Soy melodía, cuando converso parece un cantar, mezcla de sangre cañari y rasgos mestizos.
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El horizonte de un Curiquingue
Nací entre rocas y paja, en donde las nubes descienden para jugar con el páramo. Mi familia me enseñó a brincar, antes siquiera que cantar; así es como buscamos alimento entre pajonales y lagunas. Un día brincando llegué a una laguna, me miré en el agua; mis plumas son de un color café pardo con excepción de mi rostro que es pálido, unos ojos negros muy grandes y un pico.
Mi madre me contó que nuestra familia vive por toda la cordillera, de norte a sur, a donde vaya entre las montañas siempre me encontraré con un pariente. Mi padre nació, vivió y murió en el mismo páramo. Por primera vez me pregunté cómo teníamos familia en tantos lugares si no nos animabamos a salir de casa.
Durante ciertas fechas miraba hacia arriba y un ave gigante siempre sobrevolaba hasta perderse en el horizonte; algunos amigos me dijeron que la conocían como cóndor, volaba muy alto y su territorio es muy extenso. Me preguntaba -¿Qué había más allá, a donde iba el cóndor?-. Yo también quería hacer ese recorrido, quería seguir hacia el horizonte donde se perdía ese gigante pájaro.

Me despedí de mi bandada y decidí emprender mi camino. Mi madre me dio un último consejo para no perder el rumbo –“El sol de la mañana siempre debe estar bajo tu ala izquierda y el de la tarde morir debajo de tu ala derecha, tu deberás seguir en mitad de estas”-. También sabía que no podía bajar del páramo ni subir a las nieves, mi limitado cuerpo no aguantaría, así que, brincando alcé el vuelo, con las coordenadas listas hacia el sur.
Vi a muchos parientes mientras atravesaba las cimas rocosas, lagunas, bosques gigantes y cumbres desmoronadas. En algunas montañas los hombres aprendieron a dividirlas en rectángulos de variados colores; los conocí como sembríos, me acerqué a una de estas plantaciones y me trataron muy bien. Me contaron sus dueños que cuando un curiquingue aparece por estas parcelas es un augurio de buenas cosechas.
Seguí camino al austro, la cordillera se dividía en dos, la de mi ala derecha la conocían como Cordillera Occidental y la de mi ala izquierda como Cordillera Real. Viajaba maravillado con la cantidad de montañas que tenían, algunas con muchas rocas, otras con nieve, incluso otras botaban kilómetros de humo, por ahí escuché que la llamaban Avenida de los Volcanes.
Bajé a los poblados y me asombré al ver que las personas se disfrazaban con alas de coloridas plumas y un sombrero que parecía la cabeza de un ave. Danzaban como mi familia, “brincaban por aquí y brincaban por allá”. Aquí también conocí unos chagras que lucían sus zamarros de plumas de curiquingue.
Regresé hacia las montañas y me encontré con poblaciones de indígenas, ellos tenían jefes que los llamaban caciques. Me hice amigo de uno, me contó que sólo las autoridades de cada tribu pueden lucir mis plumas en sus coronas; dijo que para su cultura yo soy una ave sagrada, que mi nombre se puede entender como “El oro de los Incas”.
En otro poblado aprendí una peculiar palabra, esta era Sincretismo. Un comunero de esta zona dijo que se conocía así a la unión de la cultura del pueblo y la religión impuesta, y que una de las fechas que más festejan era la de Corpus Christi. Ellos visitaban unos templos pero los indígenas todavía tenían sus creencias, llevaban mis plumas escondidas entre sus ropajes para bendecirlas y con ello tener buena fortuna.
Recogiendo historias por toda la serranía pasaron años. Seguí hacia el horizonte del cóndor cuando encontré una gigantesca montaña. Si el cóndor era la más majestuosa de las aves, esta era la más majestuosa de las elevaciones, pero por alguna extraña razón ya la había observado en una imagen antes; estaba en conjunto con un cóndor, banderas, plantas y un barco. Sus nieves llegaban tan alto que se fundían con el cielo y tan bajo que se fundían en un desierto. Hubiera querido quedarme, pero tenía un horizonte que seguir. Cuando partía con el sol naciente a la izquierda y el crepúsculo a mi derecha, la miré por última vez; en verdad creo que este monte salía del planeta.
En el ocaso de mis días llegué a otra elevación que me cautivó; era verde y su cumbre cubierta de nieve con una chimenea que arrojaba mucho humo. Me enamoré de esta, decían que se llamaba Tungurahua. Me apoyé a un árbol para observarla; llegó la noche y si algún día pueden pararse al frente para observarla mientras escupe fuego, créanme será de los mejores paisajes de su vida.
Continué el recorrido. Cada día me costaba más volar; entendía porqué mi familia prefería brincar en el páramo, pero qué sería de la vida si todo fuera fácil.
Mi último día llegó, sin lugar a dudas en el lugar perfecto: una corona de rocas con muchas puntas nevadas y una laguna en su interior; en sus épocas juveniles había sido un volcán, lo llamaban Capac Urco o Altar.
Aterricé en el valle de Collanes y brinqué hasta la laguna. Había nacido entre rocas y paja, y me devolvía al mundo entre ellas. Me volví a mirar en la laguna, mis plumas habían cambiado, oscuras y brillaban con el sol, mi cara estaba muy colorada; creo yo que ese color rojizo expresaba la alegría de haber visitado muchos lugares y conocido muchas historias. Sólo me quedó una duda y era hacia dónde iba el Cóndor; él me inspiró a hacer este viaje y gracias a él había llegado ahí. Al final me entregué a la Pacha Mama feliz, habiendo conocido como ningún curiquingue antes, mi país.

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Los Apus te mostrarán el camino, si así lo quieren
Una mañana de agosto, en los sesentas, me encontraba ascendiendo la cara occidental del Illiniza Sur, ya por salir a la cumbre Ambato cuando un seraccayó rompiendo el suelo a mi alrededor. Intenté sin éxito detenerme y caí unos 700 metros por la ladera quedando inconsciente.
Pasaron algunas horas cuando un indígena me despertó, de talla pequeña, pero unos rasgos faciales muy marcados, me ayudó a levantarme. La nieve actuó como una almohadilla, eso salvó mi vida, miré hacia arriba y sí que tuve suerte. El indígena buscó algunas hierbas y examinándolas cuidadosamente preparó una infusión que me ayudó considerablemente. Entre las plantas pude apreciar una chuquiragua, una verbesina y hasta valeriana; si los andinistas supieran de esto, sobrevivirían a muchas tragedias.
Se presentó como Sayri, dijo que pasaba por ahí porque recogía algunas peticiones y que si quería lo podía acompañar. Caminamos durante horas por cavernas y chaquiñanes. Éstos no deberían ser visibles desde el aire ya que estaban cubiertos por bosques de polylepis que se cerraban sobre nuestras cabezas. Pasamos decenas de cuevas y alcanzandonos la noche trepamos a una de estas para pernoctar ahí. Ya no podía con la incertidumbre de no saber dónde estaba, podrían estar preocupados por mí. Le pregunté a mi guía dónde nos encontrábamos y señalando hacia unas estrellas por un agujero mencionó Qolla. Pude observar que se trataba de la constelación Cruz del Sur. Mencionó, antes de quedarse dormido, –“ellas duermen sobre el cuello de luna”, asumí entonces que estábamos por la cara norte del Cotopaxi. Entonces, ya más tranquilo, intenté dormir.
Retomamos el rumbo al amanecer. Decía que los caminos que transitamos eran más antiguos que nosotros; los antepasados los conocían como Yaku Ñan, se formaron cuando los Apus eran jóvenes y tenían muchos glaciares, que al ir perdiendo sus nieves dejaron estos callejones ocultos. Con su mano me indicaba cómo a la orilla de estos pasajes todavía se mantenían canales de agua.
Entre algunos claros pude divisar dos cimas muy peculiares, era el Antisana y por cómo se veía, debíamos estar en el Quilindaña, llegando ya a la Cordillera Real. Algunas horas después, entre los muros de roca, el sonido del agua era ensordecedor. Sayri, con señas me decía que subiera. Con mucha dificultad trepé una pared de roca húmeda; al final de la misma estaba la salida de la montaña. Mencionó que nos encontrábamos en Yurac Llanganati ; no podía creer, llegamos a Cerro Hermoso y no pasamos la Cordillera de los Mulatos, la laguna de Yanacocha o el Cerro de Margasitas. Sin mucho esfuerzo estábamos en el corazón de los Llanganatis.
Recalcó que mucha gente visita estos lugares buscando vastos tesoros y que nunca entendió el gusto de hombre por estos minerales.
-¿Quieres conocer el tesoro de nuestro pueblo?-, me dijo.
Estaba sorprendido, iba a conocer ese oro muy esquivo para muchos exploradores. Asentí afirmativamente. Pensaba que los Apus lo querrían así también, si no, no me hubieran puesto en este camino en el momento y lugar exacto.
Fuimos ladera abajo hasta llegar a una especie de represa, gritándome desde el extremo dijo –Aquí está, este es nuestro tesoro-. Estaba decepcionado al no ver más que agua y rocas, no era lo que imaginaba.
-¿Esto?-, respondí.
-Sí, el agua es nuestro gran tesoro. Cuando nuestro pueblo está en épocas de sequía reza a los Apus pidiendo ayuda para alimentar a sus familias, animales y regar a los sembríos, yo paso recogiendo todas esas peticiones y se las vengo a entregar a los espíritus-.
Después Sayri se deslizó hacia unas cuerdas que sostenían el dique, las arrancó y el agua cayó con mucha fuerza, formando unos hermosos canales serpenteantes que recorrían hacia el occidente y se internaban en la montaña.
Ahora entendía todo, la fortuna tan esquiva para muchos exploradores no era ni el oro, ni la plata, ni piedras preciosas, pero efectivamente se encontraba en los Llanganatis. El tesoro de los pueblos ancestrales era el agua y la manera tan ingeniosa de aprovechar los canales naturales creados por los glaciares para poder distribuir la misma a todas las poblaciones indígenas de la sierra.
Después de asimilar todo, mi amigo dijo que era tiempo de regresar, ahora sólo quería poner atención a todo el recorrido para poder regresar algún día. En el camino explicaba, como si de un ingeniero se tratara, cómo el agua de los glaciares de montañas más cercanas se unían para complementar este espectacular sistema hídrico que hizo que se desarrolle nuestra cultura por siglos.
Llegamos al lugar donde Sayri me rescató, me regaló una bebida para el regreso, nos despedimos y me quedé dormido. Cuando desperté me encontraba en el mismo lugar donde caí, muy confundido por todo lo que pasó, ¿fue sólo mi imaginación?
Me puse de pie y a mi lado había un mapa detallado de los ríos y en la parte inferior estaba firmado con el nombre de mi acompañante. Creo que él me lo dejó para que mostrará a la gente el verdadero tesoro que tenemos, ese que nos ayudó a desarrollarnos desde los inicios de nuestra sociedad y que seguirá ahí después de que nos vayamos.

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Elegía de la Raza
León, Miguel Ángel Era recio, el más recio de todos los vaqueros bajo este sauce como bajo una jaula de jilgueros habíamos plantado nuestra choza. La vida me pasaba haciendo risas en su boca como se pasa el río haciendo rosas en la campiña. Yo le daba mis brazos para que con ellos se ciña como se ceñía la beta cuando se iba a luchar con los toros. Venía con la tarde y con los ruidos sonoros de su brava espuela. La choza bien abierta, abierta como un día sonreírle parecía con sus menudos dientes claros de candela. Yo solo yo solo y mi perro cerca del fogón preparando la hogaza siempre me traía del cerro plumas de Cóndor y pieles de chacal, adornos propios para mi raza. Era de verle vestido; su vestido de cabra tenía espinas y rosas como tiene el rosal y era un lazo de amor blandiendo su palabra. Era recio, el más recio de todos los vaqueros, era de verle domando los potros más fieros. La arcilla de su cuerpo estaba fundida en las candentes fraguas de los volcanes; de tanto darse contra los torrentes se había endurecido su carne bruñida: le abrían paso hasta les huracanes y no le importaba dejar la vida como una cinta de sangre en la punta de una lanza. Apto para la guerra; apto para la labranza hacía de un puñado de tierra un océano de maíz; agarrado a su chacra como una raíz; afilaba el machete de la venganza en la piedra negra de su orgullo; su palabra de odio era como un capullo escarlata en la boca. Esbelta su figura, bronceada la piel; así era él, indio de la raza pura hijo legítimo del sol. Un día, lo recuerdo, un día el amo hizo chasquear la rienda en el granito de sus espaldas. Se oyó un grito, un grito de coraje; un grito fiero que parecía vibrar entre sus dientes como una hoja de acero. Ese grito, era el grito de aquel hombre mío, que al sentir el rayo de la rienda en la cara lanzóse contra el amo con los ojos cerrados, como se lanzan los toros a embestir en el páramo. El amo volvióse del color que tienen los pétales de las retamas. Dio un paso, un trágico paso, trémulo hacia atrás de repente, sacudiendo su melena de llamas, del cinturón de cuero salta la fiera de una pistola... El balazo al sembrarse en la cara del recio vaquero hizo brotar una amapola de sangre. Era la última víctima de la guerra de la conquista; sus labios besaban la tierra y era como dos lucecillas moribunda su vista; sus ajos que tenían el color de las uvillas se habían enverdecido y como los tigres moría mordiendo un bramido ... Como me pasé toda la noche hasta la madrugada con el oído puesto en su pecho oyendo su vida. Después... todo fue nada murió el más recio de los vaqueros de las vaquerías el que tenía las espaldas anchas como los troncos de pino. Después... todo fue nada, el amo ese día como todos los días, bebió leche fresca y un vaso de vino. Después... todo fue nada. Sólo yo en las noches oigo el ruido de su bocina y siento que por los caminos camina arrastrando su poncho; y tengo envidia del perro de ojos de fósforo que debe verlo en el concho de la nube, muy al fondo porque aúlla tan negro, porque aúlla tan hondo. Canta mirlo negro; di tú de profundis torcaza, río que viene gritando desde arriba llora mi dolor y el dolor de la raza, de esta raza vencida. Que juro era fuerte como fue el hombre mío, que juro que era bello como los búcaros de las aguacollas rojas; juro que era bravo, por eso le domaron como se doma a los chúcaros con el látigo y la rodaja; juro que tenía los músculos anchos y duros como las chontas, juro que algún día del bronce de su carne como de un pedrizco tiene que brotar la luz. Pobre indio, pobre raza hasta de Jesús no le enseñaron más que la cruz y la corona de espinas, nunca le dijeron que era hermano del hombre que habla castellano y a golpes como de las minas extrajeron de su cuerpo el oro, por eso no tiene más amigos que el asno, el perro y el toro; el que barbecha las tierras y hacer brotar los trigos. Canta mirlo negro. Di tú de profundis torcaza, río que vienes gritando desde arriba llora mi dolor y el dolor de la raza.
Miguel Ángel León
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El cielo es eso que se alcanza cuando subes a estas monolíticas bellezas. Un máximo de espacio y un mínimo apoyo sobre el planeta. (en Volcán Antisana) https://www.instagram.com/el.auki/p/BxYVyTYnOzO/?utm_source=ig_tumblr_share&igshid=7d7tbeqer3io
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El Antisanilla y su flujo de lava
En realidad, no es un volcán sino una fisura en la corteza por donde emergió material volcánico en tiempos históricos y prehistóricos sin crear un cono característico de los volcanes, es te material es atribuido al volcán Antisana por su cercanía. El flujo de Antisanilla tiene una extensión de 11 Km. y hasta 2 Km. de anchura, rellenó el valle de Allón produciendo algunos represamientos que formaron las actuales Lagunas de Secas. Este flujo de lava del Antisanilla está atribuido al año 1728 y se localiza al sureste de Píntag junto a la laguna de Muertepungo.

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Un tótem...
Me han preguntado mucho
¿Porqué viajó con un juguete?
Bueno, es algo así como la película "El Origen", cada persona tiene su tótem, y así como cada lugar tiene su energía, tú con tu tótem atrapas esa buena vibra y la llevas contigo a donde vayas. #DelMacaráAlCarchi
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Alguna vez Ecuador tuvo los volcanes mas grandes de América
¿Se han preguntado por qué los volcanes del país tienen sus cumbres derrumbadas?
No soy geólogo experto, soy solo un andinista que disfruta de salir los fines de semana a la montaña, pero desde hace algún tiempo me ronda una inquietud: ¿Por qué algunos volcanes del Ecuador tienen cumbres particulares?
Montañas como el Antisana, Los Illinizas, El Altar, El Chimborazo, Los Pichinchas, y el Rumiñahui vienen a mi mente con una forma particular, y es que cuentan con más de una cumbre, quizá debido a la aleatoriedad de la naturaleza en sus creaciones, o tal vez, patrón normal de una erupción.
Tenemos a continuación la vista del volcán Santa Helena antes y después. (imagen tomada de http://esashistorias.blogspot.com/2013/04/monte-santa-helena-antes-y-despues-de.html )

Con este antecedente y considerando la constante evolución del planeta, decidí hacer una recreación digital, más artística que geológica, de cómo serían los siguientes volcanes si no hubieran erupcionado.
El Altar
Es considerado el volcán más lindo del país por sus numerosas cumbres, y la laguna amarilla que tiene en su extinto cráter. La cumbre más alta del volcán tiene 5319 msnm, está ubicado en la cordillera de los Andes ecuatoriales, en la provincia de Chimborazo.

El Antisana
Tiene dos cumbres, la más alta tiene 5704 msnm, es la cuarta montaña más alta del país y es un volcán activo. Cuando se asciende se puede observar su caldera al lado oriental, está ubicado entre en los Andes ecuatoriales provincias de Napo y Pichincha.

El Chimborazo
Conocido por ser el punto más cercano al espacio, tiene tres cumbres, la más alta tiene 6.263 msnm. Es la única montaña que en la actualidad supera los seis mil netros en el país, está ubicado en la provincia del mismo nombre.

Los Illinizas
En realidad es una sola montaña pero tiene dos cumbres muy pronunciadas, la más grande es la Sur con 5.248 msnm, y la Norte de 5.126. En la parte central tiene una laguna turquesa por la naturaleza volcánica de sus tierras, está ubicado entre las provincias de Pichincha y Cotopaxi.

El Rumiñahui
Su nombre viene del quechua: rumi=piedra, ñawi=cara. Tiene tres cumbres, la más alta tiene 4.712 msnm, está ubicado en los Andes orientales entre las provincias de Pichincha y Cotopaxi. A su lado está el imponente volcán Cotopaxi.

Los Pichinchas
La cumbre más alta de los pichinchas es el Guagua Pichincha, con 4.784 msnm, está ubicado en la cordillera occidental de los Andes ecuatorianos en la provincia de Pichincha. A sus faldas se fundaron los primeros asentamientos del país hasta y en la actualidad está la ciudad de Quito.

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Mapa de los volcanes del Ecuador de Theodor Wolf, 1897.
Si quieren descargarlo les dejo el link.
https://www.dropbox.com/s/ms89xrbax2fhbl8/Mapa%20Volcanes.pdf?dl=0
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Ándate a la casa de la María y dile que ya no me espere, que no voy a llegar… que me ha salido, ay dile, una chauchita, una pendejadita, alguito pa’ llevar… Y dile también que solito voy a quedar, que con ella voy a soñar cada noche… Corre carajo!!...
Juan Carlos Terán
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CUENTO DE LAS CARTAS DE AMOR...
Eduardo Galeano
Ellos se conocieron por casualidad, que es como se suelen encontrar los grandes amores, casi siempre por casualidad, por una llamada equivocada, por un encuentro fortuito. A ellos lo que les pasó fue que él había quedado en aquel café con una persona que no vino, y claro, la vio a ella sentada en la mesa del café, radiante, así que, harto de esperar, no se cortó un pelo y dijo bueno: “ Ya que he venido hasta aquí, no puedo desaprovechar esta ocasión”.
Se acercó a la mesa y dijo:
- ¿Me permite?
- Por supuesto.
Esto solo suele pasar en las historias que te cuentan otros, nunca en la vida real: por lo general, cuando dices: “¿Me permites?, dicen: “¿De qué?”.
A lo mejor ella estaba esperando a alguien que tampoco vino, quién sabe, yo qué sé, habrá que inventar otra historia en la que ella le dice “¿De qué?”. En este caso, ella lo invitó a él para que se sentase y él se sentó. Y, claro, no había de qué hablar.“¿Y qué lees?”. Lo malo fue que él no había leído nada del escritor que ella estaba leyendo, y ya mal empezamos, mal, muy mal, por ahí no.“Pues bonito día”. Pero enseguida empezaron a , porque ella dijo: “Sí, la verdad es que hace un bonito día”. Y aunque no lo hiciera también.
Pero poco a poco él fue venciendo esa timidez que le caracteriza y fueron profundizando. Al principio, él, para llamar su atención, contó una que otra mentira, que era escritor; luego reconoció que nunca le habían publicado nada, pero eso vino más tarde, cuando ya se conocían más, cuando pasaron del café a la habana con coca cola.
Por entonces ya estaban descubriendo que tenían más de las que pensaban al principio y compartían gustos cinematográficos. Y por eso él le dijo: “Oye, y si vamos a ver esta, ¿has visto La vida es bella?” y ella:“No”. “Oye, quedamos el fin de semana”.“Vale”.
Y aquel fin de semana pues, yo no sé muy bien si para sorprenderla o no, pero el caso es que él rompía a llorar en cada escena en la que aparecía el chaval pequeño. Esto a ella le enterneció. Yo quiero pensar que era de verdad.
Resulta que coincidían en más gustos, y también en lo musical, y le dijo:
- Oye, este fin de semana toca Ismael Serrano.
- Ismael ¿qué?
- Pero a ti, ¿te gustan los cantautores?
- Los de verdad me gustan, si.
Pero él le convenció a ella y fueron. Cuando él empezó a cantar aquella de “Vértigo”, pues se atrevió a cogerle la mano claro.
Y poco a poco se fueron inevitablemente enamorando, pero no por esto de Ismael Serrano, ni por el Vértigo, quizá más por aquello de llorar con La vida es bella.
Una mañana él se levanta y al abrir los ojos se da cuenta de que está perdidamente enamorado de ella, y quedaron entonces en aquel café en el que se conocieron por casualidad. Los momentos importantes suelen coincidir casi siempre en los mismos sitios. No estoy muy seguro de lo que acabo de decir pero es una buena frase. Pero fue en aquel café en donde ella le dijo: “¿Sabes?, creo que me tengo que ir durante un tiempo”. “Yo te iba a decir casi lo contrario, que me quedaras conmigo para toda la vida”. Y ella dijo: “No te preocupes porque yo estaré esperando el día que vuelva para retomar contigo este camino que emprendimos. Además, cada quince días puntualmente, te mandaré una carta en la que te contaré todo lo que hecho, todo lo que siento, todo lo mucho que te echo de menos y todo lo poco que nos falta para vernos”. Él dijo que bueno, que vale, “pero que si no te vas casi mejor”. Pero se fue.
Fue entonces cuando descubrió que aquello no tenía remedio y que estaba perdidamente enamorado, que no había ningún elixir que hiciera que la olvidase, que no era cierto aquella de que un clavo saca otro clavo, que a veces es cierto que los amores a primera vista existen. Bueno, ¿ es que acaso hay otros?
A los quince días puntualmente llegó la carta de ella, toda llena de besos y de caricias, de te echo de menos. Él lloró y esta vez era de verdad. Y guardaba las cartas con mucho cariño encima de la mesilla. Pasaron quince días, y otros quince, y otros quince, y otros quince, y las cartas se iban acumulando . Y su vida consistía en esperar a que llegara el decimoquinto día, abrir el buzón y encontrar la carta de amor en la que ella prometía volver, esperar esa carta en la que ella le diría que volvía pronto.
Y pasaron años, muchos años, y ya las cartas casi no cabían en la casa. Se compró una gran caja fuerte para guardar todas las cartas, porque eran su gran tesoro, porque vivía para leer las cartas que ella le había escrito, porque ella era lo que más quería. Y así pasaron creo que diez años, quince, no me acuerdo. Y un día ella, sin saber cómo ni por qué, dejó de escribir, y al quince día él se encontró el buzón vacío y el alma partida en dos. Ahora solo podía vivir del recuerdo, leyendo las cartas que ella le había escrito con tanto cariño. Aquellas cartas eran su mayor tesoro.
Un día él salió de casa, porque tenía que salir, y unos ladrones entraron en su casa. Al ver allí la gran caja fuerte no se lo pensaron dos veces, porque pensaron que debían esconder algún gran tesoro. Grandes riquezas, realmente, no era. Y se llevaron la gran caja fuerte.
Imagínate la de nuestro protagonista cuando llega a su casa y se da cuenta de que le han robado lo que él más quería, lo que le hacía sentirse vivo algunas tardes de domingo cuando no sonaba el jodido teléfono, cuando releía aquellas cartas y aquellas promesas quién sabe si falsas.
Suele pasar que los ladrones son buenas personas y este era el caso. Pero imagínate la cara de los ladrones cuando abren la caja fuerte y se encuentran montones de cartas de amor, declaraciones imposibles. El jefe de los ladrones se enfadó un poquito, porque la caja pesaba y llevarla a la no era moco de pavo.
Nuestro hombre vagaba casi moribundo por las calles de su ciudad, con la esperanza de encontrar alguna carta, a alguien que le hablara de una gran caja fuerte llena de cartas, perdido sin saber ya qué hacer.
El jefe ladrón en un principio lo que dijo es que aquellas cartas lo que había que hacer era quemarlas o tirarlas al río, lo que fuera, pero que desaparecieran de inmediato. Pero el más joven de los ladrones era más bueno y se le ocurrió una gran idea.
Un día nuestro hombre llegó a casa después de estar buscando toda una tarde y, al abrir el buzón, ¿adivina lo que se encontró? Una carta. Los ladrones habían decidido mandarle las cartas tal y como ella se las había mandado, puntualmente cada quince días, por riguroso orden.
Ahora él resucitaba con la esperanza de revivir aquellos momentos en los que quizá un día leería la carta en la que ella diría:
- Pronto estaré allí.
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Tal vez un texto como “Las cartas de amor” no impacte demasiado a las nuevas generaciones acostumbradas al email, WhatsApp y las redes sociales. Pocos han escrito alguna carta en su vida (y muchos menos de amor). No es una crítica (ni una alabanza), es tan solo una certeza de que los tiempos cambian… y ya nadie escribe cartas.
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Yo quise llegar a una constelación que estaba muy muy arriba, se había alejado de la tierra porque su gravedad podía atraerla y con ella las dos se destruirían
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La Elegía de la Raza

Era recio, el más recio de todos los vaqueros
Bajo este sauce, como bajo una jaula de jilgueros
Aviamos plantado aquí la choza
La vida le pasaba haciendo risas en sus boca
Como se pasa el río haciendo rosas en la campiña
Yo le daba mis brazos para que con ellos se ciña
Como se ceñía la bota cuando se iba a luchar con los toros
Y venía a la tarde con los ruidos sonoros de su grabe espuela
La choza bien abierta, abierta como el día,
Sonreír le parecía con sus menudos dientes claros de candela
La india sola, sola y su perro,
Cerca del fogón, preparando la hogaza,
Siempre le traía del cerro, plumas de cóndor y pieles de chacal,
Adornos propios para mi raza
Era de verle vestido con su vestido de cabra,
Tenía espinas como tiene el rosal
Y era un lazo de amor blandiendo su palabra.
Pero era recio, el más recio de todos los vaqueros,
Era de verle domando a los potros más fieros;
La arcilla de su cuerpo había sido forjada en las candentes fraguas de los volcanes
De tanto darse contra los torrentes, se había endurecido su cuerpo bruñido
Le habría paso hasta los huracanes y no le importaba dejar la vida como una cinta de sangre
En la punta de una lanza,
Apto para la guerra, apto para la labranza,
Hacia un puño de tierra, un océano de maíz,
Apegado a su choza como una raíz,
Afilaba el machete de su venganza en la piedra negra de su orgullo
Su palabra de odio era como un capullo escarlata en su boca,
De esbelta figura, de bronceada piel, así era él;
Indio de la raza pura, hijo legítimo del sol;
Pero un día lo recuerdo, un día
Un día el amo hizo chascar el látigo sobre el granito de sus espaldas
Se holló un grito, un grito de coraje,
Un grito fiero, que pareció rechinar entre sus dientes como una hoja de acero
Grito de dado por aquel hombre que al sentir el rayo del látigo en su cara...
¡Lanzoce feroz contra su amo!,
Con los ojos cerrado, como se lanzan los toros en envestir en el páramo.
El amo tornose del color que tiene los pétalos de las retamas
¡Dio un paso!, trágico, hacia atrás, ¡de repente!,
Sacudió su melena de llamas, del cinturón de cuero…
Salta la fiera de una pistola, ¡pum!, ¡el balazo!
Y al sembrarse en la cara del recio vaquero hizo brotar una amapola de sangre
Era la última víctima de la guerra de la conquista;
Sus labios besaron la tierra y eran dos lucecitas moribundas su mirada,
Sus ojos eran como las uvillas, se habían enverdecido,
Como los tigres moría, mordiendo un bramido;
Como me pase hasta la madrugada,
Con el oído puesto en su pecho, oyendo su vida,
¡Después todo fue nada!;
¡Murió!, ¡murió!, ¡murió!...
El más recio vaquero de todas las vaquearías,
El que tenía las espaldas anchas como los troncos de pino.
¡Después todo fue nada!...
¡Yo indio tan!, ¡yo indio tan!,
En el silencio de la noche, oigo el ruido que hace su bocina,
Y ciento que por los caminos, camina arrastrando su poncho,
Y tengo envidia del perro de los ojos de fósforo,
Que debe verlo en el fondo de la nube, muy al fondo
Porque aúlla tan negro, porque aúlla tan hondo,
¡Canta!, ¡canta!,
Canta mirlo negro,
Di, di tú de profundis torcaza,
Río, río que vienes gritando desde arriba,
Llora mi dolor y el dolor de esta raza, de esta raza vencida,
¡Juro!, juro que era bello como los búcaros de las amacollas rojas,
Juro que era bravo por eso lo domaron,
Como se doman a los chúcaros con el látigo y la espuela,
Juro que tenían los musculos anchos y duros como de las chontas;
¡Juro!, juro que algún día del bronce de su carne como del pedrisco a de brotar la luz,
¡Pobre indio!, ¡pobre raza vencida!,
Hasta de Jesús no le enseñaron más que la cruz y la corona de espinas,
Nunca le dijeron que era hermano del hombre que habla castellano
Y a golpe como de las minas extrajeron de su cuerpo el oro
Por eso no tiene más amigos que el asno, el perro y el toro.
¡Canta!, ¡canta!, canta mirlo negro,
Di, di tú de profundis torcaza,
Río, río que vienes gritando desde arriba,
Llora mi dolor y el dolor de esta raza, de esta raza vencida.
Autor: Beto Méndez
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