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El fantasma de Xaculkín y el Hijo de las Estrellas
Hoy 4 de diciembre de 2020, me hayo junto a mis colabores en el estado de Chámpese, el bonito y mágico país de México; su magia y su misticismo siempre me enamoró. Y es por eso que mi bitácora comienza este mismo día, por qué no se viviré un mañana. Me llamo Arturo Furiase, soy arqueólogo y meridense de nacimiento.
Llevo más de cuarenta años excavando por todo el mundo, ya ni siento el fino tacto del pincel gastado, mas jamás prefije que mi devoción fuese letal.
Escondido tras una roca no logro comprender que está pasando. Nadie me invitó a venir, pero heme aquí. El yacimiento de Xaculkín reclama mi sangre, ese fantasma quiere mi alma. Pero el condenado jamás la tendrá, lucharé imponte pero no me rendiré.
Maldigo el día que partimos a estas tierras, y despertamos a la bestia robando secretos. Que sabemos que hemos despertado, o a que maldición nos enfrenamos.
Cómo apaciguaremos al fantasma ávido de venganza, cómo derrotamos al ser maldecido y condenado por sus crímenes de barbarie y brujería. Temblorosos contemplamos al renacido infernal, dispuesto a reclamar su alma y su cuerpo de hechicero con sangre inocente, nuestra sangre.
A quién llamo, quién acudirá en mi ayuda. ¡Habrá algún hombre digno de llamarlo valiente que venga en mi ayuda¡ o Xaculkín quiere que yo sólo sea el héroe y derrote al fantasma maldito, destino cruel no estoy preparado para esta prueba.
Pequeñas y saladas lágrimas caen lentamente por mi me mejilla, mi carta llegó. Al ver su rostro recobre el aliento y la esperanza de vivir un día más. Con voz entrecortada hable a mi amigo Miguel Canet.
Él tendría respuestas, él me ayudaría a escapar, él derrotaría al fantasma, pues siempre fue especial. Como un ángel de la guarda, el héroe acudió a su destino.
Miré a mis hombres como jamás creí. Buscaba al ladrón que usurpó el tesoro del ser enviado para destruirnos. Mis ojos me traicionaron cuando vimos a tres de nuestros compañeros arrastrados por el fantasma, hacia el interior de la cueva.
Más la caza prosiguió dirigiéndose hacia Miguel amenazándolo. Pero este no retrocedió forcejeando gritando unas palabras que no entendí en aquel momento.
¡ El poder me pertenece ¡
El amuleto robado cayó al suelo en esos momentos dude en cogerlo, más inmóvil me quedé contemplado intrigado como aquel ser lo deseaba, y lo repudiaba al mismo tiempo. Asustado contemplé la frustración del fantasma incorpóreo, y suspiré aliviado jamás podría cogerlo.
Una vez más Miguel Canet, me rescató de mis actos imprudentes siendo él quién cogió el amuleto colocándoselo en el cuello a gran velocidad. En ese momento le envolvió una extraña luz, transformándose en un gran guerrero Maya de dos metros, musculado de pies a cabeza, de la cual brotó una larga y rojiza cabellera.
Una poderosa lanza de madera acabada en afilada piedra sería ataque, y un fuerte escudo con el grabado de sus dioses sería su defensa.
Jamás creí que mi amigo fuese tan especial, y que ese el amuleto mágico le otorgase tales poderes pero ahí estaba, listo para el combate.
En ese momento lo comprendí todo. El fantasma ansiaba con toda sus fuerzas el poder del medallón mágico, pero de alguna forma no podía poseerlo. Sólo pensar, de lo que sería capaz de hacer con poder semejante me daba pavor.
Un fuerte viento azotó el las ruinas del yacimiento, en ese momento comenzando la batalla. Prudentemente me retiré y busqué al resto de mis compañeros, los que por desgracia fueron muy pocos. Sólo Einar Batún y mi protegida Elissa Mazza sobrevivieron a la furia del fantasma maldito.
Junto a mis compañeros creí prudente alejarnos de esos dos extraños seres, aún así me apenaba ver como Miguel tendría que enfrentarse a ese domino por nuestra imprudencia. Desde la montaña ya contemplemos como el fantasma atacaba a nuestro amigo.
El látigo de garras se estrella una y otra vez frente al solido escudo, pero su lanza de piedra no lograba dañar el cuerpo incorpóreo, siendo contrarrestado por un fuerte tornado despidiendo contra las rocas.
Tras el fatídico ataque, veo como mi amigo declina su poder. Este demonio es demasiado fuerte, la sangre de los míos le había fortalecido.
Mientras medito la forma de vencer, observo con miedo a mis jóvenes discípulos. Con lágrimas en los ojos pienso que soy estúpido, y le doy vueltas a la cabeza llenándola de pensamientos. “Si es inmortal alguna vez debió ser mortal” estamos en tierra de magia, leyendas, conjuros y huesos. ��Eso es!, hay que buscar esos huesos y destruiros.
A medida que Canet se debilitaba, el fantasma cada vez menos muerto comenzaba a recuperar su fuerza gracias a las sangre des victimas y a todo el poder que estaba robando a Canet. Más el guerrero maya se resistía a perder la batalla, sufriendo los ataques de sus mortales garras, comenzando a sangrar abundantemente. Desvié con pena la mirada para gritar a mis ayudantes, la clave de nuestra salvación.
Xaculkín había cumplido, pequeños rayos de sol comenzaban sobrepasar las montañas indicando el lugar exacto. Como locos salieron corriendo hacia ese lugar, y sin tiempo que perder comenzaron a cavar y sonreí, pero mi sonrisa se transformó mostrando el horror y el pánico en mi rostro.
El demonio se percató y corrió hacia ellos mostrando toda su furia, comenzando a escalar la montaña.
Canet rápidamente y mal herido agarró la nueva pierna del fantasma. Este lo intentó golpear con sus garras, pero la transformación continuaba en proceso y las garras se reblandecieron, aún así sus poderes iban en aumento siendo golpeado fuertemente por un corte aire, provocando su caída al vacío. Pero no todo estaba perdido.
Mis pupilos por fin encontraron los huesos del hechicero y sin tiempo que perder los quemaron con el fuego de una bengala. En ese momento en fantasma metamórfico se transformó en una incandescente bola de fuego, desintegrándose a media que la fuerza de gravedad ejercía su poder. En ese momento respiré aliviado, entre todos logramos. Ese día contemplé el renacimiento de un héroe de le leyenda, Canet había regresado.
El hijo de las estrellas cumpliría su destino como guardián de todo el Yucatán, y acudiría a la llamada del inocente.
Por: Miguel Rey Sánchez
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