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últimamente me viene preocupando el paso del tiempo
reviso mi casillas viejas
leo los mails que mandaba buscando trabajo
a los dieciocho, a los veinte, a los veintidós
me da pena la gente que se rinde
me pone triste sentir que hubo momentos mejores
¿en qué se va el tiempo?
me miro en el espejo y me veo más grande
hace tres meses no me como las uñas
pero estoy igual
no sé si es porque estoy tranquila o aburrida
tengo miedo que nada de esto sea suficiente algún día
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mareo
como me cuesta estar en el centro de mi cuerpo
conmigo
estoy por cualquier otro lado
menos acá
me quedo sin
entonces respiro
dejo que en mi cuerpo entre todo el aire
que es mío
que saqué solo por pensar que necesitaba más
dejo que vuelva conmigo y haga lo suyo
se expanda
haga lo suyo
llene cada parte
haga lo suyo
y en ese momento
me acuerdo
y vuelvo.
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tengo una torpeza inmensa
que se me sale del cuerpo
y que por más que me esfuerce en ocultar
lo único que hace es hablar cada vez
más fuerte
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el último día del año
El viaje
abre recuerdos
pegados
cuando el mar se retira
deja ver
otra cosa
en la arena mojada
de pronto veo mi cara
me veo y tengo miedo
me doy cuenta que hace mucho tiempo
no me miro bien.
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cuando me acordé porque el mar me da miedo
La primera vez que me llevaron a lo hondo casi me ahogo.
Hacía natación porque mi mamá había escuchado a muchos médicos que decían que era bueno para la espalda.
Yo tenía siete años y el pie plano.
Usaba zapatos ortopédicos que me pesaban para caminar.
Todos los martes me llevaban a la pileta. Odiaba los martes.
El olor a cloro, todo el pelo tirante adentro de una gorra, la toalla siempre húmeda, señoras desnudas en el vestuario con la piel colgando, la revisación médica que me parecía humillante.
Siempre me aburría el tiempo que tardaba en secarme.
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sólo un rato
Me volvió a importar que estés cerca
encontrarte de casualidad
que me enganches dibujando algo que no se entiende y me preguntes qué es.
entonces no sale
estábamos mejor así,
vos por tu lado
yo con mis cosas.
Por la ventana del motorhome escucho que en la calle dos personas hablan de comprar una casa de tres ambientes, con pileta y jardín.
se aconsejan entre ellos que no hay que conformarse con tan poco por esa plata, que se puede estar mejor, en una casa más grande.
Pienso que a mí sólo con un ambiente me alcanzaría,
sería suficiente
para que pasemos un rato solos los dos.
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eso que se hace en el asfalto cuando llueve
Te miro y te deseo lo mejor
te conozco poco pero quizás algo de lo tuyo y de lo mio
tenga tanto que ver que es lo mismo hace cuánto.
Uruguay, el mar, el paisaje en común, la calma en la mirada, haber estado en los mismos lugares sin saberlo.
Ahora tu movimiento
tu atentado de raices,
algo hace que me preocupe por vos.
Me gustaría que estés bien
que siempre estés vos,
cerca tuyo.
Pero crecer
es también este tormento momentáneo
y ahí nos encontramos entre la lluvia
los dos volviendo a casa.
Yo corriendo el colectivo para no mojarme,
vos adentro de tu auto llorando.
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tengo bruxismo
Me despierto a la noche por el ruido de mis dientes
escucho como golpean, mastican el aire
otra vez tengo miedo de quedarme dormida, incorporo todas las alarmas
tienen sentido en mi sueño
sigo sin saber de qué se quejan mis dientes
algo se desgasta
cuando no me doy cuenta
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todo el circo que hago
Tuve que prender una vela
mirar la luna
tomar café tibio
todo para poder abrir una hoja y escribir
siempre lo mismo
es sólo cuestión de acomodar la silla
¿por qué me acomodo para verme?
esos minutos que tardo en ordenar para después desordenarme, lo único que hago es perderme
ahí no estoy
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En general quiero mostrar que soy mejor de lo que soy y no me doy cuenta en realidad sólo basta conmigo.
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algo que escribí en julio
Hoy no me soporto. Estoy hace horas arrastrándome por mi casa. Voy de la cocina al sillón, de la compu al celular, de la cama al balcón, del balcón al celular, al celular, al celular. Pareciera que estoy buscando desesperadamente algo en esa cajita llena de corazones, videos de perros, filtros que te estiran la cara, recuerdos de otros, historias de más gente en el sillón contando que se aburre ¿Qué estoy buscando? ¿Qué es tan importante que no me puedo perder? No miro ni la película que elegí por mirar el celular. Pero al mismo tiempo me olvido de responder mails, mensajes de amigos, no tengo tiempo para hacer un zoom, se me va el día y sigo en pijama.
En casa dejamos todos los zapatos afuera, en fila pero ahora ya no vienen los reyes magos. Es por si en las zapatillas quedaron restos de este virus.
Me abrí a mirar películas de ciencia ficción y hasta me gustan. Antes me parecían muy lejanas, ¿cón qué me iba a identificar? ¿Con zoombies y gente corriendo con barbijos? Ahora las creo todas, me parece que entendí que de verdad todo es posible.
Me acuerdo el primer día: tocaba Fito y descorchamos un vino, prendimos velas, salí a aplaudir al balcón y estiré los brazos. Una extraña sensación de libertad y angustia. No entendía nada y miraba dibujitos para poder dormir. Usaba el ruido de los helicópteros de alarma.
Como extraño hacer tiempo en un café. Que las medialunas estén medio secas y que se note que el mozo está de toda la vida ahí y que se siente como en su casa. Me encierro en el baño a escuchar audios porque mi novio está en una videollamada y siento que está hablando solo porque tiene auriculares. Responde pero nunca escucho las preguntas.
Me siento sucia pero me bañé a la mañana. Me miro menos en el espejo. Me laten los dedos de comerme las uñas. Cambio mis contraseñas una vez por semana porque me las olvido. Tengo un amigo que me dice Doris y tiene algo de razón. A veces siento que tengo principio de alzhéimer y que adentro mio vive una viejita encorbada, después me acuerdo que retengo detalles absurdos que a nadie le importan: una cara que vi una vez en el subte, como estaba vestida una amiga cuando fuimos al cine hace meses, calles que vi una sola vez desde arriba de un auto, o que estaba haciendo exactamente hoy hace una semana atrás. El problema es que no estoy. Escucho pero no escucho nada. Se me vacía hasta la mirada. Creo que estoy llenando espacios, tapada de memes, tratando de responder a tiempo. Estoy sosteniendo todo. Soy como un mozo haciendo equilibrio con mil platos, pero sin la parte de que mágicamente ellos saben cómo hacer que no se caigan y yo no. Se me rompen vasos todo el tiempo. Y después tirada en la alfombra descubro pedacitos que me quedaron sin barrer.
Y de pronto a la noche, justo cuando me levanto de una siesta en el sillón a la una de la mañana cuando estoy por apagar la luz para ir al cuarto, me sube como un viento a la cara. Aparezco. Es un segundo y me doy cuenta que es un momento de lucidez chiquito y lo quiero atrapar. Que no se me vaya a ir. Que alguien me pase un frasco, algo. Pero me doy cuenta que ya es tarde, que mañana no voy a poder aprovechar el día si me quedo toda la noche despierta. Así que subo las escaleras y me voy a dormir.
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calle irlanda
Y entonces corre un viento
Salimos a fumar un ratito
La calle es finita y hay enredaderas
Es de noche pero no tan tarde
Grabamos una parte
Y ahora vamos otra vez
Hablamos sobre pasadizos secretos
Hay un silencio justo,
Veo el lugar que queda vacío entre el humo y la boca
ese espacio queda ahí
volvemos
me acerco al micrófono y voy probando
Más suave, ahora más grave
Más sexy, quedó esa
pero con una partecita de la toma anterior
Siempre un frankestein
A las 10 terminamos
Vamos a comer una pizza
Hablamos y es de a poco
Caen unas gotas
-Ah, es del árbol
-No, está lloviendo
Bueno, ahora lo entendimos todos
está lloviendo
Pero no nos paramos
Confiamos en que va a pasar
Y pasa
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Un paisaje que me despabila y me sirve para dormir
Es el sur y no nos podemos dormir. Somos los únicos que bajamos al hall del hotel – vos porque querés ir a escuchar música a cualquier ventana más cerca, yo porque necesito un café para reafirmar este insomnio que sufro. Todas poses. No sabemos que queremos y no importa tanto. Hay dolor y goce en cualquier confusión. Justo cuando estás por volver a la habitación porque te olvidaste los auriculares, nos encontramos en el pasillo. Y aparece en mi cara la pregunta: ¿por qué seguir solos si podemos hacer esto juntos? Podemos inaugurar una manera de estar y hacer tiempo hasta que pase. Dejar de lado esos planes solitarios y mentales que teníamos y hacer de esta noche algo nuevo. Algo afuera de nosotros. Se siente en el aire que es una noche que hasta que no pase es una agonía. Unirnos para hacer eso puede destrabar algo para movernos mejor mañana. Entonces caminamos por el pasillo largo que nos lleva al jardín y bajamos las escaleras.
Creo que es de los paisajes más lindos que vi. Me alegro que nos haya estado esperando todo este tiempo y no se haya ido a ningún lado. Hay unas montañas gigantes y un lago con luz blanca. Un muelle como el de “Juego de gemelas”, la película que alquilaba en mi pubertad todos los viernes, y un barquito. Es tan lindo que me da ganas de pegar trompadas al aire. Siento que es una escenografía, todo pegado sobre un cartón pero muy bien pintado, hecho por la gente que mejor pinta. Siento que de tan lindo es mentira. Y al sentir que es mentira es como si me dejara de impresionar enseguida entonces miro las montañas y no entiendo lo que siento con ese paisaje pero a la vez lo naturalizo: sí claro está ahí, ah mirá vos, lo miro como si mirara el cemento de cualquier calle. Qué bronca lo lindo que es. Las montañas me dan algo de terror. Son gigantes. Soy diminuta a comparación de ellas. No sirvo en esta escala. Es como el mar de noche. Es muy grande y no sé de donde viene toda esa agua, no sé. ¿De dónde salen todas esas ganas de hacer inmensidades y deshacer?
Nos sentamos en un banco en el que pueden entrar muchos y sobra lugar como también sobra todo este tiempo. Hay que esperar que pase ese dolor de pecho que aparece algunas noches por querer saber algo. Y hablamos poco y algo se va ablandando en el espacio entre una frase y otra. Toda la piel se empieza a sentir como si ahora sí nos estuviésemos despabilando en serio. Hay una ternura que baila alrededor tuyo que me entusiasma. Me dan ganas de hacer cosas. Qué bronca lo lindo que es. Cuantas trompadas pegaría al aire. Todo tu paisaje, qué violencia más suave.
Ahora sí podría irme a dormir tranquila pero es tanta la energía que aparece sentir que me desperté de pronto y que algo volvió a circular en mí, que es mejor quedarme despierta para verlo. Me quiero quedar así lúcida un rato más. Entonces sale el sol y ya cada uno vuelve a sus cuartos. Nos despedimos con un beso en el pasillo. A nadie. Esto es secreto pero no porque no se pueda contar sino porque es íntimo, porque no tiene nombre, porque va por afuera de cualquier tiempo y no necesitamos contarlo. Pero va a estar ahí. Es muy grande y no sé de donde viene toda esa inmensidad.
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Un haiku que escribí contando sílabas toda una tarde
Estoy sembrando
Me riego y espero
Ya saldrá mi flor
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Una pequeña cosita llamada amor
Tenía 16 años cuando un yankee brasilero se enamoró de mí. Nos conocimos arriba de crucero navideño que pasaba por distintas islas de Brasil.
Todo empezó un domingo que fuimos a Cotto con mi hermana a comprar un huevo de pascua, de los grandes. Cuando nos acercamos a pagar, una cajera con cara de cansada nos avisó que ese día había grandes premios con los huevos extra large.
Sin ningún tipo de expectativa, casi por inercia, le hicimos caso y fuimos al mostrador donde pasaban el código de barras de tu huevo por una maquinita y en una pantalla veías si te habías ganabas algo. Andaba tan lento el sistema que a pesar de no tener nada de fe la espera daba cierto suspenso.
Ya seguras de que iba a salir un “seguí participando” empezamos a rotar el cuerpo de a poco como para volver a casa, cuando de pronto vimos que apareció en la pantalla un dibujo pixcelado de unos huevos que titilaban y explotaban por el aire transformándose en oro. Después aparecía un conejo loco que se ponía unos anteojos y se subía a un avión. Las dos abrimos los ojos y nos miramos. Parecía que habíamos roto la máquina. El tipo con una voz monocorde nos dijo “ah, crucero, se ganaron el crucero”. Nos dio un papel, llenó nuestros datos y nos dijo que volvamos al día siguiente. Nos habíamos ganado unos pasajes para ir a un crucero adentro de un huevo de pascua en el supermercado. ¿Quién nos iba a creer?
La idea de hacer un viaje a esa edad y con mis hermanas me hacía sentir re canchera. Siempre había querido ser más grande. Me acuerdo cuando ellas ya empezaban a ir a fiestas y a mí todavía no me dejaban porque era chica. Las primeras Navidades que ya eran más grandes y después de las doce tenían alguna fiesta, a mí me carcomía la bronca. Se pintaban, aceptaban el champagne para brindar que antes siempre nos había parecido vomitivo, preparaban sus carteras y salían. Yo, en cambio, me tenía que ir a dormir abrazada a los regalos, escuchando música fuerte de algún vecino a lo lejos mientras miraba el techo de mi cuarto a oscuras. Todo me hacía sentir patética. Me recordaba que era una niña y tenía la sensación de que la parte más interesante de mi vida todavía no había empezado.
Una vez una de ellas festejó su cumple en casa y vinieron todos sus amigos. Me acuerdo que no me dejó estar en el living así que tuve que espiar toda la tarde por el ojo de la cerradura de la puerta y después escribí frenéticamente en mi diario íntimo. Hice una crónica detallada, como si quisiera captarlo todo, como si escribirlo me hiciese sentir que yo también era parte de ese grupo de amigos.
Pero cuando vimos en la pantalla del Cotto que mi hermana había ganado los pasajes para el crucero, esta vez yo ya era un adolescente y ahora también podía ser protagonista de una aventura.
El viaje duraba una semana. Teníamos incluidas todas las comidas. “La perla” tenía quince pisos. Casino, dos piletas grandes, bares temáticos, un teatro, una sala de juegos, restaurantes de distinto tipo y lo mejor de todo: una bolichin lleno de jóvenes desconocidos de todas partes del mundo.
El primer día exprimimos todas las instalaciones. Estuvimos en la pileta, la fría y la caliente, probamos cada una de las comidas que había, hicimos una clase de salsa en la terraza, jugamos al metegol, hicimos surf en una pileta que tenía olas de mentira, puse cara de grande y no me pidieron documento para entrar al casino, corrimos por los pasillos largos, fuimos a tomar un café preparado por Toni: un robot ( esto es en serio), jugamos al golf aunque no sabíamos jugar al golf y varias pelotas se nos cayeron al agua, nos sacamos una foto en la punta del barco con los brazos abiertos simulando la escena de Titanic y a la noche fuimos a la discoteca. Ibiza se llamaba.
No me acuerdo bien cómo pero enseguida nos hicimos un grupo de amigos. Y cada noche ir a bailar era el plan que esperábamos todo el día. Hasta aprendí a dormir la siesta a la tarde para llegar con energía. Se fue armando un grupo muy sólido. Estaba tan bueno que cada día se sumaba más gente. Uno que las dos primeras noches había caído solo, a la tercera convenció a todas sus primas que vinieron curiosas a ver qué pasaba en la discoteca que era tan divertido. Éramos todos de lugares distintos así que nos comunicábamos como podíamos. Un poco inglés, un poco portugés, un poco español y un poco mucho de un idioma inventado.
Pero el secreto estaba en el baile. Bailábamos hasta transpirar. Era deportivo ya. Había muy buenos bailarines en el grupo que inspiraban al resto. Hasta una rusa, que las primeras noches se la pasaba sentada mirando todo, las últimas ya estaba descalza en el medio de la ronda revoleando su pelo largo para todos lados. Lo bueno es que cuando te cansabas te ibas a la terraza y ahí te volabas. Había un aire en el medio del océano que te desorganizaba la cara y te despertaba. Te refrescaba el cerebro.
Entre las actividades ridículas que tenía el barco una era que antes de cenar te sacaban unas fotos con tu familia o con la gente que estabas viajando. Justo antes de entrar al salón donde se comía pasabas por una especie de aduana donde Richard, un fotógrafo que hablaba muy rápido, te ubicaba y te hacía prácticamente un book de fotos en un fondo que tenía la imagen de un océano robada de Windows. Hasta sacaba fotos individuales de cada integrante y te podía llegar a pedir poses. A mí una de las noches, como me sentía mal porque había tormenta y el barco se movía mucho, me pidió que ponga cara de que estaba viendo al amor de mi vida a lo lejos. Ojalá nunca nadie vea esa foto- pensé- pero al día siguiente descubrimos que todas las fotos las exponían en uno de los salones frente al casino. Se llamaba “La calle de las estrellas” y ahí te buscabas. Las ponían cada noche para que la gente se fije si había salido bien y las terminen comprando.
Y ahí fui que lo vi por primera vez. Su foto con su familia estaba justo arriba de la mía con mis hermanas. Una madre joven medio bohemia y hermosa posaba al lado de dos chicos de unos quince años, probablemente sus hijos, que levantaban a un señor por el aire. Más que su papá parecía su abuelo. La foto estaba tan en movimiento que se podía escuchar hasta las risas. Algo en la ternura de los ojos de uno de esos hermanos hizo que me quede colgada mirando.
Esa misma noche en la discoteca, mientras la rusa cantaba como un perro en el medio de la pista “beso en la boca es cosa del pasado” con un micrófono con cable que hizo tropezar a más de uno, escucho al lado mío una risa nueva en el grupo pero que al mismo tiempo sentí que ya había escuchado antes. La risa del chico de la foto. Era la primera vez que aparecía por ahí y desde entonces nunca más dejó de venir.
Él bailaba distinto. Más lento. Sintiéndose la piel. No había urgencia en sus movimientos. En los nuestros sí. Siempre me miraba y encontrábamos complicidad en algún baile pero nunca habíamos hablado directamente. Una noche le preguntó a mi hermana como me llamaba yo, se me acercó y con un acento raro me dijo “Paloma, ¿querés bailar conmigo?” Hicimos todos los trucos posibles que se pueden hacer bailando de a dos. Lo hice girar como un bailarín profesional. Siempre me había dado un poco de vergüenza bailar de a manos pero algo pasó entre nuestros brazos. Se movían solos con una agilidad que me sorprendí de mí misma. En un momento me dijo en el oído que yo le parecía muy divertida y algo de su voz tierna me dio ganas de quedarme ahí un rato más.
Durante el día, cuando tomábamos sol con mis hermanas, lo veíamos siempre sentado de frente al sol hablando solo con los ojos cerrados. Ellas me molestaban porque decían que se notaba que él gustaba de mí y que además tenía un leve aire al dibujito Doug Narinas. Nunca había visto ese programa pero lo único que me acordaba de ese personaje es que se la pasaba haciendo bollitos de papel con lo que escribía. Muy inseguro. Yo les decía que a mi él no me gustaba porque me parecía era muy chico, aunque sabíamos que tenía la misma edad que yo.
Un día estábamos en la pileta con mi hermana y mientras él estaba con los ojos cerrados, varias hojas sueltas se le volaron de su cuaderno. Vimos que empezó a juntar las que tenía cerca pero hubo una, sólo una que llegó para nuestro lado y el no alcanzó a verla. Fue como si la hoja quisiera quedarse conmigo. Porque se me pegó en la pierna que tenía medio pegoteada por un helado que recién había comido y no se movía de ahí. Me la saqué y empezó a volar. Mi hermana salió corriendo y la rescató antes de que se cayera al agua y me dijo: “obvio que es una carta para vos”. Yo creí que lo había dicho en chiste, y seguramente fue así, pero cuando subimos al camarote y abrimos desesperadas la hoja: efectivamente era una carta para mí.
La carta decía con una letra muy chiquita:
“I started to think that was just an atraction for you. But now i know what is. A little thing that we call love. In the second day at this boat, i felt in love for you. Your ways, your eyes, your smile... I can´t stand it anymore. I wouldn´t be a real lover, without telling this.
This is not a joke or a bullshit, i´m very honest. I was dating a girl for 5 eyes, so, i know what is love. But i´dont know how. How this happend so fast? Well, I wont think to much. I´m not that kind of guy who cares about beauty.
I just care about inside. This ...”
La última noche en el boliche del barco acepté salir a la terraza con él. Era nuestro primer momento a solas y probablemente el último. Nos apoyamos en la baranda de lo más alto y miramos el río. No se podía ver nada. El horizonte era sólo oscuridad. Parecía como si en realidad estuviésemos adentro de una caja negra. Solo se veía la forma que dejaba el barco cuando avanzaba. Una espuma breve en el agua que se iba borrando y armaba una nueva. Daba miedo el paisaje pero a la vez no podías dejar de mirar. Los ojos lo intentaban.
Ahí me contó que lo que hacía en la pileta era meditar, que era budista por elección propia desde los trece años. Me contó que su sueño era ser músico de jazz. Que vivía en Sao Pablo con su mamá y su hermano y que viajaban con su abuelo. Me contó que a los dieciocho años se quería ir a vivir a Nueva York y tocar en bares. Me contó que el había nacido ahí y que nunca más había vuelto aunque su papá seguía viviendo ahí. Yo le conté que quería ser actriz pero no tenía ni idea como empezar y después de una charla larga donde los dos hicimos lo que pudimos con nuestro inglés básico nivel uno, y hasta inventamos palabras, me miró y me dio un beso. Fue un beso largo y suave musicalizado por un viento fuerte que nos voló todos los pelos pero no pudo con nosotros. El sol ya empezaba a salir y había un rocío en el aire que nos hacía resbalar a cada rato. Después me confesó que estaba enamorado de mí y que me había escrito algo pero que nunca me lo iba a dar porque le daba vergüenza. Lo que nunca supo es que yo sí leí esa carta y nunca va a saber que ahora también la leyeron ustedes.
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