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Probando la esencia de todo un hombre
(Exclusivo hetteroflexxible)
Fue algo rápido, algo q nunca había hecho. Me escribió mi amigo casado, y yo ese día, andaba medio caliente, nos vimos, pero él tenía sus ocupaciones, igual yo, sólo me dijo q quería hablar conmigo. No le vi problema, entonces nos encontramos, vi q está muy dedicado al gym, muy fuerte está, ya era tarde, nos vimos en un banco y me dijo q quería darme un beso, q no podíamos más hacer porque tenía q llegar temprano a su casa. Entonces me dijo q si íbamos a una calle más tranquila, entonces lo seguí en mi auto. Nos detuvimos en una calle poca habitada y él se subió a mi auto, ahí nos empezamos a besar, él me tocaba yo lo tocaba, fue algo excitante. Me dijo q yo andaba fuerte, pero él igual estaba musculoso, le quité su corbata, le abrí su camisa y viendo su pecho peludo, mmmm me excitó mucho más, además andaba igual con barba. Yo le chupaba ese pecho grande, velludo y fuerte, mientras el bajó sus pantalones y estaba realmente excitado, ya podía verle esa gran verga gruesa sobre su calzoncillo blanco, esa misma que le estaba tocando unos segundos antes, bueno despojé esa tela que impedía ver y sentir ese gran pedazo de carne, y se la empecé a mamar muy rico, me sabia delicioso, y como llevaba mucho tiempo de nada de nada, me sabía mucho mejor, me dijo q parara porque se regaba y no teníamos con qué limpiarnos, además q tenia q llegar a casa, pero yo ya no podía detenerme, y se lo dije, por lo que se la seguía mamando, a lo que él respondía gimiendo delicioso, quería regarse, le sentía esa verga palpitar, ya sudaba, ya estaba saliendo demasiado precum, le dije q tranquilo, que quería seguir, y de un momento a otro WOW me llenó su boca con su precioso néctar, su deliciosa leche que tantas veces había querido probar, la sentía súper caliente, pero no tan caliente como estaba yo, por lo que hice algo q nunca había hecho, tragármela pero sin antes saborearla, olerla y saber q esa era un alimento para mí en ese momento, q él me gusta, me fascina, y que él se merecía ese placer infinito q estaba experimentando, ese placer que estaba viviendo al verlo de reojo, al escucharlo como se derramaba, al sentir esa verga en mi boca latiendo y alimentándome. Se la seguí mamando y se la dejé súper limpia, para que pudiera ir tranquilo a su casa, igual me dijo q nunca había esperado q ese día pasara algo así, pero q realmente él y yo hemos hecho una excelente conexión y que estaba feliz que yo lo hubiera probado TODO. Ya nos despedimos, y obviamente, quedé súper caliente, porque no quise demorarlo más y además yo no tendría con qué limpiarme como él, jejeje por lo que llegando a mi apartamento, me di una paja exquisita a nombre de él, al saber q había sido mi primer día probando la esencia de todo un hombre. (Historia real de octubre 2016)
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EL SICOMORO segunda parte plus
La mezcla racial entre Dimitri y Carlos era pura dinamita. El cubano no tenía fondo. Era capaz de mamarle la polla al ruso desde la cabeza hasta el pubis sin ayudarse de las manos. Se la tragaba entera sin soltar una lágrima.
Alberto volvía a degustar mi polla con la ventaja de saber qué cosas me volvían loco. Me agarró el nabo tieso, y en lugar de descapullarlo, lo primero que hizo fue tirar hacia él para juntar todo el pellejo posible entre sus dedos y urgar con su lengua a través de mi prepucio. Me salió un gran chorro de líquido para su suerte.
-¡Rotación! —volvió a solicitar Anuar.
Todos los perdedores mamones siguieron sus instrucciones y se movieron a la derecha. Alberto dejo mi polla dándole un último rechupeteo a mi prepucio y fue a probar el rabaco negro de Anuar. Intentó estrujarlo para sacarle el pellejo pero era algo imposible. De normal tenía medio capullo seco asomando, así que se dedicó a mamar su delicioso glande.
Eneko tenía ganas de sentir la nariz de Berto sobre su pubis después de haberlo comentado yo en voz alta, y no era una cuestión difícil, porque al no tener el rabo muy largo, la nariz del italiano chocaba enseguida con el matojo al tragarse el ancho cipote del vasco.
Por su parte, el querubín Fausto pasaba de la flauta dulce de Eneko a la flauta travesera de Dimitri. Sus pequeñas manos hacían más gigante aún el pollón del ruso. La abarcaba con ambas manos y todavía podía chupar la mitad del rabo.
-Suéltame la polla y cómetela sin manos —dijo Dimitri enganchándole las muñecas para separarlas de su polla.
Fausto intentaba tragar el máximo de carne, pero su expresión de agobio y sus lágrimas hablaban por sí solas de su limitada capacidad para encajarla.
Por fin era mi turno con el bueno de Carlos. El cubano cogió mis pelotas con ambas manos y tiró hacia abajo para que mi polla se pusiese más tiesa de lo que ya estaba. Me chupó los cojones con su enorme lengua, y luego se metió el rabo, que me descapulló arrastrando con fuerza sus carnosos labios a ras de la suave piel.
-Joder, Carlos —no pude evitar expresar mi sensación de placer—. ¡Qué bocaza tienes, cabrón!
-Papi, no hay nada que me guste más que desenvolver regalos, y una polla con prepucio es el mejor que se me puede hacer.
Las pollas y los cojones del equipo Flecha estaban ya superbabeadas, nos caían jugosos hilos de saliva que terminaban mojando nuestros pies. Además, estábamos tan excitados, que peligraba la subida de apuesta que hizo Carlos durante la carrera, poner el culo. Si seguían mamando a ese ritmo, nos íbamos a correr sin encular. Entonces, propuse la última rotación con algo que facilitaría las folladas.
-¡Rotación, chicos! —y añadí mientras ocupaban su nuevo puesto—. Aprovechad la saliva que cae de nuestros cojones para lubricar vuestros ojetes y ponerlos a punto.
Y así lo hicieron. Hasta ese momento, todos los perdedores seguían llevando sus pantaloncillos blancos, pero a mis órdenes, se los bajaron hasta las rodillas y arquearon la espalda para que se les abriese el culo en pompa. El banco no era muy ancho, así que sus culos les colgaban por detrás. Recogieron saliva de los cojones de su ganador correspondiente y se dedearon el ojete mientras probaban la última ronda de pollas.
La boca de Carlos entraba en sintonía con su otra mitad, su piel mulata echaba de menos un rabo negro entre tanto blanco lechoso.
-Uhhhh, papi. Esta tranca sí que sabe rica, es puro chocolate.
-Te gusta, eh, come rabo, anda —dijo Aunar metiėndole los dedos por las comisuras de la boca para abrírsela del todo—. Métete los dedos en ese culito café con leche, que te voy a rellenar bien.
Entre la barba de Alberto y la pelambrera púbica de Eneko, apenas podía distinguirse bien dónde estaba la polla del vasco, pues el nieto de Tiburcio intentaba comérsela enterita sin sacarla. A esas alturas, después de pasar por el pollón de Dimitri, el de Anuar y el mío, su garganta estaba desfondada y lo que necesitaba era ensancharla. Para eso, la tranca gordísima de Eneko era ideal. El culo de Alberto venía entrenado del día anterior, así que no le costó meterse un par de dedos casi desde el principio.
-Joder, cómo la chupa el italiano de los cojones —susurró Dimitri cerrándo los ojos—. Si lo llego a saber, hubiera empezado contigo.
Berto degustaba la tremenda polla del ruso con el mismo estilo y sensualidad que había tenido con las anteriores. Era más pausado, disfrutando cada pliegue de los cojones, cada surco del glande. Verlo era una puta delicia, se comía las pollas como quien se come su helado preferido. Su culo peludo hacía más ruido jugoso que ninguno, pero precisaba de más saliva, así que no tuvo reparo en coger un poco de mis cojones, que los tenía chorreando, pues Fausto salivaba como un puto boxer. Me gustó su valentía, pues en lugar de agarrarme la polla para evitar que le reventase la garganta, el enano se llevó ambas manos al culo para abrírselo al máximo y meterse los dedos a pares. Yo, por deferencia, intenté que no me potara la polla manejando su cabeza y midiendo hasta dónde podía llegar.
Sus culitos ya estaban suficientemente lubricados y deseosos de rabo. Nuestras pollas estaban a punto de explotar, así que no podíamos retrasar más el momento si queríamos recibir el premio completo.
-A ver, chicos, me gustaría probar todos los culitos pero no creo que pueda hacerlo, yo estoy que me corro —quise ser sincero—. Propongo que elijáis uno.
A todo esto, el equipo Diana no dejaba de mamar y dedearse.
-Yo quiero mi venganza completa y quiero el culo de Fausto —dijo Aunar pegándole pollazos a Carlos en la frente.
-Yo quiero en culito del monitor —dijo Eneko mirando a Alberto, que seguía mamándole la polla—. Sospecho que necesitas ensanchar ese diminuto ojete que tienes —y Alberto le sonrió.
-Pues yo quiero el culo del mulato —dijo Dimitri—. Mi nabo blanco en su culo moreno hacen buena pareja, seguro.
-Entonces, la suerte está echada —dije mirando al italiano—. Me flipan los culazos peludos como el tuyo, Berto.
Sacamos las pollas de las bocas del equipo Diana y nos pusimos detrás de nuestro culito elegido. Ellos se subieron de rodillas al banco y apoyaron las palmas de las manos en la pared de las duchas. Esos cuatro culos en pompa eran una maravilla, cuatro perros en celo deseando ser petados por nuestras cuatro flechas ganadoras.
Junto a mí, Dimitri enculaba a Carlos, pero gracias al poder de sus caderas, daba la sensación de que le estuviera haciendo una paja con el ojete. El ruso apenas se movía.
Eneko tuvo que ir poco a poco. El anillo rosado de Alberto, a pesar de que yo me lo había follado 24 horas antes, no podía comerse el rabaco de Eneko en un primer intento, mi polla no era tan ancha como la suya . A pesar de la fama de brutos que tienen los vascos, Eneko supo tratar con mimo el culito de Alberto con una buena comida previa hasta que logró metérsela enterita.
Lo de Aunar follándose a Fausto fue un escándalo. Él tan grande, tan negro y con esa pedazo de polla agarrando las cachas del culo del angelote blanco, aquello era una puta maravilla. A Fausto le costaba tragar polla por la boca, pero por el culo le cabía un trolebús. Qué manera de follar.
Yo estaba encantado con el culo peludo de Berto. Gemía a media voz con la misma sensualidad que nos la había chupado a todos. Se estremecía cuando le sacaba la polla a falta del glande y expulsaba su ojete carnoso para que volviese a metérsela de una atacada.
Cuatro flechas de carne clavadas en cuatro dianas hambrientas. Estábamos todos sudando y gimiendo. Aceleramos la follada porque el orgasmo ya era incontrolable. A mí, en el momento de mayor sensibilidad de mi rabo, se me ocurrió alargar la mano y abrir la ducha que estaba sobre el cuerpo de Berto. Los demás, al ver que aquello hacía parecer al italiano aún más perrako de lo que era, hicieron lo mismo.
El equipo Diana aullaba bajo la lluvia con sus culos reventados. El equipo Flecha empezamos a preñar gritando descontrolados. No podíamos parar de petarlos, nuestros rabos seguían duros y el equipo Diana aprovechó para pajearse antes de que se la sacáramos. Se corrieron los cuatro al mismo tiempo sobre el banco que tan felices los hizo aquella noche.
Destrozados físicamente pero con el alma plena de felicidad, nos dimos una última ducha, y haciendo el menor ruido posible para no despertar a Tiburcio, subimos a las habitaciones a dormir.
-Ha sido increíble Matt —dijo Alberto abrazado a mi pecho—. Cómo te voy a echar de menos.
-Tú siempre tendrás un lugar privilegiado en mis recuerdos. Además, cualquier día puedo volver, ¿no?
-Claro que sí, siempre serás bienvenido.
Nos dormimos enseguida, abrazados plácidamente, pero por la mañana, yo volví a encontrarme solo en la cama. Metí mi ropa limpia en la mochila y bajé para despedirme de Tiburcio.
-Los chicos se han ido de excursión al bosque —dijo el abuelo sirviéndome el desayuno—. Es una pena que no hayas podido despedirte de Alberto.
-No te preocupes, anoche lo hicimos por todo lo alto.
-Lo sé, lo sé —dijo con una pícara sonrisa—, vuestros gritos se escuchaban en todo el valle. Menuda orgía organizaste, cabronazo.
Me quedé de piedra, no esperaba una respuesta así del viejo.
-Sí, sí, Matt. No tienes que disculparte. Los chicos son jóvenes, tienen ganas de follar continuamente, es normal.
-Alberto y yo.... —Tiburcio me interrumpió.
-No necesito explicaciones, Matt, de verdad. ¿Sabes lo que sí me gustaría?
-Dime —estaba dispuesto a compensarle de cualquier manera por lo bien que me había tratado—. Haría lo que fuera por ti.
-Me gustaría comerte la polla y que te corrieras en mi boca —me dijo con cara de deseo—. Por cierto, aquí te he preparado unas cosillas para que el camino se te haga más ameno —y como el que no quiere la cosa, me acercó una bolsa.
Yo no tenía palabras frente a lo que acababa de escuchar. Me quedé pensando unos segundos, y a la única conclusión a la que llegué, fue que tenía que ser fiel a mí mismo y que debía cumplir con lo prometido.
Me levanté de la mesa, la rodeé hasta ponerme a su lado y cogí la bolsa que me ofreció para meterla en mi mochila. Luego me quedé mirándolo en silencio y me bajé la bragueta. Esa fue señal suficiente para que Tiburcio, que seguía sentado en su silla de cocina, urgase en mi pantalón y me sacase la polla. No tardó en metérsela en la boca y empezar a mamar como un cosaco. Joder, me la puso dura enseguida. Veía mi rabo entrar y salir de aquella frondosa barba blanca y más ganas de petarle la boca me entraban. Le agarré la cabeza y se la follé a saco hasta que me corrí tal y como él me pidió. Se tragó desde el primer chorro hasta la última gota tras escurrir mi prepucio. El cabrón se relamía tal y como lo hizo su nieto en la piragua.
Me guardé el nabo y salí del caserón, pero antes de coger la pasarela de madera que me llevó a aquel maravilloso embarcadero, me acerqué al viejo sicomoro y cogí un trozo de su corteza desgajada como recuerdo material de aquella curiosa familia, Tiburcio me dio su permiso desde el umbral de la puerta.
-Solo quiero preguntarte una última cosa —no quería quedarme con las ganas.
-Dispara —dijo el viejo sin miedo.
-¿Por qué dijiste que Alberto me estaba esperando el día que llegué?
-¿Por qué pensaste que me refería a él?
El cabronazo me noqueó con su respuesta a la gallega.
-Enigmático pero muy directo cuando quieres conseguir algo. De tal palo, tal astilla.
Ambos sonreímos y no hubo más palabras. Me fui. Aún me quedaba un buen trecho para salir de aquel inmenso embalse, que antes de conocer, confundí con el mar.
... CONTINUARÁ...
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EL SICOMORO segunda parte
Cuando desperté, me encontré solo en la habitación. El sol entraba por la ventana, me estaba cegando. No sabía cuánto tiempo había dormido, pero todas las horas en aquella cómoda cama, no eran suficientes para recuperarme del cansacio acumulado desde que dejé la casa de Jeff y Raúl. Mi polla recordó aquella sesión en el cuarto mágico y su dureza no me permitía bajar al salón para desayunar. Como la habitación de Alberto tenía un lavabo con un espejo, me arcerqué en pelotas y empecé a meneármela. Me acordaba de Óscar y su tremenda tranca. Aún conservaba su frasco con esencia de eucalipto macho. También me vino a la mente el martirio que Fede y el cazador me infligieron bajo el aromático algarrobo, qué delicia. Los días con Luis y el Rubio bajo el gran roble, me llevaron al borde del orgasmo, pero el impresionante y tragón culazo de Ramón en el acebuche, hizo que soltase unos lefazos que pringaron el espejo donde me reflejaba. Qué delicia de pajote, de alguna manera, disfruté de algunos de los amantes que hicieron mi periplo mucho más agradable en la habitación del último. Pero a pesar de lefar el lavabo y el espejo, mi rabo seguía durísimo. Necesitaba mear, pero la erección no me lo estaba poniendo fácil. Apreté cuanto pude, y al fin noté una sensación de quemazón por mi uretra hasta que empecé a mear el lavabo. Fue una gran meada a consecuencia de la sidra.
De repente, escuché voces por la ventana. Eran demasiadas voces como para ser una conversación entre Alberto y Tiburcio. Me asomé, y vi a seis jóvenes charlando y gastando bromas bajo el sicomoro. Todos iban vestidos con una especie de uniforme. Llevaban un polo azul marino, pantalón corto blanco y una mochila amarilla. Me lavé por partes en el lavabo lefado y meado, y bajé a la cocina a desayunar.
-Hombre, Matt —dijo Tiburcio invitándome a la mesa—. Ya están aquí los chicos de la universidad.
-Ah, sí. Algo me dijo ayer Alberto.
Una buena taza de café y unas tostadas calientes era todo lo que necesitaba para acabar definitivamente con la resaca.
-Alberto les está explicando todo lo que van a hacer. Van a quedarse hasta el lunes.
-¿Y qué día es hoy? —pregunté desorientado.
-Hoy es viernes, Matt. ¿Hasta cuando te quedarás tú?
-Pensaba irme mañana. He de seguir mi camino. Además, no tengo más dinero.
-Calla, no seas tonto. No te preocupes por eso. Desde hace meses no he visto a mi nieto tan contento como esta mañana.
Alberto entró al caserón con el grupo de universitarios e hizo las presentaciones antes de instalarlos en sus habitaciones. Los seis se pusieron en fila de mayor a menor altura, parecían los hermanos Dalton, todos vestiditos iguales y supermonos. Para colmo, sus nombres también seguían un orden alfabético, era curioso:
Anuar, el más alto, era un bellezón de piel negra con el pelo rapado y una figura esbelta espectacular.
Berto, un italiano muy gracioso, llamaba la atención por el gran tamaño de su nariz. Llevaba el pelo moreno repeinado hacia atrás con mucha gomina. Era muy atractivo, la verdad.
Carlos era mulato, cubano para más señas. Tenía una boca de escándalo, menudos labios. Era el que más relajado se veía por la torsión de sus caderas.
Dimitri, el cuarto, no era el típico ruso, lo tenía todo excepto la altura. Flacucho, rubio rapado, ojos azules y labios rojos. Su nuez era la más prominente, pero eso, alto, lo que se dice alto, no era.
Eneko, un chico de Bilbao bastante neutro en su expresión, tenía el cabello negro, los ojos negros y la piel blanca. Era el más ancho de hombros y piernas, y tenía un morbo curioso, era el que más paquete marcaba en aquellos pantaloncillos blancos universitarios.
Fausto, el más bajito de todos, no llegaba al metro sesenta. Paticorto, con el pelo anillado color cobre y cara de ángel, sus hechuras estaban muy proporcionadas a su altura.
Como no podía ser de otra manera, hice un escaneo rápido de cada uno de ellos e imaginé sus potenciales sexuales. Alberto hablaba y hablaba, pero yo no escuché ni una palabra. Uno a uno, en fila india, lo siguieron escaleras arriba para llevaros a sus habitaciones, momento que mis ojos hicieron el visionado final de cada uno de sus culitos en pantalón blanco. Todos diferentes pero igualmente sugerentes.
Alberto no esperó para comenzar con las actividades. Fue un espectáculo verlos salir a todos en bañador pitufo, también uniformados con los colores de la universidad, unos speedo con la parte trasera amarilla y la delantera bicolor en blanco y azul marino. Fueron a dar una vuelta en uno de los pequeños barcos de pesca por el embalse. Yo me abstuve de participar, preferí quedarme con Tiburcio preparando la comida de aquellos jabatos de último curso.
-Deberías haberte ido con ellos, yo me las apaño solo.
-No hombre, estoy seguro que puedo aportar más en la cocina. A Alberto se le ve muy suelto en el agua dulce. Yo soy más de mar abierto.
Congenié mucho con el viejo. Hicimos un gran banquete de bienvenida. Cuando llegó la expedición del embalse, comieron como cachorros hambrientos. Después fueron a descansar a sus habitaciones y Alberto y yo estuvimos charlando bajo el sicomoro.
-¿Qué tiene de especial este árbol? —pregunté acariciando el relieve descascarillado de su tronco.
-Mi abuelo le puso su nombre al caserón como señal de respeto. El viejo sicomoro estaba ya aquí antes de construir la casa. Creo que fue su tatarabuelo el que lo trajo desde Egipto hace más de 100años. Estas tierras siempre han sido de mi familia hasta que el gobierno las expropió para construir el embalse. A cambio, además de una miseria de dinero, le dejaron construir la casa, el embarcadero y manejar la explotación del negocio que quisiera poner. Y mira, aquí estamos.
-A tus 28 años, ¿esta es la vida que quieres?
-¿Crees que esta es mi vida? En temporada baja nos vamos a la ciudad, no queda lejos de aquí en coche. Tengo más vida que el embalse, tío. ¿Y tú? ¿Qué coño haces dando tumbos por el mundo y sin rumbo a tu edad? —Alberto me devolvió la cuestión con un guantazo sin manos.
-Perdón, no te estaba juzgando. Ayer, cuando te observaba borracho y desnudo en tu cama, después de follar en la piragua, me pregunté cómo te apañabas para desahogar el fuego interior que tienes.
-¿Crees que me mato a pajas? —dijo cogiéndome el paquete—. Mira Matt, lo de ayer fue algo que nunca olvidaré, nadie me ha follado como tú, pero tranquilo, que yo no me aburro.
-Los chavales de la universidad no tienen mala pinta —dije pellizcándole un pezón.
-Veo que ya vas entendiendo. En casi todas las expediciones que vienen al Sicomoro, hay algún tío que termina deslechándose en mi cama, y mira —dijo señalando un par de montañas al otro lado del embalse—, entre aquellas colinas, se llega a un bosque donde la caza habitual es el cruising. De vez en cuando, cuando me pica el culo, cojo mi barca y me voy a cazar. Siempre hay quien me lo rasque.
Alberto tenía su vida sexual muy bien montada. Cuando deseaba caña, siempre se buscaba la manera de recibirla.
-Un día que estaba cachondo como un perro, me adentré en el bosque, me senté en el suelo apoyado en el tronco de un árbol, y esperé a que apareciese algún nabo inquieto. Me hice un cartel con un cartón que ponía "SE CHUPA", y lo clavé en el tronco. No tardó en aparecer el primero. Se sacó el rabo, y sin mediar palabra me puse de rodillas a comérselo. Pero antes de terminar con él, se sumaron dos más. Ese día tenía unas ganas locas de mamar rabo, pero no uno solo, me apetecía comerme varios a la vez. Me pusieron perdido de lefa.
-Joder, tú si que sabes venderte, cabronazo.
-No hay nada como un mensaje directo, jajaja.
La jornada vespertina consistió en una carrera de piraguas por equipos. En esta ocasión sí me apeteció participar, quizá fue porque la piragua me traía buenos recuerdos. Alberto y yo seríamos los capitanes de los equipos y elegimos a tres universitarios cada uno. Mi equipo, estaba compuesto por Anuar el negro, Dimitri el ruso y Eneko, el vasco de piernas recias. Lo llamé "Equipo Flecha" para animarnos a lograr la mayor velocidad. Alberto hizo equipo con Berto, el italiano de nariz prominente, Carlos, el cubano de caderas cachondas y el pequeño Fausto ricitos de cobre. Sus ideas cachondas no podían estar ausentes. Congregó a su equipo para hablar en secreto y desvelaron el nombre de su equipo de una forma morbosa y divertida. En la línea de salida, se pusieron de espaldas a nosotros y de rodillas y al unísono, gritaron haciéndonos un calvo:
-Somos el "Equipo Diana".
Nos reímos a morir. Sus cuatro culos redondos parecían decirnos "clavadnos vuestras flechas".
-¡Todos a sus puestos, chicos! —gritó Alberto.
-Un momento —dije yo—. Deberíamos apostarnos algo, ¿no?
-Buena idea —dijo Berto.
-¿Qué os parece si el equipo que pierda hace las camas del ganador? —sugirió Dimitri—. Es algo que no soporto.
-Qué cutre —comentó Eneko—. Mejor que saque las canoas del agua y las limpie, eso sí que es un coñazo.
-Dejaos de tonterías —exclamó Anuar—. El equipo que pierda se la mamará a los ganadores.
-Eso. Y además, habrá rotación, todos probarán las pollas de todos —apostilló el pequeño Fausto.
Los demás nos miramos un tanto confusos pero nadie dijo que no, entonces Carlos el cubano sentenció.
-A ver, todos sabemos la fama que tiene "Aventuras Sicomoro". El que viene virgen, vuelve resabiado.
-¿Estamos todos de acuerdo? —preguntó Alberto orgulloso de su negocio.
Todos asentimos mirándonos con media sonrisa.
-Muy bien, pues 3, 2 1... ¡Adelante!
Comenzamos a remar como locos. A mí me daba lo mismo mamar que ser mamado, pero se notaba que en mi canoa había superioridad de activos. Se lo tomaban muy en serio. Sin embargo, el equipo Diana, estaba más a las risas y el cachondeo. Aún así, íbamos muy igualados. Desde el equipo Diana, Fausto gritaba:
-Vamos chicos, ¿no os apetece ver como Anuar me come el rabo?
La verdad es que la imagen no tendría precio. Ese pedazo de negro de casi dos metros comiéndole la picha al angelote de cabellos rizados tenía que ser todo un espectáculo.
-No cantes victoria, pequeñajo —dijo Anuar—. Te voy a reventar la garganta hasta agravar tu voz angelical.
Por un momento, la piragua naranja, la del equipo Diana, tomó la delantera para entusiasmo de sus ocupantes.
-Joder, dadle caña —gritó Eneko desde la piragua azul—. Estos mamones necesitan nuestra leche. ¿No veis la cara de comerabos que tienen?
Nunca hubiera pensado que aquellos niñatos pudieran ser tan descarados. Tenían las hormonas descontroladas.
-Subo la apuesta —propuso Carlos dando fuertes brazadas—. El equipo perdedor, no solo mamará, también pondrá el culo.
-¡Joder con el cubano! —dijo Berto—. Nunca había visto a un pasivorro como él con tantas ganas meterla.
-¡Vamos chicos! —arengó Dimitri—. ¡A por ellos! ¡A ganar! ¡Están pidiendo rabo a gritos!
Nos coordinamos de tal forma, que nuestras brazadas superaron en pocos metros a la piragua naranja del Diana. La boya de meta estaba ya muy cerca y llegamos a sacar unos cuantos metros de ventaja. Así, el equipo Flecha se hizo con la victoria.
Tras la carrera, estuvimos gozando de un baño antes de volver al Sicomoro. Allí nos estaba esperando Tiburcio con una gran comilona, pero antes debíamos pasar por las duchas para quitarnos el olor a agua embalsada. Hubo un ademán por parte de Anuar de cobrarse la apuesta. Tenía a Fausto de espaldas en la ducha contigua y le dio una patada en las corvas, cayendo de rodillas frente a mí.
-¿No tienes ganas de mamar, enano? —dijo el negro—. Empieza por Matt, tiene buena tranca.
-¿Qué haces cabrón? —exclamó Fausto intentando levantarse.
Tuve que ayudarlo para que no resbalase. Creí que no era el momento.
-Anuar, no te pases —le reprendí el gesto brusco—. Tiburcio se ha pasado toda la mañana cocinando para nosotros y no se merece que le hagamos esperar. Ya habrá ocasión de cobrar lo que nos pertenece.
Anuar me miró con cara de pocos amigos y siguió quitándose el jabón. A pesar de tener un buen pollón negro como el carbón, Dimitri la tenía más grande, un rabaco blanco recto y con poco prepucio le colgaba sobre dos pelotas rosas bien gordas.
Disfrutamos de los manjares de Tiburcio hasta altas horas de la tarde. A la comida le siguió una deliciosa tarta de queso horneada, y con el café y los licores caseros del abuelo, nos dieron las tantas.
Yo no tenía el cuerpo para más deporte, pero Alberto se debía al compromiso de las actividades programadas, así que salió de nuevo con los chicos a practicar paddle surf mientras yo dediqué mi tiempo a charlar con Tiburcio.
-Quédate unos días más, Matt —suplicó el abuelo—. Si no lo haces por Alberto, hazlo por mí. Él suele estar muy ocupado con los campamentos, ahora empieza la temporada alta, y yo a veces no doy abasto con las comidas, ya estoy viejo.
-Créame que me encantaría quedarme, pero no puede ser.
-No deberás pagar nada, al contrario, recibirás un sueldo, no mucho, pero te será de utilidad cuando decidas irte —insistió Tiburcio—. Ah, y trátame de tú, cojones.
-Tiburcio, tu oferta es muy tentadora, pero seguro que habrá algún chaval perfectamente preparado para ayudarte con todo esto.
-Sí, bueno. Siempre contratamos a alguien. Me caes bien, ¿sabes? Me viene bien tu compañía, y para Alberto puedes ser de gran ayuda, últimamente lo veo descentrado.
-Eso ya es chantaje emocional, abuelo —dije entre sonrisas—. Alberto sabe apañárselas muy bien solo. Sabe cómo conseguir lo que quiere.
Me vino a la cabeza la imagen de su nieto tragándose tres rabos bajo el cartel de "SE CHUPA" en el bosque del cruising.
Me costó zanjar la conversación pero la verdad es que Tiburcio era un viejo de puta madre, de esos que tienen el alma joven y da gusto aprender de sus historias.
Tras la ducha de los universitarios y la cena preparada a cuatro manos por un servidor y el dueño del Sicomoro, volvimos a disfrutar de una noche estrellada al calor de la lumbre junto al árbol centenario que daba nombre a aquel precioso lugar.
Aunque el día había sido intenso, yo estaba más bien descansado, y los chicos, que estaban entre los 22 y los 25 años, tenían energía suficiente como para organizar la orgía que estaba pendiente. Ellos estarían un par de días más allí, pero yo quería partir por la mañana temprano, así que guiñé un ojo a Alberto y me comprendió a la primera.
-Chicos, sé que estáis muy a gusto, pero hemos de ir a descansar —dijo Alberto cortando el buen rollo que había.
-¿No podemos pasar de la excursión de mañana? —sugirió Fausto.
-Ni de coña. —respondió Carlos el cubano—. Tengo mucha curiosidad por ver qué se cuece en ese bosque del que tanto habla Alberto.
Qué cabrón. Alberto les había preparado una excursión al bosque del cruising con la excusa de recolectar hierbas aromáticas con las que elaborar licores en un taller posterior con el maestro Tiburcio, gran alquimista en sus viejos tiempos.
-Quedaos un rato más, tenéis juventud suficiente como para aguantar un par de horas. Yo ya me retiro.
Habiéndose ido el abuelo, teníamos vía libre para dar rienda suelta al morbo y cancelar la deuda de las piraguas.
-Chicos, ha llegado la hora —dijo Alberto impaciente—. Estamos de suerte. En las habitaciones íbamos a armar mucho follón, pero en los vestuarios podemos hacer lo que queramos.
Todos nos levantamos y entramos por la puerta lateral.
-Coged un par de bancos y llevadlos a las duchas —pedí al equipo perdedor que obedeció sin rechistar.
El equipo Flecha, despelotado, nos pusimos de pie entre la pared y los bancos, y el equipo Diana se sentó para pagar su fracaso. Anuar dio el pistoletazo de salida cogiendo la cabeza rizada de Fausto y metiéndole el nabo negro morcillón en la boca. A pesar del rifirrafe en las duchas de la mañana, Fausto no podía negarse. A Eneko le tocó Carlos, a Dimitri Alberto y a mí, el italiano.
Berto comenzó por olisquearme las ingles y lamerme los cojones. Sujetaba mi polla medio dura acariciando mi prepucio. En un par de minutos, en el equipo Flecha estábamos totalmente empalmados. Los perdedores succionaban nuestras pollas con mucha maestría, cualquiera hubiera pensado que estaban deseando perder la carrera tras conocer el castigo.
Alberto disfrutaba tragándose el tremendo rabo de Dimitri intentando llegar hasta las pelotas pero era demasiada polla para su pequeña boca.
-Eres un puto monitor tragón —decía el ruso asiéndole la cabeza—. Traga, cerdo.
Eneko, cuyo rabo era bastante ancho, aunque no muy largo, no tenía problemas para follarle la boca hasta los cojones al mamón de Carlos. La boca del cubano era descomunal. Con todo el nabo dentro, aún sacaba la lengua para lamerle los cojones peludos sin en mínimo atisbo de arcada.
-Eso es, mírame, puto mamón —decía sudando de gusto el vasco—. Te gusta mi pollón, eh...
-Está delicioso, papi. Nunca había probado una tan gorda —afirmó Carlos.
A mí me encantaba cómo en el intento de Berto por tragarse mi polla entera, me clavaba su tremenda nariz en el pubis, igual que cuando me chupaba los cojones y la hundía en mi escroto. Su nariz era un preciadísimo órgano sexual a la altura de cualquier polla. Era un puto morbazo gozar de su boca y sus lametazos, aunque más morbo me daba mirar como los otros tres perdedores devoraban las pollas de mi equipo.
-¡Rotación! —solicitó Anuar.
Por orden, ahora Berto debía ocuparse de la polla del negro y los otros tres, correrse un puesto a la derecha. Berto lo hacía con una sensualidad suprema, daba gusto verlo engullir aquel pedazo de carne carbonizada con la punta de color fresa ácida.
Fausto tenía otro reto, encajar el ancho de polla de Eneko. La sujetaba con ambas manos como si fuera un bocadillo. Era como un puto angelote tocando la flauta celestial. Nada más que el glande del vasco, era como un fresón reventón en su boquita.
(Por razones decespacio, Tumblr no permite más de 100 párrafos, así que este capítulo sigue en una segunda parte plus).
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EL SICOMORO primera parte
Ya había perdido la cuenta de los días que habían pasado desde que salí de mi casa para no volver a ella nunca más. No podría decir si aquella falta de memoria era por el cansancio, por el calor o por el hambre. Siempre que dejaba un generoso hogar que me acogía, salía de allí limpio, descansado y bien alimentado, pero a los tres días ya tenía el estómago dado la vuelta, vacío. A los tres días, sentía mis piernas pesadas, me dolían todos los músculos del cuerpo de maldormir en cualquier rincón que pudiera parecerse a una cama. A los tres días olía a choto, a guerrero, a mochilero hippy trasnochado. Precisamente, a los tres días de haberme despedido de Arizona y de sus padres humanos, sufrí una gran frustración. Iba caminando por un sendero de tierra, abrigado por dos extensas masas boscosas, que subía en cuesta hacia un pequeño cerro partiéndolo en dos. Siempre me ha gustado esa sensación de sobrepasar cualquier objeto que me tape el horizonte y descubrir lo que habrá detrás. Es algo emocionante. Aquella sensación me ayudó a subir con más ánimo hasta que la vista me ofreció la imagen que estaba buscando obsesivamente. Agua, una gran cantidad de agua. Aceleré el paso por la emoción, y la masa de agua se hacía cada vez más grande. Pensé, "por fin, el mar". El sol reflejaba en él convirtiéndolo en un espejo, y cuando llegué a la cima del cerro, una nube eliminó el reflejo del sol y se encendió mi decepción. Lo que creía que era el mar, era un puto embalse monstruoso construido entre montañas. No tuve otra opción que encaminarme a rodearlo para ver qué habría más allá de aquel imponente lago artificial. Decidí ir hacia la derecha. No sé por qué. Anduve cerca de media hora por la pasarela de madera que recorría el contorno sin encontrar ni rastro de vida humana. Entonces llegué a una curva, y tras ella descubrí una enorme casa de madera blanca con los marcos de puertas y ventanas en azul griego con un precioso embarcadero de unos quince metros en forma de L. Había un par de pequeñas barcas de pescador, una moto de agua y un patinete. Aparentemente no había nadie, pero me llamó mucho la atención el gran sicomoro que había junto al caserón. Aquel maravilloso árbol era muy frondoso de hojas de un verde oscuro que llamaba a cobijarse. Sin pensarlo me dirigí hacia él, y a pocos metros, vi que había alguien sentado en una silla de enea, disfrutando de su sombra en aquel abrasador paraje. Era un hombre mayor de barba y cabellera blancas como las nubes. Vestía pantalones de lino y camiseta de tirantes, todo blanco. Era bien parecido. A la altura de su cabeza, a más o menos un metro, colgaba del sicomoro un botijo de barro albino que me quedé mirando de forma instintiva.
-Pégale un buen trago —dijo el viejo de blanco con la mirada perdida en el gran pantano—. Por la cara que traes, debe hacer horas que no has bebido —me leyó el pensamiento y las ganas.
Entonces me acerqué y bebí un trago largo sin desperdiciar ni una gota. Al echar la cabeza hacia atrás, vi que sobre el dintel dela puerta principal del caserón, estaba grabado en la madera el nombre del majestuoso árbol que lo acompañaba, SICOMORO.
-Aquel es Alberto —dijo Tiburcio, que es como se llamaba el abuelo, señalando hacia el agua—. Te estaba esperando.
No terminaba de comprender qué es lo que quería insinuarme aquel hombre. ¿Por qué estaría esperándome Alberto, si no lo conocía de nada? Guiñé los ojos para ver con más nitidez qué estaba señalando aquel viejo y vi algo chapoteando en el agua. Algo que se acercaba hacia el embarcadero. Cuando estuvo a pocos metros, ya estaba claro que era una persona nadando, era Alberto. Salió del agua de un salto por el mismo embarcadero, y lo que duró su paseo hasta el sicomoro hice un escaneo de su cuerpo, cuyos andares eran todo un regalo para la vista. Se veía fibrado, como nadador habitual que era. Sobre su piel blanca no se veían muchos vestigios de vello, lo llevaba recortado. Dos pequeños pezones adornaban sus pectorales y su barbita recortada le daba una madurez aparentando solo veintitantos años. Cuando estuvo a pocos metros se detuvo y se me quedó mirando fijamente mientras rascaba su pelo corto y moreno para aligerarlo de agua. Me llamaron la atención sus enormes ojos con buenas pestañas y un par de gruesas cejas muy pobladas.
-Abuelo, ¿quién es? -No lo sé. Acaba de llegar —dijo mirándome por primera vez—. No parece muy hablador, a ver si contigo se digna a presentarse.
Me sentí fatal. Estaba dando la impresión de ser un bicho raro. Entonces me apresuré a romper aquel prejuicio.
-Sí, disculpen. Mi nombre es Matt y vengo desde muy lejos. Hace meses que dejé mi casa y bueno, aunque solo estoy de paso, necesito hospedarme en algún sitio limpio y cómodo.
-No te vendría mal ducharte, afeitarte y lavar tu ropa, supongo —dijo Alberto recolocándose el paquete.
-Jajaja —soltó una carcajada el abuelo—. Comer bien tampoco le vendría mal, ¿verdad? Jajaja.
Yo no sabía qué decir. Habían nombrado todas las necesidades que tenía en ese momento excepto una, que me surgió al fijarme en el diminuto bañador negro, con un 91 estampado a un lado, que Alberto no paraba de tocarse.
-Tengo algo de dinero.
Ambos se miraron con complicidad y el viejo se levantó.
-Pegaos un ducha que yo voy calentando la olla —dijo el abuelo entrando al caserón.
—Sígueme, Matt —dijo Alberto.
Yo le seguí sin decir nada. El bañador era igual de diminuto por detrás. Para lo fibrado que estaba tenía un culito muy gracioso, más bien gordito. Las mollas del culo le salían por los lados, y aunque intentó ocultarlas sacándose la tela de la raja del culo, el minibañador no daba para más.
Me llevó hacia una puerta en el lateral y entramos a los vestuarios. Tenía dos zonas diferenciadas, en la entrada había bancos y taquillas, después un pasillo donde se ubicaban los aseos y al fondo estaban las duchas comunes.
-Antes de subir a la habitación será mejor que te asees —dijo Alberto abriendo una taquilla para darme gel de baño, una cuchilla y una toalla. Él también cogió una.
-Gracias —aunque mejor, le hubiera agradecido con un pollazo en la cara que se arrodillarse para quitarme las zapas.
-Puedes dejar ahí mismo tu ropa. Mañana llegará un grupo de universitarios, pero como ves, estamos solos —dijo yéndose hacia las duchas meneando su hermoso culito apresado en el bañador de natación.
Yo me desvestí, y seguí sus pasos ya completamente en pelotas. Cuando llegué a las duchas, Alberto todavía se seguía ocultando tras el bañador, pero cuando escuchó el chorro de mi ducha, se giró y me miró de arriba abajo. Yo no me corté un pelo y me quedé quieto para que me observara con detenimiento. Noté que mi rabo crecía y engordaba demostrándole que aquel momento me resultaba profundamente morboso. Entonces, Alberto se dio media vuelta, y como una gata en celo, arqueó su preciosa espalda sacando culo al mismo tiempo que se bajaba el bañador. La raja de su culito, que se le marcaba a través del bañador, se hizo carne, y al agacharse del todo para sacárselo por los pies, se le abrieron las cachas del todo, y me enseñó la parte más tierna y rosada de su cuerpo perfectamente rasurada. Me entraron unas ganas tremendas de clavar las rodillas en el suelo de teselas blancas mojadas y comerle el culo de manera brutal, la oportunidad estaba a menos de un metro y medio, pero me reprimí. Para entonces mi rabo estaba completamente empalmado y duro. Me giré cuando Alberto volvió a darse la vuelta, así que no me vio la polla en todo su esplendor. De alguna manera, quise jugar a darle una de cal y otra de arena. Aunque mi nabo había reaccionado ante aquella belleza, mis tripas mandaban, estaba muerto de hambre. Por el rabillo del ojo, veía cómo el muchacho intentaba llamar mi atención colocándose en mi ángulo de visión, pero yo seguí dándole la espalda. Quizá, ya decepcionado, apagó su ducha y ni siquiera se quedó allí para secarse, se fue directamente a la zona de los bancos. Yo me quedé unos minutos más, disfrutando bajo el chorro de la ducha tibia.
Antes de ir a la zona de cambio, me entretuve 5 minutos en afeitarme en los aseos. Cuando salí hacia los bancos, con mi toalla atada a la cintura, Alberto ya se había vestido. Lo vi sentado en un banco frente al mío. Mis ropas habían desaparecido y en su lugar, había un camiseta blanca, un pantaloncillo corto rojo, unos calzoncillos blancos de slip y en el suelo, unas chanclas de playa. No pude evitar acordarme del ferroviario al que tras mamársela me prestó ropa de objetos perdidos de la estación.
-Son cosas que se va dejando por aquí la gente que viene de campamento. Pondré tu ropa a lavar —dijo asiendo una bolsa—. Cuando salgas, entra por la puerta principal —y se marchó con su delicioso contoneo.
Entonces fui yo el que me quedé con un palmo de narices. Me hubiera gustado provocarlo quitándome la toalla de frente y que se hubiera tirado al suelo para devorarme la polla, pero me quedé con las ganas por gilipollas.
Al entrar al caserón, el abuelo estaba terminando de montar la mesa. Me dijo que me sentase, pero escuché ruido en un cuartillo anexo a la cocina, y la curiosidad me llamó. Me acerqué disimuladamente y sin entrar, observé lo que allí sucedía. Alberto se disponía a lavar mi ropa, pero antes quiso deleitarse con mi aroma personal. El muy cabrón, estaba oliendo mis gayumbos y se la estaba cascando. Con los ojos cerrados esnifaba mis calzoncillos mientras masajeaba enérgicamente su polla erecta. Aquella situación era tremendamente morbosa. El abuelo no paraba de contarme cosas sobre el embalse mientras el nieto, extasiado de placer, soltaba lefazos sobre mis calcetines. Cuando terminó, con mis calzoncillos aún en la boca, exprimió las últimas gotas de leche que goteaban de su rabo y lo restregó a conciencia para dejarse el nabo limpio del todo. Después, metió toda mi ropa en la lavadora y yo fui a sentarme a la mesa totalmente excitado antes de que pudiera verme. Como no podía ser de otra manera, enseguida noté un chorrillo de líquido preseminal salir de mi polla y mojar mis calzoncillos anónimos. Cuando Alberto se sentó a la mesa, yo le lancé una sonrisa que no supo interpretar.
Durante la comida, un buen guiso de trucha, estuvimos conversando de todo para conocernos mejor.
Tiburcio, el abuelo, se había quedado al cuidado de Alberto cuando sus padres decidieron cruzar el charco para buscar fortuna lejos de aquel oasis en medio de aquel desierto. Ambos tenían una gran conexión. Al construir el embalse, Tiburcio pudo mantener su casa convirtiéndola en hospedaje de grupos juveniles en busca de aventuras silvestres, pero con el tiempo, Alberto se convirtió en el monitor de las actividades acuáticas.
-Esta tarde podríais dar un paseo por el lago —sugirió el abuelo.
-Me parece buena idea —dije entusiasmado.
-Claro, sacaré la piragua doble. Te gustará —susurró Alberto guiñándome el ojo.
Después de la deliciosa comida preparada por Tiburcio, y de una larga siesta, que recompuso todos mis músculos y mis huesos, salimos a remar en tándem. Alberto capitaneaba la nave desde proa y yo seguía sus instrucciones en la retaguardia. A mi juicio, no habíamos avanzado mucho, pero se me ocurrió mirar hacia atrás, y el caserón había desaparecido, solo veía agua y montañas. Cuando miré de nuevo hacia delante, Alberto estaba de rodillas frente a mí mirándome con ojos provocadores. Bajó la cabeza en actitud sumisa y comenzó a besarme los pies. Estaba claro lo que quería. Aunque él tomó la iniciativa, yo fui guiando su deseo. Levanté mi pie derecho para ponérselo en la cara. Me lo lamía con gusto. Chupaba cada uno de los dedos e intentaba meterse el máximo en la boca, pero no podía. No la tenía tan grande como para zamparse mi 45 ancho.
Yo estaba medio reclinado en la canoa, con la piernas semiabiertas y gozando de ver a Alberto degustando mis putos pies. Me puso tan cachondo verlo tan sumiso, que el rabo se me salió del bañador. En cuanto lo divisó, quiso tirarse a comérselo, pero lo detuve con la planta del pie en toda la cara. Me apetecía que siguiera un poco más currándose mis pies mientras lo tentaba pegándome tirones de prepucio para sacarme líquido. Me puse un poco en el dedo gordo del pie y se lo llevé a la boca para que me lo limpiase. De repente, me descapullé y sentí la brisa del embalse sobre mi glande. Necesitaba una boca caliente de inmediato.
-Quítame el bañador, pero hazlo con la boca —y Alberto obedeció sin rechistar.
Abrí las piernas y las descolgué por fuera de la piragua. Con la punta de mis pies podía tocar el agua. Alberto quiso quitarse el bañador pero no dejé que lo hiera en ese momento.
-Tú cómeme el rabo y los cojones con dedicación. No tengas prisa.
Las palmas de sus manos sobre mis muslos abiertos me proporcionaban una sensación muy morbosa, como cuando alguien hambriento coge un trozo de carne para comérselo con las manos. Se las aseguré con las mías para que no las despegase, y le di la orden guiñándole un ojo. Alberto abrió la boca y fue a besarme directamente las pelotas. Mi polla, torcida hacia la izquierda, recorría su bonita cara desde el bigote hasta el pelo dividiéndola en dos. Sus maravillosas cejas me rascaban la base del nabo, nunca había sentido algo así. Me excitaba tanto aquello, que mi polla daba saltos golpeando su frente. Otro suntuoso hilo de líquido salió de mi uretra y resbaló por su frente. Quiso comérselo, pero lo detuve. Cogí un poco de aquel líquido y le unté las cuencas de sus espectaculares ojos grandes. Parecía que hubiese llorado. Entonces, mi capullo no podía más. Me lo cogí y lo dirigí hacia su boca. Se lo metió y comenzó a mamármelo con furor. Alberto tenía unas orejas muy graciosas y en la izquierda llevaba un pendiente. Las tenía un pelín despegadas de la cabeza, así que se las agarré y las usé de asas para follarle la boca con más fuerza. Cuando le metía casi todo el rabo en la boca, se resistía empujando con las manos sobre mis muslos para retirar su cabeza, pues le daban arcadas, pero en el fondo quería que le reventase la garganta. Sus gemidos lo reclamaban. Al ver que no llegaba a tragársela del todo tirando de las orejas, le cogí directamente la cabeza y entonces, mi rabo sí desapareció por completo en su boquita de labios finos. Qué gustazo sentir su barba cosquilleando mis cojones. De sus ojos congestionados empezaron a brotar lágrimas y de su boca una buena cantidad de saliva espesa.
En una de las arcadas le retiré la cabeza y lo dejé respirar.
-¡Qué rico está tu rabo, Matt! —dijo Alberto con la respiración agitaba y babeando—. Ya me gustaría que me follaran la boca así todos los días.
Sus lágrimas se mezclaban con el líquido de mi nabo que yo había untado en las cuencas de sus ojos.
-Acércate —le dije.
Me besó y jugamos con nuestras lenguas. Saqué la mía y me la chupó como había hecho hacía unos segundos con mi capullo. Entonces, le cogí la cabeza y lo separé unos centímetros de mi cara. Quise observar aquellas maravillosas cejas hiperpobladas, sus pestañas frondosas y sus enormes ojos marrones. Notaba su aliento acelerado en mi cuello. Saqué la lengua y lamí las cuencas de sus ojos. La mezcla de sus lágrimas y mi líquido preseminal habían resultado de un maridaje perfecto para el paladar. Qué deliciosa experiencia. El muy cabrón no cerró los ojos mientras se las lamía. Eso me hizo gotear por el rabo más y más. Lo notaba resbalar por mi muslo izquierdo.
-¡Oh, sí! —suspiraba Alberto—. Deseo que me folles como nadie me ha follado.
-No puedo follarte sin comerte esa preciosidad de ojete. Esta mañana te lo he visto en la duchas y he estado a punto de hacerlo. No voy a quedarme con las ganas.
Alberto se retiró tras darme otro jugoso beso y se puso de pie en la canoa. Tenía mucha experiencia en mantener el equilibrio, así que no le resultó difícil darse la vuelta y bajarse poco a poco el bañador para revivir la secuencia del vestuario. Colocó sus pies a cada lado de mis caderas y fue agachándose hasta ponerme el culo sobre la cara. Su hermoso y redondo culito fue abriéndose y mostrándome su mejor parte.
-¡Joder, que anillo más bonito! Parece un chicle de fresa. Ummmm
Como siempre, lo primero que hice, fue pegarle mi nariz para grabar a fuego su olor en mi memoria. Tal y como tenía grabados los olores de Fede, de Jaime o del Rubio. Para mí era algo esencial. Después disfruté de su sabor a lametazos, a besos, a chupeteos.
-Qué rico te sabe, perrazo. Ummmm.
-Sí, cómemelo bien. Necesita un poco de trabajo para encajar un pollón como el tuyo.
Es verdad que no era un ojetazo. Sus pliegues no se extendían mucho desde el agujero. Pero con el currazo de lengua y dedos que le hice, no tardó en abrirse lo suficiente como para follármelo.
Mientras le comía el culo, jugaba con su rabo gordo y sus huevos más gordos todavía. Pero me intentaba detener de vez en cuando.
-No me pajees tanto. Voy a correrme si sigues así.
Entonces, retiré su hermoso culito de mi cara y avanzó medio metro para que al agacharse pudiera clavarse mi polla a la perfección. Y así lo hizo. Se agarró a los bordes de la canoa, y en cuclillas, puso su ojetillo sobre mi capullo. Él mismo fue metiéndoselo a su ritmo. Yo seguía con mis piernas por fuera de la barca y recostado disfrutando del paisaje. Mis 180 grados de ángulo de visión incluían una enorme masa de agua cercada por numerosas colinas de matorral bajo, un cielo rojizo al atardecer y el culo de Alberto sentándose en mi nabo.
Cuando pudo ensartarse el capullo, se relajó y comenzó a hacer sentadillas suaves. Su anillo estaba tan prieto, que notaba un roce extra en mi polla.
-¡Joder, Albertito! Tu culo es la puta hostia —exclamé al ver cómo se tragaba cada vez una mayor porción de mi nabo—. Así, así, vamos. Nunca has cabalgando en una piragua, eh.
-Creo que no voy a querer levantarme nunca de aquí, hijo de puta. ¡Fóllame!
Alivié su esfuerzo de subir y bajar, moviendo mis caderas. Empecé a petarle el culo sujetándole las nalgas con las manos.
-Uffffff. ¡Cómo tragas, cabrón!
Alberto gemía como un puto perro y yo le daba cachetadas en el culo. Me gustaba ver la marca rojiza de mis dedos sobre sus inmaculadas mollas del culo.
De repente, pudiendo únicamente ver su espalda y su culito saltándo sobre mi polla, me fijé en mi muñeca. Allí seguía la pulsera que con tanto cariño me regaló el Rubio. Su recuerdo se hizo presente en Alberto. De espaldas, no sabría distinguirlos. Era como follarme a los dos al mismo tiempo. Una puta locura.
-¡Joder, Matt! Me estás sacando la leche sin tocarme —la voz de Alberto me devolvió a la realidad.
Entonces lo detuve y le saqué el rabo del culo.
-Date la vuelta —efectivamente, de su polla gorda, le goteaba un líquido más blanco que trasparente, pero no era una corrida—. Ahora sí que vas a correrte del todo —le dije.
Simplemente se clavó de nuevo en mi rabo resbaladizo en el sentido contrario. Se lo metió hasta el fondo de una sentada, hasta que sus huevos gordos se posaron sobre mi vello púbico. Tenía entre mis piernas un puto nido de pájaros en el que había tres hermanos, dos por romper el cascarón, y uno de 17 centímetros con la cabeza medio descapullada y babeando. Y entonces, empezó a moverse de arriba abajo acelerando poco a poco. Yo no podía evitar fijarme en su cara descompuesta de placer.
-Ahora no vas a llorar por el nabo, vas a escupir.
Lo agarré de un hombro con una mano y de la nalga contraria con la otra. Lo clavé del todo sobre mi polla y comencé a darle empujones rítmicos sin sacarla de su culito ni un ápice. Sabía que le estaba dando en el centro de la diana.
-¡Joder, qué me estás haciendo! —exclamó Alberto cuando miró su polla chorreando un líquido blanquecino que salía lentamente—. Me estoy deslechando sin orgasmo.
Yo seguí dándole golpes cada vez más potentes, hasta que le vino el éxtasis, y la cascada de jugo lechoso se transformó en una fuente de chorros enérgicos de color marfil.
-¡Diooooooos! ¡Me corro vivo!
Yo seguí petándole el culo hasta que me llenó la tripa y el pecho de su deliciosa lefa.
Alberto no quería levantarse, parecía que se hubiera quedado pegado para toda la vida. Disfrutaba anonadado, con los ojos cerrados ondeando su cuerpo al vaivén de la piragua. Pero mi rabo necesitaba escupir la lefa de mis cojones hinchados, así que lo descabalgué y se arrodilló entre mis piernas. El pobre no tenía fuerzas ni para mamármela, así que lo enganché de la frente para que me mirase y abriese la boca, y me pajeé hasta que solté unos lechazos tremendos sobre sus cejas, su nariz y su barba. Varios de ellos entraron hasta su garganta directamente. Como si fuera un pincel, le metí la polla, aún dura en la boca, para que me la dejase limpia, y después, lo eché sobre mi pecho para que descansase tras un trabajo bien hecho.
Así nos quedamos un buen rato, yo recostado en la piragua y Alberto tumbado sobre mi pecho, a la deriva en aquel inmenso embalse de los cojones que llegué a confundir con el mar.
Al rato, su semen había hecho las veces de pegamento y nos costó un poco separarnos. Se puso de pie y dijo:
-Será mejor que nos demos un baño para limpiarnos todo esto —y probó un poco de sus restos con la punta de los dedos.
Yo también humedecí uno de los míos con lo que había escupido sobre mi pecho y probé su lefa gustosamente.
-Lástima que se haya desperdiciado con lo rica que está —dije relamiéndome—. Venga, sí. Démonos ese chapuzón.
Tambaleé la piragua de tal forma, que Alberto no pudo evitar caer al agua por la borda. Yo esperé a que sacase la cabeza y me lancé sobre él para volverlo a hundir. Estuvimos dándonos un baño muy agradable disfrutando del agua dulce, hasta que decidimos volver al caserón, donde Tiburcio nos esperaba preparando una deliciosa barbacoa.
Alberto y yo escuchábamos entusiasmados las anécdotas que su abuelo nos contaba al sabor de varias botellas de sidra junto a las ascuas de la fogata.
-Se está durmiendo —dijo Tiburcio al ver cómo su nieto se acomodaba en el tronco del sicomoro.
-Sí, el paseo en piragua ha sido muy intenso —dije tras echarme el último culín.
-Anda, llévatelo. Su habitación es la primera al subir. Hay dos camas. Yo me quedaré recogiendo.
Entre la borrachera y el sueño que tenía, tuve que cargar con Alberto metiéndole el hombro debajo del sobaco y subimos a su habitación. Lo dejé en su cama y yo me tumbé en la de al lado. Me quedé un rato observándolo de espaldas, velando su sueño, hasta que el mío se adueñó de mi conciencia.
...CONTINUARÁ...
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Relato
Ha pesar de ser muy discreto Tengo un avatar gay en mi foto de perfil de fb, y aveces agrego cholos random de mi municipio, algunos me bloquean o rayan la madre y hay auienes me siguen el juego y a cambio de drogas o cervezas me dejan mamarselas, recientemente agregue uno y tomamos, mos drogamos y se la mame despues me invito con su grupo de amigos en plan heterosexual puesto que no soy nada obvio, y agarramos unanpeda bien masisa y es una colonia popular y lleganan muchos chacalitos max de 30 años, en una de esas un wey unos 23 años chaparro creo que de veracruz pero nada feo, aunque no tenia cuerpo.. era amigo del cholo no se como me dijo que lo acompañara por su hermano pues yo era el unico que traia coche y accedi y para cuando ibamos en mi carro se empezo a sobar la verga y dije pues de aqui soy y se la saque y se la mame en ratios quw hallabamos espacio puesto que ya erab las 10 am, me dijo que fueramos a su casa y fuimos pero en eso llegaron su esposa, su hermano y su cuña do y ya la diesta se movio de casa del cholo a su casa y el wey andaba pedisimo y me la arrima frentw a todos y me daba nalgadas, yo me molesye puesto que la esposa no sabia ni que hacer y despues de estar rato ahi ya era de nocje de nuevl y la fiesta regreso a casa de otro amigo del cholo…llego otro pendejo pero ya de unos 32 años altote nada atractivo y estabamls el de la casa, el cholo de fb, el alto y yo y el cholo se fue a ver si conswguia mas dineeo oara droga y el de la casa le valio y me hablo, mientras estaba en el baño y tenia la verga de fuera y me dijo chupamela, ese wey si tenia una señora verga riquisima pero de lo pedote no se le paraba al 100, el wey se quito la playera y lo que mas me prendia era que usaba bikini, el otro altote no estaba tan pedo y estaba biennsacado de onda y el otro nomas le decia la chupa bien rico sacatela tmb y el nl queria pero no se iba, total se la saco y se la empece a mamar tmb pero la neta no me agradaba yo andaba sobre el de la cas a y el wey se la guardo como con pena que ya no quedia pero si queria estae viendo, total el de la casa lo corrio y se encuero todo. Se la mame bien rico pero no se le paraba full, dabe como se recosto en el sillon y mi lengua llego a sus webitos y luego mas abajo hasta que le lambi el culo. Nomas vi como si verga se puso al 100 y le meti un dedo y el wey nomas resongaba que se lo sacara que no era joto pero no dejaba de gemir bien rico y solito me ponia el culo pero si movia mucho el dedo se quejaba de dolor y me quitaba, solo que en eso se empezo a esxuchar el porton y se paro de volada y se vistio y tmb me corrio que ya se tenia que dormir y el del porton era el cholo pero ya estaba solamente buscando droga, yo de lo pedo y con sueño me subi a mi carro me dormi como 2 horas y me fui a mi casa…eso fue la semana pasada. Segun este viernes viene de nuevo la peda. Haber que tal.
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Relato
Yo fui hace unos dias y llegando luego luego entro un señor de traje que me latio, se sento y pues lo segui me pare cerca de el y pues ya se la empezo a sobar por encima del pantalon y me dice “Vas a querer o que” y pues yo ni tardo ni perezoso me inque y se la saque, latenia normal tirandola a chica pero pues ya estaba bien dura y lubricaba un chingo y pues se la empece a mamar y pues por el tamaño era mas facil hacerle la mamada profunda y cuando el wey sentia que estaba ya en mi garganta se retorcia bien chido, el se estaba jalando los pezones asi que se los empece a jalar tambien al mismo tiempo y que me dice “Pelliscalos duro” y pues se los retorcia y mas se excitaba, de pronto empezó a empujar mas mi cabeza y me dijo asi quedate y en segundos empezo a retorcerse y yo a sentir su leche en la garganta y pues ya me los trague todos y han sido de los mas ricos que he probado estaban dulcesitos, yo seguia limpiandole la verga con la lengua y que llega otro wey y se sento al lado del señor y se empezo a masturbar y pues aprovechando que estaba de rodillas se la mame y esta si estaba grande y el wey estaba chacalon y en cuestion de menos de 5 minutos se vino pero el si hizo un pinche desmadre me los hecho en la boca y en la cara y en toda la playera, lo unico que me dijo fue “Que rico la mamas pinche puto” se la guardo en el pants y se fue. Definitivamente volvere a ver si me tocan mas experiencias asi.
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Relato
Cuando trabajaba en Satélite y entraba muy temprano, debido a la distancia, me iba con suéter y chamarra y con mi cara de sueño y desvelo, pues resulta que un día de esos me subí al camión que van hacia Atizapan y estaba dudoso porque ya estaba lleno y yo quería ir sentado pero por ser puntual, me subí y me senté hasta atrás, cabe mencionar que era el único lugar disponible, un asiento antes de la ventana. Cuando me senté me percaté que iba un chavo con camisa y pantalón de vestir y olía muy rico y guapetón. Y al otro lado mío un señor con cajas de fruta y bolsas. Pues como buen observador miré su bulto y se veía rico. Él empezó a usar su teléfono celular con una mano y con la otra se tocaba de repente su paquete, cuando vi eso, me dije- de aquí soy- y pues que empiezo a ver más insistentemente su entrepierna y al darse cuenta me empezó a rozar su rodilla con la mía y a tocarse más. Como era muy temprano, el camión iba a vuelta de rueda por los oficinista s de Polanco, es decir, muchos autos y congestionamiento vial. Total que el chavo saca su verga y empezó a jalarseña y me invitaba a hacerlo con mi mano. Acomodo bien mi mochila y empecé con mi labor, me resultaba súper exitante y con adrenalina pues el señor de a lado bien podría ver. Se la jalaba por momentos despacio y cuando entrabamos en algún túnel lo hacía más fuerte, veía cómo le gustaba. seguí así hasta que se vino, chorros y chorros, se guardó la VGA y se bajó en Toreo como si nada. Me dejó la mano lleno de su leche que olía riquisimo y me quedé con unas tremendas ganas de mamarsela pero el señor de alado nunca se bajó. Hasta dónde he llegado cono calentura a ser visto por los usuarios del transporte público y del mismo chófer… pero sin duda, lo volvería a hacer.
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Relato
Haber que les parece mi relato. En esta ocasión salía del trabajo en fin de semana a horas muy tempranas, por lo cual el metro venía demasiado solo; total que ya estaba en el último trayecto cuando subio un tipo y se sento frente a mí, la verdad ni atención le puse ya que venía con demasiado sueño pero cual fue mi sorpresa que sin más en un enfrenón se fue de cara contra el piso. La verdad de momento me dió un buen de risa puesto que ni las manos metio, hasta que me percate que no se levanto se quedó ahí tirado a lo cual pues ya me dio lastima y me agache para preguntarle si se encontraba bien; pero vaya que estaba alcoholisado el tipo, gedía a alcohol que hasta me mareo. Procedí a levantarlo y sentarlo en el piso y vaya que estaba carita, güerillo de ojos cafés cuerpo normalon pero unos labios carnosos que puff pedían verga… Total que lo recargue en el filo del asiento y me calento tanto el tenerlo así que al no haber nadie esperé llegar a la próxima estación y que no subiera nadie, a lo cu al corrí con suerte y de inmediato me desabroche el pantalon saque la verga ya babeante y se la puse en la boca; intentando meterla mientras escurria el precum, de repente que abre los ojos y yo con mi verga en su boca pensando en que me la armaría de pedo pero no al contario me solo me dijo ora we para eso es pero se pide… a lo cual simplemente le empuje la verga y abrio la boca para metersela e intento mamarlo pero de tan pedo que estaba ni lo hacía bien. Ya estabamos llegando a la próxima estación y me retiré, guarde mi verga, abroche el pantalón y me volví a sentar; el tipo se incorporó y acercándose me balbuceo - quiero verga we, dame verga la tienes chingona - Por lo cual le respondí que me gustaba preñarles el culo, y parece que le habían puesto una inyección de mórfina se paro derecho y me pregunto - neta we? por que eso quiero que me llenen el culo de leche, me gustan la viejas pero un puto que me cojí ayer gimió tan rico que quiero me lo hagan; pero un cabrón no un puto - Por lo cual lo invite a mi depa, entramos y de inmediato me saque la verga pegandose de inmediato como becerro a mi verga y mamandola ya de mejor forma hasta que empezo a mamarla como todo un experto, en verdad que pocas veces me la han mamado tan rico. Estuvo mamandola por 20 minutos hasta que ya no aguante y que me levanto dejándolo caer de nalgas y simplemente lo voltee en el piso, sin más se la dejé ir sacándole un grito y mentadas de m adre - hijo de la chin… metela despacio, pin… cul… no soy puto… - pero me valio y empecé a bombearlo mientras le decía al oido, que cabrón? no que querías verga y a un cabrón no a un puto? los cabrones así cogemos metiéndola toda de golpe para que los putos sientan lo que se están comiendo y el me decía - pero no soy puto - y terminé cayándolo con una clavada de verga a fondo que las lágrimas le saque y seguí cogiéndolo hasta que empezó a pedir me detuviera por que le dolía pero le respondí cálmate puto estoy por preñarte el culo que es lo que quieres se lo metí unas cuantas veces más y comence a jadear mientras me vaceaba en su culo de tal forma que sintío mi semen y empezo a gritar - si cabrón así, siento tu leche, dámela cabrón, lléname el culo… y depues cabrón me vengo, me vengo - Y sentí como se contraía su culo mientras se venía el puto; terminó y le saqué la verga aún escurriendo de leche y noté que también se había venido un bu en ya que salía semen por uno de sus costados. Le quité sus interiores y me limpie con ellos la verga, a lo cual se quejó diciendo que por que hacía eso, que ni modo que se fuera con los boxer´s mequeados; le respondí que no había problema ya que se iría son ellos ya que esos eran mi trofeo. Se encabronó un poco pero termino aceptando y dando las gracias por la cogida, se vistió y se retiró.
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Relato
fui por primera vez me la pase muy bien estuve en el vapor general la entrada cuesta 110, la mayoría son hombres ya grandes y gorditos de 15 solo 3 chavos yo me la pase muy bien prácticamente se puede hacer de todo y no dicen nada. Si les gustan chavos, musculosos y bien parecidos no es el lugar correcto. Pedí un masaje me cobraron 90 pesos al lado de las regaderas, me dejo bien relajado. En el cuarto de focos rojos estaban cogiendo y mame y mame eran como 8 personas y en el vapor húmedo solo se la jalaban y te la jalaban. Un señor de 40 años aprox me invitaba a su casa para cogerme pero soy activo y no se pudo además tenia el pito muy grande pero con una erección bien dura, termino cogiendo a un chavo flaquito que en ese momento llego, se lo metió tan salvaje que solo se escuchaba como gemía y lloraba, el señor lo agarraba muy fuerte para que no sacara su pitote, hasta se le rompió el condón pero al chavo no le importo y se puso a mamar a un señor mientras se lo cogían salvajemente. Fue una escena muy excitante, al final me corrí en la boca de un señor moreno bien nalgón y peludo del pecho y piernas, se los comió bien rico.
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Rewarding Bust Before Shower // Jonathan Martinez a.k.a. Heat718
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