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¡No me diga más!
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Todo esto es solo mío: mis percepciones, opiniones, deseos, penas e ilusiones. No sé si valga la pena para ser leído por usted, pero seguramente en alguna ocasión usted quiso decir alguna genialidad (al menos era una genialidad para usted), bestialidad o simplemente opinar sobre cosas que le han sucedido acostado en su sofá, trotando en la mañana, sacando la basura, paseando a su mascota, discutiendo con sus amigos o durante un polvo. Pues bien, así me pasa a mí y decidí compartirlo a través de la pantalla.
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¿Cómo no te dejé entrar antes? (Mi experiencia con la copa menstrual)
¡Mujeres del mundo! (Ojalá me leyeran muchas, ojalá me leyeran todas) ¿Han oído hablar de una cosita llamada “copa menstrual”? Ojalá que sí y si no, empiecen a averiguar qué carajos es esa vaina… Lo que quiero contar aquí es lo que significa ahora para mí ese pequeño invento.
Desde hace varios meses estaba peleando con mi feminidad, mi útero y esa visita mensual que nos acompaña por buena parte de nuestra vida; cada día 28 representaba para mí el inicio de un calvario que efectivamente dejaba mucha sangre derramada (las cosas como son… Yo no voy a hablar de un liquidito azul como el que muestran en los comerciales de toallas higiénicas) y me hacía sentir minúscula, incómoda y desesperada. Usaba las tradicionales toallas higiénicas porque fueron el producto que mi mam�� usó toda su vida y cuando las niñas (¡ay, todavía soy una niña!) entramos al mundo del “período”, “menstruación”, “visita”, o “día 28”, son nuestras mamitas las que suelen guiarnos. Usé toallas por 12 años, y a pesar de que mi mamá siempre me decía que las toallas eran lo mejor y muy fáciles de usar, yo jamás llegué a sentirme plenamente cómoda con ese pseudopañal entre mis piernas; que se corrió, que se despegó, que se dobló, que se me olvidó cambiarla, que esa marca sí, que la otra marca no… Un poco de peros que me acompañaron por todo ese tiempo y me hicieron odiar ser mujer. En los últimos meses tuve varios de esos accidentes que no le deseo a ninguna de mis congéneres así que busqué la otra alternativa que ofrece el mercado: los tampones.
¡Gloriosos! No me tengo que preocupar por “desacomodaciones”. Yo pensaba que había descubierto el Santo grial de la feminidad… Al principio fue extraño, ya que no estaba acostumbrada a usar algo así dentro de mí, sin embargo considero que me adapté muy fácilmente a los tampones y pensaba que ya había encontrado la solución de todos mis disgustos menstruales. Pero vinieron los disgustos: -Dinero: los tampones son más costosos que sus familiares, las toallas y en cada cajita vienen 10 tampones (o por lo menos yo no encontré nunca una marca con más unidades por caja) que debía hacer durar todo mi ciclo. ¡Carajo! Mi período usualmente es algo abundante, así que se me complicaba la cosa, por lo cual durante cada período podía llegar a necesitar casi 2 cajas y eso no es nada económico. -Mi cuerpo se resintió: tanta metedera y sacadera en esos días llegó a ser bastante incómoda y hasta dolorosa. No es que me causara dolor el tampón en sí, sino que a veces de verdad no soportaba meterme esa vaina, me dolía. -Y finalmente, la gota que hizo derramar mi vaso de paciencia y buena voluntad: hay que estar muy MUY pendiente del cambio del tampón, porque o si no, ¡pum! Te manchas… Claro, es facilísimo estar pendiente de entrar a cada rato al baño cuando uno no trabaja ni estudia, pero ese definitivamente no es mi caso. Un día tuve un accidente chiquito con los tubitos esos, así que la frustración volvió. Debo agregar que hay muchas personas que dicen que los tampones tienen componentes que no son muy saludables para nuestro cuerpo, por sus sustancias absorbentes… No puedo decir si sí o si no, porque seré sincera: yo no quería encontrarles algo negativo, porque pensaba que eran mi salvación… Sin embargo cuando el cuerpo dice no más, es no más. Mi relación con los tampones fue más bien corta: los usé seis meses aproximadamente y deseé muchas veces ser hombre porque no sabía qué más hacer. Hasta que llegó la luz…
La copita menstrual siempre estuvo en mi cabeza como una opción totalmente alejada, extrañísima y de difícil acceso. Yo no entendía cómo era que esa cosa iba a estar metida dentro de mí y que no iba a dejar que se derramara algo, además no sabía ni dónde comprarla. En mi universidad escuché hablar mucho de la dichosa copa, pero para mí era cosa de otras niñas, jamás de mí… Sin embargo al llegar al borde de la frustración con los tampones y las toallas me decidí a probarla. Leí mucho, vi vídeos, pregunté e indagué mucho y la mayoría de mujeres estaban dichosas con su copa (digo mayoría porque encontré una que dijo que esa cosa no le había funcionado) así que yo solo me dije: “¿y tú por qué no?”
La copita es un poco más costosa en principio, comparada con las toallas y los tampones, pero a largo plazo el ahorro es DEMASIADO, así que contacté a alguien que las vendía en mi universidad (porque yo no he visto jamás una copa en una droguería o supermercado… ¡Cosa triste!) y ella me brindó toda la información sobre el uso y el material usado en mi copita (porque ¡ojo! hay copas también de mala calidad, de materiales inadecuados para estar en nuestro cuerpo). Cuando la compré no estaba en mis días, así que yo aproveché para intentar meterme esa cosita. Me pasó algo muy curioso: cuando me la iba a meter la vi gigantesca, yo no creía que esa cosa me iba a entrar… Me dieron nerviecitos. Yo me mentalicé en modo “no es tan grande como…” (ustedes me entienden) así que ¡vamos! Entró de una, muy muy muy fácilmente y yo no sentía nada, absolutamente nada cuando ya estaba adentro, incluso me fui a dormir una siesta con la copa puesta; cuando me desperté me demoré un ratito en recordar que tenía la copa (porque les juro, yo no sentía absolutamente nada) y ahora tenía que sacarla… Ahí sí se complicó la cosa: ¡casi no la puedo sacar! Resulta que la copita al estar adentro “crea” vacío, entonces adentro no queda aire, no hay escapes, es como si algo desde adentro la estuviera “chupando”, ¿me hago entender? Para sacarla fui un poco más torpe, porque no entendía muy bien eso del aire… Me estresé, pero después decidí tomarme con calma el asunto, así que me relajé, pujé un poquito y logré sacarla. Yo estaba asombradísima por la comodidad, pero me daba miedo no poder meterla y sacarla con facilidad en futuras ocasiones. Después de haber probado la copita ese día, solo me quedaba esperar la visita… ¡Qué nervios!
Conozco muy bien mi cuerpo, así que una mañana, de esas en las que me toca madrugar mucho, sentí que ya me iba a llegar (es lindo cómo el cuerpo te avisa, uno solo tiene que saberlo escuchar) así que esa mañana me puse la copa por si acaso… En la mañana no llegó nada, en la tarde… ¡Tarán! Saqué la copita y ya había sangre. Fue muy extraño, porque me sentí feliz y emocionada, porque por fin iba a poder probar si funcionaba o no… La prueba de fuego en mí es el día 2, porque es mi día más “abundante” y señoras, señoritas, niñas y ojalá señores (ustedes que tienen hermana, novia, amigas y primas): éxito total. Debo contar que al ser mi primera menstruación con la copita, yo estaba pensando todo el tiempo que me iba a manchar, que a la copa se le iba a escapar algo, así que fui al baño más de lo habitual… Y nada, ¡nada se escapaba! Prácticamente no sentía que estaba en esos días… Ahora sí encontré el Santo grial. La comodidad, libertad, y tranquilidad que me brinda la copita es una cosa increíble, además cero desechos, cero basura, cero desperdicio. Hay que vaciarla varias veces al día… Pero, ¿saben una cosa? No es tanta sangre la que sale cada mes. Con las toallas y los tampones uno tiene la idea de que es un montón de sangre la que sale (o al menos yo tenía esa idea) pero con la copita me di cuenta de que la cantidad es realmente mínima.
¿Qué puedo concluir? Tenemos que romper paradigmas, conocer el universo hermoso que es nuestro cuerpo. Mujeres: no deberían tener miedo de explorarse y conocerse, no deberían tener miedo de tocarse, sentirse y descubrirse. Varias mujeres a las que les conté sobre mi decisión de usar la copa (entre ellas mi mamá) me decían que no se imaginan meterse “eso” y tenerlo adentro todo el día. Las entiendo, a nosotras nos llenan de miedo todo el tiempo, nos llenan de tabús y paradigmas… Si están cómodas con los otros productos, es genial. Mi idea no es vender copas ni obligar a que las mujeres que me rodean se pasen a usarla… Pero definitivamente sentía que necesitaba compartir mi experiencia, porque de alguna forma lo que me daba miedo para empezar a usarla, era no conocer testimonios de mujeres como yo.
Definitivamente me pregunto, ¿cómo no te dejé entrar antes a mi vida y a mi cuerpo?
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Gracias príncipes grises (que no se visten de azul)
“Mejor que yo miente la necesidad; sabe de sobra como hacerte llorar; mi crimen fue vestir de azul al príncipe gris”
Joaquín Sabina.
Gracias a los que sin cuentos, sin mentiras, sin "te amo", sin promesas, sin castillitos en el aire, sin palabrería bonita, sin caballerosidad falsa, sin decoraciones ni eufemismos para manifestar sus intenciones y sin maricositas van directamente a donde quieren llegar. A esos hombres a los que no les cuesta "pedirlo" y que dejan claro que al otro día no van a llamar; gracias por ser transparentes, sinceros y claros. Gracias por no esconderse tras un difraz de príncipe azul. Una amiga una vez me dijo una sabia frase, refiriéndose a las mujeres: "si usted es perra, sea perra, pero no sea morronga"... Si bien estoy de acuerdo con ella (aunque no me gusta llamar perra a ninguna mujer, porque en últimas algún día alguien podría llamarme a mí así) yo deseo acoger en esa frase también a los hombres, a los varones que tanto palo me dan (no literalmente... ni sexualmente) y a los que tanto palo les doy (y les seguiré dando) porque estoy harta del cuento del príncipe azul que a algunos les gusta construir para lograr sus básicos (y a veces oscuros) propósitos. Me cansé de los chocolates, las caritas mandando besitos, las palabritas lindas por Whatsapp, los "me encanta" en las fotos, la palabrería cursi, la moral intachable y los "te quiero" cuando en realidad no existen tales sentimientos en ustedes. Me cansé de las máscaras que se ponen de acuerdo a la situación. A la frase de mi amiga le agrego: "Si usted es perro, sea perro, pero no sea hijueputa (mentiroso, falso y desgraciado)". ¿Qué es lo peor que puede pasar si usted directamente le pide a una niña que tengan algo de sexo pasajero? Que diga que no y tal vez se indigne y lo mande a comer mierda. Breve. Pero acaso no es mejor eso comparado con una mujer ilusionada, enamorada, destruída y herida porque a usted le dio por enamorarla, engatusarla y usarla solo para un ratico feliz, haciéndole creer que usted era el príncipe azul que ella hace mucho estaba esperando. Me gusta la verdad por encima de cualquier cosa, sin antestesia, sin pendejadas. Las mujeres también queremos cositas pasajeras, sin compromiso y sin tanta cosa de cuento fantástico. Yo creo que muchos pensarán "¿Pedir sexo? ¿Así no más? ¿Eso funciona?" A mí me ha funcionado y nadie lloró, nadie se ilusionó y nadie se sintió usado. Hay que intentarlo. Si dicen que no, se respeta, si dicen que sí, se pasa rico y nos dejamos de disfraces y tonterías. ¿Por qué llego yo a escribir esta vaina? Las he visto a ellas, mis amigas, sufriendo y sintiéndose como basura por culpa de algún malparido disfrazado de príncipe. Me he visto a mí vuelta nada por la misma razón y de esas experiencias ajenas y de la propia, solo puedo concluir que la única manera de vivir plenamente cualquier aspecto de nuestra vida es basándonos en la verdad. Si usted es uno de esos principitos falsos, le deseo erecciones poco firmes. Si usted es de los que no se le arruga diciendo las cosas como son y enfrentando la realidad tal cual es y no se dedica a ilusionar, gracias, hace bien en no ir por la vida ilusionando corazones.
*No, no creo que todos los hombres que conquistan a punta de cosas bonitas, palabrejas y cariño sean mentirosos. Existen bellos personajes a los que les nace desde el fondo del alma y eso también es valioso, válido y lo respeto (y lo espero algún día en mi vida).
*No, no estoy buscando sexo casual en este instante.
*Sí, me he cruzado con hombres de ambos tipos.
*Sí, mis amigas y yo hemos sufrido...
*Sí, el desgraciado más grande de todos los tiempos es mi ex (da para un buen relato y todo...)
*No, no odio a los hombres.
*No, no prefiero escuchar mentiras piadosas como canta Sabina.
*Sí, lo que más odio es la mentira.
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¿Por qué odio Diciembre? (Regresiones navideñas)
“Nos tocaba crecer y crecimos, vaya si crecimos Cada vez con más dudas, más viejos, más sabios, más primos”
(Joaquín Sabina, Resumiendo)
Uno no nace odiando diciembre y toda su parafernalia, alegría y brillantez. Yo también amé la navidad, aunque de ese amor quedé tan poquito dentro de mí.
Fui una niña con la ilusión del regalo que le traería el Niño Dios, cantante devota de villancicos, decoradora del arbolito y fanática de los pesebres. Amaba las luces, el verde, el rojo y el dorado. No concebía un día de velitas sin chispitas “Mariposa” y farolitos colgados en las ventanas de mi casa. Diciembre era sinónimo de alegría, de esperar a que el árbolito me entregara regalos, de ver a mi abuelita, mis primos y mis tíos (y tía). Tamales, asado, música, familia, sonrisas, abrazos, apapachos... ¡Qué lindo era todo eso!
Extraño la navidad de mi infancia, extraño extrañar diciembre. Todo el año esperaba ansiosamente ver el arbolito en mi sala y sentía que el tiempo pasaba leeeeeeento y que los meses no corrían para que llegara navidad. Hoy siento que entre un diciembre y el otro no hay casi tiempo, me molesta que decoren y me da risa la fe que la gente le pone a toda esta celebracioncita.
Recuerdo muchas cosas de la navidad cuando me gustaba: mi abuelita, envueltos, tamales, chocolate, mis primos, el pesebre de mi tía en la chimenea y su árbol altísimo con sus lucecitas musicales, la casa vieja donde creció mi mamá, el olor de esa cocina, el solar, las matas, pasar por la Laguna de Fúquene, Ubaté, Susa, Simijaca, Chiquinquirá.
Sí, había regalos: juguetes, ropa... Pero el Niño Dios nunca me daba lo que yo le pedía: la Barbie que venía con una lavadora, la caja registradora de juguete, un perrito labrador (de esos tres le hice carta, lo recuerdo). A mi hermano no le trajo el televisor pantalla plana que alguna vez le pidió... Y no, no estoy resentida por las cosas materiales que no tuve, eso no me traumó, solo lo señalo porque hoy, años después, me da un poquito de risa y ternura esa creencia que uno guarda en el corazón cuando es un niño.
Estoy haciendo un ejercicio retrospectivo bastante duro para mí, me duele. Cada vez que me devuelvo a mi yo de la infancia algo dentro se me (con)mueve y vienen a mi cabeza imágenes tan nítidas y bellas que me da rabia no estar ahí en este momento y concluyo que de ahí viene mi fastidio por la navidad: extraño (con locura) ser una niña. Extraño que mi mamá me haga colitas y me ponga vestido, medias y zapatitos de charol (aunque la mayoría de vestidos que me ponía eran horrorosos, esas malditas medias eran muy incómodas y siempre había un zapato que me quedaba más grande que el otro), extraño que me den pendejaditas: muñecas, bolsos de Hello Kitty, peluches o un maldito par nuevo de esos zapatos que mencioné previamente. Extraño creer que tenía que dormirme para que llegara el Niño Dios, extraño creer en la magia que aparecía el 25 de diciembre debajo del árbol. Extraño a mis primos, extraño la casa vieja de mi abuelita. Tengo un conflicto con la adultez y la infancia desde que mis papás mataron al Niño Dios en el que yo creía. Ellos como adultos asumen cuando es que uno como niño “ya está grande” para revelar la mentira. Eso duele un poquito... no el hecho de que el dichoso mini Dios no exista y no traiga regalos, sino que un adulto decida hasta qué punto se le da la gana de dejarte ser niño (al fin lo dije... al fin encontré el quid del asunto).
Mamá y papá: ¿cuál fue el criterio para decretar que yo ya era “grande”? ¿Por qué a los grandes el Niño Dios no los quiere? ¿Por qué soy ahora un adulto como ustedes?
Es increíble... después de hacer este ejercicio se me olvidaron todos mis otros motivos por los que odio diciembre. Me liberé... (es real... me encantó escribir todo esto.)
Digan sí al consumismo de estas épocas, júntense con esa “familia” que no ven en los demás meses del año, abrácense con el cuñado al que no soportan pero que en este mes se convierte en el mejor amigo, digan sí a la gula, boten dinero en decoración, luces, guirnaldas, bolas de navidad, caras de Papá Noel, velas, faroles, en todo lo extravagante que le quieran poner a su casa, armen un pesebre para conmemorar el nacimiento de un Dios al que olvidan todo el resto del año (quienes se declaran creyentes), sean felices porque la navidad lo decreta, amen diciembre. Yo amo enero porque la vida vuelve a la normalidad. Me gusta la normalidad: comer como seres humanos normales, estar lejos del familiar que no me agrada y yo tampoco le agrado, la casa sin güevonaditas ni luces innecesarias, no comprarle nada a alguien solo porque “toca” o por quedar bien, estar cerca de las personas que me acompañan durante 11 o 10 de los 12 meses del año, ser feliz porque me viene de adentro. Ya solo le quedan 6 días a este mes de porquería (aunque siento que ya no lo odio... pero esa era la idea inicial de escribir esto.)
Feliz navidad.
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Yo soy egoísta
“Quizá te busquen porque naciste, quizá te midan por mujer, quizá te acosen porque creciste, quizá te odien por mujer...” Pedro Guerra
Por supuesto. Lo dijiste tú, ahora lo reafirmo yo.
Soy una mujer egoísta porque no dependo de un hombre para sonreír. Ya pasé por la etapa de niña que se enamora por primera vez y cree que se le acaba el mundo cuando su amor se va. Cuando estés (quien sea que seas) seré dichosa, cuando te vayas también.
Soy egoísta porque no me interesa el dinero de nadie. ¿Te gustan las mujeres sanguijuelas que chupan efectivo, tarjetas de crédito y cheques? Pues a mí no me gusta pedirte lo que yo no puedo pagar. Soy egoísta porque cada peso que sale de mi bolsillo lo gané yo, no se lo quite a nadie, no te lo pedí a ti. Soy egoísta porque no voy a construir mi vida en torno a una relación, llámese matrimonio, noviazgo, goce, cuento. Soy egoísta porque nací para hacer feliz a quienes están cerca de mí, pero nunca dejando mi felicidad de lado. Soy egoísta porque no quiero ser madre, no quiero tener un ancla tan fuerte como lo es un hijo, soy egoísta por tener eso claro y ser responsable al respecto, tienes razón. Soy egoísta porque leo, compro, como, bebo, escucho y me tiro lo que me gusta y no tengo porqué esconderlo. Soy egoísta porque yo me siento la mujer más poderosa, aunque a veces mis fuerzas flaqueen; la más hermosa, aunque a veces sea mi crítica más severa; la más capaz, aunque a veces me falte impulso para cumplir ciertas metas. Me siento así, ¿y qué? Te gustan más las débiles y sumisas, yo lo entiendo... búscalas lejos de aquí.
Soy egoísta porque hay muchos planes que no necesitan de ti. Soy egoísta porque puedo y quiero hacer mil cosas sola; si un día puedo compartirlas contigo será estupendo, pero no desfallezco en esos proyectos si tú no estás. Soy egoísta porque mi amor propio, mi autoestima y mi hedonismo (en cierta medida) no me permiten vivir cosas que me hagan daño o no me gusten. Soy egoísta porque de mis orgasmos me encargo yo y no deseo que me culpes por mi manera de vivir mi sexualidad. Soy egoísta porque antes que novia, amiga, amante o madre, soy mujer. Soy egoísta porque si quiero hablar, hablo, si necesito gritar(te), grito y si quiero amarte, lo hago. Sí, todo bajo mi libertad y sin esperar que tú lo apruebes. Soy egoísta porque no voy a ponerme una máscara el día que me presentes a tu familia, pensando en agradarles, solo para que estés tranquilo.
Soy egoísta, después de haber aprendido mucho, del bien y el mal, de la vanidad y la inseguridad. Soy egoísta después de entender que te asusta la libertad, que no quieres compartir, sino absorber, que no quieres amar sino poseer. Soy egoísta porque en el primer lugar estoy yo y jamás dejará de ser así.
Perdón por ese egoísmo tan maluco, se me olvida que es más apetecida una mujer dependiente, sumisa, silenciosa y poco crítica. La buena noticia es que aún existen muchas así, la mala es que no soy como ellas, y la triste es que te enamoraste de esa egoísta que soy yo.
La mejor canción del mundo, de las que más me hace feliz: https://www.youtube.com/watch?v=9KNvmt9M5po
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Yo no puedo hacerme la difícil...
“La buena reputación es conveniente dejarla caer a los pies de la cama, hoy tienes una ocasión de demostrar que eres una mujer además de una dama...” Joaquín Sabina.
Imagino que por eso estoy condenada a una eterna soledad. ¿En serio? Sí... bueno, no, realmente puedo estar exagerando un poquito, pero es que me he dado cuenta que mi situación sentimental a ratos se complica.
Hace poco vi un videíto por ahí, de alguna consagrada “Youtuber” (¡vaya “profesiones” de nuestro tiempo!), y daba consejos para “conquistar”. No vi todo el vídeo, porque cuando iba más o menos en el minuto 2, me di cuenta de la línea central del vídeo: “Hágase la difícil” y supe que así como los vídeos para bajar de peso, este me iba a terminar desesperando. Sin embargo, la señorita de YouTube parece tener más razón de la que a mí me gustaría; hombres y mujeres anhelamos lo que no podemos tener. Pues ¡Qué flojera!
Imaginemos la situación: conozco a un muchachito, me gusta estar con él, hablar con él, me hace reír, me siento feliz cuando lo veo... ¿Me gusta? ¡ME GUSTA! Entonces, ¿por qué carajos tengo que negarme ese sentimiento a mí misma? ¿Por qué debo pretender que el personaje en cuestión me es indiferente? ¿Por qué tengo que demorarme en contestarle los mensajes en el chat? ¿Por qué tengo que decirle que no si me invita a salir? ¿Por qué tengo que mostrarme como un ser inalcanzable y antipático? Sinceramente me cuesta demasiado entender las dinámicas del “amor” en los seres humanos.
¿Cómo me comporto yo entonces? Le sonrío, le escribo si él me escribe (y si no me escribe también...), le digo SÍ si me dice “salgamos”, lo invito a salir también, me preocupo por su bienestar, me arreglo con la esperanza de que me regale un cumplidito (bueno, igual si no me regala cumplidos siempre me gusta estar arreglada), le gasto tintico, cigarrillo, lo que sea que le guste, le hablo, le hablo mucho, y no, no de manera intensa y desesperada diciéndole “ámame”, sino más bien tratando de cultivar un terreno de confianza entre los dos... ¿Saben qué sucede después? Él se termina fijando en la antipática, mojigata (ellos aman las “niñas bien”), santurrona, aburrida y amargada que nunca se deja ver, que siempre anda ocupada, que hace solo cosas de niñas (salir con amigas y esas cosas). ¿Duele? Ya no... Después de tantos intentos fallidos, me imagino que uno se va volviendo “inmune” y aprende a perder y a entenderse. Sí, he analizado mi comportamiento y sé que probablemente si no cambio mi modus operandi, seré la tía solterona (pero muy muy buena gente) de aquí a unos años... sin embargo la lógica me dice “¡Carajo! ¿Por qué vas a cambiar lo que eres?” Si a un hombre no le gusto o intereso con mi franqueza, transparencia, instintividad (¿esa palabra existe?), e ímpetu cazador, seguramente es necesario y sano que las cosas no se den.
Es divertido leer y escuchar por ahí, de boca de ellos cosas como: “ellas deberían tomar la iniciativa”, “que ellas también inviten”, “qué chévere que las mujeres sean las que caigan”... JA JA Y JA. Me da risa y un poquito de rabia esa payasada. Seamos claros y francos: en general los hombres prefieren salir a cazar y las mujeres aman dársela de trofeos que hay que luchar por conseguir. Sí, cada posición tiene ciertos puntos válidos, sin embargo... ¿no es más rico cambiar paradigmas? Odio, detesto con mi ser, la posición de damisela que espera que llegue el hombre y la corteje y la corteje y la corteje y la tenga que seguir cortejando hasta que la mujercita de proooonto le dé un besito... me retracto, se deje dar un besito (porque las damiselas obviamente no roban besos). Sí, dicen por ahí que “lo que más cuesta es lo que más se valora”...Yo no sé jugar ese juego. Si me gusta alguien, seguramente lo va a saber, se lo voy a manifestar y no, no voy a jugar a ser muy difícil, porque de verdad me cuestan las poses y convencionalismos estúpidos de conquista.
¿O será que es porque soy negra? ¿El que demuestra el hambre no come? ¿Tendré hambre o será más bien gula?
Sí... te vas a quedar sola, pero siendo siempre tú.
Un pedacito de canción, de esas que están grabadas en mi mente: https://www.youtube.com/watch?v=GzTtTAyr8C8
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Me gusta que la gente sea feliz
Me gusta que la gente sea feliz, que sea auténtica, que vaya por la vida sonriendo y haciendo sonreír. Me gusta que la gente hable, que comparta un poco de su vida a través de las palabras, que no le cueste regalar un saludo o un gracias, pero también me gusta que la gente escuche, que sepa cuando callar y escuchar con atención al otro, que respete el momento del prójimo al hablar. Me gusta que la gente sea generosa: primero cada uno consigo mismo, después con los demás. Que se coman algo muy muy rico cuando quieran, que no les duela gastarse un peso en alguien más, alguien a quien quieren, que no les cueste compartir, que regalen su amor a manos llenas, que den, den y den mucho, por la convicción de entregar y compartir, sin esperar retribución. Me gusta que la gente ame, que se amen a sí mismos, que amen lo que son, lo que hacen, lo que tienen, su pasado, futuro y presente; que amen su día a día aunque esté lleno de dificultades, que amen su trabajo, su hogar, porque el amor es lo que hace que el alma sea fuerte y seamos grandes, grandes desde nuestro interior. Me gusta que la gente cante, que cante lo que le gusta, lo que sale del corazón. Me gusta que la gente disfrute de lo bueno que sucede y que no reniegue por lo malo. Me gusta que la gente viva su vida plenamente y que no viva preocupada por la vida del otro; que cada uno se ocupe de sus amores, de sus tristezas, de sus cualidades y defectos y que no esté constantemente observando y juzgando la vida de los demás. Me gusta que la gente sea bonita... sí, que sea bonita, bella, hermosa en su interior y lo refleje así en el exterior; que busque consentirse y verse bien, que esté a gusto con lo que es. Me gusta que la gente sea espontánea, sincera y genuina, que no busque una máscara "adecuada" para cada ocasión. Me gusta que la gente se muestre tal cual es. Me gusta que la gente sea libre, libre desde su alma, desde su pensamiento y que vuele alto, y tome decisiones porque su libertad es lo primero. Me gusta que la gente lea, que no viva con la vista tapada, con la cabeza sellada; que busque aprender más y más a través de las letras, del poder que nos otorgan las palabras. Me gusta que la gente pregunte, que cuestione y dude. Me gusta que la gente grite: de alegría, de placer, de dolor o de rabia; que grite para exteriorizar la corriente de emociones que recorre su interior. Me gusta que la gente aprenda, que indague y que comparta lo que aprendió, lo que puede hacer crecer a alguien más. Me gusta que la gente cree, que invente algo nuevo para renovar su cotidianidad, que se reinvente de vez en cuando y no tema a los cambios. Me gusta que la gente no tema a la soledad, que su felicidad no dependa de lo que está en alguien más. Me gusta que la gente sea plenamente consciente de su poder en el universo, pero que sea humilde y sepa también que somos una pequeña parte de este inmenso e infinito universo. Me gusta que la gente ame y permita ser amada. Amor, ahí empieza todo. Me gusta que la gente sea "buena gente". Gracias.
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El infierno está lleno de...
Es una lista cortita, pero igual hacen mucho bulto... -Mujeres delgadas que se quejan de que están gordas: mis fastidiosas damas, ustedes NO están gordas, ustedes solo quieren que les recuerden lo delgadas que están. ¿Gordas porque no son talla xs o 6? ¡Ay por favor! Respeten la gordura de las demás, no sean crueles. En algún momento de la vida odié mi cuerpo y es molesto, triste y frustrante que una señorita más flaca que mis dos piernas juntas se queje de que está como una "marrana". Ahora, si usted definitivamente se siente muy gorda, aun cuando no lo está, puede que tenga un problema, un problema bien serio. Si quiere bajar un poquito, tonificar, matar cierto banano, adelante, haga el esfuerzo y póngase a la tarea con todas las de la ley, pero no sea odiosa con el resto de la humanidad. -A quienes toca rogarles para salir: uno los invita a una cerveza, a un helado, a un café, a un almuerzo... ¡a una misa! Y no, no pueden (pura y física m...). Excusas hay miles y ellos son expertos en usarlas. Nunca entenderé cómo es que llegué a tener amigos así (sí, los tengo... Y en el fondo los odio con amor). -Adultos dependientes de sus padres: no los soporto. No me refiero meramente a la dependencia económica, me refiero a esa dependencia ligada al comportamiento. Frasecitas como "le tengo que pedir permiso a mi papá/mamá", "no puedo, es que ellos se ponen bravos", "soy el hijo más perfecto y obediente sobre el planeta" (traducción: soy un lameculos, falto de carácter que no puede decidir por sí mismo) son muy frecuentes en estos personajes. ¿Me molestan? No exactamente, pero me cuesta aceptar que una persona crezca y (como dice mi mamá) no se "destete". Me pregunto si acudirán a pedirle permiso a sus padres antes de... tener un orgasmo, por ejemplo. Respeten y amen a sus padres, por supuesto, no es para menos... Pero por Dios, ¿qué tenía ese cordón umbilical que no se los pudieron cortar? Hay que volar, volar es delicioso. -Morrongas y morrongos: y de estos sí que hay muchos. En el caso de las morrongas la cosa va así: ellas no conocen un hombre de la cintura para abajo, no toman, no salen los viernes, tienen amigas iguales a ellas... son niñas bien... ¡Momento! Aparentan ser niñas bien, pero en realidad son de esas que "tiran la piedra y esconden la mano". Son insoportablemente postizas, falsas e hipócritas. Saco a colación la sabiduría de una buena amiga: "Si usted es perra, sea perra, pero no sea morronga". Y los morrongos: son esos hombres perros, vagos, mentirosos, infieles (sí, de esos que tanto nos quejamos nosotras) a los que se les llena la boca diciendo algo como: "Yo puedo ser así porque soy hombre, pero eso mismo en las mujeres de ve terrible", "la mujer que esté conmigo tiene que ser muy juiciosa, de su casa", "no quiero una mujer que esté farreando cada semana"... ¿Ven mi punto? Ellos hacen y deshacen, y no son el "ejemplo" de hombre bueno y juiciosito, pero quieren a una mujer inundada de virtudes... Yo no lo entiendo. -Los que son tan pobres, que no tienen más que dinero (parafraseando a mi amado Joaquín Sabina): tienen 10 pesos más que el resto de la gente y por eso se creen más importantes y más ser humano que el resto de la población. ¿Qué carajos les pasa? Crea que es más cuando tenga en su cabeza un montón de conocimiento que le ayude a ser mejor persona y a mejorar la sociedad en la que vive, cuando salve vidas, cuando haga a su prójimo feliz, cuando comparta un poco de su ser con el resto del mundo, cuando le nazca desde el corazón ser un buen ciudadano, buen amigo, buen hijo, buen jefe, buen empleado... buena gente; pero cuando ese día llegue es imposible que la soberbia sea parte de usted y entonces el dinero será lo de menos. -Los que piden limosna a punta de mentiras: y este es mi top #1... ellos estarán en el cuarto y quinto círculo del infierno por ávaros y perezosos. Mentir, usar la salud de sus hijos, abuela, marido, madre o la propia para ganarse unas monedas en un bus (claramente no son poquitas, sé que es rentable la lástima) y gastarlo en todo, menos en esa "hospitalización" o en esos medicamentos que dicen necesitar. Cuando usan a los niños, no saben la ira, tristeza e impotencia que me produce. Tengo una historia cortita pero concisa respecto a estos mañosos, pero iré más a fondo en una próxima ocasión. Yo no tengo poder, conocimiento o moral intachable para juzgar a los demás, sin embargo señalo estos grupos de personas porque a ratos logran sacar lo peor de mí y pienso que el mundo sería un mejor lugar sin ellos. Hay más, muchos más que harían parte del infierno (si es que existe un infierno como nos lo han pintado) y seguramente se me quedaron por fuera de la lista, pero es que no hay tanto odio en mí (sí, claaaaro...) Puede parecer muy "light", muy superficial, muy vacía o muy tonta cada una de mis apreciaciones, pero hacen parte de mis pensamientos y concepciones sobre el mundo... Y básicamente para escribir eso fue que abrí esta vaina.
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¿Por qué mis papás nunca me hablaron de sexo?
“Sex is part of nature. I go along with nature” 
-Marilyn Monroe
Soy una mujer de historias. Dentro de mis actividades favoritas siempre va a estar una buena conversación, con alguien que abra su mente, su corazón y su espíritu a mis ocurrencias, historias y reflexiones y que asimismo, me regale un poquito de su ser, a través de sus palabras. 
Pues fue precisamente hablando, riendo y recordando que llegué a la pregunta que le da el título a este texto: ¿Por qué mis papás nunca me hablaron de sexo? Mi sexualidad ha tenido fuentes de información bastante importantes, dentro de las cuales definitivamente no se encuentran mis padres. Nunca me había puesto a reflexionar sobre los aportes de mis queridos padres a este asunto, tan importante y natural en el ser humano, hasta que “entre chiste y chanza” con un buen amigo (con el que puedo hablar durante horas y horas) concluí que fui una completa ignorante en el tema y solo empecé a aprender hasta que las hormonas me empezaron a hablar… bueno, no tanto las mías, más bien las del primer “noviecito”.
¿Hacer el amor? ¿Preservativo? ¿Planificación? ¿”Bluyinear”? (no tengo idea de si lo estoy escribiendo correctamente) ¿Penetración? ¿Embarazo? ¿Sexo oral? ¿Erección? ¿Lubricación? Y así podría continuar preguntándole a mis papitos muchas cosas, pero ya a estas alturas no es necesario… creo.
Es increíble ser consciente ahora de lo inconsciente, ignorante, inocente e ingenua que fui respecto a todo lo que concierne a mi sexualidad. ¡NO SABÍA NADA! ¿Por qué? Pues bien, no voy a culpar a nadie, ni siquiera a mis papás… Imagino que es complicado para ellos contarle a su niña lo que pasa cuando un hombre y una mujer… ya sabes… eeehhh… NO, no me lo iban a decir jamás. 
En este momento recuerdo mis primeras experiencias relacionadas con mi sexualidad y de forma jocosa me digo a mí misma: “mí misma, ¡qué tontita!”, pero no dejo de sentir un sabor algo amargo y de tristeza, por esa ignorancia en la que viví. No es justo. Y sí, quisiera reclamar a alguien, ¿por qué no me dijo? ¿por qué no me explicó? Pero sé que ya no vale la pena. Sin embargo quisiera que me leyeran mis papás y tantos papás en el mundo que engendraron a mis compañeros, amigos y hermanos de generación y que supieran que sí, faltó alguito ahí.
Aprendí por lo que decían mis compañeritas de colegio respecto a sus novios, aprendí por lo que medio entendía de las novelas (en esas escenas en las que ustedes cambiaban de canal), aprendí por lo que decía la profe de biología (pero es que ella hablaba de lo que pasaba dentro del cuerpo del hombre y la mujer, mas no de lo que pasaba afuera), aprendí por los chistes verdes que en principio no entendía, aprendí por lo que censuraban las monjitas en el colegio, aprendí por la culpa que me inculcaron respecto a los “actos y pensamientos impuros”, aprendí porque un día tuve mi primer novio y el me declaró su deseo de “estar conmigo”. Para ese momento, en el que llegó este niño con su curiosidad sexual incipiente dije no, ¡carajo, yo era una niña!, pero llegué a un momento tan “extremo” sin tener seguridad ni certeza de nada. Sí, escuchaba que el embarazo se podía (y debía) evitar, pero no tenía ni idea de que cuando el pene del hombre se encuentra erecto es que se debe colocar el condón. Sí, yo sabía que mi ciclo menstrual era de más o menos 30 días y que sangraba cada mes, pero no sabía que tenía mis días de ovulación (días fértiles) y que en esos días era más probable un embarazo. Claro, yo tenía clarísimo que el sexto mandamiento de la ley de Dios nos prohíbe “consentir pensamientos o deseos impuros”, pero nadie me explicó que el deseo, el instinto y las ganas de follar son parte del ser humano y no están mal, no hay que satanizarlas. Yo era muy consciente de que existe el SIDA, pero nunca me hablaron de llevar una sexualidad responsable. Entendía que entre el hombre y la mujer pasaba algo, más allá de unos besitos, pero no tenía ni idea de lo que era un coito. Pues sí, sabía mucho y no sabía nada. ¿Es justo? Bueno, no hablemos de que sea justo o no… más bien, ¿es sano? ¿Es sano que un adolescente viva con los ojos medio tapados porque a sus papás les da “pena” llamar las cosas por sus nombre y explicarlas como son? ¿Es sano que los padres dejen toda la carga de la educación sexual a los colegios? ¿Es sano que se enteren de que su hijo o hija iniciaron su vida sexual cuando ya se convirtieron en abuelos, porque nunca le hablaron de la anticoncepción? ¿Es sano que las dudas sean despejadas con amigos que se las dan de que saben, pero que seguramente tienen las mismas falencias en casa que sus hijos? ¿Es sano llegar al momento de “la primera vez” sin estar convencido de que se conocen las consecuencias de iniciar una vida sexual? ¿Es sano que las niñas le mientan al médico sobre su vida sexual porque su mamá o su papá las acompaña a la consulta? ¿Es sano que nos vendan sexo por todo lado (televisión, revistas, chistes, etc.) pero que nadie quiera hablar de eso “a calzón quitao’ “? ¿Es sano que en el 2016 sean los hijos los que tal vez sepan un poco más de este tema que los padres? Respecto a esta última pregunta, yo respondo SÍ, y que ojalá así sea. Si ellos no nos enseñaron, no nos hablaron, no nos dijeron, si prefirieron cerrar la puerta a hablar de ese tema, nosotros, toda esa generación de hijos cuyos padres escondían los condones y cambiaban el canal cuando Danna García y Mario Cimarro aparecían entrepiernados en Pasión de Gavilanes por el Canal Caracol (ah pero eso sí, a mi mamá le encantaba esa novela), tenemos que cambiar el chip. Hemos leído, experimentado, preguntado y aprendido mucho más de lo que nuestros padres tal vez sabían a esta misma edad, y por esto tenemos una responsabilidad enorme: con nosotros mismos, con ellos y con las generaciones que vienen:
 -“Al pan, pan y al vino, vino”: las cosas por su nombre: pene es pene, semen es semen, coito es coito, masturbación es masturbación (sobre estoy quiero hablar más a fondo en otra entrada). 
-“La curiosidad mató al gato… pero murió sabiendo”: si usted no sabe sobre algo, tiene dudas, tiene vacíos, o simplemente quiere saber un poquito más que los demás, LEA, CONSULTE. Tenemos actualmente montón de información a nuestra disposición, información que en el pasado no existía, así que a usar todas estas herramientas y no morir con la dudita.
-No perpetúe la ignorancia: si a usted, como a mí, le parece que la información y el conocimiento nos dan poder, y tiene un amigo que le pregunta o que se encuentra convencido de una información errada, enséñele, invítelo a que investigue más o investiguen los dos juntos (o experimenten si hace falta… bueno, si quieren). Y si un día llega a ser padre o madre, de por Dios, no haga lo que le hicieron a usted los abuelos de esa criaturita.
A pesar de todas las “trabas” que hemos tenido para conocer un poquito más allá sobre la sexualidad, siento que esta generación, mi generación, es más abierta y más relajada con estos temas, lo cual me fascina y me parece clave para que dejemos tanta mojigatería y miedo por algo que al fin y al cabo hace parte de nuestra naturaleza. Si sus papás no le hablaron, hábleles usted… tal vez así se pueda ir construyendo más confianza y llegue el día en el que el sexo deje de ser un tabú.
Los invito a que vean esta joya y se rían un rato: https://www.youtube.com/watch?v=PdgFx8TzdRk
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Nada de estándares, la belleza es de todas, pero exclusiva
“Sabes de los filtros que hay en el amor, tienes el hechizo de la liviandad, la divina magia de un atardecer, y la maravilla de la inspiración. Tienes en el ritmo de tu ser, todo el palpitar de una canción. Eres la razón de mi existir, mujer” Agustín Lara
Viajo todos los días en transporte público y aunque no es mi experiencia favorita del día (la de nadie imagino yo) debo admitir que para mí tiene cierto encanto: tengo unos ojos curiosos y observadores, así que viajar con unos cuantos desconocidos no es del todo desagradable para mí. Observo caras, formas de vestir y la kinésica de la gente a mi alrededor y no dejo de aprender y llegar a conclusiones nuevas cada día.
Hace pocos días iba en mi transporte habitual, de pie y algo cansada y en mis constantes observaciones a mis compañeros de viaje, vi una parejita que me llamó la atención: ella, pinta de niña buena, hasta juiciosa se podría decir, pero con deseos de parecer rebelde. Él: joven normal, con ropa normal, cara normal y expansiones en sus dos lóbulos. Aquí va el punto del asunto: me llamó más la atención la muchacha en cuestión (valga este momento para declarar mi heterosexualidad comprobada) que el jovencito. ¿Qué pasa aquí? Mi naturaleza femenina me permite tener conocimiento de causa de lo que significa ser mujer, conozco perfectamente mi cuerpo (lo veo y lo toco todos los días), conozco los “problemas” estéticos a los cuales nos enfrentamos las mujeres a diario (el gordito que nos saca el pantalón, las nalgas que quisieramos tener, el sostén que nos talla en la espalda, la chaqueta que nos tapa la pancita, etc, etc.) y puedo asegurar que no hay mujer completamente conforme con su apariencia física (seguramente habrán algunas que saltarán a decir que sí lo están y que yo no tengo que generalizar... las invito a que sigan leyendo y no me anden contradiciendo (: ) y vivimos llenas de inseguridades pendejas en algunos casos.
Pues bien, si vivimos llenas de complejos (yo con yo vivimos en una pelea eterna), ¿por qué ese día, en ese bus después de observar a la parejita desconocida, empecé a observar más mujeres y a ver belleza (BELLEZA) en casi todas y en todas de distinta forma? Vi a una mujer hermosísima, agarrada de la mano de su esposo (muy normalito el señor) que tenía una contextura bastante gruesa... bien, era una mujer gordita (odio la palabra gordo, gordito y todo lo que se le parezca, pero para claridad de ustedes la uso), pero con una belleza tan exclusiva (más adelante me referiré a eso de “belleza exclusiva”) y tan encantadora. Labios perfectamente pintados, cabello negro recogido, ojos muy claros, mirada totalmente seria (porque de tanto que la miré obviamente nuestras miradas se cruzaron en algunas ocasiones... espero que no haya pensado que yo era una niña rarita o algo así) y yo veía en ella la belleza que muchas mujeres creen no tener. Esa misma belleza la vi en una señora algo más joven que la anterior, de pómulos sobresalientes, párpados un poco caídos, de buen vestir. Las miraba a las dos y quería decirles que eran, SON MUJERES HERMOSAS (obviamente no lo hice, no nos conocíamos y actualmente todos somos tan tímidos y tan encerrados en nuestros mundos que hubiera sido raro). Vi la belleza natural de cada mujer en otra muchacha que estaba de pie justo frente a mí: ropa ancha, pelo recogido, rostro sin maquillar, cejas oscuras y perfectas, uñas sin arreglar. Otra mujer que llamó mi atención fue una señora de esas que a uno le recuerdan a una tía: pelo tinturado, maquillada de forma muy particular, pero bella; llevaba gafas y sin embargo su belleza también la vi a través de la forma en que miraba. 
¿A qué voy con todo esto? Ese día al bajarme del bus y perder contacto con las mujeres que describí, yo solo pude pensar, ¿qué es eso del “ESTÁNDAR DE BELLEZA”? ¿A mí me van a venir a decir que esas mujeres, cada una en la particularidad de su apariencia no es hermosa porque no “cabe” en el estándar? Aquí les explico lo de belleza exclusiva: tú, yo, tu vecina, tu mamá, la mía y la señora que te atiende en el supermercado son un mundo particular y único. Cada una es bella en la forma en la cual la naturaleza dio forma a su frente, sus ojos, sus labios, sus senos y sus caderas. Cada una es la mujer más hermosa de este mundo, porque la forma en que naturalmente nacimos y fuimos creciendo, cambiando de niña a mujer, nos dio una gracia particular y exclusiva. Yendo a un punto más trascendental, siento que la belleza que yo veo cada día en las mujeres no tiene forma de estandarizarse, no hay manera de hacer de nosotras las mujeres, un Ford Modelo T (automóvil fabricado por la Ford por allá en las primeras décadas del 1900) que se fabrica en una cadena de montaje, donde todos los carros son iguales. ¿Cómo estandarizar la mirada, la magia, la presencia, la sonrisa, la grandeza de una mujer?
Dirán ustedes que soy muy idealista y medio cursi con estas declaraciones, que es una mentira que yo piense que todas las mujeres son hermosas. Pues es verdad, no todas son hermosas... La primera muchachita que observé no me pareció particularmente hermosa, porque como escribí, “pinta de niña buena con deseos de parecer rebelde” y eso me lleva a concluir que ni ella ni nadie que busque aparentar lo que realmente no es, se va a ver bella, bella de verdad. Mis mujeres descritas eran bellas, las vi bellas porque eran ellas y solo se querían ver como ellas... Así lo veo yo.
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