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Gigi en Talamasca
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gigientalamasca · 8 years ago
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¿Crees en las sirenas?
“Las sirenas tenían una obligación, y era que si algún hombre era capaz de oírlas pero no se sentía atraído por ellas, debían morir.”
                                                        -La Odisea de Ulises
Mi madre solía decirme que mi historia está formada por muchas historias. Que el puzzle al cual pertenecíamos era inmenso, tan largo como el tiempo, pero que todas las piezas eran necesarias para completar el rompecabezas.
Y realmente crecí rodeada de historia, vivo alrededor de ellas. Historias pasadas que no hacen otra cosa que explicar y darle forma a las del presente.
Nunca os he hablado de mi familia, queridos lectores. Todas las familias son especiales a su manera. La mía también. Existen historias, cuentos, que narran las aventuras de mis antepasados. Pero sólo son eso, cuentos. Algo que contar antes de dormir. Sobre la veracidad de ellos, os diré que depende. Depende de si el oyente decide si son reales o no. Si crees que digo la verdad, te aseguro al 100% de que lo que te voy a contar es tan cierto como la inmensidad del mar. Sin embargo, si decides no creerme, entonces a continuación sólo soltaré infantiles mentiras creadas para entretener.
Normalmente ando con mucha precaución en lo que se refiere a contar historias familiares, ésta vez, no lo haré. Lo soltaré sin más. Con esto intentaré que entendáis de dónde vengo, qué soy capaz de hacer, y responder a la pregunta que ha estado pululando estas últimas semanas por las redes. “¿Es Gigi humana?”
 Pues bien, empecemos por el principio. Mis historias os sonarán, son parte de la mitología. Incluso hay películas inspiradas en historias de mi familia. Somos los Borgia, wiccanos de sangre. Elemento agua. Os explicaré lo que significa más adelante.
Hércules, ¿lo conocéis, verdad? Hijo de Zeus y Alcmena, una reina mortal. Muchas son las peripecias de éste héroe, incluso Disney cuenta algunas de ellas (muy versionadas, hay que decirlo). ¿Por qué os hablo de él? Bueno, porque teóricamente, es nuestro antepasado más lejano. Así es, os dije que tengo una familia peculiar. Pero sólo son historias, ¿verdad?
Hércules tuvo muchos hijos con diferentes mujeres, 50 antes de cumplir la veintena. En uno de sus viajes desembarcó en las costas de Hispania, en una ciudad dominada por el malvado gigante Cicerón. Hércules le arrancó la cabeza y la enterró bajo el faro de la ciudad (que todavía existe y da luz a los marineros). Allí se enamoró de una preciosa joven, Cruña. Fue tal su obsesión con aquella mujer que nombró a la ciudad como ella. Y ese es mi lugar de nacimiento, la ciudad costera de Cruña, más conocida en la actualidad como A Coruña. Una ciudad digna de visitar muy aferrada a su héroe, Hércules, y al mar. A Coruña: la ciudad del joven Hércules.
Sin embargo, Hércules descubrió que en aquella ciudad habitaban entre los humanos criaturas que se le parecían a estos pero que no lo eran: sirenas. Oh, sirenas, criaturas del mar, sirvientas de Poseidón. Las sirenas eran seres embaucadores, seductores y amantes de jugar a confundir. Y efectivamente, Cruña era una sirena que había conseguido seducir al hijo bastardo del Dios Zeus. De aquella unión nacieron tres hijas, fuertes y leales como su padre Hércules y dueñas del mar como su madre Cruña. En tierra eran humanas, en mar eran sirenas. Y de esas tres niñas nacerían otros, y así hasta llegar a mí. La familia Borgia.
Es difícil de creer, pero yo no estoy diciendo que sea verdad. Eso lo decides tú. Sin embargo, una de las características de las sirenas es su capacidad de hacer creer a los demás lo que quieran. Sobre todo al sexo opuesto.
La historia de mis raíces plantea una serie de preguntas que Benji y su radio han planteado sin tener en cuenta las consecuencias, que las hay. Los vampiros y las sirenas, no nos llevamos bien. Como se explica en las Crónicas Vampíricas de Lestat, vampiros y brujas no son amigos de forma natural, y las sirenas no es más que un tipo de brujería. Magia wiccana, es decir, magia que emana de la naturaleza. Si los Mayfair son brujos wiccanos de sangre (su poder emana de sus muertos), los Borgia somos wiccanos de agua (nuestro poder emana del mar). Existen wiccanos de tierra, de fuego, de aire…pero no me voy a parar en explicar eso.
Volviendo al tema central, preguntas que se plantearon en la radio:
-       ¿Soy humana? Hago todo lo que un humano hace… sólo que también hago otras cosas
-       ¿Tengo cola y respiro bajo el agua? Sí, eso es cierto. Pero hacen falta una serie de capacidades para poder vernos hacer eso.
-       ¿Hablo con los peces? Los peces no hablan, asi que difícilmente puedo hacer eso. Sin embargo deberíais ver a las ballenas y delfines expresarse, es una delicia.
-       ¿Soy inmortal? No, nadie lo es. Incluso un vampiro puede morir. Si tienen pruebas de que he estado presente en otras épocas no acordes a mi aparente edad, os aseguro que no es debido a la inmortalidad. Id un paso más allá, chicos.
-       ¿Qué soy capaz de hacer? Todo lo que me dejes hacerte.
-       ¿Soy una amenaza? Respues corta: no. Respuesta larga: toca a mi familia, y no habrá fuego en el infierno suficiente para comparar el dolor que puedo causar. Porque recordemos que Ulises y sus marineros tomaron toda clase de precauciones para no molestarnos. Y Ulises era un tipo listo.
Existen muchas otras historias sobre mi familia y su procedencia, historias anteriores a las que os he contado de Hércules y posteriores. Historias en las que aparecen vampiros, los Mayfair, e incluso vampiros que ya conocéis. Has leído bien. ¿Eh, Marius?:)
Pero por supuesto, cuando Benji diga en su programa de radio que todo lo que cuento aquí es mentira, dejaos convencer. O no.
  ¡Dulces sueños!
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gigientalamasca · 8 years ago
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Guerreros, ¡a las armas!
“Talamasca is not a place, is an adventure for silence warriors”                                   -David Talbot
El problema de Talamasca es que el mundo cambia y sus integrantes no. Es la conclusión a la que los más jóvenes llegamos y los más viejos desprecian.
Talamasca siempre ha estado liderada por sabios de edad avanzada, y ha funcionado estupendamente. Pero ahora, con los tiempos que corren, no se puede sobrevivir mucho tiempo así.
Se quedarán atrás, no encontrarán historias nuevas, no descubren nuevos objetos de estudio, se convertirán en una biblioteca conocida por todos sin nada que aportar a los miembros. Y eso pasará mucho antes de lo que piensan.
Para evitar eso, hay muchas cosas que tienen que cambiar, vamos a analizar eso.
Principalmente, yo enfocaría una renovación hacia el concepto de “adaptarse a los nuevos tiempos”. Estoy hablando de una organización donde aún se escriben los análisis a mano, algunos a máquina.
Yo haría varias cosas. Organizaría un año en el que Talamasca estuviera parada, sus investigaciones pausadas, sus puertas cerradas, y lo dedicaría a un lavado de cara. ¿Cómo? Pues con varios cambios.
El primero, las personas que trabajan en Talamasca. Hoy, en el siglo XII, no se puede permitir que un novato sea tratado como se trataba a los aprendices en los gremios medievales. A un novato en Talamasca, se le trata como un voluntario, cuando debería tratarse como un trabajador, porque por muy vocacional que sea tu participación en Talamasca, no deja de ser un trabajo.
Yo, cuando entré, le dedicaba a Talamasca unas 16 horas diarias. Y por esas 16 horas diarias cobraba 500 dólares. Una organización con pasta hasta los topes, 500 dólares mensuales. Eso es abuso. Eso no se puede hacer. Las personas están para tratarlas como personas, no como esclavos. Jóvenes, perfectamente capacitados y con muchísimas cosas que aportar a la orden, no entran porque no pueden permitirse dedicar esas horas y vivir de 500 dólares al mes. Es vergonzoso.
Luego entraría en esa filosofía de “Talamasca es tu vida”. Yo lo cambiaría por “Talamasca es parte de tu vida”. Se es mucho más eficiente en el trabajo cuando este te llena como persona, cuando te hace feliz. No se puede ser productivo cuando no tienes tiempo ni para ir al baño porque tienes que acabar una investigación que tienes que presentar al consejo. Eso, a largo plazo, te hace perder pasión por lo que haces, y Talamasca funciona con pasión.
Por supuesto, reestructuraría la jerarquía. Disminuiría las diferencias de los altos cargos, y haría más democrático el poder de decisión. Que Talamasca fuera un equipo, no jefe y sus lacayos.
Una vez hecho esto, haría que la información fuera más accesible y más manipulable, y para esto hay que hacer algo que es clave y que en Talamasca ni se les pasa por la cabeza. Algo importantísimo. Digitalizar los archivos.
Escanear, hacer copias, clasificar en carpetas, crear una plataforma digital privada. ¿Os imagináis lo que sería tener la biblioteca de Talamasca en tu smartphone? Yo daría mi alma por ello. No tener que levantarse cada dos por tres para buscar un papelito en una librería de 20 metros de ancho, no tener que leer palabra por palabra escritos de mil páginas para encontrar un dato. Se ahorrarían horas y horas de trabajo. Horas y horas.
Por último, utilizaría el dinero de la orden en beneficio de la orden. Tienen montañas de dinero parado desde hace siglos. ¿Qué se podría hacer? Invierte. Invierte tu dinero, saca beneficio. Crea organizaciones paralelas, corporaciones que no sólo te den dinero, sino que te ayuden a encontrar historias. Amplía el ojo de Talamasca. El dinero puedo hacerlo. El dinero puede darte más dinero. Intenta ver Talamasca como una oportunidad de negocio. Colabora con universidades, con bibliotecas del Estado, con becas estudiantiles, ¡se puede recibir mucho más de lo que se puede perder!
A grandes rasgos y a voz de pronto, empezaría por estos cambios. Pero no lo van a hacer, porque necesitarían una mente más abierta que no tienen. Necesitarían escuchar a los jóvenes con ideas, y no lo hacen. Me da pena. Da pena como veo, día tras día, que Talamasca va a menos, que se desintegra, que está enferma y no se dan cuenta.
Que la orden nunca haya muerto, no significa que no vaya a morir, y va por ese camino.
Solo la adaptación proporciona supervivencia. Y para adaptarse, hay que rebelarse, ¿no?:)
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gigientalamasca · 8 years ago
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Los pétalos que hacen a la flor la flor que es
“Quienes pueden, pueden porque piensan que pueden”
-          Virgilio
Lo sé, he estado desaparecida. Lo siento si mi ausencia te ha disgustado, pero tengo el perfecto culpable de mi desaparición: Talamasca. Me han subido la carga de trabajo hasta niveles insalubres.
¿No os he contado lo que hice en Japón? Fue un viaje de trabajo, por supuesto. Una especie de gymkhana milenaria que alberga mitos con una base real que no está muy clara, y como sólo se organiza una vez cada cincuenta años, talamasquenses de todas las sedes (Londres, Roma, Ámsterdam y Nueva Orleans) fuimos. Unos a observar, y otros a participar en las pruebas. Yo fui una participante. Conseguí acabarla (que ya es decir), pero fuera del tiempo establecido para poder ganarla. Pero bueno, la historia de Japón os la contaré otro día. Hoy quiero mostraros un poco en qué consiste mi trabajo para que entendáis mejor el contexto en el que me muevo.
Te explicaré cómo funciona la orden, ¿te parece? Aunque antes de hacerlo quiero apuntar que si mis jefes descubren que he subido a internet la organización de la orden, me matarían (creo que literalmente). Pero la mayoría no sabe ni encender un ordenador, asique me arriesgaré, ¿qué es la vida sin peligro?
Talamasca posee un perfecto y definido orden de jerarquía. El de arriba manda al de abajo. Cuanto más superior seas, más poder de decisión tienes, y dependiendo de tu categoría, podrás realizar ciertas tareas u otras.
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La posición más alta es la de  los Ancianos de la orden, los fundadores. Todo lo que digan (si es que se pronuncian, porque no suelen hacerlo) va a misa. Ellos tienen el poder de cerrar la orden, de modificarla, de ampliarla, de reducirla…de todo. Si un día los conozco, hablaré más de ellos.
Un puesto por debajo pero también un cargo muy importante, es el de Superior de la Orden de Talamasca. Ahora mismo es Oliver Stirling, y en su día lo fue David Talbot. ¿Os podéis creer que ese puesto nunca perteneció a una mujer? Es el que controla y organiza las sedes distribuidas por el mundo. Básicamente su trabajo es leer. Leer todo el tiempo. Y si algo despierta en especial su interés, ordena que se investigue más a fondo o crea grupos de debate para re direccionar la investigación. Este puesto está reservado a personas que llevan toda la vida en Talamasca, que han demostrado lealtad, trabajo duro y, por supuesto, que se consideren mayores. No puedes ser Superior de la Orden si no llevas mucho tiempo sobre este mundo.
Luego, existen varios puestos al mismo nivel jerárquico, que se diferencian en su tarea. Los que pertenecen a este nivel, además de sus investigaciones particulares, asesoran y ayudan en todo lo posible al Superior de la Orden. Son los integrantes de las reuniones donde se debaten o deciden alguna que otra cosa. Alguno de esos cargos tiene gente a su disposición, ya sea para ayudar en la tarea como para complementarla.  Todo lo que sale de estos grupos, pasa por el Superior de la Orden. Horas y horas de estudio.
¿Y dónde estoy yo? Adivinad. En el subsuelo de la escalera alimentaria. Pertenezco a la última categoría, los trabajadores de campo. Los que van y vienen, los ojos de Talamasca, las herramientas sucias de los respetados estudiosos. Vamos a donde nos dicen, hacemos lo que nos mandan, recogemos la información y luego la comunicamos para que puedan estudiarla. Hubo miembros de la orden que prescindían de trabajadores de campo, ya que querían hacer ellos mismos el trabajo. Uno de ellos era Aaron Lightner, que realizó toda su investigación sobre los Mayfair él mismo, sin mandar a otro a aquella casa.
Pero hoy en día, sólo se molestan en salir de la biblioteca para casos muy especiales y, de preferencia, no peligrosos.
Yo tengo la particularidad de ser trabajadora de campo y a la vez asistenta de Stringling, el Superior de La Orden de Talamasca. Eso no me da ningún privilegio, pero sí una cercanía mayor a los jefazos de la Orden.
Las personas como yo en la Orden no somos lo que se dice valorados. Somos jóvenes, curiosos, con energía e imprudentes. No se fían porque no tienen la certeza de que seamos leales. Y tienen razón, sólo mírame, estoy hablando de ellos en un blog. Existe una tendencia de los miembros a valorar las capacidades de uno por la edad. Cuanto más joven, más ignorante, cuanto más mayor, más sabio.
Pero somos muchos, y tenemos nuestros particulares proyectos. Sin ir más lejos, estamos informatizando documentos en nuestros ratos libres. No grandes cosas, alguna que otra historia cerrada sobre fantasmas o seres paranormales, pero es un comienzo. No queremos que todas las historias se queden atrás en este mundo informatizado, la tecnología que nuestros mayores desprecian, nosotros la consideramos un avance hacia una información más compartida y accesible.
Nunca, en toda la historia de Talamasca, los trabajadores de campo hemos sido tan imprudentes y ambiciosos como ahora. Empiezan a haber secretos que descubrimos, que sólo contamos entre nosotros.
Pasito a pasito, estamos creando una bola de nieve. ¿Por qué creéis que me molestaría en escribir un blog sobre mi trabajo en Talamasca? Pensad.
La caballería se acerca silenciosamente a las copas de vino de los sargentos. ; mso�0c*3
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gigientalamasca · 8 years ago
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AFTER 17 HOURS OF PLANE, ハロージャパン!! :D
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gigientalamasca · 8 years ago
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BEFORE 17 HOURS OF PLANE
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gigientalamasca · 8 years ago
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Another day another plane
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gigientalamasca · 9 years ago
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Tres habitaciones para nueve
“Be naughty on Christmas and get presents anyway”
                                                            -Ezra.
24 de diciembre, ¡Noche Buena! He pasado este día en muchas partes del mundo pero nunca he sido tan feliz como cuando las paso aquí, en mi querida España.
Aterricé en Madrid ayer a la noche y tras ocho horas en autobús, llegué a mi ciudad natal esta mañana.
¡El olor es tan diferente aquí! Huele a mar, un fuerte aroma de agua salada inunda toda la ciudad. Y el escuchar a la gente hablando español, mi español, es música para los oídos. Sin duda estoy en casa.
Recordareis que el año pasado pasé la Noche Buena en casa de los Blackwood. Pues este año es Jerome Blackwood el que va a pasar esta destacada noche en mi casa. Ésta vez no habrá vestidos de gala ni pista de baile, va a ser una pequeña cena navidad, en calcetines de lana y la música latina bien alta.
Entre familiares y amigos, sumamos bastante gente, creo que unos veinte, de los cuales nueve vamos a dormir en la misma casa, con tan sólo tres habitaciones.
Entre los invitados hay alguna que otra sorpresa. Ezra vendrá a celebrar por primera vez las navidades desde que es inmortal, ¿no es emocionante? En Talamasca siguen sin creer la existencia de Ezra, y yo he dejado de insistir. Supongo que no hay peor ciego que el que no quiere ver.
Además, va a traer a un acompañante. Su nombre es Lucky (o apodo, no estoy segura), y a pesar de que Ezra me ha hablado muchas veces de él, no le conozco. Será una oportunidad única para sorprenderles, ¿no os parece?
Siempre he pensado que el gran fallo de Talamasca es que no se quieren acercar demasiado a las historias que investigan. Su filosofía es de observar, no de actuar. Ver el relato, no intervenir en él.
Y soy más partidaria de crear nuevas historias, de ponerle la trampa al ratón para que se acerque a mí. Últimamente pienso que no encajo nada bien en Talamasca, incluso he llegado al punto de querer abandonarla.
Pero por ahora, aguantaré un poco más. Confío en que queden sorpresas por descubrir.
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gigientalamasca · 9 years ago
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El sol del vampiro
“Ponte frente al sol y las sombras quedarán detrás”
Nunca los he conocido, pero he crecido con ellos. A veces los amo y otras los odio. Son muy viejos. A pesar de ser inmortales, su concepción del mundo murió hace mucho tiempo. No pertenecen al lugar de los vivos y sin embargo viven en nuestras casas, con nosotros. Hablo por supuesto, de los famosos vampiros de las Crónicas.
Algunos se creen superiores, yo creo lo contrario. Un vampiro es inferior a un ser humano, pues lo que nos diferencia es justo lo que atormenta a un hijo de la noche. Lucifer les privó de la luz del sol en una perfecta burla de lo que son: jamás contemplarás el sol porque tu luz ya se apagó. Tus ojos no son dignos de la esperanza, del mañana, ni de un amanecer lleno de nuevas oportunidades.
Los vampiros están condenados a no poder dejar el pasado atrás. Yo como humana, puedo empezar de cero cuantas veces quiera, y solo la muerte cierra ese ciclo, ¿no os parece?
Por supuesto es sólo mi punto de vista, construido por unos cuantos inmortales con los que me he encontrado.
Están perdidos y desubicados, son inútiles a la hora de avanzar. ¿Qué es la existencia si no puedes avanzar?
Conocí a Ezra en el viejo Londres una calurosa noche de verano. Aquella vez, no era yo la que perseguía al monstruo, él me encontró a mí.
Caminaba apresurada por las calles de Regent Streat con mi bolsa de ballet, un café de Starbucks bien cargado de una mano y el móvil en la otra.
El ser humano es la única especie dentro del reino animal que posee scopaesthesia, la capacidad natural de percibir cuando alguien nos observa. Algunos científicos lo llaman el sexto sentido, y yo, lo tengo de lo más desarrollado.
Sin verlo, sentí que alguien no apartaba la vista de mí, y que ese alguien se camuflaba entre el mar de gente que me rodeaba. Quizá desde la otra acera, quizá desde una terraza…
Mi instinto de supervivencia gritaba que echara a andar lo más rápido posible, pero en vez de eso, descendí mi paso y fui en la busca de calles menos concurridas, pequeñas plazas y callejones.
Ya lo sé, mis impulsos no son nada cuidadosos, pero confío más en mi intelecto para sobrevivir que en el escape.
Me adentré en un callejón, solitario pero conocido. Sólo había muros y una puerta que era la salida de emergencia de un pub de estilo ochentero.
Y como ya había imaginado, un hombre de aspecto tétrico (a los vampiros les encanta ser siniestros) apareció acorralándome. Lo que él no sabía era que yo era la que le estaba encorralando.
Y aquí un consejo por si algún día os encontráis con un no muerto: vuestro cuerpo os pedirá que echéis a correr, no lo hagáis. Él siempre va a ser más rápido que vosotros y os alcanzará en medio segundo. En vez de huir, acercaos. Observarles. No es verdad que huelan el miedo, yo estaba aterrada cuando vi que un vampiro había posado sus ojos en mí, pero no aparentarlo me salvó la vida aquel día.
Ezra se acercó a mí con paso firme y decidido, con calma pero sin pausa. Yo que quedé quieta mientras dejaba mi bolsa en el suelo y guardaba mi móvil en el bolsillo delantero. En cuanto al café, empecé a beberlo mientras el extraño se acercaba, aparentando una confianza que no tenía, ocultando un miedo punzante con olor a muerte.
Me sonrió, le sonreí. Y llegado el momento, se puso delante de mí, mirando hacia abajo con sus casi dos metros de altura, insultando a mi metro setentayseis.
-Muy arriesgado por tu parte adentrarte en este oscuro callejón, ¿no crees?
Tras analizar la frase y ver que tenía razón, dejé de lado todo manual de prevención de riesgos y llamé a la puerta de lo absurdo. Me reí a carcajadas en toda su cara.
-¿En serio? ¿Quién eres, Edward Cullen?- echó un paso atrás confundido por mi reacción. Había conseguido eliminar la intimidación física y ni siquiera se había dado cuenta.- Eres un vampiro, no Lord Voldemort.
- ¿Qué?- preguntó atónito- ¿te has metido anfetas o algo?
-No, sólo llevo dos días sin dormir, más o menos es el mismo efecto. Soy Gigi, por cierto.
-Yo Ezra
Me había dicho su nombre, segundo punto a mi favor.
-Quiero que vengas conmigo, rata de biblioteca, este será tu última noche en la tierra.
Con esa frase me intimidó, pero no había tiempo de intimidaciones, tenía que sobrevivir a su amenaza.
-Así que sabes que soy de Talamasca, ¿eh? Mira, tengo un ensayo de danza clásica a dos manzanas de aquí, soy prima balleria y el estreno está cerca, no puedo faltar. Cuando salga, estaré encantada de dejar que me lleves contigo y que sea mi última noche en la tierra, pero ahora tengo que irme.
Ezra no daba crédito a lo que escuchaba. Sus amenazas siempre producían en el ser humano una fuerte reacción, la gente huía de la boca del lobo. Yo le estaba cepillando los dientes.
Noté en su mirada el desconcierto y me dispuse a pegar el último golpe.
Espérame aquí en cuatro horas, toma mi café. Está frío, cuando vengas tráeme otro. Prometo que jugaremos a “mueres tú muero yo” luego.
Aquella noche, tras salir de ballet, pude haber escapado. Pero no lo hice. Pensé que si había sobrevivido a ese encuentro, ¿por qué no iba a sobrevivir a otro más?
Y así fue como conocí a Ezra. Actualmente lo veo a menudo, somos buenos amigos. Yo soy su contacto con el mundo y él la respuesta a mi curiosidad.
Por supuesto hablé de Ezra en Talamasca, pero no me creyeron. Pensaron que eran historias inventadas para llamar su atención, ya que no aporté pruebas. Cada vez pienso que ha sido mejor así, mantenerle alejado de la orden.
Le tengo mucho aprecio y sé que él a mí también. Siempre me espera a la salida de mis ensayos con un caliente café en la mano para mí.
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gigientalamasca · 9 years ago
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Un momento en Roma, parte I
“Dejé por ti todo lo que era mío. Dame tú, Roma, a cambio de mis penas, tanto como dejé para tenerte”
                                                              -Rafael Alberti
En la cafetería de un aeropuerto, de madrugada, escribiendo y con un café humeante a mi izquierda, me siento como Pandora cuando escribía a David Talbot sus vivencias. Aunque dudo que su libreta de cuera fuera una Tablet con Windows 8 y que a la vez que escribiera, contestara comentario de Instagram (que por cierto, es @theangeljos).
Pues señores, me hallo en Fiumicino, aeropuerto de Roma, Italia, con un retraso en mi avión de tres horas (por ahora). De Roma a Berlín, de Berlín a Nueva York y de Nueva York a Nueva Orleans, esa será mi odisea para las próximas horas.
Pero como los aviones, el ajetreo y los aeropuertos siempre me han gustado, nunca pongo problemas cuando Talamasca me envía alrededor del mundo como mensajera.
Desde que el director de Talamasca descubrió el Whatsapp, su afán por enviarme audios no ha cesado en ningún momento. Un día antes de mi viaje express, me envió un, demasiado cerca del micro del teléfono, en el que me solicitaba para ir hasta Roma (gastos del viaje pagados) para recoger un libro en la sede de Talamasca romana ¡recoger un libro! No se fían ni de su sombra, todo lo que implique una empresa intermediara de transporte lo rechazan por completo por el “riesgo a rotura o pérdida del documento”.
Y a mi querida Italia fui yo, no sin antes exigir que me incluyeran en el viaje una pequeña paradita en España para visitar a mis seres queridos.
Llegué a Roma hace dos días. No tardé ni dos horas en recoger el libro que me pidieron, por lo que tenía por delante dos preciosos días para disfrutar de la magia que Italia ofrece.
Me perdí entre sus calles, disfruté con cada esquina de esta hermosísima ciudad. A pesar de haberla visitado con anterioridad varias veces, siempre encuentro algo nuevo, una nueva y jugosa aventura en la capital de la Toscana.
¿Os cuento un secreto? Me he portado mal. Cegada por la noche romana y el deseo incontrolable de misterios italianos, me colé en la Sede romana de Talamasca de noche en busca de misterios sin resolver en esa bella ciudad.
No he robado, que conste. Todos los documentos que me llevé ya los he devuelto a su sitio. Pero os contaré la historia bien, total, tengo tiempo hasta que mi avión se decida a despegar.
Me desperté en el hotel Gran Meliá tras una profunda siesta. En mi mesita descansaba el documento que me pidieron recoger, cuidadosamente envuelto y exageradamente protegido. No tengo ni idea de qué se trataba, pero tampoco mi curiosidad era tan grande como para deshacer el paquete. Con semejante empaquetado, no sería difícil que vieran que alguien lo abrió, y con eso sólo me ganaría mi expulsión en Talamasca.
Me di una buena ducha y me quedé embobada mirando por la ventana mientras me secaba el pelo. Los italianos iban y venían, avivando más el ambiente cuanto más anochecía.
Mi padre siempre me decía: “pequeña, si quieres ir a la guerra, necesitarás un vestido ajustado, unos tacones altos, y la melena que yo te he dado al viento. Utiliza eso de arma, y tu intelecto de escudo”. Sí tuve un padre especial. Siguiendo su consejo, peiné mi melena a conciencia, mientras que con un maquillaje oscurecí mi mirada y con un vestido tubo de fiesta y unos Manolos rematé mi aspecto de batalla.
Salí del hotel en busca de aventuras sobrenaturales, pero antes debía hacer una parada. Tres paradas de metro más allá (detesto los taxis) acabé en Talamasca versión romana.
La luz estaba encendida, pero eso no me paró. Escalé un pequeño mucho que separaba la calle de un pequeño jardín interior (cuando has estado tanto tiempo como yo en tacones, eres capaz de escalar un muro con ellos).  Una vez en el jardín, no único que me separaba de la biblioteca con los archivos más recientes, era una puerta con dos cierres echados. El primer cierre fue fácil, con una horquilla y un poco de maña, hasta un niño hubiera conseguido abrirlo. Para el segundo sin embargo, necesité unos minutos y mi inseparable kit de ganzúas guardadas en un aparente neceser de maquillaje. Así de espabilada salí.
Entré en el lugar despacio, analizando la habitación y reconociendo los posibles escondites que pudiera utilizar dado el caso que entrara alguien en la habitación. Por suerte, no fue necesario.
Toda la colocación de los libros y documentos, era igual que en la Orden de Nueva Orleans, mismo sistema de guardado. A mí lo que me interesaba eran los casos abiertos, los más recientes de todo y los que se habían dado en Roma. Entre otros criterios de búsqueda, en Talamasca ordenan  el papeleo más reciente por orden cronológico, lo que me vino de perlas.
Y allí estaba yo, agachada, con la linterna del móvil y unos guantes de látex haciendo travesuras. En los últimos seis meses había casos de fantasmas, vampiros novatos y más fantasmas. Pero entre tantos cuentos, encontré mi favorito: posible Taltos habitando en Roma. Había un enorme documento que no leí y unas cuantas fotos hechas a distancia (bastante mal enfoncadas) de un hombre alto, joven y robusto, paseando con tranquilidad por la Via Corso y tomando algo en una terraza de la Plaza Navona.
En el documento no aparecía ni su nombre, no debían saberlo. Sólo ponía que dónde le habían visto. Restaurante, bibliotecas, discotecas… Era sábado noche, ese hombre iba a estar o en su casa o de fiesta, ¿no? Me centré en posibles lugares nocturnos, y encontré el sitio perfecto: discoteca Rialto. Estaba en pleno centro de la ciudad, en el barrio judío de Quartiere ebraico. Parecía un lugar interesante para pasar la noche.
Incluso cedí a coger un taxi y no el metro por la emoción de llegar allí. Sabía que había muchas posibilidades de no encontrármelo, era un sitio grande y con mucha gente, y nada me aseguraba de que fuera a pasar la noche allí. Pero mi intuición nunca me ha fallado y sentí con fuerza que esa noche iba a ser especial.
El taxista me dejó en la puerta de Rialto, una gran cristalera por la que salían luces de colores parpadeantes que bailaban con la oscuridad de la noche. Estaba en mi salsa.
Para mi desgracia, el sitio era enorme. Fui directa a la barra a por Martini bien cargado, y desde allí, empecé a mirar a mi alrededor y a descartar espacios para reducir mi búsqueda. Comprendí en seguida que mi misterioso amigo no querría estar entre tanta gente tan pegada, y el único sitio del local que permitía bailar con un mínimo de espacio vital, era la zona VIP.
Entrar en la zona VIP no es tan difícil como lo pintan si sabes montártelo bien. Si eres chica, es mucho más fácil, y si tienes un escote pronunciado y unas piernas largas, está chupado.
Unos segundos de tonteo con el portero y una convincente afirmación de que mis amigas estaban dentro, me bastó para conseguir pasar al recinto privado de los niños pijos de Roma. Desde allí era mucho más sencillo, menos gente y más visible.
Descarté a las chicas, descarté a los chicos cuyo físico no encajaba y mi lista se redujo a unas diez personas. Y llegados a este punto, lo vi. Las fotos que conseguí en Talamasca eran malísimas, pero me bastaron para reconocerlo. Y su olor… olía diferente. ¿Será que los Taltos tienen un olor propio característico? Al menos éste sí.
Se encontraba sentado en un sofá con una copa en la mano y rodeado de chicas guapas que parecían destrocarse de risa ante lo que el Taltos estaba diciendo.
Dios, era tan guapo… tenía rasgos totalmente mediterráneos, lo que me hizo sentirme más cercana a él. Siempre dicen que los españoles y los italianos somos primos, y en este caso así lo sentía.
Fijé mi mirada en él hasta que él hizo lo mismo. Hacer que la gente se sienta observada es una buena técnica para llamar la atención.
Sonrió ante mi mirada que no se apartaba, y durante unos segundos, sentí que se metía dentro de mi cabeza. Al fin yo gané la batalla y se levantó. Con aires de superioridad y sin soltar su copa, abandonó a sus chicas y se acercó a mí.
¿Os habéis montado alguna vez en una montaña rusa? La sensación que yo sentía a cada paso que daba hacia mí era la misma. Adrenalina pura corriendo por mis venas, ¡era todo tan divertido!
Mi ignorancia creía que se había levantado porque me había sentido atraída físicamente por él, pero la realidad era que había calado mis intenciones mejor de lo que yo pensaba.
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gigientalamasca · 9 years ago
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El numerito de Seth
“Espérame con todo caliente menos el champagne”
                                                    -Seth Torres
No todo en Talamasca es apasionante. Hay muchas cosas que clasificar, analizar, esquematizar…No somos ni de lejos un Indiana Jones de lo paranormal, realmente, somos meros bibliotecarios.
Y si eso te parece poco divertido, yo, como peón de esta sede, obtengo los trabajos menos deseados.
He de confesar que cuando entré a trabajar aquí me esperaba vivir grandes aventuras, conocer gente interesante y pasarme el día resolviendo grandes misterios, pero me acabo de pasar el día ordenando pilas y pilas de libros por orden alfabético. Y ni siquiera eran libros únicos llenos de historias secretas, tan sólo se trataban de aburridos manuales accesibles en cualquier biblioteca.
A Jerome por el contrario, por ser hijo de quien es, recibe un trato diferente. No lo critico, lo veo normal, él es en ese aspecto mucho más valioso que yo.
Pero no todo son pegas, a veces me dejar presenciar asambleas. No participo en ellas, pero observo como los estudiosos debaten entre ellos sobre historias y misterios inimaginables.
Si os digo la verdad, me gustaría hacer trabajo de campo. Buscar historias, recolectar anécdotas. Lo malo es que hay que ser muy bueno para realizar ese trabajo, muchas veces se convierte en algo peligroso.
Hace dos meses llamaron del hospital a Grace, la madre de Seth. Grace es una especie de recepcionista en la sede de Talamasca de Nueva Orleans, y su hijo Seth viaja alrededor del país en busca de la veracidad de leyendas urbanas y profecías.
Seth había tenido un accidente en Duluth, Georgia. Los médicos dijeron que le había atacado un oso, pero Seth, cuando se recuperó y volvió a Nueva Orleans, contó algo muy diferente.
Cuando alguien de Talamasca tiene una historia que compartir, se abre un proceso. En la primera fase de este proceso, el que ha vivido la historia, en este caso Seth, cuenta lo que ha pasado delante de un comité de estudiosos de Talamasca presidido por Stirling Oliver.
“Fui de noche porque todos los testigos lo habían visto a altas horas de la madrugada. Cinco excursionistas en total habían afirmado que habían visto a un lobo del tamaño de un caballo, todos ellos de noche. Me adentré en el bosque y el GPS me llevó a donde lo habían visto por última vez. Me quedé allí, esperando. Mientras esperaba, me comí un sándwich mixto.
-Señor Torres- interrumpió Stirling- al grano, por favor.
Sí, claro. A las dos horas empecé a notar que algo se acercaba por mi derecha, así que me puse de pie. Conseguí verle la cara. Era negro como el carbón, con unos ojos fieros, abiertos y desafiantes.”
Seth no hablaba como alguien que hubiera vivido una experiencia traumática, contaba su historia como el que cuenta la última película de acción que ha visto, con emoción y énfasis en cada palabra que pronunciaba. Era todo un entretenimiento escucharlo.
“Total, que me quedé inmóvil, sin apartar la mirada del bicho, ya saben ustedes que eso sería mi fin… Tenían que estar allí, era una situación tan intensa…
-¿Y después?- preguntó uno de los eruditos. Mcarthy. Creedme, no queréis cruzaros en su camino.
-¿Cómo?- contestó Seth un poco perdido
Tras un suspiro de cansancio y poner la vista en blanco, Mcarthy le contestó
-Que qué pasó después, señor Torres
La expresión de Seth cambió a una actitud de tristeza y decepción.
-Bueno, después de eso, yo…desperté en el hospital.
-¿Despertó en el hospital?- preguntó Mcarthy haciendo hincapié en lo que sabía que dolía- ¿No recuerda nada más hasta que despertó en el hospital?
-No, señor…
Se hizo un mini silencio incómodo, sobre todo para Seth. Creo que todos esperábamos que Mcarthy se pronunciara en toda su esencia, cosa que hizo. Se puso de pie y empezó a dar vueltas alrededor de Seth.
-Corríjame si me equivoco, señor Torrez. Gastamos fondos de la orden para que fuera a investigar un caso de hombre lobo activo en este mismo país. Llega allí, se come un maldito sándwich, y tan solo con ver a la criatura su cuerpo se desvanece. ¿Sabe lo que le ha aportado usted a Talamasca? Absolutamente nada.
-Con todo el respeto señor, yo…
-No señor Torrez, no ha tenido respeto por esta orden. Le quitamos del caso.
-Señor Macarthy- interrumpió Stringling- no se precipite. Hay un asunto en toda esta historia que no hemos aclarado.
-¿El qué señor director?
-El lobo atacó a Torrez- empezó Stringling- pero, ¿por qué no lo mató? Sería lo lógico, tenía la fuerza y el poder suficiente como para acabar con él. Tuvo que haber un motivo que hiciera que le dejara con vida.
-Lo sabríamos si Torrez no se hubiera dormido…
-¡Bueno, ya está bien! – gritó Seth de repente levantándose de su silla y haciendo que cayera al suelo- No arriesgo mi vida continuamente buscando problemas con mierdas sobrenaturales para que un grupo de ancianos decrépitos me falten al respeto, ¡qué os follen!
Y se fue, así, sin más. Mi cara dibujaba una sonrisa de oreja a oreja, una de estas sonrisas involuntarias. Dicho con claridad, estaba flipando en colores.
Todos se miraban entre sí, nadie se esperaba semejante salida triunfal. Seth llevaba casi tres años trabajando en Talamasca, haciendo trabajo de campo, yendo y viniendo buscando historias que pudieran ser útiles. Su cuerpo está lleno de cicatrices de rudos encuentros con peligrosos seres. Brujos, adivinos, vampiros… Una vez tuvo un encuentro con Armand, pero eso os lo contaré otro día.
Para rematar la escena, Seth volvió a entrar en la sala y gritó
-¡Ah! ¡Y me he saltado otra de vuestras ridículas normas! ¡Me estoy tirando a Gigi!
Sí, no creo que os sorprenda que en Talamasca estén prohibidas las relaciones íntimas entre nosotros.
Sé que no tenía intención de que yo saliera perjudicada, pero le salió del alma esa confesión.
Y así tuve mi primera sanción. Seth no volvió por Talamasca. Yo sin embargo, me metí en un buen lío y me abrieron un expediente. Tres semanas suspendida de la actividad, y fue gracias a Stringling y el apoyo de Jerome que no me expulsaron.
Todo esto me hizo pensar. ¿Y si hiciera como Seth? ¿Y si dejo Talamasca y empiezo a investigar por mi cuenta, con mis propias normas?
Seth se va mañana a ver a su hermano a…bueno, a su lugar de origen. No sé cuando va a volver, pero según él, yo soy el único motivo por el que volver a Nueva Orleans.
Yo, y todos los misterios sin resolver que guarda la ciudad.
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gigientalamasca · 9 years ago
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Nochebuena en Blackwood Farm; parte II
"¿Cómo es posible, que tanta belleza oculte un corazón duro y lacerado? ¿Por qué le amo, por qué me apoyo, cansado, en su irresistible e indómita fortaleza? ¿Acaso no es el espíritu marchito y fúnebre de un hombre muerto vestido con la ropa de un niño?"
                                                               -Anne Rice, Armand el Vampiro
Entre los invitados conoceréis a Terry Sue, la madre de Tommy, sus hermanos y hermanas y a Cindy, la antigua enfermera. Éramos un total de 22 personas, sin contar al último invitado.
Poco antes de que empezara la cena, mientras charlábamos animadamente y cantábamos villancicos rodeando el piano de Jerome, llamaron a la puerta. Era Seth, que se había peleado con su padre y quería verme. Seth es…bueno, no interesa para la historia, el caso es que Jasmine puso un plato más en la mesa para que pasara la noche con nosotros. Todos los que habéis leído “El Santuario” sabréis que aquella casa no era como las demás, pues en ella habitan fantasmas, poderosos fantasmas que de vez en cuando hacer de las suyas. Jerome y yo tenemos pequeñas anécdotas de fenómenos que no podemos explicar ocurridos entre esas paredes, cosas tan familiares para nosotros que ya no las vemos como raras o aterradoras. Y aquella noche, no iba a ser menos. Después de cenar Jerome desapareció para ir a fumar, manía que su madre no soportaba y que él evitaba realizarla delante de ella para no aguantar sus quejas. Salió a una terraza trasera a la que se accede por la cocina y allí, en medio del frío invernal, se puso a fumar. Los invitados empezaron a bailar para bajar la pesada cena, eran sin duda unas entrañables Navidades. Estoy segura que frente a ese ambiente navideño, con toda aquella gran familia bailando villancicos clásicos, Tarquin Blackwood se hubiera echado a llorar. En aquel momento yo estaba bailando con Tommy, mientras Seth jugaba con los niños, a pesar de su inclinación por no relacionarse con personas que no hayan entrado en la edad adulta. Recibí un mensaje de Jerome, diciéndome que fuera inmediatamente a la terraza con él. No dejé que terminara la canción y abandoné a Tommy en medio del baile para cumplir la orden de Jerome. Al llegar a la terraza, Jerome cogió mi mano para que me acercara al borde del pasa manos, señaló a lo profundo del oscuro jardín y en un susurro me dijo: -Mira eso, ¿ puedes  verle? Al principio, no distinguía nada. Luego, diferencié la silueta de un hombre en medio de la oscuridad que nos observaba a lo lejos. Estaba de pie, con las manos en los bolsillos, en una pose de tranquilidad y confianza absoluta. No se distinguía muy bien, pero podía apreciarse que era un hombre alto, joven y guapo. -Ese- me dijo Jerome en un tono muy bajo, como si pudiéramos espantar a aquel hombre- es Goblin.-Goblin está muerto- me apresuré a decir- si es que se puede considerar que alguna vez estuvo vivo.-Eso es lo que el libro cuenta, pero no es la primera vez que lo veo. Es igualito a mi padre, no hay más que ver las fotos. -¿Cómo sabes que no es tu padre? Él y Goblin son idénticos. -Eso de ahí es un espíritu- dijo una voz a nuestras espaldas. Seth había venido y había descubierto lo que estábamos viendo.- He visto muchos a lo largo de mi vida y claramente él es uno de ellos. Y por lo que yo sé, tu padre anda por ahí viviendo la vida de la mano de la pelirroja de los Mayfair, así que no puede ser otro más que Goblin. Nos quedamos los tres observando a aquel sujeto, que permanecía quieto mirando hacia nosotros entre el silencio de la noche de Luisiana. Al cabo de medio minuto, aquella visión simplemente se evaporó y desapareció. Fue entonces cuando rompimos el silencio. -Esta historia le va a encantar a Stirling- dije -No- contestó Jerome girándose hacia mí, con un nuevo cigarrillo en la mano y buscando con la otra en su bolsillo su caja de plata en la que guardaba el resto.- Que ninguno de los dos le cuente a Stirling Oliver lo que acaba de pasar. -¿Por qué no?- preguntó Seth mientras aceptaba uno de los cigarros de la caja de Jerome y se disponía a encenderlo. Jerome volvió a mirar al jardín, sin prisa por contestar y dio una fuerte calada a su cigarrillo. -Porque Goblin no quiere. El resto de la noche transcurrió con normalidad, con bailes, juegos, algún que otro regalo y la agradable noticia de que Betty y Tommy esperaban su quinto hijo desde hacía tres meses.Los niños quedaron dormidos y, tras ayudar a meterlos en la cama, los invitados empezaron a abandonar la casa, no sin antes agradecer a la anfitriona Jasmine una cena tan agradable.Jasmine nos invitó a Seth y a mí a dormir allí, ya que era algo tarde para conducir hasta Nueva Orleans y también porque al parecer, Papá Noel nos iba a dejar algo debajo del árbol al día siguiente. Obedientes, nos fuimos a dormir agotados por el trajín de semejante día. Seth, como de costumbre, se quedó dormido nada más cerrar los ojos, y entre sus ronquidos y el sonido del viento golpeando la ventana, empecé a pensar en el fantasma de Goblin. Goblin, Goblin, Goblin. No fue hasta que casi me quedo dormida, que recordé que el dormitorio en el que estábamos Seth y yo, era el mismo que ocupaba Tarquin Blackwood en su época de humano, el hermano del joven y desgraciado Goblin.
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gigientalamasca · 9 years ago
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Nochebuena en Blackwood Farm; parte I
“Nada va a cambiar hasta que yo lo cambie todo”
                                                     -Christopher Von Ukermann
Agua con limón, zumo de naranja, dos tostadas de pan integral, almendras y leche de avena. A pesar de estar a más de siete mil kilómetros de mi casa, me gusta desayunar como lo haría en ella. El pasado 24 de Diciembre, fue para mí un día de lo más emocionante.
Me levanté tras una noche tranquila y sin interrupciones con la suave voz de Seth, que para mi sorpresa, se había despertado antes que yo. Hacía una mañana tan maravillosa, que me permití desayunar en la terraza del apartamento, mientras observaba como la gran ciudad de Nueva Orleans se despertaba con los primeros y tímidos rayos de sol. Me hubiera pasado todo el día en aquella terraza, pero el deber me llamaba y el recuerdo de lo especial que era ese día me motivó para acabar cuanto antes aquel desayuno y salir a vivir el día de  Noche Buena en Luisiana. Tuve que hacerme el moño de bailarina en el autobús, entre una señora con múltiples paquetes de regalos en su regazo y un señor que escuchaba rock duro a gran volumen en sus pequeños auriculares. Me es inevitable sonreír y pensar en Lestat cada vez que escucho buen rock de los ochenta, una asociación que tengo desde que mi madre me ponía su CD a todas horas cuando era niña. Tras cinco paradas, abandoné el autobús en Canal St., a un paso de mi hermoso destino, el Saenger Theatre de Nueva Orleans. Entré con mi gran bolsa repleta de puntas de ballet, maquillaje y ropa de repuesto, saludando a Bill, el simpático guardia de seguridad y deseándole una feliz noche. Aquellos laberínticos pasillos me llevaron a los camerinos, donde la mayoría de bailarines, ya estaban calentando. Todos hablaban de sus planes navideños y de los reencuentros con sus familias, que al fin y al cabo, es el objetivo de la Noche Buena. -¡Muy bien! ¡Escuchadme todos! ¡En cuanto calentéis, todos al escenario! Empezaremos a ensayar la escena del reino de los dulces, cuanto antes la dejemos preparada mejor. El tono de voz del señor Komarov, nuestro director, era grave como ningún otro, sin duda un perfecto bajo en términos operísticos. Por supuesto, antes de calentar, me dispuse a realizar lo que yo denomino como "el gran ritual". Todos los bailarines tenemos uno, en mi caso, consiste en ponerme los cascos y colocarme cuidadosamente las puntas de ballet. Asilada del mundo y con la mente en blanco, poco a poco me coloco los protectores, ajusto la goma, adapto la planta, aprieto las cintas y termino realizando un coqueto pero firme lazo escondido detrás de la pierna. "El gran ritual" es imprescindible antes de salir a bailar, e incluso antes de estirar los músculos. Es una preparación más que mental, es un calentamiento del alma. ¿Cómo se puede bailar ballet sin reflejar el alma? Si soy amantes del ballet, habréis deducido que la obra que íbamos a ensayar y a representar ese mismo día era "El Cascanueces" de Chaikovski, el cuento de Navidad por excelencia. Mi padre solía contarme aquella historia cada año por estas fechas, y a mí me encantaba escucharle rodeada de dulces navideños. Como dijo el señor Komarov, empezaríamos ensayando la escena del reino de los duces, final del primer acto. Yo no aparecería hasta el segundo acto, interpretando al Hada del Azúcar, pero debía estar allí como buena segunda suplente del personaje principal, Clara. Ensayamos durante horas, seguido de un rato para almorzar, para vestirnos y para maquillarnos. Tuve problemas para ajustar mi tutú, lo que me retrasó un poco e hizo que mis nervios pre función aumentaran. Pero todo se solucionó gracias a la ayuda de Ross, el bailarín que haría conmigo nuestro Pas de Deux. Llegó la tarde y con ella la hora de representar la obra. Resultó ser un éxito, sin ningún incidente. Debía cambiarme y darme una ducha rápido, pues la familia Blackwood y con ella Jerome, me esperaban fuera del teatro para llevarme a celebrar con ellos la Navidad. Mi familia en España les estuvo agradeciendo durante días que se preocuparan de que yo no pasara tan señaladas fechas sola. En los camerinos me llegaron flores de los Blackwood, de unos amigos de la facultad y de Stirling Oliver y otros miembros de Talamasca que habían acudido al teatro a verme bailar. Y como no puede ser de otra manera, también recibí una nota de mi exigente maestro, Hal York, con una lista de fallos y de técnicas que tengo que mejorar. Fuera me esperaba un enorme y  elegante coche de los Blackwood, más parecido a una furgoneta que a un coche, y mucho más discreto que la limusina que poseen. Jerome se encargó de colocar caballerosamente mi bolsa en el maletero y de abrirme la puerta mientras me felicitaba por la obra. Dentro estaban la dulce Jasmine, madre de Jerome, el guapísimo Tommy Blackwood con su esposa Betty y sus cuatro hijos pequeños: Ezra, Michael, Pops II y Eve (sí, Tommy Blackwood se casó con una preciosa dama británica, tuvo cuatro hermosos hijos y posee planes de seguir aumentando la familia) y Nash al volante. -Lo siento Gigi- dijo Nash cuando Jerome y yo entramos en el coche- pero hoy me toca conducir a mí. Nash y yo compartimos afición por la conducción, sobre todo si se trata de los impresionantes coches de los Blackwood. Decidimos establecer un sistema de turnos para no pelearnos por quién de los dos cogía el volante. Todos me felicitaron por la actuación y Eve, la hija pequeña de Tommy y Betty, afirmó una vez más de que de mayor quería ser bailarina. El viaje hasta la mansión de los Blackwood lo pasamos cantando a pleno pulmón "I want to break free" una y otra vez, sin cansarnos de la mítica canción de Queen. Era encantador ver como los niños estaban felices y entusiasmados por la llegada de la Noche Buena, sin duda estas fechas se avivan si tienes niños alrededor. Llegamos a aquella casa situada en Blackwood Farm, tan majestuosa, tan imponente, tan fiel a la descripción que Tarquin Blackwood le otorgó a Lestat De Lioncourt cuando éste se puso a contarle su historia... Es una casa que sin duda merece admiración cuando la ves. Jerome y yo fuimos rápidamente a los dormitorios del primer piso donde nos esperaban unos atuendos de gala cuidadosamente seleccionados para la ocasión y que descansaban impecables en el antiguo dormitorio de Patsy Blackwood. Jerome fue rápido, yo sin embargo, tuve que invertir casi todo el tiempo que quedaba para la hora de cenar en maquillarme y en arreglarme el pelo, incluso vino Jasmine, la madre de Jerome a ayudarme a ondular mi melena. A un lado de la habitación, Jerome ayudaba a los más pequeños a vestirse mientras comentaban si Papá Noel entraría por la chimenea, al otro lado, Jasmine, Betty y yo discutíamos sobre qué color de pintalabios era el adecuado, y Nash y Tommy entraban y salían sin parar pidiendo nuestra opinión sobre qué vino sacar de la bodega o qué cuento de Navidad era el mejor para contarles a los niños antes de irse a dormir. Pronto llamaron a la puerta y empezaron a llegar invitados radiantemente vestidos y con postres caseros y paquetes que poner debajo del árbol. Era Navidad. Navidad en casa de los Blackwood.
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gigientalamasca · 9 years ago
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La zona Alpha
“Si piensas que la aventura es peligrosa, prueba la rutina, es mortal”
                                                                        -Paulo Coelho
Cuatro de la mañana, mi inseparable teléfono suena arrancándome del más intenso de los sueños sin piedad alguna. Mi cuerpo se despierta ante el estruendo que tiene lugar en mi mesita de noche, sin embargo a mi cerebro le cuesta algo más descubrir qué es lo que pasa. Como un león abalanzándose sobre una zebra, mi instinto más primario coge con brusquedad el teléfono y lo descuelga para que semejante tortura cese. Lo pongo en mi oreja (aún sin haber despertado del todo)  con los ojos más cerrados que abiertos, intendo descubrir quien es el responsable de aquel incómodo sobresalto. La mayoría de las personas llaman a otras al teléfono a esas horas de la madrugada por motivos de urgencia, como una visita inesperada al hospital o un desafortunado encuentro con la ley que acaba con la necesidad de que alguien pague tu fianza para salir del calabozo, pero Stirling Oliver no es ese tipo de persona. La primera parte de lo que dijo, no lo entendí. Mi lengua natal es el español, no el inglés, y con mi cabeza aún en proceso de acomodarse a la realidad, me fue imposible traducir el perfecto inglés británico de aquel hombre. Segundos después, empecé a distinguir palabras y encontrarles una lógica. Hablaba de que tenía que ir hasta la sede, que no encontraba unas anotaciones con las que había trabajado hace un par de días y que quizá yo podía encontrarlas con mi innato talento de encontrarlo todo. Le dije que en media hora estaría en su despacho, primero en español y luego en inglés al recordar que él no entendía muy bien mi idioma (más bien, mi acento español cerrado). Me dió las gracias y colgó apresurado para seguir trabajando Dios sabe en qué. Miré a mi izquierda y descubrí a un hombre tirado en la cama que no se había ni inmutado por aquella desafortunada llamada. Me froté los ojos en un desesperado intento de acomodar mi vista y lentamente salí de la cama. Tras ponerme unos vaqueros y una camiseta de los Rollings, salí a la calle todavía a merced de la noche y bañada en luces de neón de comercio nocturnos. Conduje hasta dicha sede, la cual poseía todas las luces encendidas, pero sólo a un hombre habitando dentro del edificio. -¡Gigi!- dijo rodeado de libros y papeles que se hayaban desordenados por todo su gran escritorio. Me recordó a mí en época de exámenes.- Qué bien que estés aquí, perdona por llamarte tan de repente, espero no haberte despertado. No era la primera vez que Stirling Oliver fomentaba mi insomnio, pero siempre que lo hacía, se disculpaba. -No se preocupe, pero recuérdeme porqué estoy aquí.- dije mientras iba derecha a la cafetera situada al final del despacho. No puedes ser miembro de Talamasca si no creas una dependencia seria a la cafeína. -No encuentro unas anotaciones, las necesito para acabar el informe de este dichoso archivo. Sé que lo dejé en alguna parte de la zona Alpha de la biblioteca, pero soy incapaz de recordar exactamente dónde, ¿me lo buscas? -¿La zona alpha?- pregunté- ¿Quiere que yo entre en la zona alpha? La biblioteca de Talamasca de la sede de Nueva Orleans se divide en dos zonas: la primera planta, la zona Beta a la cual todos tenemos acceso, y la zona Alpha, la segunda planta custodiada por una gruesa puerta de pino a la que sólo unos poco privilegiados con  altos cargos tienen acceso. Allí están los verdaderos tesoros, libros de todas las épocas cuidadosamente conservados y exclusivos. Miles de historias al alcance de los estudiosos pero protegidos de gente como yo, que se tiene que conformar con la zona Beta. -Sí, claro, confío en ti, es sólo para que me busques eso. Pero no te dejaré subir con ese café, como se te caiga en un libro, tendría que matarte.- miré al vaso de café que mi mano sostenía y encontré lógica a su petición. Incluso me llegué a creer su exagerada amenaza de asesinato.- La llave de la puerta está el el tercer cajón de aquella mesa, no tardes Gigi. Tras darme la referencia de lo que buscaba, salí del despacho llave en mano. Para llegar a la escalera de caracol que llevaba a la zona Alpha, primero tenía que atravesar la zona Beta, una enorme sala de techos altos llena de libros ordenados y clasificados de manera perfecta. Era increíble que aquel hombre perdiera algo en aquel sistema de organización tan bien entructurado. Subí las escaleras y me encontré con la puerta de pino en la que estaba tallada a mano la historia de Caín y Abel. Todo en aquel lugar me recordaba constantemente que era exagerado el dinero que tenía esa organización. De repente me encontré a mí misma rodeada de libros y archivos con un gratificante olor que me recordaba al olor del ático de la mansión de los Blackwood, y me alegré de que Stirling Oliver me despertara a las cuatro de la mañana. Encontré con rapidez lo que me había pedido (estaba sobre una mesa llena de anotaciones y posits amarillos), pero decidí aprovechar unos minutos para darme un paseo entre las estrechas estanterías. Me sentía igual que cuando fui a Disney Landia con siete años, sólo que esta vez, no iba a durar mucho. Me digné a bajar a pesar de mi deseo de pasar la eternidad en aquel lugar, y volví al despacho de Stirling Oliver para dar por finalizada mi tarea. -Muchísimas gracias, Gigi- exclamó cuando le di sus anotaciones- no sé cómo he sobrevivido todos estos años sin ti. -¿Me necesita para algo más? -No, puedes irte, gracias, nos vemos a la tarde. Me hizo gracia su manera de hablar mientras leía y escribía en su cuaderno a la vez, como si el cansancio no fuera una palabra que incluyera en su vocabulario. -¿Es que usted nunca duerme?- le pregunté antes de marcharme -Dormir es para débiles- dijo con una sonrisilla. Salí de aquel lugar recordando que en menos de dos horas ya iba a tener que levantarme otra vez, y mientras iba hacia mi coche, decidí que lo mejor era darme una buena ducha y administrar a mi cuerpo otra dosis de cafeína para aguantar el día. Escuché unos pasos acelerados detrás mío, seguidos de la repetición incesante de mi nombre. Reconocí la voz de Stirling Oliver al instante. -¡Gigi!- dijo acordando distancias. -¿Qué pasa? Se paró en seco cuando estuvo a mi lado y extendió hacia mí la palma de su mano -¿Me devuelves la llave? Efectivamente, la llave de la parte Alpha de la biblioteca descansaba en mi bolsillo sin yo haberme dado cuenta. O quizá mi subconsciente intentó encargarse de que yo no recordara que tenía que devolvérsela. -Oh, claro, perdone.- saqué la llave y se la di sin apartar mi vista de ella. Hubiera sido el mejor regalo que me pudiera haber hecho. -Gracias. Buenas noches, Gigi. -Querrá decir buenos días, señor.- exclamé mientras me montaba en mi coche y Stirling Oliver se alejaba de vuelta a su reluciente despacho y con su reluciente llave.
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gigientalamasca · 9 years ago
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En las puertas de Talamasca
Existe un sitio en el que puedes viajar, soñar, luchar, vivir historias apasionadas de la mano de gente única e impresionante. Un sitio donde amar no sea un peligro, llorar no sea algo negativo, y jugar no esté limitado a los niños. Ese sitio se llama libro.
Sé lo que estais pensando. Que esto está prohibido, que no debo estar haciendo esto. Y quizá tengáis razón, quizás deba dejar de escribir estas palabras, pero sencillamente, no puedo.  En un mundo lleno de normas, mi instinto más básico me incita a la desobediencia.
 ¿Conocéis a Arturo Pérez Reverte? Es un escritor de mi país, España. él dijo una vez algo que se me quedó grabado: la rebeldía es el único refugio digno de la inteligencia frente a la imbecilidad. 
¿Que por qué es malo lo que estoy haciendo? Pertenezco a un sitio donde el menor rasgo de indisciplina es severamente castigado. Sí, Talamasca. Una   sociedad secreta la cual se ocupa de investigar y vigilar hechos paranormales. Has leído bien, “se-cre-ta”. Por eso es tan impertinente que yo, una de sus integrantes, escriba sobre ella en la puerta de información más grande y conocida del mundo, también conocida bajo el nombre de “internet”.
Y como este es un pajar tan grande, dudo que algún día mis compañeros sepan de la existencia de este blog, un blog que pretendo que hable sobre mis experiencias como integrante de Talamasca y mostraros a vosotros, queridos anónimos lectores, cómo funcionan las cosas aquí.
Empecemos con un poco de biografía, mi nombre es Girana Gómez, más conocida por Gigi. Nací al sur de España, lugar donde crecí y me formé. Cada verano, mi madre pasaba tres meses trabajando en la cocina de un sitio que, si habéis leído las Crónicas Vampíricas del señor Lestat, conoceréis.
Blackwood Farm.
En España existe un afán generalizado de los hijos deben aprender inglés, cuanto antes mejor, por lo que mi madre decidió llevarme con ella a la mansión de los Blackwood el verano que yo tenía cinco años.
Desde entonces, todos los años pasaba mis vacaciones allí, un castillo ante mis ojos de niña, lleno de gente que iba y venía a pasar un agradable fin de semana (así es, después de los hecho narrados en El Santuario, la mansión Blackwood volvió a tener habitaciones disponibles para alojamiento, sobretodo en temporadas altas como verano).
Allí pasaba los calurosos días de verano con el único niño de los alrededores. ¿Os acordáis del revoltoso hijo de Tarquin Blackwood? Jerome. Casualmente es de mi edad, y eso nos llevó a hacernos grandes compañeros de juegos cuando éramos niños y, más adelante, inseparables amigos.
En su casa siempre me trataron con una hospitalidad que agradeceré toda mi vida. No era la hija de la cocicera, simplemente era una más en la familia.
¿Pero cómo llegué a Talamasca? Sólo hay tres maneras de entrar en ella: por enchufe, por tener la capacidad de ver fantasmas, o por ser sobrenatural. En mi caso, el enchufe fue lo que me hizo descubrir la organización. Jerome Blackwood es hijo de un conocido personaje de las Crónicas (la nueva biblia talamasquense), por lo que le capacita para codearse con  Stirling Oliver, su fiel director.
Ambos nos criamos con los libros de vampiros, brujas y fantásmas, y siempre creímos que El Santuario, contaba historias que realmente ocurrieron en Blackwood Farm, pese a la oposición de nuestros familiares. No recuerdo momento en mi vida en el que no supiera que Lestat no era ficción. 
Con la ventaja de ser la mejor amiga del hijo de un conocido vampiro, no me costó convencer a la orden de que me dejaran ser parte de Talamasca. 
Pero no creais que Jerome y yo somos miembros como tal, para eso tendríamos que haber leído mucho más y tener unos cuarenta años más encima. Somos más bien los chicos de los recados, ayudamos a los verdaderos miembros a realizar su trabajo, haciéndoles la vida más cómoda. Llevamos los cafés, ordenamos los ficheros, conseguimos materiales... Todo a cambio de que nos dejen visitar su biblioteca (a excepción de la zona reservada a miembros).
Cada día avanzo un poquito más en la jerarquía de la orden, a pesar de que por mi edad (20 años, por cierto) y mis conocimientos, pertenezco al eslabón más bajo que la orden posee.
Intento, cada vez más dificilmente, compaginar mi vida en Talamasca con una carrera universitaria de derecho en la Universidad de Nueva Orleans, y una pequeña carrera de bailarina de ballet en la compañía de ballet de Lousiana.
Y en resumen, así conseguí meterme en esta gran locura de sitio. No quiero poner en duda mi fidelidad con Talamasca, pero este pequeño oficio solo lo puedo compartir con Jerome. Estoy segura de que ahí fuera hay centenares de personas que se mueren por saber si todo esto es verdad, y amigos, sí es verdad.
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