Los ojos del amor
ÂżEl amor es ciego? La premisa que mi yo de diez años era que sĂ, para amar no importaba nada más que el sentimiento de querer estar con alguien, compartir y pasarse el tiempo abrazándolo, porque sĂ, a mis diez años el amor era heterosexual.
Por desgracia, esa idea se derrumbĂł en muy poco tiempo. Cuando entrĂ© a la secundaria descubrĂ que el amor no solo no era ciego, sino que tenĂa unos ojos enormes y grandes con los que analizaba hasta el más pequeño detalle de a quiĂ©n podĂa llegar y a quiĂ©n no. Por su puesto, a mĂ no.
Fu en ese tiempo que me volvĂ consciente de que las chicas gordas como yo no eran atractivas; el vientre abultado era objeto de burlas y señalamientos, las piernas regordetas eran el tema principal de las crĂticas hacia mĂ y mis nalgas enormes y prominentes acaparaban la atenciĂłn de las risas y comparaciones entre compañeros y compañeras de la escuela.
—Me gusta mucho Sergio.
—¡Hasta que te animaste a decirlo! PodrĂas gustarle tambiĂ©n, solo tienes que captar su atenciĂłn… Descuida, yo te ayudarĂ©, eres muy linda, solo tienes que hacer algunos cambios en tu imagen.
Eso fue lo que me dijo Anasofi el dĂa que le contĂ© que me gustaba “Serch”, el chico de tercer grado que tenĂa el cabello ondulado y una hermosa sonrisa.
Esperaba que los consejos de Anasofi sobre cĂłmo embellecerme fueran más… Baratos. Conseguir una alaciadora de pelo, depilarme las piernas y bajar de peso no solo parecĂa una tarea extenuante, sino que además costarĂa dinero. Aun asĂ intentĂ© tener mi glow up de verano. Esperaba que fuera como en las pelĂculas en las que de un año a otro la protagonista estaba radiante, hermosa e irreconocible.
Pero un mes no bastĂł para conseguir una plancha de cabello y mucho menos para bajar los cuarenta kilogramos que mi entonces nutricionista marcaba como requeridos para que estuviera en mi peso ideal. VolvĂ a la secundaria con el cabello encrespado en ondas por la humedad que hubo el primer dĂa de clases y, eso sĂ, con las piernas lisas y sin vellos.
—Pst… —le dije discretamente a Anasofi durante la clase de español. Cuando ella volteó alcé un poco la falda para mostrarle mi pierna, ella gritó de emoción.
—¡Ana SofĂa Rivera! —GritĂł la maestra.
—Disculpe, profesora.
La reacciĂłn de Anasofi me habĂa emocionado, tal vez, pensaba, de esa forma serĂa linda y Sergio me mirarĂa y entonces me tomarĂa la mano, irĂamos a comer helado y nos darĂamos un beso sabor chocolate.
—¡Renata! —MirĂ© consternada a la chica junto a mĂ. —¿En quĂ© piensas?
Me reĂ avergonzada. Fran no sabĂa que me gustaba Sergio, de hecho, nadie aparte de Anasofi lo sabĂa (eso pensaba yo). —Me quedĂ© pensando en… La tarea de inglĂ©s.
—Era una nerd de primera.
Fran era todo lo contrario a mĂ (sigue siĂ©ndolo). Ella era la chica más linda de la secundaria y mi mejor amiga. TenĂa el rostro redondo y suavecito, era chaparrita y muy delgada, su cabello castaño se veĂa rubio con los rayos del sol y tenĂa unos ojos verdes que ocultaba debajo de unas tupidas cejas. Fran estaba en otro plano, ella tenĂa otra forma de pensar, si la hubiera escuchado un poco más en ese entonces…
Los dĂas subsecuentes Anasofi fue integrándome en su cĂrculo de amigas, de esa forma yo podrĂa acercarme a Sergio y entonces Ă©l me conocerĂa, se enamorarĂa de mi personalidad y entonces me tomarĂa de la mano, irĂamos a comer helado y nos despedirĂamos dándonos un beso que sabrĂa a chocolate.
Al cabo de varias semanas Sergio empezĂł a hablarme, encontramos un gusto comĂşn por los videojuegos, aunque en ese momento yo solo conocĂa FIFA y no tenĂa idea de cĂłmo jugarlo. Mejor dicho, le hice creer que tenĂamos un gusto en comĂşn y eso nos acercĂł. Aunque no demorĂł en darse cuenta de que mentĂa, eso no pareciĂł importarle, pues sugiriĂł enseñarme a jugar. Yo estaba emocionadĂsima, finalmente estaba cerca del chico que me gustaba.
Ahora que lo veo en retrospectiva, Sergio y yo Ă©ramos de verdad buenos amigos, asĂ lo sentĂa. Nos divertĂamos mucho cuando estábamos juntos, pero nunca hubo de parte suya una señal o algo mĂnimo que indicara que yo le gustaba. Todas las indirectas que veĂa eran falsas.
El Ăşltimo viernes antes de las vacaciones de Semana Santa, Sergio llegĂł y me preguntĂł si podĂa acompañarlo a la tienda, Fran me mirĂł desconcertada, no parecĂa emocionada, sino preocupada, le dije que volverĂa pronto y me fui con Ă©l. En el camino me preguntĂł si sabĂa de alguien de mi grupo a quien le gustara. Me sentĂ muy nerviosa y por poco no lograba disimularlo, ÂżhabĂa sido tan obvia? ÂżAnasofi le dijo algo?
—No he escuchado nada…
—Ok
—¿Por qué?
—Nada. Iré a comprar algo, nos vemos después.
Y me dejĂł ahĂ, a mitad del patio. Sola y sin saber quĂ© hacer. Fran me alcanzĂł a los pocos segundos y se puso a conversar conmigo. Fran sabĂa muchas cosas, si me hubiera detenido a escucharla… Si lo hubiera hecho tal vez todo habrĂa sido diferente.
Llegaron las vacaciones y eso significaba dos semanas de descanso. ContinuĂ© con los ejercicios en lĂnea y la dieta de la nutriĂłloga, sentĂa que si me esforzaba un poco más podrĂa bajar de peso y lograrĂa que Sergio me mirara… Más porque ya me estaba viendo, Âżcierto?
Durante las dos semanas consecutivas no paraba de hablar por Facebook con Fran, Anasofi y con Sergio, especialmente con Ă©l. Nuestras conversaciones se sentĂan cada vez más profundas, hablábamos de amor, sobre quĂ© hacer despuĂ©s de la secundaria y de videojuegos. Una tarde me preguntĂł de nuevo:
CreĂ que esperaba que se lo confesara. Lo creĂ que verdad. Nuestras conversaciones previas, la pregunta, todo en general me indicaba que Sergio esperaba que me gustara. AsĂ que me animĂ© a decĂrselo.
Era el domingo antes de volver a clases, hablábamos por chat.
No entendĂa nada. Lo habĂa malentendido, Âżahora cĂłmo verĂa a Sergio mañana en la escuela? No habĂa forma alguna de que lo viera… Y Âżyo estaba cĂłmo? No lo comprendĂa, creĂa, estaba segura de que Sergio me corresponderĂa, que me tomarĂa de la mano, comerĂamos helado y nos darĂamos un beso sabor a helado de chocolate. ÂżQuĂ© no habĂa visto?
Me dormĂ llorando esa noche y al dĂa siguiente quise no ir a la escuela. Pero, siendo sincera, ÂżquĂ© ganaba con eso? Tarde o temprano tenĂa que enfrentarlo y no iba a perderme la entrega del diario de InglĂ©s por un chico, no, eso nunca. AsistĂ a clases con la cabeza en alto y como si nada me importara.
Por suerte, tan pronto volvimos de las vacaciones nos cambiaron de asientos, asĂ que me pasaron al rincĂłn más alejado del salĂłn, justo detrás de Fran y muy lejos de la puerta y de Anasofi a quien no tendrĂa quĂ© contarle mi tragedia del dĂa anterior. LogrĂ© evitar a Sergio toda la semana, algo que no era nada difĂcil en una escuela tan grande. Fran, sin saberlo me animĂł bastante. De nuevo, si la hubiera escuchado antes no habrĂa tenido tantas desilusiones.
El viernes por la tarde Fran y yo quedamos para ir al cine, estrenaban una pelĂcula basada en nuestro libro preferido y estábamos sumamente emocionadas. Mis papás me dejaron en la entrada de la plaza. Fran siempre ha sido hermosa y muy linda, pero la puntualidad nunca ha sido una de sus cualidades y ese dĂa, como muchos otros, llegĂł tarde.
Mientras la esperaba mirĂ© los aparadores de las tiendas cercanas al cine, una jugueterĂa, una tienda de videojuegos y una heladerĂa. Ese fue mi momento de pelĂcula, recordĂ© lo que habĂa estado deseando que pasara con Sergio por más de un año y mágicamente Ă©l apareciĂł del otro lado del vidrio, comiendo helado de chocolate, estirando su mano hacia mĂ. Pero no nos dimos un beso, su mano encontrĂł la de Mich, la mejor amiga de Anasofi, ella se acercĂł y le dio un beso, un beso que seguramente sabrĂa a chocolate.
Y entonces me mirĂ© en el reflejo del aparador. Mi cuerpo era el triple de grande que el de Mich. AhĂ fue cuando lo supe, yo estaba gorda y por eso no estaba conmigo. Mi gordura me conferĂa automáticamente el puesto de amiga, no el de novia, ni el de pretendienta, el de amiga que puede hacer de casamentera.
—¡Rena! ¡Por fin te encontré, mujer!
—Fran…
AbracĂ© a mi mejor amiga con fuerzas. En el llanto de aquel dĂa se esfumaba mi ilusiĂłn del primer amor y con ello descubrĂa que el amor no era ciego.
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Granito de arena
CerrĂ© los ojos y masajeĂ© mi frente con las manos. La mĂşsica habĂa quedado ensombrecida por los gritos. Lamentos y sĂşplicas se escuchaban cada vez más fuertes. A ellas se les uniĂł el ruido de un motor de motocicleta y el ladrido de los perros. Era cada vez más fuerte y abrumador. ApretĂ© mi rostro contra mis manos, cerrĂ© los ojos.
El ruido desapareciĂł tan repentino como llegĂł. La noche volviĂł a la calma que tenĂa minutos antes y yo volvĂ a concentrarme en escribir en la computadora. En el silencio, logrĂ© terminar de explicar la importancia de los augurios en los cuentos tradicionales. Me fui a acostar y no volvĂ a saber más de aquellos gritos, ni de la motocicleta.
A la mañana siguiente, me levantĂ© con el sonido de la alarma. La suave melodĂa emulaba la caĂda de la lluvia. ¡Era irritante! A tientas tomĂ© el telĂ©fono y la desactivĂ©. Lo primero que vi aquel dĂa fue un mensaje de mi amiga Macarena “AyĂşdame a compartir, por favor”.
Aun adormilada, vi la ficha de alerta ámbar. La tĂa de la vecina del hermano de Macarena habĂa desaparecido desde hace un mes y seguĂan buscándola. Hice lo propio, mi granito de arena, y compartĂ la imagen en todas mis redes. Aunque dudaba que el alcance de mis cuarenta contactos fuera suficiente para encontrar a aquella mujer.
ContinĂşe con mi dĂa como siempre. Siguiendo la meticulosa rutina que me habĂa autoimpuesto, a las nueve de la noche, me sentĂ© frente al portátil y comencĂ© a escribir como solĂa hacer. La mĂşsica quedĂł de fondo en comparaciĂłn con los gritos de auxilio que se escuchaban. Eran cada vez más fuertes y discordantes. Aquella persona o estaba perdiendo la voz o estaban callándola. A los gritos se sumĂł el aullido de los perros, parecĂan asustados y demasiado excitados. Luego sonĂł el motor de una motocicleta que se estacionĂł frente a mi casa.
Apreté mi cabeza con las manos y me armé de valor para ver por la ventana. Pero tan pronto como me asomé, los ruidos cesaron. La calle estaba tranquila. Al cabo de unos minutos el ruido pude continuar con mi trabajo. Terminé el ensayo pasadas las doce de la noche y me fui a dormir.
Desperté a la mañana siguiente por la alarma, ese estresante sonido de lluvia. Mientras desayunaba vi en Facebook un afiche de una niña desaparecida. Malditos cabrones. Hice mi granito de arena y compartà la imagen en todas mis redes.
A las nueve de la noche, volvĂ a sentarme a trabajar. Al cabo de un tiempo se escuchĂł el bramido de un perro, fue un sonido escalofriante y hueco, me hizo detener la mĂşsica y querer prestar atenciĂłn. Le siguieron unos gritos horribles y agudos, no entendĂa que decĂan, pero no podĂa dejar de escucharlos. A los gritos se sumĂł el ruido del motor de una motocicleta. Esta vez, no apretĂ© mis manos contra la cabeza, ni me asomĂ© por la ventana, con los auriculares puesto fingĂ pensar mientras escuchaba lo que sucedĂa.
La moto habĂa aparcado frente a la casa del vecino, se notaba por el ladrido insistente de los perros, el cual era bastante peculiar cuando alguien extraño se acercaba. Luego se escuchĂł un ruido seco, similar a un golpe. Los gritos cesaron, la moto arrancĂł de nuevo y los perros se callaron. Me asomĂ© a la ventana, para intentar ver las placas, pero ahĂ afuera no habĂa nada y los perros del vecino descansaban plácidamente en su patio.
Esa noche no pude volver a mi trabajo. Tampoco pude dormir bien. Permanecà en vela hasta que el teléfono sonó como a las seis de la mañana.
—Alexa… Perdón por despertarte mi niña…
—No se preocupe, señora. ¿Pasó algo? ¿Está bien Maca?
—No… Mi niña… Mi niña… -alguien arrebató el teléfono y habló.
—Alex. Creemos que la Maca fue secuestrada.
El papa de Macarena me explicĂł que ya habĂan avisado a la policĂa, pero que no podĂan dar la señal de bĂşsqueda hasta que pasaran las veinticuatro horas porque podrĂa ser que “la muchacha” su hubiera escapado con su novio y que “seguro no se trataba de tanto”.
Sin embargo, los papás de Maca sabĂan bien que su hija no era asĂ. Macarena no habrĂa ido a la casa de su novio porque no tenĂa novio y Julieta, su pareja sentimental, estaba en Madrid haciendo una maestrĂa. Quienes la conocĂamos, sabĂamos que Maca no se escaparĂa con nadie, pero para la policĂa, que no la conocĂa, aquello era muy probable.
Esa misma mañana fui a casa de Macarena para visitar a sus papás. HabĂamos puesto ya una publicaciĂłn de bĂşsqueda en las redes, esperando que nuestros 100 contactos sumados en total nos ayudaran a encontrarla o saber algo de ella.
A llegar a la colonia, me enchinĂł la piel escuchar a los perros ladrar, estaban demasiado excitados, seguramente por alguno de los animales de la calle, pero no logrĂ© ver a ninguno en especial en mi camino hasta la cerrada de RĂo Bravo. ToquĂ© el zaguán con una piedrita para que el ruido fuera más fuerte y doña Gloria, la mamá de Maca, me abriera.
El rugido del motor me sobresaltĂł. Se escuchaba igual que el de las noches anteriores, me girĂ© para ver quĂ© curioso tipo de motocicleta sonarĂa de esa forma. Era una que lucĂa particularmente cĂłmoda, con un gran asiento negro de cuero y un gran manubrio que subĂa hasta casi la altura de la cabeza de su conductor. Aquel hombre me mirĂł, se relamiĂł los labios y podrĂa jurar que sostuvo su mirada hasta que me pasĂł.
De pronto volvĂa a escuchar los gritos agudos y desesperados de la noche anterior, se hacĂan cada vez más fuertes y ahogados. Los perros comenzaron a ladrar con euforia, encabronados y la motocicleta rugiĂł con fuerza para acelerar. “Alex, ayuda”. Fue ahĂ cuando lo supe, lo que habĂa estado escuchando por dĂas no era una imagen en mi cabeza, tampoco una escena de desapariciĂłn forzada en mi calle o una disputa familiar. HabĂa escuchado la desapariciĂłn de Macarena SaldĂvar Gonzáles. Mi mejor amiga habĂa desaparecido y yo no habĂa hecho nada para ayudarla.
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