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fichasroles · 4 years ago
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El rumor de que una de las grandes brujas se había cruzado con un nuevo cazador había recorrido todo el cauce del Misisipi. Desde el lago Itasca hasta el Golfo de México, se había escuchado que aquella mujer, cuya edad nadie conocía, había dejado un mensaje muy claro a los cazadores: si me molestáis, moriréis. Sin embargo, aquello tan solo era un rumor. Nadie había visto nunca a ninguna de las grandes brujas. Y, de haberlo hecho, ninguna persona en su sano juicio se habría atrevido a revelar su aspecto o identidad por miedo a las represalias”
Los vívidos ojos oscuros de Sheyla leían con rapidez aquel artículo que había encontrado en un blog de Internet que hablaba sobre ocultismo, asegurando que su autora era una auténtica bruja, en el que se mezclaban tantas teorías y religiones que lo único que pudo hacer fue cerrar la página, guardarse el teléfono móvil en el bolsillo y volver a coger el trapo con el que estaba secando las tazas de té.
El calor y la humedad de aquella tarde en particular eran tan horribles que por mucho que la joven asiática se colocase delante del ventilador nada podía impedir que la piel de su cuello y del nacimiento de sus senos se viese ligeramente brillante y pegajosa. Sin embargo, aquel detalle no restaba un ápice de belleza a aquel rostro adornado con un peculiar lunar bajo el ojo izquierdo que le daba un toque exótico y, a la vez, exquisito a la vista.
Como era costumbre en ella, resopló inflando ligeramente los labios y se pasó el brazo por la frente, buscando de esa manera deshacerse del sudor de su frente que comenzaba a caer a lo largo de rostro.
“Date brío, niña. No te pago para que holgazanees, sino para que limpies las tazas y salgas ahí a leer los posos a mis clientes. Este negocio lleva en pie más de doscientos años y no seré yo quien lo lleve a la ruina y deshonre a mi familia”
La voz grave y dinámica de Louise provocó que diese un pequeño respingo sobre sí misma con el que estuvo a punto de dejar caer la taza de porcelana al suelo. Aquella mujer, que tenía la piel del mismo color que el chocolate, tenía tanto carácter que lo que más temía Sheyla en el mundo era enfadarla. No porque pudiera gritarle que era una cateta y una inútil sin futuro. Sino porque todos en la ciudad aseguraban que era una bruja muy poderosa y, lo último que le apetecía, era comprobar si aquello era verdad.
“Lo siento, Louise” se disculpó suspirando al segundo “Hoy hace demasiado calor y estoy algo más lenta de lo normal. Pero me daré toda la prisa que pueda” aseguró estando casi segura de que aquella mujer podría leerle la mente, pese a que era la propia Sheyla quien poseía aquel don. Sin embargo, por muy sencillo que le resultase adentrarse en las mentes ajenas, ni siquiera se había planteado el intentar saber algo de aquella mujer.
“Eso espero. Estamos a punto de abrir y tenemos concertada una reunión de diez cincuentonas divorciadas que quieren saber si encontrarán a algún hombre rico que les mantenga. Así que espabila. Hoy tienes mucho que hacer”
Pese a intentar querer controlar al detalle su lenguaje corporal, no pudo evitar que sus ojos oscuros dibujasen una media luna bajo el párpado superior. Odiaba a aquel tipo de mujeres. Siempre querían que los posos o las cartas dijesen algo bueno y alentador acerca de su futuro cuando ni ellas mismas sabían qué trapito nuevo ponerse para salir a emborracharse por las noches, ávidas de encontrar a jóvenes que podrían ser sus hijos con los que tener una noche de sexo. Negando para sí, Sheyla continuó secando a conciencia las tazas de porcelana que tendrían, al menos, doscientos años. Y, como siempre que se acordaba de aquel detalle, examinó una de ellas a conciencia, descubriendo una vez más que no habría ni un solo rasguño en los dibujos de la porcelana o en el borde la taza. Fascinada por ello, asintió para sí y, una vez más, se limpió el sudor de la frente sin poder evitar que una gota cayese directamente en su pronunciado escote.
Las diez mujeres ataviadas con sus vestidos veraniegos a juego con las pamelas que las protegerían del sol entraron en el café de Madame Bouvier a las cinco en punto de la tarde, asegurando que aquella era la hora del té y que, por lo tanto, era el momento idóneo para que la joven asiática que se había ganado la fama de ser la mejor intérprete de posos llevase a cabo su magia. El sonido de las voces y los cuchicheos inundó la pequeña cafetería, que hacía esquina en una de las calles del centro del Barrio Francés, alertando así a Sheyla, quien apareció tras la cortina de cuentas llevando el pelo suelto y ligeramente ondulado cayendo sobre sus hombros, dando así la sensación de que únicamente llevaba puesto una falda roja de flores que le llegaba hasta los pies cubiertos de unas sandalias romanas.
“Buenas tardes, señoras” saludó con cortesía una vez llegó a la mesa y, como era costumbre, les entregó a cada una de ellas la carta de la selección de tipos de t que podrían encontrar allí. “Soy Sheyla, estaré encantada de ayudarlas en cualquier cosa que necesiten”
Como solía ocurrir, las diez mujeres recorrieron su cuerpo de pies a cabeza a la misma vez que decenas de pensamientos acudían a la mente de Sheyla. Tal y como suponía, algunas de ellas admiraron su cuerpo, otras lo envidiaron y un par de ellas, las más recatadas de puertas para afuera, pensaron que parecía una puta barata al llevar únicamente aquella falda. Acostumbrada a escuchar todo aquello en su mente, dejó que las voces se convirtiesen en una melodía de fondo y resolvió todas y cada una de las dudas que pudieran tener acerca de los sabores y de la intensidad del té, pese a saber que nada de aquello les interesaba y que únicamente era el paripé previo a la charla insustancial que tendrían alentadas por el leve toque mágico que les entregaba Louise en forma de humo de opio.
La hora de rigor que debían esperar las diez damas para que la joven asiática, a la que no dejaban de mirar de reojo, la pasaron entre conversaciones banales en las que hablaron acerca de los actos benéficos a los que asistirían a lo largo de la semana. Todas y cada una de ellas, presumieron de sus hijos perfectos, de sus maridos perfectos de sus criadas negras perfectas mientras que Sheyla suspiraba porque no entendía por qué, en pleno siglo XXI, aún existía gente así. Sin quitarle ojo a una de las diez mujeres, la que parecía más prudente de todas y temerosa de estar allí, secaba sobre seco los vasos recién fregados. No porque tuviera que hacerlo, sino porque Louise decía que si la veían sin hacer nada, parecería una holgazana y esa no era la imagen que quería dar de su empleada estrella. Pese a que la gran mayoría de las veces, la tratase como si fuese una paleta de pueblo, cuando en realidad procedía de la capital surcoreana.
Perdida en sus pensamientos, suspiró largamente y cerró los ojos un momento al tiempo que movía la cabeza hacía los lados para que su cuello se destensase. En un segundo de silencio, se escuchó el sonido de sus huesos colocándose en su sitio, lo que provocó que las mujeres llevasen los ojos hacia ella, quien les sonrió de forma coqueta.
“Niña, ¿no ha pasado ya el tiempo necesario?”
Aquella pregunta, formulada por quien parecía ser la líder de aquel grupo de lo que Sheyla había catalogado como harpías, le indicó que la paciencia de aquellas mujeres estaba al borde del colapso. Sonriendo amablemente, pese a que podía escuchar perfectamente cómo la tachaba de extranjera roba trabajos, miró el reloj y asintió.
“Así es. Podemos comenzar. ¿Quién desea ser la primera?”
Como era de esperar, la líder de las harpías, también conocida como Valerie, fue la más rápida en entregarle la taza de té una vez se sentó en un taburete frente a ellas para dar así una falsa sensación de cercanía e intimidad.
“Veo que tiene una vida plena, Valerie” comentó viendo cómo se sorprendía porque supiera su nombre “Ah, tranquila, solo soy una gran observadora y en esta hora me he aprendido todos sus nombres” aseguró recitando todos y cada uno de ellos mientras señalaba ligeramente con la cabeza a la dueña del mismo.
Tras aquel pequeño truco de magia, el ambiente se avivó y las damas de bien decidieron pedir una bebida alcohólica suave para acompañar aquel momento que parecía ser mágico. Cumpliendo su papel a la perfección, Sheyla leyó los posos de todas las tazas mientras las mujeres se iban entusiasmando poco a poco por lo certero de sus palabras, completamente ajenas a que omitía más de la mitad de cosas que veía en las tazas, como el hecho de que casi todos los maridos tenían una amante mucho más joven con la que disfrutaban de sexo salvaje y sucio porque sus mujercitas no eran siquiera capaces de chupársela.
Casi otra hora más tarde, la más tímida de todas le ofreció su taza con cierta reticencia, por lo que no hacía falta ser clarividente para saber que aquella mujer tenía muchos secretos que esconder.
“Tranquila, Jane” susurró mientras hacía un gesto con la mano para que se acercase a ella y le intercambiase así el sitio a Valerie. “Solo te diré lo que quieras saber” añadió mirándola a los ojos al tiempo que colocaba hacia arriba la palma de la mano de aquella mujer, devolviéndole así la taza, por si no quería que le dijese lo que había visto en ella. “Pero te aseguro que todo saldrá bien” sonrió de manera cómplice, diciéndole de aquella manera que sabía lo que ocurría en su casa, lo que quería hacer y cómo lo quería hacer.
En aquel momento, el ambiente pareció tensarse ya que todas las mujeres que había allí parecían estar más interesadas en saber a lo que había venido su amiga que por sí mismas. Y, tal y como Sheyla pudo escuchar dentro de su mente, para eso estaban allí. No por ayudarla, sino para cotillear como las malas perras que eran porque les encantaba regocijarse en las desgracias ajenas para así presumir de sus vidas (no) tan perfectas.
“¿No le vas a decir nada más, niña?” preguntó una de ellas, casi como si esperase que obedeciese ante aquella especie de orden. “Eso es todo lo que ella desea saber, Samantha, no tengo por qué darle una información que no quiere tener”
Agradecida por aquel comentario, Jane, le sonrió con timidez e inclinó la cabeza en un gesto lleno de gratitud, tras el que Sheyla se levantó y fue a buscar la bandeja de manera en la que fue dejando con cuidado las tazas con sus respectivos platos y cucharillas.
“¿Desean algo más, señoras?” preguntó regalándoles una cálida y dulce sonrisa, sabiendo que no había saciado su curiosidad real por mucho. “No, niña. Tráenos la cuenta”
Obediente, caminó tras el mostrador y les llevó el ticket impreso con lo que tenían que abonar. Como era de esperar, la propina brilló por su ausencia, a excepción de los veinte dólares que le dio Jane de manera discreta, provocando que sonriese ampliamente porque aquello no lo había visto venir.
“Eres buena, niña. Que dios te bendiga”
Ante aquel comentario, lo único que pudo hacer fue inclinar ligeramente la cabeza un segundo antes de guardarse la propina que se había ganado y que pensaba emplear en comprarse unos zapatos nuevos.
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fichasroles · 4 years ago
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Ficha Yasha
Nombre completo del alumno: Yasha Volkova
Nombre del fc + ocupación del mismo: Miya GWSN
Fecha y lugar de nacimiento: Moscú; 24/01/1996
Carrera que estudia: master en diseño de moda
Facultad a la que pertenece: diseño
¿Precisa una beca? no
¿Es extranjero? Sí
¿Por qué eligió venir a KU? Hizo la carrera en la universidad de Moscú, pero quería aprender también la moda tradicional coreana.
Adjunta la historia BREVE del personaje:
No recuerdo cómo llegué a casa. Hay veces, en las que me concentro tanto que acaba por dolerme la cabeza. Pero, por más que lo intento, no logro saber cómo acabe formando parte de aquella familia. También hay veces, en las que trato de sonsacarle aquella información a mi madre. Pero, por más que insista, lo único que obtengo de ella es un nuevo pedazo de pastel de avellana, mi favorito, y con eso sabe que compra mi silencio.
También he intentado hablar con Zillah o Zaia, pero mis hermanos guardan el secreto junto a mis padres. Sé que soy adoptada. Aunque no sería muy complicado el averiguarlo. Mis padres son rusos  y mis dos hermanos son coreanos. Lo que no sé es cómo llegué hasta ellos, aunque tampoco me importa en exceso el porqué. Me gusta mi familia aunque seamos tan dispares.
Mi madre, abogada y diseñadora de joyas en su tiempo libre, es una mujer recta y severa incapaz de enfadarse con sus hijos.
Mi padre, profesor, es un hombre devoto de su esposa y su familia. No creo que hubiera un hombre mejor que él.
Mis hermanos... Bueno, ellos son especiales. Crecieron juntos y pese a eso, se terminaron enamorando y ahora están juntos, por lo que tuvieron que emigrar a otro país porque hacer eso en Rusia era impensable.
Aunque parezca que somos una familia normal, no lo somos. Mis hermanos-padres son casi 20 años mayores que yo, por lo que podría decirse que quienes mis fueron mis padres cuando era pequeña, actualmente ejercen de abuelos y quienes fueron mis hermanos, son ahora mis padres.
Como veis, mi familia es extraña, pero no la cambiaría por otra. De hecho, ahora que vivo sola les echo de menos. Sin embargo, no cambiaría mi vida por nada. Me fascina lo que hago, a lo que me dedico. Puedo pasarme las horas muertas sentada en mi escritorio diseñando piezas de alta costura. Lo único que espero, es poder algún día ser tan buena como lo era ella con la joyería y poder tener mi propia firma. De momento, me conformo con diseñar para grandes firmas sin poder decir que son mis diseños. Aunque, los mejores, me los guardo siempre para mí. Pero eso, es un secreto.
¿Qué cinco rasgos lo definen como persona?
Creativa e imaginativa: Yasha posee una imaginación desbordante por lo que casi siempre está pensando en nuevos diseños que poder plasmar en patrones y después convertirlos en preciosas confecciones.
Persistente: nunca decae en su empeño de aprender cosas nuevas, de mejorar.
Perfeccionista: es capaz de repetir algo hasta la saciedad si cree que no ha quedado tal y como ella lo tiene en la cabeza.
Observadora: le encanta ver lo que sucede a su alrededor. Prefiere callar y escuchar para saber exactamente cómo son las personas que hay en círculo para así saber cómo tratarlas.
Mística: aquí se engloban varias cosas. Hay veces en las que puede pasarse las horas muertas mirando a las estrellas y la luna, a su gato, a un pez en un lago. Otras, por el contrario, le gusta perderse en la naturaleza o disfrutar de las cosas más sencillas. Es ese aspecto, podría decirse que aunque no sea hija biológica de su padre, tiene mucho en común con él.
Sobre el usuario: ¿Es mayor de 18 años de edad? sí
¿Entiende la diferencia entre on-rol, off-rol y due/oocc (out of character)? sí
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fichasroles · 5 years ago
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Black Dhalia
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Nombre real / FC: So Yeon // G-idle
Nombre OC: Lucía Kim // Black Dhalia
Fecha de nacimiento:  26 de agosto de 1998
Nacionalidad: española / coreana
Trabajo: streamer 
Piso donde reside:
Orientación sexual: bisexual con preferencia por las mujeres
Curiosidades / Intereses:
Su madre es española y su padre coreano
Habla coreano, español e inglés
Dejó los estudios porque no podía pagar la carrera y al ver que era buena en los videojuegos, comenzó a hacer stream y cuando ahorre dinero suficiente, los retomará.
Es hija única.
Es muy buena compositora y escritora pero aunque le contactaron para que hiciese una audición para una empresa coreana, no quiso hacerlo ya que cree que esa vida es demasiado sacrificada y esclavista.
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fichasroles · 5 years ago
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Ella
Y allí estaba de nuevo. Como cada martes. Los ojos azules perdidos en las fotos que le recordaban momentos de una vida en donde todo era mejor, mucho más fácil, mucho más sencillo. Y, sobre todo, donde era feliz.
Tal y como era costumbre en Martha, la joven psicóloga llegó a las seis en punto de la tarde al despacho en el que Estefanía la esperaba. Ni un segundo antes, ni un segundo después. Sin prisa, le gustaba ver cuánto había mejorado su temple y su paciencia de semana en semana, se acercó a ella y le extendió la mano derecha la cual, la joven pelirroja, estrechó con cortesía, regalándole un sonrisa llena de dulzura.
-Buenas tardes, Martha. Tan puntual como siempre - comentó resaltando lo obvio, buscando con ello romper el hielo.
-Buenas tardes, Estefanía. ¿Qué tal has estado esta semana?
La pregunta quedó flotando en el aire como si se tratase de un nubarrón que avecinaba tormenta y que, al mismo tiempo, se dejaba mecer por el viento sin saber demasiado bien cuál sería su destino final. Estefanía, pese a que no le apeteciese demasiado hacerlo, era plenamente consciente de que debía de contestar. Sin embargo, no sabía cómo hacerlo. Las cosas habían cambiado demasiado aquel último año por lo que nunca encontraba las palabras adecuadas para ello. "Bien, regular, mal" Sí, podía entregárselas a modo de réplica. Pero Martha no se conformaría con eso. No después de que llevase cerca de dos meses tomando aquel ansiolítico con el que podía dormir por las noches pese a que las pesadillas la abrazasen y le hiciesen el amor como si fuesen su amante secreto.
-No lo sé - optó finalmente por responder, siendo sincera por primera vez con ella desde que empezaron aquella horrible terapia impuesta por sus jefes después de aquel trágico accidente en el que toda su vida cambió, dando un giro de ciento ochenta grados.
-Bueno, eso es un avance - aseguró Martha mientras se sentaba frente a ella en un sillón de cuero que habían comprado especialmente para ella - A lo mejor es el momento perfecto para comenzar a hablar de ti, de lo que sientes, de lo que tratas de enterrar en tus pesadillas, Estefanía.
-Pero… - hizo una pausa con la que delató su inseguridad. No lo solo por el silencio que duró cerca de cuatro redondas, sino por la forma en que se llevó el dedo índice a los labios para mordisquear el nudillo en el que había una herida que no parecía querer cicatrizar nunca - Si hablamos de Estefanía, tenemos que hablar de Freya y de Bae.
Su voz fue dulce, temblorosa. Pese a que lo que había ocurrido no había perdido aquel toque mágico con el que Martin siempre caía rendido ante sus pies - pese a que no solo cayese ante estos sino ante cada partícula que desprendiese aquella mujer- lo que provocó que Martha se tensase levemente sobre el sillón.
-¿Qué diferencia crees que hay entre ellas, Estefanía? ¿Qué hace diferentes a Freya, a Bae y a Estefanía?
-Hay demasiadas diferencias entre ellas, Martha - aseguró con los ojos algo más abiertos que de costumbre, lo que provocó que su expresión de muñeca eterna y asustada se acentuase aún más -
Freya era perfecta. Adorada, aclamada por sus fans. Era la primera jugadora de Europa. La gran support de Fnatic. Era la niña. La princesa. La mimada. La prometida que lucía su anillo con orgullo en cada partido y el cual besaba con devoción en cuanto este acabase, tanto si el equipo ganaba o perdía. Era la musa de muchas niñas que sufrían acoso escolar porque les gustaban los videojuegos. Era quien salvaba al equipo en situaciones críticas. Fue quien les guió hacia la victoria en la semifinal del mundial de Sanghai en donde, desgraciadamente, cayeron contra el gran coloso coreano. Freya era la mano derecha de Rekkles. Su compañera en La Grieta. Era quien firmaba fotos, posters. Quien se hacía incontables fotos con sus seguidores en cualquier evento al que asistiera. Era la nueva imagen de Fnatic. Una bocanada de aire fresco que iluminó al equipo en su segundo momento de gloria…
Desde su sillón, Martha observó la forma en que Estefanía hablaba de sí misma como si se tratase de otra persona. Sí. Tenía muy claro que cuando era la jugadora de aquel deporte electrónico que había traído de cabeza a tantas personas, incluida ella misma, se convertía en una mujer de veinticinco años llena de carisma, capaz de conseguir callar a todas las personas que la criticaban porque aseguraban que no daría el rendimiento necesario porque solo los chicos podían seguir el ritmo estresante de aquella vida. Pero, para sorpresa de todos los que nunca apostaron por ella, se hizo un hueco en la escena competitiva y que, como si ahora se tratase de una actriz en decadencia que caminase sobre el escenario de un teatro en ruinas, narraba su historia con un tono de voz dramático, fingido, lleno de actuación. ¿Por qué? No lo entendía y eso era lo que necesitaba descubrir si quería ayudarla.
- De acuerdo - hizo una breve pausa - me ha quedado claro que Freya, a tus ojos y a los de los demás, era perfecta.
-¡No! - la interrumpió sonriendo con dulzura. Sin embargo, la estampa era aterradora. Sus ojos se habían perdido en un mundo distinto al que Martha comprendía y no sabía si podría hacerla regresar - Freya era tan imperfecta como cualquier ser humano. Solo tuvo suerte. Fue su momento y supo sacarle partido. Pero cuando se equivocaba y comería un error, las consecuencias del mismo eran nefastas.
-Comprendo - contestó asintiendo despacio - Pero, aún así, era tu imagen pública. La imagen querida por los demás. Eso no me lo puedes negar.
De nuevo, la vio sonreír al tiempo que asentía levemente con la cabeza, lo que no impidió que un rizo pelirrojo más corto que los demás se precipitase sobre su pálido rostro.
- Me queda claro entonces que Freya era una imagen de ti que conocían tanto tus fans, como tus compañeros de equipo. Ahora bien, ¿qué diferencia hay entre Freya y Bae?
Un suspiro lleno de tristeza, de anhelo, se escapó de entre sus labios, pese a que intentó trazar en ellos una cálida sonrisa. Al igual que antes, sus ojos se perdieron en un pasado que sabía que había sido tan perfecto que nunca sería capaz de recuperarlo.
Bae era todo para él, al igual que Bae era todo para mí. Éramos Freya su Vikingo. Mami y gatito. Éramos nosotros. No había un tú y yo. No. Esas palabras no eran capaces de definir lo que sentíamos el uno por el otro. En el escenario solo éramos compañeros, una leve pantomima de lo que realmente éramos. Abrazos de alegría en las victorias y llenos de consuelo en las derrotas. Nadie podía sospechar que, en la intimidad, compartíamos todo: nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestras almas. Bae y Bae eran uno. Eran perfectos. Nadie comprendía nuestra relación. La capacidad para desprendernos el uno del uno para acudir a la llamada de otros para solo encontrar un placer banal que compartiríamos después entre nosotros como si se tratase de una anécdota.
Primero me conocieron como la prometida y después como la esposa de alguien a quien nunca llegarían a conocer. Hasta que Bae, cansado de ser una sombra en mi vida, se convirtió en la luz que había en ella. Declaramos públicamente nuestra relación. Muchas de nuestros seguidores tuvieron celos. Ellas porque él ya tenía a otra. Ellos porque soñaban en secreto con llegar a mi frío corazón.
Su voz tembló una vez más mientras recordaba lo feliz que era siendo Bae. Siendo la otra mitad de ese hombre a quien amaba por encima de cualquier deseo terrenal. Y aquel cambio, aquella tristeza en sus ojos era lo que Martha no llegaba a comprender. Estefanía hablaba de los mejores años de su vida con tal éxtasis que realmente parecía que hubiese viajado a ellos y los estuviese reviviendo ante sus propios ojos, haciéndole al mismo tiempo partícipe de ellos.
-Estefanía, - la interrumpió para poder captar su atención - ¿Aún le quieres?
-Como nunca he querido y querré a nadie - aseveró con las pupilas negras dilatadas por culpa de un fogonazo de luz que se coló a través de la ventana abierta.
-Ahora, quiero que me hables de Ella.
El gesto que hasta aquel momento se había mantenido sereno se descompuso en cuestión de milésimas de segundo. Sabía que Ella era la causante de que todo hubiese salido mal entre Martin y Estefanía. Pero el que ninguno de los dos hubiera hablado del tema aún era algo que le preocupaba demasiado.
-¿Es estrictamente necesario? - preguntó consciente de que ya no había escapatoria. De que ya no podía huir durante más tiempo de aquel recuerdo que trataba de olvidar con todas sus fuerzas. Y el que Martha negase le indicó que, esa vez, tendría que enfrentarse finalmente a él.
Ella apareció de la nada. Un día llegó a nuestras vidas y supimos que nos había atrapado. Quedamos hechizados por lo mucho que se parecía a nosotros. Por lo mucho que nos complementaba. Ambos nos veíamos reflejados en ella. En su risa, en sus gestos, en la forma que nos miraba deseándonos y amándonos por igual. Para Ella éramos todo. Y nosotros lo éramos para Ella. Compartimos nuestros labios, nuestras manos, nuestras risas, nuestro llanto, nuestras noches en vela a la luz de las estrellas. Ella era lo que hizo que la felicidad aumentase porque nadie era más que nadie. La armonía era tal que parecía que un mago había creado aquella melodía perfecta solo para nosotros.
-Entonces ¿por qué todo se estropeó, Estefanía?
-Porque tanto Freya como Bae desaparecieron, dando paso a Estefanía.
Los japoneses dicen que tenemos 3 caras.
La primera es la que enseñamos al mundo: Freya.
La segunda es la que enseñamos a nuestros amigos cercanos y nuestra familia: Bae
Y la tercera no se la enseñamos a nadie. Esa cara es el reflejo más verdadero de ti. En mi caso, Estefanía.
Estefanía era feliz, pero insegura. Pese a que se guardase cada uno de sus secretos solo para sí, era alguien temeroso. Creía que el mundo no podía darle una tregua y que, en cualquier momento, le arrebataría aquella felicidad. Y, tal y como suele ocurrir con las personas asustadizas, supo captar las señales.
Poco a poco, Ella comenzó a mostrar su segunda cara: aquella en la que, inconscientemente, había elegido a uno de nosotros. Y yo me volví loca. Sabía que, sin darse cuenta, Martin también terminaría escogiendo y era plenamente consciente de que Ella sería la elegida. Lo sabía por cómo le besaba, por cómo él le devolvía los besos. Por como se sonreían, por la forma en que se compenetraban y porque, poco a poco, yo fui quedando fuera de su círculo y él no hizo nada por evitarlo. Por eso respeté su decisión inconsciente. No se puede engañar al amor. No se debe engañar. No se debe renunciar a quien amas más por hacer feliz a quien amas menos. Pero, pese a que lo intenté, no pude contenerme. No era capaz de perderle, así que luché por él con todas mis fuerzas hasta que, finalmente, Ella dejó de ser la tercera incógnita en nuestra ecuación perfecta y fuimos tan solo nosotros de nuevo. Pero, por más que yo quisiera, Martin no volvió a ser el mismo. La echaba de menos, lloraba su ausencia pese a que no me lo dijese. Porque, no hacía falta, lo veía en sus ojos al igual que había visto en Ella aquel amor incondicional que me hizo saber que si no lo reclamaba para mí, lo habría perdido para siempre.
La voz de Estefanía se fue apagando poco a poco. La congoja iba abrazándola sin prisa, meciéndola despacio como si se tratase de una madre comprensiva que consolaba a su hija tras haber cometido un gran error. Martha, desde su posición observó el rostro compungido de aquella mujer, siendo consciente por primera vez que la locura del desamor y la obsesión vivía en sus ojos de la misma forma en que el amor infantil vivía en los ojos de Ella, porque aquella habitación estaba plagada de viejas fotos y recuerdos como si se tratase de un santuario. En las paredes, las fotos de Martin y Estefanía sosteniendo a una pequeña pelirroja de ojos azules, Ella, parecían fantasmas de un pasado que nunca había existido más que en la mente de la imaginación de la mujer que ahora miraba hacia la ventana como si tratase de hallar en ella una respuesta que no existía. Pese a saber que no sería capaz de contener las emociones en la voz, Martha aprovechó la escasa lucidez que le quedaba a aquella mujer para pronunciar una última pregunta sin saber si querría conocer la incógnita que se escondía tras ella.
-Estefanía, ¿qué ocurrió con Ella? ¿Cómo te deshiciste de Ella?
-La maté.
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