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guerraporlapaz-blog · 7 years
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Capitulo Final
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El mundo fragmentado en cinco grandes naciones: La Orden de Alía, La Orden de Lorde, La Orden de Trease, La Orden de Theron y La Orden de Troit. Reyes y Reinas con el cuerpo vuelto una maraña de cicatrices. Hambre, sed y muerte en los pueblos. Solo una Orden se alzará en la última alba que marcará el fin de lo que la humanidad conoce como: La Guerra por la Paz. La Orden de Alía ha caído esta noche por un Golpe de Estado. La Reina Olivia de Trease está muerta y Troit está en ruinas desde hace más de seis lunas. Theron y Lorde, lo más lejano de Dios, vuelven a respirar hoy con esperanza.
La Reina Azul de Theron y el Rey de Lorde, se reunirán esta noche para darle fin a la guerra que ha desgarrado sus almas. Reclamarán la vida de Alti con manos propias y al final, uno de ellos dos morirá, haciendo de la leyenda realidad.
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La Guerra por la Paz terminará hoy y la vida seguirá. Los tratados se firmarán. Los héroes con gloria se recordarán. Y la historia se volverá a contar, cuando de mis más profundos pensamientos se vuelva a encender este amor que hoy cierra sus ojos y se cobija frente a todos ustedes, los testigos, mis amantes, los más fieles.
Hijos míos, los veré en el cielo y los coronaré con mis laureles.
OLIVIA DE TREASE
Reina, madre, amante y amiga.
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– No me mientas. – Gabrielle murmuró.
Su espalda estaba recargada en la de Xena, abajo de sus cuerpos había un suave colchón en el que Gabrielle hubo dormido casi toda la vida. Era Potadia. En la habitación de alado, su madre y su padre, ya ancianos y llenos de arrugas dormían por primera vez sin miedo de no volver a ver a la más traviesa de sus hijas.
En alguna casa muy cerca de ahí, su hermana y su cuñado se abrazaban con la alegría de estar esperando a un pequeño, que sería el primer sobrino de Gabrielle.
Vida por delante tenía, una vida llena de dicha y amor. Gabrielle no tenía deudas. Ni una sola, en cambio, Xena debía el alma completa.
La princesa guerrera no parpadeó, ni una sola vez, dejó que las lágrimas corrieran con dignidad por sus mejillas, no hizo ruido alguno, admirable cuando el corazón se te está quebrando y cada fibra de carne se rompe, porque cuando vas a dejar ir lo que más amas, incluso respirar duele.
– No te he dicho nada. –Xena respondió.
Se masticó todo, se tragó el nudo que se formó en su garganta y no se dejó vencer, aunque Gabrielle fuese suficiente razón para arrodillarse.
– No lo has hecho porque te irás, sin despedirte. –Gabrielle lo sabía, que despertaría con una cama sola.
– Tú eso no lo sabes. Iba a besarte, por más duro que me resultara iba a hacerlo.
– No voy a envejecer si tú no lo haces conmigo. Eso te lo juro, Xena. –Gabrielle se aferró a sus sábanas.
– Alguien llegará y te amará tanto como yo. Y aprenderás a ser feliz. Voy a cuidar de ti desde donde tenga que hacerlo, Gabrielle. Pero ya no permitiré que sigas a mi lado y espero que respetes mi decisión.
No había fuerzas para escalar por su cuerpo, no había forma de que Gabrielle pudiera resistir otra batalla en contra de Xena. No estaba cansada, solo mal herida, sin aire, sin argumentos, sin más que su corazón latiendo desesperado y mudo. Incapaz de vencer el filo de las palabras de la mujer que ama.
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La Orden de Alía
– ¿Adónde vamos? ¡Estoy cansada de seguirte como estúpida! –La voz de Callisto tronó en los oídos aturdidos de Alti.
– Si vuelves a abrir la boca, te mato. –Alti se giró y antes de que la rubia pudiese hacer algo, sus largos dedos presionaron sus mejillas. Callisto abrió los labios tanto como pudo emitiendo un “Ahh” como burla hacia las amenazas de la ex reina. – Sí, por supuesto que eres una estúpida. –La soltó, y en cuanto lo hizo tuvo que soportar esa risilla chillona. – Vamos al lugar en donde Xena vendrá a buscarme.
– ¿Cómo estás tan segura de que ella irá precisamente ahí? –Los brazos de Callisto se cruzaron.
– Porque es ahí donde está el ataúd de su hermano. Es ahí donde ella ha decidido que su cuerpo permanezca después de morir. – Alti sonrió, casi con orgullo. – Pocos tienen la virtud de preparar el lugar donde se abandonará el cuerpo utilizado en vida.
– Ella no debería tener derecho a elegir eso. –Escupió Callisto.- Es una perra asesina.
– Oh, vaya que sí lo es.  La mejor de todas, querida, la mejor de todas.
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Antes de irse, Xena volteó hacia la cama, donde Gabrielle quizá le odiaría durante mucho tiempo antes de entender. Hubo un segundo en el que estuvo dispuesta a cargársela en los brazos y llevársela de ahí, a pesar de la incertidumbre y del riesgo. Pero aquel olor a menta raspándole en la nariz incesantemente, le recordó porqué la dejaba ahí, con un techo seguro y el calor de una chimenea encendida, en donde la comida jamás le faltaría y su vida no correría más riesgos.
Xena le prometió al padre de Gabrielle que no volvería a hacerle ningún daño y por más que el mundo se le viniera encima, ella cumpliría con esa promesa.
FLASHBACK
– ¿Para qué la traes? –La voz ronca de un hombre la interrumpió.
Xena estaba a la orilla del lago que nutre a los pobladores de Potadia pescando para la cena de esa noche.
Después de unos segundos de reflexión, la guerrera respondió:
– Ella quería ver a su familia. No pude negárselo.
Destripó al último pez y lo enjuagó con la corriente.
– Cuando te vimos subir por la colina imaginamos que traías su cuerpo en una carreta y que venías a contarnos cómo murió.
Entonces, el recuerdo de Alti clavándoles la espada se volvió tan fresco como la sangre del pez en su cuchillo.
– Yo… jamás permitiría que algo le hiciera mal. –Se puso de pie ante el hombre que había creado a la criatura más bella sobre cualquier universo. Esa chiquilla rubia que era suya, suya y de nadie más. – Moriría por Gabrielle. Estoy tan segura de eso como de que he matado y mataré legiones enteras por ella.
– No, no, no, tú no tienes que hacer eso por ella. Eso no es un acto de amor, Xena. ¿Por qué no puedes dejarla tranquila? Aquí con su familia, con nosotros estará bien. Somos su familia. Ya vivió lo que quería vivir. Déjala en paz. Déjale de prometer cosas que jamás cumplirás, porque todos sabemos que serás incapaz de darle lo que merece. Un hogar. Un verdadero hogar.
El hombre, que medía medio metro menos que ella, encorvado, sin fuerza alguna en los músculos de su cuerpo, acababa de vencer a la más inmensa de las guerreras.
– ¿Qué quiere de mí? –Exigió con toda voluntad.
Aventó los peces a una cubeta y se restregó las manos pegajosas en una franela.
– Vete, haz lo que tengas que hacer, déjala aquí, que es el único lugar en donde tus pecados no la matarán.
Sus ojos azules, poderosos y ventajosos no se agacharon ante las cataratas del anciano, pero tampoco atacaron, se llenaron de rabia, sus labios se torcieron con temblor por impotencia y con todo el honor que había rescatado en los últimos años, su voz prometió:
– Está bien. Me iré, pero si ella no quiere quedarse, yo no podré hacer más por usted.
FIN DEL FLASHBACK
Se dio la vuelta y se hundió en el umbral de un largo pasillo que la llevó hasta la salida de ese hogar.
La piel se erizó en cuanto estuvo del otro lado de la puerta, hacía frío, y sus instintos intentaban protegerla, pero temblar o titiritar estaba de más, nunca volvería a sentir calor, no como el que abandonaba esa noche.
Su gesto endureció, como cada músculo de su poderoso cuerpo, se montó en Argos y tiró de las riendas, no hubo cómo mirar atrás, porque si lo hacía regresaría sin dudarlo un solo instante y eso no podía ser, porque tenía que matar a Lao Ma, porque tenía que liberar a Joxer, porque tenía que recuperar la sangre de Gabrielle y pedir perdón a Callisto, aunque una disculpa no cura la carne que ha sido quemada.
No la besó, tampoco le dijo adiós.
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12 DÍAS DESPUÉS
– La has dejado. –Lao Ma deslizó sus dedos por la espalda desnuda que tantas veces recorrió a mordidas. – Como me dejaste a mí y a todo lo que te hacía bien.
Xena cerró los ojos, sin removerse ni un poco.
– No me juzgues. –Rogó.
– No te juzgo, solo trato de entender cómo permitimos que esto nos sucediera. –Sus manos completas se deslizaron por los omóplatos de Xena. –Si yo hubiera sido un poco egoísta, jamás habrías salido de aquí, tus rodillas no estarían rotas. –Murmuró, pues se había deslizado hacia enfrente, hasta que sus labios rozaron la oreja fría de la que alguna vez fue su guerrera.
Xena buscó la boca de Lao Ma, ella no se negó, volvieron a regalarse un beso, tan normal como cuando dormían abrazadas entre desnudez y sedas. Seguía sabiendo a vino, a aire fresco, a osadía y libertad, pero era claro que ya no eran suyos, que sus besos tenían nombre y dueña, por más que ella quisiera moldear la realidad en una búsqueda desesperada por la felicidad que alguna vez sintieron las dos al estar juntas. Xena ya le era ajena. Solo era dueña de los recuerdos de sus años más jóvenes.
– Siempre te amé… – Confesó, sin mentiras en la voz. – Pero jamás he sabido cómo hacerlo bien. –La pena era clara, pues palidecía sus ojos azules.
– Quieres mi vida y la quieres a ella. –Volvió a su oreja. – ¿Crees que es justo? Que muera por ti y por ella.
Lao Ma le pidió que se volteara. Ella así lo hizo, sus pechos quedaron juntos, compactos, sin ninguna barrera, sus corazones recostados uno sobre el otro.
– Morir por Gabrielle, toda persona que la conozca lo haría. –Xena la tomó por el rostro, sin más fuerza que la necesaria para acariciar.
– ¿Qué hay de ti, Xena? ¿Qué puedo esperar de ti si decido no defenderme en cuanto me apuñales con esa daga? La que está debajo de mis sábanas.
Xena sabía a lo que Lao Ma se refería. ¿Acaso sería capaz de perdonarse así misma? De poder vivir una vida sin martirios. Dejar de castigarse y arrebatarse así misma todo aquello que merece.
– Nada.
Fue honesta. Porque estaba decidida a morir. Porque eso era más fácil que aceptar que se había redimido de todo el daño que alguna vez hizo. Porque morir por Gabrielle era mejor y más sencillo que vivirla.
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– ¿Adónde vas? –Laila irrumpió en la habitación de Gabrielle.
La bardo hacía sus maletas.
– Lejos. –Contestó sin mirarla. – Y no, no voy a seguir a Xena si eso es lo que te preocupa.
– Pero ¿por qué te vas? ¿Es que no nos quieres? –La menor de cabellos castaños, se aferró a su ya muy abultado vientre.
– ¡Por los Dioses, Laila, los amo! –Gritó, gritó porque era verdad. – Pero no puedo quedarme aquí, no sabiendo todo lo que pasa en el mundo. Ya no ignoro el sufrimiento que hay ahí afuera y si puedo hacer algo, porque sé que puedo, no me voy a quedar aquí con los brazos cruzados.
– ¿Y qué harás? –Reclamó – ¿Ser como ella?
– Yo jamás voy a ser como Xena. –Y no, no lo dijo de forma despectiva. Aunque así sonara, es porque no le resultaba fácil pronunciar su nombre.  – Ayudaré en las villas más pobres, levantaré hospitales y enseñaré a los aldeanos a defenderse. Justo como he hecho aquí. Laila. –La tomó por los brazos. – Regresaré para ver nacer a mi sobrino, te lo prometo, y me quedaré para verlo dar sus primeros pasos, para que me llame tía Gabrielle y malcriarlo. Mi misión aún no termina. Entiéndelo. Te lo ruego…
Laila se llenó de sentimiento, su hermana había crecido y madurado tanto en esos años que era imposible no conmoverse por lo que un ser humano es capaz de hacer y sembrar en otros. La abrazó, porque eso hacen las hermanas, sostenerse, lloraron largo rato, como toda despedida suele ser.
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La bandera de Alía ardía en llamas, el castillo era la ruina y el lamento de la nación próspera y poderosa que alguna vez fue, la Reina Azul y el Rey de Lorde hacían reverencias con sus coronas ante los cuerpos de los soldados que Alti mató. Brindándoles respeto y honor. “La libertad está cerca” arrullaban a sus súbditos. Se tomaban de las manos, como si fuese posible unificar los reinos. Como si fuesen tan poderosos como para romper semejante maldición. Todo hombre vivo y herido recorría cada monte y río en busca de la mujer más despiadada de aquel mundo. Le matarían, aunque no quedara ni uno de ellos de pie, lo intentarían.
Calisto miraba desde aquella montaña en pico en donde el hermano de Xena dormía dentro de un ataúd de oro, como las tropas de los cinco reinos se alzaban en contra de su mejor aliada.
La bandera de su amado Troit ondeaba agujerada y cansada, pero en alto, tan alto como la de Alía, que estaba hecha de fibras de oro, o la de Trease, que tenía un asta de diamante puro.
Volteó a ver a Alti. Había olvidado que por culpa suya ella había pasado tanta hambre. ¿Era Xena la verdadera culpable? ¿O sus acciones eran desencadenadas por la ira de Alti? ¿En verdad estaba dispuesta a ahogarse en su propio veneno? ¿En su envidia, en su ira, en el dolor que sintió por aquella niña que no sabía defenderse? Eso era, una mujer a la que le dolía mucho la niña lastimada que vivía en su interior.
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– Lo prometo. –Xena cerró los ojos muy duro. – Lo prometo.
El portal hacia la Guerra por la Paz se abrió, Alti estaba sobre una cama de algodón que absorbía toda la sangre que se desprendía de su cuerpo.
– Recuerda, la reina Azul es la única con el poder de hacerte regresar. Sé que jamás la has visto, pero en cuanto lo hagas, entenderás por qué ella es tan poderosa. Xena, traerás a Joxer de vuelta y recuperarás la sangre de Gabrielle, pero no matarás a Alti. Si lo haces, Xena si lo haces jamás regresarás. Vete ahora, las fuerzas se me escapan…
– Gracias, Lao Ma.
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– Ha llegado, mi señora. La encontraron caminando hacia el pico de Alía. Ha venido por voluntad propia. –Un sirviente de Theron, se arrodilló ante su reina.
– Déjala entrar. –Concedió.
Las puertas se abrieron y Xena se adentró a la tienda de campaña donde La Reina Azul la esperaba de espaldas. Pero no faltó más que ver su cabello para reconocerla.
– Cyane. –La princesa guerrera no pudo evitar sonreír.
– Han pasado décadas, Xena. –Giró su cuerpo para poder mirarla. Más filosa que la primera vez que la vio, tan poderosa como siempre quiso ser. Ella tampoco ocultó la sonrisa que mirarla le provocó. Tan aprendida, después de tanto errar. – Sé lo que tu presencia aquí significa y eso es algo que rompe mi corazón. Olivia pudo ser un espejismo de Lao Ma, pero en este mundo nací de su vientre y le adoré como una hija hace con una madre. Verte es sinónimo de que jamás podré despedirme de ella como se debe. Pero no voy a culparte, de haber podido salvar a la mujer que amé, hubiera aceptado todo. Ahora, ponte cómoda, toma un baño y hablemos.
El vapor del agua era reconfortante para la piel casi congelada de la guerrera. Cyane se sentó a un lado de la tina dispuesta solo para ella.
– Siento que las cosas tengan que ser así. –Le miró.
– Yo también, Xena. Pero tú y yo no somos quienes puedan darse el lujo de lamentarse.
– No, -sonrió- jamás hemos sido ese tipo de mujeres.
Compartieron una pequeña risa.
– La Guerra por la Paz se ha detenido, capturaremos a Alti, recuperarás la sangre de Gabrielle y podrás llevarte a Joxer de aquí. Nosotros así viviremos en paz, al fin.
– ¿Qué ocurrirá, exactamente?
– Bueno, quizá seré yo o mi hermano, alguno de los dos ocupará el trono y se encargará de volver a las 5 tierras una sola, deberá mantener la soberanía y evitar a toda costa la fractura de las lealtades. Viviremos bien los siguientes cien años, hasta que Alti se fortalezca de nuevo, hasta que tú y Gabrielle mueran, se separen y nazcan sin recordar nada, viviremos en el caos y la oscuridad hasta que vuelvan a encontrarse. En cada vida que logren saber quiénes son, harán el bien, sin importar sus pasados antes de conocerse.
–  ¿Cómo es que todos están tan seguros de ello?
– Porque son ustedes las únicas que olvidan, Xena. Si lo recordaran, el lazo que las une no sería tan puro. No necesita de pruebas. Es un amor inmenso, leal y casi indestructible.
– He hecho bien en no traerla. Pero regresaré por ella. Espero que lo sepa. Que resista un poco más.
– Lo hará, en esta o en otra vida, pero lo hará. Ahora debes dormir. Mañana, mañana todo por lo que has pasado cobrará sentido. Serás libre, al igual que todos nosotros.
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Quizá pienses que estoy molesta, y lo estoy, pero no te odio, te espero, lo haré siempre aunque así no lo quieras.
Le amo eternamente, Princesa Guerrera.
Dese cuenta.
Gabrielle.
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Quisiera poder contarte que todo sucedió como debía ser, pero lamentablemente no es así. Callisto logró escuchar lo arrepentida que estaba Xena de sus acciones y su corazón no ennegreció por completo. Pero a pesar de esto, Xena no recuperó la sangre de Gabrielle, sin embargo pudo liberar a Joxer, deseando que pudiera acompañarla en los momentos tan oscuros que estaban por venir. Alti no fue quien se bebió el alma de la que alguna vez fue una Reina Amazona, sino que fue la propia Xena quien tuvo que destruir esa pequeña gota de sangre que Gabrielle le dio a Alti. ¿Por qué? Porque de lo contrario, Tanus… quien en otra vida fue su hijo Solan, estaría condenado a vivir como un huérfano, en este mundo y en cualquier otro, pasando hambres y fríos.
Ya le había abandonado una vez, no podía dejarlo solo eternamente. Pues además, estaba segura de que ella y Gabrielle se encontrarían, y ella ahí tendría por primera vez el valor de luchar.
Solo hacía falta esperar. ¿Pero por cuánto tiempo más?
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Algunos, muchos, fríos y solitarios días después.
– ¿Vas a seguir ignorándome? –Xena detuvo a Gabrielle jalándola de la ropa.
– Sí. –Contestó mirándole a los ojos. – ¡Y voy a hacerlo hasta que sienta que es suficiente! Lo que hiciste no tiene nombre. Beberte mi sangre. ¡Vaya tontería!
– Ogh, por favor, Gabrielle, ¡creí que era lo correcto! –Los ojos azules rodaron.
– ¿Y cómo pensabas encontrarme eh? ¿Qué tal si en esa otra vida ni siquiera me agradabas? –La rubia forcejeaba, y duro. – Pudimos perdernos para siempre, Xena. ¡Y te fuiste sin despedirte!
– Por favor, Gabrielle. ¡Estás exagerando! –No le soltó, ni loca le soltaría. – Estaba ebria, como tu padre y tu hermano, no fui la única que bebió esa noche…
– No era cualquier noche, me casé contigo y perdiste la razón antes de que…
– Lo sé, y tuve un sueño muy, muy largo de tres días y en cuanto desperté te conté todo. ¿No? –Le sonrió, con esa dentadura larga y blanca. – Puedo reponer los minutos perdidos, pero para eso necesito que me hables otra vez.
– No quiero que vuelvas a tocar el vino. –Replicó la menor con el dedo extendido hacia el rostro de la azabache.
– Ni una gota. –Murmuró sin perder la oportunidad de morderle la uña. Para entonces ya la tenía bien sujeta de la cintura y pegada a su cuerpo. – Oye, ¿quieres volverte a casar conmigo?
– Seguimos casadas. –Murmuró la rubia.
– Tuve tanto miedo, Gabrielle. No podría irme, no sin despedirme, mucho menos sin saber si seré capaz de volver. Te amo, Gabrielle. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.  
FIN
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guerraporlapaz-blog · 8 years
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Capítulo 11
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 – Tiene que haber otra forma, Xena. – Gabrielle caminaba detrás de Xena. Apenas podía llevarle el paso, llevaban quizá más de tres horas caminando.
– Si la hubiera Gabrielle, ya estaría pensando en ella. – Espetó con rabia, un sentimiento claramente dirigido a la realidad y no a la receptora del mensaje.
– Oye. Basta. –La rubia la tomó por los brazos, Xena pudo soltarse si quería pero el solo tacto  hacía tranquilizar a la cólera acostumbrada que ya habitaba su cuerpo, se acercó a su espalda, sus manos se deslizaron por el suave cuero que cubría la cintura de la guerrera hasta que sus pequeños dedos se encontraron formando un enlace indispuesto a soltarse. Su mejilla se reposó en medio de los omóplatos de Xena y cerró los ojos. – Vas arrugarte.
Xena rodó los ojos. La verdad esperaba un “te amo” o algo parecido. Se sacudió con fuerza, con los labios torcidos y dio vuelta a tiempo para ver a Gabrielle cruzar los brazos con una sonrisa que delataba su diversión.
– ¿Ahora qué te parece tan gracioso? – Exigió la azabache, molesta.
– Que me dejaste abrazarte. –Dijo la mujer más joven con orgullo.
– ¿Y eso qué? – Las cejas oscuras se arquearon.
– Que antes ni siquiera me dejabas darte un beso.
– Por favor, Gabrielle. –Negó con la cabeza, llevando sus manos a la cintura. Te hice el amor y dejé que tú me lo hicieras a mí, ¿qué esperabas? –Entornó su vista a los ojos verdes. – ¿Qué me comportara como si nada hubiese pasado?
– Es que fue diferente, Xena. –Gabrielle volvió a acercarse. – No te gusta que te cuide cuando estás preocupada. Cuando sientes miedo.
– Yo no tengo miedo.
– ¿Entonces qué es? –Gabrielle tomó las manos más gruesas, pero estas se soltaron de inmediato. – ¿Ves?
Xena miró hacia otra parte, era mediodía, mordió su labio inferior con nerviosismo. Todo estaba fuera de su control. Todo volvía a caer sobre su espalda. Como si nunca fuese a terminarse el castigo. Como si nada de lo que hiciese fue suficiente para pagarle a la vida todo lo que arrebató y conquistó.
Había destruido naciones enteras, dominó a los hombres más fieros, arrancó coronas de mujeres preciosas junto con sus cabezas, hizo del fuego una obra de Dante, se convirtió en negociante de muerte, tuvo riquezas que solo Roma pudo conocer, y vivió más que la misma Grecia. Para terminar ahí. Confirmando una vez más que lo único que siempre necesitó se personificaba en esa niña maravillosa a la que llamaron Gabrielle.
– ¿Xena?
La princesa no la miró.
– Lao Ma siempre me habló de ti y yo no le creí. No necesitaba el poder de Alti para sentirme así, Gabrielle. La sangre de otros enfriándose en mis manos no era el precio que cobraba a cambio la plenitud. Pero, es que no pensé que fuese posible que existieras. Que tanta luz pudiese concentrarse en dos ojos tan jóvenes. – Volteó. – Si le hubiese hecho caso, yo te tendría sin haberte lastimado tanto. Y hoy no estaría pensando en cómo voy a clavarle una espada en el pecho a esa mujer.
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MUCHOS AÑOS ATRÁS…
La Orden de Alía
¿Sabes por qué se llamará así nuestro reino, Xena? – Sonrió con sorna. – Porque Alía era tu nombre cuando nos encontramos por primera vez. Tú y yo hemos estado juntas mucho más tiempo del que imaginas. –Sus ojos oscurecieron como hacen los de aquellos que ya están muertos. – Fui la primera en adorarte. Y seré la última también. –La joven azabache estaba tirada sin fuerzas sobre una cama de hierbas, lo único que la mantenía con vida era su codicia y su sed de venganza fiel en contra del César.
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Los gritos de Callisto retumbaban en las paredes frías de los sótanos del Palacio de Alía. Alti la miraba desde afuera. Era solo un lobezno que chillaba por su libertad. Así lo pensó la Reina. Ella misma quitó el candando. Sus más fieles soldados agonizaban en la plaza roja del castillo. Solo Joxer permanecía con vida. Petrificado. Sin poder hacer algo por luchar por él y por otros.
La sonrisa enloquecida y la mirada pintada de odio con las que Callisto siempre jugaba recibieron a Alti, en demanda por su captura.
– Te conozco. –Habló la mujer de rizos rubios. – Tú has montado todo esto, ¿verdad? Y Xena se ha salvado otra vez. –Chasqueó la lengua burlándose. – Las dos tenemos que aceptar que hay movimientos de ella que tienen más poderío que nuestros mejores hechizos.
Alti la sujetó por el cuello. Callisto se rio de ella con el aire que alcanzó a rescatar, sus manos en lugar de luchar por liberarse del agarre, fueron hasta la cintura de la reina, apretaron con fuerza y tiró de ella para que sus pelvis chocasen de forma que un gemido fue reproducido por las dos. Los dedos largos cedieron al juego de seducción, subieron por la fina barbilla hasta los delgados labios en donde una lengua húmeda ansiaba el momento para abrazarlos.
–Creí que teníamos algo en común pero ya veo que no. –La rubia ronroneó la última sílaba. – Tú no odias a Xena, no. –Como un animal hambriento y curioso, acercó su cara a la de Alti. – Odias a quien la aleja de ti y quieres que sea ella misma quien los quite de tu camino. ¿O no? –Un pequeño puchero se formó en sus labios. – Yo quería matar a Gabrielle, pero… –Su voz vibraba totalmente enloquecida, la misma Alti jamás había visto tanto desquicio en un mismo cuerpo. – Tu idea es brillante, espléndida. –Sonrió con suficiencia. – Nada le causaría más dolor a la pobre de Xena que ser la asesina de Gaby. ¿Imaginas la cara? Desangrándose en los brazos que la consolaron por años, asustada, temiéndole… eres totalmente perversa, tanto que podría enamorarme de ti, si creyera en el amor, claro y si no me cayeses tan mal. O si Gabrielle no se me hiciera una delicia.
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– Sigo sin entender cómo Lao Ma está dentro de todo esto.
Las dos mujeres se habían decidido a descansar, Xena estaba recostada en un tronco y Gabrielle en su pecho, acariciando la piel del muslo de la guerrera, tenía la rodilla flexionada, así que había buena parte al descubierto.
– Lao Ma es Olivia, Gabrielle.
El desconcierto en la rubia se volvió mayor.
– Yo ya había estado ahí, –confesó sin ganas. – mucho antes de conocerte. Antes solo existía Alía. Lao Ma creó las otras cuatro órdenes y se quedó con el mando de una dándoles las otras tres a sus hijos. Todo para poder regresar a Solan aquí. –Gabrielle la miró. – Tanus.
– Tanus, ¿es Solan? – El estómago le dolió.
– Sí. –Sonrió, derramando una lágrima en su piel bronceada. – Ella entró a ese mundo porque se lo pedí, le supliqué que intentara rescatarlo. Es la única con el poder de abrir los portales que Alti ha dejado en la eternidad.
– Entonces, de cualquier modo, si queremos volver, tenemos que ir con ella, ¿no?
– Y matarla después. Ella ofrecerá su vida como lo hizo Olivia. Lo hará sin que se lo pida. Pero ahí no termina todo, Gabrielle.
– ¿A qué te refieres? –El pequeño corazón se detuvo un momento. – ¿Qué más falta?
– Si Lao Ma muere, tú, Joxer y Callisto vivirán. –Xena la apretó contra su cuerpo.
– ¿Qué… qué hay de ti? Xena…  
– Yo, yo tengo que matar a Alti. – >>Y cuando eso suceda, yo moriré con ella. ¿Cómo te digo que no eres la única a la que mi alma está ligada, Gabrielle?<< Su rostro se nubló unos segundos hasta que Gabrielle habló.
–Ja, por favor, yo voy a ayudarte a hacerlo, estoy cansada de que siempre se salga con la suya. –Con su puño golpeó la pierna de Xena.
– ¡Hey! –Se quejó por el golpe y le pellizcó la espalda. – No es tan fácil y tú no vas a matar a nadie. ¿Entendiste? No quiero volver a escucharte hablar así, aunque es muy atractivo el tono de tu voz cuando te enojas.
– ¿Qué? –Gabrielle abrió la boca sorprendida, acababa de atar varios cabos. – Entonces es por eso que nunca escuchas lo que digo.
– Claro que te escucho. – Replicó la azabache.
– No, no lo haces, o peor, lo haces pero sin tomarme en serio.
– Gabrielle, si te hiciera caso, ¿te enojarías? –Le tomó de la barbilla para alzarle el rostro y besar el puente de su nariz. – ¿Mmm?
– No.
– Ahí tienes todas tus respuestas.
– Xena…
– Cállate. – Le dio otro beso ahora en los labios.
– Pero tengo hambre. – Correspondió. La miró y ahora fue ella quien la besó, el suave contacto fue un poco más largo.
– Yo también. –Murmuró cerrando los ojos para el intercambio de palabras con las bocas unidas en constantes caricias. – ¿Quieres que busquemos algo?
H – Sí. –Gabrielle también cerró los ojos. Poco a poco Xena fue acomodándose encima de ella.
– Vamos. –Musitó con profundidad y lentitud, Gabrielle la tomaba del rostro, y fue la pequeña quien buscó su lengua. Se tocaron apenas, antes de volver a compactar sus labios.
– Mjm… –Gabrielle separó sus rodillas dejando un espacio perfecto para el cuerpo de Xena, la apretaba con sus piernas en los costados. – Ahorita. Después.
Xena se separó unos instantes, abrió los ojos y vio cómo las facciones de Gabrielle se contraían reclamando, no quería que se alejara, pero no lo iba a hacer, nada más quería ver sus ojos otra vez. Sus pupilas habían dilatado y su pecho se desbocaba debajo del suyo que estaba igual o más agitado. Así fue como se abrió paso por la boca de la rubia en donde su lengua ya la esperaba ansiosa, ambas se encontraron, chocaron primero antes de enrollarse y sentirse, no había otra textura mejor para las dos, luego debieron soltarse para que volviesen a sentir la suavidad de sus labios.  Gabrielle atrapó primero el inferior de Xena, lo sujetó con sus dientes y los arrastró con cuidado, luego los presionó al fruncir ella los labios, volviendo el de la guerrera una tirita. Escuchó un gemido con su nombre y sus lenguas se atacaron de nuevo.
No necesitaron quitarse la ropa. Permanecieron abrazadas. Bebiendo de su amor por la boca. Quietas, sin soltarse. Protegiéndose la una a la otra. Sintiéndose de repente capaces de todo. Su fuerza se nutría. Y ambas se supieron dispuestas a cambiar los planes que habían trazado para ellas.
Iban a alejarse del dolor. De la soledad. Ya no temían a la muerte. Porque aún no habían vivido las vidas suficientes seguir cada una un camino separado de la otra.
Cometerían muchos errores estaban seguras. Tardarían en volverse a ver. Pero en cuanto sus ojos se cursasen… sus corazones estarían listos para volver a conocerse, para volver a perdonarse, para pertenecerse y amarse. Libres de condiciones.
Mirándose, llenas de vida.
 >> Boston. Siglo XXI. Rizolli & Isles.
(Algún día hablaré de mi teoría acerca de que ellas son la reencarnación de Xena y Gabrielle.)
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guerraporlapaz-blog · 8 years
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Capítulo 10
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Thadeus tenía en su mano el corazón de Theder, pero el charco de sangre no era solo del amante de Alti; ambos habían perecido en medio del caos y la desolación de una mujer cegada por el odio y el poder, mujer que se decía reina. Y lo era, la más grande maestra de la oscuridad. Xena tomó su mano quitándole el órgano de un guerrero que se enamoró de un error. Tomó su rostro y le dedicó toda la atención que el suplicaba, tenía algo que decirle y ocuparía sus últimas palabras para hacerlo. – Lo siento. –Xena negó de inmediato, dos de sus dedos acariciaron sus labios intentando detenerlo; él no tenía la culpa de nada. – Déjame hablar, por única vez, Xena… cállate. –Esperó unos segundos cuando supo que en verdad podría hacer lo que siempre anheló y jamás tuvo valor. – Siempre te quise; incluso después de que la vida te robara la sonrisa. –Tosió, la sangre estaba por ahogarlo. – Lo que pasó, a todos nos dañó, y he temido en todo este tiempo el no poder volver a ver a la niña con la que crecí… hasta hoy, cuando agradezco que exista alguien capaz de traer de vuelta a esa pequeña altanera que… -El aire se volvía insuficiente. – soñaba y miraba como haces ahora. Una lágrima se desprendió de los ojos azules, recordó la risa que compartió con Joxer apenas unos minutos atrás; ¿hacía cuántos años no era feliz? ¿Desde cuándo había vivido con tanta culpa y arrepentimiento? De repente, se dio cuenta de que su alma poco a poco iba perdonándose todo el daño que causo, todo gracias a la bondad de una chiquilla que en ese momento, estaba en riesgo. – Siempre serás el hombre más noble y honorable que habré conocido, Thadeus. –Sollozó cuando sus labios suaves dejaban un beso eterno en los labios ya resecos del hombre que fue el mejor compañero en los momentos más incomprensibles. – Ve con ellos ahora, Xena. Ha llegado la hora de luchar por la paz. ------------------------------------ Los ojos del guerrero se cerraron y la presencia de Alti hizo hervir la sangre de la Princesa Guerrera. --------------------------------- Alti decidió no esperar. Azotó con una ráfaga negra de maldad, la espalda de Xena dio contra una de las paredes de piedra, el palacio de Alía se estremeció y gruñó junto con su huésped más amada, Alti no estaba presente físicamente, su alma, alimentada del hambre y la muerte se había vuelto un ejército de energía dispuesto a derrotar a la brava guerrera. Sus rodillas se dieron contra el piso cuando la gravedad la arrastró, heridas del pasado despertaron, cuando sus piernas no podían moverse, Xena no cedió, aunque desde ese momento supo que no tenía esperanza. Solo una vez había vencido a esta versión de Alti; y había sido en otra vida, una que olvidó, una que solo Gabrielle podía recordarle. – Ya no eres más su reina, Alti. Todos están dispuestos a morir hoy. Y en cuanto eso suceda, los Dioses ordenarán tu destierro al infierno. –Sus manos se apoyaron en suelo, iba a intentar levantarse; la risa de Alti penetró sus oídos. Y un nuevo movimiento llegó. La penumbra se enredó en su cuello, miles de almas en pena se unían para asfixiar a la guerrera más grande. Almas en pena que murieron gracias a la furia de su espada se cobraban los segundos de agonía, padres que perdieron hijos, hijos que perdieron padres, todos rompían la tráquea de la guerrera azabache; inútilmente, ella intentaba arrancárselos con las manos. La arrastraron por lo largo de un pasillo oscuro, que Alti había llenado de vidrios, filosas puntas que se clavaban en su cuerpo, sin tener piedad en ningún espacio. La ira de Xena hervía, la impotencia crecía pero en ella había algo mucho más fuerte que todo aquello, y era el amor que emanaba de su interior. La guerrera cedió a una risa de ironía y locura, cerró los ojos y murmuró. – Resistiré. En cada metro se iban despedazando los años sin sentido, volvía a entender sus sentimientos, comprendía lo enojada que estaba consigo misma. Tanta pérdida no es soportable para alguien que sigue conservando su alma. Había una razón por la cual Alti deseaba acabar con el amor que había entre Xena y Gabrielle; estaba celosa de que ambas estuviesen dispuestas a morir por la otra, le dolía no tener a alguien que la cuidase y la esperase aún después de la muerte. Un amor puro, sin condiciones, desinteresado; el mayor bien concebido en la tierra. Alti no sabía que se podía mirar como ellas dos se miraban. Ella tenía todo el poder mágico del mundo; Xena solo tenía a Gabrielle y era la Princesa Guerrera quien tenía todo de verdad. Gabrielle corrió descalza por el sendero filoso, sus pies sangraron a los prontos pasos. - ¡Xena! – Gritó echándose hacia su cuerpo, el color de su guerrera se volvía pálido, su piel sudaba gotas de miedo; y las pequeñas manos intentaban arrancar el collar negro que Alti no dejaba ceder. – No dejes que gane, no lo permitas. –Las lágrimas brotaban sin control. Las almas enfurecidas se negaban al perdón. Y las manos de las dos perdían fuerza. ¿Qué más daba matarlas a las dos? La espada de Alti cruzó los cuerpos, enterrándose en la espalda de una y saliendo por la espalda de la otra, doblándose al contacto del piso por la fuerza que ejerció. Ambas se unieron en un grito y todo se apagó.  
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-------------------------------------------- Como esa vez, en donde una era la Emperatriz de Roma y la otra la escritora más famosa; de las raíces de un bosque emergía humo denso que las obligaba a cambiar de dirección una y otra vez; el destino jugando con las dos hasta que pudieron quedar de frente, entendiendo más de lo que deberían, llorando la mujer más baja y la más alta desmoronándose en silencio. – ¿Has sentido todo aquello? –Murmuró Gabrielle, sin atreverse a dar un paso. Xena asintió. – Solo teníamos que morir para volver. –Una sonrisa se pintó en sus pequeños labios. Gimió de alegría y cortó la distancia hasta envolver a la guerrera en sus brazos. Pero ella no correspondió. – ¿Qué… qué pasa, Xena? –La voz de Gabrielle titubeó. Los ojos azules bajaron hacia los verdes, la guerrera azabache no encontraba las palabras adecuadas para empezar a hablar, sus manos rígidas y frías subieron lentamente hasta los codos de su eterna compañera, el sabor de la injusticia se presentó en su pecho en forma de un nudo que dolía. Jadeó varias veces, negando con la cabeza. – Le diste tu sangre, le diste tu sangre a Alti, ¿Gabrielle? ¿Lo hiciste? El rostro de Gabrielle se echó hacia un lado e inmediatamente dio un paso hacia atrás; la confusión y el miedo resultaron insoportables de albergar. – Tenía que verte otra vez. –Cerró los ojos con culpa agachando la mirada. Ahí a Xena el corazón se le quebró otra vez. Sus manos temblorosas acariciaron las mejillas de la rubia obligándola a elevar el mentón. – Ella no va a quedarse con tu alma. ¿Me escuchas? –La agitó, pegándola completamente a su cuerpo. – No se lo voy a permitir. –Gabrielle la miró sin temor; y Xena la besó, en nombre de un recuerdo infinito. Sus labios lloraron unidos, ambas agradecían poder volver a sentir la humedad de la boca de la otra. Xena rodeó con fuerza el cuerpo menudo, repasando la espalda de Gabrielle con manos firmes, presionaba entre los suyos el labio más grueso de su pequeña, mientras que las manos más delgadas, se encargaban de deshacerse de la armadura de la guerrera. El frío se escapaba, con cada lágrima amarga que surgía de las dos y se entrometía entre su dulce beso, pero no había nada que les hiciera romper la unión. Bajo las costuras, Xena recorrió la piel cicatrizada de Gabrielle, recostada sobre la tierra húmeda y hojas secas, cada beso que fue descendiendo por su cuerpo intentaba sanar el dolor. Y lo logró. ------------------------------------- – Tenemos que volver. Xena tenía las rodillas flexionadas y en medio de ellas estaba Gabrielle, ambas todavía compartiendo desnudez, algunas mantas cubrían sus cuerpos y le impedían al aire rozar sus pieles. La rubia suspiró levantando el rostro, lo tenía recargado en el pecho de Xena. – Eso significaría no regresar. – Mucha gente sufre por nuestra causa, Xena. Ellos no lo merecen. – Nosotras tampoco. –Objetó la guerrera. – La única que regresará seré yo, Gabrielle. Ella tiene algo que te pertenece. – No me conoces si piensas que dejaré que eso suceda, ella tiene mi alma Xena, y no es solo mía, es tuya también. – Yo solo quiero que no… te pase nada. –Besó la frente de la mujer más joven y ahí permaneció. – Jamás soportaré todo el daño que te he causado, Gabrielle… – Xena, detente, estamos juntas en todo, ¿no? –La guerrera asintió. – Yo pelearé cada lucha que sea necesaria a tu lado, pero necesito que confíes en mí. Si crees en mí, yo puedo todo. ¿Lo haces? ¿Crees en mí? – Incluso más de lo que creo en mí, Gabrielle. – Entonces vamos y libremos esa guerra. ------------------------------- Afrodita las recibió en su templo, con el rostro confundido, rogándoles con la mirada permanecer. – No les corresponde hacer esto. – Por supuesto que nos corresponde, Afrodita, hay mucha gente muriendo. – Todo el mundo muere, Xena, por favor… Los sentidos de Xena se alertaron, miró hacia todas direcciones hasta que su olor reveló su posición. –Ares… – ¿Por qué no les cuentas toda la verdad, hermanita? – ¿De qué habla? –Gabrielle entornó los ojos hacia la Diosa. – Ares… por favor. –La deidad rubia se partía cual mortal. – ¿Qué es lo que ocurre? ¡Habla de una vez! –Exigió Xena. – Es… -Afrodita miró hacia arriba unos segundos buscando valor, luego las miró a ambas, repetidas veces. – Se trata de Joxer y Callisto. – ¿Qué con ellos? –Gabrielle se acercó a su amiga. – Por favor, Afrodita. – Ellos no lograron volver, tampoco Najara. Y ella no podrá hacerlo aunque ustedes vayan. Lo único capaz de vencer a Alti, es un acto de amor puro, Xena volvió porque tú intentaste salvarla, la protegiste y Najara te protegió a ti. La espada de Alti no cruzo tu cuerpo, ni el tuyo, -giró la vista hacia Xena. – Fue a Najara a quien mató. – Entonces, si nosotras no volvemos ahí, ¿ni Joxer, ni Callisto regresarán? – El problema no es que ustedes vayan, el problema es que tiene tu sangre, Gabrielle, tiene ahora la de Joxer y Callisto está buscando vengarse otra vez. – Tiene la sangre de Olivia también. Solo necesita la sangre de un Dios y entonces, Gabrielle y Joxer morirán, para siempre. –Atinó Xena. Afrodita asintió. –Ares le ha dado la suya. Las tres mujeres buscaron al señor de la guerra y él ya se había marchado. – ¿Hay alguna otra forma de impedirlo? –Gabrielle suplicó. – La muerte de Lao Ma a manos mías. –La mirada de Xena volvió a oscurecer. ¿Estaría dispuesta a matar a la mujer que más le enseñó por no dejar a Gabrielle morir?
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guerraporlapaz-blog · 8 years
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Capítulo 9
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Gotas pequeñas de sudor se escurrían por su piel que solo tenía color gracias a las flamas que alumbraban la habitación, pequeños fuegos centelleantes que insuficientes, trataban de vencer a la oscuridad de una noche fresca que juraba ser larga.
>> La vida de un guerrero suele ser más corta que la de quienes no lo son. << Le hubo dicho Xena a Gabrielle en algún momento, sin embargo, la pequeña de los ojos avellana era incapaz de recordar precisamente cuándo. Como si se tratase de un momento lejano, tan lejano como para pertenecer a otra vida.
Lo realmente importante radicaba en lo que su corazón temía, aquella mujer le dijo crudamente que la guerrera azabache no moriría, no esa noche. ¿Pero cuándo sí? ¿Quién puede aceptar esa realidad? Tuvo que tomar valor para poderse acercar. Entonces los labios de la guerrera desprendían quejidos más bajos, como si intentase callarse, sabiendo que Gabrielle se encontraba ahí. Ella no podía permitirse verse débil ante los ojos jóvenes y vírgenes.
Llevaba ropa gris, unos pantalones que seguían quedándole más grandes, una playera holgada que alguna vez fue blanca, entonces por el uso y el desgaste parecía tener tonos amarillos, percudidos, más estaba limpia y olía a lavanda. Suficiente para dormir. Dio pasos temblorosos hasta poder hincarse a un borde de la cama. Su mano delgada se posó en el trapo húmedo que Xena tenía en la frente. Gabrielle no supo cómo iba a aguantar el no poder sanarla.
Sus pupilas rellenaron de negro los círculos verdes que empezaron a brillar más solo por alguna lágrima fugitiva que finalmente, se negaba a escapar. Tenían tanto qué decirse, tanto de qué hablar. A Gabrielle se le dijo que Xena había ordenado la muerte de Tanus y del viejo soldado que preparaba vinos. Las palabras de Alti resultaron tan convincentes en su momento, que su mente logró dudar, más el corazón no encontraba forma de que eso fuese cierto. Luchó noches enteras contra esa realidad, abrazando la única ropa que conservó de su amigo, envuelta en ocasiones por los brazos fuertes de Najara. Quien callada, no soportaba ser insuficiente para que Gabrielle sanara y olvidara a la guerrera de cabellos negros.
En los meses de ausencia, Gabrielle y Najara vivieron más de lo que la rubia más joven estaba dispuesta a aceptar. Se creó una historia que la campeona de Alía se negaría a desechar; lucharía contra cualquier marea, incluso con esa que es la más furiosa: Xena.
Recordar apenas cómo llegó a mirar a Najara le resultaba incomprendido teniendo a Xena enfrente. Y es que pensó que pasarían años antes de poder verla de nuevo. Incluso estuvo dispuesta a aceptar que no la vería… nunca más.
Por su parte, Xena pintaba una sonrisa en sus labios, muy pequeña, una que no gastase tanta energía, pero resultara fruto de su interior. Pues la sintió. La supo ahí. Aquella extraña que encapsuló su vida entera en un solo día. – Gabrielle. –Aventuró a murmurar, arriesgando la ilusión, pues ella podría no estar. ¿Cómo estaría ahí? Se fue sin advertir lo que estaba por ocurrir.
– ¡Xena! –La pequeña se alzó, aún hincada, sus puños envolvieron la sábana de la cama, ansiosos, esperando que su nombre no fuese solo producto de una alucinación por la alta fiebre. – ¿Estás despierta? Dime que sabes que estoy aquí.
– Gabrielle. –Volvió a murmurar la guerrera con más energía, las gotas de sudor se habían dispersado en esos pocos instantes, bastó que el dulce aroma de su Gabrielle se internara en sus pulmones para que su alma recordarse el porqué de su nueva lucha. – Sinceramente esperaba dormir un poco más. –Confesó la mayor abriendo sus ojos y con ellos, su corazón despertó también.
– Lo siento. –Repuso Gabrielle de inmediato. Y en cuanto el agradecimiento genuino le brilló a Xena en los ojos, a ella se le descompuso el rostro. – ¿Por qué regresaste? –Gimió. – ¿Adónde fuiste? -Acercó su nariz a la mejilla de Xena y sus párpados envolvieron el llanto inevitable. – No entiendo qué está pasando, no entiendo nada.
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El cuchillo abrió la primera capa de piel. – Tu reina fue una idiota al mandar solo una tropa a defender sus costas. –Callisto miró alrededor de sí, honorables soldados alianos tapizaban las arenas finas de tan dichosa tierra.
– Jamás llegarás a la ciudad. –Juró el último hombre mientras la punta metálica se clavaba en su garganta como si se tratase del más entretenido de los juegos. Las manos cicatrizadas de Callisto se empaparon de sangre caliente, apestando desde el primer instante en que brotó el chorro.
Lo último que escuchó aquél iluso fue la risa nasal de una desquiciada mujer.
Ella no venía a reclamar a Alía como suya. Los valles, las minas, las riquezas le importaban muy poco. Callisto cosechaba almas. Las rompía como rompieron la suya. Coleccionaba los sueños. Desbarataba las ilusiones. Se encargaba de vengar a la niña que Xena aventó a un montón de hombres hambrientos. Estaba, precisamente, muy cerca de lograrlo. Lista eligió el mejor momento. Cuando la Guerra por la Paz estaba llegando a su etapa final.
Solo una Orden quedaría de pie, mientras las otras cuatro terminaban como un recuerdo el cual no se borraría jamás de la historia.
Alía ganaría. Eso juraba ser el destino del mundo. Sin embargo, Xena no estaría viva para verlo. Qué penosa realidad. Qué deliciosa justicia. Callisto saboreó con morbo los últimos días de su existencia. El motivo de su vida, por fin se elevaría.
– Desembarquen. Dormiremos aquí esta noche.
Aventó el cuerpo inerte con descuido. Su menudo cuerpo de alta estatura se internó en la noche que guardaba el bosque, tal vez buscaba un lugar lejano que le permitiese un minuto de respiro, un minuto en el cual recordar todo su dolor y retomar las fuerzas necesarias para el momento de atacar.
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– Está decidida. –Sonrió. – Lo logrará.
– Tú has estado decido muchas veces también, Ares y jamás has podido dañarla por completo. –Se burló con picardía la Diosa del amor. – Tu amor por ella te tiene completamente ciego.
Él intentó tomarla por el brazo, pero Afrodita fue lo demasiado rápida y se escabulló a otro lado con una risa chillona. – ¡Xena morirá en la última luna del año! –Gritó – A manos de Alti, de Callisto o de las mías, no habrá nada que puedas hacer, Afrodita. Tú y tu dulce Gabrielle la llorarán con justicia al fin.
Afrodita desapareció en una serpenteante luz rosa; Ares había jurado tantas veces las mismas palabras, que solo delataba la fuerza del dolor aumentando en su interior, por no haberla tenido… jamás.
Su hermosa silueta se quedó oculta en alguna parte fuera del castillo de Alía, con los ojos puestos sobre la escena que se suscitaba en la vida de Xena y Gabrielle. Miró preocupaba lo frágil que podían volverse las dos, pero su corazón divino estaba seguro que ambas vencerían la maldad que las llevó a esa realidad. Si Alti lograba romper su vínculo, ellas no podrían volver a encontrarse… nunca más.
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Xena se apresuró a tomar las manos de Gabrielle, las suyas temblaban como todo su cuerpo víctima de un espantoso frío, sin embargo, logró sostenerlas con seguridad. En contra de lo racional, se incorporó en el respaldo de su cama y llevó sus labios hasta los nudillos y dedos de su Gabrielle. Porque era de ella.
– Hay cosas que no entenderías. –Comenzó. – Porque son injustas y tú no deberías estar en medio de ellas.
– ¿Y cómo voy a entenderlas si nadie me las explica? –Demandó de inmediato, acariciando con su pulgar las manos de Xena, mientras las suyas eran besadas y acariciadas por sus mejillas. – Vivimos en guerra, Xena, el riesgo de morir todos los días es alto, todo en este mundo es injusto.
Ahí estaban, las verdades a las cuales Xena perdía argumentos. La guerrera hizo una mueca de resignación torciendo a un lado los labios. – Ven acá. –Entonces llevó las manos a las coyunturas de los brazos de Gabrielle y fue la misma rubia quien escaló sobre la cama y se acomodó a lado del cuerpo más grande. Xena se estiró y subió una pierna de Gabrielle a su vientre, dejo la mano sobre su muslo arrugando la tela de su pantalón, Gabrielle sintió cómo una corriente eléctrica le recorrió y cómo una extraña emoción le invadió el pecho; todo producto del tacto de Xena, quien ahora ponía los labios sobre su frente. – Eres más que una niña. –Murmuró gracias a la cercanía que tenían. – Alguien muy valiente.
Gabrielle se aferró recostada sobre su pecho, el corazón se Xena latía fuerte, pero estaba calmado, así que el suyo pudo relajarse también. – Tú eres maravillosa.
Por algún motivo desconocido, a ninguna de las dos les resultaba extraño amarse cómo lo hacían, pasaron menos de un día juntas, y sus instintos desesperados las unieron en un beso que les llenó de todo lo que les hizo falta siempre. Dos solitarias extrañas enamorándose al favor de una luna. Amores inesperados, extraños, incondicionales que superan a la muerte y se aferran a los maremotos con los que la vida ataca.
– El lugar adonde fui… es un lugar en donde he estado a punto de morir varias veces. –Confesó. – Pero su reina es la mujer más noble que he conocido; y me entregó su vida.
– ¿Qué? –Gabrielle no comprendió, y no porque no pudiese, sino porque no quería…
– Olivia de Trease está muriendo, Gabrielle. Pronto habrá dos reinos sin rey, y el hundimiento de cuatro y la gloria de uno será inevitable. –Xena intentó calmar sus propias palabras. – La Guerra por la Paz terminará.
– No logro entender qué temes… Alía tiene un ejército muy fuerte. –Contuvo la respiración, ¿qué era lo que preocupaba tanto a la guerrera?
– Yo no nací en Alía, Gabrielle. –Aclaró sin remedio. Tenía que hacérselo saber. – Y aunque yo haya traído la gloria de muchas guerras; mi sangre no es digna de sobrevivir si esta Orden resulta la triunfante.
– ¿Qué… qué quieres decirme? ¿Vas a morir? ¿Ganes o pierdas… morirás? –Una lágrima se le quedó atorada en el pecho. Y se derramó cuando la guerrera asintió.
– Hay un lugar, muy lejano, donde la guerra entre mortales no es permitida… es difícil llegar hasta allá, pero es el único lugar en donde estaremos bien. –Xena limpió con sus labios la lágrima de su pequeña, ella echó la cabeza hacia atrás y entonces tuvo amplio espacio para repartir caricias en forma de besos sobre esa piel suave y con cachetes generosos. Gabrielle sonrió en el acto y una risita nerviosa y enternecida endulzó los oídos de la guerrera.
Pero su corazón seguía preocupado, el camino hacia China significaba su única esperanza, pero… el precio por llegar ahí era caro, y Xena tenía una historia con Lao Ma la cual Gabrielle tal vez no lograse aceptar. Pero arriesgarlo todo, era lo único que quedaba.
Najara escuchaba enfurecida detrás de la puerta hasta que las dos mujeres adentro se quedaron dormidas.
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Xena & Lao Ma.
Contexto: Una joven y desmedida guerrera se encuentra embelesada por los poderes superiores de la dirigente de la tierra más sangrada, China. Es la época más reveladora en la vida de Xena, quien escapó de Alía después de volver de la Guerra por la Paz. Ahí le rompieron el alma y el cuerpo, Lao Ma la auxilió en ambos sentidos.
En medio de una tarde caída, Lao Ma acariciaba los plantíos de su reino con tal amor que el lugar inspiraba paz en agradecimiento. A sus espaldas, los gritos guerreros de una joven de cabellos largos y gruesos tan oscuros como el azabache y el clímax de la noche, le hicieron sonreír de repente. – Vengan al palacio el día de la primavera, será maravilloso tenerlos como invitados. –Ella era la primera en el linaje en invitar a los campesinos al palacio de jade, por su igualdad y lealtad a sus súbditos, China era tan próspera y soberana.
Después de unas palabras concisas de agradecimiento se dio la vuelta para poder ver los últimos minutos de entrenamiento de Xena. El cuero que envolvía su cuerpo terminó abierto de algunas partes, estaba totalmente sucia y bañada en un sudor que no cesaba. Lo primero que harían regresando a casa era prepararle a la joven guerrera un baño caliente de rosas.
Los ojos azules se alegraron al sentir los ojos negros y rasgados observarle. Entonces, decidió que esforzaría más su entrenamiento, sus brazos se movieron con más fuerza, marcando perfectamente en la piel las líneas llamativas de unos músculos poderosos. Sus piernas retumbaban con firmeza cuando giraba en el aire y corría esquivando los ataques imaginarios, Lao soltó una risa al darse cuenta que su aprendiz estaba tratando de lucirse.
¿Pero qué buscaba?
Si ya la tenía completamente ganada.
En todos y cada uno de los sentidos en que se puede ganar a una mujer.
– Fue suficiente por hoy, Xena. –Gritó mientras apresuraba los pasos hacia la guerrera que ya se quedaba quieta con el corazón y la respiración desbocados.
– Has tardado más tiempo. ¿Qué hiciste? –Reclamó, a como Lao Ma lo tenía previsto.
– Apenas han sido unos minutos. –Apuntó, deteniéndose al ver que Xena corría los metros que les quedaban de distancia. Cuando la tuvo enfrente y el olor de un día de ejercicios le dio en la nariz, Lao Ma alzó las manos. – Hasta ahí, necesitas un baño.
– ¿Qué? –Replicó la menor. – Por favor si apenas estoy sucia.
– No hay nada que discutir, Xena, andando. –Y sin esperar, Lao Ma emprendió el camino.
– ¿Así? ¿Sin un beso de saludo? –Esta vez su voz sonó más indignada, estaba a un paso a lado de Lao Ma. – Lo robaré si no me lo das.
– Xena… –La guerrera atendió. – No puedes robar algo que ya tienes.
– ¿A qué te… –Comprendió antes de terminar de formular su interrogativa. – Eso es demasiado romántico, tanto que podría aceptarlo como respuesta y quedarme quieta todo el camino, pero... –Hizo una mueca. – yo sigo queriendo mi beso.
La mujer mayor sonrió ampliamente antes de voltear y tomar con su mano derecha el rostro lleno de tierra de Xena, acercó su rostro y por dos segundos teniendo ambas los ojos cerrados sus labios permanecieron sellados, como si no hubiese forma de separarlos.
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A la mañana siguiente Joxer les llevó fruta, pan caliente y un cuenco lleno de semillas entre almendras y nueces, las favoritas de Xena. Entró a la habitación sin tocar y la imagen tan pura que encontró de las dos entrelazadas de brazos, lo hizo quedarse parado y quieto, como si los relojes se hubiesen detenido.
– ¿Qué crees que haces ahí parado como tonto? –Elevó Xena la voz, quien permanecía con los ojos cerrados. – ¿Nos trajiste leche?
Joxer miró la charola que tenía en las manos y supo que eso era lo que se le estaba olvidando. –Rayos…
Gabrielle se rio aún con el rostro enterrado en el cuello de una Xena que parecía haber renacido. La guerrera acariciaba la espalda de la menor por debajo de la playera vieja, la piel que sentía era tibia y muy tierna. No había mejor tacto que ese, lo supo la mujer que miles de cuerpos había acariciado.
– Iré yo por la leche. –Se reincorporó la joven sobre la cama; tenía un gallito despeinado y Xena no perdió oportunidad para despeinarla más con una sacudida vigorosa de su mano. – ¡Oye!
– ¡Shh! No le reclame nada a su guardiana. Porque no he dejado de serlo, Gabrielle. –La guerrera advirtió consiguiendo una sonrisa sonrojada por parte de la rubia. Para entonces Joxer había dejado la charola en un mueble en donde había varias velas casi derretidas por completo que se dispuso a apagar, la luz del día ya dominaba la habitación. – Déjame ver qué nos trajiste, Joxer.
– ¿A ti? Se lo traje todo a Gabrielle. –Bromeó.
– Joxxeeer… –Se quejó de inmediato la guerrera.
– Está bien, tranquila, tranquila, te compartiremos un poco de nuestra comida. ¿Verdad? –Miró a la chiquilla quien apenada asintió con una sonrisa. Acto inmediato, Xena le pellizcó la mejilla suavemente.
– No te tardes, ¿sí? –Suplicó la azabache cuando la rubia se ponía de pie para salir de la habitación.
– No, tres vasos de leche a la orden. Ahora vuelvo. –Imitó un saludo militar y después de darle un beso a la frente de Xena que ya no tenía rastros de temperatura, salió animada de la habitación.
Xena la miró salir con una sonrisa de locura enamorada. – Es preciosa, ¿eh? –Levantó una ceja mirando a su mejor amigo.
– Pues yo soy más apuesto pero… ella tiene lo suyo. –Tomó el cuenco para acercárselo a Xena.
– Tan bobo. –Ambos se rieron.
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Gabrielle bajó las escaleras a una velocidad mayor a la de una exhalación, pasó los corredores rozando hombros con sus compañeros pero apenas logró ver sus rostros, tenía una misión y no iba a distraerse con nada. Conseguiría leche fresca para Xena. Tal vez los pensamientos no fuesen claros, pero no importaba, las acciones eran efectuadas desde el corazón y ella confiaba en el suyo.
Xena le había pedido la noche anterior vivir el resto de su vida juntas en una tierra donde la paz y la alegría eran posibles. Ella ni siquiera tuvo qué pensarlo. La seguiría, hasta el final. Un final que esperaba con todas sus ganas tardase mucho, mucho en llegar.
Cuando los portones de la cocina estuvieron enfrente, ella se detuvo para dar un respiro, la garganta le ardía, pero bastaron unos instantes para que estuviera caminando hacia las mujeres que despachaban los desayunos de todos los alianos.
Eran mujeres de edad que se levantaban antes que todos a preparar los alimentos cargados de los carbohidratos y nutrientes necesarios para llenar de energía a los soldados en formación y sus maestros. Mientras tomaba tres vasos, recordó que Najara debería estar ahí, Theder y Thadeus también. Todos eran obligados a desayunar a la misma hora y entre más temprano mejor, puesto que los lugares eran pocos y a veces la comida enfriaba demasiado pronto.
Corrió la vista por las largas mesas mientras se formaba detrás de unos siete compañeros más altos que ella. No veía a Najara por ninguna parte, pero sus ojos se fijaron en Theder y en el soldado de mayor rango que se inclinaba hasta su oído. El guardián se levantó de su asiento como si le hubiesen dado la peor noticia del mundo, tomó la armadura de su alumno y le gritó algo que Gabrielle no pudo escuchar, pero debió ser algo tan detestable que el muchacho palideció de inmediato. Luego lo soltó haciéndolo chocar contra la pared, olvidando su desayuno, se volvió hasta la puerta en donde otros soldados lo esperaban… algo iba a suceder. Gabrielle sintió el pecho palpitar. Algo le decía que tenía que ver con ella y con Xena.
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– ¿Dónde está?
– Dos de mis muchachos la vieron bajando por la torre. –Apuntó Theder.
– Y uno de los guardias la vio entrando a la cocina. –Najara gritó desde un extremo.
– ¿Tú estabas ahí y no la viste, idiota? –Alti empujó con rabia a su seguidor más fiel. – Que cierren las puertas, nadie entra ni sale hasta que yo llegue.
– Sí mi señora. –Dijo algún general que más pronto que rápido mandó a sus hombres a que cerraran el comedor.
– ¿Dónde está Joxer? –Alti volvió a hablar.
– Seguramente con ella. –Aventuró Najara.
– Muy bien. Esto es lo que haremos… y Xena por fin será vencida.
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Uno tras otro caían de espaldas al suelo con una flecha clavada en el pecho. Un jadeo grupal retumbó con dolor y pena en la plaza roja del centro de la ciudad Aliana. Niños inocentes estaban siendo asesinados por la propia reina.
– ¿Qué es eso? –Los ojos de Xena se abrieron como platos al igual que los de Joxer. Eran voces agudas, de niños… sus niños.
Se levantó tirando el cuenco de frutas que ambos amigos estaban compartiendo en espera a Gabrielle. Los ojos claros del guerrero se asomaron por la ventana de la torre y como si la escena estuviese diseñada para ser apreciada de forma más explícita desde su posición, vio como las niñas que protegía como un padre derraban sus vidas sin piedad ante sus ojos.
– Las está asesinando. –Gimió. – Las está matando a sangre fría. –Sin esperar a la guerrera ya estaba abriendo la puerta para salir a defenderlas, pero la voz de Xena lo detuvo.
– ¡Joxer! No te quiere a mí… es a mí. No se detendrá hasta que me vea. – Y sin importarle el que su herida pudiese reventar, se puso de pie bajando con una velocidad admirable para su condición, ¿pero a quién le sorprendía? Ella era la Princesa Guerrera. – Busca a Gabrielle, debe estar en la cocina, yo me encargaré de tus alumnas. –Ambos asintieron y se pusieron en marcha.
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– Deténganse. –Los arqueros no escucharon y otra fila de niñas pereció. – Es una orden. –Se desgarró las cuerdas. – Morirán si no bajan esos arcos ahora.
Solo dos inteligentes soldados lo hicieron, los otros tres volvieron apuntar y antes de que pudieran disparar, Xena ya había mojado una cuerda que encontró tirada, la ondeó en el aire y azotó la espalda del arquero más cercano, este gimió mientras caía al suelo y su sangre salía disparada aún por encima de su ropa. Los demás apuntaron directo a la guerrera en cuanto vieron a uno de los suyos caer. Ilusamente pensaban en que podían vencerla, ella corrió un metro dándose impulso para saltar y dejar que las flechas apenas terminaran en el poder de sus manos. Entonces, su mirada, peligrosa y casi desquiciada los petrificó, intentaban volver a colocar las flechas en las cuerdas de sus enormes y precisos arcos, pero Xena no se los iba a permitir, pateó el cuerpo sangrante en las costillas para moverlo, él apenas podía pararse, se agachó por el arco y luego gruñó y el soldado caído gateó alejándose cobardemente de ella. Tensó el arco, apuntando hacia los dos. – ¿Qué no se dan cuenta, hijos de perra? Está obligándolos a matar a su propio pueblo. –Su corazón lloró por las niñas muertas a unos metros de sus pies. – Su reina les traicionó. –Tenía los ojos dispuestos a mojarse de lágrimas. – Duncan, tú perdiste a tu hermano cuando éramos niños… ¿cómo le estás haciendo lo mismo que sufriste a otros? –Miró al más alto de los dos y él empezó a perder fuerza en los brazos. – ¿Y tú? –Corrió los ojos azules helados hacia el otro– ¿Dónde quedó todo ese honor que tenías cuando eras apenas un novato? Bastantes enemigos tenemos como para matarnos entre nosotros. Esta es nuestra tierra… no la lastimen más de lo que ya está.
– Tú nos traicionaste primero al marcharte, Xena. –Gritó Duncan.
– Te fuiste. –Agregó el soldado más joven a quien le temblaba la mano.
– Ella tiene razón. –Uno de los soldados que bajaron el arco ante la intervención de la guerrera interrumpió las ideas de los otros. – Hemos vivido bajo el yugo de Alti, viendo cómo nuestra gente se consume en sus manos… proteger a Alía fue nuestro juramento y hoy la estamos matando. –Extendió los brazos. – El mundo se está despedazando… solo una tierra tendrá el derecho a vivir y nacer, ¿en verdad somos dignos de ser nosotros los triunfadores? –Cuestionó y todos recibieron un golpe en el arma. – Un reino que asesina a sus hijos más jóvenes está destinado al dolor, a la oscuridad y un infierno después de la muerte. –Caminó hacia las niñas… algunas respiraban todavía. – Podemos salvarlas. Podemos curar las heridas que les hemos provocado. Solo necesitamos el coraje y el valor que nuestros padres tuvieron. ¡Ellos hicieron de Alía la nación más noble! Alti no tuvo nada que ver… lo único que le debemos a ella… es la tiranía en la que vivimos actualmente. ¿Dejarán que estas niñas mueran? ¿Le darán la espalda a la mujer que nos ha salvado a todos alguna vez? Xena jamás nos abandonó… ella tiene en su cuerpo una cicatriz que nos pertenecía… todos lo saben.
Xena, Duncan, y Liseo, bajaron los arcos al mismo tiempo. Compartieron miradas entre ellos primero y luego los soldados que observaban se les unieron en un grito de esperanza callado. La sonrisa que emergió de los labios de Xena se imitó por la ilusión de esperanza en más de doscientos rostros que la observaban.
Pero entonces, otro estruendo de sufrimiento humano estalló en el interior del castillo y a Xena se le quebró el rostro… su único pensamiento fue… Gabrielle.
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guerraporlapaz-blog · 8 years
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Capítulo 8
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– Solo un vaso de agua y un poco de fruta.
Thadeus la reconoció de inmediato, llevaba la capa gris que le dio en alguna noche de solsticio de invierno. Hace bastantes años que Xena se negaba a asistir a la gran cena que Alti ordenaba en dicha fecha, se quedaba solo a la presentación, al canto en honor a las bajas y a la oración que imploraba a los Dioses gloria para la tierra aliana, después sin tener que rendirle cuentas a alguien, se marchaba a su habitación. El buen guerrero dejó de retenerla y de darle obsequios para no incomodarla o comprometerla. Xena ya no era una chiquilla a la que se podía sorprender con algo tan vano como un presente en una fecha que para ellos, ya  no significaba nada.  ¿Y cómo podría? Si apenas pueden mantener la fe dentro de sus almas.
Él también llevaba una capa, así que descubrió su rostro, se había dejado crecer la barba y parecía que no se había aseado bien a propósito, así ser reconocido en territorios de Trease no se convertía en una de sus preocupaciones, algunas ventajas de ser hombre posiblemente. Se acercó a la barra de la única posada con taberna en el centro de la ciudad y sin gran mesura se sentó a un lado de la guerrera.
– Creí que Olivia me mentía cuando me dijo que el plan T.H.E.R.E.S.E había pasado a segundo término. –Una sonrisa temblorosa, incrédula, sin decidirse a ser burlona se formó en los gruesos labios del guerrero, claro que, por la barba, parecía que le titubeaba toda la quijada. – ¿Desde cuándo uno importa más que todos, princesa guerrera?
Las venas en las sienes de Xena pudieron haber reventado; su sangre se volvió un torrente en un instante, todos sus músculos se tensaron y claro sintió como sus dientes empezaron a rechinar de la rabia que las circunstancias de obligaban a tragarse.
– Si crees poder cambiar el mundo con mi espada atravesándote el corazón vuelve a llamarme así en este lugar, –Apenas movió un poco el rostro, lo necesario para verlo por el rabillo del ojo bien adiestrado. Los ojos de su compañero querían gritarle, su voz quería poder preguntar tantas cosas, pareciera que su corazón se hubiese exprimido por las decisiones que ella ha tomado. – vuelve a cuestionarme Thadeus y te juro que yo no respondo de mí.
– Has perdido cualquier perspectiva –Lo dijo como si estuviese inyectándole lento, muy, muy lento un veneno de culpa. – Y todo el honor que me merecías antes de hoy. –El hombre viejo y robusto que atendía la taberna dejó el plato de frutas y el vaso de agua enfrente de Xena, de haber estado volteado seguramente hubiese hecho un buen movimiento para detener a Thadeus, que se había levantado con la única intención de marcharse seguro de no poder recurrir a ella nuevamente. Así que la mujer de los preciosos ojos color cristal quebrado tuvo que ponerse de pies, dar grandes zancadas y envolverlo en sus brazos, como lo haría una prostituta que no quiere perder al único cliente que pudiese tener en varias noches. No podía verse como otra cosa, ya de por sí una fémina con su altura atraía muchas miradas curiosas y en su caso, peligrosas. – Suéltame.
– Regresa a sentarte, por favor, hablaremos de todo, también de ella.
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Pasaron solo unas horas para que Gabrielle despertara envuelta en las cálidas y suaves sábanas de la cama de Najara. La carita de la menor volvía a verse pálida y triste, como cuando llegó a la ciudad de Alía, sin embargo, había algo diferente, parecía temerosa, como si todo su valor se hubiese ido como el significado de su vida: Xena.
Los delgados y tiernos dedos de Najara acariciaron las hojas curativas que Gabrielle tenía en el cuello, luego pasaron a su quijada y su rostro también se vio abatido por el sentimiento roto que veía en la pequeña que adoraba.
– ¿Cómo te sientes? –Gabrielle no pudo responder, su gesto se apretó y las lágrimas advirtieron con desbordarse. – No, no, mi niña, no. –Najara rodeó la cama y se acostó a un lado de Gabrielle, envolviéndola completamente, la menor no la rechazó, al contrario, se acomodó para encajar con el cuerpo de la Campeona de Alía a la perfección; luego recibió besos preocupados, desesperados por hacerla sanar, pero aunque reconfortante, el calor que Najara le brindaba no era el que necesitaba, ni el que quería. – No dejaré que vuelva a hacerte daño, no dejaré que vuelva a tocarte.-Lo juró  
Las dos se quedaron en silencio varios minutos, Gabrielle se descomponía con todas las horcajadas de llanto que no pudo evitar. Los brazos fuertes de la guerrera la contenían, no dejaban que se desintegrara del todo y la pequeña, lo agradecía.
Después de todo, lo que sentía por Najara también podía llamarse amor.
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Xena de repente se quedó mirando fijamente una de las uvas que le habían servido en su plato de frutas. La distancia que había entre ella y Gabrielle hacía doloroso recordarla, más detestable tener que hablar de ella con Thadeus.
– ¿Cómo fue que pasó? ¡Xena, por los Dioses! Todas ellas acababan de llegar. ¿Vas a dejar que todos esos niños mueran solo por alejarla a ella de todo mal? –Los ojos de ambos guerreros se encontraron, ambos pares lograron brillar por las lágrimas que ya no podían llorar.
Los dos se vieron morir tantas veces en medio de la Guerra por la Paz, los dos se vieron convertidos en asesinos disfrazados de guerreros con ostentosas armaduras, se perdieron, se ahogaron y se salvaron juntos. Lograron entenderse, desearon perdonarse, juraron luchar por la libertad de los últimos humanos sobre ese mundo. Querían en verdad paz, paz para su tierra, paz para los hijos que ninguno podría tener; porque ya estaban dispuestos a morir para lograr el bien de los otros.
Xena creía que podría entregar al mundo a cambio de una sonrisa real de Gabrielle, sin embargo, esa última pregunta la hizo cuestionarse. ¿Iba a ser tan egoísta?
– Solo quiero verla una vez más antes de partir. –Confesó.
– Alti te ha vuelto la enemiga más grande de Alía, mandará a niños a la guerra en tu nombre. –Quiso hacerla comprender. – No podrás acercarte, no con los arqueros que quieren ascender, acertar a tu corazón les compraría una vida llena de lujos.
– Thadeus – Trató de ser sutil. – yo tengo algo que Alti necesita y ella tiene a mi Gabrielle. –Porque era suya, su Gabrielle. – Entraré desarmada, me rendiré ante las puertas de la ciudad, si algo existe en nuestro ejército es honor, incluso en los hombres de Theder lo hay.
– No me dirás qué es, ¿verdad? –Comprendió.
– No, sabes que no puedo. –Xena le sonrió antes de terminarse su cena improvisada de uvas, semillas y pedacitos de manzanas, él le correspondió mostrando sus perlados dientes. – ¿Por qué no te quedas a descansar esta noche? Tengo una habitación rentada hasta la siguiente luna, pero hoy tengo que emprender de nuevo el camino. –Tardó unos minutos en convencerlo y luego ambos se pusieron de pie, Thadeus dejó unos dinares sobre la barra pagando la cena que solo Xena probó. Luego se volteó y la guerrera ya tenía su rostro entre sus largas palmas, poco pudo hacer antes de que ella lo besara, con nobleza, con sinceridad. Duró lo suficiente como para que ambos cerraran los ojos y él la abrazara con nostalgia. – Cuídate, Thadeus. –Murmuró aún entre sus brazos dejando ir el beso.
– Cuídate Xena. –Con el pesar más grande que un hombre puede sentir, la soltó y la dejó ir.
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– ¿Quieres más? –Gabrielle asintió. – Es bueno que tengas el apetito como siempre. –Najara le sonrió, tomó su cuenco y se apresuró a conseguirle un poco más de sopa de hongos a la pequeña. Gabrielle se comió el último mordisco de pan suave que había remojado en lo último que le quedó de su primera ronda de sopa.
Joxer interrumpió su pensamiento de resignación acerca de no tener otro pedazo de pan fresco para su siguiente cuenco. – Escuché lo que sucedió. –Le dijo dándole un bolillo entero.
– ¿En serio? –Ella estaba segura de que nadie las había visto.
– No, la verdad no. –Confesó él con su molesta pero simpática sonrisa, Gabrielle rodó los ojos que se veían ya más reparados, un poco más verdes de lo que habían estado incluso, desde que Xena dejó la fortaleza. – Pero ver comer a Najara entre los alumnos y… – la esculcó con la mirada. – verte a ti con eso en el cuello es augurio de que algo está ocurriendo en este reino.
– Creo que muchas cosas ocurren cuando todas las naciones del mundo están en guerra, todos los días y todo el tiempo. –Gabrielle quería ser amable, él le estaba regalando más del trozo de pan que deseaba y siempre ha intentado ayudarla, pero por alguna razón, jamás se lo ha permitido y parecía ser que esa tampoco iba a ser la ocasión. – Gracias por el pan. –agregó sin forzarse.
– No es nada, yo estoy satisfecho, a nosotros nos alimentan bien. – Dio un paso hacia atrás y esperó para mencionar lo siguiente. – Siento como si ya te conociera; ¿sabes? Me sucede lo mismo con Xena, siempre.
Entonces el interés de Gabrielle por seguir hablando con él se disparó. Qué no daría por saber un poquito más de esa misteriosa mujer. Aunque las preguntas qué tenía que hacer, solo ella las podía contestar, necesitaba saber de sus labios qué fue lo que pasó con Tanus y su viejo amigo aquella noche en que se fue. Todos dijeron que ella fue la autora intelectual de aquel horrible crimen, ¿pero qué niño de cinco años lo creería? ¿Qué motivos tendría? ¿Por qué Alti teme tanto la unión de las dos? De pronto se sintió tremendamente desprotegida; pero con toda la cordura que pudo cosechar en su voz, logró preguntar:
– ¿La conoces desde hace mucho? –Joxer asintió.
– Desde niños. –Gabrielle le sonrió, pero no a él, realmente, sino a la imagen de una Xena en el cuerpo de una niña. – No difiere mucho a lo que es ahora; claro que antes hablábamos más, éramos grandes, mejores amigos, y ella solía divertirse. Aunque antes de que se fuera, volvió a notarse feliz, unas horas, pero lo hizo.
Najara marcó a propósito sus pasos interrumpiendo la charla que Joxer no debería estar teniendo con Gabrielle. Dejó los cuencos con sopa sobre la mesa larga y se sentó enfrente de la rubia más joven dándole la espalda al castaño, con quien había discutido unas horas atrás justo antes de encontrarse con una Gabrielle a la que la vida se le iba por culpa de su Reina, y de Xena.
Joxer hizo un gesto de resignación, con sus dedos hizo una seña de que podrían seguir hablando después, y muy discreta, la rubia de ojos verdes asintió.
– ¿Hablaban de Xena? –Najara parecía afirmar más que preguntar. Gabrielle tomó la cuchara de madera y empezó a revolver su sopa para enfriarla un poco, sin querer mirarla. – Gabrielle, contesta. –La campeona exigió.
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“Te deseo una mirada curiosa,
una nariz con memoria,
una boca que sonría
y maldiga con precisión divina,
unas piernas que nunca envejezcan,
un llanto que te devuelva la entereza.”
ÁNGELES MASTRETTA
 En las dos noches que siguieron el cielo brilló con el favor de las estrellas, para todos fue imposible ignorarlas; sus corazones temían el no tener la dicha de volver a mirarlas en esa vida.
Alti pasó las horas sujeta a su enorme balcón, observar a Alía con la calma de un cielo estrellado estaba dentro de sus placeres predilectos; sería difícil creer que una mujer tan insensible como ella pudiese disfrutar de algo tan sencillo, sin embargo era cierto.
Pero existen placeres que más que hacernos sonreír, nos duelen, el saber que toda esa gloriosa tierra le pertenecía, no hacía más que recordarle todo lo que hubo pasado una vez, podía sentir en su lastimada espalda las cruces que tuvo que cargar.
Aquel que sabe lo que provoca a un alma sangrar y lo usa para destruir, es porque su alma fue herida mortalmente también. Ella conocía el hambre, la sed y la miseria, sabía bien lo que es que a un niño le arrebaten la dignidad, lo que es la soledad de verdad; las carencias de su vida se convirtieron en la base bien cimentada de su liderazgo.  
Mientras ella gozaba su pasado en silencio, Theder, desnudo a sus espaldas se preguntaba qué había ocurrido para que el sufrimiento y la maldad se convirtiesen en el único alimento de su Reina.
En alguna parte del bosque, todavía a unas horas de la ciudad, Xena acababa de recostarse sobre unas viejas mantas; era un pequeño claro que la protegía con una cerca natural de arbustos y árboles, pero le permitía observar lo más noble de la noche.
Con un suspiro ronco empezó a ordenar sus pensamientos.
– Prometí enmendar mis errores creyendo que eso iba a llevarse todas las voces que piden piedad de mi cabeza. Creí que podría olvidar los ojos de todos a los que maté y a los que hice daño. Ni siquiera recuerdo todas las miradas que rompí, no sé cuántos corazones murieron por mi culpa. Todavía no entiendo cómo eso pudo llenarme de vida. –Un nudo en su garganta comenzó a hacerle difícil el hablar, los dedos de sus manos temblaban como una niña que está asustada. Le pareció increíble poder seguir sintiendo temor después de tanto. ¿Qué tal posible era el que su corazón pudiese desbaratarse más? Ella, la Destructora de Naciones. Todo era tan fácil cuando no creía en sentimientos que no fuesen el odio, el rencor y el deseo de venganza.
Siendo víctima de una tortura propia, la guerrera se quedó dormida, y no despertaría hasta después de mediodía. Estaba cansada.
Najara por su parte, se quedó despierta hasta ver el alba recorrer su habitación con pequeños hilitos de luz que no interrumpían el plácido sueño de Gabrielle, dejaría que descansara un poco más, así que sin molestarla, dejó la cama, besó la frente rubia y se aventuró a murmurar antes de marcharse: Eres mía.
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La tarde estaba por caer, el bosque se había quedado atrás y cada uno de sus músculos se enfocaba en una sola cosa: llegar. Algo parecido a un sueño encendido, ella en un caballo negro que había sido su cómplice los últimos días cabalgaba rumbo a Alía, los dos eran feroces, dignos de un recuerdo, él era un ser que estaba dispuesto a morir junto a ella, y es que Argos era la primera en entregarle todo a Xena sin pensarlo, sin embargo, la princesa no podría resistirlo, por eso no pensaba en buscarla, no pronto.
Los rayos de sol los hacían ver a lo lejos como una sombra oscura dentro de un paisaje que se agita, que se agita por ellos, los dos solos frente a la muerte, recorriendo un mundo que grita implorando salvación.
El acero que cubría el cuerpo de la guerrera chocaba cantando la música del más bello acto de amor.
¿Qué le hacía creer a Xena que Alti perdería la única oportunidad que tendría de matarla? Su rebelde temperamento y sus ganas de arriesgarse para probarse así misma de qué tanto es capaz, tal vez.
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Necesitó solo de un salto para abandonar al caballo que glorioso se alejó, las primeras flechas le dieron a él; Xena se había arrodillado antes de que abrieran fuego contra ella y teniendo la cabeza gacha se despidió de aquél valiente que se sacrificaba por ella, lo vio galopar unos metros más en busca de resistencia, pero ellos no bajaron las armas hasta que estuvo tirado en el suelo, enfrente de la fortaleza.
Eran los hombres de Najara los que tenían la existencia de Xena en la fuerza de sus dedos, así que fue su la primera en enterarse del regreso de la Princesa Guerrera.
Sus ojos hirvieron como hierve el agua del océano que ocultaba al sol esa tarde.
– Que le informen a la Reina. –Sentenció.
– ¿Y nosotros, qué haremos, señora? –Uno de sus hombres a cargo le habló antes de que Najara pudiese dar otro paso.
– Ella fue exiliada, Krettos; y la trataremos como eso. –Se dio la vuelta y la capa roja que usaba últimamente voló chiflando la fuerza con la que marcó el rígido movimiento. Marchó imponente hasta las enormes puertas de la ciudad que comparadas con ella, se volvían pequeñas y débiles. La sola presencia de la guerrera era sinónimo de pérdidas para su corazón. – Abran. –Gritó con la furia de mil volcanes furiosos y la energía de miles de volcanes dormidos que de repente despiertan. – ¿Qué es lo que quieres de Alía? ¡Ya no eres más bienvenida en este reino, Xena! Haz sido declarada en traición. –Avanzó hasta estar a unos metros del cuerpo enrollado de la princesa, seguía con la cabeza gacha, mostrando respeto y rendición; sin embargó, no aguantó que fuese ella quien le recordara que su autoridad en Alía se había evaporado como el cuerpo de Tanus y su gran mentor en la luna en que tuvo que marcharse.
– Vine a hablar con la reina. –Alzó la barbilla, sin ponerse de pie. – No con sus sirvientes. –Gruñó.
Najara desenvainó su espada; ni aunque Xena hubiese estado en condiciones de reaccionar para defenderse habría podido detener el golpe de la campeona aliana. El filo de su espada cortó el pómulo de la princesa guerrera, una línea horizontal, perfecta, casi hecha a propósito tan recta, tan profunda para engendrar una cicatriz que si bien se volvería delgada, estaría sobre su rostro… para siempre.
Xena la miró directo a las pupilas con destellos azules mortales que lograron provocarle un escalofrío. Tuvo que dar un paso atrás para no perder el equilibrio.
Entonces Alti gritó desde atrás.
– ¡Ni un movimiento más! ¡Apártate Najara!
– Pero… Tu dijiste que…
– Y ahora te estoy diciendo que la dejes, ¡apártate! –Y así lo hizo, humillada, Najara le dejó libre el camino a la reina de Alía para que pudiese observar a Xena.
La guerrera quien dejó que la sangre escarlata escurriera por su mejilla, tiró su espada y su chakram al frente. Alti se detuvo cuando sus pies estuvieron pisando sus armas. Clavó en la tierra los cuchillos de sus botas y se puso de pie, todavía con la cabeza gacha. – Si me lo permite, le entregaré mi armadura, alteza.
Con un movimiento, Alti ordenó a uno de sus hombres agacharse por las armas de la Señora de la Guerra, dio tres pasos más y la distancia que había entre las dos era de menos de un metro. Con su mano izquierda buscó la quijada de Xena, su pulgar se llenó de sangre tibia de inmediato y se enorgulleció de ello. – Mi pequeña Xena, tan impulsiva, tan estúpida, tan pequeña; pero mía. –Sintió en sus dedos cómo los dientes de la azabache se apretaron rabiosos ante sus palabras. Su efecto en ella era el mismo. Todavía tenía control. Todavía le hería el honor y el orgullo solo con pronunciar unas cuantas letras cargadas de burla. – Tú y yo sabemos cuál es el motivo por el cual sigues viva, mi querida. Dime en dónde está o yo misma te arranco el corazón y hago que los cerdos se lo coman junto con el de Gabrielle.
Las manos de Xena no resistieron y terminaron en el cuello de Alti, algo predecible, pues fue ella quien le enseñó ese ataque, le excitó el pensar cómo reaccionaría la guerrera al saber que sus dedos estuvieron dentro del cuello de Gabrielle. Cómo fue que Najara hizo que sus heridas cauterizaran cuando ella estaba jugando a ser valiente en otro lado. Su risa ronca invadió los oídos de las dos. Y Xena tuvo que soltarla. – ¿Dónde está, Alti? ¡Te advierto que si la heriste yo no tendré piedad! –Alti volvió a reír, esta vez más estremecida. Desgraciada, Xena se rindió a entregarle a Alti lo que siempre anheló y sacó un frasco de vidrio transparente con dos gotas de sangre enferma. – La sangre de Olivia de Trease y mis lágrimas.
Alti sonrió; la soltó a ella para tomar el tomito y con su derecha clavó su espada en uno de los costados de Xena hasta atravesarla. La guerrera volvió a caer de rodillas al suelo con el metal atravesándole la carne y vomitando un coagulo de saliva y sangre.
Joxer cayó al mismo tiempo que ella con el estómago vuelto un nudo ciego. – Levántate. – Gritó la reina al guerrero. – Y haz que la ayuden, si dejan que muera, todos –miró a Najara. – se irán al infierno con ella por no impedirme herirla. ¡Cobardes!
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–Sigue teniendo hemorragias. –Anunció Najara al salir del cuarto en donde cuatro curanderas se desvivían por no dejar partir a la guerrera.
– Ella es fuerte; lo superará. –Levantándose, Joxer le dio la espalda para irse.
–  ¿Adónde vas? –Se intrigó la campeona.
– Por Gabrielle. – Najara palideció de inmediato; habían pasado 7 horas y ella no se había decidido a contarle.
– Espera, Joxer, por favor, deja que sea yo quien se lo diga. –Se acercó a él, tomándolo de los hombros. Él se zafó a los pocos segundos, se giró y la empujó hacia la pared de piedra en donde presionó sus brazos hasta que sus nudillos se tornaron más blancos que la leche.
– Afronta tus acciones, Najara. –Escupió con los colores en el rostro. – Estabas a un lado de ellas, pudiste haberlo evitado y en cambio decidiste esperar a que alguien tuviera el valor que tú no tienes para matarla. –La empujó, queriendo lastimarla, sin embargo solo le produjo un jalón, él sí tenía honor, más que la propia Xena. – No dejaré que le mientas.
Najara lo odió, lo odió y detenerlo no serviría de nada, Gabrielle se enteraría. El rencor se instaló en ella, para añejarse, para crecer, para convertirla en un monstruo cuando tenga la oportunidad de cobrarse su cobardía en alguien más.
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– Gabrielle… – Xena clamaba con debilidad. La fiebre quería hacerla dormir, pero las mujeres con sus trapos mojados, sus hierbas, sus rezos, sus infusiones y su fe la mantenían delirando. – Perdóname, perdóname por irme, yo no quería dejarte, pero él… él iba a torturar sus almas para siempre. Lo siento, lo siento… quédate, quédate, no quiero que te vayas, escúchame, estoy aquí, estoy aquí… abrázame. –Las lágrimas corrían en sus mejillas detenidas solo por la pomada que intentaba cerrar la rajada en su piel, su cuerpo estaba inquieto y el dolor era tanto que él mismo quería dejar de herirla.
Unos pequeños dedos abrieron la puerta haciendo una rendijita para que unos ojos verdes vueltos dos pequeñas avellanas por el llanto, desconfiados se asomaran y encontraran a una Xena tumbada y necesitada. Gabrielle apenas entró cerró la puerta y se dejó caer a un lado.
– Es todo lo que podemos hacer por hoy. –La mayor de las mujeres se alejó de la cama y se volvió al baño para llenar la jícara de madera con agua fría otra vez. Las otras empezaron a ordenar los paños sin poner atención en la abatida Gabrielle. – Todo lo que necesitas hacer es cambiarle los paños. –Le habló a la rubia. – Sé que es difícil cariño, pero alguien tiene que hacer el trabajo. –Gabrielle no encontraba hilo en las palabras de la vieja. – Nosotras vendremos por la mañana a ver cómo sigue, no te preocupes que, no se morirá, no esta noche, solo tendrás que lidiar con algunos gritos, la fiebre la hace desvariar, pero de todos modos, no te puedes dormir. –Las otras mujeres salieron sintiendo lástima por Gabrielle antes de salir por la puerta. – ¿Qué esperas, niña? Levántate, ¿qué la reina no te ordenó venir a cuidarla? –Oh, entonces lo comprendió, la estaban confundiendo, fue Joxer quien la trajo y solo podía estar unos minutos, pero aquella confusión le permitía estar con ella toda la noche, así que con el corazón apachurrado, las piernas temblorosas, se puso de pie y miró salir a la señora de canas a la que le urgía salir.
Tuvo que respirar hondo dos veces, antes de voltearse para poder ver a Xena de nuevo, alumbrada solo por unas cuantas velas repartidas por la habitación.
Continuará… 
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guerraporlapaz-blog · 8 years
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Capítulo 7
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Alti apretó el dedo de Gabrielle en la cabeza de un pequeño frasco de vidrio, dentro de él, cayeron dos gotas de brillante sangre color escarlata, pero no fueron lo único que la joven rubia derramó desde lo más profundo de sí, no, porque de sus ojos corrieron dos cristalinas lágrimas que descendieron por sus mejillas mientras las ganas de volver a ver a Xena se hacían presentes en todo su cuerpo.
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Joxer pelaba un puñado de nueces que tenía en un cuenco, miraba al horizonte imaginándose en dónde estaría ella, ¿qué tan lejos habría llegado ya? Sabía que estaba bien, Xena había demostrado una gran capacidad de reacción, seguro había vencido ya a muchos malos en el camino. Ante esa idea, una sonrisa tranquila se dibujó en los largos y simpáticos labios del guerrero.
 – ¿Piensas en ella? –Najara dijo detrás de él.
 – ¿En quién? –Contestó el guardián después de unos minutos de silencio.
 – En Xena, Joxer. –La campeona de Alía, comprendió de inmediato que él sabía a quién se refería, pero decidió no mencionarlo. – Yo no quise que esto pasara.
 – Y yo tampoco. –Olvidando sus nueces, el castaño se levantó desinteresado y sin ganas de seguir hablando con ella. – Pero así son las cosas ahora y tenemos que aceptarlo. –Dio unos pasos alejándose en dirección al castillo. – Por cierto, Najara, gracias por hacer que Alti decidiera llevar a mis soldados a la guerra, son niñas de 6 años, valientes, pero los milagros no se repiten, ninguna se salvará como tú, Xena y yo lo hicimos. Esto se ha terminado. –Anunció seguro, con un gran dolor genuino, no estaba preparado para levantarse en armas con sus alumnas, pero se aseguraría de brindarles las mejores posibilidades de sobrevivir.
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– ¿Para qué la necesitabas? – Preguntó al fin Grabrielle, después de haber caminado varios minutos en silencio confuso a un costado de la reina de Alía.
 – Oh, es para recordarte. –La dueña de una voz ronca y profunda susurró con los labios pegados a la oreja de la rubia. – Para saber siempre de ti y no perderte jamás de vista.
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– ¿Adónde señora?
 – Al futuro, Mier. –Una sonrisa vacía emergió de unos delgados labios, el cuerpo de esa mujer se llenó de emoción, al saber que su única meta en la vida estaba por ser cumplida. – A la tierra en donde vengaremos nuestro reino. –Murmuró al hombre que la veía con ojos de respeto y admiración. Se giró sobre los talones en un movimiento juguetón, caminó escuchando crujir la madera húmeda y gritó a sus piratas desde lo más alto de su barco, un barco que ella y sus hombres construyeron juntos. – Escuchen, amigos míos, hemos crecido, hemos dejado de ser unos niños. –Saboreó sus palabras mientras los hombres se acercaban a escucharla. – Los asesinos de su reina se olvidaron de que la vida avanza y no espera, creyeron que nos ganaría y que jamás, estaríamos aquí. A unas millas de nuestra venganza para alzarnos en victoria sobre los cuerpos de niños alianos muertos. La historia se repite, señores, pero esta vez, seremos nosotros los vencedores. Troit ha vuelto y el espíritu de mi madre nos guía por el territorio de Poseidón. ¡Muerte a Xena! –Gritó levantando su espada – ¡Muerte a Alto, la reina de Alía! –Clavó su espada en el piso de madera y alzó los brazos. – ¡Quiero escucharlos! –Exclamó una vez más y un coro de muerte se elevó más fuerte que las mismas olas del océano. Callisto cosechaba todo el odio y la desdicha de cada hombre y la volvía suya, pudriendo más su interior, culpándose más por no haber sido tan fuerte  para defenderse cuando le hicieron daño, enorgulleciéndose por estar viva y lista para empuñar su espada en el maldito corazón de la mujer que no solo la volvió una huérfana, sino que también, le robó su infancia y su inocencia. – Espero te acuerdes de mí Xena, porque seré lo último que veas en toda tu cochina existencia. –Susurró solo para ella sin dejar de sonreírse así misma.
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– ¿Tú le quieres hacer daño? –Gabrielle se puso enfrente de Alti para poder verla a los ojos, deteniéndola, impidiéndole caminar. – ¿No? –Insistió.
 – Hay muchas cosas que no comprendes Gabrielle. –Sonrió con tranquilidad. – Pero sabes más del amor que la misma Xena y yo juntas, así que te contaré un secreto, ¿está bien? –Alti acarició el suave rostro blanco y un choque de electricidad de produjo en las dos.
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Las manos de Olivia temblaban mientras servía un poco de té en alguna taza; los ojos de Xena se dieron cuenta y la reina de Trease supo por experiencia, que en cualquier momento la guerrera más joven haría la misma incómoda pregunta que su general más fiel le había hecho algunos meses atrás.
 Pero la pelinegra guardó silencio.
 Olivia se rio bajamente, la indiscreción adorable de Xena había desaparecido con la madurez que había obtenido en todos los años en que no se vieron ni una sola vez. – ¿Esperas a que te cuente? –Dijo la reina sin tratar de disfrazar la realidad.
 – No. –Contestó honesta la Princesa Guerrera. – Pero me gustaría mucho que confiaras en mí y me permitieras hacer algo por ti, de ser posible.
 Olivia sonrió poniéndole un poco de miel a su bebida tibia. – Lo que necesito de ti ya te lo dije una vez, Xena. – No existe remedio para lo que me sucede. –Afirmó sin pesarle mucho la aceptación. – Soy solo un humano, morir es mi último destino y sé que está muy cerca. –Se viró para poder ver a la azabache – Pero me iré tranquila, porque sé que este mundo por fin tendrá a la reina que se merece. –La miró con esa cálida ternura maternal que Xena como siempre no supo cómo corresponder con suficiencia, pero para Olivia bastaba saber que el corazón guerrero aún seguía latiendo incluso con más fuerza de la que necesitaba.
 – Yo no quiero ser una reina, Olivia. –Contestó con educación, la mujer más joven.
 – ¿Qué te hizo pensar que hablaba de ti? –Una burlona y pequeña risa adornó sus palabras. – ¿Crees que no sé de Gabrielle? Me decepcionarías si pensaras que eras tú la única que la estaba esperando.
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– Tú la amas, lo sé. –Dijo Alti sin opción a discusión. – Y tú eres la única que puede salvarla. De su pasado, de ella misma y de todos los que quieren lastimarla. –Su voz se volvió suave y verdadera, increíblemente, verdadera. – La única forma de hacerlo es usando tu sangre, las dos gotas que acabas de regalarme. Su vida, va a depender de ti, de que decidas olvidarla, porque Gabrielle, ella morirá por ti, como hizo una vez.
 Las manos de la reina se colocaron alrededor del terso cuello joven, Gabrielle no pudo luchar, pues las uñas largas y afiladas de Alti se habían encajado ya dentro de su piel. Entonces, la magia y maldad de la reina le permitieron ver, una parte de sus vidas a lado de Xena.
 >> “Tengo que irme. Y me voy por mucho tiempo, no pienses que te abandono, porque no lo hago, jamás en mi vida me alejaría de ti, pero no puedo resignarme a perderte. Quiero que sepas cuánto significas para mí. Quiero que sigas recorriendo el mundo junto a Argos, quiero que conozcas todos los lugares que existen, aquellos a los que yo no podré ir, para que me cuentes de ellos alguna vez y si tenemos la oportunidad, si luchamos por ella y nos mantenemos juntas, sé que algún día podremos ir juntas. Tenemos mucho tiempo para eso, mi amor. Lo único que necesitamos es reconocernos y no olvidarnos.
 Te amo, Gabrielle.
 Hasta siempre.
 Xena.”
 Gabrielle caminó hasta que las piernas se le hicieron viejas y exigían descansar. Argos había galopado hacia un monte estrellado en el cielo en busca de su verdadera dueña unos años atrás; pero mientras estuvo viva tampoco abandonó la búsqueda de su cuerpo. La rubia y la yegua aprendieron a ser amigas, sabían que la mujer que ambas adoraban desde sus respectivos mundos, había entregado su vida, pero sabían también, que en algún lugar debería estar descansando, junto con su armadura y sus armas abrazadas. Le fue triste a la bardo no poder encontrar jamás los restos del cuerpo que muchas veces amó de noche en la intimidad de un bosque. El calor de dicha obra de arte se había quedado en esencia en sus brazos, porque muchas veces lo sostuvo con toda la fuerza que sus músculos permitían. Sus labios conocían el sabor de cada trazo de piel guerrera y su alma extrañaba escuchar de la voz de Xena un simple: Buenos días.
 En tierra amazona, Gabrielle se asentó para esperar a que la vida en ese tiempo se acabase y creía con fervor, que Xena la estaría esperando en otro futuro.
 Se juró desde entonces, que sería ella la que se sacrificaría en ese nuevo presente, Xena tenía derecho a ser protegida y amada también, no la dejaría sufrir de nuevo.<<
 La nariz de la joven que Alti estrangulaba derramaba líneas de sangre metálica y antes de que fuese demasiado tarde, la reina de Alía la soltó, aventándola de espaldas al pasto. Gabrielle no podía conciliar lágrimas. Los años de una mujer parecían presentarse a ella en un segundo, la naturaleza de su amor se volvía más clara y de pronto, sintió que había dejado de ser una dulce, para convertirse en la guerrera que Alti le mostró en ilusiones. – Yo no dejaré que le hagan daño, jamás, ni siquiera tú podrás. –Los párpados comenzaban a volvérsele pesados.
 Alti se echó a reír y asintió, dándole la razón. – No seré yo quien decida su futuro, te lo he dicho, eres tú quien puede devolverle la vida, pero necesitas olvidarla y dejarla seguir si en algo la valoras. Porque si piensa en ti antes que en ella, la matarán y serás la única culpable, Gabrielle. He cometido errores, tan solo quiero perdonarme y ayudarte. –Mintió.
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– ¿Regresarás?
 – Sí.
 – ¿Y Lao Ma?
 – Los secretos de Lao Ma pueden esperar, primero me robaré a Gabrielle y juntas, teniéndola a salvo conmigo, buscaremos lo que tengo que encontrar.
 – Tus heridas aún no sanan, Xena.
 – ¿Y desde cuándo eso me ha importado, Olivia? –Replicó. – Gabrielle es lo más importante y debe ir primero.
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El cuerpo de Gabrielle quedó tendido en el pasto, una lluvia fuerte se acercaba con los violentos vientos del norte y Alti decidió abandonarla inconsciente.
 Pero parecía que se había olvidado de alguien, no era solo Xena quien amaba a esa muchacha rubia significado de esperanza, Najara también quería consagrar su vida a ella. Y cuando Alti se olvidó de la joven, la campeona aliana ya estaba ahí, envolviéndola entre sus brazos para cargarla. Besó su frente y murmuró. – Todo saldrá bien, mi pequeña. –Aseguró caminando velozmente con cautela. – Yo no dejaré que nada te pase. –Su dulzura cobijó a Gabrielle y la llevó al refugio de su habitación.
 Continuará…
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guerraporlapaz-blog · 9 years
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Capítulo 6
// Este capítulo es especial, van a encontrar algo diferente, he mezclado un mundo alterno al que viven Xena y Gabrielle en esta historia, lo seguiré haciendo si les gusta. Es el capítulo más pequeño hasta ahora. Como algunos saben estuve en cama una semana y más labores del colegio me han impedido escribir. Ahora sí, en dos semanas, van a tener lo que he estado prometiendo, un capítulo largo. Gracias por seguirme y esperarme, es muy importante para mí. Me animan a seguir.
 – ¿Creíste que lo hice? –Le preguntó a Joxer.
– Ni por un segundo, Xena. –Le respondió él.
– Fue Alti. –La voz de la guerrera se quebró.
– Lo sé. –Le dijo – Tienes que irte ya. –Joxer le tomó el hombro a la mujer más alta y ella, que estaba de espaldas a él, se permitió acariciar la mano de su amigo con calidez. – Te esperaré aquí, Xena.
– Y yo volveré. –Lo juró. Subió a un caballo que no era el suyo, porque Argos estaba en un lugar seguro, miró desde arriba a Joxer y le sonrió, luego corrió la mirada por los imponentes muros de Alía, se despidió; y se fue, se fue dejando parte de ella en esa tierra.
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Los días pasaron rápidos y crueles, convirtiéndose de apoco en semanas hasta formar dos meses. El destino de Alía estaba en duda. Alti jamás esperó que Xena desapareciera, y a pesar de que ella suponía ser la mujer más poderosa de los 5 reinos, Xena: La Destructora de Naciones, era por quien realmente las otras 4 Ordenes no se decidían a levantarse en contra de Alía y su reina.
Los soldados de Xena y Thadeus comenzaban a dudar del supuesto ataque de la Orden de Trease. Durante las exploraciones no encontraron rastro del ejército vecino. Y Thadeus; estaba planeando reunirse con Olivia de Trease a espaldas de Alti. Él sabía que si Xena estuviese al borde de un precipicio, confiaría solo en dos personas para ayudarla, una de ellas era Olivia y la otra Lao Ma.
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Gabrielle estaba encargada de fregar uno de los patios del castillo, pasó toda la mañana barriendo, alejando el polvo de la superficie, dejando todo impecable para tener derecho a cenar ese día y para cuando fueron las 3 de la tarde ya había terminado de fregarlo y solo era cuestión de esperar a que secara para declarar su trabajo del día terminado. Mientras eso sucedía se sentó en alguna de las escaleras que conectaban el gran patio con las enormes estructuras del castillo. La espalda le dolía y tenía ampollas en las manos, pero poco le importaba, porque en cualquier espacio en silencio, ella se ponía a pensar en Tanus y Milán. Ambos fueron asesinados, según Alti y Najara bajo las órdenes de Xena.
Najara no quería contarle cómo fue que los encontraron, ni quería decirle por qué Tanus estaba con Milán; si ni siquiera se conocían. Y mucho menos, le explicaba por qué acusaban a Xena de los asesinatos. Pero ella huyó, se fue, ¿por qué una guerrera como ella se iría si es inocente? El corazón de Gabrielle estaba confundido, profundamente perdido.
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– Gabrielle. –Alti saboreó el sonido de esas letras como si del mejor vino se tratase.
Gabrielle dio un respingo y se giró hacia atrás sin levantarse, Alti estaba bajando las escaleras y pronto se hubo sentado en uno de los escalones, muy cerca de ella. La pequeña rubia se puso de pie y efectuó una estudiada reverencia hacia “su reina”. – Señora –murmuró con respeto.
– Oh, Gabrielle, tú no tienes que hacer eso. –Alti hizo un gesto con la mano en el aire, para remarcar sus palabras y que Gabrielle le restara importancia a las cortesías. – Eres especial, ya deberías saberlo.
La pequeña no supo qué contestar, sus ojos estaban puestos en el cuerpo imponente de la mujer mayor, Alti iba vestida por completo de cuero negro y en su espalda estaban colgadas algunas plumas color café y blanco. Llevaba la cabeza descubierta, con el cabello amarrado en una coleta de caballo, nunca la había visto peinada de esa forma. Lo que hizo que desconfiara aún más de la situación, porque Gabrielle no podía confiar en Alti, ni siquiera podía confiar ya en Najara, y no sabía si confiar en Xena era correcto. Alti alzó los ojos, y ambas pupilas se encontraron fuertemente, los largos labios de la reina se extendieron en una sonrisa pretenciosa que Gabrielle no supo leer. – ¿Qué? ¿Acaso Xena no te lo dijo?
– ¿Decirme qué? –La voz de Gabrielle logró formar con dificultad una respuesta.
– Decirte quién eres, Gabrielle.
– ¿Por qué ella debería saber quién soy?
– Porque te ama, te amó desde que te vio por primera vez.
A Gabrielle se le congeló la sangre, ¿Alti sabría lo que había ocurrido en el bosque aquella noche? ¿Alti tendría idea de lo que Xena despertó en su interior? Su pequeño pero valiente corazón comenzó a palpitar con fuerza, como muchas veces había hecho desde que llegó a la ciudad; “porque te ama”, ¿Xena en verdad la amaba? Sus ojos se volvieron aguados, nostálgicos y lejanos.
– ¿Quieres volverla a ver, verdad? –La reina irrumpió el silencio que se había formado entre las dos.
– Quiero que me diga por qué se fue. Por qué mandó a hacerles daño a Tanus y a Milán. Es lo único que quiero saber. Por qué lo hizo.
– Yo puedo ayudarte a encontrarla. –La reina aseguró. – Pero necesito algo a cambio.
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– ¡Xena! –Una voz aguda y molesta entró por los oídos de la guerrera azabache.
Xena limpió sus ojos con el dorso de sus manos, sus ojos habían derramado algunas lágrimas minutos atrás; cosa que Afrodita seguramente ya sabía. – ¿Qué quieres? –Le dijo sin voltear a verla.
– Oygh, alguien no está de buen humor hoy. Y parece que siempre es así. –La diosa movió sus caderas hasta una gran roca en donde se sentó con elegante delicadeza.
– En eso tienes razón, Afrodita. Si no vas a decir algo bueno, es mejor que te vayas.
– Mmm, siempre con tus malos modales, yo venía a hacerte un favor, pero si no quieres saber nada de Gabrielle, está bien, me iré. –La diosa cruzó los brazos y alzó la barbilla cerrando los párpados.
Las cuencas azules de Xena salieron de órbita, su rostro volvió a tomar color e incluso la fuerza le regresó al cuerpo cansado. – ¿Qué sabes tú de ella? ¿Está bien? ¿Alti le ha hecho daño? ¡Afrodita habla, no estoy para juegos!
– Tranquila, tranquila. –Afrodita usó sus manos para intentar calmar a la guerrera, dio unos pacitos y brincó emocionada con una sonrisa picarona. – Pero pídemelo una vez más y te cuento. Me gusta verte pidiendo favores.
– Afrodita… -Xena gruñó.
– Ay, está bien. –La hermosa diosa suspiró –  Najara la ha cuidado muy bien, pero no tienes de qué preocuparte, Gabrielle sigue pensando en ti.
A Xena le pareció haber sido desgarrada internamente, Afrodita no ayudaba de mucho. Menos al recordarle que Najara tenía ahora todas las posibilidades con Gabrielle. – Claro que piensa en mí, ella cree que yo maté a su amigo y al mío.
– Xena, por favor, es inteligente, no se ha creído tan fácil las palabras de Alti. Ella te vio con Milán, además, ¿qué no sabes quién es ella? ¿Acaso no crees en ese beso?
Xena sonrió, pudo sentir de nuevo el suave calor de los labios de Gabrielle unidos a los suyos, ella había sido capaz de alejar la resequedad de su alma en un solo instante. Bastó mirarla una sola vez a los ojos, para saber que esa niña era parte de su alma. Entonces recordó las palabras de Lao Ma: “Y ahí estará el sol eterno para alumbrarte mientras luchas contra tus propios demonios. Como ha estado siempre, en cada una de tus vidas.” La guerrera le respondió: “¿Han existido más vidas?” Y Lao Ma con una sonrisa asintió antes de decir: “Y existirán más, siempre y cuando logres reconocer a tu sol.” – Afrodita… -Xena la miró con severidad. – ¿En verdad es ella?
Afrodita no podía contestar. Estiró una de sus manos y la puso sobre el pecho de Xena. –Eso debes averiguarlo tú, Xena. Pero no tardes demasiado.
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>> FlashBack
Xena había llegado al reino de Trease para cuando el sol se asomó por el cielo, Olivia había advertido su llegada, sus soldados la habían visto cruzar las montañas que limitaban a su herido reino. La Reina de Trease, llevó a su ejército hasta la primera aldea de sus tierras y ella encabezaba con gloria a sus hombres.
Xena bajó del caballo azabache, las dos se miraron unos segundos, antes de que Olivia supiera que Xena estaba a punto de desplomarse, la reina bajó de su yegua y corrió con firmeza hacia la guerrera; sus brazos impidieron que las piernas de Xena se rindieran. El cuerpo de la azabache ardía, la fiebre la había deshidratado, había sangre en su armadura y en su frente. La reina no preguntó nada; y sin explicarle a sus generales, ordenó que llevaran a la guardiana de Alía al castillo de Trease. Mientras ella misma, con sus finas y blancas manos atendía sus heridas y su fiebre.
Olivia puso hierbas en la frente, pecho y cuello de Xena, la guerrera se había sumergido en un profundo sueño, producto de la fiebre que nació desde la noche anterior, cuando todo en su vida volvió a desplazarse lejos de su control. Olivia supo que la herida de la cabeza que manchaba de escarlata la frente de Xena, había sido causada por un piedrazo, y la sangre de su armadura era no más que sangre ajena. Acababa de rendir una batalla con quién sabe quién.
>> La última guerra está cerca Xena, y tú la sobrevivirás, no debes rendirte ahora. << Olivia estuvo a punto de matar a Xena alguna vez, estuvo a punto de coronarse Reina de Trease y de Alía. Pero, ¿cómo una madre iba a ser capaz de matar al vivo retrato de su hija? Su hermosa Diana, tan distintas, pero tan iguales. Xena no gozó nunca de una madre, y Olivia jamás pretendió significar aquella imagen perdida para la entonces joven guerrera, pero en los meses en que la tuvo cautiva en Trease, ambas descubrieron que habían formado un extraño lazo; y cuando la espada de Olivia estaba decidida a clavarse en el corazón de Xena, la reina dejó caer su armadura diciendo: “Tú eres quien le dará libertad a todos los reinos, cuando logres perdonarte, podrás salvarnos.”
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Y Xena, que temblaba incapaz de escuchar las palabras de Olivia, caminaba por un confuso pasaje de sueños, en donde Gabrielle y ella se encontraban en el futuro.
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Xena era una reconocida abogada; representaba a muchas de las mejores empresas de una ciudad importante de América del Norte, más precisamente, Estados Unidos. Solía ser una mujer solitaria, a la que se le consideraba una fémina despiadada. En los tribunales era una de las fieras más grandes, usaba cualquier cosa para destrozar a la fiscalía y se jactaba de usar la propia ley americana en contra de ellos mismos: “Todo lo que diga será usado en su contra.” Y sí, cuando era su turno de interrogar, lograba cambiar el sentido de las palabras de quien se encontrara en el estrado. Era una mujer a la que se le debía temer, pero tenía un punto débil: Gabrielle, y temía el día en que sus enemigos se dieran cuenta de ello.
Gabrielle era unos años menor que ella, la conoció cuando tuvo que dar una clase en la Universidad de Derecho, fue una de sus alumnas, tenía ideales muy diferentes a los suyos, ella quería luchar por la gente, por todos aquellos que no podían hablar solos. Xena a veces pensaba en que, en vez de hacer más ricos a los ricos, podría estar haciendo algo por los demás, podría hacer algo que la hiciera sentir más humana. Pero se sentía incapaz de lograrlo, siempre resultaba más fácil tratar con el tirano sin sentimientos, que con alguien destrozado.
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– Buenos días. –La dulce voz de Gabrielle iluminó la cocina del departamento de soltera de Xena. La mujer más joven se acercó a la mayor y la abrazó por la espalda, sus alturas eran considerablemente diferentes, Gabrielle le llegaba a penas a la nuca a Xena, por lo que siempre aprovechaba para dejarle besos en el nacimiento del cabello cuando la azabache se hacía coletas o chongos altos al despertar.
– Gabrielle, no puedo hacer de desayunar si te tengo pegada. –Para nada le molestaba a Xena tener a Gabrielle abrazada, incluso, sin que la rubia se enterara, estaba sonriendo por sentir los suaves brazos alrededor de su cuerpo; pero le gustaba que Gabrielle le contara lo bien que se sentía abrazarla y que no pensaba soltarla aunque se molestara.
– Yo creo que puedes partir esas naranjas sin problemas; no te estoy deteniendo las manos. –La rubia se pegó aún más a la espalda de la morena, sus brazos lograban rodear por completo la delgada cintura de Xena y sus manos aprovechaban traviesas para acariciar los bien trabajados abdominales de su mujer.
Xena rodó los ojos y suspiró al oír la contestación de Gabrielle, siempre era diferente. – Voy a tener que resignarme, ¿verdad? –La azabache comentó mientras organizaba las mitades de cítricos que acaba de cortar, pensaba hacer un jugo con las frutas de la temporada.
– ¿A qué? ¿A qué te abrace? Sí, supongo. –La rubia acarició la espalda alta de Xena con su mejilla. – Mientras sigas siendo así de guapa, no te voy a soltar.
La mayor echó una carcajada divertida antes de hablar. – Yo me haré vieja pronto, mucho más pronto que tú. Así que no falta mucho para que ya no sea guapa.
– Cuando estés vieja, lo que haré será cargarte.
– Por favor, Gabrielle, eres la mitad de mi cuerpo, eso es prácticamente imposible.
– Ah, ¿no confías en mi fuerza? – La rubia replicó de inmediato.
– No, ni lo intentes, no vas a cargarme. Ni ahora, ni nunca, ¿entiendes? –Xena dejó las naranjas y se giró para ver a Gabrielle de frente. La rubia hizo un espacio para permitirle ese acto, pero en cuanto pudo, volvió a enredar sus brazos en la cintura de Xena, recargó su peso en ella y arqueó levemente la espalda para echar la cabeza hacia atrás. Xena ya la había rodeado con sus brazos también y tenía sus manos en la diminuta espalda de Gabrielle. –Hola –Susurró con ternura la mayor.
– Hola. –Le respondió Gabrielle con la más grande de las admiraciones.
Xena le dio un beso en la frente y otro en la punta de la nariz. –Voy a extrañarte esta semana. –Le confesó.
Gabrielle resopló haciendo un puchero. –Yo también, quisiera estar contigo todo el tiempo y no tener que alejarme de ti.
Xena rio suavemente y frotó su nariz con la de Gabrielle recargando su frente en la de su hermosa mujer. – Si eso fuera posible te aburrirías de mí.
– No, me sería imposible, te amo, Xena. –Gabrielle cerró los ojos disfrutando del cálido aliento de Xena chocar contra su piel.
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Xena despertó unos días después sobre una cama que ya conocía. Era la habitación de Olivia. La fiebre la había tumbado durante bastante tiempo, y el sueño que tuvo la dejó aturdida. Un sentimiento de pérdida la invadió de inmediato al saber que su realidad era otra; Gabrielle no estaba allí para besarla, Gabrielle no iba a abrazarla en mucho, mucho tiempo. Y posiblemente, jamás lo haría.
– Por fin despertaste. –La voz de Olivia impidió que Xena siguiera pensando en lo imposible.
– ¿Cuánto tiempo dormí? –La voz de Xena fue serena, pero realmente le alarmaba haber permanecido dormida durante mucho tiempo.
– Casi cuatro días. No se acabó el mundo, tranquila. –Olivia sonrió. –Y ahora que puedes, desayunarás como se debe y me contarás qué pecado tan grande hube cometido para que asustaras a mi nación con tu presencia de  la forma en que lo hiciste.
>> Fin del FlashBack.
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– ¿Mi sangre? –Preguntó Gabrielle.
– Solo una gota, a cambio de tu libertad.
 Continuará…
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guerraporlapaz-blog · 9 years
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Capítulo 5
La sopa de pollo de Najara se había enfriado para cuando estuvo dispuesta a comérsela, desde que le sirvieron se la pasó haciendo círculos con la cuchara, Tanus la miraba mientras él sí devoraba sus alimentos, no se atrevió a preguntar nada, su guardiana se veía bastante concentrada en lo que dominaba su cabeza. Tal vez estaba preocupada por Gabrielle justo como él.
– ¿Me pasas un poco de pan? –Una de las pequeñas niñas bajo la guardia de Joxer distrajo a Tanus. Él se volvió a ella y le sonrío asintiendo, pero cuando se giró para alcanzar una pieza del pan cortado que estaba en una charolita en medio de la mesa, se dio cuenta de que ya no había. Sin pensarlo si quiera, agarró la pieza que él había tomado para remojar con su sopa y se lo ofreció a la niña. Sus brillantes ojos cafés lo miraron con nobleza. – Pero ése es tuyo. –La niña se negó a aceptarlo.
– No, claro que no. Ahora es tuyo. –Tanus contestó con una sonrisa y dejó el pan a lado del plato de la niña; ella frunció los labios sonrojada de las mejillas, estiró su bracito y tomó el pan con unos diminutos dedos, lo partió a la mitad e hizo lo mismo que Tanus había hecho. Dejar el pan a lado de su plato. – ¿Mitad para ti y mitad para mí? –Preguntó el generoso varón.
– Mjm. –La niña asintió energéticamente con un gran carisma y se dispuso a seguir con su cena después de darle las gracias. A su vez, Tanus se quedó observándola, sin percatarse de que el momento fue capturado por los fuertes y a la vez tersos ojos de Najara.
Sucedió en un instante. El corazón de la guardiana se volcó completamente y recordó la primera vez que vio los ojos azules de la que sería la Destructora de Naciones.
>> Esos ojos siempre fueron fríos, siempre hubo fisuras negras partiendo el hipnótico azul brillante,  pero antes, antes los ojos de Xena no estaban llenos de muerte.
Xena era capaz de sentir miedo, el mismo miedo que Najara sentía, las dos estaban viviendo el mismo presente, porque perdieron lo mismo, casi al mismo tiempo. Y le debían la vida a la misma mujer, a Alti, la segunda de Alía, la mejor guerrera de Borias.
La batalla por THERESE.
El reino perdido de Theron sangraba por la muerte de una reina y un príncipe, el rey de esta tierra clamaba venganza, su ejército se armó con lo que le quedaba y dispuestos a morir se aventuraron a cruzar el mar llegando a lo más antiguo del mundo, de donde habían venido los hombres que le arrebataron el color a su amada Theron. Asesinaron a cada mujer embarazada, arrebataron de su patria a cada niño menor de 4 años y lo llevaron a conocer la destrucción que el reino aliano había provocado en el corazón theroniano, dejaron a muchos padres sin hijos y esposa. Hasta que Alti mató a ese rey herido.
La batalla por THERESE terminó gracias a ella, pero de los miles de niños que la nación de Theron secuestró, solo se rescataron a dos. Dos niñas de 6 años que a pesar de su temor, sobrevivieron demostrando lo grande que era su valor.
Borias nunca ordenó la matanza de la Reina Therese de Theron. Mucho menos sabiendo que la mujer esperaba a su tercer hijo. Él era un hombre de honor pero su propio ejército le traicionó. Y como así lo era, no pudo rescatar a los niños que se llevaron, decidió no cobrar venganza, porque tuvo que admitir que su tierra cometió un error. Y atacar a un reino que prometía ser el primero en desaparecer, haría que las 3 órdenes restantes se unieran contra su pueblo. Alía ya había perdido bastante, así que durante un tiempo ondeó las banderas blancas y los 4 cuatro reinos le siguieron. Hubo una pausa en la Guerra por la Paz de 6 años, Theron se levantó, así como cada orden se hizo más fuerte y todo marchaba bien, hasta que Borias fue asesinado por la espalda en una batalla “amistosa” en donde Alía intentaba recuperar a los niños que había perdido frente a Theron. Esta vez, el reino de Troit fue el traidor.
Xena y Najara vivieron juntas en el castillo de Alía, crecieron a la par de Thadeus, Theder y Joxer. Entrenados por Alti y Borias.
Pero, eran ellas quienes compartían un secreto, un secreto que juraron no revelar jamás. Najara no sólo le debía la vida a Alti, sino que también estaba en deuda con Xena. Ella impidió que Alti la matara por haber conocido la verdad de su alma antes que nadie. <<
– Señora –Un soldado puso su mano en el hombro de la guardiana. Tanus y Najara lo miraron al momento. –La reina quiere verla en sus aposentos. –A Najara le corrió un latigazo de electricidad por toda la espina. Se limitó a asentir y sonreír esperando a que el guardia se fuera.
Joxer estaba mirando desde el fondo con un gesto de tristeza que Najara solo le había visto una vez. Ambos guerreros se quedaron mirando unos segundos, sus corazones hablaban, ambos sabían que ése era el principio del final. Y no estaban seguros de poder ganar.
Tanus se dio cuenta del cambio en la dulce esencia de Najara y ella lo sabía. Pasó sus ojos hacia él, cortando el vínculo con Joxer y miró con serenidad a su soldado de ojos preciosos. Por él, por Gabrielle, por cada niño, por la vida y esperanza de otros, luchar y morir valdría la pena. – Necesito que me hagas un favor. –La guardiana habló a su soldado desde el alma.
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– Vamos a darle sepultura, beberemos vino y regresaremos al castillo. –La orden de Xena se desprendió de sus labios con tonos de sentimientos indescifrables. La misma guerrera no sabía qué sentir en ese momento. ¿Coraje? ¿Esperanza? ¿Miedo? ¿Valor? ¿Tristeza? ¿Nostalgia? El plan THERESE no puede comenzar ahora. No ahora que ella me ha hecho latir el corazón nuevamente. La azabache decidió no contestar a la mirada de Gabrielle. Bastante le costó alejarse de la conexión que se volvió a formar entre las dos como para permitirse el perderse otra vez en ese espacio incierto. Cuando miraba directo a los ojos oliva de Gabrielle, ella se sentía en otro tiempo, en otro espacio, en un pasado que se niega a regresar a su mente pero que habita dentro de su corazón. Un lazo en el que ambas se sienten desestabilizadas, perdidas y ciegas. Instantes en donde vivir les resulta abrumador. Porque a Gabrielle le cuesta sentirse completa, le cuesta creer que Xena sea la mujer que está mirando, ella quiere recordar a alguien más, pero aún descubre de quién se trata. Ella tiembla y teme cuando está con su guardiana, pero no es por tenerle miedo a lo que Xena representa, no, es porque no sabe a quién está buscando dentro de esa mujer inesperada.
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Gabrielle echó los ramos de flores que los soldados trajeron del castillo sobre el cuerpo de esa niña quien no logró sobrevivir a la enfermedad y la pobreza. Su cuerpo estaba cubierto por la manta en donde la envolvieron para llevarla hasta ese lugar. La rubia alzó la cabeza y miró a los soldados, asintió dando señal de que había terminado de despedirse. Xena estaba sentada sobre un tronco, viendo con respeto lo que sucedía, oculta detrás de unos arbustos no tan grandes, aunque lo suficiente como para impedir al fuego de las antorchas alumbrar su cuerpo. La guerrera guardaba silencio como los demás, el lugar estaba lleno de magia, de memorias, de la imagen de sí misma siendo una niña. El frío que le daba en la piel incluso era familiar.
“Xena, nuestras vidas corren riesgo, tú sabes perfectamente qué tienes que hacer.” Y lo sabía. Tenía que huir. Si Alti lograba asesinarla o controlarla, la esperanza de todos terminaría. “Regresa a mí cuando llegue el momento. Te fortaleceré, Xena.” ¿Era en verdad el momento de volver con Lao Ma? La guerrera intentaba contestar a esa pregunta de forma correcta, porque equivocarse de respuesta significaría perderlo todo.
Tendría que ocultar a Argos en un lugar seguro, despedirse de ella y agradecerle su lealtad. Dejar a su gente sola, viendo a sus amigos sufrir la cólera de Alti. Xena estaba lista para sacrificarse pero no soportaba el hecho de tener que dejar a otros sacrificarse por ella. Antes de que cualquier otra cosa sucediese, la guerrera tenía que ver los ojos de Joxer una vez más. Cenar la comida que su viejo general le estaba preparando. Tomar su armadura y hacerse de algunas cosas que le recordaran a Alía. Porque Alía era su hogar y ella no podía seguir permitiendo que Alti la destruyera.
Xena estaba ignorando la fiebre que ascendía y empezaba a penetrar en forma de dolor su cabeza. No le gustaba sentirse débil o vulnerable, por lo menos, no físicamente, porque en esos momentos, su fuerza muscular, sus múltiples habilidades, su facilidad de crear excelentes estrategias y su espíritu de guerrera eran lo único que la mantenía viva. La adrenalina del peligro. Su alma podía estar rota, pero no su cuerpo.
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Gabrielle se acercó a ella, rodeó los arbustos y dio pasos cautelosos en dirección a Xena, llegó hasta el tronco en donde su guardiana estaba sentada pero no se atrevió a sentarse a un lado de ella, así que acomodó su cuerpo sobre la tierra y recargó su espalda en el tronco, Xena seguía pensando en lo mismo, sin poder decidirse, ni atreverse a hacer otra cosa que no fuera ver cómo los soldados echaban tierra en el hoyo que guardaría el cuerpo de alguien, alguien que murió frente a su ojos y ni siquiera sabía su nombre. Todo se volvía melancólico en su cabeza y detestaba que las cosas fuesen así.
– ¿Por qué la enterramos aquí? –Gabrielle habló después de algunos minutos, Xena se giró a verla unos instantes sin decir nada, la rubia también la miraba pero con la cabeza gacha, no se atrevía a ver los ojos azules otra vez; y cuando creyó que no recibiría respuesta, se cohibió. Dobló sus rodillas abrazándolas contra su pecho, allí recargó su cabeza y cerró los ojos. Estaba intrigada por lo que Xena había leído en el papel pergamino que le entregaron los soldados, pero lo que más la azotaba, era la forma en que su interior se revolvía cada vez que Xena la miraba profundamente. Ella no sabía por qué sentía tantas cosas dentro de sí, era como si ambas hubiesen compartido una vida completa, como si cada una hubiese sangrado por la otra, como si su corazón latiera solo después de haber escuchado al de Xeña latir seguro dentro de su pecho, pero, apenas llevaba unas horas de conocerla.
– Aquí enterré a muchos amigos cuando tenía 10 años. Cuando la Guerra por la Paz se detuvo y la gente moría por las enfermedades que las otras órdenes nos trajeron. –Xena había regresado la vista al frente para cuando contestó y sin esperar alguna respuesta, se levantó del tronco.
Gabrielle cuando sintió que Xena se alejaba unos pasos, también se levantó. – ¿Adónde vas? –Gritó intentando detener a su guardiana.
– Voy a revisar a los caballos, quédate ahí.
– Pero… -La pequeña replicó.
– ¿Pero qué? –Xena se detuvo y se giró para verla, su cuerpo ya estaba sumergido dentro de la oscuridad de la noche, las antorchas ya no alcanzaban a iluminar absolutamente nada de su poderoso y hermoso cuerpo.
Gabrielle había caminado hasta a menos de un metro de su guardiana y Xena permitió que eso sucediese sin moverse si quiera, la rubia no decía nada y tampoco quería, sus intenciones eran otras. Estiró la mano derecha hacia el rostro de Xena, quería tocar su frente de nuevo, saber cuánto había ascendido su temperatura. Porque, mientras Xena estaba sentada, Gabrielle notó que la piel de su guardiana había enrojecido y que su cuerpo temblaba ligeramente durante fracciones de segundo, pero también sabía que si preguntaba cómo se sentía Xena le mentiría. – ¡Alto! –Los dedos de Gabrielle no lograron ni siquiera acercarse un poco, la larga mano de Xena había capturado los necios dedos de Gabrielle.
– Xena…
– ¿Qué? Estoy bien, Gabrielle. Ese estúpido de Milán no pudo quedarse callado y éstas son las consecuencias. –Xena se giró después de escupir el enojo por los labios, estaba empezando a caminar cuando una firme pero tierna mano la contuvo, deteniéndole el brazo. La guerrera sintió como las fuerzas se le iban.
– Sólo déjame asegurarme de que sea así. –Gabrielle insistió con preocupación, y sin que ella, ni Xena se dieran cuenta, sus instintos empezaron a dominarlas a dos. Xena resopló y giró los ojos debajo de sus parpados que estaban cerrados, no permitió que Gabrielle se acercara, pero tampoco se lo negó, ni siquiera se movió o retiró la mano de la pequeña de su cuerpo. Gabrielle estaba acariciando con su pulgar el brazo de Xena, suave, lento, sin tener conciencia, los bellos de piel de su guardiana era delgados, muy tersos, al igual que su piel, aunque ésta estaba llena de cicatrices, que a Gabrielle no le importaron, todo la hacía más bella, más fuerte, más admirable. Rodeó a Xena lentamente hasta quedar enfrente de la guerrera azabache, quien sabía exactamente cómo fue cambiando la posición de Gabrielle casi como si la estuviese viendo, pues sus ojos aún no se dignaban a abrirse. – ¿Puedo? –Preguntó la niña.
– Si digo que no, no vas a dejarme en paz, ¿verdad? –Xena dejó ver sus cuencas azules mientras hablaba con una ironía cansada.
– Pues, no.
Xena hizo una mueca, una que volvía su rostro aniñado y ligeramente tierno, un gesto infantil que Gabrielle tal vez no volvería a ver en mucho tiempo, porque la guerrera los evitaba o por lo menos, trataba. – Cinco segundos y nada más, Gabrielle. –La guardiana levantó su índice para remarcar su sentencia, torció los labios y volvió los ojos con aire resignado mientras ponía las manos detrás de su espalda para obligarse a no interrumpir el tacto de su alumna con su piel.
La pequeña no ocultó una sonrisa de triunfo en sus delgados labios rosas, no importaba si Xena se arrepentía, ella ya había dado su palabra y nada, ni un ejército entero, ni los Dioses, ni la misma guardiana, le quitarían los cinco segundos que tenía para asegurarse de que Xena aguantaría el regreso al castillo sin hacerse daño.
La rubia dio un pasito hacia enfrente cortando con la distancia que la separaba de la mujer más alta, Gabrielle se dio cuenta de que apenas le llegaba un poco más arriba del busto. –Prometo que no te dolerá. –Gabrielle quiso bromear y Xena solo consiguió resoplar maldiciendo en silencio; otra sonrisa se formó en los labios de Gabrielle, esta vez llena de ternura e inocencia. Entonces, subió ambas manos hacia el rostro de su guardiana, sus palmas quedaron extendidas en las mejillas de Xena, abajo la piel ardía, la guerrera desconsideradamente había dejado a la fiebre subir adueñándose de su cuerpo; el gesto de la rubia se descompuso, lleno de preocupación e impotencia al saber que lo único que Xena le había permitido hacer era tocarla. – Xena… –Su voz sonó ronca, cortada, temerosa. Una de sus manos había viajado hasta la frente de la guerrera, el flequillo negro se levantó sobre la blanca mano de Gabrielle y esta misma pudo sentir que en el nacimiento del pelo azabache había sudor.
– Y cinco. Terminaste. –Xena volvió sus manos al frente y con sus dedos rodeó las muñecas de Gabrielle, pero no pudo alejar las pequeñas manos de sí, la rubia la miraba con tanta intensidad que la carencia de luz no importó. Los ojos oliva estaban sufriendo, estaban sufriendo por ella. Lo que a Xena no le importaba, a Gabrielle la estaba aniquilando. – Gabrielle –Su voz se pintó con tonos de tristeza, ¿cómo hacerle saber a la chiquilla que estaría bien? Poco a poco sus manos fueron bajando por los brazos de Gabrielle, no de forma inconsciente, Xena estaba segura de lo que quería y necesitaba hacer. – Nada va a pasarme. –Murmuró, una vez puso sus manos alrededor del cuello de Gabrielle y sus pulgares acariciaban su pequeña y fina quijada. La rubia no sintió miedo, ni siquiera sorpresa, no se cohibió, al contrario, quería estar más cerca, porque su cuerpo se llenó de un temblor eléctrico inestable, una sensación que quería multiplicarse, el vacío en su interior que parecía desaparecer solo con la cercanía de la azabache, le estaba gritando que necesitaba más, necesitaba comprobar que lo que sucedía era totalmente real.
Y lo era. Xena hizo que su cuerpo rozara completamente con el de Gabrielle, solo separados por las capas de ropa que las vestían a los dos, la mirada de Xena penetraba el alma de Gabrielle con un brillo único, leal, la guerrera la miraba con la verdad que le decía a la rubia que nunca la iba a dejar. No importaba quién fuese. No importaba su historia. No importaba nada. Solo el hecho de que cuando estaba con Gabrielle la agonía de su corazón no existía. Bajo su rostro hasta reposar su frente sobre la de su pequeño problema. Gabrielle se estremeció en ese momento, sus manos siguieron el camino que Xena formó al acercarse porque no había sido capaz de alejar sus manos de ella, hasta que tuvo la oportunidad de abrazarla, sus ojos se cerraron y un suspiro con el que se despedía de la coherencia de la vida y el tiempo fue expulsado con gusto de sus labios, sus brazos estaban alrededor de la cintura de guardiana y sus manos acariciando su espalda. Xena no quiso esperar más, inclinó ligeramente su rostro, rozando la punta de su nariz con la de la rubia y finalmente, puso sus labios sobre los de Gabrielle, la presión que había entre ambas bocas era la misma presión que habría entre los labios de dos amantes que tuvieron que esperar más de una vida para volver a besarse. Ése no era un primer beso, no, era el aliento que las unía nuevamente después de tantos años, después de tantos mares, después de la muerte; era la suavidad profunda que tenían que encontrar, la única razón por la que habían vuelto a nacer, la explicación a tanto dolor, a tanta espera, a tanto mal, era simplemente, la promesa de amar desmedidamente.
El labio inferior de Gabrielle estaba preso entre los húmedos labios de Xena, sus respiraciones chocaban volviéndose solo una, el aliento de ambas era tibio y ninguna estaba segura de cuántos instantes habían pasado, ellas solo movían sus labios a como el corazón lo ordenaba. Gabrielle nunca había besado a nadie hasta ese momento y Xena, aunque había conocido más bocas de las que hubiese querido, sentía que era la primera vez que sus labios vivían la delicia de un beso.
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– ¡Najara! –La ronca voz de Alti recibió a la guardiana mientras entraba a su habitación.
– Alti –La rubia apenas pudo fingir una sonrisa antes de que los guardias cerraran la puerta de los aposentos en donde la reina de Alía dormía. – Me han dicho que…
– Sisisí, sé lo que te han dicho, yo les dije que te lo dijeran. –Alti sonaba muy animada y mucho más extraño, amable y simpática. Caminó hasta Najara para tomarla de un brazo y acercarla hasta una de las mesas de la habitación, sobre ella había un mantel blanco y estaba llena de charolas con muchos tipos de frutas y semillas, también había botellas de vino, del famoso y delicioso vino que Milán solía preparar para ocasiones especiales como las festividades de Alía, la celebración del solsticio de invierno, el día del infante, del soldado o el cumpleaños de algún guardián. Najara no hubiera pensado en los años de diversión que pasó junto al viejo general en compañía de Joxer, Thadeus, Theder y Xena si no se hubiese acordado en la cena de lo que sucedió cuando llegó a la ciudad aliana. Ella fue muy feliz en su momento, Borias le devolvió a cada uno más de lo que podrían haber esperado después de haber perdido a sus padres, porque incluso Thadeus, perdió a su madre y desde que era muy pequeño, la vio enfermar y agonizar siendo la muerte la única curación a tanto dolor. Los cuatro guardianes lo apoyaron, no lo soltaron, porque cada uno a su forma, sabía lo que era quedarse huérfano. – ¿Cenaste ya? Si no puedes tomar lo que más te apetezca, Najara.
– Alti, ¿qué es lo que está ocurriendo? –Najara rechazó la fruta, se giró sobre las puntas para quedar de frente a Alti y jamás hubiese advertido lo que estaba viendo. Theder estaba abrazando la cintura de Alti y sus manos acariciaban su vientre de una forma que a la rubia le pareció repulsiva. Claro que, en su gesto no se reveló nada de lo que estaba sintiendo, logró disimular muy bien el asco. – Theder. –Dijo con ironía y una sonrisa que le decía así misma lo estúpida que era. Claro que debió saber lo que podría estar pasando, Theder no era el mismo, la presión de la guerra no era lo que lo tenía tan violento y tan lejano al niño que conoció y fue su amigo. Alti se había adueñado de él. Como logró adueñarse de ella una vez. – Creo que yo sobro mucho en este lugar. –La guardiana se volvió a girar ahora en dirección a la puerta, pero la voz de la reina de Alía le impidió salir.
– Aún no he dicho que puedes irte. –Alti alejó los brazos de Theder pero le dio un beso posesivo en la boca antes de caminar hacia su campeona. – ¿Tienes alguna idea de dónde puede estar Xena? Unos de los soldados de Theder la vieron ensillar su caballo.
– ¿Por qué debería de saberlo? Soy la última persona a la que Xena le contaría algo. Y lo sabes, Alti.
La reina empezó a reír mientras negaba con su cabeza, burlándose de Najara. – Niña, niña. –Su risa aún no se detenía por completo. La castaña caminó hacia la ventana principal de su habitación, de ahí se podía ver gran parte de su reino. El cielo estaba estrellado, la luna brillaba imponente ante la vista y el viento que azotaba sutilmente traía consigo más frío del que ya hacía. Era una hermosa noche, una noche que podría ser única, que estaba siendo inolvidable para dos personas. – ¿Qué no te das cuenta? Está arrebatándote lo que más quieres. Lo que siempre has querido, ella siempre te lo ha quitado.
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Un suspiro emergió de sus labios pintados de rosa, su mano estaba sobre su pecho mientras observaba desde su templo lo que estaba sucediendo en ese bosque. Xena & Gabrielle. Siempre han sido su espectáculo favorito. – Lo han hecho bien, lo han logrado otra vez. –La Diosa pegó un pequeño brinquito emocionado mientras su aguda voz se llenaba de felicidad. – Aunque cada vez, Xena lo hace más rápido, más le vale no asustar a mi Gabrielle. – La rubia de caireles señaló con firmeza, aunque nadie más que ella podía escucharse. Pocas veces Afrodita compartía emociones tan puras, era irónico que la Diosa del amor no viviera siendo azotada por las mareas de ese sentimiento todo el tiempo.
Pero es que eso era lo que lo hacía especial, el amor resultaba ser difícil de encontrar, imposible de entender, capaz de confundirse con otros sentimientos, capaz de engañar, podía ser descarado, doloroso y a la vez puro, honesto y hermoso. Adictivo. Que se da de a poco. Y junto con la vida estaba haciendo maravillas otra vez. Y era la Diosa más hermosa del universo, la encargada de permitir la magia de aquel suceso que no solo quedaría en la memoria de su mortal favorita y de su amante, sino que ella misma lo recordaría. Siempre como en todas las vidas en las que ella ha estado presente, Xena y Gabrielle logran sorprenderla.
Con una sonrisa nostálgica, Afrodita se alejó de la ventana y caminó hacia el interior del lugar que los alianos le habían construido para adorarla, se echó sobre su diván con la sensualidad elegante que la caracteriza y miró hacia su librero, en donde estaban unos de los pergaminos que Gabrielle había escrito en alguna otra vida. – ¿Qué va a ser de ti, mi chiquita? –Gabrielle era la única amiga que ella había tenido en toda su eternidad, a veces le resultaba difícil no ir y contarle todo lo que habían vivido en otros tiempos juntas, pero le consolaba saber que siempre habría una historia nueva entre las dos, en donde serían incondicionales y en donde cada una aprendería a apreciar a la otra, le parecía imposible cómo Gabrielle podía enseñarle tantas cosas nuevas en cada una de sus reencarnaciones, cada vez la acercaba más a entender lo que significaba haber nacido siendo un ser humano. Y Xena, aunque nunca han conseguido llevarse exactamente bien, siempre demostraba su amor por la pequeña rubia a la que ambas adoraban de diferentes formas, no importaba cuántos demonios estuviesen arrastrando a la guerrera azabache, ella los vencía por esa preciosa razón llamada “Gabrielle” aunque, en ese instante, en esa noche, en ese espacio, en ese tiempo, Afrodita se sintió angustiada, ¿la historia se repetiría? ¿O era momento de que las vidas de Xena y Gabrielle se alejaran? ¿La eternidad se habría acabado para ellas dos? Hacerse esas preguntas fue un duro golpe para la Diosa.
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–Hola, Americe. –Joxer cargó a la niña que estaba sentada a lado de Tanus con la que el muchacho había compartido un poco de pan durante la cena. – ¿Llenaste tu estómago de comida? –El guardián dio un beso en la mejilla de la pequeña y la bajó no sin antes hacerle un poco de cosquillas en los costados. –Ve con las demás, asegúrate de que todas se laven los dientes y se acuesten, mañana será un gran día. –La pequeñita salió corriendo para cumplir con las tiernas órdenes que su protector le dio. Lo que dejaría a Joxer y Tanus solos. Ambos habían hecho contacto visual mientras el guardián jugaba con la niña, el chico sabía que Joxer estaba decirle algo. – Hola. –Joxer se sentó a lado de él, mirando hacia el salón, recargó sus codos sobre la mesa y se acomodó sin preocuparse por dar una imagen imponente, eso no iba con él.
– Hola. –Tanus contestó sin demostrar confianza ni desconfianza, se mantuvo neutral, sin atacar pero tampoco sin bajar la guardia. Había aprendido rápido que tenía que cuidarse de todo, y aunque Joxer pareciese ser todo lo contrario a alguien que gustase de dañar, prefirió esperar un poco más para agregarlo a su espacio de personas en las que podía creer.
– ¿Sabes adónde fue Najara? –Preguntó el guardián.
– Yo… -Tanus dudó en mentir, pero también no estaba seguro de decir la verdad.
– Te pregunto no porque no sepa en dónde está, sino porque necesito saber cuánto confía en ti. ¿Te dijo adónde iba?
Tanus lo miró, pero Joxer no lo estaba mirando a él, estaba al pendiente de dos guardias que estaban viéndolos y murmuraban algunas cosas, Tanus se dio cuenta de ese detalle al querer saber qué era a lo que Joxer le estaba poniendo tanta atención. Algo estaba ocurriendo, definitivamente, y él necesitaba encontrar a Gabrielle y a Aytan para saber que ambos estarían seguros. – Fue con Alti. –Dijo con tajante. – ¿Qué rayos está pasando? –Exigió una respuesta con nerviosismo impotente.
Joxer lo miró un instante, los ojos gris y café de Tanus lo miraron a la par, escuchando no solo con los oídos lo que el guardián, heredero de Lorde estaba a punto de decirle. – Alía está por convertirse en el primer reino caído si no hacemos algo por evitarlo. – La confesión los partió a los dos. Joxer se levantó. – Te espero en la puerta trasera de la cocina, es por donde entraron la primera vez al castillo, ¿sabes dónde está? –Tanus asintió rápidamente – Bien, asegúrate de que nadie te siga.
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Escucharon que los dos soldados se acercaban, las hojas secas que quedaron del pasado otoño los delataron. Xena separó sus labios de los de Gabrielle con algo de pesar, la verdad era que nada podía empañar ese momento, todo parecía perfecto. Y aunque la guerrera no creía en perfecciones, se permitiría la ilusión de que eso sí lo era. De que Gabrielle lo era. Le sonrío y la niña le sonrió de inmediato, ninguna tenía ganas de analizar lo que estaba pasando, simplemente iban a dejar que pasara y siguiera pasando.
– Hemos terminado, señora. –Uno de los guardias le informó.
– Bien. –Dijo la guardiana.
– ¿Ya nos vamos? –Dijo el otro. – Porque podemos hacer una fogata y tomar el vino que nos prometió.
Xena se echó a reír. –Ven para acá, bruto. Quiero que me veas mientras te contesto.
– Pero, ¿está presentable, señora? Porque por eso no nos acercamos más, creímos que estaría desnuda.
Entonces Xena fue la que se acercó, tomó antes la mano de Gabrielle y la jaló hasta los arbustos en los que estaban un rato atrás. –Tú quieres que te mate y quieres que lo mate a él por dejarte decir tanta estupidez. –La tez de ambos hombres se volvió más blanca que la leche, cosa que Xena disfrutó como ninguno tenía idea. Vaya bromas hacían. Aunque, realmente el haber podido estar desnuda con Gabrielle, no resultaba en lo más mínimo desagradable, todo lo contrario. –Agradezcan que ella decidió venir, de lo contrario ya los hubiera colgado a los dos de ese árbol –Los soldados, que más bien parecían en ocasiones payasos de acercaron a la rubia, uno de ellos se puso de rodillas y el otro le tomó la mano que tenía libre, porque Xena le seguía sujetando la otra, y se la besó repitiendo en coro con su compañero: “Gracias.” “Nos ha salvado.” “Gracias, gracias.” Gabrielle se divirtió y dejó que hicieran las tonterías que quisiesen hasta que Xena la jaló y volvió a envolverla con un brazo. –No dije que podían tocarla, animales. –Xena también estaba disfrutando de la estupidez del momento, su brazo rodeaba el cuerpo de Gabrielle y su mano estaba puesta sobre el hombro de la pequeña, lo que la dejaba empujarla más contra su musculoso pero atractivo cuerpo. La niña también volvió a rodear la cintura de su guardiana y recargó su cabeza en el pecho de Xena. – Yo hago la fogata, ustedes dos vayan por el maldito vino y consigan vasos, que no pienso compartir mi botella con sus asquerosas bocas. –Los soldados notaron cómo estaban entrelazadas ambas mujeres, alzaron las cejas y se voltearon a ver entre ellos, hicieron soniditos que alardeaban la unión de la azabache con la rubia, claro que, les daba gusto el que Xena se dejara vivir instantes así, se veía cómoda, como muy pocas veces pudieron verla desde que eran niños, pero como desde entonces, no iban a perder la oportunidad de molestarla. – Largo, largo, o me dejará de importar si ella ve cómo los mato. –Los hombres se echaron a reír pero cuando Xena dio un paso hacia enfrente sin soltar a Gabrielle ambos corrieron en dirección a los caballos. – Cobardes. –Les gritó la guerrera.
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– ¿Me acompañas por leña? –Xena le preguntó a Gabrielle y ella asintió sin pensar. Se sujetó los pantalones que se le habían estado cae y cae durante toda la noche, necesitaba encontrar algo con lo que sujetarlos a su cintura, pero Xena ya había tomado nota de ello desde la mañana y había traído algo para ella que le daría más tarde. Xena tomó una antorcha y ambas caminaron, así, juntitas. La guerrera sabía qué hacía unas dos semanas atrás había dejado una reserva de leña en un lugar a unos cinco minutos al norte de donde estaban. El monte de leña mediano estaba cubierto por una manta, Xena sonrío al verlo, ella sabía que podría ocuparlo pronto y por eso lo dejó preparado. Siempre había la posibilidad de perder a un amigo, a un compañero, a una persona, pero no era momento de reflexionar sobre eso.– Toma, sostenlo. –La guerrera le dio la antorcha a Gabrielle para que la iluminara, Xena se separó de ella y se acercó a la leña, quitó la manta de un jalón y empezó a elegir los pedazos que le serían más útiles para la fogata. La rubia la mirada desde donde se quedó, Xena tan alta, tan fuerte, sus músculos bien adecuados a la altura de su cuerpo, ella ya había tocado su piel y se dio cuenta de que era más suave de lo que pensó, toda llena de cicatrices que sangraron alguna vez, heridas en las que ella no pudo estar para limpiarlas y cuidarlas, porque seguro que Xena ni les prestó atención, así como hacía con lo de su fiebre. No descansaba, no se detenía, ¿cuánto habría sentido esa mujer para volverse invencible? Porque eso parecía, que Xena no podía romperse. Pero sí que podía, la guerrera era tan humana como ella, Gabrielle lo descubrió en ese beso, solo que Xena había vivido mucho más, tal vez había soportado más dolor del que ella misma se podía imaginar y vaya que la rubia había sufrido bastante.
Gabrielle quería poder conocer cada rincón de la mujer que se movía frente a ella, quería volverse parte de ese espacio dentro de Xena, así como ella se había encargado de llenar la soledad que la acompañó durante su corta vida de 17 años en un solo día. Xena se cargó los pedazos de madera sobre el hombro izquierdo y los sostenía con el largo de su brazo, con la otra mano colocó la manta en su lugar, esta vez la tela cubrió por completo la madera, Xena había bajado bastante la montaña de leña con los pedazos que tomó. – ¿Necesitas ayuda? –Le preguntó Gabrielle.
– Para nada, vámonos. –Xena se hizo de nuevo hacia ella y Gabrielle no dudó en abrazarla otra vez. La guerrera le sonrió y se enorgulleció por esas acciones de Gabrielle que empezaba a disfrutar. – ¿Harás eso siempre?
– ¿Qué? –Gabrielle alzó la vista. – ¿Abrazarte?
Xena asintió.
– ¿No te gusta? –La rubia temió por la respuesta.
– Mmm, no está mal.
– Entonces, solo cuando ya no te guste lo dejaré de hacer.
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Xena dejó caer la leña sobre el pasto, Gabrielle dejó la antorcha en donde Xena la había dejado, los soldados ya habían acomodado unas piedras en forma circular para economizar tiempo y ambos se pusieron a preparar la leña en cuando la guardiana la puso en el pasto. Xena sobó un poco su brazo y movió el hombro en círculos para relajar los músculos, Gabrielle se acercó a ella. – ¿Estás bien? –Xena volteó a verla.
– Ya te demostré que estoy muy bien.
– Pero la fiebre no se ha ido.
– Gabrielle… -Xena arrastró las sílabas con cansancio.
– No, nada de “Gabrielle”, prométeme que al llegar al castillo me dejarás cuidarte. –Gabrielle habló de prisa, puso sus manos en los brazos de Xena estando enfrente de ella, se paró de puntitas y recargó su cuerpo ligeramente sobre el de la azabache. – Por favor, promételo.
– No puedo. –Aunque moría de ganas por decir que sí, por tener a Gabrielle en su cama, durmiendo las dos, seguramente ella con una franela húmeda sobre su frente que Gabrielle cambiaría continuamente hasta rendirse a los brazos de Morfeo, cubiertas por sábanas ligeras que sustituirían las calientes frazadas de algodón que acostumbraba tener. Todo por evitar que la fiebre subiese más.  
– ¿Por qué? –Gabrielle replicó.  
– Porque no pasaré la noche en el castillo y no me mires de esa forma; cenaremos juntas lo que Milán nos preparó, pero después de eso, tú te irás a dormir a tu habitación, ¿entendido?
– Xe…
– ¿Entendido?
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Tanus encontró el camino vacío hacia la cocina. Tuvo que cuidarse muy bien de los guardias, ninguno era tonto y si lo veían sospechoso, no durarían en reprenderlo, además de que él no debería estar en el castillo, sino en el campamento de Najara con los demás varones de su edad.
Mientras se acercaba a la cocina, ya afuera de los imponentes muros de la fortaleza aliana, se sentía invadido por la incertidumbre, movía sus dedos nerviosamente sobre los bordes del morral en donde llevaba las cosas que tomó de su habitación, no estaba seguro de estar haciendo lo correcto, pero en ese momento, ir al lugar en donde Joxer lo citó, era lo mejor que podía hacer. Cuando estuvo en la puerta trasera que daba a las grandes cocinas de Alía, sintió un fuerte jalón, Joxer lo había tomado del brazo y lo hizo meterse dentro de un espacio entre los muros muy estrecho, él ni siquiera se había percatado de su existencia. Joxer cubrió su boca con la palma y le dijo: - No te asustes. Soy yo, Joxer.
Tanus se había tensado por completo, por un momento creyó que lo habían atrapado. – ¿No era mejor llamarme? –El muchacho reclamó con la respiración en vuelo una vez Joxer lo soltó.
Joxer lo pensó un momento. – Sí, pero eso le quitaría la emoción. –El guardián frunció los labios como siempre hacía extendiendo toda su boca haciendo ver a sus mejillas de verdad chistosas. – Además, es como Xena lo hubiera hecho.
– ¿Siempre haces las cosas como Xena?
– No. Solo las cosas divertidas. Oye, sé que Xena puede parecer una roca sin sentimientos con ganas de aplastar a todo el mundo. Pero, no quiere aplastar a todo el mundo. –Joxer suspiró y puso su mano sobre el hombro de Tanus. – Ella no es una mala persona.
– No parece que sea buena tampoco. –Tanus murmuró sin querer creerse mucho las palabras del guardián. – Solo espero que Gabrielle esté bien.
– ¿Gabrielle? –Joxer se exaltó. – ¿Tú conoces a Gabrielle? –Lo siguiente que pensó el guardián fue cuántas “Gabrielle” podrían haber llegado al castillo de Alía en los días de reclutamiento.
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El rostro de Najara estaba empapado de lágrimas que se secaban sobre su piel al contacto del viento, ella y su caballo habían dejado el castillo de Alía unos minutos atrás, su corazón palpitaba con fuerza y lo único que podría calmarla, sería tener a Gabrielle en sus brazos, lejos de Xena, lejos de todo el daño que podría sufrir a lado de esa mujer que después de esa noche, se convertiría en su peor enemiga.
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Xena, Gabrielle y los soldados se habían sentado alrededor de la fogata, la guerrera les sirvió dos vasos de vino a sus hombres y ella bebió de la botella. Dejó que Gabrielle probara un poco del exquisito líquido endulzado, solo un pequeño trago que fue suficiente para que la rubia se diese cuenta de lo bueno que era. Relamió sus labios mientras le daba unas vueltas en su boca al sabor antes de tragar. La expresión de gusto y sorpresa que hizo la pequeña, logró que Xena sonriera asintiendo y le dijo: Oh sí, sé lo que se siente tomarlo por primera vez. Pero tendrás que esperar a ser mayor para poder beber más.
Al escucharla, los soldados se botaron en carcajadas animados por la sensación relajante que el alcohol frutal les provocó, Xena los miró advirtiendo que había sido una mala idea permitirles dos porciones de vino a cada uno, éstos estaban por soltar la lengua, y poco podía hacer por detenerlos, pues ya habían comenzado a platicarle a Gabrielle una de las más famosas anécdotas de su juventud, justo cuando comenzaba a beber, una noche antes de los festejos por el cumpleaños de la reina, la azabache se había quedado dormida en la cocina del castillo, tomando de almohada la tarta de cumpleaños que Alti había pedido para celebrar su día. El pan era de nueces y el relleno consistía en rebanadas de sus dos frutas favoritas: freza y durazno. Alti regañó a Xena como una madre lo haría, y ella tenía 16 años, por lo que solo contestó a la reprimenda con más rebeldía.
– Pero yo tengo 17 años, ¿por qué tengo que esperar más? –Al saber la edad de Xena cuando eso ocurrió, Gabrielle no tardó en replicar.
– Porque no quieres que ellos dos tengan qué contar de ti cuando seas un adulto como yo. –Negó con la cabeza, molesta, pero divertida al mismo tiempo, su vida aunque dura, nunca le resultó aburrida. – Nunca entenderé cómo a Alti pueden gustarle tanto las nueces.
– Son sabrosas – Comentó Gabrielle.
– Arrgth, a mí ya me tienen harta, era lo único que nos daban como golosina cuando éramos niños. –Xena se quejó, esta vez, con un desagrado real en su voz.
– Creo que no te gustan desde que te intoxicaste con ellas. –Comentó un solado.
– Sí, recuerdo que te salieron ampollas por todos lados. –El otro hombre hizo una cara de asco. – Y si no te hubieses sentido tan mal por eso, Najara jamás te hubiese vencido en ese combate.
– Pero siempre has sido muy necia.
– Mjm…
– Y Alti muy tramposa, debiste negarte a combatir ese día.
– Gabrielle, cierra los ojos y tápate los oídos porque si estos dos imbéciles no se largan a ensillar los caballos en los próximos dos segundos voy a arrancarles la lengua con mis manos aunque me muera del asco. –Los soldados se pusieron de pie inmediatamente y salieron de prisa hacia el lugar en donde habían dejado a los caballos al llegar.
---
– ¿Dónde está Xena?
– Najara. –Uno de los soldados saltó al escuchar la inesperada voz de la campeona de Alía, temió por la posibilidad de que la mujer lo hubiese escuchado decir lo que había dicho sobre ella en la fogata.
– Están borrachos. –La campeona de Alía se enfureció aún más. – Te pregunté algo. ¡Contesta!
– ¿Qué demonios está pasando aquí? –Xena salió de entre los árboles, había advertido que un jinete se acercaba a la zona en donde estaban y no era Joxer, de lo contrario el metal de su armadura, que siempre lo acompañaba, hubiese hecho un escándalo impresionante e inconfundible, en cambio, Najara rompía el viento con majestuosidad y elegancia. Ese era su estilo, aparentar ser delicada.
Najara volteó a ver a Xena, la guerrera azabache pudo oler el peligro que se impregnaba en el aire, los ojos verdes que se intentaban encajar en los suyos, se sentían impotentes y aguados, como si algo muy poderoso la estuviese cegando. – Pasa que me llevo a Gabrielle de aquí.
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Es cuestión de tiempo, Xena. Tu alma y la de Gabrielle se separarán para siempre, y yo seré más fuerte que tú. No volverás a renacer y el mundo será mío finalmente. –Alti disfrutó del veneno de su voz, dejó la espada manchada de sangre en el suelo y miró el cuerpo de Milán agonizar a sus pies. – Un trabajo excelente, con la firma de la señora de la guerra en cada gota de sangre, lo has hecho muy bien mi campeona. –Alti dio la vuelta y pateó con descuido el cuerpo de Tanus que estaba sobre la espalda herida de Joxer para finalmente salir de la habitación en donde Najara le había vendido su vida y su alma.
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– Tendrás que matarme antes de ponerle una mano encima. –Xena desenvainó su espada, las manos le temblaban, casi como si supiera que algo fatal estaba por ocurrir. Algo que podía superarla en cualquier sentido.
El perfume de Alti se desprendía de la piel brillante de Najara como una vez se hubo desprendido de su propia piel.
– No voy a sacar la espada, Xena. No necesito usar mi fuerza para llevármela. No después de que escuche lo que le has mandado a hacer a su mejor amigo. Cobarde.
– ¿Dónde está Tanus? ¿Por qué estás diciendo eso, Najara? –Gabrielle se asomó detrás de Xena, dando pasos largos y rápidos poniéndose enfrente de su guardiana.
–Te dije que te quedaras atrás, Gabrielle. –El brazo de Xena detuvo los pasos de la rubia y la colocó detrás de su cuerpo. – No sé de qué hablas, Najara, pero nada va a funcionar, ella no va a ir contigo, por ningún motivo, ¿escuchaste?
–Eso es lo que tú crees. –Najara apuntó con sus dedo hacia la guerrera azabache. –  Cuéntale Xena, cuéntale a Gabrielle lo que hiciste. –Su voz sonaba desquiciada, pero Gabrielle confiaba en cada una de sus palabras, ¿Xena le había tendido una trampa para lastimar a Tanus? ¿Pero por qué lo haría? ¿Todo simplemente sería una mentira? El corazón se le desgarraba solo de pensarlo y con el oliva de sus ojos exigía una respuesta, una explicación. Se encontraba en medio de una guerra que nació antes de que ella misma llegara a la tierra.
 Continuará…
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Guerra por la Paz - Fanfic
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guerraporlapaz-blog · 9 years
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Capítulo 4
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Xena seguía escondida detrás de uno de los pilares de piedra cuando Najara y Gabrielle se acercaban a la puerta de la sala común para cenar y reunirse con Tanus. La pelinegra tuvo suerte, el dúo pasó justo alado de donde ella estaba.
La guerrera estiró el brazo izquierdo hacia Gabrielle, se echó un poco hacia adelante para tener impulso y con dos finos dedos Xena cogió el extremo del pantalón de la chiquilla, Gabrielle dio un respingo cuando sintió esos dedos y antes de poder hacer algo, la pelinegra la jaló lo suficientemente fuerte como para hacer que el menudo cuerpo se diera contra su imponente y musculosa figura. Si bien Gabrielle había vivido emociones fuertes en su vida, estaba segura de que nunca algo la había sorprendido tanto como aquello. Xena se enderezó al sentir el impacto del cuerpo más pequeño sobre el suyo y sin soltar el borde de los pantaloncillos de Gabrielle,  cruzó su brazo libre sobre el hombro de la niña pasando por su pecho y sujetando con firmeza su costado. La cabeza de la  rubia daba contra su busto y Gabrielle no conseguía hacer otra cosa que temblar. Se le había ido la voz y el aliento en cuanto se sintió en los dominios de su guardiana; en verdad temía por lo que ella pudiese hacerle. Sus desnutridas pero trabajadoras manos se enredaron en el brazo de Xena, la piel gruesa de la guerrera se sentía caliente, cosa de la que Gabrielle no pudo hacer mucho caso, estaba asustada y bastante confundida como para pensar solo en su seguridad.
– ¡Xena! –Najara exclamó con fuerza al darse cuenta de era la guerrera la que había arrebatado a Gabrielle de su lado.
– Oh, Najara, no sabía que estaban platicando. –Xena sonrió aparentando inocencia. – Siento haber interrumpido su ameno momento pero…
– Suéltala. –Najara impidió a Xena terminar con su cinismo. Pero la pelinegra solo emitió una risa sugiriendo que la orden de la rubia mayor era pura tontería. – No voy a repetirlo una vez más, Xena, suelta a Gabrielle ahora.
– Gabrielle. –La sonrisa falsa de Xena se volvió ladina, afirmó con más fuerza el cuerpo de la niña y murmuró antes de contestarle a Najara: ¿Qué ese no es un nombre de yegua? – ¿Qué harás? ¿Me vas a herir con tu palabrerío de paz o me darás la razón y sacarás tu espada para pelear?
Najara se quedó inmóvil. Sus reglas interiores le impedían atacar a Xena físicamente, una muerte o una herida irreversible se pueden evitar hablando, ambas lo sabían, y siempre que pudieran evitarían chocar metales, en cierto modo eran muy parecidas, las dos tenían honor, las dos jugaban sucio en ocasiones, pero sus fines eran muy parecidos, sin embargo Xena no creía en la felicidad y el mundo blanco que Najara predicaba, simplemente, Xena no podía fiarse de alguien que juraba no tener oscuridad en su ser.  Pero Gabrielle sí, se notaba en la forma en que los jóvenes e inocentes ojos verdes miraban a Najara. Xena pudo ver lo embelesada que estaba la chiquilla mientras ambas rubias se acercaban a ella.
– Xena, está asustada. –La voz de Najara bajó de tono después de unos momentos de claridad. Supo entonces que su ilusión con Gabrielle era más fuerte de lo que creería. Sin duda, Najara estaba dispuesta a defender la pureza de Gabrielle ante todo y ante todos.
Esta vez, fue Xena la que se quedó paralizada. “Está asustada.” La única niña que no la miraba con miedo estaba rompiéndose en sus brazos. La idea de que Gabrielle pudiese tenerle miedo le dolía. De forma inexplicable de dolía, incluso más que el hecho de haberla visto tan feliz con Najara. La imagen de las cruces volvió a su cabeza. “Te amo, Xena.” Volvió a escuchar dentro de sí, ella no quería que Gabrielle le temiera; no quería darle miedo al mundo, aunque fuese más sencillo así, ella quería creer que no era un monstruo. Porque, no lo era. ¿O sí? Los dedos de Xena se zafaron del costado de Gabrielle poco a poco, la pequeña dio un chillido de alivio y aventó el brazo de su guardiana que se negaba a dejarla ir. El menudo cuerpo se abalanzó a la cálida protección de la campeona de Alía y así Najara envolvió a Gabrielle en un abrazo profundo y tranquilizador. La cabeza de la chiquilla se sumió en su cuello y pronto las lágrimas jóvenes brotaron mojándole la piel, las manos de Najara recorrieron la espalda de la alumna de Xena con cariño y una de ellas repasó su cabello rubio medio largo, el acto esparció de nuevo ese suave aroma a miel que tanto iba con Gabrielle. Najara lo aspiró con gusto y recargo su cabeza en la de la niña.
– Sh, sh, sh, shh… Todo está bien, todo está bien, Gabrielle. –Najara le murmuró a la niña que tenía prensada a su cuerpo, pero Xena logró escucharla y tuvo que luchar contra todo para no bajar la cabeza a los ojos de la otra guardiana.
– ¿Gabrielle? –La voz de Xena quebró dudosa en los oídos de ambas rubias. La guerrera se acercó lentamente y rendida puso su mano en la espalda de Gabrielle que rápidamente se encogió, así que optó con pesar por alejar el tacto. – No era mi intención asustarte. –Hizo una pequeña pausa y continuó – Tenemos algo que hacer, ¿recuerdas? Voy a necesitar de tu ayuda.
Al escuchar, Najara alzó rápidamente la vista a los ojos celestes de Xena. – ¿Qué es lo que tienen que hacer? No te la vas a llevar de aquí. Ni siquiera ha cenado.
Xena miró a Najara y negó de inmediato. – Es un asunto que con todo respeto no te incluye, Najara. Y lo haré con ella o sin ella pero –Desvió la vista hacia Gabrielle y ahí la dejó mientras continuaba con lo que decía. – creí que Gabrielle querría estar presente. –Ahora, el “pequeño problema” tenía un nombre. Un nombre que le sonaba a yegua.
Gabrielle se separó solo un poco del abrazo de Najara, giró la cabeza para poder ver a Xena y se dio cuenta de que los ojos azules se habían vuelto un poco más claros, no lo suficiente como para poder ver dentro, pero parecían sinceros. Y a la rubia le fue imposible olvidar lo que Xena le había dicho en el entrenamiento; aún caían lágrimas de sus ojos de las que Xena era culpable, pero al final de cuentas, ella se había metido sola en ese lío; un lío que le correspondía solamente a Xena. Porque de no haberse quedado a escuchar las razones de la guerrera, Xena habría sepultado el cadáver de la niña sola, se hubiera quedado unas horas en silencio y nadie más que ella sabrían lo que había sucedido. Pero Gabrielle quería saber por qué Xena la dejó morir. Se hizo parte de. Y tenía que tener el valor de admitirlo, era algo que solo guerrera y alumna compartían.
La guerrera dio un vistazo a los ojos de Gabrielle y sonrió decepcionada, no por la niña, sino por ella misma. Corrió la mirada a Najara y se tragó todo el orgullo. –Asegúrate de que cene bien, mañana nos espera un día duro. –La pelinegra no esperó respuesta y se dio la vuelta, sus pasos fueron rápidos y pronto desaparecería en el umbral del pasillo.
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Theder bajó de su caballo de un solo salto, unos de los guardias que lo esperaban se llevaron a su animal a los establos para darle un poco de agua y avena. – ¡Alti! –El peligroso guerrero exclamó con una sonrisa poderosa en el rostro mientras caminaba hacia la fortaleza. La Reina de Alía se acercó al hombre con la sensualidad y el poder que la caracterizaban y la hacían ser la reina que era.
– No has demorado nada en llegar. –La ronca voz de Alti halagó al hombre que se encontraba ya a unos centímetros de ella.
– Me ha llegado el mensaje justo cuando revisaba el terreno, me encontraba a tres cuartos de camino. –El guerrero informó. – ¿Algo sucedió?
– No seas ansioso, Theder. Todo tiene su tiempo.
El hombre hizo una mueca de conformidad.
– Bueno, debo suponer que puedo tomar un baño antes de cenar.
– Puedes, pero perderías el tiempo. Te ensuciarás más tarde.
La perversidad más salvaje posible en un hombre se adueñó de los ojos del guerrero. Los guardias se habían marchado para entonces, así que tomó con toda libertad y osadía la cintura de su reina, su boca buscó con celo el cuello de Alti y ella aprobó la dominación del hombre con un gemido.
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– Gabrielle, ¿estás bien? –Tanus apareció en la puerta de la sala común a tiempo para ver el cuerpo de Xena alejarse y a las dos rubias aferradas la una a la otra. No le fue difícil concluir que algo grave había sucedido con la guardiana de su amiga. Tanus estaba preocupado por Gabrielle, creía que Aytan estaba incluso más seguro con Theder que la rubia con Xena.
– Tanus. –Gabrielle levantó la cabeza otra vez, se limpió las lágrimas esparcidas por su rostro con las manos soltando así su agarre de Najara. Y ésta última le cedió espacio a Gabrielle girándose para que ambas pudieran ver al joven soldado que estaba bajo la guardia de la campeona de Alía– ¿Sirvieron la cena sin nosotras?
Tanus negó con una sonrisa en el rostro, que Gabrielle se preocupara por la comida indicaba que no todo iba tan mal como se veía. – Apenas están comenzando a servir, alguien nos aparta nuestros lugares.
– Y será mejor que nos demos prisa si no queremos que se nos enfríe la cena. –La voz de Najara tomó el protagonismo de la situación. Tanus la miró y asintió a favor de sus palabras. Najara dio unos pasos con Gabrielle, la tenía abrazada todavía pero la pequeña se detuvo justo antes de entrar. – ¿Qué ocurre, Gabrielle? –La guardiana preguntó ligeramente desconcertada. Tanus quien ya se había girado y empezado a caminar volvió la vista a las dos mujeres.
– Es que –La pequeña trató de evitar la mirada confusa de Tanus y decidió clavarse en la comprensión infinita que sentía por parte de Najara. – lo que dijo Xena es cierto. –Llevó sus dedos a la altura de su vientre y los movió de manera nerviosa intentando conseguir una explicación que no delatara el secreto que guardaba con su guardiana. – Yo debería estar con ella ahora mismo.
– Gabrielle, si Xena te ha obligado a hacer algo que crees que está mal, puedes decírmelo. Yo estoy para…
– Es que no ha hecho nada malo. –Gabrielle tomó las manos de Najara, necesitada de ese delicado tacto. – Pero tengo que ir con ella, le di mi palabra.
– Gabrielle… -Najara intentó insistir nuevamente pero fue interrumpida por segunda vez por la voz decidida de la pequeña.
– Por favor, confía en mí, si yo no me sintiera bien, serías la primera en saberlo. –Y eso bastó para que a Najara se le fueran las fuerzas y con ellas los argumentos.
– Bien. Bien. –Najara sacudió la cabeza intentando organizar sus pensamientos. Tomó el rostro de Gabrielle con ambas manos y la obligó a mirarla directamente a los ojos. La rubia volvió a cautivarse con su belleza y sonrió. – Pero si necesitas algo quiero que me lo pidas, si no te sientes cómoda puedo hablar con Alti y pedir tu tutoría, no es la primera vez que lo hago, Gabrielle, quiero que estés bien. Y que de verdad, tú confíes en mí.
– Y estaríamos juntos. –La voz de Tanus se unió a la idea de Najara. Para Gabrielle eso sería perfecto; incluso corrió por su mente que Aytan podría unirse al campamento de Najara junto con ellos. Durante el trayecto desde su habitación en las torres de aislación hasta el pasillo que da a la sala común, Gabrielle estuvo preguntándole a Najara una y otra vez si Aytan iba a estar bien en las montañas con Theder. La rubia mayor logró convencer a la menor de que ella personalmente se haría cargo de la seguridad de su pequeño amigo.
– Ve a buscarla. –Najara acercó sus labios a la frente de Gabrielle y le dejó en la piel un beso que le llegó hasta los huesos. Era una sensación de calor, de protección, incluso juraría que de amor. Pero no un amor materno, no, un amor más ardiente, confuso, pero poderoso. La mano de Gabrielle subió hasta los labios de Najara y sintió como la mujer estiraba una sonrisa enorme debajo de su tacto. La guardiana tomó la mano de Gabrielle y también la besó. – Ten mucho cuidado, mi pequeña.
Gabrielle sonrió a la par y le dedicó una sonrisa más pequeña a Tanus, se separó con cuidado de Najara y después se echó a correr en dirección al salón de entrenamiento de Xena. No estaba segura de encontrarla ahí, pero era el primer lugar en donde le pareció mejor buscar.
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Xena abrió la puerta de su salón, sabiendo que alguien había entrado y mucho mejor, sabía exactamente quién era. –Deberías estar cenando con los demás. –Cruzó la habitación acercándose a Thadeus después de asegurarse cerrar bien la puerta. El hijo de Borias estaba hincado al lado del cuerpo de la niña que pereció unas horas atrás.
– ¿La sepultarás?
– Es lo que se debe hacer con los muertos.
– ¿Por qué no me dijiste todo desde el principio?
– Porque sabía que esto ocurriría y querrías ir conmigo, Thadeus puedo hacerlo sola, pero te necesito vigilando a la reina.
– Ella está con Theder ahora mismo y tú lo sabes bien. ¿Qué es lo que me estás ocultando verdaderamente?
Xena estaba a punto de hablar cuando sintió que la pesada puerta de su salón se abría; Thadeus se levantó de inmediato y desenvainó su espada, Xena aunque un poco más relajada también tomó una posición de ataque y defensa. Ambos guardianes se miraron incondicionales como siempre. – ¿Xena? –Una voz pequeña y algo temerosa hizo saber a la valiente guerrera que nadie estaba en peligro. Era Gabrielle. La pequeña asomó la mitad de su rostro, con un ojo observó la escena de adentro, creía que se encontraría solo con su guardiana.
– Adelante. –Xena respondió con voz grave. Su gesto se mantuvo sereno ante la presencia de la chiquilla, para ella era sencillo ocultar sus emociones; llevaba prácticamente toda su vida controlando sus reacciones así que desvanecer la alegría extraña que le provocaba el tener a Gabrielle ahí, fue de lo más sencillo.
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Thadeus había tomado a Xena del brazo, ella se dejó jalar solo para hacerle creer al hombre más alto que él tenía el control del momento, pero era claro que no era así. Discutían en voz baja, mientras Gabrielle los miraba discretamente desde el otro extremo del salón, estaba sentada a lado del cuerpo de la niña que ayudó durante el entrenamiento, se dio cuenta de que habían limpiado la sangre de su cuerpo y la habían cambiado de ropa. Incluso estaba envuelta en mantas limpias y frescas. Se preguntó si había sido Xena quien la había arreglado de esa forma.
–Estaremos bien. Thadeus, si Najara no te ve en la sala común va a…
– ¿Najara ya está aquí?
– Sí, no sé cómo demonios pero… voy a averiguarlo.
– Si ella supiera, Xena…
– Ella no va a saber, no si me haces el favor que te pedí por la tarde.
Thadeus tomó el cuello de Xena con una mano, pasó el pulgar unas veces por la mejilla de la guerrera y terminó por asentir. – No tarden. –Thadeus se separó de la guardiana y surcó la habitación, no sin antes asesinar a Gabrielle con la mirada. Él no era malo, pero no confiaba en la gente, no se dejaba llevar por la inocencia que las personas parecían tener, pero ya tendría el tiempo para conocer a Gabrielle. La chiquilla se quedó mirando la puerta que volvió a estar cerrada después de que el guardián salió.
– ¿Y bien? –La guerrera llamó la atención de Gabrielle. La niña no la pudo mirar directo al rostro, lo único que hizo fue refugiarse en el descanso tranquilo que parecía tener el cuerpo tendido a sus pies. – ¿Por qué decidiste venir? –Xena se movió hasta quedar a lado de Gabrielle y se sentó a un lado de ella. Sin juzgar, sin exigir.
– Porque esto es de las dos, ¿no? –Gabrielle se giró hacia el cuerpo de Xena, pero seguía sin mirarla. No quería equivocarse en lo que decía, no sabía cómo iba a reaccionar su guardiana o qué esperaba escuchar, pero decidió que decir la verdad era mejor que buscarse una mentira.
Xena miró la cabeza rubia con algo de pesar, botó suavemente el aire y negó con la cabeza no creyéndose lo que escuchaba. Esa niña sabía exactamente qué decir, sabía hacer a la gente sonreír. Incluso a gente como ella, gente que se ha olvidado de vivir para sí. – Oye, mírame. –La guerrera puso una mano en la cabellera de Gabrielle y la sacudió amistosamente, la despeinó un poco mientras producía un ruido similar al de una risa. La rubia al oír ese sonido de Xena no dudó más y levantó la mirada, se dio contra una sonrisa amplia y delgada. Ella no supo cómo reaccionar. – ¿Sigues asustada?
Gabrielle frunció el ceño y negó. Realmente se preguntó si lo estaba, pero no, más bien descubrió algo de tristeza dentro. – No –Se limitó a contestar, con el tono apagado. Lo que nunca tuvo, lo que le hizo falta, allí estaba. Ese sentimiento volvió a invadirla, el profundo vacío que ha vivido en ella desde siempre reclamaba ser llenado. Gabrielle no entendía por qué la imagen de Xena se le clavaba tan profundamente. Ella era conocida por ser despiadada, por no tener piedad ni sentir afecto por los demás, pero lo que vivió con ella apenas unas marcas atrás, iba en contra de todo lo que el mundo creía, iba en contra del miedo que sintió cuando ella la capturó. – Estoy confundida.
– ¿Por qué?
– Yo no quiero estar aquí. –La carita de Gabrielle se partió, estaba apretando la quijada fuertemente, justo como Xena hizo muchas veces cuando era joven, justo como cuando Xena hacía cuando sentía que el peso era mucho para cargarlo sola.
– ¿Aquí conmigo? O, ¿aquí en Alía? –Las dos se estaban mirando directamente a los ojos, el silencio volvió a hacerse presenta mientras ambas mujeres intentaban encontrarle sentido a lo que ocurría cuando sus ojos se cruzaban tan puramente. – ¿Quieres volver con Najara? –A Xena le ardió la garganta de solo preguntar. ¿Por qué tenía tanto pavor de destruir el mundo de Gabrielle?
Gabrielle tuvo que tragar grueso antes de contestar, necesitó de fuerzas que estaba perdiendo para conseguir voz, pero finalmente lo logró. –En Alía. –Dos lágrimas no resistieron quedarse adentro de sus ojos olivo. – No quiero matar a nadie para poder vivir.
Xena se quedó en silencio admirando la pureza que había en Gabrielle, ¿en verdad alguien podía ser así de bueno? ¿Qué haría ella con esta niña? ¿En serio tendría que convertirla en una asesina? La guerrera por muchos años creyó que asesinar era perdonado por estar en la guerra, pero su alma aún es torturada por las primeras personas que cayeron por su mano. Mientras uno más caía en su haber, ella se volvía más cruel y cuando llegó la hora de vengar a Borias, su honor se desvaneció, la muerte de su hermano llegó antes de que ella pudiera recuperar el camino y matar hombres no fue suficiente, su espada se clavó en el corazón de mujeres y niños sin distinción. Y lo peor de todo, es que esperaba morir en la guerra, pero para entonces, la gente le tenía tanto miedo que nadie se atrevía a retarla o a enfrentarla y a los pocos que se permitían esa osadía, ella les vencía. – Alía no es un mal lugar. Yo vengo de Theron, ahí a las niñas desde los cinco años las venden a esclavistas, es raro ver que alguna pase de los diez. A muchas las violan, a otras las dejan morir sin comer y a las que tienen suerte las matan a golpes. Borias y su antigua esposa me rescataron. Tienes que agradecer lo que tienes, Gabrielle, porque hay lugares que no conoces en donde niñas y niños más pequeños que tú, dan la vida por estar en donde tú estás.
Los ojos de la rubia se salieron de órbita al escucharla, el corazón se le agitó solo de pensar por lo que Xena tuvo que pasar. En Alía no había esclavistas, la violación se castigaba con la muerte y lo que ganabas con tu trabajo tú te lo quedabas, no había cuotas que pagar al reino como en las demás Ordenes. – ¿Crees que la Guerra por la Paz alguna vez termine?
Xena negó con la cabeza al escuchar la pregunta de la pequeña. –Para cuando eso suceda, todo lo que conocemos habrá sido destruido. Y no sé si me gustaría vivir en un mundo así. –Xena hizo una pausa y miró a la niña en el suelo. – Pero por ahora, tenemos algo que hacer.
Gabrielle miró al mismo lugar que Xena y asintió, se acomodó un poco el cabello que la guerrera le despeinó y sonrió como una reacción tardía al gesto que la mayor tuvo con ella.
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Xena había llamado a dos de los guardias en quienes más confiaba, los mismos que se llevaron a las otras niñas al campamento de Najara con Morín. Ellos le tenían más lealtad a ella que a Alti, Xena fue quien los regresó vivos de la guerra y en más de una ocasión les ha salvado la vida, incluso una vez ella salió gravemente herida.
Los hombres llevaban flores blancas y las pusieron dentro de las mantas que  envolvían el cuerpo de la niña morena, se aseguraron de que los pasillos estuviesen despejados para que pudiesen salir del castillo sin problemas. Y una vez afuera, tres caballos los estaban esperando. El general de Xena se encargó de conseguirlos. – Todo listo, mi señora. –Dijo el hombre mayor.
– ¿Vendrás, Milán? –Xena preguntó al hombre canoso que le había enseñado muchas cosas de las que sabe. Milán parecía un hombre muy suave, y tal vez lo era, pero su corazón era muy grande y su sabiduría traspasaba cualquier frontera. Por ello, Xena ha peleado con fuego y acero el lugar que Milán tiene dentro de su ejército, tiene muchos músculos y solo un cerebro valioso aparte del de ella. Milán desde abajo, ve todo lo que Xena no puede ver desde arriba.
– N0, mi señora, me aseguraré de que todo esté en orden hasta que usted, los soldados y la niña vuelvan. –Milán le dio una cantimplora llena de vino especiado a la guerrera. Un vino que lo hizo famoso en toda Alía, porque o siempre fue un guerrero, él tenía los cafetales y viñedos más frondosos de los cinco reinos. Pero la guerra, acabó con ellos y su familia se fue junto con sus tierras. Él se quedó solo, se unió a la ciudad Aliana después del ataque y se encargó de la cocina durante muchos años. Le enseñó a los cinco guardianes a cosechar uvas y a cuidar los granos de café, los consentía con postres y bebidas a escondidas de los reyes. Pero cuando el Rey Borias murió, se le obligó a tomar la espada y la armadura, defendió a su pueblo junto a Xena y Thadeus en la guerra con Troit. Xena nunca olvidará los cuidados de ese hombre y la valentía que se puede llevar dentro oculta durante muchos años. Después de todo, ella no estaba tan sola y las personas que conocieron a la verdadera Xena, saben que alejarse no vale la pena. Porque dentro de esa armadura negra que Xena lleva siempre puesta, hay un corazón roto que busca ser curado.
Xena aseguró la cantimplora en la silla de su yegua, puso su mano en el hombro de Milán y le dedicó una sonrisa agradecida. – No me llames “señora, Milán, tú estás más viejo que yo. Nos demoraremos una marca y media en volver, así que tendrás tiempo suficiente para prepararnos algo delicioso de comer. –La guerrera le guiñó un ojo a su general y se volvió con los demás guardias que ya estaban montados en sus respectivos caballos, uno de ellos cargaba fielmente a la niña bien envuelta en las mantas. –Muy bien ustedes dos, tengan mucho cuidado con ella, no quiero tener que enterrar más de un cuerpo esta noche.
– No se preocupe, señora, todavía hay guerreros apuestos, fuertes e inteligentes. –Uno de los guardias gritó mientras se alejaban de la parte trasera del castillo. El que llevaba en brazos el cuerpo de la niña solo se carcajeó con humor ante el comentario de su compañero. Xena les había dado la orden de adelantarse para preparar la tumba en donde enterrarían a la pequeña morena, además de que entre más pronto se llevaran el cuerpo de los terrenos de Alti, más pronto el secreto que comparte con Gabrielle estaría completamente seguro.
– ¿Estás de broma verdad? –La guerrera gritó para que la escucharan los dos guardias. – Porque desde que nací no he visto uno como esos. –Xena logró disfrutar del momento de relajo, no todo en su vida era precisamente serio o doloroso. Ella tenía un sentido del humor muy oscuro, pero algunas veces lograba ser divertido para los demás. Pero en esa ocasión, a Milán pareció no darle gracia su comentario y miraba a la guerrera fingiendo indignación. Xena botó una risa negando con la cabeza. – A excepción de ti, Milán, tu belleza es clásica. –Ambos guerreros sonrieron a la par antes de que Xena subiera a la silla de su caballo. –Muy bien, Gabrielle. ¿Alguna vez te has montado en una de éstas? –Esta vez, la voz de la guerrera se dirigió a Gabrielle. La pequeña se acercó con respeto al animal, éste era mucho más grande que ella, muy alto y nada parecido al burro en el que subía con ayuda de su padre. Apenas y daba unas vueltas sobre él antes de bajarse sin ganas de volverse a trepar sobre él. – ¿Qué? No me vas a decir que te da miedo. Mira que temerle a ella y no a mí, eso es grave.
– Anda niña, Argos es difícil al principio, pero con cariño la domas, como a cualquier mujer.  –Milán no se refería exactamente a cualquier mujer.
– Milán… -Xena rugió intentando reprimir a Milán.
– Oh claro, usted es inmune a esa regla, mi señora.
– Arggth. –La guerrera se quejó. – Gabrielle, sube si no quieres que yo baje a degollarle la cabeza a este hombre. –Milán rio y negó mientras volteaba a ver el rostro espantado de Gabrielle.
– No le hagas caso, ella también parece muy ruda pero es más mansa que Argos.
– ¡MILÁN! –Esta vez, Xena iba en serio. – Es la última vez que lo digo, Gabrielle, súbete. –La pelinegra estiró el brazo a la rubia, quien ya había conseguido sonreír por el comentario de Milán. Ella sabía que lo que el hombre decía, no estaba muy lejos de ser cierto. Supo que era mejor no hacer enojar a Xena más, así que se tomó de su brazo y la guerra la jaló mientras Milán le dio un impulso desde las piernas. El menudo cuerpo de Gabrielle quedó detrás del musculoso cuerpo de su guardiana. – Sujétate bien. –La voz se Xena sonaba incómoda y molesta, pero tanto ella como Milán sabían que enojarse entre sí seriamente, era totalmente imposible. Las manos de Gabrielle buscaron un lugar de donde agarrarse y lo más seguro que consiguió encontrar fue la parte trasera de la silla en donde estaba sentada. – Gabrielle, si tengo que ir a prisa caerás. Abrázate a mi cintura, no te vas morir por eso. –Gabrielle se puso pálida en cuanto la escuchó, volteó a ver a Milán quien asintió y entonces, la rubia rodeó con cuidado la cintura curveada de Xena. Trató de no apretar para no incomodarla y también intentó no acercarse demasiado, aunque quisiera hacerlo. Porque sin lograr aceptarlo, cuando Xena la jaló del lado de Najara, todo su cuerpo de estremeció, su corazón no bombeaba sangre tan de prisa por miedo, no, era por la sensación abrumadora de la protección de Xena, ese vacío que se sentía más presente cuando estaba con su guardiana logró llenarse efímeramente cuando Xena la mantuvo a su lado. – Eso es. –La mujer mayor murmuró y echó a andar a Argos sacudiendo las riendas.
– Tenga cuidado, mi señora. No crea que no me di cuenta de su fiebre. –Milán gritó una vez la maestra y la alumna habían emprendido su camino. El hombre sabía que si hacía ese comentario antes, Xena no dudaría en bajarse del caballo y hacer que callara. Pero era cierto, la mujer estaba enferma, llevaba horas sin atenderse la fiebre y además salía al frío de la noche sin nada más que su armadura y el traje de cuero negro.
– Voy a matarlo cuando volvamos. –Xena murmuró por lo bajo y antes de que lograra decir una maldición, una de las manos de Gabrielle se atrevió a tocar la frente de su guardiana con ternura. La guerrera sacudió de inmediato la cabeza y se hizo hacia adelante alejándose de Gabrielle. –Deja.
– Él tiene razón, tienes fiebre, Xena. –Gabrielle sonó preocupada.
– Boberías, no me voy a morir por una fiebre, por lo menos no ahorita, si en verdad estuviera grave, te aseguro que ese hombre no me hubiera dejado salir del castillo. –Gabrielle aceptó la explicación de su guardiana, Milán parecía cuidarla y ella a él respetarlo mucho.
– ¿Lo quieres, verdad? –Gabrielle preguntó con inocencia. Pero la respuesta de Xena la desconcertó, porque comenzó a carcajearse durante unos segundos.
– Ese hombre es un loco. Por su culpa he hecho las vergüenzas de mi vida. –Cuando la guerrera era joven, recuerda haberse puesto hasta el tope con los vinos de Milán, fueron tiempos de rebeldía y juventud que no cambiaría por nada. Instantes en donde perdió en control de todo y lo único que importaba era vivir. No se volvió adicta a ello, porque sus convicciones siempre han sido más fuertes que nada, pero sin duda extraña no tener tantas responsabilidades encima, pero así es la vida, uno tiene que crecer y hacerle frente a las dificultades para cruzar las fronteras.
– Pero, ¿lo quieres? –La pequeña insistió.
Xena se frenó antes de perderse en el bosque que rodeaba las fortalezas del castillo, giró el torso para poder ver a su alumna. – ¿Por qué quieres saber eso? –Xena murmuró para la niña.
Gabrielle suspiró y alzó los hombros, recordó que el día en que murieron sus padres, ella había peleado con su padre y no le habló en todo el día. Para la noche, cuando quiso hacerlo, fue demasiado tarde. –No sé, tal vez porque si lo haces y él no lo sabe, deberías decírselo. –Xena rodó los ojos y se volvió hacia enfrente. Ella sabía lo que era ya no poder hablar con sus seres queridos más que nadie, pero no podía enfadarse con la niña, ella no sabía nada de su vida y seguramente, solo intentaba ayudarla.
– Él sabe más de mí de lo que yo misma sé, Gabrielle. – La guerrera aseguró antes de volver a echar a andar a Argos. – Mejor tú contéstame algo, ¿quieres a Najara?
¿Qué Xena ya no podría sorprenderla? Si Gabrielle quería conocer a Xena tendría que pasar toda su vida con ella, cada reacción, cada palabra, cada respiro de su guardiana eran inesperados, creía que la pelinegra iba a hacer algo pero cuando menos lo esperaba hacia lo otro. Era una mujer impredecible, misteriosa, llena de secretos, de puertas que abrir. Y además, era preciosa. - No sé, tal vez. Creo que sí.
– Yo creo que mucho que sí. –Xena sonó distinta al afirmar los sentimientos de Gabrielle. Después de eso no permitió que Gabrielle respondiera o hablara, echó a andar a Argos muy rápido sabiendo que de esa forma la rubia pensaría en asegurarse y no en abrir la boca.
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– Han acabado muy rápido de cavar. –La guardiana ayudó a Gabrielle a bajar del caballo y ella aun montando se acercó al montón de tierra que había a lado de un hoyo lo suficientemente grande para enterrar el cuerpo de la niña.
– No lo hemos cavado nosotros, señora, ha sido Joxer.
– ¿Qué? –Xena olió las malas noticias desde ese momento. Algo muy dentro de ella, le dijo que todo estaba marchando en contra. La fiebre no es por enfermedad. Algo te está pasando, Xena. Ella lo sabía.
– Mire, dejó una nota para usted. No la hemos abierto, pero sabemos que fue él por el sello. Es de la orden de Lorde. –El guardia estiró la mano con el pedazo de pergamino arrugado y Xena lo tomó. Dio un salto para bajar de Argos y le echó una mirada al otro guardia para que asegurara las riendas de su caballo a algún árbol.
Xena rompió el sello de cera con el escudo de Lorde y estiró el papel, se acercó a una de las antorchas que los hombres habían puesto alrededor del perímetro en el que se encontraban y la guerrera se dispuso a leer. Sus ojos se dieron contra la letra mal hecha de Joxer: “Sé que esto te ahorrará mucho tiempo, agradécemelo después. Lo importante es que ya sé para qué quiere Alti que todos nos encontremos a media noche, planea asesinar a alguien de nombre Gabrielle. Esto puede dar inicio al plan THERESE. Xena, nuestras vidas corren riesgo, tú sabes perfectamente qué tienes que hacer.” La guerrera alzó la vista, vio a la rubia jugar con las sombras del fuego mientras sonreía. La guerrera arrugó el pergamino en su puño, el aire le faltó durante varios segundos. >> ¿Hoy es el día? << Lao Ma lo predijo, ella predijo todo lo que estaba sucediendo: “Te debilitará, usará tus recuerdos para controlarte, te mostrará el dolor más grande, Xena, y tú tendrás que decidir. Pero habrá una luz que te guiará en todo momento, es la luz perdida de tu alma, y Alti intentará apagarla antes de que tú te des cuenta. No permitas que te robe la vida. Sé fuerte. Sé fuerte y encontrarás el camino, esa luz es tu camino.” La rubia se dio cuenta de que estaba siendo observada por el océano azul que se movía dentro de los ojos de Xena. La niña estaba nuevamente confundida y la guerrera también. ¿Quién eres, Gabrielle?
 Continuará…
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guerraporlapaz-blog · 9 years
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Lo que el corazón de Gabrielle quiere se enfrentará a lo que su mente y su razón le dicen que es lo correcto. Admira la pureza del alma de Najara, pero la oscuridad de Xena le dice a gritos que la necesita. Descubre cómo empieza esta travesía en el segundo capítulo de la Orden de Alía: ●━━❅ Capítulo 2 ●━━ Tumblr: http://guerraporlapaz.tumblr.com/post/137310642239/capítulo-2 ●━━ Wattpad: https://www.wattpad.com/208170650-guerra-por-la-paz-la-orden-de-alía-capítulo-2
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guerraporlapaz-blog · 9 years
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Capítulo 3
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Gabrielle subió las escaleras que daban al piso de las duchas, las piernas le palpitaban cansadas y su corazón aún no entendía por qué no podía sacarse los ojos de Xena de la cabeza. Le asustaban, aunque fuera capaz de hacerles frente, la mujer la intimidaba, pero no era un miedo que la hacía sentir menos o que la humillara, era un miedo que ella no había conocido hasta entonces, era una sensación de frío y calor que le recorría las venas, que la hacía sentirse perdida y sin saber cómo reaccionar. ¿Xena era mala o no? Gabrielle no lo sabía. Pero sentía curiosidad por las heridas que vio reflejadas en los ojos color azul que parecieran ser impenetrables, Xena tenía muchos demonios en su interior esperando el momento en el cual ella les permita escapar, ya sea por sus ojos, por su voz o por sus sigilosos movimientos. Inesperados. Desconcertantes. Despiadados, pero al mismo tiempo humanos. ¿Xena era más que una asesina embriagada por el poder? Gabrielle se sintió aturdida por todo lo que había pasado unos instantes atrás, su mente no conseguía claridad y las preguntas le bombardeaban la cabeza sin querer dejarla descansar.
Gabrielle alzó la vista y leyó el pequeño letrero que estaba sobre una pesada puerta de piedra: “Mujeres – 15 a 18 años”.  Había llegado a la puerta indicada. Recargó su cuerpo en la piedra y empujó deseando que ese fuera el último esfuerzo físico del día. El humo caliente del agua le dio en todo el cuerpo, desde afuera pudo escuchar el agua caer en chorros y muchas voces que platicaban causando un pequeño escándalo, pero cuando ella entró a la habitación, ese ruido comunal fue desapareciendo y le tomó unos segundos alzar la vista para recorrer toda la habitación y darse cuenta de que todas las estaban mirando fijamente. “Si sigue así, Xena nos va a matar a todas.” Una de las más grandes habló. “¿Escucharon cómo le habló? Seguro la va quemar viva enfrente de la plaza roja.” Otra más murmuró. Gabrielle había decidido cruzar la habitación, en busca de una ducha libre y alejada de todas las demás. “Todas vamos a pagar por sus tonterías.” Sentenció la primera en terminar con las vueltas ordenadas por Xena. Gabrielle se detuvo, sus brazos estaban cruzados sobre su pecho con los dedos frotándose suavemente los hombros. Quería voltearse y decir algo; pero no tenía argumento. Todo lo que decían era cierto, ellas sufrirían las consecuencias de sus actos. Recordó que Xena había dicho que al siguiente día harían todo lo que no pudieron terminar en el primer entrenamiento. Y aquello de que la quemarían, también era posible, pero, quiso creer que si sucedía, Xena no sería la que daría la orden.
Gabrielle recuperó la marcha de sus pies y mientras más pasos daba, los murmullos se hacían más fuertes pero menos entendibles. Así que no se volvió a detener y logró no poner atención en lo que se comentaba. Llegó hasta el final de la habitación, se encontró con que había varias bañeras de piedra libres y ella se fue hasta la última de la esquina. Dentro de la tina había dos barriles de agua, uno lleno por el cual salía humo y otro hasta la mitad del que no se desprendía ningún vapor, supuso que ésa sería el agua fría y justo dentro de ese barril había una jícara para poder echarse el agua. Sobre el borde había un pequeño zacate, un jabón gastado y una toalla color hueso, se sentó a lado de ella y se empezó a desamarrar los cordones de las botas negras. Tanus. Recordó que él había sido quien insertó sus cordones en los orificios de las botas esa mañana. Y desde la asignación no había tenido tiempo para pensar en él, ni en el pequeño Aytan. Ella creía que los vería cada noche después de entrenar, pero acababa de descubrir que Najara y Theder no tenían sus salones en el castillo. Sino que ella se iba a los campamentos del bosque y él se llevaba a los niños a las montañas. Eso la tenía muy mal, porque los golpes que recibió de los pies de Theder aún no sanaban y después del exagerado ejercicio de ese día en el entrenamiento de Xena, estaba segura que solo había conseguido lastimarse más.
Una vez se quitó las botas y los calcetines los dejó acomodados sobre piso, tomó la toalla y la colgó en una barrilla que había soldada a la piedra, también se quitó la playera y el sujetador; los dejó a un lado de la toalla y después hizo lo mismo con los pantaloncillos grises que habían sido una tortura para ella todo el tiempo, odiaba profundamente estar tan flaquita, odiaba no tener algo con qué sujetarlos a su cintura y extrañaba la ropa que compraba en el mercado de su villa con lo que ganaba de recolectar semillas, raíces y pequeños animales que cambiaba por algunos dinares. No era ropa tan buena como la que le regalaron esa mañana a todos los huérfanos nuevos en la ciudad de Alía, pero eran cosas que ella había elegido, que le quedaban y lo más importante la hacían sentirse cómoda.
Una vez estuvo desnuda, pasó las piernas sobre el borde de la tina, tomó la jícara y tomó un poco de agua caliente y fría que se echó directo desde la cabeza, se le mojó todo el cuerpo y no le dio nada de frío. La habitación estaba llena de humo y vapor caliente. Tomó la pastilla de jabón y la restregó contra su cabello, no tardó en hacerse espuma y Gabrielle se dio cuenta de que tenía aroma a miel, sonrío porque esa era una de sus fragancias favoritas. Se talló bien el cuero cabelludo y el largo de su cabello rubio, creyó que sería mejor no hacer mucha espuma así que no se tardó mucho en enjuagar su cabello hasta que no quedara rastro de jabón en él. El masaje que se dio en la cabeza la relajó un poco y logró dejar de pensar en todo lo que estaba sucediendo. Se volvió a mojar antes de hundir el zacate en el agua para luego frotarlo contra la pastilla de jabón y  empezó a tallarse el cuerpo, dando primero pequeños masajes sobre los débiles músculos adoloridos y cansados. Tuvo cuidado en las zonas de los moretones y cuando se enjuagó chilló un poco porque el agua estaba más caliente de lo que esperaba, entonces todo le ardió.
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– Thadeus –Xena encontró al hombre de espaldas recargado en la puerta de su salón. Él se encargaba de planear las estrategias de ataque, de organizar las prácticas de campo y las simulaciones de guerra dentro de la ciudad. Trabajaba con los guerreros que los otros guardianes habían formado. Él se encargaba de pulir los diamantes que los demás encontraban y en muchas ocasiones, Xena le ayudaba.
El hombre estaba comiendo una manzana, dio una mordida antes de girar el rostro para ver a la guerrera y darse cuenta de que estaba aproximándose a su lado, así que volvió su vista a las banderas de Alía que ondeaban por el viento. “Thadeus”. Hum. Él supo que Xena quería algo, solo cuando necesitaba un favor usaba ese tono neutral que no tenía sarcasmo o ironía, pero que tampoco llegaba a demostrar respeto o necesidad.
– Duerme conmigo esta noche y haré lo que me pidas. –El moreno se apresuró a decir. Los ojos de Xena salieron de órbita y él pudo disimular su burla dándole un gran mordisco a su jugosa y dulce manzana.
– Así mi vida dependiera de eso, preferiría lidiar con Hades e irme al tártaro y ahí es justo adonde te mandaré ahora mismo. –Iba a desenvainar su espada cuando Thadeus la detuvo tomándola del brazo, la jaló hacia él y sus alientos chocaron. Se miraron unos segundos mientras Xena jaloneaba su mano del agarre de Thadeus y separaba su rostro del de él. Ella era considerablemente más fuerte, pero el hombre era mañoso y no la dejaba soltarse con tanta facilidad. Xena ya se había acostumbrado a ese tipo de comentarios pero no dejaría que Thadeus creyera que ya se habían vuelto normales para ella.
– Hey, hey, cálmate Xena. –Le soltó la mano pero la rodeó con los brazos completamente. – Sólo estoy bromeando y lo sabes. –Alejó un brazo y se volvió a acercar la manzana a la boca, le dio otro mordisco y masticó crujiendo la fruta dentro de su boca. – Hace mucho que pasaste de ser el tipo de mujer que tendría en mi cama.
Xena tuvo que contener la respiración unos segundos para no asesinarlo allí mismo. Sabía que lo necesitaba para lo que tenía planeado hacer y lo que más la jodía, era que Thadeus ya había aprendido a leerla y se aprovechaba de que ella estaba a punto de pedirle un favor. La guerrera aventó el brazo más musculoso y se echó para atrás. – En verdad espero que algún día superes que entre tú y yo nunca ocurrió ni ocurrirá nada. Y ya que estás de tan buen humor y con ganas, Thadeus, necesito que me cubras con Alti esta noche. No es un secreto que compartes los mismos gustos de cama con tu padre. –Thadeus lanzó un violento puño hacia el rostro de Xena, Borias era un tema que Thadeus aún no aprendía a a manejar bien. A pesar de los años, él todavía no superaba la muerte de su padre. Era algo que le dolía y todos, lo sabían. Xena detuvo el golpe con una sola palma, el puño y la fémina mano temblaron suspendidos un rato, hasta que la furia de Thadeus fue cediendo, entonces Xena acarició la mano masculina con sus finos dedos y después la llevó a su boca. Metió el pulgar de Thadeus entre sus labios y lo envolvió con una lengua tibia. Él rodeó la bien formada y fuerte cintura de Xena con su brazo contrario y la volvió a acercar a ella, esta vez con más fuerza. – ¿Cuento contigo? – La guerrera ronroneó mordiendo la carne del pulgar del único hijo de Borias.
Los ojos de Thadeus la miraron repudiándola una y mil veces, pero algo era cierto y él no podía hacer nada en contra de ello, ella y él eran incondicionales. Podrían matarse entre ellos, pero si alguien más amenazaba a uno, el otro enfurecía en cólera para protegerlo. Thadeus recordará siempre cómo Xena protegió el cuerpo de Borias mientras moría. Elenor, antigua Reina de Troit y madre de Callisto, le clavó una espada a Borias desde la espalda que le cruzó el pecho y el corazón. Para él, Elenor solo es la asesina de su padre, la primer mujer que mató y la madre de la niña que Xena cambió por un par de vacas en el puerto de los piratas.
Xena había soltado la mano de Thadeus, ella estaba recordando lo mismo que él. Ella sintió que la presión en su cintura disminuía y pronto se descubrió completamente separada del que fue y será para ella como un hermano. Es por eso que no puede desearlo. Pero lo ha logrado amar, a su modo, a su intensidad, a su capacidad, pero lo ha hecho. Y para un corazón tan lastimado como el de ella, eso, ya es mucho.
– Solo, no nos metas en líos. –Thadeus accedió de esa forma a la petición de Xena. Y con el peso del pasado se internó a las sombras del castillo de Alía dejando a Xena sola, pensando en lo que habría sido de esa niña. No han tenido noticias de Troit desde la matanza y la traición que Alía cometió.
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La Orden de Troit.
>> Más allá de los límites del mar, más allá de lo que se puede volar, la tierra prometida renacerá. <<
Una mujer afilaba su espada, una mujer que ya no tenía lágrimas consiguió reír al ver morir, en sus manos había pintura escarlata. La belleza infinita de su rostro daba contra el reflejo del metal pero ella no lograba ver más allá del filo letal. Ella era la niña que creció mientras todo explotaba. Sus muñecas y tobillos tenían las huellas de los años en los que aquellos piratas la torturaron. Ella murió, su alma no aguantó, la abandonó. Y sus ojos perdieron  color, pero ella sola se levantó. El dolor la hizo invencible, la obligó a nadar en sangre y ella aprendió a no ahogarse.
Es ella lo único indestructible. Ella fue hecha por el odio. Ella es el arma que Xena creó, un arma que tiene como objetivo destruir a su poderoso creador.
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 Gabrielle cepillaba su cabello viendo por la ventana sucia de su habitación en la torre de aislación, que el sol se escondía detrás de las montañas y el cielo tomaba el color del fuego. Se imaginó lo que estaría haciendo en esos momentos si fuera libre. Seguramente tendría un cuenco lleno de almendras y nueces peladas, los niños estarían rodeándola tomando con descontrol las semillas con sus manos para comérselas y tratar de llenar su estómago mientras su dulce voz les relata una historia de magia, de hadas, de guerreros valientes y de esperanza. Ella se quedaría con la porción más pequeña de la comida pero se quedaría callada, fingiría que ha sido suficiente y los ayudaría a acomodar sus cobijas para poder dormir bajo la protección de algún árbol. Pero todos ellos están muertos y ella no será libre jamás. Si sobrevive a la guerra se condenará a Alía para siempre y si no logra regresar a la ciudad, significa que estará muerta, que volverá a ver a su familia en el mundo de los muertos, pero morir, no significa morir sola, sus sueños se habrán muerto con ella también. “Tengo que salir de aquí.” Pensó. “Tanus, Aytan y yo tenemos que encontrar la forma…”
– ¡Gabrielle! –La rubia se distrajo de sus pensamientos, al principio dio un brinco pero pronto esa voz le sonó gratificantemente familia. Tanus. Creyó que no podría verlo en mucho tiempo. – ¿Puedo pasar? –El chico había visto que varias niñas entraban a otras habitaciones envueltas en una toalla, así que pensó que Gabrielle también estaba en esa situación, pero la pequeña ya se había puesto los pantaloncillos grises y lo propio debajo de la playera del mismo color. Solo estaba descalza encima de uno de los colchones. Claro que estaba ahí, solo porque nadie de los otros había llegado ya. Y lo mejor de todo era que si llegaban, no tendría que preocuparse por encontrarse con alguna de las niñas con las que le tocó entrenar, su suerte fue mucha al no quedar con mujeres de su edad.
– Si eres lo suficientemente fuerte para abrir la puerta, creo que sí puedes entrar. –Gabrielle dio un grito como respuesta y luego rio. Se levantó y dobló la toalla con la que se había secado el cabello y el cuerpo. Debía llevarla abajo para ponerla en las canastas de lavado antes de ir a la sala común a cenar. Así es como se lo ordenaron las guardias que estaban afuera de las duchas.
Tanus abrió la puerta con una sonrisa en los labios, producto del comentario de Gabrielle, antes de entrar, echó un vistazo a su acompañante como pidiendo aprobación para hablar un poco a solas con su amiga rubia.
– Creí que no te vería en mucho tiempo. Me dijeron que Najara no tiene su salón en el castillo. –Gabrielle se apresuró a decir cuando vio que Tanus cerraba la puerta.
– Es que sí estoy en el bosque. –El chico de los ojos de diferente color sonrió antes de continuar. – Tenías razón. Najara es increíble, no creí que alguien del gobierno de Alía en verdad se preocupara por los demás.
– Ella te dejó venir, ¿verdad? –Gabrielle preguntó con una sonrisa, sabiendo que era así. Ella también pensaba que Najara era espectacular, es decir, nadie en mucho tiempo la había protegido de esa forma. La envió con Morín y la dejó dormir en su cama. Gabrielle siempre supo que nada es totalmente malo, la vida envía pruebas que aterrorizan, que parecen ser inaguantables, pero el destino se encarga de darte lo necesario para querer seguir luchando; en ese reto, que parecía ser más grande que la muerte de su familia y la incertidumbre que vivía cada día al no saber si conseguiría dinero o comida para los niños y para ella, Tanus, Aytan y Najara eran esos impulsos que la volvían más fuerte. Tanus porque de inmediato le demostró lealtad, Aytan porque le recordaba a los niños que cuidaba antes del ataque de Trease y Najara, muy lejos de servir a Alti, le enseñó que dentro de ella aún existe bondad.
– Sí, vine por mis cosas y las del otro chico, ¿recuerdas?
– Ajá, el alto.
– Hubieras visto como terminó su cabello el día de hoy. –Tanus no pudo evitar reír al recordar la escena. Najara les pidió que esparcieran barro sobre la tierra y que cuando secara, comenzaran a montar las tiendas de campaña como se les había enseñado. El otro chico no supo utilizarla. – Utilizamos barro y él se desesperó, tenía todas las manos embarradas cuando se presionó la cabeza. Sus rizos quedaron todos tiesos y rojos.
Gabrielle consiguió reír un poco. – Yo moriría si eso le sucede a mi cabello. En la ducha de mujeres tenemos jabón de miel. –Gabrielle comentó con una sonrisa animada.
– Bueno, yo aún no me he bañado. Dime, ¿apesto?
Gabrielle se acercó a olfatearlo pero solo consiguió percibir el olor de tierra húmeda combinada con la mezcla que Tanus ya había mencionado, barro. – Ugh. –La rubia fingió asco. – Es como si un ganado completo estuviera pastando. – Tanus se alejó de inmediato, con los ojos saltones y negó rápido con la cabeza oliéndose las axilas.
Gabrielle se echó una carcajada y lo aventó ligeramente. – Era una broma, Tanus, no hagas eso enfrente de mí. –Los dos comenzaron a reír al mismo tiempo. Tanus negó con la cabeza mientras se acercaba al rincón en donde dejó sus pocas pertenencias. Una bolsa tejida en donde tenía una carta de su abuelo y la pluma con la que él escribía. Algunas piedras y dados que había coleccionado toda su vida y habían sido sus juguetes desde niño. Cosas que lo regresaban a Rodeli y lo hacían sentir un poco en casa. Gabrielle lo miró y dio un suspiro antes de girarse completamente hacia él. – ¿Cenarás aquí?
– No lo sé, es que no vine solo, ¿sabes?
– ¿Otros huérfanos vinieron contigo?
– Bueno, en realidad es una huérfana. O lo era, no sé.
Gabrielle se quedó confundida con las respuestas de Tanus. En primera, todas las mujeres estaban o con Xena o con Joxer, no con Najara y nadie dejaba de ser un huérfano hasta lograr sobrevivir a la guerra. La rubia abrió la boca para decir algo pero el crujir de la madera la distrajo, alguien estaba abriendo la puerta. La pequeña se giró de inmediato a descubrir de quién se trataba.
– ¿Interrumpo? –La dulce voz de Najara llenó la habitación. Tanus la volteó a ver y sonrió antes de regresar a sus cosas. Najara había conseguido otro candelabro, ya que estaba oscureciéndose cada vez más rápido. Aunque aún entraba un poco de luz por la ventana. Los ojos de Gabrielle brillaron al verla más que todas las luces juntas, más fuerte que la flama del candelabro incluso. Se veía preciosa. Estaba toda vestida de blanco, pantalones blancos, botas blancas, una chamarra blanca y una tela fina también blanca le rodeaba el cuello protegiéndola muy bien del frío. La rubia más pequeña no se esperaba que Najara acompañara a Tanus por sus cosas. Jamás se le hubiera ocurrido, pero lo cierto era que la sorpresa real, fue para la rubia mayor. Tanus estuvo hablando todo el camino de su “amiga”, no se imaginaba lo que había sucedido entre Gabrielle y Najara. Y para Najara, fue la más dulce noticia enterarse que esa maravillosa “Gabrielle”, era su misma maravillosa niña valiente. La niña brava que no quiso decir cómo se llamaba en el tiempo en el que estuvieron juntas, (Que fueron apenas minutos) compartía nombre con el más fuerte de los arcángeles: Gabriel.
– ¡Najara! –La expresión de Gabrielle fue emocionada, pero salió con sutileza aniñada de su voz. Sus piernas la condujeron rápido a la puerta y sus brazos terminaron rodeando su cuerpo con fuerza. La mujer mayor correspondió al abrazo de Gabrielle, embelesada por su ternura.
– Hola, pequeña necia. –Una risa igual de dulce que Gabrielle salió de los labios rosas de Najara. Sus dedos recorrieron el cabello mediano de Gabrielle, sintiendo la humedad del agua del baño y esparciendo así hasta su nariz la fragancia de deliciosa miel. Gabrielle al escucharla se aferró aún más a ella iba a ser muy difícil separarla y no era algo que Najara quisiera hacer, por lo menos, no tan pronto.
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Xena estaba sentada en el suelo de su salón, con la espalda recargada en la pared fría de piedra y sus piernas estaban abiertas dobladas dejando a sus rodillas como soporte para sus brazos. Después de su encuentro con Thadeus esa tarde, no había podido moverse de ese sitio. Los músculos estaban más que entumidos y su mirada llevaba horas contándole a la soledad la parte de su vida que ha tratado de olvidar.
 “Te envenenaron. Yo no estaba ahí para protegerte. Cuando llegué, fue demasiado tarde. Te habías ido, te fuiste, te fuiste y me dejaste sola. Mi vida perdió sentido. Te encontré solo para perderte otra vez. Y desde entonces, he sido un monstruo. Yo dejé a una niña sin madre y la vendí para que la violaran cada noche, ella solo tenía 10 años. Hoy ha de estar muerta. Como todos esos niños que maté, las familias enteras que me cargué, todos esos días de toque de queda en los que creí que estaba vengando tu muerte, que me sentiría mejor al ver a otros sufrir de la misma forma en la que yo lo estaba y lo estoy haciendo, pero hoy, que volteó hacia atrás, solo sé que no sé qué quién soy.  No tengo idea de adónde ir. No tengo ni la mitad de coraje que tú tenías y no soy tan valiente como parezco. Soy alguien que pretende ser algo que no es, asusto a la gente y nadie puede ver más allá del miedo que provoco.” –Entonces, Xena recordó a la niña que lloró la muerte de una extraña, como si la conociera de toda la vida. Recordó su voz exigiéndole una explicación. “¿Quién eres tú?” Le gritó. Es algo que, la guerrera, si tuviera que responder, no sabría cómo hacerlo y se partiría, justo como se estaba rompiendo mientras le hablaba al recuerdo de su hermano.
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“Sufre, sufre Xena.” “Yo me encargaré de que ni ella, ni tú, sepan quién eres.” “Ella está en los brazos de alguien más, no en los tuyos.” “El camino puede cambiar, ella puede unir el suyo al de alguien más. Y entonces, esta será tu última vida.” “Te alejaré de todo lo que te da fuerza.” “Nunca sabrás lo que esa niña significa en tu vida.” “Y después de eso, no habrá poder que me detenga. El mundo volverá a ser mío y ni siquiera Gabrielle recordará quién fue Xena.”
Los dedos de Alti salieron del Cáliz de Hielo, que los Reyes de Nieve le obsequiaron cuando subieron al trono de Lorde. Ella observó lo que sucedía en la vida presente de Xena y Gabrielle. La magia de ese cáliz es inalcanzable, puede mostrar el presente y el pasado de las personas. Puede reflejar cualquier sentimiento. Es un cáliz de magia blanca, lo único más fuerte que la magia negra, pero Alti ha logrado adueñarse de él, ha vertido lágrimas de Xena dentro, las que tomó cuando limpió su rostro después del asesinato de su hermano Lyceus. Si el cáliz se apaga, la vida de Xena se apaga con él. Lo único que Alti necesita para lograr extinguir el fuego congelado del cáliz, es que el corazón de Xena termine por ser quebrado. Y Gabrielle se encargará de eso.
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Xena miró el bulto enfrente de ella. – Tengo que enterrarla. –Llevó sus dedos al rostro y comprobó que sus mejillas estaban perfectamente secas. Calientes, pero secas. Tal vez tenía un poco de fiebre. No había dormido en mucho tiempo y solía olvidarse de comer por entrenar. Nada con lo que no pudiera lidiar. Se levantó maldiciéndose por lo que acababa de sentir. En verdad detestaba volverse tan frágil, pero a veces era necesario recordar que ella también era humana.
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Gabrielle convenció a Tanus y a Najara de que se quedaran a cenar esa noche en el castillo y una vez acabara la cena, se irían de regreso a su campamento. Tanus pronto se unió a la petición de Gabrielle y Najara no encontró otra opción que no fuera aceptar.
 “Primero taparla. Y luego, tú pequeño problema, vas a ayudarme a sacarla de aquí en la noche, la vamos a sepultar y luego, puede que te dé algo cenar. Aunque debería prohibirte la comida y encerrarte en los calabozos. Nadie con vida se ha atrevido a cuestionarme.”
Pero, las palabras de Xena resonaron de nuevo en sus oídos. La sensación de frío y calor en su interior volvió. Intentaría estar alerta, pero algo le decía que eso no serviría, Xena encontraría la forma de sorprenderla.
– Gabrielle, ¿nos vamos? –La voz de Najara llamó la atención de Gabrielle, quien no alcanzó a escucharla.
– ¿Eh? –La pequeña subió la mirada y el rostro, la luz del fuego detallaba su barbilla fina y sus ojos verdes se fusionaban con el naranja ardiente.
– Que si nos vamos. –Repitió Najara. – ¿En qué tanto piensas?
– ¿Yo? –Gabrielle quiso pasarse por despistada, pero, no lo logró. – En, nada.
– Tanus, ¿Por qué no vas a conseguirnos una mesa? Ese lugar se pone imposible en ocasiones, Gabrielle y yo bajaremos en un momento. – El chico miró a las dos mujeres rubias un par de veces antes de asentir y marcharse.
Najara esperó a que Tanus cerrara la puerta para sentarse en forma de flor de loto enfrente de Gabrielle. – ¿Estás mejor? –La mujer le preguntó a la pequeña.
Gabrielle asintió. – No ha sido un día fácil, pero creo que puedo acostumbrarme.
– ¿Y qué tal Xena?
Gabrielle simplemente alzó los brazos y suspiró. – Ella no está tan mal…
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Xena estaba escondida detrás de uno de los enormes cilindros de piedra que iban del piso al techo del castillo. Estaba a un lado de la puerta de la sala común, pudo ver cómo miles de niños y adolescentes se movían desesperados por encontrar un lugar cómodo para cenar. Estaba esperando por Gabrielle. Sus ojos se entrecerraron cuando “el pequeño problema” apareció. Y entonces, el problema no era realmente esa niña con flequillo rubio, sino la mujer de cabellera dorada corta que venía riendo al lado de ella. Xena sintió claro como las tripas se le revolvieron, tuvo una sensación de pérdida que provocó más calor en su cuerpo del que la fiebre ya estaba produciendo. Sus uñas se clavaron en sus palmas al mismo tiempo de que su dentadura blanca se apretaba. Qué demonios estaba haciendo Najara ahí con ella. No. Qué demonios estaba haciendo su pequeño problema con esa mujer. Era como, si la niña le perteneciera, desde mucho antes que esa vida.
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guerraporlapaz-blog · 9 years
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●━━❅ Xena, Destructora de Naciones.
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guerraporlapaz-blog · 9 years
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Capítulo 2
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– ¡Xena!
La guerrera dio un pequeño salto, se giró para atrás y su mano terminó apretando el cuello de un hombre unos centímetros más bajo que ella contra la pared que estaba cercana, sus dedos parecían querer meterse en la piel gruesa mientras que su palma era lo suficientemente fuerte como para tronarle la tráquea, pero nada de eso sucedió. – ¿Eres estúpido o quieres que mate? –La pelinegra rugió con la frente propia rozando la ajena peligrosamente, cuando se dio cuenta de que el hombre que estaba a punto de matar era Joxer. – ¿Por qué siempre haces eso, Joxer? –A mala gana se deshizo de su presa separando sus largos dedos con cuidado, sabiendo que éstos se tatuarían por varios días en el cuello del que es lo más cercano a un amigo para ella. Suspiró maldiciendo, sin superar aún la sorpresa. Le dedicó una última mirada mordaz a Joxer, quien se tomaba el cuello con las manos y tocía intentando conseguir oxígeno del aire. Se retorcía de forma exagerada, algo común en él. Xena supo que estaría bien en unos instantes así que se volvió hacia donde mirada y descubrió con decepción que la convicción que nacía de unos jóvenes ojos verdes ya se había perdido entre la multitud.
El pecho se le inflaba aceleradamente y su gesto estaba abatido, tenía las facciones apretadas y como siempre, sus expresiones eran imposibles de leer, Joxer había conseguido sorprenderla de verdad y no era porque él fuese precisamente sigiloso, todo lo contrario, los kilos de metal sobre su cuerpo le hacían absurdamente pesado y ruidoso. Pero Xena estaba concentrada en el extraño dolor que esas pupilas adornadas de color oliva causaron en su estómago. Era un jalón fuerte, como si los intestinos se le retorcieran y formaran un nudo que no logró subírsele a la garganta solo gracias a su control y la fiel inoportunidad de Joxer. Que siempre resultaba muy oportuna.
Sus dedos temblaron sobre su abdomen, el vacío común que sintió desde siempre, parecía volvérsele ese día más grande. Y solo por un segundo, la tristeza y la soledad que dormían dentro de ella lograron vencerla. Sus ojos celeste reflejaron la tremenda necesidad de vivir, las infinitas ganas de ser perdonada por sí misma y la debilidad noble que cualquier guerrero guarda dentro. Xena apretó los huesos del cuello reteniendo aire en el pecho, cerró los ojos con fuerza, sus labios se torcieron hacia un lado, tuvo que conseguir fuerza para tragarse sus sentimientos. Ella desde muy pequeña estuvo acostumbrada a retener sus emociones, su ley más grande le impedía mostrar a los demás lo que realmente era, no podía culparse por ello, no después de ser traicionada tantas veces.
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– ¿Qué quieres Joxer? –Xena murmuró, había logrado abrir los ojos lentamente y con discreción buscó las posibilidades de que alguien a parte de ella se hubiese dado cuenta de su desbalance. La sala común estaba en completo silencio, los niños habían cedido y estaban siendo dirigidos a sus respectivos salones, en donde se supondría que ella debía estar para esperar a su grupo. Al igual que Joxer. Pero la guerrera se permitió unos segundos de tranquilidad al saber que nadie se había quedado a mirarle. Que todos los guardias debieron estar ocupados con los niños difíciles y que Alti debió haber perdido interés en cuanto todos los gritos callaron.
– Alti, Alti quiere vernos esta noche. –El hombre tosió dos veces, sin dejar de sujetar la garganta y respirar ruidosamente. – Hoy sí te asusté, ¿verdad? –El amigo de Xena agregó con una risa que sólo logró molestar a la guerrera.
– Por supuesto que no. –Xena se giró con fuerza nuevamente hacia él. Su voz fue suficiente para que Joxer retomara la postura digna de un líder y su risa se escapó en cuanto vio los enojados ojos de la mujer más alta. – ¿Y qué es lo que quiere?
– No lo sé, solo, quiere a todos los guardianes reunidos en la plaza roja a media noche. –Joxer levantó los hombros queriendo creer que no se trataría de nada importante. – Tal vez quiera que le demos un baño a la luz de la luna.-Frunció los labios orgulloso de su ocurrencia, que para él, fue muy divertida.
– Me das asco. –Xena rugió bajamente con desprecio, sabía que Joxer bromeaba pero ella era incapaz de poder reír a costas de Alti. No por respeto, por supuesto que no, sino por culpa. Por la culpa de haber sido y ser la mejor pieza en el ajedrez con la que Alti ha quitado tantas vidas. – No puedo creer que no hayas aprendido nada de Borias. –El veneno en sus palabras no fue intencional, pero aun así, logró internarse dentro de Joxer, sus ojos cayeron al suelo y su rostro no se molestó en ocultar que la guerrera había tocado el punto más débil del hombre más noble que ha conocido y por la única persona viva por la que llegaría a dar la vida. – Joxer yo…
– No Xena. –Él habló antes de que Xena pudiese reparar lo irremediable, suspiró profundamente y con la voz rendida dejó sin palabras a su amiga. – Borias se equivocó. –Puso la mano sobre el hombro de Xena y le sonrío. – Pero haré todo lo posible por regresar a la mayoría de mis chicos con vida de la Guerra por la Paz. –Camino derecho a la puerta que estaba a unos metros de los dos, miró unos instantes la espalda de Xena y después salió.
El cuello de Xena se estiró, dejó caer su cabeza hacia atrás y no consiguió explicarse por qué tenía que arruinar todo siempre. ¿Por qué se dedicaba a lastimar lo único que tenía? ¿Es que quería probar hasta donde iban a resistir? ¿En qué momento iba a quedar completamente sola?
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El grupo de Najara fue dirigido al bosque dentro de los muros de la ciudad, sus niños estaban reunidos alrededor de leña acomodada para formar una fogata; algunos estaban sentados en los troncos dispuestos a un lado, otros sobre el pasto recargados en unas rocas medianas y solo uno, estaba parado, alejado del resto recargado en la corteza de un árbol. Ese era Tanus, que tenía los brazos cruzados y la respiración cortada. Estaba preocupado por Gabrielle, pero más que por ella, por el pequeño Aytan. Los niños de Theder fueron llevados a las montañas. Dicen que Theder pidió su salón hasta allá solo para poder arrojar a los acantilados a los niños que no le sirven.
Los murmullos que Tanus podía escuchar se silenciaron al momento en que el grupo se dio cuenta de que Najara estaba aproximándose. Se había quitado la armadura que llevaba en la ceremonia de asignación y quedó vestida en unos pantalones holgados de lana color marrón, una playera de algodón color blanca y una chaqueta que la cubría del frío del mismo color que sus pantalones. Sus pies estaban abrigados por unas botas que parecían ser de piel. Detrás de ella venían dos guardias que a Tanus le pareció haber visto al llegar. Uno tenía una cicatriz en el pómulo izquierdo y el otro tenía la barba descuidada, parece que ellos fueron los que les ofrecieron agua a todos en la entrada, antes de que los llevaran a las torres en donde pasaron la noche anterior. Ellos y otros más. Y al igual que Najara, ellos no vestían de armadura, sino también con ropa abrigadora gris y marrón. Tanus resolvió que así eran las cosas con Najara y que las formalidades de un ejército se dejaban solo para ceremonias como esa y para la verdadera guerra.
La hermosa mujer de ojos verdes y cabello corto dorado se colocó enfrente de un tronco que todos habían dejado libre, se sentó mirando a cada uno de sus chicos, parecían no tener miedo, pero ella sabía bien lo que era estar en la ciudad aliana por primera vez. No quieres que los demás descubran tu dolor, pero al mismo tiempo quieres gritar lo que sientes, que alguien te escuche y logre entenderte. Najara estaba a punto de comenzar a hablar, pero sus ojos detectaron la figura de Tanus, mirándola fijamente, el chico no tuvo la oportunidad de esquivar la tierna y a la vez dura mirada de la rubia mayor. Pero Najara le ayudó apartando sus ojos de él unos instantes después y entonces, una vez habiendo conocido los rostros de todos los nuevos soldados, prosiguió a hacer lo necesario. – Sé que aún no entienden muy bien por qué están aquí. Algunos saben los verdaderos motivos de la guerra, otros no. Muchos desconfían del gobierno aliano y su reina. Pero les aseguro que no hay nada por lo qué temer. Desde el día de hoy seré más que su líder, su guardiana. Les ayudaré a estar listos para enfrentarse a todo lo que se venga y verán que, lograrán encontrarle un nuevo sentido a esta vida, que aunque dura, es maravillosa. –Las palabras dulces de Najara consiguieron un efecto positivo en cada uno de los muchachos quienes la miraban atentos, cada uno entiendo esas palabras a su manera. – A la muerte no hay que temerle, hay que verla de frente y estar lo suficientemente seguros como para decirle que su misión en esta tierra no ha terminado y aún tienen la suficiente fuerza para cumplirla. –Najara miró la leña en medio de todos y suspiró. – Juntos vamos a aprender y cada uno encontrará su destino y lo que quiere para él. Este será nuestro bosque. Sé que muchos o la mayoría dejó sus cosas en las torres así que mis soldados irán por ellas y para la noche ustedes tendrán sus pertenencias con ustedes. Y lo que aprenderemos hoy será bastante sencillo y a mí siempre me pareció divertido, armarán una casa de campaña para cada uno de ustedes y elegirán qué quieren tener dentro de ellas. Tenemos muchas cobijas, almohadas, cantimploras, lámparas y demás cosas, elegirán cinco pertenencias el día hoy, por ser su primer entrenamiento y mañana y los días que se vengan, la cantidad de cosas que podrán tomar y volverlas suyas dependerá de sus logros y sus desempeños. No se preocupen, que estoy segura que todos, todos los días tendrán algo nuevo que simbolice su esfuerzo. –Najara terminó con una sonrisa amable y dirigió la mirada a los guardias que la acompañaban y se mantuvieron de pie mientras ella hablaba. – Ludo, Andrew, lleven a los chicos al campamento y hagan una lista de todo lo que tienen que ir a recoger a las torres. En un momento voy y comenzamos con el trabajo de hoy.
Todos los muchachos entre quince y veintidós años se levantaron para seguir a los guardias, la mayoría estaban desnutridos, eran fuertes por el trabajo en sus pueblos, hijos de mineros, carpinteros, herreros, granjeros, trabajos pesados que les daban resistencia, pero la falta de comida era mucha. Y aunque Alía fuese la nación en mejores condiciones de las cinco órdenes, su población era tanta que los alimentos no alcanzaban y si los niños no morían por inanición, morían por los “ataques” que las demás órdenes mandaban a sus territorios. El problema estaba cuando eran los padres quienes morían y los hijos permanecían con vida. La milicia aliana tenía por obligación entregar cada tres meses a todos los niños huérfanos que se hubiesen encontrado en cada uno de los pueblos. Y aunque a los veintidós años, un hombre y una mujer ya han dejado de ser niños, la ley aliana no los considera adultos libres hasta los veintitrés. Y si son capturados antes de contar con esos años, jamás son libres. Están destinados a vivir en Alía hasta la muerte, justo como Xena, Najara, Theder y Joxer. Thadeus es el único hijo de sangre de Borias y la reina muerta, por lo que él nació para servir exclusivamente a su corona.
– ¿Te quedarás ahí? –Najara había caminado hasta el árbol en donde Tanus estaba recargado. – No querrás dormir teniendo el cielo como techo.
– Una amiga dice que es no es tan malo. –Tanus respondió mirando a Najara al rostro, más no precisamente a los ojos. Él recordó que Gabrielle no había tenido un hogar en mucho tiempo pero supo que su vida no había sido mala.
– No, no es tan malo. –Coincidió Najara con él. – Pero habrá momentos en donde sea necesario, esta noche tienes la posibilidad de dormir protegido y además puedes elegir unas mantas calientes como pertenencias al final del día. ¿No te parece…? –Najara dejó un espacio en su pregunta, preguntando el nombre del joven aliano indirectamente.
– Tanus –Dijo con desinterés y tuvo que alzar la cabeza por respeto, la miró al fin a los ojos y se dio cuenta que dentro de ellos había una transparencia y sinceridad infinitas, por lo menos eso era lo único que parecían querer reflejar esos esmeralda. El chico dio un suspiro y se rascó la nuca, como siempre hace cuando las palabras se le pierden.
– Algo te preocupa. ¿Verdad? Y no es precisamente algo sobre ti, sino de alguien más. –Najara tenía un don especial para saber leer a la gente. Más a personas tan especiales como Tanus y la chiquilla que conoció en los últimos días de búsqueda. Aún no sabía el nombre de esa niña rubia que Theder estuvo a punto de matar a golpes. Pero sus ojos eran especiales, dignos de la valentía que llegó a cautivarla en segundos y sabía que pronto la encontraría entre los nuevos soldados, quería conocerla, igual que al chico que miraba atenta en ese momento, sus puertas del alma, como ella llamaba a los ojos, eran místicas y extrañas. Tenían el color del café en un ojo y en el otro, la luna gris brillaba alrededor de una pupila negra bien definida. Najara no creyó que en un solo lugar pudieran existir dos pares de puertas al alma tan bellas, los ojos verdes de ella y los ojos café y gris de él eran cosas que, ella no encontraría en otro lado que no fuera esa mágica tierra aliana. A pesar de todo, Alía era magestuosa, llena de valles, montañas frondosas, ríos feroces y tranquilos, mares en costas en donde la erosión era culpable de causar los más hermosos paisajes. Por eso Alía valía la pena, por todos los secretos que esconde, cada rincón recuerda a los alianos lo insignificantes que son como humanos, comparados con la fuerte belleza de la naturaleza. La madre de todo. El lugar en donde nacen los hijos de los ángeles. Alianos. – No vas a negarme nada, tus ojos ya me han contado todo, yo los llamo las puertas del alma. –Y en un susurro, Najara le confesó su secreto a Tanus.
Tanus bajó la mirada, pero los dedos de Najara detuvieron su barbilla y la alzaron nuevamente. Él volvió a suspirar como lo hizo hacía un rato. – Es… -Se detuvo, pensándose bien el hablar o no.
– Puedes decir lo que sea, verás que encontraremos una solución.
– Es Theder. Un amigo está con él y he escuchado lo que dicen, lo que hace con los niños que no son útiles, que los desecha.
Najara negó con la cabeza y tomó con su mano libre el brazo de su muchacho. –No, no tienes por qué preocuparte, Theder tiene formas que a mí no me parecen y puede ser un bastardo con las mujeres, pero Alti sabía lo que hacía cuando dejó a los varones más pequeños a su mando. Él perdió un hijo porque su mujer nos traicionó a todos al unirse a Orden de Trease, te aseguro que ver morir a los niños es lo que más lo debilita y hará todo por convertir a cada uno de ellos en buenos guerreros. Los más pequeños no van a la guerra, pero deben creer que lo harán, para que se esfuercen más. Tampoco estoy a favor de asustarlos pero para mi desgracia y la de ellos, funciona.
– Entonces, ¿Theder no aventará a nadie por ningún acantilado?
Najara río en simultáneo cuando vio la sonrisa esperanzada que mostraba unos dientes casi perfectos. – No, claro que no. Está bajo mi mando así que todo lo que decida, debe ser autorizado por mí primero. Al igual que Thadeus y Joxer.
– Y, ¿qué hay de lo que hace Xena?
– Bueno, Xena tiene la confianza de Alti, al mismo grado que yo o tal vez un poco más, pero ella tiene otros asuntos que tratar y lidiar con ella resulta siempre un problema. No hay forma de ir en su contra cuando ella cree estar en lo correcto y gracias a los Dioses, sus ideas no siempre resultan mal. –La voz de Najara sonaba comprensiva, pero fue la primera vez que habló sin ver a Tanus a los ojos, en cambio, sus ojos endurecieron y miraron hacia lo profundo del bosque, Tanus estaba demasiado tranquilo como para notarlo. Entonces, un extraño sonido removió a Najara de sus pensamientos y volvió la vista al muchacho, más no a su rostro sino a su estómago. – No me digas que no probaste bocado en el desayuno. –Najara sabía que ese rugir era de un estómago que llevaba días hambriento.
Tanus sonrió ligeramente haciendo una mueca que afirmaba las palabras de Najara. No quiso comentar el porqué de su apetito no satisfecho, porque contar sus propios actos de nobleza no le parecía correcto, pero había dejado que Gabrielle y Aytan tomaran el desayuno al ser él el último en llegar a las escaleras de las torres de aislación.
– Vayamos a que comas algo antes de todo. –Najara dijo en un suspiro incrédulo, ella en su primer desayuno arrasó con todo lo que había en su plato, fueron las tortas de carne en salsa de tomate más ricas que había comido en su vida y aunque después se acostumbró a comer bien tres veces al día, ningún platillo le supo mejor que ese. La rubia rodeó el cuello de Tanus recargando su brazo en sus hombros, lo animó a caminar y él accedió a la promesa de un tazón lleno de comida caliente.
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Las botas de Xena chocaron en contra de la piedra del suelo, se estaba aproximando a la puerta de su salón. Ella optaba por empezar a entrenar en el castillo. Observaba a sus soldados en entrenamientos en donde hacía que su resistencia física sobrepasara los límites durante una semana. Quienes se rompían los músculos, quienes no eran rápidos o quienes simplemente no tenían desarrollados los instintos y la adrenalina los atontaba en vez de ayudarlos, se iban como ayudantes a la cocina o eran entregados a los encargados de coordinar a los sirvientes del reino. Era un arreglo que tanto Thadeus y ella tenían con Alti. Se convertían en esclavos, pero no tenían que sufrir la música de la guerra y ambos guerreros aseguraban que la vida es más llevadera cuando los fantasmas de los que mataste y viste morir no te persiguen.
Xena azotó la puerta de madera al entrar, se cerró con un estruendo que logró provocar un escalofrío en la espina década una de las niñas que estaban ahí, excepto de una: Gabrielle. Sus ojos se clavaron en todo el cuerpo de Xena, primero sus botas, las partes en que sus muslos estaban desnudos y podía ver la piel de la guerrera, luego la falda del traje de cuero y finalmente unas líneas de metal que le protegían el pecho, ella era mucho más alta de lo que pensaba y parecía ser mucho más fuerte de lo que Gabrielle podría imaginar. Subió por las finas facciones del rostro de Xena y se concentró en los ojos azules entrecerrados, su guardiana estaba mirando el cuarto en el que estaban, era largo, de paredes de madera como el resto del castillo, había colchonetas y armas colocadas en un gran estante del lado derecho, era sobrio, justo como el gesto de Xena. Quien acababa de aprobar la apariencia del sitió con una mueca. – Por fin quitaron esas horribles banderas. –Se dijo para sí, pero todas en el salón escucharon. – Muy bien, pequeños corderitos, vamos a empezar. - Levantó el brazo derecho y tronó los dedos llamando la atención de la niña más cercana a ella, Gabrielle logró separar la mirada de la imponente mujer y se preocupó por lo que podría hacer con la niña más pequeña que ella. Gabrielle estaba hasta atrás, en donde parecían haberse acomodado las más grandes. La niña de cabello castaño se levantó con un temblor en las piernas que era obvio para todas y más para Xena, la guardiana succionó sus mejillas, en un ademan de molestia. Todos ahí le tenían miedo, creían lo que escuchaban de ella y aunque casi todo era cierto o incluso peor, nadie se tomaba la molestia de conocer sus razones y para qué, si era mejor que pensaran que era una máquina de asesinar personas sin motivos. Su vida se volvía un poco más tranquila y a la vez aburrida, triste y sola. Adjetivos que nunca aceptaría. –Trota. –La guardiana ordenó, la niña llena de pecas cafés por todo el rostro, no se movió. – Si no empiezas a trotar ahora, haré que las ejecuten a todas en medio de la plaza roja. ¿Mmm? ¡Trota! –Xena gritó y con la barbilla señaló el punto por el cual la pequeña morena tendría que empezar. Pero siguió sin moverse, sin poder hacerlo, el miedo iba en contra. Xena estaba poniéndose roja, dio unos pasos hacia ella pero algo la detuvo.
Gabrielle había cruzado entre el pequeño grupo de muchachas y había llegado hasta paralizada niña, se puso enfrente de ella cubriéndola de los ojos de Xena, por ende, su espalda desnutrida cubierta por su camisa gris se mostraba osada frente a los ojos de la guerrera. – Oye, oye sé que tienes miedo, todas lo tenemos, pero tenemos que hacer lo que nos dicen, queramos o no… -miró a las demás hablando lo suficientemente fuerte como para que todas escuchasen. – tenemos que hacerlo. –Tomó entre sus manos el rostro de la niña y limpió con sus pulgares dos lágrimas que se resbalaban por sus pecosas mejillas. –Anda, yo iré detrás. –Gabrielle aseguró, su respiración se había disparado, sus ojos se volvieron neblinosos, sentía en la nuca la mirada incisiva de Xena, como si sus ojos azules fueran capaces de quemarle la piel como el ácido. Y es que eso eran, un ácido del color del hielo, cruel y letal. La niña más pequeña empezó a correr lento, desde el punto en que Xena había señalado elegantemente con su barbilla. Gabrielle agradeció haberse ofrecido para correr detrás, no creyó poder hacerle frente a la mirada que la desnudó por completo. Sus rodillas se rodaban suavemente, mantenía el ritmo y estaba a un metro de distancia de la pequeña a la que ayudó. Sus manos blancas tenían que sostener su pantalón, que se caía con el simple movimiento, odió estar tan flaquita y menuda, si ya era incómodo caminar así, trotar lo era más y sabía que sufriría mucho si Xena les pedía correr que, seguramente lo iba a hacer.
Xena se quedó callada, tenía los puños cerrados y las uñas le lograron abrir algunas capas de piel de la palma, no las suficientes para hacerla sangrar pero sí para provocar un picor insignificante. Dejó que las dos chiquillas avanzaran por el largo del salón sin hacerles nada, ya pensaría en algo para humillar a Gabrielle, que no solo se atrevía a desafiarla y darle la espalda, sino que había provocado que sus intestinos se removieran en cuanto vio sus ojos después de la asignación. La guerrera descubrió que la aborrecía porque le recordaba a alguien que ni ella misma sabía si existía. La mujer de las cruces. En los sueños más profundos de la guerrera, había podido ver que una mujer a la que ella adoraba con cada espacio de su ser, estaba sufriendo por su culpa. Ambas estaban entre el invierno de diciembre y dos cruces de madera. Nunca soñó lo suficiente como para ver el rostro de esa mujer, pero en su último sueño, que fue hacía alrededor de siete años, logró escucharla decir: “Te amo, Xena.”
– La última en unirse a la fila, se despertará una hora antes que todas para acomodar las colchonetas durante una semana. – La pelinegra habló. Todas las chicas se empujaron para hacerse en la fila, pronto todas estaban corriendo detrás de la castaña y la valiente Gabrielle. Fue una muchacha de raza negra la que quedó al final, tenía heridas severas en las piernas y no soportó los jaloneos de las otras. Cayó al suelo y a pesar de poderse haber quedado ahí tirada, decidió levantarse. Xena guardó una sonrisa aplaudiendo su esfuerzo, alzó un poco la mirada azul y vio cómo la segunda muchacha de la fila, esa niña de ojos verdes, se había separado un poco de la línea, Gabrielle estaba lista para correr a ayudar a la chica que cayó al suelo. La niña de raza negra se dio cuenta de ello también y le regaló una sonrisa a la rubia, quien correspondió. Pero al saberse observaba por Xena, cohibió la mirada y se volvió a emparejar con la niña de enfrente.
 Gabrielle contó siete vueltas trotando. Es algo absurdo, porque todas sabían que eso era una especie de calentamiento. Al menos ella lo sabía, cuando sus padres vivían, los tres jugaban con una pelota hecha de fajas de cuero viejo que su padre le regaló a su hermana Laila en Navidad. Antes de poder empezar con el partido, su madre las hacía calentar dando unas vueltas alrededor de la casa trotando, decía que así acostumbrarían a sus músculos al ejercicio y reducirían el riesgo de lastimarse. Una fractura no era rentable para ellos, su padre se lastimaba constantemente en su trabajo de constructor, lo tenían que llevar al médico y gastaban la mitad de los dinares destinados a su comida. Pero, ¿qué más podían hacer? Preferían tener menos porción de alimento en cada comida a ver a su padre sufrir. Siempre que algo así sucedía, su madre se sentaba en la cama enfrente de ella y se subía a Laila a las piernas. >>“Papá se ha lastimado de nuevo en el trabajo.” Antes de que su madre pudiera continuar, Gabrielle se apresuraba a preguntar si él estaba bien o si se iba a recuperar pronto. Su madre intentaba guardar control en su voz y sus ojos para no llorar, pero sus manos temblaban junto con todo su cuerpo, le preocupaba su marido, en todos los sentidos pero le partía igual el alma el hecho de tener que arrebatarle a sus hijas parte de su comida. “Él está bien tesoro, pero tendremos que llevarlo con el doctor y comprar medicinas…” Gabrielle interrumpía de nuevo. “Laila y yo podemos comer raíces este mes, ya están listas, las estuvimos cuidando todo el año. ¿Verdad, Li?” Laila asentía y ambas sonreían conformes y felices con la solución, su madre intentaba imitar su tranquilidad pero el buen corazón de sus hijas la llenaba de alegría y creía no poder soportar tanto amor, quisiera poder darles todo, seguridad, un plato de comida caliente todos los días y una vida sin miedos, pero estaba muy lejos de poder hacer siquiera una sola cosa de esas. En cambio, tanto Laila como Gabrielle, estaban agradecidas por tener dos padres como ellos.
– Siete vueltas corriendo. –Gritó Xena sin aprovechar el hecho de la habitación. – Las primeras diez que lleguen pueden descansar, las demás, darán dos vueltas más. ¡Rápido! ¡Rápido o nos quedamos todo el día en este lugar corriendo! –La guardiana advirtió y la primer batalla de todas las niñas dio inicio.
Las más grandes se hicieron a la delantera, Gabrielle intentó ir al ritmo de la niña castaña, quien estaba roja, cansada y con las ganas de llorar quemándole el rostro. Intentaba ser más rápida pero era evidente que no lo era. Le faltaban energías. Pero defendió un lugar digno entre las diez primeras al igual que Gabrielle durante las tres vueltas que las acercaban a la mitad de las que Xena había ordenado.
– Ya no puedo. –Murmuró la niña más pequeña a Gabrielle.
– Vamos, nos faltan pocas. –Gabrielle la tomó del brazo y la jaló dándole impulso. Funcionó una vuelta y media más, cuando la pequeña se frenó de golpe. Gabrielle no la soltó y se detuvo con ella. –Por favor, por favor, aguanta un poco más. –Ella también estaba agotada y mareada, con ganas de volver lo poco que había logrado meterse al estómago esa mañana. Se sentía igual de golpeada que la vez que Theder le sumió los puños y los pies en el estómago. –Sigamos. –Pronto, la posición que llevaban estuvo muy lejos dentro del rango que Xena había dado. Otras se habían convertido en el número nueve y diez. No estaba segura de que le iba a ser posible aguantar cuatro vueltas y media. Pues si no llegaba dentro de las diez, tendría que correr dos más.
– Hey ahí, si se detienen en medio de la guerra, morirán, no importa quién sea quien se quede atrás, no importa si es su madre, su hermano o su amigo, si los esperan se habrán rendido también. –Las palabras explotaron en la garganta de Xena. Ella estaba en el inicio, contando las vueltas de cada niña. Había una a la que le faltaban solo dos. Pero había otras, a las que les faltaban cuatro. Seis y media si no se apuraban.
Gabrielle escuchó. Tomó los brazos de la niña que se sostenía de ella sin poder recuperar su respiración. –Eso no es cierto. No voy a dejarte, pero tampoco me dejes a mí, corre, por favor corre. –Gabrielle le suplicó con susurros tajantes. La niña de pecas la vio a los ojos, la rubia la había ayudado bastante, no podía fallarle. Ella asintió y con un último esfuerzo corrió con ayuda de Gabrielle. Cuando estaban por terminar las siete vueltas se dieron cuenta de que el esfuerzo, lo hicieron demasiado tarde.
Diez cuerpos femeninos cansados estaban alrededor de Xena, sentadas en el suelo con una cantimplora que la guerrera les estaba terminando de repartir a todas, ya ni siquiera poniendo atención en las que quedaban. Gabrielle agarró el brazo de la niña pecosa y la obligó a seguir corriendo. – Vamos a terminar. Vamos a terminar. – Dijo entre jadeos que le dolieron en el pecho. Su garganta se había secado y le era imposible siquiera producir saliva. Sus muslos pedían una tregua, la fricción de su piel ya le ardía, seguía sujetando sus pantalones con una mano y seguía intentando atorarlos para que no se bajaran en cada momento. Estaba tan metida en cumplir con las dos vueltas más y en el problema de su pantalón que no se dio cuenta de lo que comenzó a ocurrir a su alrededor.
La joven de raza negra azotó en el suelo, se dio en la cara muy fuerte. Pero no fue la única, a una pelirroja le fallaron las rodillas y al impacto del suelo la piel se le abrió, otras tres más de cabello negro y tez morena cayeron también, de forma menos escandalosa y dolorosa, pero sin la opción de pararse nuevamente, todas excepto la pelirroja habían perdido el sentido. Gabrielle sintió un jalón fuerte y lo único que pudo hacer fue meter las manos al frente, iba tan rápido que se derrapó y las manos que ya de por sí estaban heridas por los vidrios que le entraron cuando Theder la sometió, se rasparon ahora con la roca filosa del salón. La niña que ayudó cayó sin noción encima de ella. Gabrielle se volteó con cuidado y se sentó, la rodeó con los brazos y le movió la cara ansiosamente. – ¡Está inconsciente! –Gritó con tono de urgencia. En los siguientes segundos nadie llegó a ayudar. – ¡Xena! –Gabrielle se llenó de valor, su gritó rompió en toda la habitación, la rubia se descubrió mirando a los lejos el cuerpo fuerte y grande que no se movía, no reaccionaba, a Xena no le importaba. Y es que Gabrielle tardó en darse cuenta que la niña que estaba en sus brazos no era la única en esa condición, sino todas con las que corría, también habían terminado tendidas en el suelo. Su corazón quería huir de su pecho, se le agitaba terriblemente mientras pasaba la vista por cada una, la pelirroja la miraba con miedo pero pronto no la miraba de ninguna forma. Sus ojos se cansaron también. – No, no cierres los ojos, ¡no! – Gabrielle se escuchó gritar, negó con la cabeza asustada y desesperada, paseó la vista hacia las otras chicas de cabello negro, no podía ver la cara de ninguna, pero todas respiraban levemente, lo pudo ver en el inflar y desinflar de sus espaldas. Y por último, se dio con la chica de raza negra, alrededor de su cabeza había un charco de sangre espesa y oscura que corría lentamente. Cerró los ojos gimiendo fuertemente con las mejillas inundadas de lágrimas, regresó rápido la vista a la pequeña que estaba en sus brazos, ella sí respiraba, entonces la acomodó en el suelo y se levantó. Corrió hasta el cuerpo de la más débil, se sentó a lado de ella de rodillas y trató de moverla con mucho cuidado. – Por favor, por favor, resiste. Resiste. –Volvió a alzar la cabeza y buscó a Xena, su rostro se estaba descomponiendo en sentimientos junto con toda su alma. – No la dejes morir. No la dejes morir así, no la dejes morir por nada. ¿Por qué tiene que valer más viva que muerta? ¿Quién eres tú para decidir? –Xena al escuchar sacó su espada, la furia le comía la piel, pero no estaba enojada. Gabrielle al verla, se echó sobre el cuerpo tirado, lo abrazó, y le susurró al oído unas palabras que solo fueron audibles para ella y la niña que yacía inconsciente: No voy a dejar que te haga nada. Gabrielle estaba llena de miedo, pero su coraje era más fuerte y no permitiría que Xena le hiciera daño ni a ella, ni a ninguna de las niñas que estaban tiradas.
 La espada de Xena estaba elevada firmemente, miró a las demás niñas que estaban detrás de ellas, sin saber qué hacer o cómo reaccionar, eran doce, solo dos lograron rendir las nueve vueltas. – Quien sea tan estúpida como para ayudar a alguna de ellas, que cargue un cuerpo y lo lleve a la enfermería. –La sentencia de Xena, hizo que las muchachas se miraran entre sí, indecisas, temerosas por lo que la guardiana podría hacerles. Gabrielle alzó la cabeza esperanzada, pero vio que todas se mantenían en su lugar.
– No, ¿cómo pueden hacerles esto? Si fueran ustedes las que estuvieran tiradas, quisieran que alguien las ayudara. ¿Por qué no se mueven? ¿Qué… –las vio y supo que iba a ser imposible convencerlas estaban aterradas por Xena y su corazón no les dictaba ayudar, sino sobrevivir. – les pasa? –Mumuró esto último ya rendida. Pero la orden de Xena había sido clara, dio autorización a ayudar. Entonces, Gabrielle metió sus brazos por debajo del cuerpo que abrazaba y quiso con todas sus entrañas ser lo suficientemente fuerte como para aguantarla. Más solo consiguió moverla y la voz de Xena la detuvo.
– La oferta fue para ellas, no para ti. –Le hablaba a Gabrielle, Gabrielle la miró, solo hasta el pecho, negó con la cabeza sin poder cerrar el camino de las lágrimas. – Ustedes. –Le importó muy poco la miraba de Gabrielle y se dirigió a las doce que lograron rendir el entrenamiento. – Vayan a sus torres, lávense y las veo aquí a las diecisiete marcas del día. Será todo por hoy, pero mañana haremos todo lo que no hicimos y se lo pueden agradecer a ellas. –Señaló con su espada los cuerpos tirados y el ovillo en el que Gabrielle se había convertido alrededor de quien parecía respirar cada vez más lento.
 En una ordenada fila y en silencio, todas salieron del salón arrastrando las piernas, Xena espero a que llegaran a la escalera y caminaran a sus torres, observó la escena con un desprecio que tuvo que fingir muy bien por si alguna de las otras regresaba. Lo cierto era que Gabrielle había demostrado tener más valor y honor del que ella misma puede ser dueña. Deseó por un momento tener el espíritu de Gabrielle, así tal vez, su hermano podría estar con vida y con ella. El odio, se convirtió en envidia, en celos y en una admiración que Xena estaba imposibilitada para descubrir dentro de sus sentires. Caminó hacia la puerta y jaló a uno de los guardias. Con el índice señaló qué cuerpos quería que tomaran. El guardia asintió y llamó a otros tres soldados. En unos minutos cada uno alzó a una niña en sus brazos, excepto a la que Gabrielle abrazaba.
– ¿Las llevamos a la plaza roja, señora? –El guardia a cargo preguntó. Se acostumbraba poner los cuerpos de los niños alianos fallecidos en medio de la plaza roja. En vez de sepultarlos, los colgaban ahí, para incitar a los demás a tener un mejor desempeño.
– No. –Negó rotundo. – Quiero que las lleven con Najara, que Morín las cuide y asegúrate de que ninguna de ellas muera o yo me encargo de que sus cuerpos no terminen solos en la plaza roja. –Xena advirtió y después de una reverencia, los hombres corrieron por mantas y cubrieron a las niñas que llevaban en los brazos. Tenían que abrigarlas para sacarlas al bosque en dirección al campamento de Najara. Xena no confiaba en la enfermería del castillo, Morín había sido su nana cuando llegó a Alía, solo ella sabía cómo curar cualquier cosa y sabía que al venir de ella la orden de que ninguna debía morir, era porque se trataba de algo muy especial, algo que, jamás ocurría, no desde la muerte de su hermano, del que también fue nana.
Xena cerró la puerta, puso una tabla de madera cruzando para que nadie pudiera entrar estando la puerta trabada. Se recargó sobre ella y miró a Gabrielle quien no se rendía y seguía buscando la forma de ayudar. Quería irse y dejarlas solas a las dos, pero bien sabía que no podía. Resopló una maldición que sonó como: Por el Hades. Y caminó, se acercó a Gabrielle y a la niña agonizando, se puso en cuchillas a un lado de las dos y suspiró observando la sangre de la niña en el suelo, ahora el charco de sangre era el doble de grande. –  ¿Ves qué tan espesa es su sangre? –Xena preguntó, sin ser delicada, pero con un tono bajo, que por primera vez, no parecía estar atacando a nadie.
Gabrielle se incorporó solo un poco, sintiendo frío de solo estar a un lado de Xena. Miró la sangre creciente, tres dedos de Xena se mojaron con el espeso líquido, que parecían ser más coágulos que otra cosa. La guerrera tenía razón, la sangre que salía lejos de parecer líquido parecía el engrudo con el que Laila y ella jugaban en sus tardes de aburrimiento. – Sí..í…í – Gabrielle tartamudeó.
Xena asintió torciendo una vez más los brazos, talló con su pulgar la sangre que había en sus otros tres dedos y la observó atenta. Gabrielle también miraba sus largos dedos. – Llevaba días sin tomar agua, tal vez ni siquiera tomó agua en la mañana. Y ya estaba muy enferma, ella… no iba a aguantar.
Gabrielle miró a otro lado sin querer creerle. – ¿Cómo sabes que no iba a hacerlo? –Preguntó enojada y con reproche.
Xena decidió pasar eso por alto y tomo con su mano limpia el rostro de la rubia, hizo que mirara lo que estaba a punto de hacer. – Porque he visto a mucha gente morir de esto. –Con la mano ensangrentada, jaló la ropa de la niña y le mostró a Gabrielle los moretones morados que le recorrían el cuerpo. – No son golpes. –Gabrielle alzó la vista a los ojos de Xena que tardaron unos segundos en encontrarse con los suyos. – Parecen, pero no los son, son manchas púrpuras, la gente con esta enfermedad muere muy mal y vive peor. Si Alti se hubiera enterado, que es lo más posible puesto que algún guardia aprovechado le hubiera informado para ganar puntos con ella, la hubiera desnudado enfrente de todos y luego la quemaría viva. Ella teme a lo que no conoce, cree que esto puede contagiarse.
Gabrielle limpió sus lágrimas con las manos, puso su mano sobre la espalda de la niña y acarició sintiendo que ya no se movía para respirar. - ¿Y puede contagiarse? –Realmente no le importaba si sí o si no, pero tenía que preguntar.
– Sí. -Xena mintió, intentando sacar humor de la situación, pero a veces resultaba peor que Joxer en esos temas de la comedia.
– ¿Entonces moriré y tú también por tocar su sangre? –Gabrielle preguntó inocente sin preocupación, miró los dedos de Xena ensangrentados y los tomó, no sabía si creyó en verdad en ese “sí”, pero de todos modos qué importaba morir por eso o morir por tocar a Xena. Gabrielle tomó su camisa y limpió la sangre de los largos y fuertes dedos. – Sinceramente no te creo.
Xena consiguió emitir un sonido parecido a una risa, dejó que la chiquilla limpiara los dedos como quisiera y cuando terminó, llevó dos de esos dedos al cuello de la niña acostada. – Se ha ido. –Afirmó. Miró a Gabrielle con un gesto que indicaba que no había remedio.
– ¿Qué harás con ella? –La voz de Gabrielle tembló.
Xena se puso de pie y la miró. – Primero –Camino hasta un estante y tomó una manta con la que cubrió el cuerpo. – taparla. –Gabrielle tuvo que hacerse a un lado y terminó levantándose poniendo atención a Xena. – Y luego, tú pequeño problema, vas a ayudarme a sacarla de aquí en la noche, la vamos a sepultar y luego, puede que te dé algo cenar. Aunque debería prohibirte la comida y encerrarte en los calabozos. Nadie con vida se ha atrevido a cuestionarme.
Gabrielle bajó la mirada, se sujetó los pantalones a la cintura nuevamente y prefirió guardar silencio. Xena la desconcertó de todas las formas posibles, pero estaba de acuerdo con lo que ella le había dicho. Aunque no quisiera, tuvo que creer que para esa niña fue mejor morir ahí, que quemada. Y sí, era mejor, pero aborrecía el hecho de que sus tres únicas opciones eran la muerte. Esperar en agonía, ser asesinada por Alti o morir de la forma en que murió. Todo disfrazado de un accidente. Su mente estaba lastimada y confundida, llegó a pensar que Xena era una completa tirana y lo era, pero aún había pincelazos de humanidad en sus acciones. Ella no iba a entregar a Alti el cuerpo, sino que las dos la enterrarían, como debe ser. Como sus padres hubiesen querido, como ella misma hubiese querido.
– ¿Estás pensando en lo maldita que puedo ser? –Xena preguntó sin expresión en el rostro.
Gabrielle alzó la cabeza y negó una vez. – No. Es solo que no entiendo por qué.
– ¿Por qué soy así?
Gabrielle asintió.
– Por la misma razón por la que tú eres así.
Gabrielle no entendió y la miró, más desconcertada que antes.
– Porque vivo en medio de una guerra, desde que nací, como tú. La diferencia es que yo he aprendido a vivir de otra forma, muy diferente a la tuya.
Las dos se quedaron en silencio, mirándose fijamente, Xena tenía los ojos vueltos vidrio y Gabrielle pudo ver qué tan profundas eran esas grietas. Su corazón palpitó más lento, como si algo en su interior le dijera que lo más importante de su vida estaba muriendo. Que por esas fisuras en los ojos azules de Xena, había una voz que cruzaba y le gritaba pidiendo ayuda.
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guerraporlapaz-blog · 9 years
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Capítulo 1
"–Gracias, Xena. Destruiste a Alti en la vida en que su karma era más poderoso.
– ¿En esta vida?
– Oh sí, Xena. Su alma no fue destruida. Regresará muchas impregnada de maldad pero siempre estarás ahí para vencerla, y tú Gabrielle. Ambas caminan juntas por el camino. Consideren que están unidas al Menhdi. Separadas pero para siempre unidas.
{...}
–Dijo que tu karma y el mío están entrelazados.
–Tal vez no sea la primera vez que caminemos por aquí.
– Tal vez no sea la última." – Xena: La Princesa Guerrera, capítulo 05 x 17. "Entre Líneas" (Hispanoamérica)
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Porque una vida no basta para amar con locura, pero una vida basta para hacer nacer el odio más fuerte, el odio inmune a la muerte. Amarse en una vida no es suficiente, es por eso que volvemos a nacer esperando encontrar el amor que dejamos atrás. Pero el odio que creamos siempre nos perseguirá, sin importar en qué vida y espacio nos encontremos. Tendremos que rendir la batalla y volver a encontrarnos.
Esta es solo una historia en la eternidad de dos almas que han sido encontradas para estar juntas por siempre.
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El mundo se ha dividido en cinco reinos: La Orden de Alía, La Orden de Lorde, La Orden de Trease, La Orden de Theron y La Orden de Troit. Han sobrevivido a la destrucción, pero sus pueblos tienen hambre y a sus Reyes les sobra ambición. La Guerra por la Paz nació hace 77 años cuando las cinco naciones se traicionaron y solo terminará cuando una sola Orden haya quedado de pie, estableciendo así la paz de la última era.
Es la Orden de Alía la más poderosa de las cinco; cada tres meses la Ciudad Aliana recibe a más de cuarenta niños que han quedado sin hogar, sin familia y sin esperanza. Son entrenados por uno de los cinco líderes guardianes de Alía, valientes guerreros que han llevado honor a las Tierras que protegen Zeus, Hera, Ares y Afrodita. Solo aquellos que logren sobrevivir a la Guerra por la Paz serán honrados de recibir la ciudadanía Aliana y vivir por su patria esperando la paz prometida.
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"Durante los próximos tres meses éstas serán sus habitaciones, estarán a cargo de un tutor que les educará para servir a la Orden de Alía por el resto de sus vidas. Consideren que, en ocho semanas más de la mitad de ustedes habrá muerto, quedarán solo aquellos que tengan la fuerza necesaria para librar la batalla. Y para cuando la semana doce haya culminado, solo nos quedarán aquellos que honraremos como los nuevos ciudadanos de Alía." –Un hombre sentenció.
Cinco jóvenes fueron lanzados dentro de una habitación oscura, de paredes de piedra, alumbrada solo con dos candelabros en cada pared y una ventana mediana con el vidrio sucio protegida por una reja de acero oxidado.
La puerta de madera se cerró crujiendo reclamando los largos años de uso brusco. Gabrielle se recargó a un lado de ella sintiendo el frío húmedo de la piedra en su espada, de inmediato sus piernas comenzaron a fallar; pronto se vio sentada en el piso, con las pierdas dobladas contra su pecho. No conseguía aceptar lo que estaba sucediendo.
>> "¿Cuál es tu nombre?" No contestó. "Te digo, ¿cuál es tu nombre, niña?" Nuevamente no contestó. "Habla o te mato, maldita perra." El pómulo derecho de su mejilla recibió un golpe que logró tirarla al suelo, sus manos cayeron sobre fragmentos de vidrio que habían resultado de una explosión que provocó el hombre que exigía saber su nombre junto con los demás soldados de Alía. "Responde" Volvió a escuchar, tardó unos segundos en hacerle frente al hombre, pero lo hizo, levantó la cabeza y estuvo segura de que no iba hablar, así él cumpliera la amenaza de matarla. Una patada terminó bien colocada en su débil estómago. Gabrielle sintió como la sopa de fideos y el pequeño pedazo de pan que había logrado conseguir para comer en la mañana se le regresaba. Un instante después estaba fuera de ella. Apoyó fuerte las manos en el suelo al vomitar, algunas piececillas de vidrio se le encajaron en las palmas y antes de reponerse del segundo golpe o por lo menos respirar nuevamente, el hombre le dio con el pie esta vez en el costado izquierdo. La garganta de Gabrielle rugió, intentó arrastrarse pero no lo consiguió, el hombre tenía la planta de su pie sobre la desnutrida espalda de Gabrielle.
"Theder" Una voz potente tronó en los oídos de la rubia y su agresor. "Quita tu humanidad de la espalda de esa niña o yo misma te corto el cuerpo y la cabeza en dos." La espalda y las costillas de Gabrielle agradecieron infinitamente el favor que aquella desconocida le hacía, más lo que dijo solo provocó que Gabrielle volviera de nuevo el estómago, tal vez esa era su cena; un puñado de almendras y dos o tres ciruelas rojas. "Esta perra no quiere dar su nombre, Najara." El hombre intentó defenderse. "¿Y esa es razón para someterla?" Replicó la mujer al mando. "Es la última vez que tú golpeas a una niña amordazada. Eso es de cobardes y nuestro trabajo es exterminar la cobardía de esta nación, no practicarla." Hubo un silencio entre los dos, Theder estaba harto de seguir las órdenes de Najara, nunca entenderá porqué Alti no lo puso a cargo cuando es él uno de los hombres más fuertes e inteligentes de la Orden de Alía. Gracias a él y sus tropas, Alía se hizo de las minas del norte, aumentó las riquezas de la nación, dio a los ciudadanos trabajo de por vida, lleva el honor en el filo de su espada; no se doblega ante la adversidad y junto con Alti, sabe que la única forma en que la Orden de Alía sobreviva a la Guerra por la Paz será formando a sus soldados con el calor del metal ardiendo. En cambio, Najara cree que todos esos niños merecen el derecho a elegir cómo quieren servir a la nación. Es muy hermosa, sutil y piadosa como para ser una líder de Alía; pero es la única que ha vencido a Xena en batalla y eso, es lo único que necesitó Alti para decidir quién sería su campeona. "Llévenla con Morín, que le cure las heridas y la deje dormir en mi cama." Najara decidió que no importaba cuánto tiempo se quedasen mirando los dos directo, Theder nunca conseguirá ver más que su propio reflejo en la cristalina marea verde de sus ojos.
Dos soldados intentaron cargar el cuerpo de Gabrielle, pero ella decidió que podía caminar si le ayudaban a soportar su peso, así que apoyada de los lastimados pero fuertes brazos de esos hombres, logró abrirse paso hasta el lugar de Morín, una curandera de unos 70 años, sobreviviente de la primer guerra, una de las mujeres más respetadas no solo en Alía, sino también en las dos Ordenes vecinas. Gabrielle durmió por dos días, solo se despertaba para comer papilla de manzana y dos puñados de nueces, sus heridas se iban calmando gracias a los tiernos cuidados de Morín. Y desde que llegó a la ciudad, no ha vuelto a verla a ella o a Najara. <<
– Hola – Una voz interrumpió sus recuerdos. Gabrielle se percató de que un chico de cabello castaño había tomado lugar junto a ella imitando su postura. – Soy Tanus.
– Hola –Logró responder la pequeña rubia adornando su saludo con un cortés movimiento de cabeza y una sonrisa fingida y muy pequeña, regresó su mirada a sus rodillas y suspiró omitiendo nuevamente su nombre. Seguía creyendo que no era bueno abrir la boca.
– Se han ganado todas las camas, ¿eh? –El chico que parecía unos años mayor que ella señaló con su barbilla al frente. Solo entonces Gabrielle miró el resto de la habitación y se percató del porqué de las palabras de Tanus. Las otras dos chicas y los otros dos chicos habían tomado los únicos cuatro colchones y cobijas disponibles. No había almohadas. – No sé cómo esperan que sobrevivamos en estas condiciones.
– Tú lo oíste, más de la mitad tiene que morir. –Gabrielle corrió la mirada por las recién improvisadas camas hasta darse con el perfil de Tanus, la luz de los candelabros le indicaba que él tenía una nariz muy fina, los ojos claros, parecían cafés o grises, no estaba segura, pero azules o verdes no eran. – ¿De qué pueblo vienes?
Tanus hizo una mueca rara, como si no quisiera recordar ese detalle de su vida, esta vez fue él quien guardó silencio y la pequeña rubia decidió no insistir, si ella ni su nombre quería dar, no podía pedir a alguien que le brindara información. Regresó su vista a las rodillas. Tanus no parecía ser malo, al contrario, tenía el mismo semblante que ella, los dos estaban asustados y hasta cierto punto desesperanzados.
– Soy de las villas del Rodeli, del otro lado de las montañas. Muy lejos de aquí. –Murmuró al fin. Tomo una bocanada de aire y echó la cabeza hacia atrás, arqueó la espalda y sus huesos tronaron, el viaje lo tenía entumido, cosa de la cual Gabrielle se libró al haber descansado todo el camino de venida a causa de sus heridas que ahora solo eran moretones que aparte de verse horribles, dolían solo con el tacto. – ¿Me dirás de dónde vienes?
La mueca dudosa se adueñó ahora del gesto de Gabrielle, él le había contado algo. Y estando así de sola en ese lugar, tal vez tener alguien con quien identificarse podría ayudar a mejorar la situación, por lo menos un poco. – Soy de Potadia, está al otro lado del río. El pueblo más cercano a la ciudad. –Viró la vista hacia Tanus antes de seguir hablando. – La Orden de Trease acabó con mi villa.
– Sí, eso mismo sucedió en la mía y en todo Rodeli. –El muchacho se encogió de hombros. – O al menos eso dicen.
– ¿Crees que hayan sido los mismos Alianos los que acabaron con media nación? –Gabrielle preguntó, verdaderamente necesitando saber su respuesta. Ella no estaba segura de poder responderla sola.
– No lo sé. La Orden de Alía es muy poderosa como para dejar que otra Orden llegue tan cerca de la ciudad, como a tu pueblo. Menos la Orden de Trease, su rey falleció hace unos meses, puede que solo estén buscando la forma de invadirlo y unificar ambos reinos. Eso... es lo que pensaba mi abuelo. Hasta que lo mataron en la invasión.
– ¿Era tu única familia? –La pequeña preguntó. Tanus solo asintió, mostrándose fuerte. – Mis padres y mi hermana murieron hace casi ocho años, en el solsticio de invierno, cuando alguien de mi pueblo no respetó el Toque de Queda, los Soldados de Alía arrasaron con las cabañas. Yo y otros niños sobrevivimos la noche, caminamos hasta otra de las villas y desde entonces nos mantuvimos juntos. Yo tenía doce años en ese entonces, era la mayor. Creo que ninguno de los demás sobrevivió al ataque... y yo, yo no pude escapar de nuevo. Me reclutaron, como a todos los huérfanos.
– De Rodeli muchos se fueron a otros pueblos cuando los rumores del ataque se hicieron fuertes, logré que mi abuelo llegara a Barseloy, la villa vecina a la mía, pero cuando los supuestos soldados de Trease llegaron, era demasiado tarde, mi viejo estaba muy cansado para caminar hasta la siguiente villa y entonces me quedé con él. Creí que moriría pero una cubeta de agua fría me despertó, eran los Soldados de Alía, rescatándome. –Un tono de ironía brillo en esa última palabra. – "Todo niño huérfano será reclutado a la milicia Aliana para servir a su Patria." –Citó la leyenda más famosa de la Orden de Alía con cansancio del cual Gabrielle logró conseguir empatía. – No estoy seguro de querer formar parte de Alía. –Agregó.
– Nos darán de comer, por lo menos tenemos un techo y no dormimos bajo la lluvia. Yo hace mucho no tengo un hogar. Tenemos la oportunidad de vivir, que nuestras familias hayan muerto no significa que nosotros tengamos que ser los que no logren pasar la prueba. –La pasión de Gabrielle al hablar, a Tanus le resultó maravillosa, imposible de creer que alguien tan pequeña pudiera recitar esas ideas de esperanza entre tanta pena. – Ven, busquemos más cobijas, tal vez haya algo en esos roperos de allá, aunque sea un cartón, es suficiente para dormir. –Se puso de pie sintiendo un jalón en los pequeños músculos de su abdomen, los golpes seguían cobrándose la cuenta. Le estiró la mano a Tanus y él se puso de pie. – Ah, por cierto... mi nombre es Gabrielle.
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Las tropas de Xena y Thadeus avanzaban durante la madrugada hacia la ciudad de Alía, hasta que uno de los soldados de Thadeus informó a los dos dirigentes lo que su grupo había encontrado a unas horas de su posición: Rodeli, Anfípolis, Crisat y Potadia no habían sido los únicos pueblos atacados, el pueblo de Lí había sido saqueado, incendiado y sus sobrevivientes, la mayoría niños, estaban muertos sobre la tierra, pero sin heridas mortales visibles.
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Xena estaba hincada a lado del cuerpo de un niño, uno de sus largos dedos recorría el fino tabique del pequeño, su piel estaba helada y las venas de las sienes se le marcaban. El frío de esa piel le resultaba dolorosamente familiar. Su gesto se endureció, su nariz se frunció a la par de su entrecejo, cada pliegue de piel era jalado por un odio auténtico que juraba no abandonar su alma. Volvió a cubrir la cabeza del niño con la sábana y se levantó. – Los envenenaron. –Afirmó. Se sacudió el polvo de las rodillas con las manos y luego se las restregó en la ropa negra. – Les dieron pan endulzado con una dosis letal de arsénico. –Xena le mostró a Thadeus el pedazo de pan mordisqueado que había sacado del puño del pequeño.
– Entonces llegamos tarde. –Susurró Thadeus en cuchillas a su lado.
– No. –Xena lo tomó por el cuello de la armadura, lo jaló haciendo que el rostro masculino estuviera a unos centímetros del suyo. Las pupilas de ambos chocaron con una fuerza tremenda, pero fueron los azules los que lograron penetrar, el café intenso de los ojos de Thadeus se volvió casi transparente. – Llegamos a tiempo. La sangre de esos niños aún está tibia, Thadeus. Sus asesinos no están muy lejos, puede incluso –Los ojos de Xena se desviaron hacia arriba, esculcaron unos segundos en los árboles y una sonrisa blanca perlada acompañó su irónico movimiento. – que sigan aquí.
Thadeus arrebató su ropa del puño más fino, pero no por eso más débil, dio unos pasos hacia atrás y rascó su nuca más enojado por los asesinatos de los infantes que por su ya acostumbrada derrota frente a Xena. – Dividiré a mis hombres en tres, unos al norte, otros irán al río y los demás regresarán conmigo a la ciudad. Alti nos pidió volver desde hace dos noches. –Se giró y no pudo contener patear una cubeta que estaba tirada en el suelo junto con más basura y madera.
Xena miró unos instantes más al niño y sintió como el mismo coraje impotente que Thadeus experimentaba se adueñaba de ella. Más un gruñido de su compañero hizo que obligara a sus instintos a controlarse, alguno de los dos tenía que por lo menos pretender calma. Thadeus estaba lejos de poder hacerlo. La mujer de cabello negro, se acercó al hombre más alto mientras guardaba entre sus cosas el pedazo de pan envenenado, una vez atrás de Thadeus dejó caer su mano sobre el fuerte hombro ajeno y lo apretó intentando provocar una efímera empatía entre los dos. – La mayoría hubiera muerto de todos modos, Thadeus. Están anémicos y enfermos ¿por qué crees que devoraron ese pan?, de haberlos llevado a la ciudad, tendríamos que haber colgado a las dos terceras partes en la Plaza Roja, ¿entiendes? Aquí por lo menos podemos sepultarlos dignamente y no exhibirlos. –Thadeus arrebató su hombro alejando la mano de Xena de una vez. Ella suspiró sabiendo que por lo menos lo intentó, más no podía hacer, esos niños estaban muertos y llorarlos no les correspondía, pero podían vengar su nombre si trabajaban en equipo para capturar a los soldados de la Orden de Trease que los asesinaron. Xena se volvió para recoger sus cosas, se arregló el cinturoncillo rojo que siempre le molestaba al moverse de su lugar y agregó. – Mis novatos se encargarán de enterrar los cuerpos, a los soldados los mandaré con tus hombres al norte. –Xena se echó una capa roja encima y sus pasos la fueron regresando al sendero en donde estaba su caballo sin ser detenida por la voz de Thadeus que decidió permanecer a solas y en silencio.
Xena dio la orden a sus hombres y en cuanto los vio marchar hacia los campamentos de Thadeus, ella emprendió el viaje de regreso a la ciudad, si se apresuraba llegaría a tiempo para desayunar y poder digerir las nuevas ideas que Alti tenía para probar su paciencia con algo de pan, fruta, semillas y huevos revueltos.
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El sol aún no había llegado a los imponentes edificios de la ciudad de Alía cuando un guardia quebró la tranquilidad que Gabrielle, Tanus y los demás habían logrado conseguir durante su primer noche de descanso en la torre de aislación, en donde todos los huérfanos son llevados al llegar por primera vez al centro de su nación. El guardia debió haber gritado alguna orden de forma brusca, pero Gabrielle no logró entenderle, sin embargo, la intención era despertarla a ella y a los demás, así que poco importaba esforzarse por distinguir sus palabras. Tanus se incorporó algo exaltado, Gabrielle solo había abierto los ojos cuando se dio cuenta de que los demás ya estaban de pie tomando quién sabe qué cosas de una gran canasta café en medio de la habitación.
– ¿Qué es eso? –Preguntó Gabrielle a los demás. Se enderezó cruzando las piernas de forma oriental sobre el costal que encontró en los armarios junto con Tanus la noche anterior. No era lo que esperaba, pero por lo menos ambos muchachos no tuvieron que dormir al contacto del suelo directamente.
– Es ropa. ¿Qué no has escuchado? Quieren que nos vistamos. –Un joven, el que parecía ser el más grande de los que estaban amontonados ante sus ojos le contestó grosero. Era alto, mucho. Su cabello estaba rizado y bien cuidado, era de color café y brillaba de forma singular, como si se lo lavase con manzanilla todos los días. – Luego tenemos que ir a la escalera, el último en llegar no va a desayunar. – El chico ya se había puesto los pantaloncillos grises que apenas le quedaban, se quitó la camisola blanca gastada y sucia y la cambió por una playera vieja pero limpia del mismo color que sus pantalones nuevos.
Gabrielle sintió que unas manos le empujaban la espalda, se giró y recordó que Tanus estaba a un lado de ella. – Levántate, Levántate, no nos vamos a quedar sin desayuno. – El joven le habló a la rubia más pequeña, Gabrielle se dio cuenta hasta entonces con el favor de la luz del día que Tanus tenía la nariz y los pómulos llenos de pequeñas y sutiles pecas, pero no fue eso lo que la sorprendió, sino que su hipótesis sobre el color de los ojos de su nuevo compañero era increíblemente acertada. Tanus tenía la mitad de los ojos gris y la otra mitad café miel. Eran tan extraños, tan únicos que serían imposibles de olvidar, es por ello que de alguna forma creyó haberlos visto antes. – Gabrielle, por Zeus, Afrodita y Atenea. ¡Despierta! –La voz de Tanus se volvió ronca y con mucha razón desesperada. Le lanzó una playera y unos pantalones a Gabrielle en el rostro. – Rápido, ponte eso.
Gabrielle se quitó de encima las prendas y solo fue después de ello que reaccionó logrando maquinar las palabras del chico alto que ya había salido corriendo de la habitación. Se puso de pie y el pudor no tuvo lugar allí dentro, se quitó los shorts rotos que alguna vez fueron color durazno, se subió los pantalones grises que vaya le quedaban bien del largo pero muy flojos de la cintura, supuso que tendría que estar sujetándolos todo el día. Quiso buscar algún par más, pero supo que todos estaban ya siendo usados por los otros, hecho que hizo se apresurara más. No se quitó la playera azul de manga larga, no había tiempo, solo metió la cabeza y los brazos en la camisa gris que le quedó perfecta.
– Eso, eso Gabrielle, ahora las calcetas. –Gritó Tanus apurado intentando insertar los cordones grises dentro de las botas negras que parecían ser de su talla, esas, a diferencia de toda la ropa que les acababan de regalar, lucían impecables, recién voleadas y parecía haber un perfecto par para cada quien.
Vaya inversión. Pensó Gabrielle. Se sentó a un lado de la canasta lo más rápido que pudo y se metió el par de calcetas grises sin acomodar, jaló el último par de zapatos que quedaba y se dio cuenta que los suyos ya tenían los cordones acomodados, mientras se acomodada la bota izquierda, volteó a ver a Tanus y supo que él le había puesto los cordones a sus botas. Tanus se levantó justo cuando Gabrielle terminó de amarrarse la bota derecha.
– Corre. –Le dio un jalón y logró que la rubia estuviera de pie, los dos salieron hechos marea de la habitación y corrieron por el pasillo cuando Gabrielle se detuvo. – ¿Qué pasa? ¡Gabrielle, el desayuno!
– Espera, ve tú, alguien se quedó en la habitación. –Gabrielle subió por cuarta vez los pantaloncillos grises, comenzaba a volverse tedioso que no le quedaran.
– ¿Qué? ¿Quién? –Tanus gritó, estaba completamente rojo.
– No sé, es más pequeño que nosotros, no puedo dejarlo, ve tú, ve tú. –Gabrielle ya estaba corriendo de regreso mientras le decía a Tanus que se marchara. Un par de jóvenes de otra habitación corrían con sus botas en las manos hacia las escaleras y pasaron a lado de él antes de que decidiera regresar junto con Gabrielle.
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Tanus abrió la puerta de la habitación que había dejado unos minutos atrás, descubrió cómo Gabrielle amarraba los cordones de un niño como de 7 años, tenía raspones en el rostro y los brazos, de todos, él parecía ser el más asustado.
– ¿Tienes hambre? –Preguntó Gabrielle con un aire muy materno. Tanus se quedó perplejo. ¿Cuándo dejaría de sorprenderle esa niña? Nunca. Estuvo seguro de ello.
– Gabrielle, tenemos que apurarnos. –Tanus intentó sonar más calmado, aunque, para entonces, ya le importaba muy poco su estómago.
La pequeña rubia se giró de inmediato y se puso de pie, tomando la mano del más pequeño. – Tanus. –Realmente no le sorprendió verlo ahí, porque confirmó que de alguna forma, podía confiar en él. – Mira, es Aytan. Aytan él es Tanus. –Los presentó y el niño pequeño solo apretó más su manita contra la de Gabrielle, Tanus le sonrío sabiendo que la timidez del pequeño se debía al miedo que le provocaba el lugar. Un miedo que, todos en esa habitación compartían en matices diferentes.
– Vámonos. –Dijo por último Tanus.
Los tres volvieron a correr, pero el pasillo que había estado lleno de botas golpeando contra el suelo se volvió totalmente callado. Eran los tres últimos, lo sabían. Pero ahí, para la Orden de Alía, solo había un último, no tres.
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Xena paseaba una almendra sobre sus labios, los acariciaba y pensaba en lo que había ocurrido esa madrugada. Tenía los pies sobre una pequeña mesa de madera y ella estaba sentada en una resistente silla del mismo material. Junto a sus pies, estaba el pedazo de pan que cogió de la mano del niño que le recordó a su hermano más pequeño. Los dos habían sido envenenados. Los labios se Xena se apretaron, empuñó la almendra y las ganas de comer se habían ido muy al tártaro. El desayuno no sabía a otra cosa que no fuera Lyceus y ese pequeño muertos.
–Xena. – Era Thadeus quien golpeaba la puerta de su habitación. Xena consiguió una mueca de fastidio y se obligó a levantarse.
– No entres. Ahora salgo. – La azabache se hincó sobre su rodilla izquierda, se aseguró de que su daga de bota estuviese ahí bien puesta y de inmediato repitió el mismo acto con su pierna derecha, sintió el metal filoso bajo sus yemas y eso fue suficiente para hacerla sentir segura.
– Xena...– Un impaciente líder insistió. – Tiraré la puerta y no me importa que estés desnuda. He visto peores cosas en mi vida.
Ella sabía perfectamente por qué Thadeus estaba molestándola. Era hora de la asignación. Cada trimestre, la Orden de Alía recibía a todos los niños huérfanos reclutados durante los tres meses anteriores, después del ataque de Trease, seguramente la cifra de huérfanos había aumentado y el rango de edades sería muchísimo más amplio. Se venían tiempos duros. Xena estaba acostumbrada a tratar con jóvenes, no con crías que lloran, gritan y lo más insoportable: hacen las cosas que hacía su hermano. Además, sabía que solo sería capaz de salvar a uno o dos mocosos de la Guerra de la Paz, lo que la jodía tremendamente y lo más preocupante: la ponía de un peligroso mal humor. – Estoy lista, ¡hombre! –Se quejó de manera amarga al abrir la puerta, clavó la almendra que tenía en la mano en los secos labios de Thadeus y se hizo camino hasta la sala común, en donde los huérfanos estarían terminando de desayunar antes de ser presentados.
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"La Orden de Alía ha sido herida, nuestra sangre ha mojado nuestras tierras infinidad de ocasiones y nuestra nación siempre se ha levantado desde las sombras. Somos el ave fénix que renace de la muerte. Somos la esperanza de los que hoy ya no están. Juntos. Unidos. Volveremos a reinar el mundo como una vez hicimos. Las cinco órdenes han sido quebradas. Y solo una será la que sobreviva. Bienvenidos, bienvenidos sean hijos de Zeus, hijas de Hera. La ciudad de Alía es y será siempre su hogar."
Un silencio absoluto envolvió a los presentes. Cada mente en su respectivo punto de vista escuchó el claro y venenoso eco de la voz de Alti. No hubo quien se salvara de repetir sus palabras interiormente, ni siquiera Xena, que aunque con desconfianza, no se salvaba del infinito poder de su Reina. Su creadora. La mujer que le salvó la vida.
Gabrielle sujetó fuerte la mano de Tanus, él estaba frío, ella no. Les fue imposible separar sus miradas del largo y fuerte cuerpo de Alti, Reina y Señora de Alía. Su cabello era café, lacio y le llegaba tal vez al ombligo, parecía estar cenizo, sus dedos eran largos como sus brazos, su voz raspaba los oídos, sus labios eran finos y largos pintados con color morado ciruela. Todo el aire estaba lleno de ella, espantaba a todos los fantasmas y almas en esa sala común. Gabrielle, por primera vez desde que llegó a la ciudad, comprendió lo que era sentir miedo, miedo de verdad, no el que te hace reaccionar y es tu amigo, no, era ese miedo asesino que paraliza, que controla y domina. Miedo que, solo había sentido una vez antes en su corta vida de 17 años. Con la mano contraría a la que sujetaba a Tanus, rodeó el cuerpo de Aytan gracias a un instinto protector. Después de escuchar a Alti, las palabras del abuelo de Tanus, comenzaban a tener sentido.
"A partir hoy, sus vidas estarán destinadas a demostrar lealtad a la tierra de Alía, solo los más fuertes, feroces y valientes guerreros podrán concebir el honor más grande para un aliano: defender en batalla la bandera de la Orden de Alía. Morir honrando a su patria o regresar victoriosos a casa. Ustedes elegirán cuál quieren que sea su realidad, no es su destino morir si lo que quieren es vivir y no es su destino vivir si no son capaces de sufrir, pero sobretodo, de herir.
Futuros ciudadanos de Alía, a mi lado se encuentran hombres y mujeres que alguna vez estuvieron en su lugar, que vencieron la prueba más fuerte, que han soportado el dolor y han logrado izar el peso de la bandera del honor aliano. Ellos serán sus guías por el resto de sus largas o cortas vidas: Najara, salvadora y campeona de Alía." Gabrielle levantó el cuello, sus ojos lograron descongelarse al escuchar el nombre de quien la hubo salvado de morir a golpes, entonces vio como esa fuerte y hermosa mujer se levantaba de su lugar y alzaba la mano izquierda para saludar, con una sonrisa dulce que lograba abrazar de calor el hielo que Alti repartió. Culpó a la Reina de Alía por no haberse podido percatar antes de la presencia de Najara: La Salvadora. "Theder: Señor del Mar y heredero de Alía." Ahí estaba, a lado de Najara. El hombre que no tuvo respeto por ella, se erguía ante los aplausos de los soldados de mayor rango y los ciudadanos de Alía. "Thadeus: Señor de Honor, Príncipe de Alía." Nunca antes lo había visto, pero a diferencia de Theder, Thadeus se irguió con toda la humildad digna de un verdadero guerrero. Le costó creer que ese hombre luchara por la bandera de Alía y sobre todo que estuviera de acuerdo con sus reglas. Lo mismo le sucedía con Najara, pero de alguna forma, la mujer de cabello dorado corto, estaba perdonada. "Joxer: El Poderoso, Heredero de Lorde." Lorde era la Orden más alejada de Alía. Gabrielle había escuchado la historia de Joxer, abandonado en el renacimiento, cuando sus padres, antiguos reyes de la Orden de Lorde, fueron asesinados y los Reyes de Nieve subieron al trono, él fue olvidado junto con millones de cuerpos Lorderianos que los guerreros de Lorde dejaron en las bahías de Alía. Se dice que Ares, protector de Alía lo mataría cobrando venganza de Lorde; y habiendo matando a un heredero directo a la corona Lorderiana, Alía podría reclamar la corona, pero Afrodita, madre de Alía se lo impidió y lo entregó a los brazos del entonces Rey aliano: Borias, esposo de Alti. Muerto en batalla. Eterno honor al Rey Borias. Gabrielle no pudo evitar repetir esa frase que, sus padres la obligaban a decir cada noche durante un año después del descenso del único Rey. "Y, finalmente, Xena: Orgullo de Alía, Destructora de Naciones, Señora de Guerra y Princesa Guerrera." Xena se levantó, miró hacia enfrente, levantando elegantemente la barbilla. Los alianos se inclinaron ante ella y los huérfanos imitaron temiendo ser reprimidos.
– Gloria a Alti, Reina de Alía. Gloria a Alti, Señora de Alía. Gloria a Borias, Amante de Alía. Gloria a la tierra santa. Gloria a Ares, protector de Alía, Gloria a Afrodita, madre de Alía, Gloria al perdón de Zeus, Gloria al cobijo de Hera, Gloria a las villas de Alía, Gloria a la ciudad de Alía, Gloria a la invencible y poderosa Orden de Alía. –Xena escupió con orgullo cada una de sus palabras, tenía el brazo izquierdo alzado y la palma de su mano estirada. – Gloria a Alti, Reina y Señora de Alía. –Terminó el culto tradicional que sabía de memoria, más siempre sonaba como si acabase de salir desde lo más profundo y real de su ser. Se hincó sobre su rodilla al mismo tiempo que los demás líderes. Toda reverencia dirigida a la reina.
"De pie, de pie alianos, de pie. Es un honor para mí ser su reina, más es mi deber no dejar que la Orden de Alía perezca, es por eso, que asignaré a cada huérfano con su respectivo líder guardián. Najara, protectora de todo joven entre los quince y veintidós años. Theder, protector de todo niño de cinco a catorce años. Joxer, protector de toda niña de cinco a catoce años. Y Xena, guardiana de toda mujer entre los quince y los dieciocho años. Thadeus, maestro de todos, excelencia en el campo abierto.
Guardianes, líderes y protectores, únanse a sus soldados." La reina de Alía ordenó.
– Najara. –Murmuró Theder.
Gabrielle volteó a verlo y logró sonreír durante un segundo. – Te irá bien con ella. –Aseguró.
Él negó. –Tú vas con Xena. Es la mejor.
Ahora la rubia fue quien sacudió su cabeza diciendo que "no". – No para mí. Najara ordenó que me alimentaran y curaran antes de venir aquí. Es con quien quisiera estar.
– Theder. Theder no se ve bueno, Gabrielle. –Indicó Tanus en un susurro intentando así que el pequeño Aytan no lo escuchase. Miró profundo a los ojos verdes esmeralda de Gabrielle y notó cómo se enrojecían. Quería llorar. Pero nada podían hacer. Aytan se quedaría en la custodia del más bárbaro de los hombres.
Vinieron entonces los empujones, los llantos, los gritos, los golpes, el caos de cada asignación, hermanos que no quieren separarse, amigos que se aferran, pero como siempre, los soldados de Alía son más fuertes y logran separar los grupos. Gabrielle recibió otro golpe al intentar tranquilizar a Aytan. Tanus fue noqueado intentando defenderla. Cada uno fue llevado a una de las cuatro filas encabezadas por su respectivo Guardián.
"Nos iremos, nos escaparemos cuando nos lleven a la Guerra por la Paz, nos llevaremos a Aytan y buscaremos un refugio muy lejos de Alía, lo prometo Tanus. Lo prometo." La rubia se juró así misma con un temperamento admirable. Gabrielle supo que iba a ser mejor caminar junto con las demás, se limpió las lágrimas del rostro bruscamente y gimió con todo el coraje pintándole de rojo la cara. Mostró decisión en los ojos verde que se habían vuelto tan oscuros como la oliva.
Unos gélidos e imponentes ojos azules más bellos y feroces que el océano... se percataron de ello.
Continuará...
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Y bien, esto ha sido todo. Espero lo hayan disfrutado tanto como yo lo hice al escribirlo, quisiera que me dejaran sus opiniones en la página de Facebook, quiero leer críticas reconstructivas, sin pena, estamos para mejorar Deseo en verdad que respondan, saber si tienen ideas, si quieren saber más cosas, si lo seguirían leyendo, si no lo harían. Díganme todo lo que necesiten decir. Quiero que sean parte de este nuevo viaje que he decidido emprender para recordar siempre a estas dos mujeres que no dejarán de hacernos soñar.
Eternas gracias por hacerme el honor de leerlo y llegar hasta aquí
Atte: Viridiana Moldoveanu.
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