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Tengo una pequeña fantasía.
Ver su rostro deformarse bajo mis puños, la piel cediendo con cada impacto, pinceladas de morado y rojo en su carne hinchada. Sus labios abiertos, ahogados en sangre, excitante, mezclada con saliva y fragmentos de dientes rotos.
La navaja en mi mano tiembla… no de duda, sino de excitación. El filo se desliza bajo su párpado, la piel se resiste un segundo antes de ceder con un chasquido húmedo. El ojo se despega, un hilo de carne aún lo une a su cráneo. Ella tiembla, gime, pero no se resiste.
Un sonido viscoso, repugnante ensordece. Los globos oculares caen con un sonido húmedo, dejando su huella en el suelo.
Mis manos están cubiertas de su esencia caliente, su perfume aún impregnado en la piel, ahora mezclado con el hedor asqueroso del miedo que alguna vez tuvo.
Su cuerpo convulsiona, aún aferrándose a la vida.
La arrojo al ácido y la veo disolverse, su carne burbujeando, la piel desprendiéndose, mientras el líquido devora cada rincón de lo que fue, la devora sin piedad alguna. El aire se llena de un olor fétido, pero es el olor de la paz.
No más pensamientos intrusivos, no más celos.
Solo ella, fundiéndose con el ácido, no con él.
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