignidad que hace al arte grande. La grandeza con la que se había enfrentado a soñadores diminutos de las letras, como yo, o a gigantes reeditados, o a medianos reencauchados, o sorprendentes aparecidas, y a todas publicarlas o tender puentes para que sus libros fueran materia. Inmediatamente celebré como cuando uno era un niño descubierto en una pilatuna, o “crimen”, y se acordaba que otro niñito era cómplice, y que de inmediato pareciera que el castigo y la culpa y hasta la risa se repartirían y pesarían menos.
Mientras yo iba llegando al otro día de su renuncia a Planeta le dije en broma, en un mensaje, que llevaba puesta una camiseta con su cara (ya nos había advertido que él ya no estaría en la editorial), y celebró con risa mi tontería, y como respondió de inmediato aproveché para felicitarlo por su hermosa carta de renuncia. En la misiva agradeció que la inmensidad de obra que pudo hacer y gestar se debía a la editorial, y reconocía que no tenía otra salida con el evento de la censura si quería seguir contando con el amor y la confianza de quienes escriben, y lo buscan, y consultan. Le dije que me pareció bella la carta por eso y por no ponerse a jugar el fácil rol del irreverente en la salida. Era una carta maestra, noble, alimentada de amor y de ternura: de lo que hace a la creación creación y al mundo mundo, y a los versos Koguis caricias y lanzas de siglos, desde allá, desde la Sierra. Me contó que lamentablemente la habían tomado como una afrenta. Yo ya he probado la delicadeza de los poderosos de este país, una pura mantequilla rancia, de una calaña que es la misma que les impide pensar en un modelo más incluyente, agarrados a su vez a sus mantos y facilidades que les hacen pensar al grueso de prójimos como un “resto”.
Como tenía mi teléfono en la mano en las escaleritas de la entrada, me dio por payasearle a Lina, que estaba unos escalones más arriba, y aprovechando que tres mujeres salían al frío pero luminoso día Bogotano bajando por las mismas escaleras, tomé el teléfono como una grabadora y les dije “Buenos días… unas palabras… son ustedes las editoras que han renunciado por el caso de censura…”. Las tres me echaron una mirada desobligante, esa que en caleño traduce “esas bobadas…”, y se fueron. Lina solo me miró entre la risa y el hartazgo. Ahí nos hicieron pasar, y a los pocos minutos volvieron aquellas mujeres que para nuestra sorpresa eran con quienes debíamos reunirnos. Pasé la pena nombrándola y contando mi cariño por Juan David, a quien se debía la publicación que ese día nos llevaba a Planeta, y cómo lamentaba que se fuera y las razones porque lo hacía. 
Como empecé a sentir tan claramente que usar esta columna para andar dando una opinión era una cursilería (primero hay que arreglar la casa propia, alma adentro), que no quería jugar a eso, ni en letra ni en video, pensé volver a escribir aquí para celebrar a alguien que ha hecho tanto por las letras y por quienes juegan y padecen con ellas: como un primer ejercicio de ceder la “verdad” propia y este espacio, para la verdad de otras, para la versión personal de otras, como espero hacerlo con los dulces corazones que se me atraviesan y que de lejos han superado una vida amarga, o al menos baten sus brazos navegando en ella. Escribir esta vez fue un impulso inevitable después de sentirme honrado con la amistad de ese editor que renunció teniéndolo todo en su cargo, habiendo allanado un camino más tranquilo para él y su familia, algo tan difícil de lograr en el arte y en su oficio. Allá lo tenía todo, sí, menos un precio para sus principios, y con los de él, los de tantos y tantas que en su renuncia ven la luz de la palabra al final del túnel oscuro de estos tiempos. Rubén Mendoza
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desnervadero · 2 years ago
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VIENTO IDIOTA (sobre el Nobel para Dylan)
Rubén Mendoza para El Espectador, 16 de octubre de 2016
A propósito del Nobel para Bob Dylan, mi profesor de inglés.
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Viento idiota (sobre el Nobel para Dylan)
A propósito del Nobel para Bob Dylan, mi profesor de inglés.
Los plinios y conservauristas siempre son los mismos: primero matan a sus padres cuando juegan a la rebeldía y a la revolución en sus adolescencias, luego la vida les compra el silencio, los amilana y quieren matar a sus hijos y a sus nietos. 
El mundo de la literatura debería celebrar a ojo cerrado y corazón abierto el Nobel a Bob Dylan. Él, desde siempre, la ha enaltecido, necesitado, honrado, transformado: se ha enrazado con ella. Ha hecho parte fundamental de su formación y de sus propias letras. Pero veo a los poetas que viven “mendigando un gerundio” en la capital, como diría el gran X-504, escandalizados. Seguramente porque este año sí era de ellos,  porque Bob les quitó su Nobel. Noveleros. Mentecatos: reniegan en realidad por no tenerlo, responden indignados las llamadas de los medios que buscan especialistas; reniegan porque su oficio no viene de la sed natural de crear sino del afán de gloria.
Dylan, en cambio, aún no contesta ni la llamada de la Academia sueca. Para qué. Ya hizo lo suyo, desde hace mucho. Lo sigue haciendo: no contesta al teléfono: el poder de la poesía se cuece en la intimidad, en el misterio. La misma noche del día en que se anunció el Nobel dio el concierto que tenía programado en su gira, en Las Vegas, sin hacer la más mínima referencia al Hecho, al premio. En cambio a los indignados escritores con el premio de Dylan, me los imagino ensayando para la mañana en que ellos ganen el Nobel: fantasean con la llamada de Julio Sánchez Krusty y Albertico preguntándoles después de decirles Maestro “dónde estaba y cómo recibió la noticia del Nobel”. Bob Dylan no está para contestar o repetir esas bobadas: para contar que su esposa le traía el café esa madrugada, a las 4 y 32, mientras el fijo de la casa no paraba de repicar para felicitarlo y él la miraba sintiendo que el Nobel en realidad no era suyo, sino de ella, de su café, porque detrás de cada taza de café hay una gran mujer y de cada gran mujer el nombre de otro hombre para colgar en el espejismo de la Historia… 
Cierren el pico. Las letras de Bob Dylan son, técnicamente, literatura (letras armando palabras, palabras armando ideas, ideas armando obras, súmele “transformadoras”, poesía) y están llenas de referencias a la Literatura, llenas de celebración de la literatura. La misma que hoy trata de señalarlo y hundirlo porque todo lo establecido le teme al cambio. Todo viejo teme a que su butaca la corra el vigor de un arte como el Dylan que no envejece, siempre joven, hecho de cachetadas y caricias que no menguan la fuerza. El “huerfanito” que dijo Vallejo se ha vuelto especialista en especular: anula el teatro sin verlo, condena libros sin leerlos, y dice, atrevidamente qué es y qué no es arte, o qué es y qué no es poesía. Él y todos los burócratas del arte, la casta del arte: pierdan su tiempo mientras los creadores crean. Deberían agradecer la manera en que Dylan ha enaltecido el oficio de la literatura, no solo ejerciéndolo, sino alimentándose de él. Mientras ustedes le clavan la puñalada, en un cuerpo que no le pertenece, que no le duele, él no ha hecho más que agradecer, que pararse en los hombros de otros para tejer. Él les celebra el oficio, ellos tratan de reducirlo, de menospreciarlo. Él no se entera. No contesta al teléfono. 
Bob Dylan se encerró con la poesía antes de escribir cualquier poema. Al principio ni siquiera cantaba letras suyas. Su primera canción escrita, según él declara, fue a otro Nobel que no lo obtuvo, como tantos: hubiera podido ser de Paz, de Química, de Literatura: su maestro de cómo pararse en el escenario de la vida, Woody Guthrie. “Se ve como un moribundo pero escasamente ha nacido”, le dijo después de verlo en el manicomio, en la canción. Dylan entonces ya había devorado, masticado, digerido, regurgitado y trasformado en nuevos versos a Villon, a Baudelaire, a Whitman; había encausado el río de locura de Hölderlin en los canales de sus axones, de sus neuronas, había sido atravesado por Rimbaud, por solo nombrar algunos; su relación con la literatura no termina en la manida “leía todo lo que caía en mis manos” que cada escritor dice después de cierta edad al suspirar por su juventud. No paraba. Fue cercano a muerte y aliento a la generación Beatkin, a Kerouak, Burroughs; fueron celebrados su prosa y sus versos a muerte y aliento por Ginsberg. No en vano en muchas de las universidades más importantes de Estados Unidos, Bob Dylan, desde mediados de los setenta, hace parte del plan de estudios de Literatura. Las referencias literarias en su obra (sus más de 1500 poemas y algunos libros), son incontables. Obras y autores desfilan en la maravillosa y tibia fila de la desolación de sus letras: Shakespeare, Scott Fitzgerald, Melville, Carroll, Poe, Blake, T.S. Eliot, Conrad, Dante, Chéjov… su propio nombre aunque nunca lo confirmó parte de Dylan Thomas.
Él no ofende la literatura, ni la mata, ni la deshonra: esa mendigadera de gloria, en cambio, es lo que hace ruin al arte. Por qué tanta importancia para un premio, y por qué esa sensación de que se lo “raparon” a todos los escritores del mundo porque “no lo tiene un escritor”. Cuánto poder se le otorga a un premio, que ha sido tantas veces vil, para sacar lo más vil de algunos “artistas” y escritores. “El premio a Bob Dylan es la muerte de la literatura”, leí en titulares y artículos: como si la literatura o la poesía existieran porque existen unos premios. La literatura es tan inmortal como el lenguaje, mientras lo sea, mientras vienen el océano o los meteoritos a impartir justicia y pasar todo a las estanterías de la nada. Los que dicen eso es porque seguramente la literatura está muerta en ellos, pudriéndose en la envidia: cómo darle la potestad de la existencia de una forma de expresión a un premio cuando se sabe que seguramente el arte más grande, la literatura más grande de la humanidad y de los tiempos, tal vez nunca fue publicada, no salió de los cuadernos de sus autores. O pensar por ejemplo en Salinger que se despojó de la contaminación de la Gloria para su obra, al tomar el camino de escribir liberado de la idea de publicar:  decidió que se haga después de su muerte y así dejó en caja fuerte sus manuscritos listos para ser publicados: ahora que muerto y sin un cuerpo no puede recoger nada: ni bilis, ni premios. 
Esto hacen siempre los godos, de plaza o de armario: escandalizarse con el cambio, decir que todo tiempo pasado fue mejor. Mentira. Así es siempre que llega el cambio. Los tiempos están cambiando, siguen cambiando, viven cambiando. La poesía vive en todo. Y el premio Nobel, en todo caso, es un Algo menor que cualquier obra de cualquier escritor no publicado: una jaula del Establecimiento para pájaros de versos y de prosa salvaje. Por eso a los que sufren con el Nobel de Dylan, y con no tenerlo, no hay que creerles: son palabras palabras bobas, “Viento idiota, saliendo cada vez que mueven la boca… Son idiotas, es una maravilla que aún sepan cómo respirar”.
Rubén Mendoza
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desnervadero · 2 years ago
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MINGA SOMOS
Rubén Mendoza para El Espectador, 4 de junio de 2021
Texto para celebrar y herirse con el Paro Nacional.  Más abajo transcrita para quienes no tienen suscripción.
MINGA SOMOS
Si esto lo leyera el presidente o el jefe del presidente, les diría: imaginen que en el afán de resultados de un régimen le entregaran a uno de sus hijos disfrazado, con las botas al revés, engañado y asesinado. O qué tal tener que ver a una de sus hijas arrastrada por 4 policías, y que al otro día tras denunciar el abuso tomara la decisión de suicidarse.
Mientras escribo esta noche y se desgarran las ideas de la cabeza a la mano, ha empezado un aguacero tremendo. Y los helicópteros de policía y ejército, banda sonora del cielo caleño desde el 28 de Abril, no cesan de invitar al insomnio y avivan con sus hélices la hoguera de la indignación que llevamos dentro. Tanto el dolor como la euforia me han atajado las manos cada semana que he empezado un texto sobre esta época. Quiero decir primero: gracias. Jamás pensé  ver a este país despertando (pues lo han dormido a bala o le ha tocado hacerse el dormido de puro terror), ni ver a tantos jóvenes juntando la fuerza hecha también del miedo de generaciones que los anteceden, del dolor y la dignidad de los predecesores, de los sueños los ancestros ignorados, abusados, burlados o exterminados: agotados en la trampa de quienes han tenido el poder.
Todos somos el eco de otros. De algunos que están en esta Tierra y otros que ya no. Algunos son el eco de los que convencieron de que la vida era ser la hormiga de otros, que la esclavitud legalizada con un salario infame era una Vida, que poner el pecho y dar la salud entera por los privilegios de otros era vivir. Somos el eco de las injusticias sobre los nuestros, somos el eco de la dignidad de los nuestros.
Muchas de las almas paradas en Primera Línea con sus cuerpos, llevan las cruces de la pobreza y la falta de oportunidades como una marca que también vieron imponer sobre los suyos. Y lo han dicho, y no son oídos por nuestros servidores que creen que somos nosotros quienes debemos servirle. Va esta juventud marchando como una matryoshka de generaciones, como el eco de sus abuelas y madres y abuelos y padres que trabajaron la vida entera para quedar con nada (ni con el derecho de llamar a los patrones por el nombre, sin un “don” o un “doctor”), que no supieron jamás lo que era la vida sin comer mierda: porque los obligaron a comerla toda la vida. Y no vieron una pensión, o una casa, o vieron cómo se las robaba el sistema. Todos los que están dando la batalla, y los que marchamos y apoyamos esta Primavera (así también sea una Primavera de Sangre, lamentablemente) estamos exigiendo todo lo que se nos arrebató por generaciones. Y todos ustedes que “suis Charlie Hebdo” o que “are George Floyd” por qué no son “Primera Línea”, por qué no “Somos Minga”. Por qué si son nuestros hermanos inmediatos los que están cantando, y pintando, y saltando, y filmando, y gritando. Lo hacen exigiendo las oportunidades y la justicia que se les ha negado, a ellos y a sus anteriores generaciones: no tuvieron ni han tenido el espacio que por derecho debería ser suyo para que su brillo estalle, para que su alma florezca. 
Las generaciones al envejecer, vencidas, ponen nombres, a veces despectivos, a las que llegan. A esta la llamaron “De Cristal”: y tal vez lo es: por la claridad con que están viendo, porque nos desenmascararon, porque están viendo lo que nosotros no quisimos: porque están haciendo lo que no nos atrevimos. Y por eso no pudieron empendejearlos como a sus abuelos y padres. La gente que reclama y marcha ya sabe que en la Tierra hay países con un mínimo de garantías sociales donde la salud, la educación y la alimentación no son un lujo, sino la base con la que todos juegan para salir a buscar cada uno su destino. Tienen claro que Colombia no es el mejor país del mundo, como tanto resignado afirma con ingenuidad, sino uno donde su vida no ha importado por siglos, y donde ahora tampoco importa su muerte, en esta única oportunidad que tiene cada uno de nosotros de estar vivo. No les importa a quienes ostentan el poder: la gente solo es cifras. A los jóvenes mismos, en cambio, les importa tanto que están dispuestos y dispuestas a entregar la vida: también por usted que no les cree, porque si la carnicería sigue, la pobreza, la persecución, la desesperación y la muerte irán subiendo escalones, cuando vayan acabando con la base. Y ahí venimos los otros. 
Llevando al amor de mi vida en los hombros caminaba el 1 de Mayo por una Cali aún humeante por los últimos 3 días de fuego y fiesta, de sangre y muerte, de Historia y dolor. Íbamos a pata hacia la Loma de la Dignidad. Veíamos goticas de personas, luego hilos de gente bajar y subir por todos los andenes con un Sol que parecía saber la cita (como cada miércoles o día de grandes marchas convocadas desde ahí hasta ahora: el Sol ha marchado). Veíamos viejos, familias, jóvenes, maquillajes, pancartas, instrumentos más niñas y niños. Hablábamos a mi pasajera a tutún cómo nuestro amado río Pance no es capaz de mover ni una hormiga, allá, donde nace. Es rocío arriba, hilitos mínimos de agua, que se juntan, gotas que se escapan del musgo, y se juntan y se juntan: y llegan otros hilos y él mismo al Topacio, a Burbujas, al Pato, a la Quebrada de los Indios, y se juntan: y se juntan con la lluvia y entonces ahora hecho de gotas, de hilitos, de riítos, ya es un río: un río que brama en un solo caudal, y puede mover rocas del tamaño de una casa, tirarlas como dados, cambiar su propio cauce. Así íbamos, así vamos, juntándonos gota a gota. Y la premisa no viene de un dogma, no hay órdenes, es mero sentido común. El sentido de la dignidad. Una inercia de amor que no es dirigida por nadie: es de la gente enteramente y persigue a larga una sola cosa, muy fácil de sintetizar: todos podemos caber mejor en este país. Todos queremos pasar mejor el rato que estemos en La Tierra. Todos tenemos ese derecho.
Colombia que ha sido eternamente dirigida por la derecha (jamás ha probado otro tipo de gobierno aunque el de ahora, que lleva a la larga décadas en el poder, delegue su fracaso a un candidato que no ganó: subrayando así aún más su propia incapacidad de gobernar, su pésima dirección), bien por la presión de una casta, por la sevicia de “nuestros” patrones, bien por el exterminio de las fuerzas rebeldes, de las amnistiadas, incluidos inmensos candidatos presidenciales, se hartó. Camina junta y dispuesta a llevarse el muro que le toque. Y se ha tardado, porque a su vez la indignación y la voz quebrada de rabia la han apagado a tiros, la han desparecido, la han torturado, se han reído de la gente, siempre pactando sin ella, pasándose el poder entre unos pocos pares de manos, casi siempre sucias.
Colombia criada en sangre (desde su propio nombre, puesto en honor a un genocida), hoy despierta. Y con esa nueva sangre, lamentablemente, está siendo obligada a escribir su historia: pero no será en vano. Y no se escribe con la sangre muerta, ni la de los muertos: se escribe con la sangre viva, de todos nuestros muertos y nuestros heridos y desparecidos, porque la sangre derramada ya corre en el alma de todos: es la sangre hirviendo de los gritos de la madre de Santiago Murillo en la puerta del hospital, y la sangre de su hijo. Es la sangre hirviendo de Alison Salazar, joven con la fuerza de diez mil panteras que tuvieron que cazar entre cuatro hombres con armadura, y que además después explicó con su propia vida, quitándosela de puro desconsuelo tras relatar en un texto público el abuso sexual al que fue sometida, que hay luchas que no tienen reversa: que hay heridas sin cura posible y que la única manera de sacarse el dolor es sacándose la vida. Con la sangre oxigenada con baile de Lucas Villa, ese ángel hermoso e inolvidable, que ofreció con amor y humildad la mano a los verdugos del ESMAD, reconociéndolos como su gente, reconociendo el valor de sus vidas: ese ángel azul con pantalón blanco que no se cansaba de aprender ni de enseñar, y que nos dejó “recordándolo en el corazón”. Con la sangre humeante de Daniel Sánchez, a quien la policía en Siloé se llevó injustamente, y arrastrado “como un perro”, y apareció al rato incinerado en un almacén del barrio; y con la sangre indignada de su hermana y su familia, que además han tenido que soportar la ignominia de las amenazas (al igual que la familia de Lucas Villa) y ahora tuvieron que abandonar su casa.
Esta nueva historia se escribe con la sangre indignada e hirviente de todas las abusadas sexualmente, pateadas, humilladas; con la sangre de las ancianas que pasan también parte de su día acompañando a sus nietos y jóvenes en Primera Línea por amor, por convicción, por “lo que no fuimos capaces de hacer en nuestro tiempo” y también, como lo confesaba una octogenaria en el ya legandario Canal 2 de Cali: “porque acá se aguanta menos hambre que en la casa”… cuántas formas tiene Colombia de partir el corazón: infinitas. 
Esa tinta tiene también la sangre en arcoiris de los antepasados al caer las estatuas de sus exterminadores y la sangre noble de sus descendientes, de su eco, haciendo justicia sobre el cobre, sin tocar la carne de nadie; tiene la sangre viva con la que Álvaro Herrera impulsa el aire, para que suene el corno, de metal también, que quisieron arrancarle, como quisieron arrancarle la cordura y la vida. Tiene la sangre de Daniela Soto, regada en un barrio rico por civiles armados, pero que lo que hizo fue dar más fuerza a su camino y a su lucha; por la sangre digna de la Minga, que vino de colores, con frutas, con palos y canciones a repartir mercados, compasión, alegría. Tiene el sudor de los desaparecidos y de sus familias, de cuyos nervios cuelga el péndulo de la incertidumbre y la angustia. Tiene la sangre palpitante de las madres de Primera Línea, y de todos estos caídos que serán nuestros nuevos monumentos, ya lo son en nuestro imaginario y en nuestra alma: nuestras nuevas estatuas. Tiene la sangre, el sudor, la saliva y la palabra, saladas en llanto e indignación: arrastradas por las calles y las montañas de toda Colombia, arrastrada por lagrimales de ojos arrancados por la ignorancia y la brutalidad, la indiferencia y la soberbia… más la sangre de la lista infinita, de los que no están aquí nombrados: muertos, desaparecidos, torturados. Esa tinta es, en fin, la sangre de esta Primavera infinita en luces y en infamias. 
Y toda esa sangre y esa miseria y esa tristeza y esa muerte y esa enfermedad impuestas por un Gobierno, por qué: por mantener los privilegios de su casta, que no tiene idea de cómo viven los que luchan, ni noción de sus dolores. Siguen aferrados a una forma de vida que solo admite su comodidad y jamás contempla la de los desfavorecidos en esta ruleta. Una casta de atenidos que ha sometido y dominado a fuerza bruta a nosotros “sus” gobernados, quienes los hemos mantenido por siglos (hay que recordar que la reforma tributaria de 2018 instauró rebajas históricas a los más ricos, y cargas históricas a los más vulnerables económicamente, y que sin esa reforma y con control mínimo real sobre la corrupción y el despilfarro, recursos habría de sobra sin tener que ponerle impuestos hasta a la muerte de los necesitados, sin que se burlaran recuperando con todos nosotros los favores que hicieron a los banqueros). 
Cada patada, cada aturdidora, cada Venom, cada tanqueta atropellando, cada disparo, cada tortura, deberíamos sentirla en nuestra piel y como nuestra. Por qué, en este país tan católico (especialmente en las altas esferas de la casta), nadie se toma en serio eso de que todos somos hermanos: lo dijo Jesús, ese revolucionario tan conocido. Pocos aquí pueden sentir el dolor de otro. Y consideran injusta la protesta y justa la pena de muerte que imponen para muchos de los que se atreven a protestar. Qué tal les pasara al revés. Por un momento siéntense a imaginarlo. Si esto lo leyera el presidente o el jefe del presidente, les diría: imaginen que en el afán de resultados de un régimen, le entregaran a uno de sus hijos disfrazado, con las botas al revés, engañado y asesinado, para que pudiera entender el dolor de alguna de las familias de un Falso Positivo, de las Madres de las que se han burlado infamemente. O qué tal tener que ver a una de sus hijas arrastrada por 4 policías, y que al otro día tras denunciar el abuso tomara la decisión de suicidarse. O que salgan a quejarse un día que quieran expresar su malestar por lo que se les ocurra, y los reciban a tiros quienes supuestamente los deben defender. Imaginen que otro besa las manos del que mató a su hermana, o a su hermano. Imaginen por un momento que les desaparezcan a su familia porque salió a marchar con camiseta blanca. Imaginen que hacen un monumento a quien asesinó a su familia. Qué necesitan para comulgar con el dolor de los otros: de los mismos a los que arrancaron sus votos con mentiras, y que con mentiras volvieron a entenderse en las protestas que iniciaron desde el final de 2019. 
Creen que van a poder pasar por la Vida, así no más, destrozándola. “Escondiéndose en sus escritorios mientras la sangre de los jóvenes vuela de sus cuerpos y es enterrada en el barro”, como dice la canción. O se esconden detrás de 300 soldados humildes, guardaespaldas, obligados a defender a su bravucón jefe y a poner el corazón delante del de él a cualquier bala. 300 efectivos para un solo hombre: ¿valentía o cobardía?: desde ahí es muy fácil ser valiente, incitar a la degradación, a la muerte. Creen, Amos de la Guerra, que van poder pasar por la vida en blanco. Son tan egoístas que aún creen que pasarán: no les da el egoísmo ni para recordar que también tienen descendencia, y que sus hijos e hijas y nietas y nietos, a su vez, son el eco de ustedes, y cosecharán de una manera u otra este horror que ustedes han sembrado y perpetuado: ellos son la tierra y ustedes lo sembraron en ellos: es Ley. 
Y la complicidad de los grandes medios, qué: ¿creen estos también, que simplemente pasarán?. ¿Que nos fumigarán con sus mentiras y que no pasará nada?: ustedes que pertenecen a grandes conglomerados económicos deberían entender más que nadie, aún solo por este argumento vil, que si más gente está bien, mejor también estarán sus negocios. Pasarán como villanos y cómplices indiferentes, mientras los medios independientes y comunitarios se fortalecen entendiendo el dolor del momento. Mientras los medios internacionales les dan ejemplo de cómo sentir compasión por su gente. De cómo indagar por una causa, de cómo acompañar y proteger la vida. De cómo indignarse cuando es vulnerada por encima de cualquier interés particular. Por qué no llaman a los sitios con sus nuevos nombres, por qué deslegitiman esta lucha marvillosa, por qué les duele decir Puerto Resistencia o Puente de las Mil Luchas, por qué les cuesta decir la palabra Dignidad. Por qué ignoran la sangre de nuestros caídos, sus oyentes, sus televidentes, por qué no informan sobre la angustia de los desparecidos: son cientos. No es normal. No es normal la fuerza que está usando la policía. No pueden ayudar a que se vuelva un paisaje natural, como hicieron con los peajes en carreteras inmundas, con las fotomultas, con el 4x1000, con la maldición del transporte público, de los puentes caídos, los desfalcos, el hambre, los salarios y condiciones laborales deplorables: han normalizado el abuso estatal, el extractivismo con su propia gente; no sigan normalizando la tortura, los ataques, la muerte a manos de quienes deberían estarnos defendiendo. Nunca se nos olvidará cómo nos han engañado. Cómo nos abandonaron. 
Las personas que no quieren saber de dolor, ni del paro, que miran con asco a la pobreza pero no a quienes la causan, las que votaron al No: ¿necesitan que le arranquen un ojo a sus hijas e hijos?, ¿que los obliguen a declarar a patadas?, ¿que los desaparezcan?, ¿que los tiren a un río como se tira en Colombia la basura?. ¿Necesitan el hambre que han pasado tantos colombianos mientras se les precariza su derecho al trabajo?, ¿mientras se les quita la salud?. Ojalá no les toque nunca. ¿Creyeron que era mentira lo de los trapos rojos en las ventanas?. Que el hambre, el agotamiento de producir solo para otros y sin mínimas garantías sociales, ¿era mentira? Porque, en cambio, las poblaciones destrozadas, esos que han sufrido históricamente estas torturas y bloqueos, y que han sufrido la guerra que ustedes defendieron hasta en las urnas y ahora no asumen, votaron al Sí: a perdonar. A sanarse. A curar. A vivir.
Ustedes, casta, que no vive sino pregonando que quieren la libertad y que todo lo que representa libertad los espanta; ustedes que por órdenes de un padre maltratador marchan de blanco, y calladitos, en silencio cómplice contra los hermanos muertos, disfrazándose de los verdugos para tomarse fotos con ellos, aupados con el ridículo y estreñido “¡Ajúa!” y las fauces ensangrentadas del monstruo: sus camisetas blancas se parecen a los muros que pintan de gris plano, tratando de tapar esta revolución de mil colores. Sus marchas insaboras y tullidas como el famoso “baile” de Uribe en una tarima: ese cuerpo atrofiado de odio, sin plástica, sin acento: esa rigidez hasta en la sonrisa que lo dice todo después de felicitarlos por su buen comportamiento y por su marcha/velorio: sin música, sin poesía, sin gozo. Sus marchas de la paz donde se golpea al que reconocen diferente. Su silencio con que el que se niegan a oír la sorprendente explosión de talento que es este paro: por qué se pierden las canciones, el talento que estaba reprimido de hambre y dolor en la pandemia y ahora se riega libre por las calles. ¿Han oído las canciones?, ¿han oído a los raperos, a los poetas?, ¿han visto las obras plásticas?, ¿han visto el color maravilloso en los muros y sobre el asfalto donde también se baila y se actúa?, ¿los ha iluminado el humor en canciones, textos, arengas y caricaturas?. ¿Han visto a los cuerpos médicos de los hospitales asomándose a agradecer y saludar a los marchantes?, ¿han sentido el viento eléctrico del cambio?, ¿han visto como crecen y mejoran los murales cuando reaparecen después de cada vez que la gente de bienes los tapa?: ¿no?. ¿Han visto los himnos y las fiestas?. ¿Hemos entendido con los bloqueos cómo más de media Colombia ha vivido secuestrada por su propio narco-régimen décadas?. ¿Entendemos ahora, así sea un poquitico, lo que es vivir enlodado de miedo, sin acceso al agua, a la salud, al alimento, a la educación, como les ha tocado históricamente a quienes nos siembran la comida y nos cuidan el alimento?. Y eso que los casos de infiltrados en los bloqueos, en el juego del desabastecimiento, del caos, han sido fantasmas materializados estratégicamente por quienes quieren ver al pueblo enfrentado, votando enverracado, cagado del susto. 
¿Entendemos, así sea un poquitico, lo que es ser bombardeados por helicópteros, y por ejércitos que conocemos y otros que desconocemos?. Entendemos que a la gran mayoría de Colombia el PIB, el déficit, la calificación de la deuda, les sirve para nada ni cuando está bien ni cuando está mal: porque lo que quieren, antes que cualquier cosa es, es cambiar la dieta: dejar de comer mierda. Vivir con alegría: que todos entendamos que podemos caber mejor. Todos. Que podamos buscar una vida con oportunidades base parecidas, poder estudiar con dignidad, enfermarnos sin que signifique nuestra el fin de nuestra vida o nuestra quiebra. Y si no han visto ni entendido nada de esto ¿hicieron algo de autocrítica y vieron entonces al menos ese mapa de Colombia que ustedes mismos “pintaron” en el piso de una calle y que parece un charco de vómito?: ¿así la ven?.
Pues los que soñamos con el cambio, y lo vemos venir, nos negamos a seguir siendo “criados” así por la figura del patriarca salvaje, a “aprender” comiéndonos nuestro propio vómito, a hacer de la energía machuna y machista nuestro abecedario. Nos negamos a resignarnos y a la indignidad. No queremos comer más mierda. Ni queremos ver más privilegios para nuestros servidores, ni que conserven los que tienen. No. Queremos que sean servidores que tengan amor real por la comunidad: sabiduría, vocación.
Nosotros queremos la fiesta de la vida que ustedes quieren perderse. Y esto es una invitación. También para ustedes. Nunca es tarde para las hermanas y hermanos. Para ser solidarios. Que cambie este país, que no tenga dueños, traerá cosas buenas para todos. Tenemos que andar sin miedo, no necesitamos a una casta. Queremos soñar. Y que ustedes despierten para que sueñen con nosotros. Porque protestar, parar, manifestarse, es soñar en coro; en la mitad de esos bailes, de esa euforia, de esa esperanza que ni las balas ni la fuerza bruta destrozan. Nunca habíamos visto una generación tan clara, cristalina, tan rebelde, una juventud tan parada: para ella agradecimiento y honor. Queremos otra vida. Ya no es posible que esto tenga reversa: cuántos muertos más quieren, cuántos más van a asesinar, cuánta sangre más tiene que correr para que se ahoguen en su vanidad, en su egoísmo y en su ceguera. Bajen la cabeza. Escuchen a quienes tienen la autoridad real de este paro: están en cada calle, en cada esquina. Están bajando como riítos y se han juntado en torrentes a quitar las rocas del camino, a poner libros donde había centros de tortura. Nos negamos a creer, como nos ha tratado de convencer por siglos la casta gobernante y atenida, que soñar es un pecado. Que soñar es solo para ellos. Que soñar es otro de sus privlegios. No: en la experiencia humana soñar no solo no es un pecado. Y en eso están, en eso estamos: soñar es una obligación, soñar es un deber. 
Rubén Mendoza
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desnervadero · 2 years ago
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LAS ATRAVESADAS
Rubén Mendoza para El Espectador, 2 de agosto de 2017.
Naufraga la publicación del libro de cartas completas de Andrés Caicedo. 
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LAS ATRAVESADAS
Naufraga la publicación del libro de cartas completas de Andrés Caicedo. 
Recientemente la revista Arcadia publicó un artículo que en cualquier país del mundo, medianamente ilustrado, con su memoria medianamente adiestrada, que haya sobreaguado, al menos un poquito, del mar de la ignorancia, sería el tema del que todos hablarían. Solo si no fuéramos el país más feliz del mundo, o el segundo: si al menos fuéramos el quinto más feliz. Le ganaría en titulares y debates a Venezuelas y Maduros, y seguramente sería lo que nuestros periodistas, por más fachos que sean, se estarían preguntando entretanto.
Las cartas de Andrés Caicedo, que como dijo él mismo en una de esas misivas al crítico español Miguel Marías (citado por el escritor Chileno, autor de la “autobiografía" de Caicedo, en su libro Mi cuerpo es una celda, citado a su vez por Rosarito (como Andrés proféticamente llamaba a su hermana, que ha sido una piedra angular en la difusión Total de su obra, sin ningún tipo de vergüenza o censura porque cuando se ama de verdad se ama a un ser Total, sin vergüenza ni censura), cita citada a su vez por Mario Jursich, que era el recopilador del monumental libro que ya estaba en el horno con las cartas del autor, citado a su vez por el autor de Arcadia en su columna, nombrando a estos cuatro nombrados, y como en esta especie de muñeca matrioshka de citas, citados y nombrados por mí en esta intervención, lo que demuestra la cadena de interés que genera Andrés Caicedo y su obra Total en los que lo leemos (incluida sin duda alguna su correspondencia) o amamos el arte y la literatura de esta finca), repito para no perdernos en el paréntesis de la tristeza, como le dijo Caicedo a Marías: “estimulado por tu ejemplo, es que renuevo el género epistolar, en donde se puede encontrar, después de mi muerte, algo de lo mejor que he escrito.” 
Si esa frase no es el testamento, por no decir la orden de un escritor, que quiere que su obra sea editada y difundida, indicando que las cartas son parte de esa obra, ¿qué lo es? Tal vez entonces que el padre de Andrés, como se cuenta en el artículo de Arcadia de Christopher Tibble, en los textos de Fuguet, en los textos de Jursich, en la entrevista de Rosario a Arcadia, y trato de resumir acá, dijera que él no conoció a su hijo en vida, y que desde su suicidio, en mitad de los setentas, se iba a dedicar a conocerlo. Pero no como un investigador buscando pistas de su razón brutal para arrancarse la vida, ni para buscar culpables: sino para ver lo que no había visto, lo que se había negado a ver: para conocer a su Andrés, a Andrés Caicedo.
El papá de Andrés, don Carlos, sabía del talento descomunal de su hijo para escribir, de su sensibilidad maravillosa y apuñalante, aún contra sí mismo, sabía de la calidad de Andrés al punto de dudar de la autoría de ciertos textos prematuros (por buenos). Pero luego, “arrepentido”, si se puede decir de este gesto, de la duda, abrió con humildad los baúles donde él mismo había enjaulado las cartas y prácticamente la totalidad de su vasta obra (para un suicida de 25 años dejó kilómetros de tinta en novelas, cuentos, guiones, obras de teatro, crítica cinematográfica y cartas), y se dedicó a devolverle el vuelo a sus palomas y sus buitres. Siempre de la mano de los tantas veces vapuleados por cuidar la obra de Andrés, y primeros seres y artistas conscientes de su calidad como escritor y cronista de cine, Luis Ospina y Sandro Romero, el padre empezó a curar el dolor de una muerte por suicidio de un hijo, y la más dura muerte de haberse ido siendo un desconocido para él, publicando algunas de sus cartas en periódicos nacionales y locales, cediendo material a alguna de las más importantes bibliotecas del país, y organizando, junto a los nombrados, los primeros volúmenes de cartas, de crítica, de cuentos. 
La relación de Andrés Caicedo con el género epistolar es bien conocida, reconocida, por sus cercanos. No era una cosa automática: cada carta tenía varios borradores, versiones (como hacen los novelistas, los guionistas), hasta encontrar la carta que le quería quitar al destino para pasársela a alguien. Nunca el padre se atrevió a quitar una coma, a cuestionar los vínculos de su hijo con los destinatarios de las cartas, a cuestionar sus inclinaciones sexuales, sus amigos, su ambigüedad, su alma atormentada. Al contrario. Una manera de curar su relación, de hacer una especie de medicina preventiva para tantos otros presos en su cuerpo, presos en sus familias, con sus deseos presos en su carne, dejó que las cartas volaran completas, con todas sus plumas y toda su sangre. Sin vergüenza de las plumas, ni de la sangre, ni de que la pluma hubiera manchado con sangre su apellido, distinguido; ese que tanto defienden de cualquier mota de mugre otros cercanos a Andrés, Caicedo: Caicedo Caicedo, de los Caicedo.
El papá murió pues, hace ya unos años, haciendo todo lo que pudo por la obra del hijo, amistado y conmovido por el pacto del arte, de las letras, pasando de desconocido a defensor y divulgador; y cómo lo agradecemos hoy. Y estábamos especialmente agradecidos, porque una de las grandes editoriales de nuestra lengua, el Fondo de Cultura Económica de México (que se ha preocupado más por nuestros poetas que nosotros), junto a Mario Jursich, tenían lista la edición de sus cartas completas. Seleccionadas y prologadas con la ayuda de Luis Ospina y Sandro Romero. El libro ya venía. Un autor que ya le pertenece a un pueblo, o a la Vida misma, y a varias generaciones (eso es técnicamente a varios pueblos y a varias vidas), que murió o sufrió entre otras cosas, seguramente, por la censura de lo que él era, por no poder Ser; que fue aceptado con dulzura paternal así fuera después de la muerte, en su totalidad; que fue reconocido, gracias al amor y al cuidado de sus amigos por su obra, y después del de los herederos, entre los que estaba su padre, como un autor inmenso desde la primera letra, pero que tuvo que esperar mucho más que los años que vivió para que fuera aceptado en toda su dimensión, ahora se ve atropellado por la zancadilla inmensa de la gente que sigue avergonzada de Andrés, con Andrés. Con parte de Andrés, con una parte fundamental de Andrés, sin la que hubieran funcionado completamente de otra manera él y su obra. No hay tumbas para revolcarse porque después de la muerte no hay más que quietud y muerte, creo, pero si alguien se estuviera revolcando, no serían los padres de Andrés, como hace poco se sugirió por la defensa valiente y bella y amorosa de su hermana Rosario para que se publicaran sus cartas completas y saber más de Andrés: sería el propio Andrés… aún quieren unos pocos esconder no solo unas caricias y unos besos “prohibidos”, sino 198 cartas; como si pensaran que esas cartas empuercan el pedigrí de una familia, antes que reconocer que fueron sin duda impulso de su literatura,  parte de su literatura, de su fuerza, de su vida y se le han atravesado al libro como una mula muerta en la carretera.
En una especie de pequeña inquisición se quiere quemar una parte de Andrés. Se quiere matar una parte de ese hombre que ha sobrevivido contundentemente a su suicidio, de ese escritor que ya no es solo el hermano de unas sino de muchas, y el refugio de otras y de muchos. Pues ese libro naufragó en el fervor del pudor de los otros herederos, diferentes a Rosarito y a los amigos y estudiosos de Andrés, y ya no va a existir. Con el argumento de que las cartas pertenecen a sus destinatarios, ignorando de nuevo que el propio escritor las reconocía como parte de su obra, y sospechaba que serían públicas, por lo que las esculpía varias veces, hasta que no quedara un solo tartamudeo del que en cambio padecía para expresarse con la palabra hablada. Como el autor que no se pudo conocer del todo también Es sus cartas, negar una parte de él y quitar unas cartas o todas, es una forma de mutilarlo, de torturarlo, de nuevo en la vergüenza. De obligarlo a esconder una parte, tal vez fundamental para entenderlo, para entender su idioma. Una parte tan grande, tal vez, que les sirva de escondite para el resto de Andrés, el gran Andrés, su Ser inmenso, inabarcable, y su obra vasta. 
Ese libro tiene que existir por todos los medios. Por todos los extremos. No solo apoyándose en que muchas de esas cartas fueron donadas a la Biblioteca Luis Ángel Arango (lo que las hace de dominio público) y a otras entidades y publicadas por varios medios, sino apoyándose en que Andrés finalmente debe poder ser Andrés completo, en todos, como él quería. Ninguna decisión es irreversible, me decía otro hombre grande. No es tarde para amarlo también en esas cartas y para que nos regalen a Andrés, completo, los que pueden. Ojalá.
Leí de una cineasta Española que la ley cuando es injusta hay que desobedecerla y de un noble reciente que para ser honesto hay que estar por fuera de ley. Ojalá alguien, como sea, tome ese libro por su propia mano, y desobedezca, y lo abandone en algún basurero, pero unos diez mil ejemplares, como primer tiraje, y liberemos todas esa águilas, y chulos y pájaros, y palomas mensajeras que son sus cartas. Puede que tengan razón con que las cartas son de los destinatarios: pero se les olvida que dicho lo dicho por el propio Andrés los destinatarios somos todos nosotros. 
Rubén Mendoza.
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desnervadero · 2 years ago
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EL COLOMBIANO DEL SIGLO
Rubén Mendoza para El Espectador, 23 de abril de 2016.
EL COLOMBIANO DEL SIGLO
He tenido que caminar unos pocos días con Fernando Vallejo. En mi casa su voz fue fundamental mucho antes del boom de La virgen de los sicarios, porque mi papá, siendo nosotros unos críos, nos leía a Vallejo en voz alta. Yo era el mugre de mi casa, no había colegio que me soportara y sin embargo Vallejo me parecía demasiado. Me parecía que se pasaba de la raya. Luego a la raya la llamé margen y vi, que ahí, jugando con él, estaban buena parte de mis ídolos, musicales, literarios, cinematográficos, sociales, y que era ahí, al margen, unos pasos más allá, a unos metros de mí, donde mi corazón latía. 
Años más tarde el embrujo había hecho su cuna y la Bruja, su Bruja, ya era una amiga mía, sin que él ni la Bruja supieran. Y tenía su mitología entre mis sienes: Santa Anita, doña Raquel, la Loca madre y la loca quebrada… el amor por Fernando González, la cercanía de ambos con el mundo rural, de Colombias muy extremas…. Cuando su universo ya era un idioma que yo hablaba, tuve la fortuna de la amistad de Luis Ospina, quien, siendo yo un muchachito, me dio la oportunidad de editar para él la película documental La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo. Yo me le había ofrecido porque mi amor por un hombre como Vallejo era cierto, una amistad unilateral, un agradecimiento desinteresado. No veía quién pudiera darle la talla en torear el idioma como él lo hacía. Todo el vigor de su prosa y de su poesía, de su amor por poetas amados por mí como José Asunción o Porfirio, la fuerza con la que se inscribía solo en el partido de la rebeldía, lo hacían un héroe para cualquier desencantado, como yo, y especialmente a todos los desencantados decididos a pasar la vida celebrándola. Porque la gente se confunde: el adjetivo que más usan para hablar de Vallejo es “amargado”, aunque le compite muy de cerca “hijueputa” y “omosesual” en todas las ortografías… ¡pero amargado!, ja. Para el que lo sospecha con la película y tiene la dicha de conocerlo hay pocas personas más dulces que Fernando.
La gente no entiende porque cuando le muestran un espejo y ven el espanto que somos y el espanto que seremos, prefieren romper el espejo, cambiarlo, volver a la morfina de la televisión. Nada de mirarse, nada de quitarle maníacos a la rentable industria de la ignorancia, que tanto nutrimos. Amargado, mentira. Fernando más que una persona es un abrazo. Y más, repito, para cualquier soldado del ejército de desencantados. También lo llaman ignorante, o bruto, lo invitan en los foros y comentarios de la cloaca de internet a “largarse de Colombia si tanto le molesta”, usan todos los calibres de groserías, de calificativos: se toman el derecho a la palabra para empuercarla sin tener en cuenta lo que un ser como él ha hecho para ganarse el derecho a proclamar la suya: si empezó a escribir es porque primero se enseñó a hacerlo, en un libro genial, críptico y publicado en México por el FCE, Logoi… Si escribió de ciencia es porque se metió a muerte con la ciencia. Si hizo cine es porque lo estudió, lo devoró, lo hizo pese a las prohibiciones y lo dejó cuando hartó su curiosidad. Si habló de Silva es porque se metió décadas a saberlo antes de poner una letra de Chapolas, o de Porfirio en el libro que escribió y publicó de dos maneras, con dos títulos, pero sobre un mismo hombre. Si se atreve a ayudar a morir a alguien se instruye hasta las moléculas, como hizo para enseñarse griego, y escribir en él, o tocar piano y darse el gusto de sacar a Chopin de sus manos, cada vez que le da la gana.
Si escribió de Matemática y de Religión o de Física, es porque se embutió, procesó, masticó, digirió la bibliografía entera. Si se metió al Río del tiempo, a hablar de su vida es porque se ocupó a carta cabal, sin peros, transparente como es, a vivirla desde siempre. Si se va lanza en ristre contra la iglesia es porque sabe la Bilblia, las biblias, al derecho y al revés. Porque sabe que los primeros que escribieron de Cristo, por más de que nos traten de vender a los apóstoles como cronistas, en realidad son otros, homónimos, pero que nacieron más de un siglo después. Porque conoce con nombres y fechas los abusos e inmundicia en todos estos siglos de historia. Si se indigna con un político no es demagogia ni ganas de repetirse: es porque así sepa ver que no hay un problema personal, las consecuencias de los actos de los políticos terminan encochinándolo, como a todos nosotros. 
Pero Colombia, especialista en dilatar y mirar hacia otra parte cuando se le cuenta de su inmundicia, prefiere ponerlo en la mira. Vallejo no cabe en Colombia Magia Salvaje, en el país más bello y feliz de la Tierra. Colombia especialista no en que le duelan sus tragedias y heridas, sino en que se representen, o filmen, o dibujen o se hable de ellas. No importan las niñas violadas por bazuco en las calles de la muerte: importa que se haga una película o una poesía con eso. Qué dirán afuera. 
Colombia acostumbrada al deshonor y la falta de palabra de sus políticos y vanidosos líderes y artistas, le da igual lo que se le diga o se le prometa. Varios intelectuales colombianos, por ejemplo, incluidos García Márquez y Vallejo, firmaron una carta cuando nos impusieron la visa para España: no volverían jamás a pisar la Madre Patria mientras nos solicitaran visado. Firmaron la carta casi una docena. Todos volvieron tarde o temprano a España, cuando se acabó el calor de la promesa, cuando nadie recordaba. Todos menos uno que considera la palabra y el valor moral algo innegociable: Vallejo. 
En la emisora La W, ese hombre que no hace sino dar besos a los poderosos, ponderarlos, mediar por ellos, evitarles preguntas incómodas e incorrectas, llamado Alberto Casas, que tolera el irrespeto de tantos políticos por el pueblo, pero que muestra desdén y desprecio por Vallejo, seguramente porque no tiene cómo mangonearlo, se atrevió a decir que Fernando no había firmado la carta sino que lo decía por hacer alharaca, y porque era un gritón y un cantaletoso. Pero las mentiras en La W no son mentiras, son certezas y silencio: decretos. Pues no, como en tantas otras cosas y casos. Fernando la firmó y aunque luego le pareció una “ligereza”, fue el único que supo decir sin decirlo sino haciéndolo, que la palabra vale, que es para cumplirla, que hay un honor que no se mide en gloria, ni dólares, ni egos, ni en conferencias, sino que es sencillo, y está en la voluntad de uno mismo. 
Alguien comentaba en el video del discurso de la FILBO 2016 que la gente era miope y seguía viendo en Vallejo a su verdugo, al verdugo de Colombia y a un repetidor cantaletoso en lugar de darse cuenta de que ”los que nos repetimos somos nosotros”, todos. Y eso sí que es verdad. El habla porque le han pedido y dice lo que tiene que decir con una pasión y una preparación que no he visto. Como cuando se hacen las cosas por amor, sabiendo que allí se puede entregar la vida a la divina muerte, y más en este país de machotes y traquetos delicados, patrioteros.
Yo vi a Vallejo en Enero en México y llevaba ya tres meses, me contó, preparando el discurso de la Feria del libro de Bogotá de 2016. Preparando sus repeticiones si quieren ustedes. Pero con tanto rigor, con tanto amor, con tanta gracia. Vallejo sería el verdadero Colombiano del Siglo. El otro, el elegido, es verdad que representa más los valores que reinan acá y en ese sentido más nos representa: gavillero, intolerante con la diferencia, patán, aletoso, lleno de suciedad bajo su ropa impecable y su corbata… Vallejo en cambio representa todo el dolor por el desastre de una tierra, por el desastre de su tierra, de la Tierra, por este tierrero. 
Cuadras de gente esperaban para entrar a oír a Fernando Vallejo, cuadras que son nadie, que son nada, pero que ya, sea lo que sea, son seres de amor, por los animales, por ellos mismos, por la dignidad, y que tienen clarísimo que Vallejo no viene a ofendernos, sino a contarnos las profundas aristas de su amor. Vallejo viene a hacernos un regalo. A hacernos llorar de risa y reír de tristeza. Viene a contagiarnos con el camino del amor, verdadero, posible, honorable.
Sin embargo hay perlas, como él mismo diría, en el chiquero. Y sin buscarlo. A veces señoritas hermosas, tal vez con la esperanza de “redimirlo” o “enderezarlo”, se paran frente a su mesa de firmar libros, y lo miran, simplemente lo miran, tratan de empujarlo con los ojos: agradecidas, abstraídas. Otras señoras y ancianas se acercan y se les escurren las lágrimas, como a él hablando luego de ellas, pues sentían en Vallejo un aliado de amor para la misión que tienen con los animales. No fanfarronéa con su obra ni con la zalamería: contaba emocionado el llanto de las señoras al abrazarlo porque era un llanto solidario con el dolor animal. Solo recibe amor en la calle Vallejo. En la calle no está la trinchera cobarde del anonimato de la red. En la calle va él, con su escudo natural, su presencia y sus palabras. Va apuñalado de dolor y al tiempo enmontado en el bosque de la dicha.
Rubén Mendoza
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desnervadero · 4 years ago
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Texto en El Espectador, para celebrar y herirse con el Paro Nacional.  https://www.elespectador.com/opinion/columnistas/ruben-mendoza/minga-somos-texto-de-ruben-mendoza/
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desnervadero · 8 years ago
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Carta abierta a una bufanda de Andrés Caicedo.
Ya que las bufandas no saben leer mejor te la escribo a ti que estás muerto. Los muertos leen rápido. Especialmente la mala literatura o una carta sin tantas versiones, no como las tuyas, impecables, Andrés, querido. A ti que te tratan de matar después de muerto y de borrarte las letras con el codo de la envidia, quería agradecerte. La bufanda que me mandaste con tu hermana Rosario hace 40 y pico de años, muchos años antes de que yo naciera. Esta bufanda que Rosarito quiere que viaje donde vea cine, "como quisiera Andrés", también sirve para que reboten las piedras, especialmente cuando llegan de donde menos se sospecha: en el mundo, en el arte y en el cine, tenemos enemigos comunes, acá, grandes monstruos y sus mansiones, y sus contratos leoninos: pero preferimos ahorcarnos entre nosotros Andrés. Cosa que no hará tu bufanda
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Hace dos semanas andando las carreteras del cine con una mano fracturada, me robaron la billetera, amanecido y rendido en el metro de París. De la nada, de vuelta a este lado del charco pero arriba, la semana pasada que pude ver a tu hermana en Yale (pensé que iría antes en esta vida a jail, como entendió el policía de aduana), me contó que también te robaron la billetera. Pero, así como te matan y te golpean ahora, también te la robaron ya muerto. Y la llevaba tu mamá Andrés, algún tiempo después de tu muerte.
A esta bufanda buena para los nudos en la garganta la quiero con el alma no tanto porque me la mandaras sin saber, sino porque me la dio Rosarito, tu hermana, que se presenta como mi mamá, lo que te hace mi tío. Pero a tu hermana también me la trajo el río del cine, que todo lo trae. O sea, me la trajiste por accidente, como a una hija, lo que te haría mi abuelo... me la trajiste así como me llegaste en tus libros en la adolescencia, y por ahí derecho grandes cariños y espíritus definitivos de mi vida como los de don Luis, y algunos de tus secuaces.
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Me alegra tantos años y tanto cine después, tener esta cinta de lana entre las manos. Mientras tiran piedras defectuosas y sin fuerza como para que lleguen a donde quieren, esta bufanda me abriga, no porque me la ponga, porque tal vez ni lo haga, sino por cómo llegó. Con el calor, el cariño rabioso de Rosarito por su hermano… con el abrazo de las generaciones que se desconocen y se encuentran en el campo apócrifo del gusto, de la pasión, de la afición, del desencanto, de la amargura, del éxtasis, de la creación. Yo también se dar la espalda, como la diste. No hacías películas o escribías sobre la rumba, sino sobre una rumbera, ni escribías sobre el desconsuelo sino sobre unos desconsolados, ni sobre la dicha sino sobre unos dichosos. Yo no hago películas sobre departamentos, o sobre transgéneristas, o sobre un deporte: sino sobre unos indignados, una campesina rebelde, o un perdedor, o un campeón impensado: los olvidados, o la parte de ellos que le pertenece al olvido. La escoria, la belleza, el secreto, la muerte, en todas sus presentaciones. Gracias por enseñarme a ser de un solo gremio: el de uno mismo, el del arte, el de la palabra, el de la pasión, el de los ejércitos de un solo hombre haciendo pistola, abrazado a los que quiere, abrazando a los que lo quieren. Pero de a de veras.
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Ante la ausencia de pruebas del más allá diferente a los libros o los fotogramas que secuestran el pasado, no puedo estar seguro seguro de que leas esta carta. Así que mejor se la mando a Rosarito. Tu hermana fiel y rebelde. La verdadera atravesada, en el corazón.
Gracias por siempre Rosarito. Por la bufanda, sí, pero por todo. Sobre todo por todo.
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desnervadero · 9 years ago
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Nueva Columna Vertebral. 
Esta vez sobre Peñalosa, la Cinemateca, dotorados y delfines.
Más rockanroll en El Espectador. Lea con hambre.
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desnervadero · 11 years ago
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Película escrita y dirigida por Rubén Mendoza
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desnervadero · 11 years ago
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ALGUNAS CONSIDERACIONES POR LA VERGÜENZA.
Siempre me he ufanado de no votar. Alguna vez por extrema complicidad de la esperanza lo hice. Otra vez porque le di mi palabra a mi hermano, que no estaba en Colombia, y viajé de lejos, a cumplir a Bogotá, para dejar el voto que él quería sumar, testaferrado en el mío. Pero hoy con un guion que no me quiere salir de las manos, no puedo seguir ni pensando por el cargo de conciencia: como si me creyera la mentira de que el voto sirve. La democracia no es sino un mecanismo que tiene el sistema para lavarse las manos con “el pueblo”: para que arriba mientras nos atracan puedan decir “ustedes eligieron”. Es verdad porque en un país sin educación la democracia, las elecciones, solo son un trámite para seguirle dando paso al mayordomo. 
Pero es que lo de hoy es asqueroso. Cualquier silencio es cómplice y si es que no haber votado es otra forma de silencio, de ahí seguramente viene mi vergüenza. ¿O vendrá de ser de estas tierras, indiferentes y asesinas? ¿Deberíamos haber salido al menos unos dos milloncitos de indiferentes a hacer la diferencia? Tal vez hubiéramos servido; nunca se sabe. En el fondo es por falta de fe que uno no vota. Probablemente ya esté todo cuadrado, incluido esto de darle la primera vuelta a Uribe y su mequetrefe, para que no tengan cómo deslegitimar la segunda. Sentados frente a dos platos de peste, ¿qué comemos?: nos vamos con el que regala páramos, y reservas, y abre minas hasta en la casa de la mamá; ese que un día dice una cosa y al otro otra, y juega tanto con las regalías como con lo que le debe entregar al arte: o por el cómplice de la podredumbre y del asesinato, de la calumnia y la mentira, de la muerte impuesta por mano privada.  Pensando en Santos recuerdo que  “el miedo es el peor consejero”, según Cicerón, y este tontazo todo lo hace por miedo y por eso de tanto decir “sí”, en todas las direcciones, por dar gusto a todos, termina diciendo “no”. Y estos medios, que en realidad son extremos, en brutalidad e indiferencia, no lo dicen como es: no tienen idea de lo que es el honor, la palabra: “… helpless, like a rich man’s child”, dice Bob Dylan: insufrible, irremediable, irreparable, como el hijo de un rico, trata de decir.
Nuestros grandes medios son manejados por conglomerados económicos, y por tarados niños ricos. El grueso de periodistas que dirigen y ejercen la dictadura de la opinión en el país, son eso: delfines, como lo son las generaciones nuevas de políticos, representando a sus padres encarcelados: proyectados desde las rejas a la libertad en sus figuras.
Igual los periodistas: no se ha medido la verdadera dimensión de su injerencia en la vida pública porque ya estarían encarcelados: no se ha medido su responsabilidad en el gran fiasco nacional, su complicidad y su responsabilidad  directa en la amargura y la tragedia de Colombia porque ellos mismos lo silencian o silenciarían. Vicky Dávila, la recuerdo hedionda, zalamera, metida, protagónica, desde mi niñez, encaramada sobre una montaña de escombros en un terremoto en Colombia. Julio Sánchez Krusty, hijo de Julio Sánchez, igual, en La doblewebones: ufanándose de ser la emisora más oída de Colombia al tiempo que da los resultados del estudio que dice que somos el país peor educado. ¿Si no fuera así cómo estaría de primero en sintonía un hombre de su mediocridad, de la talla de su frivolidad, de su talante?; si nuestra educación no fuera patética qué haría gente como Julito, o como el lagarto mentiroso de Alberto, o Camila y la tan mentada “mesa de trabajo” (todos esos periodistas que Uribe llama “doctores”, para devolverles el favor y pasar de decente, de bien educado, de yerno soñado por las suegras de Colombia).
Ese delfincito, Julito, ha escogido presidente a dedo cuatrenio tras cuatrenio, mientras se ríe en torpes carcajadas y cuenta que vía “tuirer” le acaba de escribir Luis Carlos Vélez  con algún dato “impresionante”: Luis Carlos Vélez, otro niño bien de bien, sin ninguna curiosidad, criado en lugares donde es imposible ver la realidad, la vida, o al menos curiosearlas (como debe ser ley para cualquier periodista) y para colmo, este tontazo, amamantado por el inmamable papá que tiene: Carlos Antonio Vélez.
Luis Carlos Vélez y su papá, especuladores con lenguaje, impostores, siempre posando de entregados, explicando con métodos y tecnologías insoportables: especulando, tautologiando, repartiendo odio, quebrando, partiendo. Esa actitud de niño insoportable en el debate, donde se atoraba con sus propios dientes para decir “iuniverciry”, ¡cuando iba a hablar de la Universidad de los Andes!. Ese arribismo de siempre de Colombia representado perfectamente en las cumbres de su ego; esos gestos de tener que importar hasta las preguntas para darle supuestamente (o “su puestamente”, como él escribe) peso y “profundidad” al debate, pero en el fondo no es más que para poder decir “Harvard” con ese inglés de presentador colombiano que parece que fuera a herniarse la lengua en el intento: Jervr: fonemas imposibles de transcribir para explicarlo.
Esa frivolidad, esa indiferencia. Siempre concentrado en él, y únicamente en él, tal vez por hacer el papel del imparcial pero dejando claro que es un incapaz; en la primera ronda de preguntas olvidó que Clara López no había respondido y ya iba a empezar la otra ronda confirmando otra vez que le importaba cinco lo que ella podría decir, o si hablaba o no: estaba ocupado oyéndose a sí mismo, orgulloso capataz de su carácter “inquebrantable ante los políticos”, pensará. La voz de su ego no lo dejaba concentrarse, no lo dejaba saber ni dónde estaba parado, ni siquiera entender sus propias peleas, ni las verdaderas razones de un debate: le grita en su cabeza con un volumen inversamente proporcional a su tamaño, y a su talento. Concentrado en el reloj, y en imponer una metodología y no en la esencia, como diciendo "es mi balón, es mi balón, es mi balón". Ese rostro de muñeco maligno que hace años venimos viendo impuesto quién sabe por quién ya daba pistas de su egolatría y de su falta de humildad. Parece un niño al que el papá le dejó ser gerente en una de las empresas familiares de esta megaendogamia que son los medios de Colombia: un par de apellidos se reparten el honor de “la verdad” en este circo.
Y esa endogamia y delfinazgo no solo se dan en términos genealógicos y de consanguinidad de los políticos (y de los periodistas mismos), sino entre ellos: Peñalosa (con su barba sospechosamente ultraarreglada, como untadita de leche abajo y pobladito el bigote), Peñalosa, ya fue de Uribe, Marta Lucía, Juan Manuel, hasta Clara en la ingenuidad de su adolescencia. Todos le pertenecen de alguna manera porque como dijo Lao Tse: el favor rebaja. Todos le deben. De todos ha sido patrón en algún momento y aunque todos exigieron la renuncia de Zuluaga por el asunto del hacker, no esperemos que tengan el honor, la decencia y el arrojo de mantenerse fieles a su palabra, y se unan a este maleante en los próximos días, a cambio de alguna embajada (de cuántos no se deshizo Uribe de esta forma: de paramilitares extraditados a justicias lejanas, y de políticos, algunos hasta lo habían llamado “asesino”, que instaló en la vida diplomática de otras latitudes), o de cualquier acuerdo que jamás conoceremos, pero que será una inmensa sábana del tamaño de su ruindad. Nunca esperar decencia de ningún político, y nunca esperar de ellos saber la verdadera razón de nada.        
Las altas castas del país: los poderosos (políticos, particulares y medios) se alimentan de la misma materia prima, el mismo cebo, el mismo concentrado: la ignorancia de la masa a quienes se dirigen. La ignorancia es un negocio redondo para políticos  y  periodistas mediocres: la ignorancia es el motor de dos cosas que tienen nombres distintos pero son lo mismo: los votos y el rating. Sin ignorancia ni esta clase de medios, ni esta clase de políticos podrían prosperar de ninguna manera. Sin ignorancia Colombia no mostraría el desprecio ignominioso que siente por la vida. En todos sus estratos, en todas sus raleas. 
¿A dónde nos vamos?, ¡qué pavor!, ¿para dónde cogemos?. Cuántos muchachitos volverán a casa vestidos de guerrilleros muertos; cuántos campesinos y artistas van a tener que sufrir a un ignorante de esa calaña nuevamente en la presidencia. De verdad que este país da pena. Hoy yo me doy pena. Igual que ellos; logró el sistema hacerme sentir que ingenuamente que dejar de votar es como aprobar sus ejecuciones extrajudiciales, como aprobar los falsos positivos y el dolor de cada casa donde entró la muerte en nombre de ellos y de la Patria, de los recortes y el despojo total de la cultura, de la entrega de los páramos, de nuestros cielos abiertos y nuestros subsuelos, de nuestros ecosistemas, de nuestros mares, de la genética de nuestras semillas. Se viene lo peor con esos bandoleros, con esos pandilleros, dirigidos por el cínico mas grande y más infame que haya conocido esta parte de la Tierra; y además viene con sus retoños. Ese hombre de mirada oscura, perdida en la espesra del odio, nepotista y horrible que contemplaba hoy impávido, desde otra ciudad a la que escapó, esperando que su títere, sin él al lado, lo nombrara. Esperando el aplauso. Con un diablo en un hombro y otro diablo en el otro diciéndole lo que seguro piensa a gritos “A ver si este cabrón también se me tuerce… pero la hiciste Alvarito, la hiciste… estos votos son tuyos. Esta elección es tuya”, y sí: lamentablemente todas las riendas llegan a él. A ese que, como decía en estos días un columnista, como no sabe leer no lee, como no le gusta el cine no va al cine, como no le gusta el arte por el arte no hace nada, como su intelecto es tan limitado aborrece la poesía, no puede sino sembrar el odio porque es su manera de vengarse de la vida.
  RUBÉN MENDOZA
 Cineasta.
http://grooveshark.com/s/Masters+Of+War/4G9PO7?src=5 
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desnervadero · 11 years ago
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EN DEFENSA DE DON LUIS OSPINA (NOV/013)
Mal hago en decir defensa porque don Luis como los grandes “no pelea con nadie y así nadie puede vencerle”. Él no necesita defensa porque su cine lo defiende solo. Su cine que es él. Su cine y sus hombros: unos de los pocos verdaderamente dignos, limpios, y poderosos, como para que todos los que queremos hacer cine arrancado de las vísceras, nos paremos en ellos en estas latitudes. Un hombre que sabe el valor de la Palabra, que sin odio asquéa al poder tanto como a los que lo ejercen, o lo mendigan. Un hombre generoso con su cine porque su cine es todo el cine: todo el cine que le interesa, el que hace, el que logra traer, el que nadie más que un terco amante del cine puede empeñarse en que pase por Colombia, Tercer Mundo, Tierra.
Hace unos días llegué del Festival de Cine de Cali, al que un tal Palau (de aquí en adelante Pailau, al que tal vez recuerden por aparecer en anuncios de whisky más que por su cine) y Valverde (un tartamudo del alma), se atreven a hacerle la guerra y pugnar porque desaparezca o termine en el control de sus manos (que en el fondo sería lo mismo). Y para eso como cualquier político, se atreven a traicionar a un compañero de antes; así lo hacen los mezquinos y tacaños, faltos de honor y de palabra; lo digo sin rabia, más bien con la compasión que se le tiene los envidiosos, llenos de miedo: gente capaz de encender una discusión con mentiras y mantenerla con argumentos falsos, y con michicaterías. Michicatos.
Don Luis ha dejado buena parte de su salud en cada edición del Festival, padeciendo cada año que jueguen con el presupuesto dependiendo del vaivén de la voluntad política, padeciendo que jueguen con su palabra ya empeñada frente a otros Festivales, Institutos y realizadores ya comprometidos, por los retrasos o recortes presupuestales sorpresivos; el Festival de Cali sobrevivió inclusive a una suspensión de la que fuerápidamente desinfartado por el amor combativo de los cinéfilos colombianos.
Esas lenguas de párrafos arriba, esparcen un rumor sin pudor; son capaces de torcer la naturaleza apenas obvia de una cena normal, como la de cualquier Festival del mundo con sus invitados, pues su arista miserable y pueblerina se revuelca en incendios de cajitas de fósforos. Chismosas. Verduleras. Relacionándolo sin pruebas y sin pruebas posibles, sin decencia, con políticos y con lagarterías cuando ha sido un soldado combativo de cualquier orden, de cualquier político y cualquier lagartería, y sin palabrería como esta, desde su silencio y desde el cine.
Se atreven a mancillar el nombre de don Luis y del Festival; ellos que no tienen idea de lo que es el Cine (solo hay que ver sus mal llamadas películas); lo consideran un festival “elitista” porque no trata al espectador como un tarado. Porque trae obras únicas, crípticas, marginales;porque trae todas las películas que sobreviven al naufragio del cine, que resisten agarradas de su tabla en el mar de inmundicia y de información en el que navegamos todos. El cine que se resiste al cine mismo.
Qué querían entonces. Que sigan con el Festival de la tontería al que nos tiene acostumbrados y sometidos los exhibidores todo el año, en todas las salas y en todas las ciudades. Un Festival de Disney, inclusivo, como la salsa barata, como la salsa monga. El Festival es elitista pero no para el que más tenga, en términos tradicionales, porque en estos tiempos, a la larga, en el arte, el que más tiene es el que más se pregunta, y ya hay mil fuentes accesibles para responderse. Y esos dos que seguro no tienen idea de qué pasó con el cine, porque lo creen desaparecido, porque las rechiflas a sus obras (y no los juzgo, de nuevo, nadie sabe cuando está haciendo una mala película, así Pailau se descare), los ensordecieron como para seguir buscando. Creen que don Luis trae a puros “don nadie”, porque el ladrón juzga por su condición, porque “solo un hombre inmoral habla de la moral”, y sobre todo porque no saben, porque ignoran y no les interesa qué pasa o qué pasó con el cine. Don Luis trae a todos los que no vendrían a este moridero, el más feliz moridero del mundo, porque su amor por el cine se esparce con sus películas entre quienes los conocen, como se esparce su carácter y su genio, en foros o en comidas normales de cualquier Festival, donde hasta sus propias figuras de culto se lo devuelven, quedando cautivas conel sueño Colombiano, con el cine de don Luis, con el de Mayolo, con el de Víctor Gaviria, con el de otro tartamudo pero no del alma, que ni siquiera las filmó porque simplemente él era cine: Andrés Caicedo; y con el propio Festival de Cali.
Siendo un crío del cine, aún estudiante de la Nacional, pasé por la casa de don Luis a hacer cine desde la mesa de montaje: años; y fue allí donde aprendí todo lo que me negaron en la Universidad. En esa casa jamás, así fuera muy joven, se regateó el precio mi trabajo o se cambiaron las condiciones pactadas; no como hacen tantos viejos del cine con los cineastas que empiezan: para ayudarles a ampliar su hoja indebida con el caramelo de la Experiencia: así sea una pésima. Allá terminé de entender que un artista tiene la misión de incomodar con gracia, con risa, con carácter; que el cine debe arder, y debe arrancar la piel mientras la cura. Que un artista debe ser coherente y que si los colores con los que pinta le salen del corazón, no hay diferencia entre su obra y él. Por eso voy al Festival de Cali, porque es como una extensión de su casa ya que hace años el trabajo no mezcla el placer de cruzar mi camino y el de mis películas con él y las de él. Y eso no es un defecto: su casa para todos los que la conocen, aún sin conocerlo a él, es un centro de conocimiento y seguramente una de las minas de acopio más poderosas de cine en Colombia. Una casa generosa, como su Festival, que deja pasar las películas de mano en ojo, sin envidia; con la alegría de que mientras el cine circule, mientras el cine “difícil de digerir”, sobre todo  con cajas de dientes, circule, habrá alguien que rote la llama, de vela en vela, revelando el mundo que le toca frente a su cámara, frente a sus ojos.
Ese Festival es inmenso con solo 5 años porque está ahí don Luis. No se confundan. Es eso. Ese hombre que se merece el premio a mil vidas dedicadas al cine, y que primero con juicio postuló a su hermano Mayolo, años antes, porque siempre pone primero al cine; y por eso él y su Festival convocan en Cali a los cineastas (como los odontólogos hacen en sus “elitistas” congresos), a entrar profundo en las venas de otro cine: sin credenciales ni entradas gratis, por el solo placer de ver cine de rarísima pesca, de exquisita pesca, por el hecho de debatir con quienes las vemos, por el hecho de atestiguarlo en plena forma a él trayendo de lejos y de al lado lo que piensan otros: y las salas llenas. Y no somos tantos los cineastas como para llenar todas las salas, todas las funciones. 
Ese Festival vive por la naturaleza que lo acobija, y no viviría con otra. En esta edición del Festival, enorme y conmovedora, atacada con el doble dolor de la traición,  don Luis aprovechó la anestesia del amor que le tenemos los que le agradecemos que traiga este cine, y la anestesia del cine mismo, para mantenerse en pie y posponer una operación que ayer mismo lo tenía entre la vida y la muerte, y no es mi derecho hablar de eso. Pero como él mismo me dijo un día “nos lleva lamuerte pero no el olvido”. Y él no necesita defensa, repito, ni está en realidad entre la vida y la muerte (así ahí siempre se la pase uno), porque la vida se la aseguró con el cine por largo rato. Hace un año también casi se iba,  y yo lo entrevistaba en su cama de hospital con la inmensa casualidad de una pared completamente azul tras él, como para hacerle chroma, y me decía que uno viene a este mundo adisfrutar de la experiencia del amor. Él, tan silencioso, y que “jamás habla de sentimientos”, dijo eso. Y yo acá me despacho, en cambio, porque en su silencio siembro mi ruido, y de carambola le regalo una venganza que tanto no necesita. Solo para celebrarlo a él, ahora que no puede ni leerme, por un rato. Para decir que viva el Festival de Cali, y que viva Luis Ospina. Mucho más. Lo necesitamos entre nosotros para reírnos de nosotros y de los otros. Para que encienda la chispa de nuestra curiosidad con sus hallazgos. Para que siga apagando los amagos de incendio de tanto gritón con el muro de su silencio, y de su cine.
Viva Luis Ospina. Vuelva pronto a terminar lo que comenzó por el fin.
                                                          FILM.
Rubén Mendoza.
Artista.
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Don Luis y Rubén Mendoza. Medicine. Foto © RM
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Don Luis, en diciembre 2013, volviendo de las batallas con la muerte, recibiendo un soplo de vida, y conectado a las máquinas que a tantos le salvan la vida: medicine. Foto © Rubén Mendoza
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desnervadero · 14 years ago
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Palabras para despedir a mi papá.
El Tao que puede decirse no es el Tao en verdad... dice el Tao Te Ching. Lo que se dice, no es lo que es. La palabra es un artificio y jamás dirá lo que las cosas realmente representan. Un par de horas antes de la ceremonia de despedida de mi papá, Guillo, escribí las palabras que están abajo para la misa que le ofrecieron en la catedral de Villa de Leyva... la belleza de mi papá no se puede decir acá... su obra es preciosa... como sus manos, que me hicieron nudos con la literatura, con el cine, con la música, con la arquitectura, con la pintura, con el diseño de las flores, con las estrellas, con el color del aire, con las formas de la montaña, con la Luna, su Luna... con lo sagrado, con lo profano... con el humor negro, con el humor agudo, con los dardos venenosos e inofensivos... con ponerse en los zapatos del otro, con la compasión, con el asco a la política, a la injusticia... imposible andar con el 20 metros, aún cuando ya no andaba, sin parar 100 veces, a ver una hormiga, un asta de pasto saliendo de un andén, un brillo, la mirada de alguien... mi viejo fue un hombre bueno que padeció 14 años una enfermedad que nos probó todos los abismos como familia (rodeada de amigos para atenderlo), como individuos. Un hombre tan bueno que todos los males querían conocerlo. Lo probamos todo para que se curara y el milagro eran los intentos, y los cruces de caminos. Los últimos cuatro los más difíciles. Esta es una especie de crónica en tono de descarga de una sola partecita del cielo y del infierno que vivimos con su dolor en los últimos meses. El dolor que se escribe no es el dolor en verdad. Las palabras estuvieron flanqueadas por dos canciones de Velandia, adoradas por mi viejo. Antes de ser dichas La Montaña, y al final Calavero. . . . 
Villa de Leyva, Agosto 16 de 2011.
La abuelita Empera, que nos ha sonreído todos estos días desde la muerte, su patria, decía contando de la mañana en que amaneció viuda por primera vez que "si a uno le durara esta dolor largo rato, 2 horas diga usted, yo creo que moriría". La abuelita que conoció el dolor de tantas maneras menos mal no estuvo para ver los dolores que padeció mi papá. 
Cristo, rey de esta iglesia y símbolo obligado para el mundo del dolor, padeció 3 días. Él sabía que se iba. Se sometía a morir bajo su consentimiento, siendo un hombre. Pero fueron sólo tres días.
"¡Ahhhhhhhhhhhhh!" se oye un grito en el cuarto. Mamá como todas las noches ya está en pánico en el corredor. Es Guillo desde su cuarto, gritando, maldiciendo, como un torturado al que le obligan a decir todo lo que no quiere. Pasan 2 minutos de paz. "Ahhhhhhhhhhhhh!": sus gritos, para no imitarlos y asustarlos, eran una mezcla del dolor de toda África, con el de algún león herido, que terminaba a veces agudamente con ese sabor horrible que es la aparición de la locura.
Mi papi, como una tortuga boca arriba, sin poder moverse, batalló por meses, y más intensamente en las últimas semanas, porque el último resquicio de dignidad total que le quedaba, su pensamiento, no se desvaneciera en los hervideros de la locura. Otros dos minutos, un nuevo grito. 
Hay que moverle las piernas, dejarlo en una nueva posición. Van 3 minutos, ya no  aguanta, otro maldecir, otra nueva posición, otros tres minutos. Édgar un masaje en las piernas que viene el ataque. Mientras Édgar le mueve las piernas, Santi lo va masajeando. El dolor en los ojos de mi papá aumentando como siempre. Porque venía el ataque. Tía Lu alcanza el oxígeno, Mamá ya está trayendo aguas especiales, masajeándole los dedos como nos enseñó ese médico, y como nos dijo ese brujo, como nos sugirió el cirujano, como recomendó la vecina, como dijo el quiropráctico, como sugirió el homeópata, como nos mandó razón la psicóloga. Ya viene el Mono a decirle "tranquilo" sin decirlo, pongámoslo en la sábana de manejo, qué hacemos para que el calambre no se vuelva ataque. Martín se prepara, se prepara Camilo, Gala con el anticonvulsivo, Mona y Juan que se alisten para traer no sé qué cosa, Margarita que si le regala una sonrisa, Yoli que cuál es el chiste del día, que ya estamos reventando. Y Ramiro ¿Será que puede dar una mano?
Porque cuando se volvía ataque era como si le conectaran mil voltios a su cuerpo. A veces, como la última, hasta por 4 horas, y otras dos de gritos que venían de quién sabe dónde, como agonías de rabia, de impotencia. Los ataques eran atómicos. Su ánimo quedaba un par de días por el piso, y luego la baja de ánimo daba de nuevo paso al pánico, a la horrible espera del siguiente ataque. 
Durmámoslo, durmámoslo como un elefantico inmenso, probemos las gotas estas, los venenos psiquiátricos, la manzanilla, la manzana, la lechuga debajo de la almohada. Esta noche probemos alcanfor, volvamos a los sedantes, las nuevas pastas sólo de dan 2 horas de sueño... cuánto lleva sin dormir Fab... lo mismo que sin ir al baño, me dice, 6 días. "Papá... tranquilo que con estas gotas durmieron un elefante... sólo con 3"... se las toma, pero mejor 10 como dijo el psiquiatra, o 20, o cómo hacemos con tu mente tan inquieta, Guillo, tan poderosa. Esto no es una noche, pero jalemos el carro que somos hijos de dios... quién le lee... Guillo lector voraz desde niño, imposibilitado para leer por su pulso, por su angustia... que lea el Mono que sólo la lectura lo hipnotiza. Su Borges, su Vallejo pintando los días grises de azul, La vorágine, ese dectective, José, sus hermanos y Thomas Mann... a qué letras le pediremos paz esta noche si no hay sustancia que valga... si no hay película que te duerma, ni infomercial somnífero... pero pareces adormilado y sin embargo corriges la palabra mal dicha, desde tu cama, el acento mal impuesto... subrayas la belleza que no dejaste de contemplar aún con la deformación del dolor...  
Llanto, desgano, torturas. Ahora ya no puede coger el lápiz. Qué falta. Ni pintar, ni escribir, ni llenar inútiles crucigramas. Cómo lo doblamos ahora que no dobla las piernas para ir al baño. Estamos en "pits", con 6 rodeándolo para prevenir el taque. Ya no puede coger  los cubiertos. Ya las palabras, ese hermoso juguete que nos regalaste, no te responden. Se enredan como en uno de esos crucigramas sin salida. Miseria de vida. Gritos de dolor todo el día. Obligado a maldecir. Obligado. Y la locura, no querías la locura, y allá sólo llegaste por minutos, porque tu fuerza inmensa y nuestro amor nos permitía tirarte una cuerda a los infiernos y traerte de vuelta. O una inyección para dormir Leones. No duerme. Grita. No dormimos, oímos, tememos. No una noche. No dos. Decenas, de decenas, de decenas de noches. Algunos de ustedes fueron testigos amorosos de este dolor inmenso, de esta incomodidad tan horrible, de esta pesadilla de noche y de día. Ustedes que tenían la ventaja de venir a verlo cada tanto, y luego, hacían algo que él no podía ni soñar, levantarse de su silla, limpiarse las lágrimas, caminar hacia el carro, manejar hasta su casa, y seguir su vida... como sigue la de todos. Mi papi ni las lágrimas podía limpiarse sólo... lo que nos obligaba a la delicia de acompañarlo, siempre.
De dónde sacábamos fuerza para no maldecirla nosotros si nos dábamos cuenta de que la vida le rompía el corazón y los ojos. Esos ojos, esos ojitos verdes, puros, ventanas a la ingenuidad, a los milenios, a la inocencia. Esos ojitos cada día más apaleados, más resentidos, más tristes: esos ojitos de lo que fuiste, mi Guillo, nuestro niño. Nuestro niño herido. Nuestro primer hijo y el último de tu esposa. Nuestro niño herido, nuestro niño con el corazón pateado, traicionado. Nuestro niño de corazón bueno que se lo querían volver malo... y no pudieron. Esos ojitos, mi niño, tan ausentes, tan adormilados de no dormir, tan atontados a fuerza de dolor y de medicamentos. Mi amor, mi niño herido.
A mi papi lo arrastraba la vida y a nosotros nos parecía que iba volando. Un ejército de familia (el núcleo y un par de cercanos) y de familia elegida: los amigos ahora hermanos, lo cuidamos como si cuidáramos un Emperador. Con la dignidad que su vida merecía. Mi papá sólo pidió jamás pasar indignidad, y las pasó todas. Pero cada servicio que le prestábamos, por escatológico que fuera, en realidad fue un honor inmenso. Jamás recibió un maltrato de nuestra parte, y jamás, mientras tuvo completa su razón, recibimos insultos en su recuperación.
Sólo fuerza y amor. Sólo fuerza y amor. ¿Cómo les explico el tamaño de nuestra pesadilla? La indicada sería mi hermosa mamá, Fab, la flor de roble. Que no estuvo algunas noches, ni casi todas noches, sino siempre. Sino todas las noches, arrullando ese elefante asustado y amedrentado por la vida, y por la enfermedad. Sólo ella sabe el tamaño de su infierno, y hasta de repente también como nosotros se confunde, porque de toda esa miseria, de todo ese dolor inconmensurable, de toda esa amargura, de toda esa rabia, empiezan a quedar solamente los ecos de la risa. Porque para tranquilidad de todos, mi papá, mi Guillo, murió sonriendo, y haciéndonos sonreír, a los 14 que lo acompañábamos a irse y que formábamos su ejército de recuperación. 
Hace unas 4 semanas la vida, esa hermosa y bruta loca, trajo a nuestra vida a un gran doctor, y a dos personajes muy raros. Vinieron a conocerlo y a darnos nuevas instrucciones y, sin quererlo, como tantos, a jugar con la ilusión del milagro... la esperanza nos la pisotearon tantas veces. Así que nos pusimos en sus manos. Esa noche sin embargo tuvo mi papá la peor convulsión de su vida, espantosa, 4 horas de martirio, y un día de recuperación. Un día muy particular. Cuando los gritos pasaban de las 4 horas, y lo rodeábamos en inútiles masajes (pero amorosos), pues ya habíamos tenido la escena dantesca de un ataque terrible, en la última estancia en la clínica en Bogotá, donde hicieron exactamente lo mismo, pero con un poco menos de amor. No había nada, sino que esperar, a que a la vida le diera la gana de desconectar los cables del martirio, y terminara de nuevo el ataque. Guillo se iba. El espanto aumentó cuando quedó haciendo gritos horribles, como por tic, por dos horas. Mi mamá decidió llamar un cura a las 5 de la mañana, y así empezó nuestro primer velorio del que por fortuna, el muerto, Guillo, salió vivo e ileso. Les cuento un poco. 
El padre entró elegantísimo por la puerta con una sotana. Guillo que apenas podía volver a coordinar las palabras por el ataque, distraído por la hermosa sotana preguntó en voz alta al verlo: "¿qué hace aquí esa vieja?". Pasémoslo entre los 4 a la silla de ruedas. A la cuenta de tres: unodostres. Se jodió la sábana de manejo. Ya vienen los tipos raros que conocimos y ella tuvo una revelación: Guillo se muere hoy veintitantos de Julio, así que nos reunimos todos a llorarlo. A despedirlo. Unos 15 estábamos con él. Mi Papi, mi niño herido jugando a la muerte, y convencido por la debilidad en que lo había dejado el ataque se dejaba tratar de morir de la señora que decía con su acento argentino que "sha sentí el frío de la muerte". El esposo de la argentina que era un hombre noble acostumbrado a callar cuando la mujer decía, como una pequeña marioneta y su péndulo vigilaba el inicio del viaje de mi viejo desde atrás de la cama... callaba por orden de la mujer, y escuchaba junto a nosotros una grabación en voz argentina que ella nos ponía a todos desde su celular: "tu misión en la vida ha terminado... nosequénosequénosequé", una y otra vez al tiempo que yo le pedía a Martín que pusiera la canción de mi amigo, que se acababa y el Guillo no se decidía a morir. Hacía fuerza como niño que entra al baño y abría sus ojitos confundidos para decir "oigan, yo así como que no me muero...", y la argentina volvía a decir que ahora sí, que "sha", que se estaba "shendo", y él otra vez apretaba los ojitos y hacía fuerza para morirse, y no podía, y nosotros, generosos, lavados en llanto le decíamos que arrancara tranquilo, que estábamos listos, y otra vez cerraba los ojitos y cuando parecía que se había ido, un ronquido nos confirmaba que había vuelto del otro mundo, y el mismo ronquido lo despertaba, como siempre y decía a la señora que le ayudaría  a morir con sus espíritus "pero cuál es la ayuda porque así no nos va a funcionar la joda". Mono no se quiere despedir. Llegó la tía Lu y el llanto crece. Se va Guillo. "Adiós Guillermo..." se acerca mi hermano Martín a decirle, y Guillo abre los ojitos y le dice "Luego para dónde se va...", todos soltamos la risa, hasta el del péndulo, y Martín le dice con su acento paisa "no pues por lo que tu arrancas..."; mi papá respondió "eso no coja a despedirse que falta como media hora".  Soltamos la risa. Como al almuerzo cuando mi papi, ya con las palabras enredaditas por el ataque, nos dejaba en suspenso a veces docenas de segundos... "quiero... ... ... eh... ... ...", Martín había soltado otra perla al completarle frente a su ajiaco "¿una alcaparra?", "no", respondió mi papá, "quiero morirme". Pues de nuevo, ni alcaparra ni taluego, sigamos haciendo fuerza que este vivo se muere. Fuerza. Y a Mona... quién llama a Mona para que se venga de Perú... Papi, regálame unas palabras específicamente para tu Monita, a ver si el llanto no me las borra... Ponga Martín otra vez la canción, repítala mi hermano que en esta repetición si se muere. Esa es la canción para que el espíritu se eleve. Repítala de nuevo que se volvió a acabar. Fuerza. Fuerza. Fuerza. Santi hermanito, todavía le suena el corazón, ¿cierto? Parece que sí. Se está yendo. Se muere, pero va a decir algo, unas útlimas palabras... "Quiero ir al baño". La mística se rompió con la emergencia intestinal, que luego mi hermano Velandia supo poner en una canción del primer velorio de Guillo, cuando no murió. Terminaba diciendo "el corazón es grande, y el intestino grueso". Ante el anuncio que acaba el momento, Yolandita que lloraba a mares en su pecho, y luego de pie, salió incrédula y le dijo sin hablar al Mono, sólo apretando los labios y sacudiendo la cabeza en silencio "ese no se muere". Pero para la argentina en cambio la ida al baño era un símbolo de "se ejtá desapegando... ejtá soltando, ejtá soltando...". Y sí. Soltó la carcajada por dos días seguidos acordándose de su esfuerzo por morirse con tanta fuerza que casi se rompe una tripa. 
Del lecho de vivo lo llevamos al baño entre 4 o 5, como siempre, su miradita digna de cuando lo llevábamos sabiendo que él se odiaba por haber llegado a ese estado, pero que lo vivía como el hermoso árbol que es y sabiendo que lo tocábamos, mirábamos y acompañábamos con la dignidad total de nuestra alma, para tratar de hacerle compañía, juntos todos, a la inmensidad de la suya... en el baño se quedó solo con mi mami después del siempre aparatoso aterrizaje en el trono. Se quedaron en su intimidad hermosa. Según contó mi mami mi papá dijo que ya no tenía ganas de hacer nada, en el baño, y textualmente "eso está jodido irme así... así no me voy a morir hoy", y ella con su amor eterno, por primera vez después de ese curso de sufrimiento de 14 años le dijo con risa "aprovecha Guillo para irte hoy que estoy en ganga, porque luego vuelvo a no dejarte...". 
Ese episodio que hubiera sido traumático para cualquier familia, y humillante, y sobre todo para él, nos dejó sumidos en la risa. Casi siempre la hubo. De la risa hacía mi papá puentes entre amargura y amargura. No siempre exitosos. Pero la risa estuvo presente hasta 10 segundos antes de que la bendición de la muerte lo cubriera: Bendita muerte. La bendigo mil veces por el descanso de este mártir, castigado sin razón. Llegó bendita y hermosa casi un mes después del simulacro, entre prácticamente los mismos 15 pares de manos que seguíamos haciendo fuerza por el milagro, y por su descanso. Aunque las noches anteriores fueron un espanto de gritos y de negrura, y de medicina para locos, para dormirlo, la muerte lo encontró en plena conciencia, mandándonos sonrisas y dartidos de sabiduría a todos, de lo que había aprendido en el curso de su dolor... lo instalamos en una camita junto a la fogata mientras el atardecer nos acariciaba, y las nubes hacían formas proféticas. Haber vivido la muerte de mi Guillo, fue un honor. Me sentí un verdadero prójimo cuando el alivio de su alma llegó a mi corazón, como al de todos los que estábamos, y a algunos, vimos hermosas chispas en el aire, y al espíritu corriendo feliz de su cárcel de dolor por la ventana... a ser él en espíritu, o a unirse con todo, quién sabe, y desvanecerse como quien baja el volumen de la música... música como la que hubo siempre, pues preparamos listas de canciones para los días finales, para cuando llegara el momento... y se fue, se escapó para siempre, mientras sonaba el Adiós Nonino que Piazzolla le escribió a su padre al morir, y se había dormido unos instantes antes oyendo La montaña, de Velandia...
Pero diez minutos antes de que la respiración parara, en los últimos minutos de conciencia, cantaba con su voz sosteniéndose del último hilo, de la última cuerda vocal, y en coro con nosotros: Vencidos, poema de León Felipe que Serrat volvió canción, en la que un hombre "cargado de amargura", le pide al Quijote que ya va en retirada que se lo lleve con él... "de retorno a su lugar". A la muerte, amigos. La muerte que es la pradera desde donde todo se entiende, como me lo confirmó la sonrisa de la abuela, en estos días. 
No estamos resentidos con la vida, ni con Dios. Para nada. Si algo nos enseñó la enfermedad es que la vida es azarosa y que Dios, ni el suyo, ni el mío, no es un viejo lleno de manos con azotes para castigarnos: es la energía que todo lo toca. El Ser total. Dios no es un sádico, pero para todos los decepcionados de Dios, el de ustedes, el de mayúsculas, les digo que tampoco es un milagrero. Dios no es paleativo de mendigos. No está ahí para hacer la magia que se nos ocurra. Muchos de ustedes que creen que Dios todo lo sabe, ¿creen que él permitiría la hambruna en África?, ¿Creen que él permitiría que maten a dos niñitas en el barrio Kennedy?.. Dios que es el único que dice, según muchos, cómo uno muere, ¿mató entonces a esos 69 en Noruega en 79 minutos?, le puso tos tumores a ese niño de 4 años que murió hace mes y tanto, sobrino de Ramiro y Yolanda. No. Dios no es enfermedad ni venganza. Dios, a quien yo llamo Todo, o Vida, es una hermosura que lo recorre todo. Hasta la muerte. Porque la muerte no es un castigo, ni una enemiga de la vida: además ni la vida ni la muerte tienen moral. La muerte es una hermosura, de la que somos testigos todos, y en donde se puede recoger cariño de muchos por un ser extraordinario, generoso y hermoso que jamás mereció ni un pellizco, pero que se sometió a todo ese dolor para conectar almas que hubiera sido imposible conectar y conocer de otra manera. Su enfermedad fue un camino para muchos. Pero dejen a Dios en paz, los que andan sufriendo, que las pestes del hombre se las inventó el hombre... o cuándo han visto un perrito, o una vaca con tumores... con estas enfermedades... sólo los animales que conviven con el hombre han empezado heredar sus cánceres, sus males. La Vida es una hermosura de fuerza que nos habita hasta en la muerte. No perdemos nada porque como dice el Tao, "el que nada aferra, nada pierde" y nosotros celebramos con todo el dolor del alma, la libertad de mi Guillo. También dice el Tao que uno sólo padece por tener un cuerpo... "si no tuviera un cuerpo qué males podría padecer". También dice que los opuestos no se contraponen, se complementan, y que el vacío, ese al que tanto todos le temen, ese vacío de la vida, y el vacío de la muerte, no es para llenarlo... sino para disfrutarlo... dice ese libro hermoso que 30 radios convergen en una rueda, pero es el vacío del centro el que la deja ser rueda, que una vasija es barro pero que nos servimos en su vacío, que una casa son paredes que se rompen para hacer puertas y ventanas pero habitamos el vacío, lo que no es muro. Y así, este vacío de la muerte es un centro delicioso por el que ojalá la vida nos deje pasar con conciencia. Es un paso divino al que no hay que temer, porque no se contrapone a la vida, porque la complementa, le da sentido.  Nosotros estamos empeñados en verla como enemiga, pero es una hermosura de visitadora, cuando llega sin violencia, cuando llega con risa, cuando llega con conciencia, con amor, con manos amigas. 
La muerte  es una delicia. Es hembra macho hermosa. Es el descanso. Ya no más jeringas, ni ribotril, ni clorazepam, ni diazepam, ni olanzapina, ni dormicoon, ni estire las piernas, ni respire profundo, ni resorte, ni saque el pecho, ni "este pié aquí", ni tensión, ni epamin, ni enemas, ni chuzadas, ni infiltradas, ni anticonvusivos, ni topiramato, ni topamac, ni sertralina, ni zonta, ni goticas de nada, ni magias de nada, ni resonancias, ni tags, ni bisturíes, ni fisio, ni pesadillas horribles por la morfina, ni amargura en los ojos, ni gotas para la amargura en los ojos: ni oxígeno siquiera. Sólo descanso, sólo entendimiento total. Dios regocijándose de que la energía hermosa de mi viejo, se una al todo, como se unió a los que lo acompañamos a irse, en la luminosidad de ese atardecer en sus ojos verdes, por primera vez después de mucho tiempo sonrientes, tranquilos, lúcidos, porque sabía que se iba... saboreando el sabor total de la muerte.
Dios (La Vida) no es dueño del dolor. Por qué va a serlo uno. Por qué no celebrar que se fue. Si no somos nadie para matar, tampoco somos nadie para obligar a padecer. Que delicia, mi Guillo, como te saliste por la ventana de tus ojos, y escapaste con el viento de Agosto hacia el pueblo por la ventana de la casa, a jugar con las cometas, y dejar atrás el lastre material de tu cuerpo. Qué delicia, te amo y te felicito.
Y pienso en todos los otros enfermos del mundo. Y les mando mi amor a sus rincones de miseria, donde no hay quién les limpie el bigote, o la mierda, o los dientes. Donde reciben burlas y vejaciones sin tregua, olvidados por sus familias, amarrados en piezas o en ancianatos. Toda mi compasión, toda nuestra compasión para ellos... y a ustedes decirles que escuchen a sus enfermos. La dignidad de sus enfermos la establecen ellos, los enfermos, mientras puedan. La intensidad de su dolor sólo la conocen ellos. La generosidad de su risa, sólo ellos saben de dónde la sacan. Oigan y respeten a sus enfermos. El compromiso del amor es ser amor, más nada, es ser las manos del que no tiene manos, los pies del que no tiene pies, la cordura del que llegó a la locura, los ojos del ciego, la alegría del herido, del triste, del dolido. La muerte del agónico.
Ustedes que están a tiempo piensen cómo quieren vivir sus enfermedades, porque occidente, porque el sistema de salud está basado en el miedo, para que las mafias farmacéuticas puedan alimentar sus bolsillos con nuestro dolor. Hay mil caminos de curación, y cada casa puede ser un hospital de un sólo paciente. Consientan a sus enfermos que las pastillas sólo están para hacernos adictos a comprar pastillas. Mediten, tóquense. No se crean el mundo.
Ustedes que están a tiempo, hagan como nosotros que dejamos de tratar de que el otro fuera como nosotros quisiéramos, y nos aceptamos con todo lo que tenemos, porque el amor es aceptación, repito, y es en el prójimo, todo lo que le falta al otro. Nuestra familia dejó los juicios atrás... la moral atrás, porque como dijo Lao Tse, sólo un hombre inmoral pregunta por la moral. 
Acéptense. Cualquier día llega a recogerlos un Tsunami, un terremoto, una enfermedad, un meteorito. Estén listos para irse con ellos. Dejen de tratar de hacer de sus hijos una extensión de ustedes que los haga quedar bien en sociedad. Libérense de todas las presiones, del mito de que sólo el trabajo dignifica, cuando en realidad lo único que dignifica es el amor. Es la única escuela. No le crean a sus colegios que el único verdadero objetivo de la vida es la felicidad. Y la amargura es la raíz de todas las enfermedades. Quiéranse, relájense, celébrense. Nosotros ni en los peores momentos paramos de hacerlo. De arruncharnos, de reírnos, de molestar al otro. 
Quiero mencionar especialmente la fuerza de mi madre. Tuvimos hace pocas noches una hermosa reunión con sus 15 ayudantes, en donde me cuento, fue frente al fuego, y fue como un cambio de poder. Hermoso. Aunque mi mami ha gobernado siempre, ahora estaba ahí iluminadita de llamas, recibiendo nuestro amor, que ahora también es todo el que le teníamos a Guillo. Te entregaste hasta el último segundo, desde el primero de amor, no sólo de enfermedad. Eres la fuerza. Eres el alba. Eres la feminidad y la animalidad coordinadas con gracia en la belleza, en la risa, y en la fuerza. Te amamos y mandas, como siempre, pero ahora mucho más que siempre. Somos tus soldaditos, y estamos firmes al lado tuyo, para cuidar tu dolor y tu vida. 
Quiero mencionar a mi Tía Lu, la hermanita incansable, que ni siquiera se cansa de ver morir seres amados. Se va a su lado con la generosidad de siempre, a arriesgar su salud y su cordura, y la vida le regala a cambio tareas hermosas, de enamorar a niños de la vida, como trató de hacerlos con nuestro Guillo. Los niños que tiene sembrando flores en Boavita hasta en la trinchera de la policía, y los viejos que tiene como flores hermosas en una huertica del pueblo. Tía Lu. Eres la fuerza dulce y hermosa. Eres la frescura. Nos tenemos para siempre.
Quiero también que pasen al frente si quieren las siguientes personas: Fab, Tía Lu, Mona, Santi, Juan Alberto, Margarita, Yolanda, Édgar (su amigote íntimo de los meses de martiro, que no está hoy pero está), Mono, Gala, Martín, Maurito, Ramiro, Camilo, Consuelo, Gloria la gran Gloria, César si está, Yenny la súperenfermera y la hermosa y siempre buena Salsa. Si se me queda alguno perdonen. Esta gente, conmigo incluido, tocó a mi papá como un tesorito hermoso, como lo que era, con toda la dignidad y el amor. Pido un aplauso inmenso para este equipo, que fue maravilloso y noble con mi Guillo, que llegue también a Beatricitas, y músculos, y Odilias, y todo aquel que durante estos 14 años mermó su padecer.
A mi Guillo, le digo que sus ojitos hermosos nos los llevamos tatuados. Mi Guillo que fue justo con todos. Cuando buscábamos razones para su dolor, o para la dificultad de desprenderse y arrancar el viaje, tía Lu le preguntaba hace pocos días "Guillo... ¿pero es que usted tiene algún perdón pendiente, algo que no haya solucionado... algo que quiera arreglar, alguien por llamar?". Se volteó con su miradita ensangrentada de insomnio, con sus ojos de niño herido rotos de tristeza diciéndole a mi tía "No hermana... si sumercé sabe que yo siempre he tratado de hacer el bien". Mi Guillo. Con sus ojazos vivarachos, con su humor único, con su inteligencia poderosa, poderosísima, aguda, con su sentido de la estética, con su corazón inmenso, con su vozarrón, con su capacidad de cautivar, con el don del agrado, a todo el que conoció, de donde fuera, y como fuera, sólo trató de hacerle el bien. Así haya sido cierto tu descanso, que nadie se atreva a decirnos que lo mejor, así lo fuera, es que te fueras. Que nadie sabe lo huérfana que nos quedó la vida, pero que será para celebrarte... que muchos saben lo que es la orfandad, pero no lo que es ser huérfano de Guillo. El inmenso Guillo. 
Mi Guillo, generoso oso hermoso, león, bebé elefante, dulzurita herida, mi niño. Te damos un aplauso que te impulse al espacio, antes de oír otra de tus canciones. 
Tumblr media
R.
(en la foto, Guillo)
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Calavero.
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desnervadero · 14 years ago
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WISHLIST
Quiero: hacer películas kaurismágicas, sonóricas, voltágicas, jean genéticas, melvílicas, doppléricas, rústicas, sofísticas, hipnóticas, despiéritcas, rugíbilas, pantagrúelicas, pantagrámicas, valleinclinadas, hormónicas, salomónicas, vontriéricas, injústicas, acústicas, incáusticas, cuchísticas, evíticas, adánicas, abélicas, caínicas, volcánicas, voltairicas, beckéticas, angústicas, anchóticas, delgádicas, padrónicas, matrómenas, piobarójicas, unamúnicas, buñuelísticas, fassbidelodramáticas, apicharbónicas, warasetaculiadas, pelechiánicas, chavárricas, salingéricas, alérgicas, hipoalergénicas, piercinísiticas, ombligueras, chináskicas, johnfánticas, barbéticas, barbitúricas, barfláyicas, bergmánicas, vergoñosas, alcólicas, alucinadas, tranquílicas, rivotrílicas, sústicas, bazúquicas, sharbónicas, marmájamélicas, dumontañeras, kúbrickas, ospínicas, cósticas, piédricas, alónsicas, faviólicas, eólicas, quijotésquicas, pancísticas, herzóguicas, markéricas, dogmáticas, láxicas, laxánticas, estreñimiénticas, doblécicas, erícicas, verlánguicas, famélicas, mórbidas, obésicas, fláquicas, domésticas, salvájicas, harmónicas, disonánticas, leónicas, mongólicas, erudíticas, ingnoránticas, románticas, odiósicas, mentálicas, babéticas, ronídricas, sanyóryicas, robóticas, matérnicas, huerfánicas, travésticas, yogúricas, miélicas, huévicas, gláuberas, róchicas, quatrovoltísticas, heavenísticas, dylanianas, dylanianas, rimbáuticas, baudeléricas, caicédicas, agnósticas, carismáticas, evangélicas, kiarostémicas, carnélicas, romerianas, nuevasólicas, cuatrocientosgolpísticas, trufóticas, eufóricas, orwellinanas, wellianas, lianas, anas, tarzánicas, bestiálicas, marihuanéricas, numéricas, analógisticas, sonámbulas, funambólicas, gavíricas, perédicas, dardénicas, dardóticas, estrambóticas, estrabísmicas, terremóticas, errantísimas, nomádicas, sedentáricas, sedientas, satisféchicas, grandísimas, diminúticas, amárguicas, dulcísticas, jáncsicas, bastárdicas, agarrandísticas, problemáticas, pacíficas, siquiátricas, caóticas, taóticas, perrunas, felínicas, scólicas, hetóricas, retóricas, poéticas, insípidas, presumídicas, humilláticas, humíldicas, indias, fernándicas, cinematéquicas, lobotómicas, olvídicas, anmésicas, loyalísticas, reales, santísimas, profánicas, ferráricas, escorcésicas, robústicas, desahuciádicas, maillicas, maílsicas, déivicas, al menos una de cada una, por separado, con su respectivos tiempos.
Rubén Mendoza
Y ante todo sinceras. Y jitanjafóricas (yes Mr. Ríos).
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