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“ Pero si no te estoy haciendo daño. ” ( Mason, capítulo 5. )
Nunca se me había pasado por la cabeza antes el golpear a una mujer. Pero ahí estaba, sacando toda mi rabia a relucir.
Yo no estoy enfermo. ¿No estoy enfermo, verdad? Es algo normal, es algo común. Las personas perdemos los estribos en situaciones de mucho estrés, sí. Morgana debería apoyarme. Ella me debe la vida ahora mismo, ¿no puede ayudarme? Sí puede. Claro que puede. Pero es una estúpida egocéntrica que sólo piensa en ella misma. ¡No está pensando en Bash! ¡Bash era feliz cuando estaba conmigo! Cuando estábamos juntos él no tenía bulimia, ¿ves? Un punto positivo para mí. Ni tenía que trabajar, sólo estudiaba. Otro punto. ¡Yo soy la mejor opción! ¿Y nadie lo ve? ¿Por qué nadie lo ve?
... Entonces al fin lo pude ver.
Dejé caer todo el peso de mi cuerpo sobre las rodillas, apartándome del cuerpo de Morgana para llenarme los pulmones con aire en una larga bocanada. Ella seguía consciente y de lo que yo no me había percatado hasta ahora era de que se había estado defendiendo con uñas y dientes, literalmente. Cabizbajo, pensativo y con todos mis demonios exponiendo sus intenciones en mi cerebro, dejé hablar a quien creí que era el más sensato.
— Así que jamás me vas a ayudar a lograr que cumpla mi único deseo en esta vida...
Hallie intentó murmurar algo, acabando por ladearse para escupir sangre y saliva. Acto seguido y debido a que no comprendí ni una palabra, continué.
— Entonces no me dejas otra opción... Tú y yo... vamos a hacer todo lo posible para crear un Bash.
Pude oír como todos los músculos de Morgana se ponían en tensión en cuanto comprendía el verdadero significado de mis palabras, como sus párpados se abrían debido a la mezcla de sorpresa y terror que estaba experimentando. Y antes de darle la oportunidad de resistirse o simplemente pensar en salir de esa habitación, utilicé toda la fuerza posible para hacer cumplir mi cometido. Mis demonios. Mis demonios nunca se equivocan.
Sé que esto realmente es ilegal, pero no tengo otra opción.
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“ Cobarde. ” ( Morgana, capítulo 4. )
Perdí el conocimiento y no supe cuanto tiempo llevaba ahí tirada hasta que abrí los ojos y decubrí que ya era de noche. Un horrible dolor de cabeza fue lo primero que descubrí al intentar levantarme. Ayudada de los codos y cogida a una de las sillas más cercanas a mí pude incorporarme. Ahora estaba sola, cosa que agradecí... O eso pensaba.
Mason paseaba por el pasillo desde hacía horas, desde que se cansó de esperar sentado ante mí. El dolor de cabeza me tuvo mareada hasta el punto de pensar que iba a vomitar lo poco que mi estómago aguantaba. Había vuelto a beber, lo admito. Pero el alcohol parecía hacerme más favores que la comida. Borracha parecían pasar más rápidos los días, aún sabiendo que tenía una vida inmortal por delante.
— ¿Ya? — dijo Mason al parar bajo el marco de la puerta, sin apenas parpadear.
— ¿Qué quieres? ¿Por qué sigues aquí? ¿Hoy no has quedado para acostarte con algún niñato drogadicto para acallar tus deseos enfermizos de tirarte a mi hijo? — mascullé mientras notaba como la boca me sabía a óxido, quizá el golpe me había creado alguna herida dentro, pero qué más daba.
— ¿Ahora lo llamas tu hijo? Porque si fueses tan buena madre no estarías drogándote aquí. ¿No quieres irte a casa? Vamos... Ve a casa. — Escuché sus pasos de nuevo, pero ahora mi cuerpo estaba tan débil que preferí aguantar otro golpe a plantarle cara. Con una de las manos me cogió del pelo, con fuerza, obligándome a que le mirase, con la mandíbula tensa al igual que la de él. — ¿No te sientes mal cuando te emborrachas por las noches y tu hijo está llorando tu muerte? ¿O cuando se produce el vómito porque la comida es lo único que dice poder controlar? Que buena madre...
Quiso hacerme daño. Y sabía cómo hacerlo.
— Yo por lo menos soy algo para él. Tú eres su ex novio psicópata. El cerdo que casi abusa de él. La rata cobarde que montó un tiroteo en un instituto lleno de gente. Del que nadie se acordaba, al que nadie le puso flores, de quien nadie guardaba recuerdos. Que ahora te hayas dejado el pelo lago y una sucia barba no te hace más adulto. Sigues siendo ese niño que lloraba en los vestuarios. ¿Es así, Mason? Claro que es así.
Y me volvió a golpear. En la cara fue su primer golpe, siguiéndole el vientre y otras zonas del cuerpo, pero se le veía centrándose en mi cara. Quería quitarme el parecido a Sebastian, o quizá darme a mí era como pegarle a Bash. No lo sé. No tengo estudios para entender la conducta de los locos.
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“ El dolor es bueno, cállate. ” ( Mason, capítulo 3. )
Tras agredir a Morgana, no me sentí mal. No me sentí culpable y mucho menos responsable de que aquello la hubiese dejado ahí tumbada. Sabía que no había sido por mi golpe, porque ella ya estaba más que adormilada por la medicación y simplemente parecía haberse rendido a los calmantes. No me fui, no salí de la habitación. Al contrario; me senté ante ella, con las piernas cruzadas y la vista fija en sus facciones.
Estaba tan ciego.
Estaba tan loco.
Yo quería a Sebastian de una manera inhumana. Lo mío no era amor, era posesión. Eran celos. Era mío o de nadie. Por ello había llegado hasta el extremo de tener casi secuestrada a su madre esperanzado de que él viniese al rescate. Al rescate ella, de mí no. Podía fantasear con cien cosas, pero no era un iluso.
Sólo me hacían falta unos pasos más. Unas lágrimas más. Unas súplicas. Suyas, mías, ¿qué más daba? Si no conseguía lo que yo quería, iba a acabar ganando en esta guerra igualmente.
Y nadie apostaba a mi favor.
— ¿Cuánto te queda para rendirte, Hallie? Soy paciente pero... no sé cuánto podrás aguantar tú.
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“ Estamos así por tu culpa. ” ( Morgana, capítulo 2. )
— ¿Crees que a mí me gusta esto? ¿Crees que a mí me gusta tratarte así? — sonaba casi irónico de la manera en la que justo él me decía aquello.
Mason, Mason Klej. Quien me había arrebatado el descanso eterno y pretendía usarme a mí como moneda de cambio y a su vez como cebo para hacerse con su botín, mi hijo Sebastian. Yo no sé que les ocurre a los Klej con nosotros pero nunca sale nada bueno de ahí.
Me sacudí la cabeza con desesperación, llegando a despeinarme y a hundir los dedos entre mis mechones, haciendo presión en el cuero cabelludo, en las sienes, en la piel. Utilicé eso para ahogar un grito y de mí sólo salió un largo suspiro de angustia. Mis ojos vidriosos y cansados supieron encontrar los de Mason en el mismo instante que levanté la mirada. No lloré. Yo nunca lloraba. Si yo demostraba debilidad, él se creía ganador y yo siempre tenía un as bajo la manga.
— A ti te encanta esta basura. — levanté un dedo, aún bien sujeta al respaldo de la silla, ni sabiendo de donde sacaba esas fuerzas para estar de pie si ahora mismo tenía un cóctel de pastillas deshaciéndose en mi estómago y llegando como una bala a mi torrente sanguíneo. Pero tenía fuerzas para pelear. — Estás encantado con esto. Con verme así. Con verme destrozada y estás deseando que me rinda y vuelva a casa para encontrarme con Bash. Pero no va a ser así. Yo también sé hablar con Bartlomeij, ¿sabes? Es un hombre de costumbres, siempre acude puntual a la misa de la hora feliz. No veo que hayas echado de menos esos veinte dólares de tu cartera, pero Bart ha cantado por ellos tranquilamente. Hermanos, ¿verdad? Una unión inquebrantable...
Un,
dos,
tres pasos escuché.
Y un sonido sordo me hizo caer al suelo.
Una bofetada seca en el lado derecho de mi rostro y la sangre se arremolinaba en mi mejilla fue rápida al igual que esa rojez característica de un golpe en mi piel. ¿Violencia? ¿Recurrimos a la violencia para ganar discusiones ahora? ¿Ya hemos sobrepasado la barrera de los insultos? Genial, yo también tenía ganas de ver sangre.
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“ No estoy loco. Está en mis genes ” ( Mason, capítulo 1. )
La habitación había sido previamente recogida por Morgana, por ello se podía caminar sin tropezar con apenas nada. Nuestro trato era fácil. Era tan fácil de comprender que ella ni sabía los puntos más importantes de nuestra unión. Yo la había traído a la vida a cambio de algo, y no iba a parar quieto hasta conseguirlo. Bash. Bash, Bash. Mi Sebastian, mi Bash. Por quien he llegado a mutilar con los ojos bien abiertos y sin apenas parpadear, por quien arriesgué mi propia vida hasta el punto de arrebatármela yo mismo porque ese era su único deseo, por quien removí y excavé con mis propias manos la fría tierra que cubría el ataúd de su madre y lograr devolverla a la vida. Por él. Yo siempre lo hice todo por él.
Hallie me miraba desde el rincón más apartado de mí en la habitación, sentada en aquella silla de madera, con las piernas cruzadas y las manos caídas ante ella. Estaba a punto de dormirse ahí mismo por culpa de todas las mezclas de pastillas a las que se había aficionado. Unas más legales que otras, todas sin receta y ninguna con alguno de nuestros nombres en las etiquetas. Parpadeaba de forma calmada y casi sin poder mantener los ojos abiertos me habló en un hilo de voz.
— ¿Hace cuánto me desenterraste?
— Seis meses. — crucé los brazos, dejando apoyado uno de ellos en el marco frío de la puerta, áspero por todas las capas de pintura que habían aguantado esas paredes. — Llevas seis meses aquí.
— Llevo seis meses sin ver a Bash. — se frotó ella los ojos tras soltarlo, viéndola usar seguidamente las mangas para secarse las lágrimas.
— Sabes lo que tienes que hacer para volverlo a ver. Si vas a él, yo voy también. A él es al único que quiero.
— Y por ello prefiero morirme en vida antes de que tú me lo arrebates.
No me dio tiempo a esquivar el zapato que ella me lanzó, de los pocos de tacón que ha podido conseguir de la beneficencia. Notaba la rabia en su voz y en la fuerza con la que me tiró aquello. Con poner un pie en la habitación y romper la distancia, ella se puso en pie como un rayo, cambiando su expresión de cansancio a pavor. Morgana se tambaleó, cogiéndose con una de las manos al respaldo de la silla porque las pastillas ya recorrían su organismo y ella prefería dormir antes de saber nada de mí.
¿Qué había hecho yo mal? Ella realmente no quiso morir y yo quería matarme con la persona a la que más he necesitado nunca. Todo giraba en torno a la muerte. Esa dulce bendición.
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