Tumgik
estampillasyrelatos · 6 years
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5.
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Es cierto que mi trabajo es muy artesanal. Disfruto de cada parte del proceso, desde que una idea se asoma en mi mente, incluso una punta de esa idea, una chispa, un granito de arena. También es cierto que este es de mis favoritos —quizás el más, pero no lo diré para no avivar los celos de mis otras creaciones—.
Suelo buscar la pieza de madera en un parquecito cercano. Siempre es una pieza, nunca un tronco o un tablón. Y siempre la encuentro en la naturaleza. Habrá quienes digan que la figura ya estaba allí de antes, protegida por capas de madera. No es así para mí. La pienso como materia prima y, a partir de allí, la tallo parte por parte. A esto lo hago siempre por la siesta, con luz natural. Imagino que eso ayuda. Una vez que tengo el cuerpo completo, lo visto. Ahí es cuando cobra vida. Cuando, adornado, me observa feliz. Y yo lo observo a él. Esto último es, sencillamente, regocijante.
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estampillasyrelatos · 6 years
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4.
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—¿Está listo, Señor?
Si le hubieran preguntado eso, probablemente no habría sabido qué responder. Aunque jamás lo habría admitido. Él preferería ser recordado como el hombre risueño y bonachón que era, generoso con todos, humilde y servicial, afecto a dar, sabiendo que siempre obtendría algo a cambio, casi nunca de índole material.
Aunque esto importara, claro. “No hay otra realidad más palpable que la tierra bajo nuestros pies”, solía decir. Podría haber agregado que el mar alrededor de ella también era (¡y vaya si lo sabía!) muy pero muy real. Y hubiera combinado con su sentido del humor, de esos valiosos que suelen derribar las barreras de los más desconfiados. No habría sido bueno en su trabajo, de los mejores de su tiempo, si no hubiera sido el dechado de virtudes que era.
Por eso, seguramente, le habría agradado que no lo retrataran así, tan serio. Tan con su cara de todos los días.
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estampillasyrelatos · 6 years
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3.
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La brisa nunca estaba en calma en esta zona. La cercanía del mar con su oleaje agitado era una prueba vistosa de ello: quizás, su causa; quizás, su efecto.
Así había sido desde tiempos inmemoriales, con sol, con lluvia, nubes o relámpagos. Es difícil para mí calcular el tiempo fuera de los devenires metereológicos. Lo es más aún recordar cómo había sido todo antes de esto, si alguna vez el paisaje había sido diferente, con otra arena, con otras aguas. Sobre todo, algo me intriga. Este cosquilleo, este ondular constante de las aguas que me mojan. Parecen no obedecer a nada, pero ¿a quién engaño? La respuesta es del todo más simple y, sin embargo, no provoca que mi interés disminuya. Solo es que soy incapaz de llegar a averiguarlo algún día.
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estampillasyrelatos · 6 years
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2.
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El desfile sería pronto. Lo sabía porque habían estado prestando más atención a mi pelo, a mis patas. Aunque siempre me cepillaban dos o tres veces por semana, la frecuencia en estas épocas aumentaba hasta volverse diaria.
Hace unos años hasta había llegado a lucir la misma vestimenta más de una vez; pero, de un tiempo a esta parte, había ido ganando prestigio y estrenaba cada vez más prendas nuevas. Me gustaba ese día en que venía el sastre y me probaba diferentes telas: coloridas, estridentes, suaves; algunas brillantes, otras aterciopeladas; todas, lo más llamativas posibles. Imaginaba un espejo delante de mí ante el cual me observaba gallardo, elegante; no muy delicado sino firme, casi brioso. Me entretenía mientras las ropas me hacían cosquillas.
Sí, el día llegaría pronto. Y la multitud se alborotaría a mi paso.
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estampillasyrelatos · 6 years
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1.
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Al carnero le encantaba comer brotes tiernos en lo alto de las lomas, allí donde había muchas piedras redondeadas y otros compañeros de la manada no se animaban a aventurarse. Laila, la hija del patrón de estancia, correteaba entre los caballos y observaba desde lejos a este extraño macho de cuernos espiralados y gruesos que se separaba de su rebaño para contemplar todo desde lo alto.
Una mañana, despertó con una revelación: daría utilidad a aquel cordón rojo que se había encontrado hurgando entre baúles antiguos, chucherías y partes de objetos rotos o en desuso. Entonces, más entusiasmada que usualmente —lo que ya es bastante decir, puesto que era una joven rebosante de alegría y curiosidad— buscó la cuerda roja —o carmesí, quizás, pensaría más tarde— y corrió al encuentro de este especial carnero. Trepó por entre las rocas para llegar hasta donde pastaba altivo. Al ver a Laila, alertó sus sentidos y, por un momento, esbozó unos pasos hacia atrás.
Habrá sido por la sorpresa o el miedo, pero no pudo escapar de su abrazo. Ella le ató un nudo suave pero resistente entre los rulos espesos de su lomo. Al alejarse, pensó fugazmente que semejaba un llavero, original y atractivo.
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