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Porque aquí uno tiene que estar permanentemente diciendo adiós en los andenes de uno, existe esta despersonalización, esta entrada en humildad, este deshacer, rehacer, deshacer, marea tan matemática que uno estaría tentado de mirarse en los relojes. Pero de una manera tal que no hay saltos, ahora lo veo, después de un año. Como el niño que se pasea por un bosque y cree poseerlo, y se lo dice, y canta que lo posee, cuando lo cierto es que está extraviado, perdido. Saber, el primer día, la primera mañana, que París no tiene ninguna necesidad de uno, y olvidarlo enseguida. Entonces, se camina; la vida es de pronto caminata, balcón, gente viviendo. Sí, ahora que usted me incita al recuento, me da un poco de vértigo, que la ciudad me ahorró al no ser simultánea. El encuentro con el nivel del mundo, todas las hablas y las caras de la tierra llegando aquí creo que para lo mismo que yo: para comprobar que si de algo no nos tendríamos que quejar es de un enorme vacío alrededor de nosotros. En veinte días de travesía he venido acercando mis treinta años a la plaza del mundo. He dejado la mía provinciana, la mía que se da tan bien ahora con ésta, mayor, para dar la vuelta del perro con esas caras, con estas miradas marrones, azules, negras. Pasearme en el mismo epicentro con esta confianza que merece ser estrenada cada mañana: de que blancos, negros, amarillos, gentiles, creyentes, podemos llegar por el diálogo a ser más hombres y tratar así de desalojar la caverna (…) Mis experiencias que yo considero particularmente son aquellas que sé que podré comunicar a mis amigos, sean de la ciudad, sean de mi pueblo de Mansilla. Es un poco como cuando iba al circo sin mis padres ni mis hermanos: estaba triste porque ellos no estaban ahí mirando, como yo, esas hermosuras. Es un poco eso, hay de eso; creo que lo menos que se puede hacer, después de una experiencia así, es poder comunicarla al grupo humano al que uno pertenece, y tratar de que sea válida para los unos y los otros.
Fragmento de Diario francés, Arnaldo Calveyra (Adriana Hidalgo, 2017).
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Habíamos ido al cementerio de Viena – una ciudad que tiene más población muerta que viva- y lo habíamos recorrido hasta el punto de congelarnos. A medida que nos adentrábamos íbamos dejando de sentir las manos, y el frío se nos iba haciendo cada vez más insoportable. Valió la pena porque yo heredé de mi mamá ese placer extraño de ir a los cementerios y leer las tumbas, e imaginar las vidas de esas personas. Además por todos lados sobrevolaban cuervos, y se apoyaban en los bordes de las lápidas. Todo me hacía sentir adentro de una película y me preguntaba cómo es que hacen los buenos cineastas para transformar sus entornos en íconos. O tal vez sólo estaba siendo víctima del efecto turista que todavía no tengo muy practicado. En uno de los caminos solitarios nos encontramos a una vieja que estaba culo para arriba limpiando muy concentrada una tumba. Tenía un vestido azul, pelo gris atado en un rodete. Alguna de nosotras hizo un ruido que la despertó de la limpieza y en una fracción de segundo se había levantado y girado hacia nosotras. Tenía anteojos de culo de botella, y a mí me dio un chucho de frío que juro que no fue por el frío que ya venía sintiendo. Me acordé de la película El Orfanato y pensé que este viaje me estaba recordando mi lado cinéfilo. Nos miró fijo unos segundos que para mí fueron de terror y divertidísimos al mismo tiempo; y después volvió a lo suyo. Un cuervo se posó cerca de ella y me miró también. Me fui horrorizada y sonriendo pensando que algún día esto lo iba a tener que poner en algún guión porque sería muy egoísta que me guarde algo tan épico sólo para mí.
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Por Dónde Vayan Tus Pies
Viajar nos pone en un lugar diferente dentro de nosotros mismos. No percibimos el entorno de la misma forma. Todo, por mundano que sea, se presenta ante nosotros como un descubrimiento, una especie de revelación. Algo que por externo que sea nos hace encontrarnos con partes nuestras que no sabíamos que existían. En mí, viajando se despertó la idea, tal vez un poco utópica, de vivir cada día intentando mirar como si viajara. A las personas, a los lugares, y a mí misma. Acá voy a compartir algunos de esos pensamientos o ideas que se me cruzaron mientras viajé, e invito a quien quiera a mandarme los suyos junto a una foto de ese momento. Para que esas sensaciones y experiencias no mueran en nosotros, sino que puedan llegar a alguien más. Para permitirle viajar a través de nuestras palabras a alguien que no puede hacerlo en este momento. También para pasarnos alguno que otro tip de viaje, sensaciones sobre una ciudad, o lugares que descubrimos no tan lejos de casa.
Bienvenidos! 🌎
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