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El romance en la era digital
Los tiempos han cambiado desde cuando nuestros abuelos o padres llevaron a cabo su etapa de conocerse.
Ahora no nos comprometemos. No vemos qué sentido tiene hacerlo. Siempre se ha dicho que hay tantos peces en el mar, pero nunca antes han estado los peces al alcance de nuestros dedos como ahora que vivimos en la era digital, con apps como Bumble, Tinder, Instagram, etc. Básicamente podemos pedir un ser humano del mismo modo en que pedimos un producto que llamo nuestra atención por Amazon.
Quizás en nuestra era moderna el romance solo significa dejar el teléfono de lado el tiempo suficiente para mirarnos a los ojos durante la cena. Quizás el romance ahora sea dejar de contestarle a tus pretendientes o pretendientas luego de una increíble primera cita con alguien.
Al mismo tiempo, el cortejo ahora pareciera un juego retorcido y sin sentido, donde uno de los dos es quien termina poniendo más de su parte, donde la indiferencia genera interés, a su vez, el rechazo genera obsesión. Pensamos que enviar un mensaje de “buenos días”, o “cómo va tu día?” es esforzarse y puede caer en ser visto como “intenso”. Ahora "dejar en visto" es una práctica común. El que muestre menos interés, será el vencedor. El unico premio: crece o decrece el ego. Pero esto no beneficia en nada a construir una relación sana y da pie a las llamadas relaciones tóxicas.
Atrás quedaron los antiguos instrumentos de cortejo como serenatas, ramos de flores, cartas y poesías, para dar paso al dinero, el interés y la lujuria. Los noviazgos ya cada vez son menos frecuentes para dar paso a los llamados “amigos con derecho”. Los divorcios son más comunes que los matrimonios. Ya nadie coloca grafitis en la calle o lonas en los puentes peatonales para declarar su amor a alguien. Las cartas de amor y los pequeños detalles parecen ahora objetos de burla. El tener pareja es más un acto de inercia que de amor.
Ahora, cuando elegimos comprometernos, si es que lo hacemos, aún tenemos un ojo atento a las opciones. Nuestras decisiones nos están matando. Creemos que mientras más opciones tengamos, mejor. Pero hace que todo sea menos intenso. Olvida el sentirte realmente satisfecho, porque ya ni siquiera sabemos cómo es la satisfacción, cómo se escucha o cómo se siente. Tenemos un pie fuera de la puerta porque fuera de ella hay más, y más. No vemos a quién está frente a nuestros ojos pidiendo ser amado, porque nadie lo pide. Ansiamos algo que aún queremos creer que existe. Sin embargo, seguimos buscando la próxima emoción, la próxima oportunidad de gratificación instantánea.
Nos calmamos a nosotros mismos y, si no podemos enfrentar a los demonios dentro de nuestras cabezas, ¿cómo se puede esperar que nos quedemos con alguien cuando las cosas se vuelven duras y es más difícil amarlos? (Como diría José José “amar es sufir, querer es gozar”.) En cambio, simplemente nos salimos, nos vamos.
Ahora vemos un mundo sin límites de una forma que ninguna generación anterior lo ha visto. Podemos abrir una nueva ventana, mirar imágenes de Islandia, obtener una tarjeta de crédito, comprar un boleto de avión. No lo hacemos, pero podemos. El punto es que podemos, incluso si no tenemos los recursos para hacerlo. Siempre hay otras opciones tentadoras. Abre Instagram y ve las vidas de otros, las vidas que podríamos tener. Ve los lugares a los cuáles no estamos viajando. Ve las vidas que no estamos viviendo. Ve las personas con las cuáles no estamos saliendo. Nos bombardeamos de estímulos, uno tras otro, tras otro, y nos preguntamos porque nos sentimos miserables. Nos preguntamos por qué nos sentimos tan descontentos. Nos preguntamos por qué nada dura y por qué todo se siente tan desesperanzado. Porque no tenemos idea de cómo ver nuestras vidas por lo que son, en vez de por lo que no son.
Pero incluso si podemos hacerlo… Digamos que encontramos a esa persona que amamos y que nos ama. Y luego, rápidamente, vivimos por los demás. Les decimos a las personas que estamos en una relación por medio de Facebook. Les mostramos nuestras fotografías por Instagram. Nos volvemos un “nosotros.” Hacemos que nuestra relación se vea perfecta porque lo que elegimos compartir es lo más destacado, lo que queremos que los demás vean. No compartimos cuando tenemos el tipo de conversaciones que pueden fortalecer o romper el futuro de nuestra relación. Esto NO es lo que compartimos. En cambio: fotos perfectas. Pareja feliz. Amor perfecto.
Luego, vemos a otras parejas perfectas y felices y nos comparamos con ellos. Somos la generación de la comparación.
Absorbemos estas señales una y otra vez, y terminamos cayendo en la desesperanza. Nunca seremos lo suficientemente buenos, porque aquello con lo que nos estamos comparando no existe realmente. Esas vidas no existen. Esas relaciones 100% felices y perfectas no existen. Pero no podemos creerlo. Las vemos con nuestros propios ojos. Y queremos eso. Y nos volvemos miserables hasta que lo conseguimos.
Así que terminamos. Terminamos porque no somos lo suficientemente bueno como pareja. Nuestras vidas juntas no son lo suficientemente buenas. Volvemos a empezar, conocemos a alguien más. Pensamos que esta ya es la buena. Y el ciclo comienza de nuevo. Selfie de pareja. Pareja feliz y sonriente. Compara. La inevitable sensación de una sutil pero latente insatisfacción. Las peleas. "Algo no está bien pero no sé lo que es.”, “Esto no está funcionando.” “Necesito algo más.” Y terminamos. Otro amor perdido. Otro cementerio de selfies de parejas felices y sonrientes.
Y seguimos a lo siguiente. Buscando ese elusivo “algo más.” Nuestra próxima droga. Nuestra próxima gratificación. Nuestra próxima conquista rápida. Historias de 15 segundos, imágenes fijas pasadas por filtros.
¿Qué es conformarse? No lo sabemos, pero no queremos eso. Si no es perfecto, es conformarse. Si no es un amor filtrado y reluciente, es conformarse. Si no es digno de la aprobación de tus amigos, o de tus tías, es conformarse.
Nos damos cuenta de que este “algo más” que queremos es una mentira. Queremos llamadas telefónicas. Queremos ver un rostro ausente que amamos en la oscura pantalla de un teléfono celular. Queremos lentitud. Queremos simpleza. Queremos una vida que no necesite la validación de los “me gusta,” comentarios, likes. Es posible que aún no sepamos que esto es lo que queremos, pero lo es. Queremos una conexión, y que sea real. Queremos un amor que crezca, no uno que sea desechado para perseguir la próxima aventura. Queremos llegar al hogar y estar con personas. Queremos descansar al final de nuestros días y saber que vivimos bien, que vivimos nuestras vidas al máximo, con la persona que amamos y que nos amó, a pesar de las adversidades. Esto es lo que queremos, aunque aún no lo sepamos.
Pero así no es como vivimos nuestras citas hoy. Así no es como amamos ahora.
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