"la imaginación plantea más dificultades que la memoria" garp
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Siento mucha ansiedad al escribir esto. quiero que mis pensamientos salten directamente a la página. España bromea con el chip neural y me pregunto si eso hará aún más transparente mi ansiedad. Recurro a Fe para preguntarle de dónde sale su aparente serenidad a la hora de escribir. lo leo y es casi como si lo escuchara, casi como si lo viera escribir, enojado pero sin pausa, claro. quisiera espiar su mapa mental. Tengo mil imágenes, ideas, miedos y contradicciones surgiendo en mi mente en este momento, y que creo que fui guardando y que por miedo y vergüenza no dije. Y así con vergüenza escribo sobre el por qué escribir poesía, sobre el cómo vivir de esto. Salto la montaña ridícula por no sentirme agradecida por tener un trabajo, en este momento con este gobierno. En este momento y con este gobierno por primera vez tuve miedo. Mal que mal llegaba, si es egoísta, no vivía de lo que me gusta pero llegaba ( a fin de mes gente) podíamos hacer lecturas, manifestarnos, decir algo. Hoy me da muchisima pena el resultado de las decisiones políticas que vienen tomando desde el 2023. No es que antes no pasaba. Parece que no hay que subestimar lo que pueda pasar. Al final el tema no es la poesía en sí, sino escribir. Hay casos de mujeres que pueden vivir de escribir pero narrativa, no poesía. ¿Y cuántas son?Repito para mi “el sueño de vivir de escribir” y reescribo: “ el sueño de hacer algo al margen del trabajo diario con lo que no me sienta menos esclava (ya dije que estoy agradecida por tener trabajo?) Pienso: hacer algo que nos permita resistir, reescribir, simbolizar y reinventar el estar vivo. Algo que de esperanza (devuelvan esa palabra) Y concateno las siguientes frases: este gobierno-las ganas de romper todo-el ¿para qué escribo?-¿sirve algo?. A la vez lo absurdo de tratar de vender algo que no se puede comprar y que no sé si sirve para nada más que para abrazarse y desaparecer. Yo también quiero la biyuya Camila, ojalá pudiera mostrar las tetas. Lo inútil que me parece ahora ser una pseudo intelectual. El poema no se come, la poesía no puede pagar la luz. ¿Alguien va a comprar mis poemas? La gente no tiene para comer. ¿Las palabras son al final balas? ¿Estas palabras te reconfortan? Puedo sostener la idea de armar mi adentro muy hondo refugio. ¿Sirve? hoy también les van a pegar a los jubilados. En mis nervios, tiemblo, quiero llorar. quiero una solución para todos hoy. Y me lleno de palabras poemas, qué más da: desilusión desesperación desesperanza disgusto generación desolación desafortunado golpe siempre nostalgia ojos abiertosdudadurezaparedesen
contactodesabrazo abandono de mi de yo a otros re lectura dislexia remanso canto y yo al final estoy bien, a pesar del miedo al futuro, la incertidumbre, mi hijo come todos los días. Nunca fui ajena al contexto, ni insensible pero nunca no encontré consuelo en el poema, como ahora.
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(sin editar y coso. Es el tiempo y la ansiedad)
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Antes de escribir fui una nena en noches abiertas e insomnes que no tenía más nada que hacer que escuchar y ahí se encendió la imaginación. La poesía en esos contextos tiene sentido, digo en relación al ¿Para qué? LO poético, la fuga necesaria, el cuelgue que se inicia antes de la lectura porque con la lectura toma otra forma. LA poesía como género que fue rezo, jitanjáfora, Becquer, Neruda y cantos. Nunca tuve muchos libros. mis papás me regalaban Revistas. En fin, la lectura. cualquier lectura (dorso de frascos varios, carteles en la calle, canciones, películas, actitudes, cuerpo) todo aquello que me diga algo y que me deje decir. Supe el poder del autocuidado en la poesía mucho antes de entenderlo. Hablo más que del valor de la poesía. El otro día la escuchaba a LA Camila SoSa Villada (soy de Salta y aquí decimos así) en una entrevista hablar del capital simbólico que tuvo siempre y que a ella le gusta la biyuya. Nunca fui ambiciosa, siempre me dije con razón escribo poesía. Mi sueño material es uno y está cada vez más lejos. Mi siempre volado yo me mantuvo fuera de lo material. Claro, nunca me faltó para comer y donde vivir. No entiendo el deseo de comprar cosas chucherías que son basura, ropas, maquillaje, ir a la peluquería, seguir la moda. la poca plata que tuve desde que empecé a trabajar la use para formarme y poder quizás ganar un extra, para ese sueño material. El gran sueño es vivir de lo que se ama y solo conozco una persona que con toda la dedicación del mundo pudo hacerlo. los demás diversifican sus tareas y entradas.
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Siempre que dije que la poesía no garpa y me refería a que no engancho con eso. No conquisto hombres ni onvres (pues paki) aunque alguna vez se sientan halagados porque les escribí un poema. Y eso de no enganchar con la poesía hace referencia a los viejos poetas (amigos?) que decían como respuesta a la pregunta ¿Para qué escribís poesía? Para conquistar minitas(lease con voz de burla). El caso es: ¿Para qué escribo poesía yo? ¿Para qué después de tantos años? ¿Qué (si) garpa?¿Qué es lo que gano? ¿Qué gané? ¿¡Gané!? y ¿Por qué? Como el meme, no hay . sólo hay un caudal en mi adentro que se manifiesta y me protege como cualquier virgencita. Odio hablar, yo escribo. Mi voz suena rara, cada vez más. Me dan vergüenza mis dientes. Siempre pienso que me voy a equivocar y en ocasiones me pongo verborrágica , absurda y disléxica (no, no sé si lo soy) Esto no es un texto de palabras vacías. esa pregunta inicial que siempre respondí igual, nunca tuvo la respuesta cercana: “Por la plata” crecí creyendo y sabiendo que la gente que se dedica al arte rara vez vive de eso. Primero habría que preguntar en qué contexto. Aquí en Salta, Argentina. Y no, no conozco a nadie que viva de su arte exclusivamente. (por favor si ustedes sí (la esquizo pregunta suponiendo que alguien lea esto alguna vez) cuenten) tuve lindas satisfacciones pero siempre muy lejos de vivir de esto. En cambio siempre me ayudó a sostenerme emocionalmente. A gritar en el papel. Mis papás no creen en la terapia y aunque creyesen no tenían plata para mandarme. Cada uno se arma como puede. Yo escribí siempre. ( Si pueden (y quieren) por favor vayan a terapia) Cuando me enfermaba de chica y pasaba horas despierta, yo escribía y dibujaba. Cuando mi mamá no quería (o podía, anda a saber) consolarme, yo escribía. O cuando sentía que lanzaba un grito al espacio y el resultado era vacío. Si lo pienso de este modo escribir tiene un sentido de refugio en mi, de autosalvataje. El poema casa, refugio. El poema fuego erotizador y fuego destrucción del patriarcado. El poema contemplativo yoguico. el poema soledoso feminista. El juego literario destrabador de lenguas. El poema conjuro mágico simbólico. El poema ruego-llanto. El poema paja-procrastinador en horas laborales. Y todo lo dije cronológicamente sin darme cuenta. Cuando digo conjuro y me doy cuenta que no soy yo hablando sino que de alguienes más que escuché eso. Porque la poesía no es la que escribo hace años, con redundancia y deseo. La palabra poética que leo desde antes de escribirla quizá. Porque antes que poeta, contempladora. Y si, el poema y los poemas están hechos de palabras, sangrantes-sagradas y/o rotas. pero antes, mucho antes lo poético(citar a octavio paz) antes la contemplación (citar a mary oliver)
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Quiero hablar de mi deseo. Pienso que cuando era más chica era mucho más fácil, estaba deshinibida y en lo sexual encontraba un poder. Con el tiempo perdí. Me humille ante alguien y mi estar en el mundo se masculinizo. No me sentí más minita (yo me burlaba de eso pero me gustaba) Soy heterosexual. Me gusta la pija. La idea de la pija. La que me penetra. Alguna vez me imaginé penetrando, porque de a ratos me gustan las mujeres. No me digo bisexual. Soy hetero porque gozo con hombres y con sus pijas. El caso es que me sentí disminuida una vez. Pequeña. Y aunque ahora quiero tomar la iniciativa algo me frena. A la vez también gozo con que me avancen, se me acerquen. Me calienta que me digan cosas. Me encantaría que vos me digas algo. Me queda la cadencia. Antes que nada quiero desnudar mi deseo. Deshojarlo de pensamientos. Ampliar la piel. El otro día cuando te esperaba quería hacer el salto al final. En mi ansiedad orgasmear. Pero ¿qué hay de la cadencia de los cuerpos? Pienso en los bailarines y músicos que sostiene en el tiempo, los silencios. Lo que quiero es eso. Y vos, ¿qué querés? No quiero ser violenta. Quiero encontrar el ritmo. También quiero tomar el control. Yo te dejo y me gusta (mucho, posta) pero a veces, quisiera que te dejes.

(la repetición de la palabra pija es a propósito 😉)
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se (me) impone una incomodidad en el cuerpo
desde los oídos.
La música que escucho
quiere que me tire al piso
y sienta el frío desde ahí.
no sé qué más podría pasar después de eso.
ser una bolsa de huesos que chocan entre sí
o una babosa.
contengo el aliento.
mi respiración se agita
no hay explosion,
debo cuidar las formas.
me contengo y escribo.
armo una intimidad.
¿disfruto esta incomodidad en la oficina?
redescubro el deseo.
¿cómo se siente el tacto?
¿la alegría de verse?
digo se y no te
y abro una puerta para no nombrar.
por eso,
el deseo se nombra entre bordes
de silencio .
¿cómo sentirá tu pecho mi mano fría?
ahí la trampa de la persona gramatical,
la música indescriptible
y el frío de otoño.
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Pienso en qué pasaría si dejara de pelear con el tiempo, todo el tiempo. Qué tono tendrían mis músculos, mi mandíbula. Mi sistema nervioso no rompería a llorar en el escritorio de mi trabajo tan poco profesional, tan minita. en la ventana de mis días me veo dormida y me enojo conmiga. ¿Qué hice mientras besaba sus ojos gatos? no lei. por mi contexto? por inmadura? A veces creo que directamente envejeci. ¿Cuántas fiestas me perdí porque no me dejaban salir?. ¿Experiencias? ¿Pieles? por tener miedo. La vida me escupió aquí, dentro de mi camisa a cuadros y en este escritorio y recién miro alrededor. Parece que me deje llevar y hoy me resisto abrazada a una palmera para que el viento no me lleve. en esto de ver, de sentir, quiero romper todo. Hago capricho dentro de mi pecho. ¿Qué hice, acaso ahora ya desperté? ahora tengo que hacerme cargo de este caos.
Y qué pasa si me rindo.
Si acepto.
y dejo de morder
de apretar las manos
si de verdad suelto los hombros.
qué pasa si lloro.
si por fin
exhalo
y me lloro
bueno, no morí porque no me querés.
No me marchite en este trabajo.
No empece a odiar,
nunca deje de escribir.
me aproximo al dolor,
después de todo
no siempre se puede escapar.
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harta
obvio que comiendo sano y haciendo ejercicio mejora tu calidad de vida y estás lleno de energía y feliz, ponele. Pero, todos pueden? todos pueden elegir no ponerse una vacuna? todos pueden elegir una terapia alternativa? todos elegimos creer en la ciencia en este mundo de gente avara y sórdida donde ya sabemos que quieren la papota y la salud bien gracias? todos creemos en dios en este mundo de gente avara y sórdida donde ya sabemos que quieren la papota y la salud bien gracias? yo estoy esperando la vacuna. no sé si creo en la ciencia, pero tampoco conozco gente que se haya curado de nada con una imposición de manos y fe. pero si me dicen alguna alternativa para no enfermarme una posta. Me parece irresponsable (más que nada gente que hace yoga u otras terapias) que critiquen, o ponga en cuestión la única certeza que tienen muchos, porque sus cuerpos sólo responden a los remedios. quizás si fueron a curanderos, y demás formas de sanar. quizás el yoga y las terapias alternativas les sirva para transitar las enfermedades y tratar de estar tranquilos. pero abandonar un tratamiento ya es otra cosa. quizás ponerse la vacuna les de la posibilidad de vivir un poco más normal.yo si estoy esperando ponerme la vacuna. yo quiero tener una vida más o menos normal. yo me sigo quedando en mi casa lo más que puedo desde hace un año. yo sigo teniendo el mismo miedo y me cuido. rara vez salgo y cuando lo hago, elijo lugares abiertos. hace más de un año que no voy a fiestas, que no veo una banda, que no voy a bares. si están sanos agradezcan que lo están, pero no aconsejen. y si son sanos y dudan de la vacuna y no se la quieren poner, no se la pongan y también agradezca. pero por favor,guarden silencio.
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Me quedé encerrada en el baño del trabajo. Fue una boludez girar el seguro si ya sabía que andaba mal. Ahora tengo que esperar que alguien pase. Y yo que quería entrar y salir rápido para no bancarme el olor que de todas maneras llega hasta mi escritorio. No sé cómo hacen las chicas para pasar tanto tiempo cuando llegan pintándose. Es lindo verlas una al lado de la otra maquillándose, tratando de poner la mejor cara la jornada laboral, pero no entiendo. Tampoco la onda que le ponen a la mañana, yo agarro lo que adopte por uniforme y chau. No quiero sentarme a esperar y tampoco quiero gritar. Lo cierto es que nunca me siento cuando voy a un baño público, ni cuando voy a la casa de alguien, por costumbre nomás. No es cualquier cosa ir a esos baños. Puede ser una experiencia agradable o desagradable, no un mero trámite. Depende mucho del grado de limpieza o de la hora. Es bastante obvio que no es lo mismo un baño de un bar a las 23 que a las 4. Espero no volver al Tata de madrugada, por ejemplo. Por suerte aquí acaban de limpiar. Hoy me parece más una prueba de destreza, fuerza, equilibrio y puntería cuando estaba embarazada era peor, a veces no entraba en los sucuchos. Los hombres pueden ir a cualquier lugar y no está bueno. A mí me desagrada bastante cruzarme con alguno con la chota afuera (perdón, dije chota) sé que hay una especie de tubito para que hagamos paradas pero la verdad no me veo usando eso y no es por hacerme la princesa sino por lo torpe que soy en general, seguro termino toda manchada. Desde chicas se vuelve un tema ir al baño, nos enseñan a tomar precauciones, a no ir solas, imagino que es parte de la explicación de por qué vamos al baño en grupos. Además de lo divertido: la foto con las amigas tilingas y alguna colgada, el labial, el llanto de la borrachera, el chisme, el pucho en el baño del colegio. Los besos lesbianos que no te bancas después porque demasiado heterosexual para continuarlos (hablo de mí, claro) No es para nada un trámite ir al baño. Y acá parada como una boluda espero que alguien venga. Ni siquiera hay algo para leer, ni un graffiti. ¿Cómo hacen para aguantarse a escribir algo? O será que los adultos no escriben las paredes (?) será que la gente que hace la limpieza se toman el trabajo de sacarlos? Lo que más me gusta de los baños son los graffitis y mis preferidos, hasta ahora son los que vi en la universidad. Puertas manchadas de lapicera, de corrector. Manchas que son voces, y hasta diálogos que se pueden seguir con flechas. Cuentan sus historias. Si bien muchas tienen que ver con cuestiones amorosas. Es interesante como las mujeres escriben su cuerpo y su deseo en una puerta. Cosas como: chicas me acosté con un hombre casado y creo que estoy embarazada. Ante esto no faltan los insultos, los reproches y las censuras de los deseos. El “cagate por puta”, el “dios te ama”, el “destructora de familias”, el “cómo les gusta boludear y perder el tiempo”. Se ven también dibujados algunos penes que no creo que las chicas hayan hecho. Se nota el sincero pedido de consejo, de aprobación de la otra. Son mujeres pidiendo permiso para desear, porque les da culpa hacer lo que tienen ganas. El otro día Glo nos cuenta por wsp que llegó al colegio donde trabaja y que se encontró con todas las chicas en el patio. La directora las estaba retando. Después se enteró que era porque habían dibujado en el baño, pero no era cualquier dibujo (aunque no sabemos qué dibujaron) la cuestión es que lo habían hecho con sangre menstrual. Fuerte, pensé. A mí me da un asco mancharme. Es un bardo cada vez que menstruo (más si estoy en el trabajo) por las dudas me pongo dos bombachas (en verano es una tortura) quiero amigarme con mi cuerpo (no al punto de hacerme amiga de la luna, jipis) pero como para usar la copa en lugar de los tampones y toallitas que me hacen muy mal. Fuerte. Me pregunto qué habrán dibujado. Aunque en realidad no importa. El reto, seguramente fue por la material. Porque las chicas apenas pueden hablar de su cuerpo, imagináte que lo usen para dibujar. No dicen “menstruo”, dicen estoy “indispuesta”. Así me enseñó mí mamá y todavía lo dicen. No las escucho decir su cuerpo: concha, tetas, pija, vulva, vagina. Bueno, últimamente veo dibujos de conchitas pero son los dibujos de mujeres que tienen un camino1 en la deconstrucción. Mujeres y cuerpos disidentes que son dueñes de sí. Una puerta o un baño manchado de sangre es fuerte. Quizás la que lo hizo no sabe la potencia simbólica de ese acto. Desobediencia y reclamo. Lástima el reto. Cuántas cosas se pueden decir desde ahí. Cuantos cuerpos pueden nombrarse. En esas puertas también leemos el debate sobre el aborto pero congelado en el tiempo, de antes cuando no se podía decir Yo aborte. Cuando nadie le decía a esa chica qué hacer con ese embarazo. ¿Y ahora? ¿Se puede? ¿Qué baños hablan de eso? Me quedo pensando. Parece que alguien me abre la puerta.
(este texto casi sale en la Rock salta, que vuelva)
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Y más me enojo en las redes
Por Fernanda Salas
La veo hacer gestos, habla por lo bajo (aunque lo suficientemente claro como para que se entienda). “Fiero, el negro”, dice. Clau, que está al lado mío, me explica que esa burlista se ríe de la mujer trans que cruzó en el baño. Blanqueamos los ojos y volvemos a nuestro trabajo. No quiero indignarme con cada cosa que veo pero no lo puedo evitar. Salto como leche hervida y voy a los talones como Schiavi (de hecho, ése era el apodo que un antiguo jefe usaba conmigo). Estoy harta, cabrona. Hay lugares, como éste, en los que me tengo que morder la lengua. Es que una vez que entrás en el feminismo ya no podés ver las cosas así nomás. No importa cuándo entrás ni cómo, ya estás jodida. Y lo digo bien. Estoy feliz, es hermoso, pero también hay dolor. Y así ando, enojada. Y más me enojo en las redes. Me cabrea leer a los cibermilitontos de las causas nefastas y me enojo conmigo por las veces que no voy a las marchas.
Qué raro es seguir todo por internet. Hoy recorro Facebook, me detengo en el estado de una chica que conozco. Cuenta cómo la violentó un hombre y se lamenta porque pidió ayuda a una mujer y ésta se lo negó (y era jueves de comadres). No podría decir que es un escrache porque no dice los nombres, es apenas un descargo. Las redes también sirven para eso. En los comentarios la saludan, le mandan abrazos y le dan apoyo. Algunas cuentan cuando se encontraron en momentos similares. ¿Qué hacer en esas situaciones? ¿Vos qué harías? “Lo personal es político”, escuché decir mil veces a mis amigas, que la tienen bastante clara.
En diciembre iba por una calle del centro, muy temprano por la mañana. Hacía mucho calor y yo llegaba tarde al laburo. De frente vi una pareja con un bebé. A medida que me acercaba noté que él la tenía agarrada por la muñeca, un forcejeo disimulado. Cuando pasaba por al lado escuché que ella, muy por lo bajo, le pedía que la soltara. Estaba llorando y con el otro brazo tenía alzado a su pequeño. ¿Y? ¿Qué se hace? “¿Necesitas ayuda? -él no la soltaba-. Dejala ir”. Lo mío era casi un ruego. “No me deja ver a mi hijo”, me dijo. “Con razón”, pensé. “Anda a ver a un abogado -le dije, y me sentí un poco tonta-. Voy a llamar a la policía”. Prepotente, me extendió su teléfono. El chabón estaba seguro de que hacía bien en exigir sus derechos de padre por la fuerza. Enojada, le grité lo que me salió y me alejé a llamar a la policía, no quería que se notara que me había intimidado. Ella nunca me miró y él no la soltó. Llamé al 911, se me trababa la lengua y del otro lado tampoco me atendían muy bien. Pregunté si ya venían y sólo me dijeron que ya habían informado. ¿Qué se hace después? ¿Esperar? ¿Es suficiente con un llamado? Encima estaba llegando tarde al trabajo. Por suerte, y para calmar mi culpa, vi a la policía llegar cuando yo estaba llegando a la esquina.
Vuelvo a esa sensación de incertidumbre. De lo que se hace. ¿Qué pasaba si la cosa se ponía más densa? Creo que en otro momento hubiese pasado por al lado y no hubiese dicho nada. Como de hecho pasó gente al lado nuestro y sólo fue espectadora. Quizás, si hubiéramos sido varios, él la hubiese soltado. Y si todes detuviéramos esto, si todes fuéramos feministas. Pero no. Pienso en la mujer que no ayudó a esa chica, pienso en mi compañera que se burla de una mujer trans y les dice gordas a otras. Miro alrededor y puedo adivinar que ninguna de las mujeres que me rodea conoce la palabra sororidad. Estoy segura de que pensarían mal si les mencionara la palabra feminismo. No creo que ninguna pueda (ni quiera) parar el 8 de marzo. Y eso no es menor. Pienso que es hasta grave, si me detengo en las cosas que escuché en relación a casos de abuso.
Esto me importa mucho. Necesito que mis compañeras sean feministas Ahora que el feminismo se sienta en el sillón del enemigo y lo transmiten por la tele me parece importante pensar cómo llegamos a ser feministas. No todas contamos con esa persona que te siembra la duda y te hace entrar y salir de vos. ¿Entonces, cómo se hace? Se aprovechan todos los frentes, estoy convencida de eso.
Antes de encontrarme con el feminismo primero me crucé con mujeres fundamentales en mi vida. No sé cuándo, en algún momento sucedió. Me di cuenta de que cuando tenía 15 quería ser linda. A los 20, inteligente. A los 25, libre. A los 32, independiente y buena madre. Además, siempre quise que me quieran, no estar sola. En el fondo de todo, mis ganas de escribir. ¿Y acaso no era linda, inteligente y libre? ¿Qué era lo que no me permitía verme así? Me pregunto todas estas boludeces y afuera las mujeres, trans y lesbianas abortan, pelean por sueldos justos, por sus hijos, por sus libertades y por sus cuerpas, pero creo que antes hay que pasar por estas preguntas. Antes hay que mirarse el ombligo. Es necesario.
Colgada en Rock Salta Nº 28
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Colgada y atenta
Por Fernanda Salas
Como excusa para caminar voy desde la casa de mis viejos hasta la mía. Es decir, desde Universitario hasta Ciudad del Milagro. No es lejos pero hace tiempo que no uso un tiempo muerto para hacer otra cosa que no sea dormir. Por suerte no hace calor y está empezando a oscurecer. Voy tranqui. En la esquina escucho un silbido. Voy enchufada a mis auriculares pero aun así lo escucho. No me siento intimidada, lo dejo pasar.
Para llegar a mi barrio tengo pasar por Castañares, la República de Castañares. No tengo miedo. Todo me da miedo, en general, pero no este camino. Menos el barrio donde pasé la mayor parte de mi vida. Mi barrio.
Siempre soy miedosa y precavida, creo. No importa por dónde camine. Siempre uso los mismos mecanismos: camino rápido, pienso quién vive cerca, camino rápido. Parece que estoy muy en la mía porque siempre voy enchufada. Nada como andar por ahí escuchando música o la radio. Para las salidas nocturnas nunca elijo tacos, por si hay que correr. Por suerte nunca me pasó nada, ni en mi barrio ni en ningún lado. No quiero decir toco madera. Nunca me pasó nada, repito. Colgada y atenta, si es que acaso eso se puede. En una esquina unos chicos juegan a la escondida. Me da ternura uno que parece demasiado grande para el ligustro en el que está escondido. Me recuerda tantos veranos en los que nos quedábamos jugando con los amigos del barrio. No vale dar la vuelta a la manzana, decíamos, y de todas maneras esperábamos que se de vuelta al que le tocaba para correr hasta lo que estaba prohibido. Creo que no éramos nosotros los que poníamos la regla, eran los grandes, que esperaban que no nos pase nada. Y no, nunca me pasó nada en mi barrio. Aunque, ahora que recuerdo, una vez uno de los grandes intentó tocarme con el cuento de enseñarme a ponerme una toallita femenina. No lo dejé y no le conté a nadie, pero no volví a quedarme sola con él. Más de eso no, no me pasó nada.
En la esquina siguiente el panorama es diferente. Unos chicos andan en sus motitos con un vaso de fernet. Quieren sacar plata del cajero pero está muy lleno. En la avenida Housein, frente a la escuela, la esquina de los departamentos es algo oscura y rara. Ahí los edificios parecen un poco hundidos. Hay otro grupo de chicos, sentados en hilera al costado de un kiosco. Antes de pasar por delante de ellos veo la Casona de Castañares. Antes el campito de al lado estaba vacío, no había casas y de lejos se podía ver el cerrito en el que tampoco nos dejaban jugar porque lo importante siempre fue que no nos pase nada. No soy como Emilio Renzi, que se queja porque nunca le pasó nada y no sabe de qué escribir. Creo que si no nos pasó nada a muchas mujeres es una suerte extraña pero suerte al fin. Podemos sentirnos contentas de contarlo.
Los chicos quedaron atrás y no, no me dijeron nada. Un estruendo de fuegos artificiales viene de la iglesia, parece que es el último pesebre. Escucho una especie de sirena que viene de las voces del coro. Ya estoy por la esquina de la que fue mi casa toda la vida, hasta los veinte. La casa y el barrio siempre parecieron cuidarme o tuve mucha suerte. No sé si no recuerdo bien o si elijo qué recordar. Y de repente recuerdo que un hombre nos llevó una vez a pasear. Que casi llegamos a los canales que bordean el barrio. Que pidió que huela su perfume. Qué no nos pasó nada. Que según la vecina, tiempo después se lo llevaron preso. Abuso, dijo. Yo era muy niña. Lo dejé pasar.
Suena “Life on Mars”. Alguien la cantaba. Un chico que conocí. No en el barrio, de otra provincia. Nos conocimos, después la manija del chat. Viene. Voy. Allá me emborracho, tratamos de coger, me duermo. Cuando me despierto él me seguía cogiendo. Me di vuelta y volví a dormir. No me espanto cuando lo pienso. Lo dejé pasar.
Ya estoy por llegar al Chango y no entiendo bien cómo funcionan la mente o mis recuerdos. Lo inútil que es tener miedo a veces y la sorpresa que te dan los lugares donde te sentís más cómoda. Por qué se dejan pasar algunas cosas. El camino se desdibuja como las cosas que no se dicen.
Colgada en Rock Salta Nº 27
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Colgada - Por Fernanda Salas
El tesoro de los inocentes
Estoy en la obra social. Tengo el número 406, va en el 284 y no traje nada para leer. Flota el malestar de la gente, el murmullo ensordecedor de cualquier oficina. Sobresale la voz de un nene que está sumergido en su juego, que no entiende del tedio. En la pantalla Crónica y C5N en mute. No parece una oficina del Estado. Los zócalos de Crónica alertan “La navidad de oro”, “Llega la navidad y estamos medio caídos”, “El viernes hay que armar el arbolito”, “¿Cómo llega Papá Noel en el 2017?”. Todo acompañado de testimonios de comerciantes con cara de preocupación.
La tele anuncia algo que los supermercados ya hicieron desde mediados de noviembre. Llega diciembre (triste, real) y reforzamos nuestro espíritu tilingo, digo navideño. Ayer un amigo dijo “ya fue el submarino. AHORA EMPEZÓ EL MUNDIAL”. Y me explicó (gracias macho) que había sido el sorteo de los países. Parece que ya fue todo: Santiago, Rafael, el submarino.
Entre el murmullo, el mute y el tedio todavía suena la voz del nene que juega. Será esa voz o la tele pero de repente recuerdo cuando era chica. Vuelvo a los diez años (RE grande): mis viejos me regalaron una bicicleta rosa y blanca. Bueno, Papá Noel me regaló. En mi casa se creía en cosas. En dios. Ahora sólo siguen creyendo mis viejos. Yo creía. Este recuerdo no es sobre la bici blanca y rosa de nena, ni tampoco es cómo perdí la virginidad con una bici (exagero, pero pasó), este recuerdo es sobre la inocencia. Es cierto que todavía parezco inocente cuando alguien me hace un chiste y yo digo ¿ENSERIO? con los ojos grandes como emoji mientras que del otro lado con ojos en blanco me dicen no (boluda). Esa otra inocencia de mi yo de niña era distinta. Pura, podríamos decir.
Siempre pasamos las fiestas con mis padres y mis hermanos, en casa. Lejos de la otra familia. Familia éramos sólo nosotros, mi hermano mellizo y yo. Creo que me aburría bastante. Mi hermano salía a jugar con los chicos del barrio y yo creo que no. Yo vestía un enterito blanco y rosa que amaba y después odié. Había olor a navidad. Todo ese día lo hay desde temprano, incluso hoy. Mi recuerdo esta en mute igual que la tele. Veo las luces del arbolito y noto mi ansiedad porque veo regalos y nombres y no veo el mío. Veo que todos brindan y se saludan y en un parpadeo una bici creció en mi árbol. Una bici que no tiene nombre pero que es mía así, de golpe. Mágicamente.
No sé por qué me ataca ese recuerdo. No sé tampoco cuándo empecé a odiar las fiestas. Probablemente cuando empecé a querer salir. Eso no importa mucho ahora. Creo que siempre pensé la navidad en relación al rito, al tedio (como el de esta oficina) a las obligaciones de familia. A no hablar de política, ni de religión ni de nada como en cualquier reunión familiar. Y en realidad siempre la pasé bien con mi familia. Nunca tuvimos problemas demasiado serios como para no estar tomando algo en navidad y hablando boludeces. Tampoco es que ahora soy menos boluda. Veo alrededor y me preocupa la inocencia de todos. Puedo ver las cabezas de la gente comprando cosas en las peatonales cuando los bondis pasan por la San Martín. ¿Vemos las cabezas de todos? ¿Todos la pasan como yo?
La cabeza me va a explotar entre las palabras: reformas, inflación y mi pesimismo berreta acomodado. Porque ¿qué hago con lo que pienso? ¿Qué hacemos todos? Cómo dice amiga G: “¿Cómo sería si fuésemos Violencia Rivas y de verdad rompiéramos con todo nuestro conformismo? Entre que nos quejamos hay gente que posta no tiene nada. Me rio del cross cósmico que me aplasta la jeta porque, lejos de ser hippie, las contradicciones también hay que bancarlas. Por otro lado, dice G, las fiestas también son una metáfora de cierre, de nuevo comienzo. Lo necesitamos para seguir dentro de esa gran máquina que parece comernos. Para resistir.
Lo veo al nene irse, ya mucha gente se fue y parece ganar el silencio. En eso me llegan dos mensajes: en uno un amigo me cuenta que le gusta la navidad porque va a su pueblo y su mamá hace sanguchitos de atún. En el otro mis amigas empiezan a organizar el año nuevo que pasaremos juntas. Sonrío. Ahí está la resistencia.
Colgada en Rock Salta Nº 26
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Algo ha cambiado
Por Fernanda Salas
Escupo un poema:
A veces quisiera tener un pene
Soy una mujer que menstrua.
Hace 19 años ya
y todavía no se acostumbra.
A veces quisiera no menstruar.
No haber menstruado nunca
Me gusta ser mujer.
La menstruación no tiene nada que ver con eso.
A veces quisiera tener un pene
pero conservar mis tetas con las que amamanté a mi hijo.
Tener un pene para darle a los culos de mis amantes hombres.
Amo mi vagina
Y le deseo la lengua
de esa chica que pasa
todos los sábados
a la 1 de la tarde.
Soy una mujer
Una mujer de ojos niñes
Un monstruo de canas largas.
A veces luciérnaga,
otras, colilla de cigarrillo.
Una mujer que menstrua,
que sangra.
Al frente mi compañera mira noticias en un portal de noticias. Nefastos titulares, nefastos los comentarios de gente nefasta en cualquier noticia. La que lee es sobre el último Encuentro Nacional de Mujeres que se realizó en Chaco. Lee y un inmenso murmullo dormita a la gente que va y viene en esta gran oficina. Santiago sigue sin aparecer.
Me pregunto qué pensará mi compañera que lee. Una vez la escuche decir que su perra era una perra feminista porque no le gustaban los nenes varones. Yo con cara de nada le escupí mi respuesta: el feminismo no está en contra de los hombres sino en contra del machismo. En ese momento pensé en qué me movía responderle. Por qué le contesto a cada persona que dice algo por el estilo. Voy escupiendo respuestas. Me pregunto si la gente sabrá algo de los encuentros nacionales de mujeres. Por lo general compran lo que leen en los diarios, lo que les dicen las noticias. Muchos miran la vida pasar por una pantalla. Yo también, no me voy hacer la boluda con eso, aunque también me tomo el tiempo de amargarme y dudar.
Por mi parte, la primera vez que fui al Encuentro Nacional de Mujeres fue en 2013. Viajamos a San Juan con mi amiga G en un bondi de Patria Grande. G conocía a las chicas y yo las había visto un par de veces en alguna marcha. Ninguna conocía San Juan. En Tucumán subieron unos chicos que iban a Mendoza al Encuentro de Varones Antipatriarcales. Todo muy tranqui. En el caluroso San Juan dormimos en el piso del pasillo de una escuela. No nos bañamos tres días.
Era la primera vez para todo. La primera vez que iba a los talleres, la primera vez que veía las plazas llenas de colores de diferentes agrupaciones. La primera vez que escuchaba discutir a una militante de las rojas. La primera vez que marchaba con una gran columna feminista. La primera vez que veía de adentro cómo se organizaban. La primera vez que veía cómo se cuidan las muchachas feministas, todas juntas y felices. La primera corrida. La primera vez que me ponía de cordón humano para bancar una marcha. Nos quedamos sin voz de tanto cantar. No me cansaba de ver a tantas mujeres todas distintas. El paraíso feminista. “Algo cambia en cada mujer que asiste al Encuentro”. Sí, algo cambia. Algo cambió ese viaje.
Con G siempre bromeamos sobre los días sin bañarnos, sobre dormir en el piso. Sobre todo eso que hicimos esos días para dejar de ser minitas. Lo dijimos tanto que G pensó una definición de minita: es la típica, el estereotipo de mujer tradicional. Minita es cuando queremos nombrar un comportamiento, actitud, sentimiento que nos retrotrae a la construcción social que se hizo de mujer. Por lo tanto, hace referencia a prejuicios y estereotipos en la manera de comportarnos. A veces somos minitas. Cuando escribo un poema a un boludo que no me dio bola o algo, es un poema minita. Y no es que no nos guste ni tampoco que nos encante ser minita. A mí me gusta el labial rojo. Rojo minita presumida. Rojo sangre menstrual. Pero también me lo pongo en la marcha, ¿se entiende? La cuestión es que mi ser mujer (y el de todas) no termina ahí. Es mucho más complejo y para eso están los encuentros. Y voy a ser obvia: los encuentros nacionales de mujeres están para discutir todo lo que viven, para marcar agenda feminista. Para abrazarse y salir a luchar.
No es ahí cuando me consideré feminista. Vuelvo hacia atrás y pienso en el momento exacto y un poco se me escapa. Y no soy una estudiosa de los feminismos. Pensarme feminista fue cuestionar la mujer que soy todo el tiempo. Qué mujer fui y qué mujer quiero ser. Digo feminista y lo digo tranquila. Lo digo bien. Combativa y hasta cariñosamente. Me encanta decirla aunque no recuerde cuándo la escuche por primera vez. Y qué loco que para algunos sea una palabra extraña: feminista. Prefieren disfrazarla diciendo “un toque feminista” o el simpático (?) feminazi. Qué loco que todavía tenga que escupir explicaciones: no, feminismo no es machismo al revés. Y no, este año no viajé (Macri gato) pero todas estábamos ahí.
Ese primer viaje reafirmó lo que se venía gestando hace mucho en mí. Eso que tardó 27 años en aparecer. Porque no mucho antes de ese momento yo me había comenzado a preguntar cosas. Y no, no me da vergüenza decir que tenía 29 años la primera vez que fui a un Encuentro Nacional de Mujeres. Ojalá aparezca en todes ese gritito de adentro que nos hace despertar. Desperté y noté la mujer que soy y pensé y deseé y, aún, construyo la mujer que quiero ser. Porque todavía no sé quién soy ni cómo terminaré. Soy un monstruo de ojos niñes. Una mujer que se pinta los labios, que menstrua, que sangra.
Colgada en Rock Salta Nº 25
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Me toca o me toco
“Is that everything's gonna be fine fine fine
'cause I've got one hand in my pocket
And the other one is giving a high five”
A.M.
Por Fernanda Salas
Tratando de sacarme la culpa y el sabor a sola salí el viernes. De las primeras salidas sin tanto apuro porque hijo ya se queda con su padre. Por supuesto que me quedé pensando en cómo iba a estar. ¡Y estaba bien! Busqué amiga. Tomamos cerveza. Hablamos y hablamos en un lugar al que no había ido nunca. En la pantalla un desfile de ropa interior y música que ya no conozco, que ya no sé bailar. Del otro lado una pareja. Parecía la primera cita. Ella, divina: pelo, boca, pose de chica bien. Él zafaba sin tanta producción. Yo también me arreglé. ¿Para qué se arregla uno cuando sale?
Después caminamos hasta otro lado. Nos bancamos a un par de borrachos en el camino. Noche casi primaveral. Fuimos al mismo lugar de siempre. Nos acomodamos en la costumbre. Bailamos y nos reímos de la banda que escuchamos. En medio de todo, otra pareja, un encuentro. Personas de diferentes grupos que se miraban, se bailaban, se acercaban y charlaban.
Todo perfecto, pero tenía que volver. Y entre la oscuridad y el fondo del vaso recordé que no hay nadie en casa salvo yo. Había que afrontarlo. Antes me mandé un par de cagadas. Le escribí al chabón, me sentí mal conmigo misma.
Antes, cuando no era madre, sufría muchísimo por estar sola. Mucho. Me torturaba. Me deprimía después de una noche en la que no conocía a nadie (aunque en Salta ya nos conocemos todos). Patéticamente me compraba una bolsa de maní (?) y me iba llorosa a casa, cuando había salido contenta, linda y llena de expectativas. Creo que esperaba conocer al amooour en esas salidas. Y convengamos que cuando apenas se consigue coger bien imaginar un novio es demasiado.
Entonces qué estaba esperando yo. Ante esta divina imagen (yo sola comiendo maní) hay que decir la verdad. Es real. Me cuesta encontrar gente copada para coger, además de las miles de preguntas que me hago ante esas situaciones.
No queda otra más que volver a casa como salí, sola. ¡Pero no está mal! ¿Quién dice que tengo que estar con alguien? De dónde salió la regla que no somos nada cuando estamos solas. Quizás el futuro esté lleno de noches así, quizás no. ¿Por qué temer?
Porque al llegar a casa quizás descubra que tengo un cuerpo. Quizás lo recuerde. Tengo un cuerpo. Entonces, debería reconocer, además, que soy linda y no hace años. Hoy. Ahora mismo. Deseable. Y estoy sola. No, no es una contradicción. Estoy sola. No hay pero. Tengo el celular en la mano y no voy a llamar a nadie. No quiero a cualquiera. En realidad no sé qué quiero ¡y eso está bien! Estoy cansada de explicarlo. No sé leer señales a través del salón. No tengo idea si me están tirando onda. Estoy cansada de escuchar lo mismo: “Mirá que no te prometo nada”, “no sé ni para dónde voy” y el clásico “no puedo amar” (ojos en blanco). ¡Pará, chango! Sólo vamos a coger. Estoy cansada de tener que explicar dónde queda mi clítoris.
Entonces, por qué (me) cuesta tanto estar sola en lugar de coger con alguien y pasarla mal. Y ojo, si pinta, pinta. Hay que coger por las razones adecuadas, porque se tiene muchas ganas. Pero no por soledad.
Estar sola y bien es hermoso. La paja es un acto heroico. Es amarte a vos primero.
colgada en Rock salta Nº 24
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Colgada
Quiero escribir. Subo al 5A con ganas. Quiero sentarme en la computadora y pasar horas arrancándome palabras. Calculo la hora. 13.00 de un julio demasiado veraniego. Apenas damos unas vueltas, Simón, mi bebé de nueve meses, ya está dormido en el fular. Una hora y media de viaje hasta casa. Voy enumerando lo que tengo que hacer al llegar. Quiero escribir. Saco el celular malabariando entre sostener su cabeza y los bolsos. Abro el bloc de notas. “Acuchillada de desolación, dejo mi cuerpo en la orilla”, escribo. Cuánta exageración. Hoy leí en el diario el caso de otra mujer muerta. El bondi se llena y hago esfuerzos para que los pasajeros no nos golpeen. Sube un grupo de adolescentes. Juegan y hablan a los gritos. Me molestan los gritos. Soy una vieja chota. Tengo 33 años y soy una vieja chota que se molesta por eso. Repaso en mi mente: darle de comer a Simón en tiempo récord. Lavar la ropa. Resignar la siesta porque Simón ya la está haciendo y seguro va a pasar la tarde queriendo caminar. Quiero escribir. Hacer todo antes que llore. “No está bien hacerlo llorar”. Siempre dudo, me castigo. Hay días así, en los que todo se junta. Los nervios. La soledad. Que no llore, por favor. Que duerma. Las primeras veces, la angustia de no saber qué le pasaba. Porque parece que las mujeres tienen un chip con el que pueden resolver todo. El mito del instinto materno. Yo lloraba a la par. ¡No te entiendo! ¿Soy mala madre? Es demasiado para las 13.30. Creo que todas las madres la pifiaron en algún momento. ¿Qué es, en todo caso, ser buena madre? Tengo ganas de llegar a casa y no hacer nada más que escribir. Quiero recuperar a mi yo y abrazarlo. Saber quién soy además de gestante y amante de un ser de nueve meses. Claro que no voy a dejar de hacer las cosas urgentes pero podría prescindir, por unas horas, de lavar, por ejemplo. ¿Qué hace una mujer de mi edad, soltera, poeta, pseudointelectual a favor del aborto, siendo madre? Por qué me lance a esta tarea después de haber jurado nunca ser madre. ¿El amor? A veces me cuesta estar sola con él (¡que nadie se entere!), pero no hay dudas que lo amo. No amo para nada los comentarios de la gente. Los que hacen que me pregunte si detenerme a pensar en mí me hace una mala madre. No deberían importarme pero pinchan mi libertad.
En eso estoy cuando veo una mamá con cuatro niños en los asientos del frente. ¿Cómo hace? Presto atención a lo que dicen porque me da mucha gracia y ternura el pequeño que parece de tres años que quiere discutir algo y su media lengua no lo deja. Trato de apagar mentalmente la radio del bondi en la que suena “Así”, de Sandro. Me acuerdo de MÍ madre. Vuelvo al nene que discute, se tropieza con las palabras y se le cae la tortilla. Todos van comiendo tortillas. La mamá le dice al más grande que le dé otra, ella reparte caramelos: “Uno para cada uno porque no hay más”. Los nenes agarran los caramelos, pasan la lengua y hacen caras, se ríen. La mamá interrumpe: “Vamos a tener que caminar mucho cuando nos bajemos del colectivo”. La nena: “Vamos a tener que tomar un remís”. “¿Vos me vas a dar la plata para el remís?”. Se hace un silencio, imagino que los nenes piensan en la lejanía, las cuadras y cuadras que tendrán que caminar, los veo pequeñitos en medio del desierto. La nena se descuelga de su pensamiento y lanza: “¿Y vos por qué no trabajas para tener plata?”.
Pobre mamá, pienso, mientras acomodo a Simón. La imagino cargada de tareas, ropa, mamaderas, noches sin dormir. Me pregunto cómo hará para bañarse. Cuándo se sentará a comer. ¿Tendrá tiempo para detener a pensarse? ¿Qué deseará? Quizás sí le gustaría trabajar. ¿Qué habrá sentido ante la pregunta tan filosa de su pequeña hija, que ya entiende la relación del trabajo y el dinero pero que desconoce el trabajo de las madres en el hogar? ¿El marido la “ayudará”? Me descubro diciendo esa palabra, “ayudar”. Se supone que el padre no ayuda. Se supone que es responsable al igual que la madre. Bueno, de los padres presentes. Los dos deberían ser responsables de todo, responsables del amor. Y si la madre es la que va a trabajar, ¿es ausente? Si la madre es la que se detiene a seguir sus sueños y a hacer lo que quiere, ¿es la egoísta? ¿Si quiere ir a bailar? ¿Si sólo está cansada? Es cierto que muchas cosas cambiaron, pero ¿tenemos que conformarnos con eso?
Por la ventanilla veo una mujer embarazada vendiendo agujas en la calle. Vuelvo a mi celular. “Acuchillada de desolación, dejo mi cuerpo en la orilla”. ¿Dejo mi deseo en la orilla? En la plaza una mamá hamaca a su pequeño hijo.
Fernanda Salas
Colgada en Rock Salta Nº23
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Una palabra que es una ventana de cristal transparente que se humedece en la noche con el aliento de alguien que en realidad quiere romperla. Y la rompe. La hace pedazos que no son más que vidrios. No por violencia sino por ignorancia que es lo mismo. No sabe qué es una ventana porque no piede ver a través de ella. Porque espera que sea, al menos, un fragmento de autopista porque no sabe cómo marcharse. Irse implica más que dejar una puerta cerrada detrás. Una palabra que es una ventana que es un cuerpo que será atravesado o no, quizás. Un cuerpo de alguien que quiere irse pero primero debe mirarse y ser un fragmento de autopista porque el camino comienza antes del primer paso la ramificación de las letras será la consecuencia, quizás. porque irse implica atravesar una ventana que es uno mismo. Cerrar una puerta. Procurar evitar el laberinto.
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En el barrio vive una vieja pero en realidad en la vieja vive el barrio. Más dueña que todos los propietarios. en su andar lo sencillo de la vida. La vieja se quedó en algún juego de la infancia. Quién sabe dónde nació. Que pechos amamantaron la roña. Su mente vive en las hamacas. La vieja está casada con la mugre.Lleva el perfume del orin En algún rincón de la noche se esconde el olor de la lluvia, quizás también la felicidad. El dolor del cielo. nadie sabe si la vieja es feliz.Nadie sabe a qué le teme la vieja. Qué piensa. En su vestido se esconde el mundo: algunas latas, papeles de caramelos, la podredumbre extrema de un universo que nadie quiere. Nadie la ve masturbarse en la intemperie. Nadie cree que desea. nadie se pregunta cómo cura sus dolores de muela. ¿Tiene muelas la vieja? Tiene un hambre que le pica las muelas y le roe la panza. Algunas veces se la ve soñando en la puerta de la mueblería. Ahí huele la pintura, el pegamento. La vieja y loca va mudando de cama, es decir montículos de basura. Nadie sabe que hacer con la vieja, es decir con el olor a mierda. Miran para otro lado, les da pena. quieren olvidar a la vieja de saco marrón. nadie se pregunta si la vieja los olvida. Nadie sabe bien qué recuerda. Cómo vuelve al barrio. Quién se la lleva cuando se va. Son sus ojos verdaderas ventanas de la muerte. Cruzan de vereda por no verlos. Qué pensará la vieja: ya está por llegar el invierno.
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