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Gema Díaz
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escritoamano · 5 years ago
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Agua salada y heridas abiertas
CAPÍTULO 4
Tenía supongo que unos diez años, estaba jugando con varios palos de manera, los colocaba de manera cuidadosa intentando hacer una torre, pero volvían a caer y con rabia volvía a intentarlo de nuevo. Volvía a repetirlo una y otra vez sin obtener buenos resultados. Cogí todos los palos y los partí, pataleé y hasta escupí.
Enfadada entré por la parte de atrás de mi casa y me sentaba de morros en la silla, apoyando firmemente los codos en la superficie de la mesa y sujetando con mis manos mi cabeza, mientras observaba a mi madre de espalda como cortaba hortalizas para hacer mi crema favorita, crema de verduras.
Resoplaba reiteradamente y de forma más ascendente para llamar la atención de mi madre, se giró lentamente, podía observarla como a cámara lenta, de manera que primero asomaba su enorme panza y seguidamente su rostro se podía ver.
Me levanté y me acerqué a ella apoyando mi cabeza en su vientre, podía sentir las patadas de la bestia de mi hermano, que desde el útero de mi madre ya se podía sentir que iba a ser un trasto. Me acaricia el pelo suavemente y eso me tranquilizaba. En ese momento la puerta de la calle sonó, fui abrir y era la señora Judith, nuestra vecina de al lado. Traía una cesta llena de bollos de aceite, recién hechos aún estaban calientes.
Los puso encima de la mesa mientras me miraba y sonreía, mi madre sacó la leche y unas tazas para servirnos. Se respiraba paz, se respiraba amor y cariño, nada de maldad. Comíamos en silencio, pero con sonrisas cómplices, mis carrillos totalmente llenos entre risas apenas eran capaces de sostener los trozos de bollo que estaba masticando.
En ese momento mi madre se agarró la enorme panza y se estremeció, ¿mamá te ha sentado mal la comida? Se levantó de la silla y plash!! Cayó al suelo un montón de líquido que salía de entre las piernas de mi madre. Estábamos solas, y en cuestión de minutos mi madre empezó a gritar. ¡Viene el bebé!
Judith subió a por toallas y yo me quedé estática, no sabía qué hacer, si moverme o no. Los sollozos de mi madre se clavaban en mi cabeza, cerré fuertemente los ojos.
Estaba soñando, soñando el día que nació mi hermano, pero los sollozos eran reales, venían del cuarto de mis padres. Yo estaba sola en mi habitación, no había nadie. Por la pequeña abertura que había en la puerta se podía apreciar gente de un lado a otro, y los sollozos de mi madre eran reales. Estaba de parto. De nuevo me quedé estática, como en mi recuerdo. Me dije a mi misma, levántate y ayuda. Ya era demasiado mayorcita, pero no sé qué me ocurría, oír el llanto de mi madre me hacía estremecer y me bloqueaba.
También puede ser que aun estuviese aturdida por el desmayo, no sé cuánto tiempo llevaba en la cama. Solo sé que era una oscura noche y ya no entraba el sol por la ventana.
Me levanté lentamente y me dirigí hacía la habitación, la cual estaba al fondo del pasillo.
Cada vez sonaban más fuertes los quejidos de mi madre conforme me iba acercando hacía la puerta. Mujeres salían y entraban de aquella habitación, mujeres sirvientes, o sea judías, y era irónico. Esa situación reflejaba claramente que al nacer no nacemos con etiquetas, no nacemos con un mensaje en el brazo diciendo de donde provienes, no hay razas al nacer, somos nosotros, la sociedad es quien dice que eres.
Al abrir la puerta me agarraron del brazo era mi padre:
-        No debes pasar, ya hay demasiada gente ayudando, debes esperar. Padre
-        Esperaré abajo. Dije.
No quería ni mirarle a la cara, cada día sentía más odio hacia él, pero a veces me era difícil expresarlo, al fin y al cabo, era mi padre, y hubo un tiempo en el que era diferente.
Ese tiempo fue bonito, mi infancia, nosotros tuvimos la suerte de vivir bien, mi padre antes era un hombre de familia, un hombre bondadoso.
Sé que la gran guerra apenas la vivió pues era muy pequeño. Cuando todo aquello paso y el país se quedó tranquilo y pacífico. Mis abuelos paternos se quedaron sin recursos, trabajaban del ganado en un pueblecito de al lado de Osdorf, donde vivía mi madre.
Toda su vida mi abuelo se dedicó, sobre todo, a la producción de leche, él se encargaba de ordeñar y hervirla para después distribuirla en botellas de cristal. Era un buen negocio, pero claro, antes de la guerra. Mi tío le ayudaba hasta que tuvo que irse, y mi abuelo se quedó trabajando a destajo con mi tío abuelo sin apenas conseguir ganancias.
Cuando la guerra pasó y mi padre fue haciéndose mayor tuvo una grandísima idea, aún haber pasado una infancia y adolescencia pasando hambruna y calamidades, poco a poco hizo resurgir el negocio de mi abuelo comprando con sus ahorros de toda la vida unas cuantas ordeñadoras que habían salido nuevas al mercado y que eran toda una revolución.
El negocio prosperó y poco a poco ya no solo eran mi abuelo, mi tío y él quienes trabajan, sino que empezó a aumentar la plantilla y de la nada convirtieron todo un imperio del mundo alimenticio.
Pudieron hacer su propia marca y aquella leche junto con otros productos lácteos, eran los más consumidos de toda la zona. Cuando obtuvo todo el dinero que necesitaba mi padre se mudó a la ciudad, Berlín y abrió la primera franquicia de sus productos, donde mi madre le ayudaba, y donde tenía varios asalariados que trabajaban y distribuían los productos. Mientras él empezó a interesarse por la política y poco a poco empezó a introducirse entre gente destacada, gracias al intelecto que siempre ha tenido.
¿Y cómo fue la gran historia de amor de mi padre y de mi madre? Eso te lo contaré otro día.
Después de tanta espera, en aquella butaca que había en el pasillo, sonó el llanto de un bebé, mi padre rápidamente entró el primero. Y yo llamé a mi hermano, subió las escaleras y me agarró de la mano, estaba asustado. Me agaché y le dije:
-        No te preocupes Jacob, ahora eres hermano mayor y tienes la misma responsabilidad que yo he tenido durante todos estos años.
Jacob me sonrió y me abrazó, con paso firme nos dirigimos a la habitación, y allí estaba mi madre reluciente como siempre y con un brillo muy especial en su mirada. Tenía aquel pequeño bebé entre sus brazos, envuelto en toallas teñidas de color rojizo. Nos acercamos con una sonrisa de oreja a oreja. En ese momento, en aquella habitación, integrada por los cinco miembros de la familia Wiston, no había dolor, no había penas ni guerra que nos pudiese quitar la alegría que llevábamos dentro.
Mi madre me miró y dijo: es una niña, una dulce niña. Me senté a su vera, y la observé, tenía la cara redonda como la luna y unos mofletes marcados y aún amoratados por el parto. Sus labios eran carnosos y aunque carecía bastante de pelo se podía observar que era claro, como anaranjado.
Mi padre con el pecho ensanchado y orgulloso de su retoño nos miró y dijo:
-        Sabía que era una niña desde el día que la concebimos. Padre
-        ¿Cómo se va a llamar? Jacob
-        Sin duda alguna, eso es otra cosa que desde el primer día no he dudado. Se llamará Miley, Miley Wiston.
Todos nos miramos y con una leve sonrisa nos confirmamos que estábamos de acuerdo con mi padre, me parecía un nombre precioso y dulce como la cara de mi pequeña hermana, mi pequeña Miley.
Mi padre salió del cuarto y se llevó a mi hermano para dejarnos a las mujeres de la familia solas. Agarré fuerte la mano de mi madre y empecé a llorar, ambas empezamos, estábamos emocionadas, era el segundo día más feliz de mi vida junto con el día del nacimiento de mi hermano.
-        Tener hijos es una de las cosas más bonitas que te puede pasar a lo largo de tu vida hija mía. Mamá
-        Yo quiero ser madre, algún día lo seré, dije con una sonrisa en mis labios.
-        Y sé que serás una buena madre también. Mamá.
Decidí coger en brazos aquel pequeño e inocente trozo de carne, y la acurruqué y en mis adentros me dije, serás feliz pequeña Miley, yo me encargaré que lo seas…
La vida, la trepidante historia del nacimiento de unos y la muerte de otros, el ciclo vital, una larga travesía llena de obstáculos, cuya importancia de este largo viaje es la supervivencia propia, ya sea mental, física y espiritual.
Era irónico ver ese juego que podía tener la guerra sobre nosotros, sin darnos a elegir, el nacimiento de uno, la muerte de muchos. Por el simple antojo que tenía la humanidad de querer poder, sin darnos cuenta que todos somos de carne y hueso y fuimos concebidos, engendrados y dados a luz por el mismo sitio.
Hace mucho tiempo una persona muy sabía me dijo estas palabras; debemos dar gracias a la creación que por el motivo que fuese nos dio el privilegio de estar aquí, pisando un planeta que no nos pertenece y aun así lo tratamos como si fuésemos dueños del mismo.
Grandes palabras de una persona que ya ni recuerdo su nombre, puede que incluso la autora de dicha reflexión fuese yo misma, pues he vivido tanto que creo haber vivido varias vidas. Respecto a las palabras anteriores está claro que el ser humano nunca podrá respetar ni su propia tierra ni quien tiene a su alrededor y pisa la misma.  El ciclo de la vida es complejo para cualquier ser vivo que pise la Tierra, pero en especial para el ser humano. Cada ser humano es igual y a la vez distinto de cada uno. Somos complejos desde el día que nacemos y cada uno tiene unas distinta atribuciones y personalidades, y eso, señores, nos hace únicos.
Por eso deberíamos respetarnos y manifestar el amor a la luz del día y ocultar la violencia en la oscuridad del infinito. Si tenemos que usar la violencia que sea en una guerra de almohadas, en un beso robado o en un abrazo obligado.
Manifestemos el amor en medio de la calle, en esa madre dando el pecho a su hijo, en esa pareja de tortolitos comiendo un helado en el banco, en la sonrisa de un padre orgulloso al ver a su hija debutar en un partido de fútbol.
Cuando tenía seis o siete años solía dirigirme a los niños más “débiles” y lo digo entre comillas porque para mí eran los más fuertes, solía defenderles de aquellos que les hiciesen algo y siempre acababa metiéndome en problemas por defender mis ideales. Pero, a la vez que tendía la mano a aquellos que más lo necesitaban, intentaba hacer entender esos ideales a aquellos que hacían el daño. Siempre he llevado el sentido de la justicia muy presente en mi vida.
El día por suerte o por desgracia estaba más que finalizado y ya era más de media noche, cené un vaso de leche con galletas de mantequilla en silencio, mirando un punto fijo y sin parpadear, parecía planear el asesinato de alguna persona.
Subí sigilosamente las escaleras y al llegar a mi habitación había una nota en la puerta que ponía; enhorabuena chica del bosque. Sabía perfectamente que era él, el chico del camino, se había fijado en mí como yo de él podía sentirlo.
Aquella noche en la soledad de mi cuarto el silencio de la noche me impedía dormir, o más bien mis pensamientos. Había sido un día muy largo y lleno de emociones fuertes y para finalizar esa montaña rusa de sentimientos me encuentro la nota debajo de mi puerta… A momentos creía volverme loca, la situación en la que estaba me hacía cada día irritarme más y odiaba ese sitio, o eso pensaba yo en ese momento…
Una historia de superación, aprendizaje y amor entre cuatro paredes, difícil de que ocurriese, pero no imposible nieto mío.
Se levantó de un brinco mi querido nieto mientras de pie se puso frente a mí diciéndome; que fuerte fuiste abuela y lo sigues siendo. La noche de nuevo había caído y mi nieto Daniel de nuevo salía por la puerta de mi pequeño piso moderno que la verdad no me gustaba nada.
Me senté en el borde de la cama despacio mientras oía como crujían cada articulación que doblaba. Estiré el brazo hacía la mesita de noche y saqué aquel preciado objeto de tanto valor para mí, lo observaba sin perder ni un mínimo detalle, ya memorizado en mí por el paso de los años. No era de oro ni de plata, no llevaba un diamante ni algo similar.
Era la concha de una almeja con una cuerdecita a modo de collar. Debemos de tener claro que el precio y el valor son dos cosas muy distintas, pues, aunque aquel collar no tuviese precio para mí tenía un valor incalculable, solo por el hecho de dónde provenía. Cerré los ojos y empecé a escuchar el sonido de las olas romper contra la orilla, y azul verdoso del mar semejante al de sus ojos que me miraban como si fuese lo último que fuesen a ver en esta vida.
Dentro de la concha había unas palabras dedicadas hacía mí; hasta el final contigo Rachel. No pude evitar escapar una leve sonrisa pues esas palabras me transportaban a un bonito recuerdo. Solo el hecho de pensar en el ruido y el olor del mar me hacían recordar su presencia, pues el mar fue testigo de muchos de nuestros momentos más importantes de nuestra vida.
Me prometí a mí misma durante todos estos años deshacerme de los recuerdos pues nunca pude vivir en condiciones y siempre vivía atada a ellos de una manera u otra.
Alguien cercano a mí me dijo que algo se supera cuando se deja de recordar un día al despertar. Y era tu recuerdo el que a veces irrumpe mis sueños, pero no solo tu recuerdo, si no todo el pasado, las vidas que dejé y las vidas que vi nacer, el hambre que pasé, aquel frío que sentí y nunca perder la esperanza porque siempre estuviste tu a mi lado.
Y es que el recuerdo en realidad era lo que me mantenía viva, y es que la vida es un constante oleaje de rachas buenas y malas, y que la felicidad es una brisa que a veces se queda entre tus dedos y otras se deja escapar de ellos. Buenas noches mi querido rayo de esperanza.
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escritoamano · 5 years ago
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Agua salada y heridas abiertas.
CAPITULO 3
Que estruendo tan fuerte hacía siempre esa maldita cafetera, aún no entendía muy bien porqué la seguía teniendo. Me levanté del sillón y apagué ese maldito cacharro. Varias veces el médico me había insistido en que no podía beber café, pero sin duda ese era el único vicio que me quedaba.
Cogí el tarro de las galletas y volví de nuevo a mi acogedor saloncito a sentarme en mi sillón frente a la chimenea, podía pasarme lo que me queda de vida allí sentada. No llevaba ni medio sorbo de café cuando el timbre de mi puerta sonó ¡Vaya! Viene más pronto de lo esperado. Mis piernas no podían aguantar mucho tiempo más el trajín de levantarme y sentarme cada dos por tres. Incontables veces habían intentado meterme alguien que me ayudase, pero demasiado tiempo estuve servida por gente que comía un mendrugo de pan al día, me parecía inaceptable.
Como bien pude llegué a la puerta y allí estaba mi nieto con la mochila colgada en el hombro izquierdo, la chaqueta abierta, el pantalón medio de lado y unas zapatillas de deporte medio comidas por la suela.
-        Hola abuelita, cada vez tardas más en llegar a la puerta. Daniel
-        (me acerqué a besarle en la mejilla) ¿Por qué vistes como un pordiosero? (mientras pegaba un pequeño tirón en sus patillas)
-        Ah ¡abuela! A veces, haces daño (mientras respondía dándome otro beso a mí). Daniel
Entró directamente al salón y se volvió a colocar en la butaca que estaba en frente de mi sillón, mientras de nuevo yo me acomodaba como bien podía, ¡la espalda me estaba matando!
Le miré a los ojos y le dije: Déjame merendar tranquilamente hijo. Mi nieto me miró y empezó a reírse mientras me robaba disimuladamente alguna galleta que otra.
-        No recuerdo muy bien por donde dejamos la historia. Rachel
-        Acababas de llegar a tu nueva casa, y observaste por la ventana una cortina de humo a lo lejos, y supongo que luego fuiste a dormir. Daniel
-        Oh, tienes razón, ya lo recuerdo…
Recuerdo que tras pasar una noche durmiendo a tirones, me levanté demasiado temprano aquella mañana. Bajé las escaleras y aún nadie estaba despierto ni mi madre y ni mi hermano, y supongo que mi padre llevaría fuera trabajando bastante tiempo.
Entré a la cocina y había una mujer, llevaba ropa bastante rara, más bien sucia. No apartaba la mirada del suelo mientras pelaba unas patatas. Intenté varias veces hablar con ella, pero era como si no me oyera, hubo algún momento en el que pensé que era sorda, hasta que cogí una jarra de leche y la tiré al suelo. Aquella mujer rápidamente se giró y dejó su labor para limpiar el estropicio que yo había formado.
Mientras estaba agachada en el suelo recogiendo los pedazos de cristal interpuse mi pie en medio impidiendo que recogiese los últimos que quedaban. De nuevo intenté que me contestase preguntándole ¿Estás sorda?, ella miró hacia arriba y con cara de angustia me hizo el gesto de negación con la cabeza.
¿Por qué no me contestas a lo que te pregunto? Le dije. Empezó a tartamudear sin llegar a decir nada coherente ni entendible. Mi paciencia empezó a superarme, y decidí salir a toda leche por la puerta trasera de la cocina que daba al jardín, justo cuando cruzaba la puerta llena de rabia y duda me topé con otro sirviente el cual llevabas flores en un bonito jarrón y ¡PAM! El jarrón cayó al suelo y se hizo en mil añicos.
La cara de aquel joven sirviente puedo recordarla como si la tuviese en frente en este momento, se puso de todos los colores, pero sobre todo rojo y amoratado, mientras se llevaba las manos a la cabeza y dijo ¡Me van a castigar!, por fin alguien que habla, pensé en mis adentros, le levanté del suelo al ver que estaba recogiendo desesperadamente los trozos de cerámica, le miré a la cara y le dije: No te preocupes lo he tirado yo, y nadie más ¿entendido?, empezó a afirmar con la cabeza mientras me repetía una y otra vez lo agradecido que estaba conmigo.
Salí al jardín y sinceramente no sabía muy bien que hacía o a que iba allí, pero tenía curiosidad de ver la parte trasera de la casa, hacía un aire fresco propio de la primavera en esta zona, aquel aire puro te abría los pulmones como un acordeón.
Me senté en un escalón mientras me detenía a pensar en la situación que había pasado, ¿Por qué ese miedo? ¿De dónde viene esa gente? ¿Por qué llevan esa ropa tan extraña?
Era un mar de dudas y sin intenciones de que mi tempestad interior amainase. Yo sola, me iba dando cuenta que poco a poco como mi ser, mi yo, iba madurando. Aquella situación me estaba haciendo de encontrarme a mí misma, poco a poco me iba alejando de aquella niña superficial y embobada en las nubes que solo pensaba que vestido llevar cada día.
Sentía como me iba humanizando y tenía claro cuál era mi objetivo en este mundo, no otro que el ayudar a los demás. Tanto era así mi preocupación que no me estaba dando cuenta de mí misma y cada vez me iba dejando caer más y más en una paranoia infinita.
¿A caso no era lo demasiado mayor como para saber que estaba ocurriendo?
Vivía en un mundo en guerra sin saber ni la cuarta parte de porqué se había formado, y ya era hora de saber y conocer en qué mundo vivía.
Tanto fue el tiempo que dejé divagar de un lado a otro mi mente que de repente apareció mi madre con la mano encima de sus ojos a modo visera de gorra para que no le molestase el sol, y otra mano agarrada en su cadera.
-        ¿Qué haces sentada ahí? Emma
-        Estaba tomando aire fresco mamá. Rachel
-        Prefiero que el aire lo tomes en la parte delantera, esto es zona de trabajo y tú eres toda una señorita, además en la parte delantera tienes un bonito porche en el que sentarte y poder tomarte un rico café. Emma
-        Gracias mamá, pero me siento más cómoda aquí, no me molesta esta gente. Por cierto, he tirado sin querer un jarrón con flores que había en la cocina.
-        No tan rápido chiquilla, si he venido aquí era por algo, ha venido tu nuevo tutor y te está esperando en el salón para que te de clases, no puedes perder ni un día más. Emma
-        Pero, mamá, Jacob estará probablemente durmiendo y yo ya se más que él. Rachel
-        Tu hermano está despierto y desayunando en el comedor después de dar clase tú, las dará él. Emma
-        Está bien… Rachel
Me levanté y me dirigí al salón, allí estaba, intentando mantener su enorme culo en la silla mientras me miraba sonrientemente a través de sus gafas redondas. Era bastante mayor, por el tamaño de sus piernas que apenas llegaban al suelo supuse que me llegaría por el hombro. Su pelo, o lo que quedaba de él, era blanquecino con algún que otro mechón oscuro intentando asomar su color natural.
Me invitó a sentarme vocalizando de una forma extraña, mientras los pelillos canos de su bigote bailaban al compás de las palabras que salían de su boca.
-        Buenos días, me llamo Phillips Morgan y soy tu nuevo tutor, yo te impartiré todas tus asignaturas, pero nos centraremos en la asignatura de política
-        ¡Qué bien!... nótese mi ironía. Rachel
-        ¿No te gusta? Phillips
-        Pues no, no me interesa saber los planes de guerra, y como destrozan familias, judías. Rachel
-        No solo se centra en eso, pero déjeme discrepar señorita Wiston, destrozamos dichas familias para mantener familias como la vuestra, y usted pueda estar aquí segura, disfrutando de un plato caliente cada día. Phillips
-        Puede que lleves en eso razón, pero déjeme a mí hacer de nuevo otra discrepancia, ¿Qué amenaza son ellos para tener que masacrar de esa manera? Rachel
-        Bueno… ¡tengo una idea! Nuestra tarea de hoy, será hacer un debate de esto. Phillips
Y así transcurrieron las siguientes dos horas de mi vida, intentando lidiar con un tapón sin pelo.
¡Qué aburrimiento en aquel lugar! Siempre he sido tan inquieta que tanta tranquilidad me sacaba de mis casillas. Salí al porche delantero y me senté en una silla, de repente empecé a escuchar el sonido de una moto, oh, no el lameculos de mi padre… ¿cómo se llama? Mmm ah, ya, ya, Mike, el pesado de Mike…
Intenté taparme con una de las vigas del porche, para pasar desapercibida, y esas cosas que hacemos las personas cuando no nos apetece ver a alguien y mucho menos saludar.
Te cuento un poco, Mike era el ojito derecho de mi padre el hijo mayor que nunca tuvo básicamente, era el típico alem��n de aquella época, alto, corpulento, rubio pollo, y ese peinado que tanto odio, tan patriota.
Se bajó de la moto y poco tiempo tardó en llegar hasta mí y saludarme haciéndose el chulito como siempre. Le pregunte de forma despectiva que hacía en mi casa y porque no estaba en la ciudad, en Berlín. Cuando oí las palabras de “mudanza” “pueblecito” “al lado” me temblaron las piernas. Después el solo despejó mis dudas diciéndome que desde los altos cargos le habían designado esa zona.
Como si de su casa se tratase entró dentro sin pedir permiso con ese aire de prepotencia que tantas veces de mis casillas me sacaba.
Fui tras de él, y entró a la cocina comiéndose todo lo que iba pillando como si de una aspiradora se tratase. Era un cerdo. Había una chica bastante joven amasando pan, cuando el imbécil de Mike cogió la harina y la derramó encima de aquella chica. Me quedé atónita, no sabía qué hacer ni que palabra decir, la rabia me impedía moverme y simplemente me quedé quieta.
Mike empezó a reírse mientras aquella chica recogía todo aquel estropicio, mientras metía la harina en un cuenco, aquel imbécil pegó una patada al cuenco y volvió a derramar toda la harina en el suelo.
-        ¡Ahora la lames pordiosera! Mike
-        ¿¡Por qué lo haces Mike!? Le contesté
-        Es lo que se merece ella y cualquiera que se atreva a mirarme por encima del hombro, ¡seguid trabajando, joder! Mike
Fui hacia él y le di un bofetón, me cogió fuerte la muñeca como si no me conociese su ira se podía ver en los ojos.
-        ¡¿Qué te han hecho!? Contesté angustiosamente
-        ¿No te das cuenta?, son ratas y no merecen ni pan, demasiado está haciendo tus padres por ellos dándoles un quehacer. Mike
-        No lo entiendo Mike, están haciendo su trabajo como tú haces el tuyo.
-        Son judíos Rachel, ¡JUDÍOS! Mike
¿Cómo? Pensé dentro de mí, miré a mi alrededor y nadie nos miraba todos se limitaban a trabajar de forma cabizbaja. Empecé a entrar en estado de shock, una bola ardiente subía desde mi estómago hasta mi garganta el cual me impedía tragar.
Salí de la cocina corriendo hasta el exterior de la casa, enfurecida, con los ojos en llamas y mi corazón a mil. Miles de sentimientos, emociones y pensamientos se entrometían en mi cabeza, iba a estallar, estaba a punto de estallar cuando de repente mi madre me cogió la mano, y me dijo: tranquila Rachel.
No podía entender por qué ellos estaban en mi casa, tampoco entendía por qué no fui capaz de hacer nada en la cocina y me limité a irme, ¿será verdad de que ellos son el problema?
Mi padre me había ocultado todo, y mi madre fiel a sus órdenes, igual. Miré a mi madre y tan solo pude decir “vete y déjame sola”. Me senté en el porche, cuando Mike salió del mismo de nuevo con su aire de prepotencia sin decirme ni una palabra.
El día iba pasando y yo seguía confundida y aturdida, la cabeza me iba a explotar necesitaba descansar, aquella noche no bajé a cenar, me encerré en mi cuarto con mis mil pensamientos.
Tumbada en mi cama intentaba conciliar el sueño, pero era imposible, y cuando creía que todos dormían, entró a la habitación mi madre sigilosamente…
-        ¿Qué quieres mamá? Dije
-        Toma un poco de sopa no has comido nada en todo el día hija, hazme el favor y bébetela. Emma
-        No me apetece comer nada, déjame sola, quiero dormir y soñar para salir de esta pesadilla.
-        Necesitas comer y estar fuerte. Mamá
-        No pienso beber de esa sopa, me niego a que esté esta gente aquí.
-        Es mejor que estén aquí, puede que mañana dentro de un mes o dentro de una semana acabe la guerra y ellos puedan contarlo y regresar con sus familias. Mamá
-        ¿Por qué no me dijisteis nada sobre esto? No quiero ni mirar a papá a la cara.
-        Era por vuestro bien, sabía que ibas a reaccionar de esta manera, habrás salido clavada a tu padre, pero tu corazón es como el mío. Mamá
-        Supongo que los demás estarán en esos campos de concentración ¿me equivoco?
-        No, no te equivocas, es mejor que las cosas estén así y permanezcas callada. Si te oyeran hablar de esa manera estarías de la misma manera que tu profesor Vicent, y no hacen miramientos si eres hija de un general o no, irán a por ti. Mamá
De todas las palabras que me dijo solo escuche Vicent, y lamentablemente no podía evitar escapar alguna lagrima que otra al escuchar su nombre, murió por sus ideales y eso sí es ser valiente.
Empecé a conciliar el sueño y poco a poco mi mente empezó a divagar en los pensamientos más profundos y en mis sueños aún sin cumplir.
Llevaba horas durmiendo y la sequedad de mi boca me hizo despertar, me incorporé y posé mis pies descalzos en la alfombra que tenía justo al lado de mi cama, estuve un rato deslizando mis pies por ella, abriendo y cerrando los dedos de mis pies mientras miraba un punto fijo sin pensar en nada.
De repente el sonido del barrido que hacían las duras cerdas del cepillo por debajo de mi puerta me hizo despertar de una vez por todas. Estaban limpiando en el pasillo.
Rápidamente me vestí y me hice una coleta de alta, tenía el pelo muy largo.
¡Qué buen tiempo hacia aquella mañana! Nada más salir por la puerta los rayos del sol me hicieron sentir un poco mejor, me hicieron olvidar un momento. Empecé a caminar por un sendero de tierra rojiza, mientras observaba la maravillosa luz que tenía especialmente el bosque ese día.
Los rayos del sol se colaban entre las ramas de los árboles y los pájaros cantaban de una forma melodiosa y muy especial sin percatarse de que el mundo estaba en guerra. Me senté a descansar en el tronco de un árbol, había cogido antes de mi paseo matutino unas cuantas onzas de chocolate de la cocina y empecé a saborearlas lentamente.
Me encantaba y me sigue gustando el sabor del chocolate, siempre me ha puesto de buen humor. Lentamente se iba deshaciendo en mi boca una explosión de sabor y durante ese pequeño momento me sentía como en casa.
Levanté la vista hacia el frente y vi un chaval con una carretilla a lo lejos del camino, estaba tan lejos que no sabía si venía hacía a mi o iba hacía allá. Supuse que venía hacía mí porque era el único sendero que había y antes no me había cruzado con él.
De forma que me levanté y esperé hasta que llegase, la curiosidad me podía y quería ver quien era. Podría ser un vecino de la zona, y, es más, podría entablar amistad con él, pensé.
Mientras se iba acercando me di cuenta que era otro sirviente de mi padre. Cuando apenas lo tenía a dos metros, me di cuenta de que ya lo había visto antes, un momento, es el chico del jarrón… No me había fijado antes, pero, era hermoso.
A pesar de llevar ese traje tan antiguo y deshilachado se apreciaba de una manera exuberante su belleza. Me interpuse en medio y le corté el paso, mientras lo observaba detenidamente. Tenía los ojos enormes y preciosos, era un color que jamás había visto, me olvidé quien era y porque estaba sirviendo en mi casa por un momento. Tenía el pelo marrón, los rayos del sol hacían ver algún que otro mechón dorado, sus cejas estaban perfectamente arqueadas al compás de aquellos ojos verde esmeralda.
Su nariz era fina y proporcionada dejándose caer en unos labios carnosos y rosados, me fijé en sus manos, trabajadas y fuertes, sus brazos fuertes y robustos, ¡qué persona tan maravillosa!
El me miraba también, no sabía si su mirada era con recelo y rabia por no dejarle seguir su camino o si también me estaba observando como lo hacía yo. Me habló y que voz tan preciosa y dulce, ¿qué me estaba pasando?, tan solo fueron tres palabras, tres palabras que me alegraron el día, ¿me deja pasar?
No, esto, sí, lo siento, que boba era a veces, apenas me salían las palabras. Me aparté del camino y el siguió el suyo, con un paso firme. Me senté, bueno, prácticamente me caí de culo y mientras lo observaba, mientras observaba sus andares, su forma de moverse tan noble, nada que ver con Mike, él… él se giró. Me sobresalté y sentí una ola fría que llegaba hasta mi pecho haciendo que mi corazón hiciese un vuelco. Suspiré, seguía mirando hacia atrás, creo que sonrió, no estaba muy segura, solo sé que a partir de ese momento me iba a ser difícil olvidarle.
¿Crees en los cuentos de hadas, nieto? Porque yo soy demasiado mayorcita y aún creo, aquel día tuve un presentimiento que nunca antes había tenido y era el de esperanza.
Me pareció un cuento de hadas, la parte de un libro de princesas que son rescatadas por sus príncipes. La tonalidad de aquella mañana en el bosque, las luces de distintos colores que hacía los rayos del sol al pasar entre las hojas de los árboles, los cantos de los pájaros haciendo diferentes melodías, todo se convirtió en especial, mágico…
Empecé a correr, que alegría llevaba en mí, había florecido en mi interior diecisiete primaveras, me sentía vivaz y con fuerza, mientras corría, reía tan fuerte que parecía haber salido de un manicomio, pero que locura tan maravillosa.
Entré a la parcela y mi alegría poco a poco se fue desvaneciendo, estaba mi padre con varios señores hablando en invitándoles a entrar a mi casa. Me esperé a que entrasen todos para después pasar yo y poder oír que hablaban.
Se metieron en el salón y cerraron la puerta, maldita sea…
Me quedé pegada a la puerta intentando pillar alguna palabra de las que decían, cuando llegó mi hermano Jacob y me dijo ¡siempre tan curiosa señorita Rachel Wiston! Pegué un brinco y me puse la mano en el pecho, haciendo entender que me había dado un susto de muerte. Empecé a hacerle gestos con el brazo, a modo de que entendiese de que quería que se fuese.
Empezó a reírse pasillo adelante, ¡que crío era!
Intenté quedarme todo el tiempo posible pero no oía nada de nada, pusieron música en la gramola, supuse que lo hicieron para evitar cotillas como yo.
Me alejé de la puerta oí pasos hacía a ella y salí corriendo como alma que lleva al diablo a mi habitación.
De nuevo, en mi soledad, me vino el recuerdo de sus ojos…
Me estaba haciendo ilusiones, y sabía que eso no podía ser bueno. Nunca antes había sentido algo así, pensaba que sí, cuando veía a mi profesor Vicent, pero en ese momento me di cuenta que por Vicent solo sentí admiración y eso me hacía confundirme.
He de admitir que en algún momento mientras vivía en Berlín pensé que estaba enamorada de Vicent aunque él no supiese nada, era como un modelo a seguir, y probablemente era más admiración que amor, supongo que ya te habías dado cuenta a lo largo de la historia, era de esperar que en algún momento te dijese que en su día Vicent… me gustó, aunque era mucho mayor que yo y sabía que nunca pasaría nada, siempre me pareció una persona increíble y digna de admirar.
No recuerdo muy bien que sucedió después, recuerdo que al día siguiente sí que hacía un frío realmente raro, no se sabía si era principios de mayo u octubre, sacar un pie fuera de la cama era toda una odisea, y estar toda entera metida debajo de las mantas era un infierno, así que me levanté de un salto y me bajé a la cocina.
Aún tenía la cara hinchada de dormir y el camisón medio de lado. Empecé a pulular por toda la cocina sin saber muy bien lo que quería, en ese momento entró Jacob, bien repeinado, vestido y con botas de montar a caballo.
Empezó a gritarme, no sabía muy bien por qué, entró mi madre con una sonrisa que iluminaba cada rincón de la casa, diciéndome que íbamos a montar a caballo.
Pero… ¿viene padre? Le dije, a lo que ella me contestó que solo íbamos los tres, y pude imaginarme la razón… íbamos a casa de mi tío Will, era mi tío paterno y ninguno de los dos se hablaban, en realidad su nombre completo era William.
Mi tío William vivía en una casa de campo con caballerizas, al morir mi tía Margaret se hundió en tal depresión que no quería ver a nadie ni dialogar con nadie, por lo que se fue al campo a pasar el resto de su vida, lo que le quedase. Siempre decía que prefería escuchar la naturaleza antes que a la sociedad.
Me vestí y me puse mi traje de montar a caballo con mis botas, me hice una trenza a cada lado y salí pitando por las escaleras. Al salir a la calle me dio un ligero olor a tierra mojada, me encanta ese olor me hace sentirme viva.
Me monté en el coche y al mirar por la ventanilla, me di cuenta, ¡¿Cómo soy tan tonta!? Había pasado por al lado de él, del chico del jarrón cuyo nombre aún no sabía y no me había dado cuenta. Se quedó observando el coche como se iba alejando sin quitar la mirada, llevaba algo en la mano, creo que era unas tijeras de podar, pero ya no lo recuerdo muy bien, solo podía centrarme en él.
Mientras el coche se iba alejando cada vez más de la rotonda de la fuente, pude verlo, si, dijo adiós, sabía que había dicho adiós, podría jugarme la mano y no la perdía. Me di la vuelta mirando hacia delante y simplemente sonreí.
Llegamos al pequeño rancho allí se respiraba tranquilidad, quería evadirme por un día en una de mis pasiones los caballos. Llevaba tanto tiempo sin ir que no lo recordaba tan grande.
Era una gran pradera verde con una casa grande y al lado unas caballerizas, había una cerca con vallas de madera, donde los caballos se alimentaban y un extenso prado plagado de hierba verde que se alejaba hasta unas montañas grandes e imponentes que aun siendo mayor me daban respeto.
Baje del coche rápidamente y me prepare con mi equipo, fui corriendo hasta la casa donde estaba mi tío Will, un hombre de montaña, rural, pero sabio, y aunque el dijese que no, aún era joven, pero, su aspecto no. Tenía el pelo prácticamente cubierto por canas, su tez era blanca como la nieve de invierno, unos ojos azules como un lago profundo. Era bastante alto y sus manos eran ásperas y curtidas de toda una vida trabajando.
Al entrar me dio un fuerte abrazo:
-        Sobrina querida, ¡qué grande está, dios santo! Apenas te reconozco. Tú padre supongo que su apretada agenda le habrá impedido que venga, ¿verdad? Will
Agaché la cabeza suspirando volviéndola a levantar diciendo: Yo también te he echado de menos…
Todos empezaron a abrazarse y saludarse y yo entré a la casa. Aquella casa era un santuario en honor a mi tía, que amor tan puro y eterno que incluso la muerte no hace olvidar, nada había cambiado desde que ella murió, todo eran recuerdos, fotografías, retratos, incluso su sombrero que siempre se ponía al salir a la calle aún seguía colgado en el perchero, ya habían pasado cuatro años de aquella triste tragedia, nosotros supimos seguir adelante pero mi tío se quedó estancando en los recuerdos, como yo me iba a quedar años y años después, aunque, aún no lo supiese.
Por cierto, no te he contado de que murió, pues simple y llanamente que, de enfermedad, antiguamente cualquier enfermedad que hoy en día tiene cura o vacuna antes te mataba.
En aquel tiempo murió por el mal del estómago, poco a poco mi tía se fue apagando, fue una enfermedad lenta que al final se la llevó, los médicos decían que eran cólicos continuos que le impedían comer, por lo que su diagnóstico fue que murió por no comer.
El día que murió apenas pesaría cuarenta kilos. A día de hoy, esa enfermedad se llama cáncer de estómago…
Me acordé de mi caballo, hacía meses que no lo veía. Se llamaba Flash y era marrón, con un lucero blanco en la frente y unos calcetines a juego en sus patas. Le puse ese nombre, porque era rapidísimo cuando corría y me recordaba al fogonazo que hacían las cámaras cuando disparaban para hacer una foto.
Al llegar a las caballerizas lo acaricié, creo que aún me conocía, le puse la montura y en un periquete me vi montada en él.
Primero fui despacio, estaban en la hierba mi tío y mi hermano jugando, mientras mi madre descansaba en el porche.
Al verme mi tío empezó a aplaudir y a decir que era una campeona, se levantó de la hierba y fue él también a las caballerizas para acompañarme durante mi paseo.
De repente escuché un ruido detrás de mí, era mi tío.
-        ¿Qué es de ti, ricitos de oro? Will
-        Lo de siempre, aunque ahora más aburrida, no hago nada en esa casucha dejada de la mano de dios… contesté
-        Yo, la verdad estoy más que acostumbrado a vivir entre árboles y desde que empezó todo este follón no quiero ver la ciudad jamás, bastante pasé con tu padre y tus abuelos en la gran guerra… Will
-        ¿ qué ocurrió en la gran guerra tío? Contesté
-        Tu padre era más pequeño que yo, un niño, pero yo, ya era mayor y tuve que combatir en el frente a pesar de no querer, pasé hambre, pero recordar a tu tía mientras oía las bombas escondido en las trincheras me hacía sentirme como en casa. Aunque no me guste la guerra, tengo que fingir que sí, y si algún día me llaman, tendré que servir a mi país de nuevo… Will
-        Pero… eres hermano de un general, no te llamarán ¿verdad?
-        Verás, Rachel, tu madre os ha traído aquí para despedirnos, tu padre, aunque no nos hablemos, no entiendo el por qué no está aquí…
Agachó la cabeza y empezó a respirar fuerte, mientras apretaba los puños sujetando fuertemente las riendas del caballo, al mirarme pude ver sus ojos, brillantes y de color rojizo, intentando no estallar en un llanto provocado por la rabia.
-        Sospechan de mí, espionaje, deslealtad vete a saber, tu padre ha hecho bastante por mí intentando cubrirme, pero si lo sigue haciendo los afectados seréis vosotros, tu madre y tus hermanos. Will
Miré hacia atrás contemplando a mi hermano y mi madre riendo y cogiendo flores de la hierba, tienes que ser fuerte Rachel me dije en voz baja.
-        Pero, ¿y si pasa algo?, los caballos, la casa, nosotros, todos nos hundiremos…
-        Me da miedo pensar en ello, en todas las cosas que dejo aquí, lo que harán con ellas… promete una cosa Rachel, cuida de ellos, por encima de todo, mide tus palabras y tus pasos y aguanta hasta que esto acabe… Will
Bajé del caballo gritando y sollozando mientras mi tío me agarraba e intentaba calmarme.
Los dos caímos al suelo y nos abrazamos, me cogió la cara y me miró a los ojos
-        Eres diferente a los demás, eres única y especial desde que naciste, haz ver al mundo lo que tu cabeza tiene guardado y lo que sientes a través de tus ojos cuando ves todas estas injusticias, puede que el mundo empiece a madurar de la misma manera que lo estás haciendo tú, se fuerte pequeña. Will
Aquellas palabras me consternaron y se clavaron en mí como si de agujas se tratasen, desde aquel día no volví a saber nada de él, pero estoy segura que, si murió, murió feliz sabiendo que volvería a reencontrarse con la persona que más había amado.
En el camino hacia casa empezó a llover, la naturaleza que tanto amaba a mi tío también lloraba por él. Miré a mi madre, estaba temblando, no era capaz de abrir el bolso, le temblaba la boca, las manos, todo el cuerpo, hasta que pudo sacar un pañuelo con el que se secó los ojos.
Le toqué el hombro pues yo iba en la parte de detrás del coche y le dije: nada os pasará si estoy con vosotros, yo os protegeré a ti y a mis hermanos.
Me tocó la mano y empezó a acariciarla, era suave y caliente y me tranquilizó.
Al llegar a casa solo recuerdo estos acontecimientos.
Lo pataleé, lo llamé de todo y aun así no conseguía frenar la rabia que en mí llevaba, mi madre gritaba basta, mi hermano lloraba y todo parecía una peonza que giraba y giraba sobre un mismo punto sin avanzar a ningún sitio.
No podía parar de llorar ni de gritar el dolor que en mí de llevaba, mi padre intentaba sujetarme agarrándome las muñecas y mientras me gritaba, pero apenas podía entenderle, estaba tan sumida en ese estado de paranoia que solo veía como se movían sus labios.
Caos, descontrol, desolación, furia, violencia, todo, absolutamente, todo giraba a mi alrededor. Conseguía mantenerme en pie mientras intentaba patalear sus asquerosas y cobardes piernas, hasta que empecé a verle cada vez peor, su cara era cada vez más borrosa y ya no solo dejé de oír, sino que también dejé de ver.
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escritoamano · 5 years ago
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Agua salada y heridas abiertas
CAPÍTULO 2
 Perdí la noción del tiempo mientras íbamos de camino a nuestro nuevo hogar, varias veces intenté vencer el sueño que de mí se apoderaba, pero, era inevitable no pegar alguna cabezada que otra. Mi hermano Jacob estaba acurrucado bajo mi regazo, dormido cual pequeño cachorro, el no merecía vivir todo esto.
Apenas hubo palabras entre nosotros durante el viaje, tan solo miradas cabizbajas y rostros cansados mirando por la ventanilla. Detrás de nosotros iba otro cochero llevando más pertenencias nuestras.
Poco a poco el sol iba haciendo acto de presencia en el cielo, no sabía qué hora era, pero calculé que llevábamos horas viajando en aquel incómodo coche.
Empezamos a entrar como en un camino rodeado de frondosos árboles y un tanto deteriorado. Mi hermano Jacob ya iba despierto. Mi madre nos miró y nos dijo: Ya casi estamos en nuestro destino. Miré hacia delante y empecé a divisar una hermosa casa en el lado derecho de la travesía, mi hermano empezó a gritar ¡nuestra casa!, por un momento nos olvidamos de las preocupaciones y empezamos a limitarnos a observar.
El coche paró frente a una gran puerta con barrotes de hierro pintados de negro, era una puerta muy alta y parecía resistente, los barrotes llegaban hasta arriba y se fundían en maravillosas figuras creadas por hierro forjado. A cada lado de la puerta había dos columnas de ladrillo envejecido y en sus puntas un bolín dorado. Toda la casa estaba rodeada de una valla también de hierro prácticamente cubierta por setos perfectamente podados.
Las puertas se abrieron, bueno, las abrió lo que parecía ser un criado. Y entramos tanto nosotros como el cochero de detrás. Seguimos un camino muy cuidado y perfilado por piedras blancas que llevaban hasta una rotonda, en cuyo centro tenía una fuente. A los alrededores de toda la parcela crecía césped y florecían hermosas flores, haciéndose notar el esplendor de la primavera.
Demasiado perfecto era todo, me dije a mí misma. Bajamos del coche todos y mi padre en tono orgulloso dijo: ¿qué os parece la nueva casa?, mi hermano eufórico gritó ¡es preciosa padre! ¡aquí puedo construir una cabaña!
La verdad es que no estaba mal aquel sitio parecía tranquilo y seguro, sobre todo para el nuevo miembro de la familia. Subimos las escaleras que llevaban hasta el porche de la entrada, las escaleras eras de mármol grisáceo. El porche era enorme y tenía unas sillas blancas con una mesa para poder tomar té, o cenar al aire libre, ahora que llegaba el buen tiempo. La fachada de la casa se componía de grandes cristaleras, y una puerta doble, la cual era blanca y de madera. Tenía dos plantas y supongo que muchas habitaciones.
Nos abrió otro sirviente, su cara no parecía muy alegre, supongo que no es el mejor trabajo del mundo. Al entrar tenía un recibidor muy grande con un perchero de madera marrón y barnizado. Lo típico, un paragüero, dos pequeñas butacas rojas a cada lado y otra puerta que daba de nuevo a otra estancia compuesta por varias puertas, empezamos a pasar entrando por cada una de ellas. Pude darme cuenta que en esa estancia principal había en el suelo una gran alfombra mullida, con los bordes dorados, y colores rojizos.
La puerta que estaba a la izquierda daba a un comedor compuesto por una gran mesa rodeada de sillas, encima de la mesa había velas perfumadas y flores recién cortadas. Al fondo de aquella sala rectangular había un cuadro de perros cazando. En el lado izquierdo de la mesa había un ventanal que llegaba hasta el suelo, y donde podía verse la fuente del exterior.
Salimos y fuimos al salón que estaba en frente del comedor, me pareció increíble, todas sus paredes estaban cubiertas de estanterías con libros, sofás aterciopelados a los pies de una majestuosa chimenea, que, por supuesto, estaba encendida. En la esquina había una gramola con una larga mesa llena de botellas de wiski y cubiteras listas para servir la sed de mi padre, que rápidamente se acercó y se sirvió un vaso.
En frente de la gramola había un piano negro y brillante, esperando ser tocado.
Todos se quedaron allí y yo me subí a la planta de arriba para coger mi habitación, para subir a la segunda planta tenías que pasar por la puerta de la cocina la cual estaba llena de gente colocando fruta, partiendo y desmenuzando pollos, el jaleo que había allí era impresionante. A mí no me hacía falta toda esa gente para servirme, me parecía excesivo todo ese personal.
Subí y rápidamente me enamoró una de las habitaciones cuya ventana daba a la parte trasera de la casa y se podían ver las grandes montañas al fondo. Un momento, pensé mientras observaba fijamente por la ventana al fondo donde se podía ver la grandeza de las montañas. ¿Qué es ese humo? Daba por asegurado de que estaba a kilómetros de la casa, y mi escasez visión no me permitía ver más allá que una cortina de humo subiendo lentamente hasta el cielo.
Cada vez ese sitio me estaba abrumando más, pero a la vez hacía despertar mi curiosidad.
Déjame recuperar el aliento, ya no tengo edad para estar aquí tanto rato sin callarme ni tragar saliva, le dije a mi nieto. Me levanté como bien puede del sillón y me acerqué a la cocina de mi pequeña casa. Tomé un sorbo de agua y de nuevo volví al salón, al mirar hacía la ventana me di cuenta de que llevábamos demasiado tiempo conversando.
Sonó el timbre y era mi hija, tan guapa y sonriente como siempre, Valerie, no pude llamarla de mejor manera, representa toda su belleza y amabilidad.
-          Hola mamá, vengo a por el cabezón de tu nieto Daniel, cuando he llegado de trabajar estaba tranquilamente tomándome una infusión cuando me acordé de que tenía un objeto perdido, y como no, sabía que iba a estar aquí contigo. Valerie
-          Hemos perdido la noción del tiempo, mientras hablábamos de sus batallitas del pasado. Daniel
Mi hija me miró, sabía perfectamente lo que su mirada me estaba diciendo, yo solo pude contestar:
-          Es demasiado mayorcito para oír esas historias, pequeña Valerie.
-          Ya no soy aquella pequeña niña que tenía que calmarte en mitad de las noches cuando las pesadillas te despertaban mamá. Valerie
-          Ahora he aprendido a manejarlas yo sola, cuando me persiguen en la oscuridad de la madrugada. Dije con voz firme pero pausada.
La puerta se cerró y de nuevo me quedé sola con mis recuerdos, mis baladas de aquella vieja gramola, mis primeros pasos de baile…
Me senté de nuevo en mi sillón preferido, donde he vivido tantos y tantos momentos, y como de una escena de película que repiten una y otra vez el fuego de la chimenea me llevó a los recuerdos de mi juventud, cerré mis flácidos y arrugados parpados que rápidamente hicieron brotar una pequeña lágrima la cual recorrió mi agrietada cara hasta desembocar en mis labios. Tragué saliva, y me dije a mi misma agua salada para heridas abiertas.
Poco a poco el cansancio se fue apoderando y mis ojos se fueron cerrando mientras miraba plácidamente el chisporroteo de las llamas.
¿Rachel? Ey ¿me oyes?, abrí los ojos y allí me encontraba, en el jardín de aquella preciosa casa, no muy grande, pero era mía. No podía ser posible, sabía que estaba soñando. Que ojos tan profundos, que verde esmeralda tenían, me perdía una y otra vez cada vez que los miraba…
Te habías quedado dormida en mitad del jardín, ¡podría haberte picado cualquier bicho!
Mi pequeño rayo de esperanza tan ingenuo y compasivo, siempre fuiste tan bondadoso. Que manos tan grandes y rudas, que me protegen y me cobijan, que brazos tan fuertes que me sujetan en la marea…
Qué pena, que esto solo sea un sueño y poco a poco te desvanezcas, y qué lástima que ya solo sea una anciana llena de recuerdos, cansada de que nadie la oiga y de que esta historia no cruce fronteras…
Nos volveremos a ver.
De repente me desperté con una sonrisa en la boca, sabía que en mis sueños me visitaba, y que nunca estaba sola. Creo que era hora de irse a dormir y descansar la mente, el día había sido demasiado agotador y sabía que en cuanto llegase la tarde el timbre de mi puerta volvería a sonar, mi nieto era tan curioso, que me recordaba a mí en mi juventud.
Entré lentamente en mi cama, y poco a poco empecé abandonar el mundo real para sumergirme en el de los sueños. Hasta mañana, si dios quiere.
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escritoamano · 5 years ago
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Agua salada y heridas abiertas.
CAPÍTULO 1
 Año 2010.
Aún recuerdo toda mi adolescencia allá por los cuarenta… Ahora soy una mujer anciana sentada en mi sillón, viendo plácidamente la leña como arde, haciéndome recordar como ardió mi adolescencia.
Me llamo Rachel Wiston vivo en Berlín y aunque los tiempos han cambiado y esto ya no es lo que era, aquella etapa de mi vida quedó marcada en mi corazón. Mi nieto de quince años me miraba fijamente sin perderse ningún mínimo detalle, en sus ojos se podía leer perfectamente cómo me pedía más, y en aquella fría tarde de invierno alemán, llegué a la conclusión de que era el momento de contárselo…
Tenía diecisiete años, una niña alta, rubia, ojos azules que vivía en Berlín y era la hija de un general de las SS, pero aun así no sabía muy bien que era ese tema de los “judíos”, o porque el país estaba en esa situación, mi preocupación era que vestido llevar cada día.
Vivíamos en Berlín capital, pero tras varios ataques y múltiples alarmas de peligro, mi padre decidió que nos mudásemos a una casa alejada, en mitad del campo, con un jardín y unas inmediaciones inmensas.
Antes de mudarnos a esa casa dejada de la mano de dios, solía recordar el aroma de chocolate caliente como un recuerdo dulce y familiar, de mi rutina de cada mañana para ir al colegio, bueno, más bien el “colegio de chicas mayores”.
Mi padre no solía estar por las mañanas en el desayuno, aquella mañana sí estaba y no creo que fuesen para buenas noticias, sería mi último desayuno en la casa que yo me crie…
Aquella mañana me estaba peinando cuando entró a mi habitación el impertinente de mi hermano Jacob el cual tenía siete años. Solía correr por el pasillo jugando a peleas y batallitas con los mucosillos de sus amigos, Joaquín y Peter.  A veces lo odiaba, pero en el fondo era mi razón de sonreír, siempre estaba ahí para sacarme una sonrisa, él era cual brisa de verano que entra por la ventana al amanecer, tan espontaneo y vivaz…
-          ¡PARA JACOB NO COJAS MIS COSAS!
-          Mamá está abajo con papá vamos a desayunar (hizo un gesto de burla con la lengua)
Al escuchar esas palabras salí escaleras abajo como alma que lleva el diablo ya que mi padre nunca estaba en el desayuno.
Al llegar a la cocina ya estaba mi hermano al lado de mi madre recostado en su barriga de ocho meses de embarazo, ¡qué rápido es! Mi madre estaba en la silla con las manos atrás en la espalda, al verlos juntos, uno al lado del otro, mi mente no podía dejar escapar el gran parecido de ellos dos, pelo castaño, ojos grisáceos, nariz fina, labios carnosos eran dos piezas iguales.
En cambio, yo era más niña de papá, complexión fuerte, buena estatura, rasgos sutiles y elegantes y pelo claro acompañado de unos ojos grandes y azules como el cielo.
Mi padre nos miraba fijamente y con una sonrisa de oreja a oreja. Frank Wiston, estaba de buen humor al parecer…
-          Sentaos, hijos. Frank
Nuestros padres se miraban fijamente, pero a la vez un poco distantes y fríos.
-          Hoy vamos a desayunar chocolate caliente como tanto os gusta. Mamá
En el fondo me sentía bastante nerviosa, pues aquella situación me desesperaba y me desconcertaban aquellas miradas de preocupación.
-          Voy a ser claro, vivir aquí no es seguro, por lo que, mañana nos mudaremos a una bonita parcela alejada de la ciudad, y donde podré tener mi trabajo más cerca y estaremos más tranquilos. Frank
-          Mi NO es rotundo, contesté.
-          Me da igual que te niegues está decidido. Frank
Mi hermano básicamente ni pestañeó y no añadió ningún comentario al respecto. Mi madre siempre callada y pura hacia mi padre se limitó a mirar hacia al suelo y suspirar, varios minutos de silencio pasaron hasta que las palabras de mi madre rompieron con él.
-          Es lo mejor para todos, y para el bebé que viene en camino.
No recuerdo antes ver a mi madre enfuscada hacia mi padre ni decirle una palabra más alta que otra. Simplemente ella se limitaba a afirmar todo lo que mi padre decía, solo por el hecho de no complicar más la cosas.
Mi madre procedía de una familia bastante humilde al norte del país, en un pequeño pueblecito llamado Osdorf. Se llamaba Emma Degenhart.
Me puse mi uniforme, cogí mi mochila y me dispuse para irme al colegio, siempre recorría el mismo camino, doblaba mi esquina corría hacia la plaza de la fuente, torcía hacía la calle de la derecha, me paraba en la tienda de caramelos y compraba siempre tres, uno me los comía antes de entrar, otro en el recreo y el ultimo al salir de clase y siempre de menta. Al salir de la tienda esperaba a mi amiga Norah, ella era morena, piel clara, de complexión bastante delgada y ojos muy oscuros.
Estudiábamos en un colegio de monjas formado solo por niñas, era bastante estricto y forjado bajo las bases de la religión católica.
El único profesor laico era el señor Vicent, y nos impartía la asignatura de literatura. Era un profesor muy inteligente y no se limitaba a enseñarnos lo que los libros explicaban, nos hacía ver más allá de lo que el sistema nos deja ver y aprendíamos mucho con él, mi padre solía expresar lo poco que le gustaba dicho profesor. Durante una de sus clases decidí contarle a Norah la noticia
.
Escribí una notita:
Norah, mañana nos vamos de la ciudad a un sitio bastante lejos de aquí, mi padre dice que la ciudad ya no será segura.
Estaba sentada dos pupitres más hacia delante de mí, le susurré bajito y le tiré la nota en sus pies mientras el profesor se giraba hacia la pizarra. Nada más abrirla y leerla se giró bruscamente y me miró inclinando sus cejas hacia arriba expresando asombro. Se dispuso a escribir otra nota ella:
¿Y me lo dices ahora?, no sé qué decir al respecto, la verdad es que las cosas cada vez están empeorando más, en los periódicos que quito a mi padre solo se leen desgracias y múltiples masacrares, pero yo no me quiero quedar aquí si tú te vas…
La arrugué fuertemente intentando reprimir mediante ese gesto toda mi ira. Mientras me disponía a escribir otra notita el timbre sonó y las clases habían acabado hora de volver a casa.
Salí la primera de clase y tras mí, Norah intentaba seguir mi ritmo.
-          ¡Puedes frenar un poco? Norah
-          Es mejor dejar las cosas así, cada una por su sitio y con su familia, al fin y al cabo, es lo más importante. Dije…
-          No quiero que te vayas sin antes darme un abrazo y prometerme que alguna vez me escribirás… Norah
Cogí aire y junto al mismo todas mis fuerzas, abrí mis brazos y la abracé fuertemente expresando sin palabras que no quería que se fuese de mi lado jamás, nos habíamos criado juntas desde pequeñas y todos mis sueños habían sido compartidos junto a ella y ahora yo me iba de allí, de su vera.
Rompimos en un llanto mutuo, mientras la gente y las demás compañeras pasaban por nuestro lado sin percatarse de la situación siendo invisibles frente a sus ojos.
Tenía diecisiete malcriados años, que te voy a contar, hasta entonces había vivido prácticamente entre algodones. Aquella situación se me hacía un mundo y aún no había llegado lo mejor…
Llegué a mi casa, tiré todas mis cosas en el recibidor, mientras me percataba la cantidad de cajas y macutos que ya se amontonaban en él, gente de un lado a otro bajando y subiendo cosas por las escaleras, subí a mi habitación y prácticamente estaba vacía tan solo estaba mi cama y por supuesto debajo de ella mi caja de los “recuerdos” donde guardaba entradas de teatros, envoltorios chulos de chicles, cartas, postales…
Bajé de nuevo y aunque estaba en medio de ese caos mis tripas hacían acto de presencia avisándome que tenía que comer. Bajé a la cocina y una de las cocineras me sirvió un plato de sopa caliente que comí, como de costumbre, sola en el salón…
Cuando acabé de comer fui directa a buscar a mis padres. Llegué a su habitación y la puerta estaba medio abierta. Estaban hablando y mi madre lloraba sin cesar.
-          Frank toda esta situación me supera y a los niños también. Emma
-          Sabes que no es seguro estar ya aquí, tarde o temprano ocurrirá lo peor. Frank
-          No es el sitio ideal donde vamos, estamos demasiado cerca de ese sitio, no quiero que mis hijos pasen por esto. Emma
-          Como tú dices, tus hijos no pueden vivir toda la vida entre rosas y algodones tienen que ver la realidad, salir de la burbuja. Frank
-          Quiero lo mejor para ellos, algún día esto acabará. Emma
-          ¿El qué? Frank
-          La guerra. Emma
Me fui rápidamente de allí y pensé que sería mejor preguntarlo en la cena… fui a mi habitación y me senté en la cama, los sollozos de mi madre y los gritos de mi padre era cada vez más fuertes y empecé a llorar, era todo tan horrible, no entendía nada… Sufrí mucho en aquel tiempo contaba a mi nieto Daniel mientras el aún seguía boquiabierto.
Llegó la hora de la cena y al llegar al salón estaban mis abuelos paternos, me llevé una gran sorpresa. En la cena estaba mi padre hablando con mi abuelo de la guerra, pude oír algo sobre campos de concentración, en ese momento mi madre le dio un codazo a mi padre y se calló.
Sabía que a mi madre no le gustaba lo que estaba ocurriendo en aquella epoca. En ese momento me acordé de la pregunta que tenía que hacer a mi padre.
-          Padre, ¿por qué estamos en guerra?
-          Esto…
Mi madre salió del salón, y con el ceño fruncido mi padre volvió a hablar:
-          No soy yo quien te lo tiene que explicar, para eso vas al colegio.
-          Eso a mí no lo explican en el colegio, en el colegio aprendemos grandes autores, matemáticas…
-          Ya me imaginaba que tu profesor de pacotilla el señor Vicent no iba a hablar de ese tema, por eso a partir de mañana tendrás un tutor, tu propio tutor. Frank
-          ¡¿Mi qué?!, respondí.
-          Ya lo has oído y no me vuelvas a subir el tono otra vez. Frank
En ese momento, mientras el ambiente en la cena estaba más que caliente, varias sirenas de ambulancias se oyeron en la calle.
Todos corrimos rápidamente hacia un extremo de la mesa abrumados por los estruendos que se estaban oyendo, mientras mi padre decía una y otra vez tenemos que irnos ya de aquí.
Mi madre puso la radio, intentado buscar alguna emisora en la cual nos diese respuesta a lo que estaba pasando fuera. Cuando oí la noticia mi corazón se paró en seco. Empecé a escuchar que habían tirado bombas en mi colegio.
Empecé a llorar de la impotencia y de saber que no volvería a ver al profesor Vicent nunca más. Pegué un salto de la silla y salí corriendo al jardín mientras mi madre salía corriendo detrás de mí, me agarró del brazo y me dijo que era peligroso salir fuera. La abracé mientras me hundía en un llanto doloroso. Me subió a mi habitación y me dijo que al amanecer tendríamos que partir a la nueva casa, un momento, ¡no podía despedirme de Norah, ni del panadero de la esquina, ni de Rebekah la chica que vendía golosinas…!
Estaba en mi sueño más profundo cuando mi madre vino a la habitación y me sobresaltó diciéndome que teníamos que irnos ya, aún no entraba luz por la ventana, pero según mi padre era más seguro irnos antes de que amaneciese. Empaquetamos las cosas y nos montamos todos en el coche, sin decir adiós, tan sólo mirábamos hacía delante intentando empezar una nueva vida.
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escritoamano · 7 years ago
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Me declaro culpable antes de que me inviten a tirar la primera piedra, porque para excusarme soy perfecta pero el arte de mentir no se imparte en ninguna academia aunque algunos podrían ser emprendedores y dedicarse a dar un par de clases a la semana, o tres, las que haga falta. Podría decir que por derecho me corresponde la mitad de tus decisiones, y que ilegitimamente soy propietaria de tus malas rachas, ya que mentir nunca se me dio bien pero si tengo que huir mis excusas son perfectas, y en nombre del amor he cerrado mas puertas que abierto mentes por miedo a que me mientan y se ría de mi la gente. Y en definitiva prefiero ir ligera y con la conciencia libre sabiendo que hay gente que ya no camina, sino, que se arrastra porque en más de una ocasión escondió la piedra en el bolsillo y saco la mano vacía.
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escritoamano · 7 years ago
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¿En qué palabras caben las ideas que quieres expresar? Estoy enredada en mi propia mierda y no encuentro la salida que me lleva al estado de climax, súbito, deseado, calma después de mis mil tempestades, solo amaina cuando levanto la bandera de mi propia religión, devastada frente a un espejo con un reflejo algo alterado, algo caprichoso y maquiavélico, donde algunos días muestra lo mejor de mí y otros me hunde mostrando mis debilidades, miedos, paranoias y complejos. ¿En qué ideas caben las palabras que quiero expresar?...
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escritoamano · 7 years ago
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Culpable me declaro de haberte conocido y es que ya sabía yo que el dolor iba a peor cuanto mas crecía el amor. Es que los golpes ya no duelen si tu me pides perdón y calmas mi dolor con fuerza y gritando mas que yo, para que nadie oiga alrededor. Que gesto de educación limpiar por mí el desastre que dejo a mi paso y la sangre que llevo en mis pies. Quizás sea demasiado tarde cuando me quites la venda y vea los moratones del alma como crecen y no se curan aunque me digas que no volverás. Quizá algún día el amor que te profesaba me envenena la garganta y me afixia con fuerza hasta que ya no escuche más voces y solo escuche el débil latido de este corazón luchando por sobrevivir en mi interior. Y quizá esperando que cambie, algun día me de cuenta que fue demasiado tarde para escapar, y no tendré la llave para abrir la puerta del sitio donde estoy encerrada y vendras a dejarme flores a mi fachada aunque no sea nuestro aniversario y aqui dentro no las puedo oler.
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escritoamano · 7 years ago
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Ella teje, teje que teje un monton de amargura y miseria, está cabizcaída con el alma rota y esquiva. Y a la luna miraba to los días con la miraita perdía mientras cristales partía. Luna confidente observa su pálido vientre mientras merce una cuna vacía hecha de sueños rotos y lágrimas negras y frías.
Nonato
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escritoamano · 7 years ago
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Somos un conjunto de recuerdos, olores, sensaciones, citas y costumbres. Somos de quién nos deja ser, de quien nos deja expresar todo este batiburrillo de emociones y pensamientos y no nos juzga, no lo hará, simplemente escuchará e intentará entrelazar y ordenar cada una de las piezas de nuestro yo, formando un ser. Me refiero al ser, a ese que despierta cuando percibe el olor de ropa limpia y viene a su mente el recuerdo del patio de su abuela donde solía correr entre las sábanas que estaban tendidas y ondeaban libres a merced del viento templado de la primavera. Me refiero a ese ser, sí, al que con un simple OLOR percibió una SENSACIÓN , un RECUERDO y desde entonces ACOSTUMBRA a lavar la ropa con ese perfume. Porque el conocimiento que poseemos proviene de nuestra alma, nuestro ser y esencia y solo necesitamos tocar la propia forma para acceder a él, o... Espera... Creo que esto lo leí en una famosa CITA...
REMINISCENCIA
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escritoamano · 7 years ago
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En los ojos del que sabe mirar no existen filtros ninguno, pues es capaz de observar cada detalle mas profundo. En mi ojos guardo un mar lleno de anhelos, suspiros y miradas curiosas que intentaron enfocarse en algun punto de no retorno. Guardo en ellos un diccionario entero de palabras no adecuadas, insinuosas e inapropiadas que por mi bocan no pueden salir, y solo pueden ser expresadas en esas miradas esquivas, que se cuelan temerosas entre la gente buscando una respuesta en los ojos del que sabe mirar.
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escritoamano · 7 years ago
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Entre la multitud de una sociedad que vive al límite deje de sentirme perdida y empecé a contar adoquines, uno y otro y otro me hacían olvidar este corazón roto. Aún con los pies cansados mi cuerpo no paraba de caminar intentando no pensar, intentando olvidar. Los adoquines se acabaron y tras mi paso deje una hilera de recuerdos sucios y desbaratados. Y con los pies doloridos y el pecho abierto no me quedo más que un par de cigarrillos consumidos por el viento. Intente despojarme de todo aquello que me hacía retroceder, borradme la memoria que ya no quiero volver. Volver a días nublados y ojos cansados de ver siempre lo mismo, caras largas, prisas y besos forzados que se dejan caer en el abismo. En este estado unánime donde el público y las críticas soy yo misma no necesito a nadie para ganarme una buena carisma. Me necesito yo, pa' mí misma, pa' siempre.
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escritoamano · 7 years ago
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Las respuestas a esas preguntas retóricas que hace tu mente en cada momento, están en la consecuencia de los actos que haces cada día.
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escritoamano · 8 years ago
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Amigos de las barras de los bares, amigos de fiestas, amigos de un café o colegas a pares. Amigos de te quiero infinito pero infinito llegó y se quedó en un hasta pronto y mas bien corto. Digan lo que digan uno nunca olvida donde se crió y quién acompañó sus pasos mientras creció , uno no olvida sus raíces ni donde vivió. Los años no pasan, sino que pesan. Los errores que hayas cometido no pesan, sino que pasan. Y vivas donde vivas, viviendo a tu manera, viviendo mejor o peor o tal vez no viviendo como tu quisieras, nunca olvidas quién te acompañó cuando los errores pesaban más que pasaban, nunca olvidarás a los amigos que pasaban tardes soleadas de primaveras en el mismo lugar de siempre a la misma hora de siempre, en la calle donde te criaste, la cual te hacia recordar que los años a su lado no pesaban, sino que pasaban de forma fugaz.
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escritoamano · 8 years ago
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Me dijeron que las palabras se las lleva el viento, entendí que los hechos se olvidaban con el tiempo...
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escritoamano · 8 years ago
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Si me quieres que sea a ratos, pero mejor en los malos, cuestan más y no son tan baratos, ni me pongas excusas buscando 3 pies al gato. De lo malo se aprende, de lo peor aún más, si me quieres hazlo bien, no prefiero que me quieras hasta rabiar. Cuentame los cuentos que quieras a cada rato, que si me vendes liebre por gato, que si te tengo pató. La cuestión es que en cada palabra que digas milimétricamente encaje con los huecos de mi corazón, da igual si en lo que digas lleves razón o no, que la que tiene que juzgarte soy yo.
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escritoamano · 8 years ago
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"Toquemos mientras se hunde el barco en el que estamos subidos y cuando el agua nos llegue por las rodillas elevemos el tono, ignorando que todo a nuestro alrededor se está derrumbando."
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escritoamano · 8 years ago
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Being imprisoned in your own prison
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