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Os dedicado a @khonor
El hilo rojo
Años atrás la idea de compartir destino con otra persona era impensable, se tenía le certeza de que la vida no podría controlar el futuro, mucho menos en algo como el amor.
Y en cierta parte tenían razón.
Cuando se descubrió que el hilo rojo era real, y que es posible sentirlo atado a tu meñique cada que ves al supuesto amor de tu vida, el mundo cambió para todos. Con el tiempo también se encontró la forma de verlo o tocarlo; difícil, pero no imposible, pues había personas con un corazón tan abierto al amor que lograban percibirlo.
Este era el caso de Horacio. Desde niño soñó con encontrar al amor de su vida, amar a esa persona tan especial y ser amado por el resto de su existencia. No creyó que las cosas serían tan complicadas.
Jamás olvidaría el día que llegó a Los Santos, el día que conoció a Viktor Volkov, su amor destinado.
Sería imposible borrar de su corazón la emoción que sintió cuando al presentarse un fino hilo rojo se hizo presente, atado receloso a su meñique y el del comisario, uniéndolos.
Las cosas iban bien a su parecer, pues tras entrar al cuerpo de policía los acercamientos comenzaron. No sabía si Volkov igual vio el hilo que los ataba, así que no lo dijo y espero a que las cosas fluyeran.
Creyó haber recibido las señales correctas, los abrazos y felicitaciones no podían ser pequeñas declaraciones de amor sólo en su mente. Así que se arriesgó.
Ese fue su gran error.
No esperaba terminar con un corazón roto, aunque el dolor duró muy poco, puesto que las palabras del comisario le dieron a entender que no todo estaba perdido.
Decidió que le daría su tiempo y espacio, esperaría a que las cosas se calmasen en la ciudad y se daría más tiempo para conocerlo. Quizás había sido demasiado apresurado para el mayor.
La vida siguió su curso, y el tiempo, tan maldito como siempre, tuvo la osadía de avanzar con extensa lentitud, impidiendo el desarrollo del joven amor que esos dos hombres podrían profesar.
Pese a todo, seguía firme en sus convicciones. El ruso se enamoraría de él y podrían estar juntos, queriéndose y cuidándose por el resto de sus vidas.
Despertó con el estruendoso sonido de una alarma, indicando que ya era hora de ir a trabajar. Talló sus ojos tras apagar la alarma, salió de la cama y se dispuso a ir a trabajar.
Quizá no fue lo indicado, o quizá fue el momento adecuado, una treta de la vida para hacerlo abrir los ojos, para sacarlo de esa fantasía; pero quien podría decir que un día tan común y corriente como lo era el martes se convertiría en el cruce de un camino completamente diferente al que imaginó.
Se dirigió a comisaría, listo para lo que le disponga la vida, aunque esto no sean más que multas, pues tan pronto como llegó fue enviado a recibir denuncias.
Sin duda estaba siendo una tarde aburrida, con denuncias absurdas y poco personal tanto para patrullar como para atender el recinto. Por ello fue que tan pronto como saltó un código 3 y sus compañeros solicitaron apoyo confirmó su presencia y subió a su patrulla designado.
Llegó en un tiempo récord, motivado ante la posibilidad de que algún otro oficial le quite el "puesto" y tenga que volver a redactar denuncias. En la zona había ya dos patrullas y tres oficiales, así que podía unirse sin problema a la negociación.
Fue rápido, las negociaciones se rompieron y tuvo que correr a cubrirse y abrir fuego contra los atracadores. Más pronto que tarde lograron abatirlos a todos.
Tuvieron que llevar a los heridos al hospital a falta de personal, por lo que subió a uno de los sujetos a su patrulla y condujo hasta el hospital.
Lo que sucedió después fue lo más insólito, aquel momento de inflexión que le haría abrir los ojos.
Puede que en el fondo se temía que algo así iba a pasar, solo intentaba encerrar tales pensamientos en lo más profundo de su mente, enterrar tal idea.
Mientras avanzaba por los pasillos del hospital vislumbró a Conway salir del baño y dirigirse a lo que parecía ser la cafetería. Sonrió para sus adentros, planeando alcanzarlo allá. Tal vez una visita mientras esperaban no le vendría mal.
Lo siguió hasta el comedor, viéndolo sentarse solitario en una de las mesas del centro. Estuvo a punto de hablarle, de cruzar la puerta de cristal y tomar el lugar a su costado, cuando en la mesa contigua divisó a quien parecía ser Volkov.
No llevaba uniforme, por lo que obviamente no estaba ahí por trabajo; en su lugar, portaba una fina chaqueta de cuero por sobre su camisa azul, sus pantalones de vestir a juego con sus típicos zapatos negros. Claramente era su estilo, pero se notaba el esfuerzo en la vestimenta. Seguramente hasta se había rociado de ese suave y profundo perfume que pocas veces le olió llevar.
Se quedó pasmado, aún tras el ventanal, no por la sublime presencia del comisario, sino por la bonita mujer que a su lado tomaba su mano, sacudiendo su cabello con coquetería.
La tenue sonrisa en su rostro se desvaneció hasta volverse inexistente, llevándose con ella toda esperanza de vivir un fuerte amor por el que se levantaría cada día esperando el siguiente amanecer.
Pudo ver la sorpresa de Conway al mirarlo de reojo mientras daba un sorbo a su café, por supuesto no se esperaba que Horacio apareciera por ahí, luciendo sus apagados ojos a punto de llorar.
No tuvo tiempo para reaccionar, pues el moreno había huido despavorido en cuanto había sido descubierto. Lo siguió hasta el estacionamiento, donde Horacio yacía sentado, cubriendo su rostro con las manos, oculto ante miradas ajenas.
Conforme más se acercaba podía escuchar los sollozos del menor, la gente a su alrededor dedicando miradas de pésame, suponiendo que su llanto se debía a una posible pérdida y no a un corazón roto.
—¿Estás bien? —Preguntó el mayor.
—Sí —susurró en respuesta —. Supongo que en el fondo siempre lo supe, ¿cómo podría amarme? —Secó sus lagrimas con el dorso de sus manos, respirando profundamente para aliviar su llanto y tranquilizar sus emociones.
Se levantó sin más, ante la atenta mirada de su superior.
—Puedes tomarte unos días si quieres —Ofreció, después de todo era lo único que podía hacer tras indirectamente causar el malestar en aquel que consideraba un hijo.
—No hace falta super, solo quiero un rato para pensar.
—Bien, entonces me iré, sabes que puedes hablarme si lo necesitas. —Le dirigió una última mirada cargada de lástima antes de volver a entrar, arrepentido en demasía por no darse cuenta antes de lo fuertes que eran los sentimientos de Horacio.
Afuera, respirando pausadamente, el crestudo intentaba organizar sus pensamientos. No mentía, estaba mentalizado para una situación así, sin embargo esperaba que nunca fuera a suceder.
Quería regresar, entrar a esa cafetería y gritarle su amor en la cara. La verdad sobre el hilo en sus meñiques.
Entonces fue que lo sintió, un tirón en su dedo, una ligera pero firme presión que iba en aumento, extendiéndose por su brazo. Al agachar la mirada cayó en cuenta de que era su hilo rojo, la cadena que unía su alma a la del comisario.
Pero entre todos sus pesares pudo percatarse de algo, y es que aparte de verlo, lo podía sentir. ¿Quizá incluso podía... tocarlo?
Con su otra mano tocó un extremo del nudo, casi jadeando ante la impresión. Un fugaz pensamiento llegó a su mente:
El hilo del destino no puede partirse, ¿pero y si lo desataba? Sabía que era una decisión que no debía tomar solo, después de todo no era el único afectado, pero la imagen del ruso contento, saliendo con la doctora le hizo comprender una cosa, y es que la elección ya había sido tomada.
Tomó la punta del lazo, aguantó la respiración y cerró los ojos, sobrepasado por la situación.
No quiso pensarlo mucho, tiró del extremo. Abrió los ojos y su meñique estaba libre, de inmediato sintió una ligereza embargarlo.
Amaba a Volkov, pero al menos ahora era libre de tomar su propio camino, y eso iba a hacer.
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