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Mejinco de lo Lindo
Días del 17 al 20: Isla Mujeres y Cancún

¡Hola, holita, mis chiles en nogada! Os escribo esta bitácora desde el aeropuerto de Cancún, mientras esperamos el vuelo de vuelta a España, con una mezcla de tristeza por lo que se acaba y de alegría por lo vivido, aderezada con un una mihita de resaca por el tequila de anoche.
He de confesar que esta última etapa del viaje era la que menos ilusión me hacía, puesto que soy de esas personas que tienen la ansiedad viajera de buscar aventuras y descubrir culturas, y considera el relajarse en la playa como un acto de pérdida de tiempo o que “puedo hacer en casa”. Quizás la suerte de haber vivido (y vivir) cerca del mar, y de haber disfrutado de las playas de Cádiz, por si fuera poco, influyan en esa forma de pensar.

Sin embargo, estos 4 días me han venido a demostrar que el relax también está bien, que se puede disfrutar y, además, puede ser necesario en ocasiones.
Esta última etapa comenzó cuando llegamos a Isla Mujeres después de haber visitado Chichen-Itzá. Una isla tremendamente turistificada, pero con unas increíbles playas en las que empezamos a cogerle el gusto a eso de estar en remojo.

Nos fuimos en busca de las ruinas mayas de Punta Sur, donde nos dijeron que veríamos una puesta de sol hermosa. No es por quitarle méritos, pero me quedo con la puesta sobre el castillo de Sancti-Petri.

Allí intentamos seguir la pista de Tlatelquietoc de nuevo, para lo cual nos acercamos a una de las mayas allí presentes para consultar información.

Claro que preguntarle a una estatua puede, en ocasiones, no dar resultado. No me pregunten por qué, este es otro de esos misterios de la vida que jamás serán resueltos.
Tras dos noches allí, cogimos barco con dirección a la zona hotelera de Cancún para disfrutar de nuestras 3 noches con sus “4 días” (realmente hoy no lo hemos aprovechado, puesto que hemos salido a las 7:00 am del hotel) de pulserita, buffet, cócteles azucarados y quemaduras solares por abuso de piscina.

Me extrañó que fuéramos el único grupo de españoles en el hotel, la verdad. Lo que no me extrañó tanto es que fuéramos el grupo que más animaba y más jaleo formaba en la piscina. Baile de sevillanas y Macarena incluidos por eso de perpetuar los clichés, por supuesto.

Aquí se dio de nuevo el milagro de la amistad inesperada. Las últimas dos noches fuimos a dar con un grupo que venía de Colombia y que tenía la misma necesidad de fiesta y cachondeo que nosotros, por lo que entre ambos grupos nos encargamos de animar el cotarro una vez pasadas las 23:00 (hora en la que cerraban barra libre y música). Es gracias a ello, y a la inmejorable compañía de mi comitiva española, que esta etapa superase con creces mis expectativas. Ya se sabe, lo importante no es el destino, sino la compañía.

Y nada más que contaros, damos y caballeras. Bueno, sí: no logramos encontrar a Qillo Tlatelquietoc por segunda vez (estábamos a otros menesteres), lo cual es una buena noticia: quizás nos vuelvan a llamar para volver a esta tierra que tanto nos ha enamorado. Y también un pequeño incidente con el acceso a EEUU de Isra, por el que ha tenido que cambiar de vuelo con algún que otro dolor de cabeza. Ya se sabe: lo que mal empieza (recordad su pérdida del primer vuelo por overbooking), mal acaba (aunque solo suponga una pérdida económica, por suerte).
Y aquí me despido. Un millón (u dos) de gracias a mis compis Susana, Patri, Nuria, Lourdes, Soraya e Isra por acompañarme y por hacer de este viaje una maravillosa experiencia; y a ustedes por leerme y permitirme haceros partícipes de estas aventuras una vez más. ¡Nos vemos en el próximo viaje!

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Mejinco de lo Lindo
Día 16: Chichen-Itzá y llegada a Isla Mujeres.

¡Hola, holita, mis burritos con pastor! Este fue el último día de aventuras como tal, propiamente dichas, aunque no sea el último día de viaje, ya que aún nos quedaban 5 días que disfrutar en México. ¿Por qué el último día de aventuras, entonces? Porque lo días que quedan son de sol y tumbona para reponer fuerzas después de lo vivido.
Y, como no podía ser de otra forma, nos fuimos a las ruinas mayas de Chichen-Itzá, quizá la más conocida en el mundo entero (por la afluencia de personas así lo parece) y así podríamos volver a buscar de nuevo a Qillo Tlatelquietoc.

Lo que no sabíamos nosotros es que este azteca tendría una red de contactos tan amplia, puesto que nuestro guía nos enseñó las ruinas en un abrir y cerrar de ojos. Así que, o estaba compinchado con Qillo y nos las enseño así de rápido para evitar que siguiéramos buscándolo, o se estaba cagando desde que el primer instante en que llegamos a la zona arqueológica, porque esa celeridad no era propia de un espacio con tal importancia (y una entrada con tal precio).
Mientras que el resto de grupos turísticos se entretenían en probar los juegos sonoros del campo de juego de pelota, nosotros teníamos que prestar atención a una explicación a x1.2 de velocidad, con un ojo en los tallados de las rocas y otro en cualquier rincón que ofreciera el espacio por si Tlatelquietoc aparecía.

Pasamos por el Templo de Las Águilas y Jaguares, así como por el Templo de Venus con la lengua fuera y sin apenas pausa.

Luego hicimos una parada frente al templo más importante del yacimiento, y el que más os sonará haber visto, el Templo de Kukulcán, donde estuvimos unos escasos minutos escuchando las explicaciones sobre el descenso de Kukulcán en los equinoccios.

Cuando logramos parar para tomar un respiro y unas fotos, el guía ya comenzaba a hablar sobre el Templo de los Guerreros y el grupo de las Mil columnas sin apenas acercarnos a ellos. Ni fotos tengo de estas maravillosas construcciones.
Ni un segundo de aliento nos daba este hombre. En ese momento, suponíamos que sería por el calor que hacía, aunque ahora entendemos que había un motivo ulterior para mantenernos ocupados y con los 5 sentidos prestando atención a nuestra supervivencia más que a la caza de Tlatelquietoc.

Nos introdujo en los pasillos más comerciales de la excavación, donde se encontraban todos los puestos de venta de recuerdos, para que las voces de los vendedores no nos permitiese escuchar cualquier sonido extraño que nos indicase la ubicación del forajido.
Nos colocó de cara al Lorenzo cuando visitamos el único observatorio astronómico maya con base circular (los había con otros tipos de distribuciones, estos mayas eran una locura) para que su luz nos cegase y no pudiéramos ver ni pizquita de los llamativos ropajes de Qillo.

Y ni siquiera nos dio la opción de visitar el resto de edificaciones de la zona sur del espacio arqueológico con la excusa de que teníamos que irnos a comer al lugar que había reservado (¡qué cabrón! Cómo sabía que la comida era nuestro punto débil).
Así que tuvimos que salir de Chichen-Itzá sin haber cumplido nuestra misión, ya que luego nos esperaban unas 3 horas de furgoneta hasta llegar al muelle de Cancún, donde tomaríamos un barco hasta Isla Mujeres, penúltimo destino de nuestro viaje.

Los siguientes días, tanto en Isla Mujeres como en Cancún, os los resumiré en una entrada cada destino, ya que poco os espero contar más que el número de horas en remojo o los cócteles que vayamos a tomar.
O no, quién sabe…
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Mejinco de lo Lindo
Día 15: Tixkokob (Pueblo Pibil) y Cantina la Negrita.

¡Hola, holita, mis cochinitas pibiles! Ayer fue el día que en el que dimos sentido al viaje; el día en el que fuimos felices cual perdices; el día que explica por qué hemos hecho la ruta norte por Yucatán en lugar de haber hecho la ruta sur; en definitiva, ayer pudimos hacer lo que más nos ha gustado hacer durante el viaje. ¿Explorar la naturaleza? ¿maravillarnos con las ruinas aztecas o mayas? ¿interaccionar con las distintas comunidades y culturas de este enorme país? NO: COMER.

Y es que ayer nos pudimos pasar por el pueblo de Tixkokob, a unos 25 kms de Mérida, para, y solo para visitar el restaurante Pueblo Pibil.
Allí pudimos ser testigos del desentierro de la cochinita pibil, la mundialmente conocida receta para cocinar cerdo creada en dicho restaurante por el Maestro Pibil, consistente en envolver el cerdo en hojas de plátano e introducirlo en una urna colocada sobre brasas bajo tierra, en el que se deja enterrado durante 16 horas para su macerado y cocción.
¿No estáis salivando ya? Pos imaginaos nosotros cuando abrió esa urna a un metro de distancia nuestra y ya se podía percibir el olor de esa jugosa carne que se deshacía nada más verla. Pudimos incluso degustar un pequeño aperitivo nada más salir del horno. Un auténtico espectáculo.

Tras nuestro deleite gastronómico, volvimos a Mérida con la intención de llegar pronto a la famosa cantina La Negrita y pillar sitio antes de que se llenase. Mira que llegamos más de una hora antes de que comenzase el espectáculo musical en directo, pues por poco nos quedamos fuera. Al final pudimos apañarnos con una única mesa para los 7, en la que con cierta dificultad cabían nuestras copas y cervezas.

Aprovechamos nuestra visita a la cantina no solo para disfrutar de la música en directo y el buen ambiente, sino para probar también los famosos chapulines (grillos fritos). Ya lo dice el refrán: donde fueres, haz lo que vieres. Y aunque no vimos a nadie comiendo insectos, a nosotros nos apeteció hacerlo.
Y con eso acabó el día, yéndonos tempranito a la cama para madrugar al día siguiente, donde nos esperaba la última oportunidad de dar captura a Qillo Tlatelquietoc, en las ruinas mayas de Chichen-Itzá, previa a nuestra marcha a la última etapa de nuestro viaje: las paradisíacas playas de Isla Mujeres y nuestro retiro espiritual a los bares de Cancún.
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Mejinco de lo Lindo
Día 14: Cenotes.

¡Hola, holita, mis chapulines! Estos últimos días hemos bajado el ritmo en cierta forma, pudiendo disfrutar de algunas horas ociosas para recorrer la ciudad o hacer lo que nos placiese, pero no he escrito los correspondientes diarios porque la pereza existe y te viene a visitar de vez en cuando. A mí, concretamente, cada 5 minutos.
Pero aquí estoy, con un par de días de retraso, poniéndome al día con nuestras historias porque no paráis de escribirme para preguntar si seguimos vivos o no (mentira, nadie ha preguntado). Así que ¿qué tal si empezamos por el décimo cuarto día de nuestra aventura, con nuestra visita a los cenotes?

El día comenzó como de costumbre: madrugón para ir a desayunar copiosamente, del que ya ni fotos hacemos porque pa’qué esperar a hincarle el diente, y luego furgo hasta la zona a explorar.
Esta vez hicimos una parada estratégica en el pueblo de Acanceh (leído como acanké, y que significa “quejido de venado” en maya), para ver un ejemplo de pueblo creciendo sobre antigua urbe maya (véase la pirámide en la plaza central, junto a la iglesia principal del pueblo).

Y, tras unos calurosos minutos, pusimos rumbo a los cenotes de Santa Bárbara, donde podríamos disfrutar de la mágica experiencia de visitar y bañarnos en 3 cenotes.
Los cenotes, por si alguien no lo hubiera escuchado aún, son unas formaciones geográficas subterráneas que se dan tan solo en la península de Yucatán, en las que se acumula agua filtrada por la roca caliza que las rodea, dando lugar a unas “piscinas” cavernosas o pozos interconectados entre sí por ríos subterráneos.

Existen tres tipos de cenotes en función de su exposición al exterior, ya sean a cielo abierto, semiabiertos, o subterráneos o en gruta, y en esta hacienda existían los tres.

Los visitamos por su orden de superficialidad, de menos a más accesibles. El primer cenote al que accedimos fue el Cenote Cascabel, de los de tipo en gruta, prácticamente subterráneo con un mínimo acceso desde el exterior.

Luego caminamos unos 100 metros selva a través hasta el Cenote Chacksikín, de los de tipo semiabierto, desde el que había varios puntos de acceso de luz desde el exterior.

También disponía de una pequeña plataforma de 1 metro de altura desde la que poder hacer “clavados” o saltos hasta el agua.
Por último, visitamos el más sorprendente de todos, el cenote a cielo abierto llamado Xooch’, que debe su nombre a una lechuza que habita en él.

Este cenote tiene hasta 40 m de profundidad en algunos de sus puntos, y alberga huecos en las paredes para los nidos de todo tipo de aves: desde golondrinas o murciélagos hasta la nombrada lechuza, pasando por el zopilote negro.

Desde ahora, además, cuenta con una nueva especie híbrida que se dedica a estropear fotos románticas saltando sobre el agua.

Y con esto termina nuestra experiencia con los cenotes. Durante la vuelta pudimos disfrutar de un spa no deseado en la furgoneta, pudiendo sudar, como si de una sauna sueca se tratase, todo líquido que hubiéramos bebido durante el día. Como diría la Margari de Cádi: AIR CONDISHIONIN INASECTABLE.
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Mejinco de lo Lindo
Día 13: Mérida.

¡Hola, holita, mis puercos a la yucateca! El día de ayer fue uno de esos días tontos en los que gastas más tiempo viajando y “perdiendo el tiempo” por la ciudad que aprovechándolo en visitas culturales o turísticas, pero después de la resaca de nuestra picadura de mosquito con desdoble espacio-temporal nos venía bien un poco de tranquilidad.
Por ello, amanecimos temprano en Campeche para despedirnos de la ciudad como se merece: con un buen desayuno mexicano; y poner camino de la estación de buses para coger nuestro último autobús ADO en el viaje.

Esta vez fueron solo 3 horas de viaje las que hicieron falta para cambiarnos de estado desde Campeche hasta Mérida, capital del estado de Yucatán.

A las que hay que añadirles unos 30-40 minutos de caminata con las mochilas y a todo sol hasta llegar a nuestro nuevo hotel. En este caso la foto tinder del hotel era justa con la realidad y la única sorpresa que nos llevamos fue para bien.
Es mentira que no aprovechásemos algo de tiempo en visitas turísticas, puesto que nos apuntamos a un free tour para conocer la ciudad y consultar por recomendaciones gastronómicas o de cachondeo.

Durante todo el tour nos acompañó un calor asfixiante como no hemos sufrido en todo nuestro viaje todavía. Por suerte, el tour acababa en una plaza enfrente de una de las 7 maravillas del mundo (cervecero, al menos): un tap room con 12 grifos de cerveza artesanal nacional.

Así que pudimos reponer electrolitos tras nuestra segunda caminata diaria antes de volver al hotel para ducharnos, vestirnos e ir a probar alguna de las recomendaciones culinarias.

He de confesar que, muy a mi pesar, no hubo juerga posterior a la cena para conmemorar el viernes como se merece, pero es que con la cena que nos metimos entre pecho y espalda nos costó hasta volver andando al hotel (que estaba a escasos 100 metros).

En serio, demasiada cena.

Así que vuelta al hotel, y a descansar que al día siguiente toca volver a la naturaleza a por más aventuras.
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Mejinco de lo Lindo
Día 12: Zona arqueológica de Edzná y Bahía de Tortugas.

¡Hola, holita, mis enchiladas! En la anterior entrega se me olvidó contaros que tras nuestro baño bajo la lluvia en la piscina del hotel, recibimos una nueva pista sobre la posible ubicación de Tlatelquietoc, quien se podría encontrar en las ruinas de Edzná, así que nos armamos de repelente de insectos y marchamos de nuevo en su búsqueda.
Como ocurriese en Lakam-Ha, en Edzná la vegetación había crecido de manera salvaje en los últimos siglos, inundando el 98% de la superficie de la antigua urbe, así que nuestras esperanzas en encontrar al forajido azteca era con mucha diferencia inferiores a recibir una picadura de mosquito o mordedura de iguana.

Y así fue como ocurrió, mientras nos adentrábamos en la selva observando cómo se levantaban algunos promontorios a nuestro alrededor, que resultaron ser restos de las más de 800 edificaciones que aún no habían sido desenterradas, uno de esos mosquitos brillantes nos picó y empezamos a sufrir ciertos efectos secundarios para nada comunes en este tipo de picaduras.
Pero nuestra misión era clara e hicimos caso omiso de nuestros extraños síntomas para continuar con la búsqueda por Edzná.
Primero subimos titubeantes a una de las edificaciones basamentales allí presentes para obtener unas vistas generales del espacio a explorar. No sin razón la edificación parecía tener forma de graderío para actos ceremoniales, por lo que ofrecía unas hermosas vistas de la zona.

Menos mal que el equipo de arqueología había previsto unos escalones intermedios que nos ayudasen a no tropezar en nuestra subida y bajada.
Eso no evitó que el cambio repentino de alturas empezase a afectarnos en nuestro estado general, y comenzásemos a tener unos comportamientos adversos conforme al orden espacio-temporal estándar.
En esta foto, por ejemplo, podemos apreciar perfectamente cómo nuestros actos están mínimamente diferenciados por apenas unas centésimas de segundo, provocando un gradiente descendiente desde mi salto (a la izquierda) hasta el de Susana (a la derecha).

La cosa no queda ahí, y apenas unos metros más adelante, justo antes de llegar al espacio de juego de pelota, empezamos a desdoblarnos de forma inquietante.

Nadie del grupo guarda recuerdos de que hubiéramos hecho ninguna de estas fotografías, ni tan siquiera que nos comportásemos de dicha forma. Por suerte, nuestro guía tomó buena cuenta de todo ello y estuvo atento a nuestro devenir.

Subimos a la zona donde se encontraba el templo principal, y nuestros actos siguieron siendo distintos de cómo los recordamos. Aquí, por ejemplo, ninguna de nuestras amigas recuerda subir las escaleras en un zigzag perfecto, sino más bien todas en fila india, y, sin embargo, juzguen ustedes.

Dicen que aquí comencé a reírme solo sin ton ni son, a pesar de que alrededor olía de una forma nauseabunda. Quizás me riese de un chiste tan malo que apestase por sí solo, aunque me chivan que a los minutos se escuchó algo ahí arriba sin que hubiese nadie. También existe la posibilidad de que mi doble espacio-temporal se cascase un cuesco maya y yo me riese de las boqueás que estaban dando todas por la peste. Nunca lo sabremos a ciencia cierta.

Lo que sí sabemos es que nos fuimos de Edzná sin haber encontrado a Qillo Tlatelquietoc, y que tuvieron que llevarnos de urgencia a un espacio de paz y calma para curarnos de nuestra duplicidad antes de que fuera demasiado tarde.
El lugar escogido por los guías fue la Bahía de Tortugas. Una playa de arena blanca y mar turquesa, con palmeras en la orilla y un santuario de tortugas donde cuidarlas y dejarlas crecer lo suficiente para poder soltarlas al mar con menos peligro de ser capturadas por las gaviotas y pelícanos que por allí volaban.

Pudimos echar un buen rato de sol y birras, y disfrutar de nuestro ya clásico baño bajo la lluvia (o bajo la tormenta, más bien) hasta que conseguimos volver a la normalidad (si es que convertirse en el cantante de El Barrio significa volver a la normalidad).

Terminado nuestro tratamiento, volvimos a Campeche para cenar y animarnos tras otra búsqueda fallida con un par de cócteles (e ir así acostumbrado al estómago para cuando lleguemos a Cancún).
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Mejinco de lo Lindo
Día 11: Campeche.

¡Hola, holita, mis panes de cazón! El día de anteayer no fue muy dado a la aventura, puesto que medio día lo pasamos viajando en bus desde Palenque a Campeche, y la única foto que guardo es esta de las Puertas del Mar de Campeche siendo amenazada de lluvia por las nubes (amenaza que luego cumplieron), por lo que voy a intentar experimentar con la escritura y ofreceros un texto adecuado al día de ayer, de corrido, sin mucha parada y algo asfixiante (como nuestro hotel), es decir: un texto sin comas ni puntos. Perdonen las disculpas por adelantado.

Con el suculento desayuno de mierdas básicas de los mini mercados Oxxo tras haber amanecido en Palenque con el olor a petricor de la lluvia copiosa del día anterior nos encomendamos al Santo Taxista de la Suerte para llegar a la estación de autobuses a tiempo sin que el taxi se desmontase por el camino y nos dejase entrar en un bus con un aumento considerable de calidad y comodidad en la misma medida en la que aumenta el volumen de las películas que nos “amenizan” sin dejarnos dormir las casi 6 horas de viaje hasta Campeche en las que pudimos disfrutar de maravillosas películas históricamente acertadas como el archiconocido judío Christian Bale haciendo de Moisés en Exodus o la animada Lluvia de Albóndigas 2 intercaladas por el movimiento incesante de Stephen Hawking en su Genius asemejando los movimientos intestinales de la gente que se acercaba al aseo del autobús eliminando de nuestra mente el rico olor a petricor para sustituirlo por la mezcla de bajante enmohecido y baño de uno de esos festivales en los que acabas con la camiseta tan sudada como nuestras frentes al salir de la estación de bus de Campeche para volver a encomendarnos al Santo Taxista de la Suerte para que nos llevase sanos y salvos al hostal en el que pudimos alzar nuestra voz en común y declamar esa famosa frase presente en el 90% de citas Tinder en las que se escucha “tú no eres el de la foto” antes de soltar mochilas en la húmeda habitación con olor a petricor del malo e irnos a quitar el mal sabor de boca con la que está siendo nuestra atracción favorita en este viaje como es llenar la mesa de antojitos mexicanos y acompañarla de alguna fresca cerveza que sople la energía suficiente a nuestros cuerpos para pasear la ciudad en busca de algún monumento histórico importante o algún paisaje bello que ocupe nuestro tiempo hasta el momento de llegar al hostal de nuevo a disfrutar lo único que lucía tal y como en las fotos de internet con su agua azul de piscina con cloro y con sus escalones y su lluvia cayendo durante las dos horas que aguantamos el chaparrón literal sobre nuestras cabezas antes de ducharnos con el miedo de pillar un hongo del tamaño de un taburete como los que sustentaron nuestros panderos en aumento constante por cenas como las que pudimos degustar previa a los cócteles que terminaron de darle el toque somnífero a esos cuerpos que son los nuestros y que acabaron cansados al final del día por toda esta aventura sin respiración que nos permitiese dormir sin pensar en los seres vivientes que pudiesen habitar nuestra habitación y estar descansados para la aventura del día siguiente. PUNTO. Podéis respirar en paz.
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Mejinco de lo Lindo
Día 10: Lakam-Ha, zona Arqueológica de Palenque.

¡Hola, holita, mis azcalates! No sé si recordaréis la aventura de hace unos días en Ciudad de México, a la caza del nervioso forajido azteca Qillo Tlatelquietoc, al que conseguimos atrapar en Teotihuacán, pues ayer nos chivaron que había conseguido escapar de su encierro de nuevo (si es que no se está quieto este hombre), y que posiblemente se encontrase en alguna de las ruinas mayas de Chiapas o Yucatán.
Al llegar nos encontramos en medio de unas ruinas que emergían de la selva casi confundiéndose con ella y empezamos a sudar. Al enterarnos de que el yacimiento actual supone tan solo el 2% de lo que fue la ciudad de Lakam-Ha en su momento, supimos que la misión nos iba a costar una mihita.

Aún así, decidimos peinar la zona (no con el peine de Isra, precisamente) por si lográbamos encontrarlo. Yo me encargué de buscar en los primeros templos que hallamos, correspondientes a la tumba de Pakal, uno de sus gobernantes más importantes, y en la de de la Reina Roja, que se suponía era su madre.

Luego pasamos a buscar por las zonas habitacionales del Palacio y alrededores.

Subimos selva a través hasta llegar a los templos del Sol y De la Cruz.

Casi expulsamos un pulmón tras subir las escaleras, pero las vistas merecieron el esfuerzo (aunque siguiéramos sin encontrar a Tlatelquietoc).

Bajamos de nuevo y nos pasamos por la zona de juego de pelota por si estuviera escondido por ahí, pero tampoco encontramos ni rastro.

Derrotados ya por el cansancio, decidimos abandonar el complejo y buscar en las ruinas mayas de Chichén-Itzá dentro de unos días. Mientras tanto, nos marchamos al hotel a disfrutar de su piscina, su vegetación selvática y a descansar por fin (que ha sido una semana intensa).

Y con esto nos despedimos de Chiapas para continuar nuestra aventura en el estado de Campeche. Si tenéis oportunidad de venir a México, no dudéis en visitar Chiapas. Sus contrastes, su cultura, su naturaleza y su gastronomía os enamorarán. Os lo dice alguien enamorado.
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Mejinco de lo Lindo
Día 9: Cascada de Aguas Azules y de Misol-Ha.

¡Hola, holita, mis totopos! Abandonemos la gravedad del tono del día de Chamula, y adentrémonos de nuevo en la alegría de disfrutar de la naturaleza. Quizás, para terminar, os deje una muestra de cómo hacer el ridículo y no morir en el intento.
Como bien digo en el subtítulo, anteayer nos tocó visitar dos cascadas de camino a nuestro nuevo destino, Palenque. Por la lejanía de ambos puntos, decidimos mandar a la mierda las vacaciones y madrugar más que si estuviéramos de jornada laboral para salir del hotel a las 6:30.

Y ya lo dice el refrán: a quien madruga, le toca echar una cabezadita en la furgoneta (o algo parecido). Así que, esta vez, Juan pudo descansar una mihita de nuestras pamplinas mientras conducía tranquilamente. Cometió el error de parar en Ocosingo a desayunar, ahí ya nos espabilamos y nos tuvo que aguantar hasta el último minuto del día.
Entre juegos tontorrones y música variada, llegamos a las cascadas de Aguas Azules.

Allí pudimos darnos un buen baño con gente local, hacer alguna locura (ya veréis el vídeo del final) e incluso nadar bajo la lluvia.

Tras el almuerzo, de nuevo carretera y manta para llegar a la cascada de Misol-Ha y sorprendernos de nuevo con los paisajes que nos está brindando este viaje.

No solo pudimos maravillarnos con la caída de 35 m de agua y su entorno, sino que pudimos adentrarnos en la roca hasta alcanzar un manantial que surgía de la misma en una gruta minada de murciélagos.

Para terminar la tarde, un bañito en la poza en la que finaba la cascada, y de nuevo carretera hasta llegar a Palenque, en donde estaremos un par de noches antes de partir para Campeche.

Y ahora sí, lo que estabais esperando, el ridículo cobachiano hecho vídeo, disfrutad:
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Mejinco de lo Lindo
Día 8: San Juan de Chamula y Zinacatán.

¡Hola, holita, mis chilaquiles! Durante el día de ayer estuvimos visitando un par de comunidades indígenas cercanas a San Cristóbal de las Casas, al sur de Chiapas.
Aviso a occidentales: comunidad indígena no es igual a indios con trajes emplumados viviendo en casas de paja y caña. Las casas son de adobe (sin cazón).
Bromas aparte: se trata de poblaciones ancladas en el siglo actual, con su evolución tecnológica y digital, su economía con moneda nacional, pero que han conseguido salvarse de las garras del globalismo manteniendo costumbres, ritos, idioma e incluso ordenación política propias, a pesar de haber sido conquistados y sometidos por España hace 5 siglos como el resto de poblaciones indígenas de Mesoamérica.

Todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Hacer que una cultura, idiosincrasia y cosmovisión propias perduren en la historia es, desde luego, algo que celebrar y mostrar al mundo entero. Señal de orgullo para algunas personas, incluso. ¿Pero a qué precio? ¿Merecen la pena el aislamiento y quedar reducidos a un entorno geográfico limitado y cerrado en sí mismo? Valoren ustedes.
Lo que no se puede negar es que el choque cultural es inconmensurable. Desde que entramos al mercado de San Juan Chamula, mi mente no dejaba de procesar comportamientos, vestimentas, mezclas de idiomas, y toda señal de diferencia entre lo que estoy acostumbrado y lo que allí vi.

Pero sin duda, lo que más nos impactó a todos fue acceder a la iglesia de San Juan. No tenemos imágenes de lo que dentro acontecía porque, primero, estaba prohibido; segundo, por respeto a las personas que allí estaban y a sus rituales; y, tercero, eso no se puede fotografiar: hay que vivirlo en persona. Solo os diré que la mitad del grupo salimos llorando de allí de la misma emoción.

Después fuimos a la comunidad de Zinacatán, a unos 5 kms, a “echar el día” con una familia originaria de allí.
Nada más llegar nos mostró las creaciones textiles que tenían, y el método con el que conseguían la tela base para sus bordados, llamado telar de cintura (que veis arriba). Un auténtico trabajo de artesanía que requiere de una paciencia y pasión infinitas, y el cual nos dejaron probar en nuestra propia piel.

Luego nos invitaron a sentarnos al rededor del comal (u hogar), y allí estuvimos un buen rato charlando y probando sus deliciosas tortillas con frijoles, quesillo, pipas de calabaza molida y varias salsas de tomate y guacamole. Ellos nos mostraron sus tradiciones, y nosotros, a cambio, le hicimos muestra de una de las más arraigadas en nuestra cultura: una sobremesa infinita.

Tras terminarnos el delicioso café de olla y hacerles un par de compras, fuimos a la iglesia a observar cómo el pueblo la preparaba, junto con sus santos, en las festividades previas al patrón de la ciudad: San Lorenzo.

De nuevo el choque cultural hizo acto de presencia, mostrándonos cómo sus preparativos estaban alejados de la solemnidad y sobriedad que rodean a la iglesia europea, y se acercan más al jolgorio y alegría por la celebración de su fe.

Así que ya veis, un día cargadísimo de emociones y difícil de digerir, que requirió que a la llegada a San Cristóbal de las Casas nos diéramos un buen homenaje para brindar por lo vivido. Y, cómo no, yo lo hice que con cerveza artesanal de la zona. Que se note el toque mexicano con ese maíz azul, sí señor.

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Mejinco de lo Lindo
Día 7: Timanco de Domínguez, Río Chiflón y Lagos de Montebello.

¡Hola, holita, mis cochitos asados! Durante el día de ayer -y seguramente durante el de hoy también- tuvimos unas largas travesías en furgo para visitar los puntos del título. Pobre Juan, nuestro guía y chofer por Chiapas, que nos tuvo que aguantar durante más de 6 horas de viaje con nuestras mierdas.

“No será para tanto”, pensaréis. Pero imaginaos a 7 pamplinas juntos cantando las típicas canciones de nuestra infancia.

“Ahora que vamos despacio,
ahora que vamos despacio,
vamos a contar mentiras ¡tralará!,
vamos a contar mentiras, ¡tratará!,
vamos a contar mentiras,
por el mar van los caballos,
por el mar van los caballos,
por el aire los Cobachos, ¡tralará!,
por el aire los Cobachos, ¡tralará!,
por el aire los Cobachos”.
- Nuria se hizo popó en las aguas del Chiflón.
- ¿quién, yo?
- ¡Sí, tú!
- ¡Yo no fui!
- ¿Entonces quién?
- ¡Fue Dani!
- Daniel se hizo popó en las aguas del Chiflón.

Una Susana (Una Susana)
y dos Cobacho (y dos Cobacho)
se apostaron (se apostaron)
la manera (la manera)
de meterse (de meterse)
en un lago (en un lago).

Lunes antes de almorzar
un Cobacho iba a jugar,
pero no pudo jugar,
porque tenía que nadar.
¡Así nadaba, así, así!
¡Así nadaba, así, así!

El Lago de Montebello
es particular,
cuando llueve se moja,
como los demás.

Y para que no os quedéis con los dientes a su tamaño natural, os dejo por aquí uno de los platos de ayer, por seguir la tradición de ponéroslos un poco largos.

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Mejinco de lo Lindo
Día 6: Cañón del Sumidero y Chiapas de Corzo.

¡Hola, holita, mis pepitas con tasajo! Chiapas nos recibió ayer con un copioso diluvio de camino al hotel de Tuxla Gutiérrez en el que nos alojábamos. Menos mal que el taxista era un tío prudente que en vez de adelantar los coches de 7 en 7 con doble línea continua lo hacía tan solo de 5 en 5. Pero oye, llegamos al hotel sanos y salvos (y secos).
Y menos mal que alcanzamos la ciudad con vida, no por lo que dejemos atrás, allá en España, que ya os tenemos mu’ vistos, sino porque lo que nos aguardaba para el día siguiente bien merecía esquivar un par de camiones en sentido contrario y con el parabrisas totalmente cegado por el agua.

Esta vez no hay foto del desayuno energético porque, en lugar de pagar el buffet libre del hotel, fuimos a una farmacia y nos hinchamos a comprar galletas, dulces y bebidas varias (sí, aquí las farmacias venden de todo y esta en particular abre las 24 h). Mas no os preocupéis, que habrá foto de comida como todos los días.
Sobre las 8:30 nos recogió nuestro guía durante nuestra estancia en Chiapas, Juan, para llevarnos hasta nuestro primer destino: el río Grijalva (que no grijander), por el que adentrarnos en el espectacular Cañón del Sumidero.

Este magnífico espacio natural es tan importante para el estado de Chiapas, que hasta aparece en el escudo del mismo.

Y no es para menos, con la grandeza que aportan sus casi 30 km de longitud, 250 m de profundidad y con paredes de hasta 1 km de alto, como para no tomarlo como seña de identidad.
En nuestra visita hemos podido ver cocodrilos, pelícanos, monos araña, y hasta un caballito de mar (en forma de estalactita, eso sí).

Tras llegar al final del cañón, donde se sitúa una de las presas hidroeléctricas más importantes de Mesoamérica, y disfrutar de una rica michelada antes de la vuelta, Juan nos ha llevado a conocer los diferentes miradores desde los que obtener una perspectiva diferente del cañón.

Fotitos acá y allá, un buen rato de charla con una autoestopista argentina, y algo de historia del estado por parte de Juan, y llegamos a la ciudad de Chiapas de Corzo.

Y ahora sí, aquí viene otra ración de envidia gourmet, y es que hemos probado dos de los platos más típicos de esta zona en uno de los espacios más puros que existen: el mercado de la ciudad.

Por un lado, hemos probado el cochito asado (tacos con carne de cerdo asada, aderezados con jugo del propio asado y rabanitos encurtidos), y el tasajo con pepitas (lengua de res con una salsa de pipas de calabaza), y pozol para beber (una bebida de maíz con cacao).
Después de una vuelta de reconocimiento por el mercado de artesanía del lugar (¡y vaya mercado!) pusimos rumbo a otro precioso pueblo mexicano, San Cristóbal de las Casas, en el que nos alojaremos durante los próximos días, y que nos servirá como base de partida para las diferentes excursiones que haremos por el estado.
Y, para terminar el día, un brindis por ustedes, ¡salud!

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Mejinco de lo Lindo
Día 5: Cemitas poblanas
¡Hola, holita, mis cemitas! Durante el día de ayer lo único y más importante que hicimos fue salir en busca del Mercado del Carmen, en Puebla, para poder degustar sus famosas cemitas en el puesto de La poblanita.

Las cemitas son un tipo de bocadillo que deben su nombre al pan con el que se hacen. Luego podrás tomarlos de varias formas, con varios rellenos y acompañantes. Nosotros escogimos una opción (pata) pensando que sería una carne asada deshilachada, quizás con cierto condimento mexicano para darle el toque picante de costumbre, y qué sorpresa la nuestra cuando descubrimos que se trataban de cartílagos de pata de ternera macerados y aderezados con algún tipo de vinagre especiado.
No estaba para nada malo, ni la textura era tan desagradable como pueda parecer, pero justificar la hora larga que estuvimos esperando para probar semejante “manjar” se hace un poco difícil. Y eso es todo lo que hicimos ayer.

Aunque bueno, no fue lo único que hicimos, puesto que también pudimos conocer más de cerca a la población mexicana a través de una de sus ventanas más certeras: los mercados.
Siempre que viajo a algún país lejano, me gusta visitarlos y observar la idiosincrasia y comportamiento de sus usuarios. Pero poco más pudimos hacer.

Bueno, si hago memoria, también tuvimos la suerte de encontraros con un puesto de churros mexicanos de camino al mercado, por lo que pudimos degustar este típico desayuno nuestro con un ligero toque diferente. Pero ya está, nada más interesante.

Sin embargo, si lo piensas bien, también pudimos seguir maravillándonos con las calles repletas de coloridos edificios coloniales y con el interior de alguno de ellos, como la biblioteca de Palafoxiana. Pero vamos, que nada más.

O cuando entramos en la Iglesia de Santo Domingo y nos sobrecogimos con el Sagrario del Rosario que había en su interior. Pero quitando eso, poco más, vamos…

Aunque también cabría reseñar la foto que nos pudimos tomar en el correspondiente cartel de la ciudad debido a la ausencia de personas en la calle (los madrugones están siendo diarios). Y fin, tampoco es nada del otro mundo, ¿no?

A no ser que le sumemos la partida a nuestro próximo destino: el estado de Chiapas, en donde nos esperan unos 5 días de excursiones y aventuras por la naturaleza.

Vaya, al final parece que el día de ayer sí que dio para mucho más de lo que me pensaba al principio. Pues estad alikindoi, que esto continúa.
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Mejinco de lo Lindo
Día 4: Heroica Puebla de Zaragoza.

¡Hola, holita, mis moles poblanos! El día de ayer transcurrió entre dos ciudades: primero nuestra despedida de Ciudad de México; y después en la Heroica Puebla de Zaragoza, comúnmente conocida por Puebla.
Cómo no, y aunque nuestro día pintaba ser mucho menos exigente, nuestra primera parada fue en el Café Popular para tomar otro de nuestros copiosos desayunos.

Aprovechando el vacío en las calles (de nuevo solo había policías copando sus aceras y calzadas), nos tomamos unas fotos enfrente de la catedral, en el cartel de CDMX, y volvimos a entrar en la catedral para que la conociese Isra con la suerte de hayas abierto el acceso al altar mayor (que la vez anterior pillamos cerrado).

Esta nueva visita nos permitió descubrir nuevas representaciones de Jesucristo, como el Cristo Crucificado de la Santa Insolación,

y el Nazareno de la Santa Reflexión mientras se Hace de Vientre.

Antes de tener que marchar para la estación de autobuses para poner rumbo a Puebla, nos dio tiempo a visitar la Secretaria de Educación para disfrutar de los murales de Diego Rivera.
El edificio era una auténtica maravilla por sí mismo, pero con estos murales alcanza una dimensión superior.

Y así, maravillados con la ciudad, nos dirigimos al metro para despedirnos de Ciudad de México y rodar hasta Puebla. Esta vez la policía no parecía preocuparse mucho por nuestra integridad, así que, pertrechados con todos nuestros mochilones, tuvimos que improvisar alguna formación militar en forma de medusa, con las mochilas en el interior del corro y nuestras caras mirando hacia afuera, y movernos de forma giratoria. Si queréis una forma sigilosa de moveros por la ciudad sin llamar la atención, a mí no me pregunten.

Tras dos horas de bus, alcanzamos la Heroica Puebla de Zaragoza, que lejos de tener una población digna de su nombre -Puebla-, alcanza a tener más de 6,5 millones de habitantes. No se puede negar que su catedral está a la altura de su nivel poblacional.

No os negaré que veíamos aquí no solo con la intención de conocer la ciudad (que es preciosa), sino con la de llenar el estómago con sus deliciosos manjares. Así, tras un paseo por sus calles ortogonales, nos fuimos a cenar. Suerte la nuestra que hemos llegado en plena temporada de Chiles en nogada, los cuales acompañamos con el imprescindible mole poblano.

Y para terminar un buen día, y para quitarme esta sed de juerga que tengo, nos buscamos un buen pub con rock a toda hostia y una buena nevera llena de cerveza.

Sí, la espuma tiene una mihita de cerveza por debajo, pero no fui yo el que la echó. Luego la copa mejoró, pero mi paciencia no estaba ya para echar fotos, y mi sed menos aún.
Fin del día, ¡mañana más!
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Mejinco de lo Lindo
Día 4: Heroica Puebla de Zaragoza.

¡Hola, holita, mis moles poblanos! El día de ayer transcurrió entre dos ciudades: primero nuestra despedida de Ciudad de México; y después en la Heroica Puebla de Zaragoza, comúnmente conocida por Puebla.
Cómo no, y aunque nuestro día pintaba ser mucho menos exigente, nuestra primera parada fue en el Café Popular para tomar otro de nuestros copiosos desayunos.

Aprovechando el vacío en las calles (de nuevo solo había policías copando sus aceras y calzadas), nos tomamos unas fotos enfrente de la catedral, en el cartel de CDMX, y volvimos a entrar en la catedral para que la conociese Isra con la suerte de hayas abierto el acceso al altar mayor (que la vez anterior pillamos cerrado).

Esta nueva visita nos permitió descubrir nuevas representaciones de Jesucristo, como el Cristo Crucificado de la Santa Insolación,

y el Nazareno de la Santa Reflexión mientras se Hace de Vientre.

Antes de tener que marchar para la estación de autobuses para poner rumbo a Puebla, nos dio tiempo a visitar la Secretaria de Educación para disfrutar de los murales de Diego Rivera.
El edificio era una auténtica maravilla por sí mismo, pero con estos murales alcanza una dimensión superior.

Y así, maravillados con la ciudad, nos dirigimos al metro para despedirnos de Ciudad de México y rodar hasta Puebla. Esta vez la policía no parecía preocuparse mucho por nuestra integridad, así que, pertrechados con todos nuestros mochilones, tuvimos que improvisar alguna formación militar en forma de medusa, con las mochilas en el interior del corro y nuestras caras mirando hacia afuera, y movernos de forma giratoria. Si queréis una forma sigilosa de moveros por la ciudad sin llamar la atención, a mí no me pregunten.

Tras dos horas de bus, alcanzamos la Heroica Puebla de Zaragoza, que lejos de tener una población digna de su nombre -Puebla-, alcanza a tener más de 6,5 millones de habitantes. No se puede negar que su catedral está a la altura de su nivel poblacional.

No os negaré que veíamos aquí no solo con la intención de conocer la ciudad (que es preciosa), sino con la de llenar el estómago con sus deliciosos manjares. Así, tras un paseo por sus calles ortogonales, nos fuimos a cenar. Suerte la nuestra que hemos llegado en plena temporada de Chiles en nogada, los cuales acompañamos con el imprescindible mole poblano.

Y para terminar un buen día, y para quitarme esta sed de juerga que tengo, nos buscamos un buen pub con rock a toda hostia y una buena nevera llena de cerveza.

Sí, la espuma tiene una mihita de cerveza por debajo, pero no fui yo el que la echó. Luego la copa mejoró, pero mi paciencia no estaba ya para echar fotos, y mi sed menos aún.
Fin del día, ¡mañana más!
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Mejinco de lo Lindo
Día 3: Chapultepec y sus museos.
Como era de esperar, la captura del famoso forajido Qillo Tlatelquietoc no iba a pasar sin pena ni gloria, y nada más bajar del hostal en el día de ayer para comenzar nuestro camino hacia Chapultepec, nos encontramos con todo un dispositivo policial armado hasta los dientes, con escudos y barricadas cercando las calles de nuestro al rededor.

Asustados, les preguntamos a los agentes el motivo de semejante despliegue, y nos contaron que era por la inauguración de un acto cultural en la cercana Plaza de la Constitución (más conocida como Plaza del Zócalo), en la que intervendría el presidente del país, que se encontraba en el Palacio Nacional, en uno de los laterales de la plaza.
El argumento parecía razonable, pero engañar engañarían a otra gente, porque las miradas que intercambiamos en nuestro grupo fueron suficientes para saber que tendríamos que estar alerta, puesto que corríamos un gran peligro: seguro que los seguidores de Tlatelquietoc estaban fraguando algún tipo de venganza sobre nuestras cabezas; y habiendo escuchado recientemente los procedimientos de sacrificio aztecas, no nos apetecía en absoluto ser partícipes de ello.

Efectivamente, nuestras sospechas fueron confirmadas una vez entramos en el metro, y en seguida una agente de policía se subió a nuestro mismo vagón a escasos metros de nosotros. Cuando empezamos a avisarnos de que tendríamos que apearnos en la próxima parada, la agente hizo lo mismo con su walkie-talkie, por lo que nada más bajarnos del vagón teníamos a un operario del metro y a otra agente de policía ofreciéndonos ayuda para coger la próxima línea.
Hemos de decir que la seguridad que dicha agente nos dio fue absoluta, ya que no solo nos acompañó hasta la mismísima puerta del metro bus, sino que nos facilitó una tarjeta de transporte pre-cargada para cubrir los gastos del próximo viaje (que aquí en Ciudad de México no alcanza ni los 5 céntimos de €).

Una vez montados en el metro bus, tomamos rumbo al Museo Nacional de Arqueología de México, al que llegamos apenas un par de minutos después de que abriese sus puertas. “Qué fatigas sois”, pensaréis. Si supierais lo grande que es el jodido museo, lo mismo ustedes también estaríais haciendo cola antes de que abriesen.

Y es que el MNAM no solo tiene la típica introducción a la arqueología, con la típica explicación del dónde venimos (🐒), sino que dedica un pabellón a cada cultura desarrollada en el espacio geográfico mexicano a lo largo de su historia. Y no, no solo son aztecas y mayas, os lo puedo asegurar.

Tras más de 3 horas allí, y dejándonos prácticamente medio museo por visitar, decidimos abandonar el museo para almorzar algo y dirigirnos al Museo de Arte Moderno, a disfrutar de las obras de famosos artistas mexicanos como Diego Rivera, Siqueiros y la maravillosa Frida Kahlo. Antes de mostraros algunas de las obras, apreciad la pinta de estos tacos que nos costaron tan solo 30 pesos (< 2€). La gente no recomienda comer en puestos callejeros cuando se viaja al extranjero, pero yo soy de los que piensa que allá donde haya colas de lugareños comiendo, allá hay que comer.

Con el estómago lleno (qué peshá de comer nos estamos dando, compadre) y la boca al rojo vivo (no os hagáis los valientes con los chiles, en serio os lo digo), nos encaminamos, esta vez sí, a ml museo de arte moderno.

No solo pudimos disfrutar de las maravillosas obras de los artistas mexicanos antes expuestos, y de los entresijos y proyectos y borradores que las predecían, sino que nos encontramos por sorpresa con una exposición temporal sobre la vida y obra de Gabriel García Márquez (ay, Gabo ❤️).

Al salir del museo nos encontramos las calles totalmente encharcadas. El clima mexicano, haciendo de nuevo de las suyas, había descargado toda una tromba de agua sobre la ciudad mientras nos encontrábamos dentro. Nos dirigimos al metro bus de nuevo con cuidado de no pisar ningún charco, y al llegar a la estación de metro recordamos de nuevo el peligro en el que nos encontrábamos.
Y es que la historia y el arte nos habían distraído de nuestras preocupaciones hasta el punto de que bajásemos la guardia. Pero al entrar al metro nos encontramos con uno de los agentes que formó parte del operativo de por la mañana, que rápidamente nos reconoció y nos pidió que esperásemos con él mientras pedía apoyo para que nos acompañasen de vuelta a nuestro origen.

Como ocurrió en la mañana, un agente nos acompañó hasta el vagón, subió con nosotros, y nos acompañó hasta la salida del metro una vez nos apeamos en nuestra parada; solo que era vez había un segundo agente que iba grabando con su smartphone toda la operación mientras nos seguía.
Esto me hizo dudar de nuevo y pensar que tal vez la captura de Tlatelquietoc no provocase tal peligro sobre nuestra integridad física, sino que se trataba de una operación de marketing a la que podríamos llamar “Operación cuidar al turista”. Así que no os extrañe si el año que viene aparecemos en algún vídeo oficial del gobierno de México como muestra de que el país no es tan peligroso como lo pintan.
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Mejinco de lo Lindo
Día 2:Tlatelolco y Teotihuacán.

¡Hola, holita, mis tamales! El día de anteayer se desarrolló entre ruinas y basamentos cuasi piramidales, a la persecución del famoso forajido azteca, el más nervioso y escurridizo de todos los indígenas que se encuentran actualmente en busca y captura, el imparable Qillo Tlatelquietoc.
Como imaginábamos que sería un día largo y tremendamente cansado (Tlatelquietoc corre que se las pela), decidimos hacer acopio de una buena dosis de energía en el desayuno, alimentando no solo el estómago, sino también el alma con estos estupendos chilaquiles con salsa verde y huevos revueltos, y unos deliciosos panuchos veracruzanos.

Una vez alimentados, con el estómago aún caliente, el gran Aurelio Bonilla nos recogió en nuestro hostal para poner rumbo al primero de los lugares sospechosos de albergar el escondrijo de Tlatelquietoc: el recinto sagrado de Tlatelolco.

Al llegar, Aurelio nos brindó su sabiduría en cultura azteca con el objetivo de prepararnos para la dura persecución, y aumentar las probabilidades de encontrar al forajido. Para ello, fue desmigando la historia que se ha ido desarrollando en el recinto hasta la fecha de hoy para dar lugar al yacimiento de Tlatelolco y a la Plaza de las tres culturas (azteca, española y mestiza), incluida la más reciente y cruel, la matanza de estudiantes del 68, que nos señala y avergüenza directamente como civilización.

Aprovechando la conmoción y el sobrecogimiento que tremenda masacre nos generó, Tlatelquietoc pegó un salto desde detrás de la Parroquia de Santiago Apóstol y salió pitando en dirección Teotihuacán.
Por muy rápido que intentásemos reaccionar, cuando conseguimos alcanzar la furgoneta de nuestro guía, ya habíamos perdido de vista a Tlatelquietoc. El ritmo al que Aurelio conducía tampoco aumentaba nuestras opciones de capturarlo antes de que llegase a las pirámides del Sol y de la Luna, pero había que elegir entre conducir rápido y contarnos la historia de México desde la fundación de Mexico-Tenochtitlán hasta la actualidad, y él (que no nosotros) decidió lo primero. Tampoco nos quejamos, todo hay que decirlo, cuando un sabio habla, lo más sabio es escucharle.

Después de una hora circulando entre las colinas sobrepobladas que conforman la periferia de Ciudad de México (normal que alcancen los 25-27 millones de habitantes), alcanzamos la población surgida al rededor de Teotihuacán para dar servicio a la ingente cantidad de turistas que llegaban al yacimiento arqueológico. Una vez allí, decidimos hacer una parada para subirnos la moral después de que el inquieto azteca se nos escapase por primera vez, y entramos en una pulquería artesanal, donde no solo nos mostraron las numerosas propiedades y posibilidades del maguey, sino que nos invitaron a tomar su delicioso jugo alcohólico en varias fases de fermentación.
Calentada la garganta y el espíritu, nos dirigimos, esta vez sí, al recinto de las pirámides de Teotihuacán, a probar mejor suerte en la búsqueda y captura de nuestro esquivo bandido.
Sorpresa la nuestra al adentrarnos en el lugar y descubrir un enorme espacio que podría extenderse por más de 20 km2.

Para aumentar nuestras opciones de encontrar a Tlatelquietoc y poder disponer de más tiempo para disfrutar de la magia de Teotihuacán, decidimos seguir las recomendaciones de Aurelio y encomendarnos al Quetzal en uno de los famosos rituales nahuas, consistente en llamar al ave sagrada a través de las palmas dirigidas hacia uno de los basamentos laterales de la pirámide de la Luna. Si prestáis atención en el siguiente vídeo, escucharéis cómo el quetzal responde a nuestras palmas (afortunados de nosotros, que atendió a nuestra petición).
Pues no os lo vais a creer (como todo el rollasso que os estoy soltando), pero nada más girarnos, apareció Qillo Tlatelquietoc por detrás de Aurelio y al vernos llamando al quetzal se puso nervioso y tropezó con uno de los mil indígenas vendedores ambulantes que había por el recinto y cayendo estrepitosamente al suelo. Nuestro guía saltó rápido sobre él, apresando manos y piernas, y consiguió evitar que se nos volviese a escapar. Aquí aparecen Isra y Soraya celebrando su captura ante la pirámide del Sol.

Una vez cumplida nuestra misión, y tras una copiosa comida mexicana (para no variar), volvimos a Ciudad de México para brindar por nuestra victoria en la famosa pulquería La burra blanca (maravilloso antro donde los haya, por cierto).

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