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Vera.
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feastofindulgence · 8 days ago
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feastofindulgence · 8 days ago
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What if the devil doesn't know he's the devil?
Nombre actual: Edgar Cromwell.
Identidad original: Fyodr Valerious.
Fecha y lugar de nacimiento: En algún momento de principios del s.II, en Arazmere, en Dacia, la actual Rumanía. En sus documentos legales consta que nació un 29 de junio de 1985.
Lugar de residencia: Arazmere, Rumanía. Anteriormente residía en Nueva York, EE.UU.
Ocupación: Antiguo maestro de asesinos. Miembro del Gremio de asesinos de NY.
Especie: Hechicero.
Familia: Kóschei (hermano), ha tenido varios hijos y sobrinos a lo largo de los siglos. Los más destacados son Ansel Marsden y Poe Cromwell. 
Historia: Miembro de una de las cinco familias fundadoras de Arazmere, un pueblo ficticio situado en Constanza, Rumanía. Esas mismas estirpes se vieron obligadas a crear una alianza, debido a la invasión de los romanos en pleno siglo II. Tras conseguir defender su territorio con la ayuda de los dioses, fueron maldecidos por haberse atrevido a invocarlos. Si bien es cierto que las maldiciones existen en todas las familias, para cada una es distinta. En el caso de Fyodr y Constantin, su salud y su aspecto se consumieron rápidamente y fueron forzados a buscar la inmortalidad. 
Dicha búsqueda le llevó a dar con el Pozo de Lázaro, que funciona como unas piscinas regenerativas, capaces de curar heridas, dar longevidad y resucitar a los muertos. Fyodr se bañó antes de ir a buscar a su familia, resultando esto en la pérdida de parte de su salud mental. Ocasionó, también, que se volviera receloso y decidiera guardarse dicha información para sí mismo. Aún así, su hermano lo descubrió eventualmente, cuando ya era demasiado tarde. La relación de ambos en ese momento cambió, dejando de ser estrecha para pasar a ser una contradicción. Son los únicos seres verdaderamente inmortales que conocen y han conocido.
Cada uno llegó a vagar solo por el mundo en más de una ocasión, siempre acercándose y volviéndose a alejar, pero sin dejar de sentir aquella especie de tirón hacia su tierra. Gracias a la maldición, siempre debe haber un miembro de la familia en cada casa. Esto no suele ser problema, salvo que ninguno de los miembros restantes de la familia querían poner un pie en Arazmere. Podría decirse que todos son conscientes de cuándo el pueblo necesita el reemplazo de la sangre familiar, ya que todos se enteraron del fallecimiento de su antiguo integrante en el siglo XX, forzando a Kóschei a tomar su lugar tras la creación de los Gremios de Ladrones y Asesinos en Nueva York. Su hermano pequeño se encargó de los ladrones, y Fyodr de los asesinos.
Los años que vagó por la tierra, alejado de su hermano y solo viéndole cuando visitaba Arazmere, hicieron que se sintiera verdaderamente solo. Fue esa misma soledad la que le llevó a tener descendencia, además de entablar una relación con Diane Blackmore. Líder del gremio de asesinos de Nueva York, de por sí feroz y deseosa de la paz, le entregó su segundo hijo (muy a su pesar). A medida que el muchacho fue creciendo, la mujer permitió que instruyera a Poe tanto en la magia como en la pelea, buscando así un motivo de orgullo para su estancia a través del charco.
Sin embargo, quizás debido a aburrimiento, añoranza o compasión, Fyodr abandonó a su familia para reemplazar a su hermano. La muerte de Diane a manos de su sobrina, Harper, sumado con el retorno de su hijo ilegítimo, hicieron más que favorable su marcha. Además, siempre debe haber uno de ellos por el mundo, ¿no? Era solo justo que Koschéi volviera a recorrer las mismas calles que Fyodr llevaba un siglo conociendo.
Ahora que se encuentra de vuelta en la tierra que lo vio crecer, disfruta del pueblo en todo su esplendor, captando a chicas jóvenes gracias a las RRSS y realizando en ellas experimentos. Su estrecha relación con los Ciobanu y los Abbarelli ha hecho, asimismo, que adquiera cierto regusto por la sangre. 
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feastofindulgence · 8 days ago
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House of lies, and pride, and bone
En algún momento de diciembre de 2024, Arazmere.
Constantin llevaba un siglo atrapado en ese pueblo maldito y hacía casi veinte años que la última bruja a la que se había vinculado había fallecido, por lo que su aspecto se había corrompido desde entonces como el papel ante el calor de una llama, revelando lo que se escondía debajo de encantamientos y artimañas. Por esa misma razón, había quitado todos los espejos y se había refugiado en un rencor amargo, hastiado con su situación, con su hermano y con todas las decisiones que les habían llevado a ese punto. ¿De qué servía tener tanto poder allí atrapado? La inmortalidad era un yugo difícil de sobrellevar en soledad. 
Por el enfado, que no había deseado que el tiempo apagara, había escrito una carta semanal a Fyodr que nunca había llegado a intentar enviar. La mayoría de las veces le insultaba, en los días buenos le pedía que le visitara para contarle las nuevas noticias, en los malos le pedía que lo hiciera para poder dejarle atrás.
Estaba en el porche acristalado que daba paso al jardín cuando notó la nueva presencia, incluso antes de escuchar su voz, un «Constantin, recibe a tu pobre hermano, que tanto ha viajado para verte» que le hizo poner los ojos en blanco. En casa nunca se cubría, ni siquiera con un glamour sencillo, que era lo que utilizaba cuando salía por el pueblo. Por eso, lo que encontró Fyodr cuando llegó a su altura fue el rostro real de su hermano al descubierto: ajado por el tiempo, estaba surcado por doquier de cicatrices plateadas. La más grande cruzaba el lado izquierdo de su rostro y le había dejado ciego de un ojo, tal y como delataba el blanco de su pupila. Sus manos era lo único que se veía a través del vestuario cerrado que llevaba, marcadas de una forma similar que su cara; cuando él entró en la habitación las extendió a los lados de su cuerpo.
—¿Ya has recordado a tu hermano? —se puso en pie y le dedicó una sonrisa de labios apretados—. Espero que hayas vuelto para reemplazarme, me consumo en este lugar. Jamás pasa nada interesante.
El primero que saliera del pueblo se ganaría la libertad y Constantin estaba más que dispuesto a golpearle por ella.
—Es hora de que regreses a la civilización —Fyodr acarició su rostro con ternura, sin importar quién de los dos fuera el mayor. Los estragos de la maldición conseguían que sus ganas por acabar con todo aquello volvieran a surgir, como el aleteo de un colibrí. Una de las comisuras de sus labios se alzó, tentativamente, en una sonrisa—. Necesitas una bruja, asumo.
No pudo ocultar el destello de satisfacción ante la perspectiva de abandonar esa jaula y dejarle atrás de forma voluntaria. Él, personalmente, pensaba irse tan lejos de Arazmere que la mera posibilidad de caer por ahí por accidente iba a quedar reducida a escombros. Sonrió, y el fantasma de un hoyuelo brilló en su expresión, tensando las cicatrices de su dermis. Sin perder el tiempo, arrancó una de las páginas del primer libro que encontró a mano y escribió un mensaje rápido, que no tardó en desvanecerse en una nube de humo grisáceo, directamente a las manos de la persona en la que estaba pensando.
—Una de las espeluznantes criaturas de los Lestrange... —hizo una pausa—, una de sus hijas, porque eso es lo que tienen ahora, prometió conseguirme una bruja si la necesitaba a cambio de un viejo favor. No creo que esté en el mejor estado —le quitó importancia con una sacudida de la cabeza—. Servirá por el momento.
Ya se encargaría él de desecharla cuando encontrase y seleccionase a una mejor, pero siempre era mejor acercarse sin parecer un monstruo. Tomó aire y lo soltó despacio, intentando reprimir el acuciante impulso de largarse corriendo. Había esperado cien años, podía esperar un poco más.
—Podemos charlar mientras Calliope cumple con su parte, ¿qué has hecho en todo este tiempo?
Una sonrisa tironeó de las comisuras de los labios de su hermano.
—¿Hijas, has dicho? Tendrás que explicarme todo lo que necesite saber de los actuales miembros de las familias —Edgar se humedeció los labios—. He estado cuidando de lo que construimos, aunque parece ser que las guerras entre bandos son inevitables incluso con toda la preparación del mundo —rio—. Si esos ineptos de ahora supieran que los gremios de Nueva York fueron construidos por dos hermanos… —suspiró—. Pero la humanidad está destinada a cometer los mismos errores una y otra vez. Tienes dos sobrinos: Ansel y Poe. El primero estuvo exiliado, a mi mujer no le sentó bien su presencia cuando el otro nació, pero vigila a Poe, si es que te cruzas con él. Es más inestable de lo que parece; y le he entrenado yo. Se suponía que iba a heredar el gremio con la muerte de Diane, no obstante, se encargaron de que no fuera así. Hay otros cinco en ese linaje, Malcolm, Harper, Wilhelmina, Alys y Richard, que también presentan cualidades mágicas. Harper es la líder actual de los asesinos, una manzana envenenada. Ten cuidado, puede que su poder sea apenas una semilla, pero ambos sabemos que todo germina. Quizás tengan futuro, puede que uno de ellos sirva para ocupar mi lugar aquí en algún futuro. Aunque, intenta que no se trate de mis hijos, sería un inconveniente. ¿Qué más? —Observó el techo en el que se habían criado, y dio una vuelta sobre sí mismo. El reloj de su muñeca vibró, expulsando un sonido—. Ah, sí. Este mundo ha cambiado, ahora la tecnología impregna todo de vida y necesidad. Es fascinante —se dedicó a mirar las paredes, solemne, y luego le miró a él—. Es tu turno. Cuéntame tus novedades.
—No pasan grandes cosas por aquí —alzó los ojos hacia las molduras del techo, mientras intentaba hacer memoria de las novedades del último siglo y de las novedades previas sobre las que se había enterado—. Los Lestrange han conseguido burlar su maldición a su manera, Drusilla se convirtió al vampirismo y luego convirtió a su marido. Aunque muerto viviente, Lorcan sigue pudiendo... ¿cómo decirlo? Repartir su semilla por el mundo. Los Abbarelli siguen estando tan desquiciados como siempre, es parte de su gracia, y en cuanto a los otros dos hijos de los fundad...
El timbre de la puerta resonó por toda la mansión Valerious y Constantin chocó sus palmas con obvia satisfacción, perdiendo el hilo de sus pensamientos. Abrió la puerta de entrada con un mero pensamiento, tan conectado con la casa como su anterior guardián y el anterior antes que éste, y en cuanto la vampiresa y su regalo pusieron un pie en la casa, el hechicero casi se estremeció de satisfacción.
—Ven, hermano —no esperó antes de encaminarse, a paso vivo, hacia el vestíbulo. Llegaron justo cuando Calliope Lestrange cerraba el parasol negro, convenientemente resguardada del sol. Tras ella, había una chica en los huesos con los ojos vidriosos, una bruja, Constantin podía sentir su poder incluso desde allí, por muy débil que fuese—. Calliope —zalamero, no dudó en tomar una mano enguantada y dejar un beso sobre su dorso—. Este es mi hermano, Fyodr. Ella es una de las hijas de Drusilla y Lorcan —dirigió una mirada cómplice al otro hombre antes de soltar la mano y dirigirse hacia la bruja. Tomó su barbilla entre los dedos, alzando el rostro ajeno como si estuviera valorando si comprar o no la mercancía—. ¿Siempre es tan dócil?
—Puedo pedirle que no lo sea, si es lo que te gusta —ella estaba observando al desconocido—. ¿Has venido por fin a sustituirle? No paraba de quejarse. 
Tras haberle seguido tranquilamente, Fyodr se colocó a su lado manteniendo la sonrisa de quién realiza un descubrimiento la mar de interesante. El tirón de sus labios parpadeó hasta caer, era tiempo de acomodarse. Tomó la mano de Calliope y la estrechó entre las suyas.
—Era hora.
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feastofindulgence · 21 days ago
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But the coldness... It feels just like home.
Nombre completo: Verona Ileana Arghezi
Fecha y lugar de nacimiento: 27 de julio de 1997, en Râmnicu Vâlcea, Rumanía.
Ocupación: Fisioterapeuta.
Especie: Djinn. Los djinn o genios son seres hechos de humo sin fuego, normalmente escurridizos y difíciles de aprisionar, pero no imposible. Entre sus habilidades encontramos la invisibilidad, la fuerza y sentidos superdesarrollados, el viaje entre planos, la levitación de objetos, la manipulación de la realidad, conceder deseos, la posesión, el manejo del hielo y la capacidad de transformarse en un gato esfinge.
Historia: La realidad se amoldó para recibir a Verona, Vera, en el caluroso mes de agosto en un pueblo situado en la cordillera de los Cárpatos. Fruto de una aventura ilícita entre Lavinia Arghezi y Marius Ghenea, nunca fue reconocida por él incluso aunque esto fuera un secreto a voces para todos menos para la familia de él. No obstante, creció siendo consciente de las condiciones de su nacimiento. El paso de los años le dio la oportunidad de mantener una relación cordial con el hombre que ayudó a su alumbramiento, no obstante, eso no era suficiente.
La pequeña Vera se pasaría horas, días y semanas buscando una explicación acerca de por qué su padre no la quería. Envidiosa de sus compañeras con familias perfectas y madres que cumplían con su rol a la perfección, descubrió sus habilidades cuando un buen día deseó que una de estas sufriera lo mismo que ella. Cuando su padre terminó en el hospital, Vera se sintió ligeramente culpable… Pero no demasiado.
Decidió ocultarle a su madre lo que podía hacer, aunque tampoco es como si fuera a importarle, y en las épocas de invierno se refugió en los Montes Cárpatos para poder practicar un poco más. Siempre sola, claro. Se volvió una niña caprichosa, que buscaba atención de cualquier persona en su vida y llegaba a ser insoportable si se lo proponía. Conseguía todo lo que deseaba: las notas, los novios, los regalos, la admiración de sus compañeros y amigos, a excepción de una cosa. Su madre. Nunca fue capaz de hacer que le regalara más de dos segundos de su tiempo, siempre más pendiente de su pequeño negocio y su novio de turno que de ejercer de lo que era.
En uno de estos viajes para practicar, por poco terminó muriendo a manos de esa misma nieve que tanto adoraba. Resbaló y casi se abre la cabeza. Casi. Un hombre relativamente joven y atractivo consiguió salvarla, y ella le hizo prometer que guardaría su secreto. Así, Edgar Cromwell entraría en su vida meses antes de terminar encerrado en Arazmere.
Se convertiría en maestro y confidente, pero nada más, para desgracia de Vera. Fue quién le ayudó a abrir su propia clínica de fisioterapia tras graduarse, y también quién la alentó a encararse con Marius cuando no pudo soportarlo más. Al fin y al cabo, la indiferencia siempre ha sido una de las cosas que más le han dolido en la vida. 
No obstante, Marius se negaba a abandonar a su familia. Lo de su madre había sido un desliz, le dijo, pues su mujer estaba intentando quedarse embarazada y él no podía soportarlo. Sin embargo, una vez esta se quedó embarazada, supo que no podía abandonarla. Y por eso, jamás pudo ofrecerle lo único que quería: un padre. 
La discusión entre ambos fue escuchada por todo el pueblo, así que no fue de extrañar que la primera sospechosa de la desaparición del hombre fuera Verona. Han pasado dos meses de eso, y los cuchicheos en el pueblo son insoportables. Es como estar bajo constante escrutinio, y no importa las veces que desee que este desaparezca. Siempre regresa, como las malas hierbas.
Datos extra:
Tiene un animal de apoyo emocional que se llama Sasha, es un hurón y probablemente uno de sus mejores amigos. Su madre es alérgica a su pelo, pero le ha terminado dando igual, como todo lo relacionado con su hija.
Apasionada del helado de pistacho y los croissants, con sus amigas tienen una tradición de ir todos los sábados a una de las cafeterías del pueblo a por esas dos cosas. Ahí es dónde conoció por primera vez a una de sus hermanas por parte de padre.
Toda una cerebrito, siempre ha sacado las mejores notas, y a la vez, las peores. Solo tres de sus asignaturas le llamaban la atención: la biología, la química y la educación física. Para graduarse tuvo que hacer un esfuerzo titánico.
Tiene una marca de nacimiento en la axila izquierda, y cada vez que la toca se contorsiona de dolor. Nunca ha comprendido por qué, pero eso, y las alturas, hacen que se le pongan los pelos de punta.
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feastofindulgence · 2 months ago
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Huracán.
Tatiana Zhakarova era un huracán, y Kieran lo supo el mismo día que la conoció. Las familias de ambos se encontraban en una de esas galas a las que él asistía solo por la esperanza de acabar dando con algo interesante. Se pasaba horas al lado de sus padres y entre sus hermanos, escuchándolos hablar de todo un poco mientras se aburría. En ocasiones, los dos más pequeños se escabullían y se reencontraban con su hermano mayor un poco después, cuando este también conseguía escaparse.
En una de esas ocasiones, a la no-tan-tierna edad de doce años, había tomado la decisión de vagabundear solo. Estaban en un hotel de cinco estrellas, celebrando una cumbre de tecnología. Por algún motivo que todavía no comprendía, ahí iban muchos magnates, así que no sabía distinguir a los cerebritos de los ricachones. Era bastante rutinario, solían tener varias cada año, y no siempre recordaba los motivos. 
Tenía una servilleta llena de canapés contra el pecho, y se los iba comiendo mientras curioseaba los diferentes salones llenos de gente, y las habitaciones con puertas cerradas. Unos gritos le llamaron la atención, provocando que el canapé de salmón que estaba a medio camino hacia su boca terminara nuevamente en la servilleta.
Ignoró, mientras caminaba a todo ritmo, las figuras que se encontraban en aquel pasillo. No todas se encontraban vestidos con ropajes antiguos, algunos tenían ropa de aquel siglo. Esos eran los que más grima le daban, los que acababan de morir. Por norma general, solía ignorarlos. No le apetecía que lo acosaran. O se habría quedado con todas las esposas de los maridos CEOs, que le apretaban las mejillas y miraban con una mezcla entre asco y ternura. 
Las voces provenían de una de las habitaciones con la puerta entreabierta, y le costó lo suyo darse cuenta de que no reconocía el idioma en el que se gritaban, pero sí el género de los gritos. Eran dos chicas, una parecía más mayor que la otra. Se paró, como el buen cotilla que era, a un lado de la puerta, y observó por la pequeña rendija cómo la más mayor fulminaba con la mirada a la pequeña.
Si le preguntaban lo que estaba entendiendo, era absolutamente nada. Se centró en sus expresiones. La mayor de las dos tenía el pelo oscuro como el carbón, y los ojos tan azules que le dio miedo. Señalaba con el dedo índice a la más bajita, que se mantenía cruzada de brazos, con el rostro rojo mientras añadía frases aquí y allá en medio de la discusión.
El rostro de ambas era parecido, pero la chica que podría ser de su edad tenía el pelo castaño. Ruso, era ruso. Reconoció la palabra spasibo, y dejó su imaginación volar. Ambas estaban muy enfadadas, para el entretenimiento del escocés. ¿Cuánto se sacarían? ¿Cinco años? Una de las dos era una adulta, o casi, eso estaba claro. Llevaban vestidos de cóctel y al parecer, no es que se estuvieran entendiendo muy bien. 
Cuando la más mayor dio un pisotón en el suelo, mientras la pequeña gesticulaba, Kieran supo que estaba dando por finalizado el argumento. El bufido de la otra, seguido del gesto de rodar los ojos, selló el final de la interacción. Se alejó de la puerta cuando la pelinegra la abrió de golpe, sin siquiera pararse a mirarlo. Desapareció por el pasillo como si no hubiera pasado nada, respirando profundamente, atusándose el cabello y caminando a un ritmo tranquilo.
Un carraspeo a sus espaldas le hizo darse la vuelta, retomando su picoteo de canapés. La otra chica, la más pequeña, le observaba con los ojos vidriosos y repletos de fuego. Todavía tenía el rostro rojo, pero mucho menos. Por su pose, cualquiera diría que había estado gritando hasta hacía un rato.
—Eres un cotilla.
Kieran se encogió de hombros.
—Pues sí —la observó de pies a cabeza. Era bastante guapa, y su acento era tan marcado como el suyo, aunque él fuera escocés. 
Estaba en el centro de la habitación. Había varias mesas circulares repartidas por todo el salón, con largos manteles blancos. La carencia de sillas era más que entendible, pero también bastante irritante. ¿Qué pasa, es que los listos no se sentaban? 
—¿Has entendido algo?
Sacudió la cabeza.
—Absolutamente nada —hizo un sonidito de ‘p’ al terminar la última palabra. Ella parecía divertida, y se acercó hasta él despacio. Con cautela.
—Mejor.
—Las hermanas mayores son un coñazo.
La chica guardó silencio y asintió, con la mirada ligeramente perdida. Parecía más calmada. 
—Y que lo digas. ¿De dónde eres?
—Escocia.
—Yo soy rusa.
—Ya lo sé —sonrió de manera sincera. Era una conversación tan escueta que resultaba ridícula, graciosa, incluso, pero era mucho mejor que las que había tenido que sufrir en la sala donde sus padres charlaban con magnates y cerebritos.
Ella le devolvió la sonrisa, y percibió un hoyuelo en su mejilla derecha. Siempre había odiado los hoyuelos, pero porque él no tenía.
—¿Cómo te llamas?
—Kieran. ¿Y tú?
—Tatiana, где ты? 
La voz de un chico no tardó en llegar, y al mirar en esa dirección, vio a un chico con la misma cara que ella caminar como si el mundo le debiera algo. Kieran parpadeó, y antes de procesar lo que ocurría, perdió de vista a Tatiana. La chica le dedicó un encogimiento de hombros al pasar por su lado, se cogió del brazo del que supuso que sería su hermano (por la cara de mala leche, el acento ruso, los ojos claros y el pelo negro, más que nada) y le dejó ahí plantado.
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