emery-walker - Tumblr blog

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-No hay que agradecer nada, Rooney -aseguró con un leve asentimiento de cabeza. Le alegraba ver que la chica tenía mejor cara. Así, mientras caminaban hacia enfermería, Rooney empezó la conversación que tanto le costaba a Emery-. Enfermería, estudio enfermería. Aunque por desgracia, no trabajo aquí -rió levemente algo avergonzado-. Por eso mismo mi deber es ayudar a los demás. Teniendo los conocimientos que tengo y hacer caso omiso a este tipo de cosas... no está en mi forma de ser. ¿Y t-tú? ¿Qué estudias?

La sonrisa que el joven le dedicó causó en ella una ligera sensación de confort, mas sus palabras despertaron también en ella cierta curiosidad. Intriga, más bien, por saber a qué se refería. Sabía de más de una profesión que tenía como objetivo principal el ayudar a los demás, por lo que no pudo deducir a primera instancia por qué lo decía. Una vez que la carta fue encontrada, no pudo evitar sentirse aliviada. A pesar de no saber todavía si quería enterarse o no de lo que estaba escrito en ella, quería al menos contar con la oportunidad de considerarlo, de tomar una decisión una vez que lo hubiese pensado con tranquilidad. “Gracias, Emery.” En ese momento, tenía más de un motivo para sentirse agradecida con el joven. “El mío es Rooney,” se presentó con una amena sonrisa, permitiendo sin protestas que le guiase hacia la enfermería mientras encontraba ella soporte en su cuerpo. “¿Qué es lo que estudias, por cierto? ¿Por qué dices que ayudar a los demás es tu deber?”

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Se tocó la nariz falsa y lo único que hizo fue agachar un poco la cabeza. La chica no parecía estar mintiendo, así que decidiría creerla: -S-Supongo que he encontrado un complemento adecuado con el que salir a la calle -bien, había conseguido hacer una broma y si la universitaria se reía, Emery se llevaría un mini-punto mental-. ¿Y-Y puedo preguntar qué haces con esto? ¿Vas a celebrar una fiesta o algo así?

Observó cómo el hombre se colocaba las gafas, sin borrar la sonrisa en los labios. “Pues me parece que te queda bien con la barba incluso, se ve más realista que conmigo. Ahora no puedo reírme de ti porque no te queda tan mal. Exceptuando la nariz, eso no tiene salvación” y ahora sí soltó una leve risa.

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Asintió con bastante entusiasmo: -Claro, será todo un placer para mí enseñarte mi colección, aunque por desgracia no tengo todos los libros que me gustaría aquí -muchos quedaron atrás en Perth, bien resguardados del paso del tiempo, esperando a que su dueño regresase para cuando tuviera un hogar fijo. Obviamente, un hombre como Emery le costó malinterpretar la siguiente frase de Silver, claro está hasta que ella lo aclaró. Rió un poco de forma bastante nerviosa sin saber qué más añadir-. Recuerdo que un profesor siempre me decía que lo importante no era la media, siempre que aprobases claro, sino todo lo que llegabas a entender. Al fin y al cabo... la nota media muchas veces no refleja lo mucho que sabes -tenía en esos momentos una fe ciega en Silver, pensaba que la muchacha sería una excelente estudiante, pero claro, no ayudaba mucho la carrera que estaba haciendo. Con tantas leyes y tanto para estudiar... ya hacía bastante con tener con una media “mediocre” como ella misma había dicho. A ojos de Emery, era todo un logro-. ¿L-Los aliens? -volvió a reír un poco y se encogió de hombros-. Me gusta pensar que no estamos aquí, en el universo... Y éste es tan grande que seguro que hay más vida. ¿T-Tú qué crees? -estaba encantado de escuchar eso por parte de Silver. Realmente le emocionaría mucho verla en la sala del club, leyendo con el resto de miembros y debatiendo con ellos. Seguro que se adaptaría enseguida con lo amable que era.

Después de comprobar que Emery hablaba del tirón y se relajaba en su sitio Silver se sintió satisfecha. Lo último que quería era convertir una amena charla en una interminable tortura para el contrario; parecía merecerse de todo menos eso. El brillo de sus pupilas oscuras irradiaba bondad e inocencia; dos atributos que Silver creyó perdidos tiempo atrás. “Pero tendrás que enseñarme tu colección de novelas, eh. Algún día.” No quiso agobiarle de nuevo con la confianza in extremis, así que fue muy vaga respecto del momento en el que querría irrumpir en su dormitorio. “Porque apuesto a que tienes una bien grande.” Se da cuenta después de lo mal que suena esto fuera de contexto. “La colección digo. Completa.” Aclara de antemano, con los pómulos tornándose color carmesí. “Supongo que sí, pero no me doy por aludida. No puedo hacerlo, tengo una media muy… mediocre.” Se encoge de hombros, ignorando lo preocupante que resulta para una chica sin recursos ni contactos. “En la suerte. Ni el karma, ni los dioses… ¿y los aliens?” Sonríe. Suena a mofa pero tiene genuina curiosidad. “Me verás por allí seguro.” Asiente con lentitud. “O puedes meter mi nombre en tu lista negra, de no ser así.” Es una especie de promesa.

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Daredevil’s Rosario Dawson and Charlie Cox Talk about their Hit Show +

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Debemos proteger a Emery a toda costa. Pobre hombre. — Desconocido.

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Telegram: Tengo un botiquín en el segundo cajón de mi escritorio. Telegram: Para que te cures, digo. Yo tardaré un poco en ir. Tengo prácticas en el hospital. Telegram: Y gracias, eres muy buen compañero de cuarto.

Telegram: Oye, Emery... sabes que la ventana del cuarto no cierra bien, ¿no? Bueno. Pues se ha colado un pájaro. Se ha cagado en tu almohada. Lo siento, tío.

Telegram: …Telegram: No pasa nada. No es culpa tuya.Telegram: Ahora iré y la pondré a lavar. Espero que me den otra hasta tener la mía.

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Había vuelto a meter la pata, como era costumbre en Emery al parecer. Obviamente, no había optado el sarcasmo en la voz de la desconocida, parecía que lo había dicho totalmente en serio y ahora mismo se sentía muy fuera de lugar: -L-Lo siento  -fue lo único que consiguió decir, muy arrepentido. Lo mejor que podía hacer era dar media vuelta y huir antes de que la chica siguiese metiéndose con ella.

Cuando llegó a su dormitorio, parpadeaba la luz roja del contestador automático. Pulsó el play y esperó. Había siete mensajes, muchos más de los que acostumbraba a recibir.  Se sentó al borde del sofá y contempló el contestador. Clic. Biiip. Gal, soy Jay. Sólo quería comentarte, y espero que no te cabrees conmigo, he estado hablando con una periodista esta noche y le he pasado tú número de teléfono. Ha oído hablar de ti, quería escribir un artículo, así que…lo siento, debería habértelo consultado primero, pero…En fin…nos vemos cuando vengas de regreso a Arabia. Clic. Se levantó del sofá, yendo a su cama para recostarse por un par de horas. Con su compañera no podía hacer nada, tendría que su primera baja. El tiempo se pasó sumamente rápido, antes de que pudiera darse cuenta, la luna había salido, indicándole a la fémina que ya era hora de tomarse sus medicamentos. ¿Y los demás mensajes? Seguramente los respondería más tarde –o posiblemente los borraría-, todo dependía del ánimo en el que se encontrara. Se tomó un descanso a las diez de la noche, y vio algunas repeticiones de su serie favorita. Hacia las once de la noche, la alarma del celular sonó, avisándole que necesitaba tomarse su medicamento. Se pasó la mitad del día dormida y, a la  última hora de la noche, creyó haber llegado a un especie de trance. “Era un comentario sarcástico, no recuerdo haber escuchado a los grillos hacer tanto ruido.” Terció la cobriza, dedicándole una mueca a su interlocutor. (¿No entendía el sarcasmo? Por lo visto, estaba más perdido que ella).

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Negó varias veces con la cabeza y sonrió de forma tierna para tranquilizar a la chica: -Tranquila, mi deber es ayudar a los demás -ni que fuera un superhéroe. De repente, la expresión de la desconocida cambió por completo al percatarse de que faltaba algo. Una carta según le dijo. Emery puso todo su empeño en buscarla con la mirada, y fue al dar un par de vueltas, que la encontró a unos centímetros de donde había caído la chica. Seguramente por los nervios no la habría visto. Con cuidado, caminó hasta la carta (llevando a la joven encima) y la alcanzó, para después tendérsela-. Aquí tienes, ya no tienes que sufrir porque la hayas perdido. Por cierto, mi nombre es Emery, ¿y el tuyo? -mejor iniciar algo de conversación (aunque él no era para nada un experto) mientras ponían rumbo a la enfermería.

A pesar del insistente dolor que residía en su tobillo, una suave risa consiguió escapársele de entre los labios ante lo comunicado. No conocía nada acerca del joven frente a ella, pero algo le decía que no mentía cuando decía ser poseedor de un gran torpeza. La menor agradeció en ese momento por su presencia, pues estaba no sólo ayudándole a ignorar por momentos del malestar que le atacaba, sino también a dejar de lado el dilema mental del que se había visto presa hasta escasos minutos atrás. “Eres muy amable. En verdad agradecería algo de ayuda.” Le dedicó una amena sonrisa; pequeña, pero aun así sincera, y entonces… Oh, no. “Espera.” Fue entonces que lo recordó. La carta ya no se encontraba entre sus manos. Alarmada y con la mirada engrandecida, dio una apresurada inspección a su alrededor, intentando localizarla sobre el suelo. “Traía una carta conmigo. La tenía conmigo justo antes de caer, ¿la ves por algún lado?”

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Telegram: Oye, Emery... sabes que la ventana del cuarto no cierra bien, ¿no? Bueno. Pues se ha colado un pájaro. Se ha cagado en tu almohada. Lo siento, tío.

Telegram: ...Telegram: No pasa nada. No es culpa tuya.Telegram: Ahora iré y la pondré a lavar. Espero que me den otra hasta tener la mía.

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Respiró profundamente al ver que Silver no lo había malinterpretado, lo que menos quería es que esa agradable muchacha saliese huyendo pensando en que era un pervertido. ¡Y para nada lo era! Se tocó levemente la oreja, menos nervioso que antes y asintiendo: -Estaré encantando con lo que me puedas enseñar, tanto si es una foto como si me dejas entrar para admirar tu colección -respondió entonces de forma completamente sincera. Era agradable comprobar que había personas que entendían sus buenas intenciones-. Hay muchas formas en las que las m-mentes privilegiadas muestran todo su potencial -aunque no sabía mucho más del tema. Algunos decían que como Einstein tardó muchos años en aprender a hablar, esa era una muestra para determinar a los genios. Pero nada más lejos de la realidad. La pregunta siguiente le pareció bastante respetuosa, añadiendo más admiración hacia la persona que tenía delante-. Se puede decir que... creo en la suerte, nada más -y en la mala suerte, que era lo que él tenía realmente. Sonrió como él solamente sabía hacer y asintió varias veces-. Muchas gracias entonces, sobre todo por haberte parado y haber contestado mis preguntas. E-Estoy deseando verte en el club.

“Ah, ¿sí?” Pestañea rápidamente. Le pilla desprevenida con esa afirmación, aunque enseguida desvía la atención de sus palabras a su tímido tartamudeo y pronta corrección. Es adorable. Silver también pasó por lo mismo, pero en una fase de su niñez que había quedado enterrada junto con su inocencia, en las profundidades de su conciencia marchita. “No te malinterpreto.” Le desanima un poco comprobar que él no tiene intenciones de verla in situ. “Podría llevarte a mi dormitorio, también, pero lo mismo te espantas menos si lo ves en foto.” Dice en tono más o menos jocoso, para quitarle hierro al asunto. “De todas formas, dicen que las mentes más privilegiadas tienden al caos y  desorden. Pero puede que sea una invención de otra loca como yo.” Se encoge de hombros y clava las orbes en la mesa. Apoya los codos en esta y se sujeta la cabeza en las manos. “Oh. Vaya. Lo siento.” Entiende en parte esa sensación de perder a un ser querido, aunque en su caso fue algo diferente. “¿Y tú crees?” No concretó en quién porque estaba claro que se refería a Dios. “Yo nunca fui capaz, pero me gustaría.” Silv se cuestionaba demasiado la vida como para mandarlo todo al carajo y atribuírselo a un ente todopoderoso que no ha visto jamás. “Me alegro, sí. Tienes pinta de ser alguien competente.” Estira el brazo y le da un golpe leve en el hombro. “De no ser así, no me habría parado.” 

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Podía comprender el dolor que estaba sintiendo la chica en esos momentos (al menos el físico, puesto que desconocía los problemas por los que estaba pasando actualmente), puesto que Emery tenía predisposición a tropezar y golpearse con casi cualquier cosa. Mientras que algunas veces apenas salía herido, otras veces... sufría algo más grave. Menos mal que había estudiado para ello (aunque no era el principal motivo por el que había escogido enfermería): -A todos nos pasa, t-tranquila. Aquí donde me ves... soy el más patoso de todo el campus -y lo podía comprobar con hechos, era un gafe al fin y al cabo-. Pero te llevaré a la enfermería sana y salva, no pienso tropezarme c-con nada llevándote a ti -por mucho que le gustaría curar a la chica él mismo, ahí no tenía ningún material a su disposición y era mejor que el profesional del centro se encargase.

Maldiciéndose mentalmente por haberse permitido que su distracción la llevara a tanta torpeza, le dedicó un breve vistazo a su lesionado tobillo, antes de que su atención fuera captada por la voz del joven que hizo rápido acto de presencia a su costado. “Estoy bien, no te preocupes,” su respuesta fue instantánea, las palabras deslizándose de entre sus labios más por hábito que por alguna otra cosa. ¿Estaba bien, realmente? Encontrando soporte en el cuerpo del hombre, se apoyó sobre su hombro con firmeza, sujetándose de él mientras se esforzaba por ponerse de pie, encargándose de no ejercer fuerza sobre su pie derecho. “Esto me ocurre por no fijarme por dónde voy,” bromeó, aunque la risa que forzó se evaporó enseguida al torcerse su rostro en una mueca de dolor. Todo parecía indicar que no iba a serle posible caminar hacia la enfermería sin ayuda.

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Obviamente, como el buen enfermero que era, Emery supo reconocer a la perfección lo que era una lesión en toda regla. No es que hubiese estado espiando a la chica, ni mucho menos, simplemente le había llamado la atención que alguien hubiera acabado en el suelo y no fuese el australiano. Guardando rápidamente su libreta de apuntes, corrió para ver si podía ser de ayuda: -¿Te encuentras bien? ¿N-Necesitas ayuda para levantarte? -mantuvo la calma, aún así su timidez siempre le podía a la hora de enfrentarse a personas desconocidas. Sin esperar respuesta, coló un brazo suyo por detrás de sus hombros y la levantó poco a poco, intentando que el que parecía ser el pie herido no tocase el suelo.

Era la primera vez en siete meses que recibía una de aquellas. La frecuencia con la que recibía correspondencia con aquel remitente había ido descendiendo con el correr de los años, mas sin embargo, cada vez que una nueva carta llegaba a sus manos el conflicto era el mismo: leerla o no leerla. Dejar su pasado seis metros bajo tierra y seguir con su vida o tragarse el orgullo y afrontarlo de una vez por todas. Con el sobre entre sus manos y sus marrones orbes enfocados en las letras impresas sobre este mismo, bajaba distraída las escaleras del edificio, viéndose abstraída de su entorno a causa del dilema interno que había estado abatiéndola desde el momento en que lo había recibido. Leerla o no leerla. Leerla o no leerla. Se había visto tan ocupada debatiéndose con lo mismo, que poca atención le prestó a los escalones, e hizo caso omiso del último de éstos. Un solo paso en falso fue suficiente para que su tobillo derecho se doblara de manera brusca, mas no fue la pérdida de equilibro la causante de que acabara sobre el suelo, sino más bien el punzante dolor que pareció romper sus ligamentos. “Joder,” se quejó en voz alta, con el rostro encogido en una expresión de claro malestar. Hizo intento por volver a erguirse, pero aquello sólo la llevó a soltar otra palabrota. Era inútil, no podía apoyar ni el más mínimo peso sobre su extremidad derecha, mucho menos ponerse de pie.

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-S-Sí... Supongo que tienes razón -respondió algo intranquilo el pobre Emery. Le dedicó una rápida mirada a los estantes que tenía delante, y después miró al hombre-. Yo me voy ya... Los apuntes n-no se van a estudiar solos, por desgracia -rió ante esa pequeña broma mientras se despedía con la mano. Por suerte, no había sucedido nada “malo” (excepto la caída de los libros), así que pudo suspirar tranquilo.

Ninguno de nosotros sabe donde acabará, el futuro es incierto -aunque se pusiese en rollo místico, para Kei no era eso, si no que sabía que no podía permanecer mucho tiempo en un sitio si no quería que le encontrasen.  Su futuro implicaba ser medico mientras iba huyendo- ya lo veremos, eventualmente, ¿no?

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Había sido una jornada dura en el hospital... Mucha gente en urgencias, entre ellos un histérico que había iniciado una especie de contienda contra el personal del hospital. Al final, todo se resolvió con una simple llamada a la policía, acabando de reducir al hombre. Pero claro, eso hizo que todos los enfermeros y médicos tuvieran los nervios a flor de piel. Así pues, al entrar al campus, arrastraba los pies de una forma que casi parecía que estuviera interpretando a un zombie. Solamente quería echarse en la cama y descansar. Sin embargo, una voz interrumpió su imaginación con una pregunta de lo más extraña: -Mmm, ¿q-qué grillos?

En la universidad hacía mucho más frío que antes. Había oscurecido, pero aquella tercera dimensión centelleante en que se convertía la escuela por la noche empezaba a cobrar forma. También estaba menos concurrida, un anochecer típico en Canadá, con su intenso ruido –grillos, gritos, suspiros, y pesadillas nocturnas- que seguramente atormentarían las pobres almas de los estudiantes. Todo el mundo estaba cansado, irritable, y apurado, entrando y saliendo como una flecha de las estaciones del metro. Lo que sí resultaba evidente mientras se abría paso entre la penumbra de la noche, era lo rápido que empezaba a hacer efecto la pastilla que anteriormente había ingerido. (Calmantes, que ayudaban a que la fémina no mostrara en monstruo que habitaba dentro de su atormentado ser). Había notado algo en cuanto salió de su habitación. Era una leve alteración de la percepción, un parpadeo apenas, pero al recorrer los cinco edificios que la separaban de la libertad, el medicamento cobró intensidad y agudizó su conciencia de todo lo que la rodeaba: los cambios mínimos de  iluminación, los pocos estudiantes que avanzaban a paso tortuga a su izquierda, y la gente que se acercaba a la cobriza en dirección opuesta. Se fijaba en sus ropas, oía fragmentos de sus conversaciones y atisbaba sus rostros. Lo captaba todo, pero no de una manera exacerbada, como sucedía con la droga. Por el contrario, todo le resultaba bastante natural, y al cabo de un rato, empezó a sentirse como si hubiera hecho ejercicio, como si se hubiese empujado a sí misma a una especie de límite físico estático. ¿Ejercicio? Mierda, ¿cuándo había sido la última vez? Diría que no había practicado deporte alguno en los últimos dos años. Cuando llegó al jardín principal de la universidad, se sentó en una de las bancas, entregándose por completo a los efectos secundarios del medicamento que la permitía ser un ente normal. ¿Normal? Bueno, eso era lo que ella pensaba. Respiró hondo, cerró los ojos…y todo se vio interrumpido por un par de pisadas que lograron sacarla de su trance. “¿Desde cuándo los grillos hacen tanto ruido?” Por un momento, se olvidó que se encontraba en un lugar transitado por los docentes y estudiantes.

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No se esperaba semejante comentario por parte de la chica, la verdad es que el tiempo que llevaba en la universidad, la mayoría de las personas habían sido más que amables con él. Pero bueno, todo le tenía que tocar en esta vida. Avergonzado, apartó al mirada de la chica castaña (que parecía sumamente asqueada, ya que hablamos): -N-No me refería a eso exactamente -suspiró de forma cansada, notando cierta quemazón alrededor de su cuello-. No es culpa mía que h-hayan charcos congelados -se excusó, aunque sí, Emery era un patoso y no podía hacer nada para luchar contra esa naturaleza.

Un golpe seco que inundó toda su cabeza con su intenso repiquetear la hizo voltear rápidamente. Consejo número uno para la resaca: no hacer movimientos bruscos con un instrumento tan sensible como el cuello o la cabeza, sobretodo si dicho instrumento controla completamente el resto del cuerpo y sus sensaciones. Un mareo le bloqueó la vista con una niebla que no tenía relación en particular con el clima del norte, prohibiendo ver la escena con claridad por unos momentos; por supuesto que prefirió no haber pasado por tanto drama por algo tan vulgar una vez que el entendimiento legó a su mente. “¿Dar dos pasos sin fallar es demasiado bonito para ser verdad?” preguntó sarcásticamente volviendo a su posición original, la repetición de palabras cargada de una burla y molesta sin igual. “Creo que deberías volver a tomar las lecciones preescolares de caminata, tal vez en un par de meses llegues a saltar o incluso correr.”

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-No es nada, simplemente espero que el boli no estalle -dijo de forma sincera, no le gustaba ser catastrófico, pero era lo que pasaba cuando eras un gafe en toda regla-. Yo soy Emery, un placer... -movió levemente la cabeza hacia delante. No se podía decir con certeza que el hombre se sintiese incómodo, sino más bien en tensión por lo que pudiera acabar pasando.

Sin decir nada más, abrió su agenda y anotó algunos proyectos que tenía pendientes para varias de sus clases y las fechas que debía entregarlos. Para su buena suerte, la tinta jamás explotó y le devolvió el bolígrafo al muchacho. - Gracias, te lo agradezco mucho - después de eso, abrió uno de sus libros y comenzó a estudiar pero no tardó mucho en darse cuenta que jamás se había presentado. Miró al castaño de reojo varias veces y sonrió de lado, -Por cierto.. Soy Alec, para que no me recuerdes como el chico del bolígrafo 

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Era genial tener la oportunidad de compartir puntos de vista diferentes, quizás por eso la literatura le agradaba tanto, sentía como que conectaba con otras personas de una forma mucho más sencilla. Iba asintiendo poco a poco, escuchando las razones por las que a la chica le encantaba tanto la literatura femenina: -Es totalmente lógico, sí -añadió mientras seguía anotando en su libreta y no pudo evitar sonreír-. Te gustan las historias intrincadas al parecer, b-bueno, en verdad... a quién no -a Emery no, pero prefería no decirlo en voz alta para no dañar sensibilidades. Su vida ya era de por si sumamente complicada, por eso solía preferir géneros cercanos a la comedia, relatos sencillos que le hicieran olvidar por unos momentos toda su mala suerte-. O-Oh, vaya, ¿eres rusa entonces? La verdad es que ya has leído mucha más poesía que la mayoría en este campus.

Se había criado en un hogar en donde el espíritu femenino abundaba en cada rincón, por no mencionar que su escuela y su pasión siempre estuvieron atestadas de muchachas que bordeaban su edad. Un hombre jamás hizo falta entre una madre soltera y su hija, cuestionando la presencia de su padre hasta que la respuesta se transformaba en algo totalmente innecesario. Aunque por supuesto, no iba a atribuirle los errores de su progenitor a terceros, pero la literatura escrita por mujeres era su placer a los cuatro vientos. “Siempre me ha enamorado más el punto de vista femenino, y con eso me refiero a una autora llevando al papel la vida de una joven que un hombre escribiendo palabras que no podría sentir a menos que su cuerpo no congeniara con él”, pausó recuperando el aire perdido, “Pero también tengo favoritos en ese punto, por ejemplo Stephen King, Oscar Wilde, Bram Stoker, Sheridan Le Fanu…todos ligados a la literatura gótica”, asintió relamiendo sus labios con los antebrazos reposando en la mesa. “En poesía es poco lo que leo, pero Fyodor Tyutchev, Aleksandr Pushkin o Virginia Woolf son mis favoritos, los dos primeros porque de donde vengo se leen mucho.”