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Nada Llegó con los vientos del este, como la nube que de cuando en cuando exhala el volcán, y se extendió por todo el valle, sin dejar un hueco a su paso. Quizá estaba en una bolsa de esas que custodia la tierra entre sus mantos y que rara vez se abre paso sobre todo cuando salen los gases y la lava con impetuoso empuje. Los cierto es que ya salió, en forma de nube, y ya está en los techos y en las calles y avenidas de toda la urbe. La nada cunde. Nadie se salva de su presencia y nadie advierte que respirar esa ceniza, esos gases incoloros, inodoros, insípidos… conlleva caer en la nada, en volverse nadie, en no ser, en no darle sentido a todo lo que lo tenía. Es como si todo huera sido borrado con goma de lápiz. Más tarde, ese mismo día, otros vientos, pero en sentido contrario, dispersaron los efectos de la nada… Restablecieron la realidad, tal cual, sólo unas horas después que se perdieron en la nada. Nadie recuerda si la nada es negra, transparente o inmaculadamente blanca. ¡Fue una amnesia colectiva!, declararon los medios. Pero lo cierto es que todos contuvimos la respiración para evitar respirar esos gases que al final, nos hicieron bajar nuestras defensas y, ya relajados, aspirar ese polvo que nos hizo volvernos en nada, en inexistentes…, sin embargo, temporalmente. Y lo podías comprobar porque, aunque el alma de la nada es el olvido, lo primero que vino a mi mente de aquel suceso es que las cosas se desataron de sus sombras. La nada no proyecta nada, todos éramos nadie, una sensación que, hasta hoy la puedo definir, y que preludia quizás lo que seremos cuando ya no seamos, cuando estemos muertos.
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Tenso y con dientes crujientes
Se le endureció la espalda y los músculos del cuello, como si fuera a pasar algo de veras muy malo. Apretó los puños, listo para defenderse, y decidió parpadear un par de veces para aliviar el estrés. Aun así, esperaba que el dragón no despertara. Pero esos animalotes son tan sensibles que escuchan el parpadeo de un bebé a metros de distancia. Por eso cuidó de no hacer ruido. No era común, sin embargo, que aparecieran dragones en México y menos en esta temporada del año. El dragón mugió, como si fuera a bostezar. Resopló y dejó salir de la boca enorme su lengua bífida y un olor fétido. Seguramente, el dragón ya lo había percibido. Por eso, en puntitas, caminó a la salida de su cuarto hasta que llegó al pasillo. Ahí dio pasos con más naturalidad. Y ya no sentía tanto miedo. En todo caso, se dijo en voz baja, ni modo. Y si, a esa altura de la escalera, sin darse prisa, le daba igual lo que pasara. Si se levanta el dragón chocaría con el buró, con la tele, con la mesita de en medio…; además, prefería bajar con esos pensamientos a sentir miedo; “y es que sentir miedo es peor que enfrentar a lo que lo produce”, se dijo, mientras cerraba la puerta de la escalera que da a la sala. Como pudo, se quitó el sudor de la frente, tragó la saliva que se le había acumulado en la garganta y se dirigió con calma a la salida, justo cuando la casa se le vino encima… ¡El dragón…! ¡Despertó…! Gritó al volver su cabeza hacia la escalera. Y soltó un ¡chín! Al momento de salir y cerrar la puerta, la casa se derrumbó ante sus ojos y vio, en ese preciso instante, la piel escamosa, las garras en las patas, la lengua bífida y los ojos incendiados de sangre. El dragón, sin embargo, no incendió el cuarto, como ha ocurrido en otros incidentes con dragones, pero sí tumbó los muros, la puerta de arriba, los cuadros, los espejos y todo lo que colgaba. Era un fastidio. Había que reconstruir la casa. ¡Cada vez que aparece un pinche dragón le da a todo en la madre!, maldijo en voz alta. Pero ¿cómo prohibirlos si nacen de la nada, de un sueño, de una pesadilla…?, y una vez que se materializan anidan al lado de la cama…, y como crecen rapidísimo, se instalan a todo lo largo y ancho de la recámara. Son una verdadera calamidad. Y ni a quién echarle la culpa.
Es en marzo o abril, coincidiendo con las teleseries de dragones, cuando se da la temporada…, cuando la gente sueña más con dragones, cuando la pesadilla se materializa con más frecuencia… y entonces, sólo entonces, los destrozos ocurren con mayor periodicidad. Es raro que me haya pasado a mí, ahora, a comienzos de año, cuando casi todas las noches sueño que viajo con los Reyes Magos o en lo rico que sabe la rosca de reyes con una taza de chocolate, o en los regalos que me debían desde que era niño y que ya encontraron luego de escombrar su bodega.
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