Fracasando constantemente en el cine y la literatura. Personificación de la procrastinación. Si alguien pregunta, también soy fotógrafo.
Don't wanna be here? Send us removal request.
Link
"A nadie le deseo la tragedia de vivir atrapado en un primer acto, la ausencia de conflicto puede ser agobiante."
0 notes
Link
Capítulo III listo.
Una vóragine de emociones por la que atraviesa Alysa.
0 notes
Link
Última versión corregida de La Ventisca, con un capítulo más, y un extra del tercero...
0 notes
Text
Soledad
Acompañando a los curiosos haces de luz que se filtraban por las rendijas de la persiana americana, queriendo indagar en los secretos de ese cuarto oscuro, me invadieron los primeros ruidos impacientes del tráfico de una mañana que, en mi opinión, no había llegado lo suficientemente rápido.
Me incorporé lentamente, y me quedé sentado al borde de aquella cama que para ese entonces no era más que un desorden de sábanas, almohadas y sudor. Aunque los motores y bocinas se apoderaran de la habitación con cada verde del semáforo, podía escuchar con claridad la profunda respiración de esa mujer que se había negado a dejarme solo en aquella lluviosa noche de febrero. Casi instintivamente, acerqué mi mano a su ondulado cabello castaño, y la acaricié tiernamente al momento en que se esbozaba una plácida sonrisa en su rostro tan durmiente. De todas las emociones que podría haber sentido en ese momento, la vergüenza predominaba, no por los momentos que habíamos compartido, sino por los sentimientos que sabía que no podía corresponder.
Con sigilo me levanté, y tanteé el suelo en busca de mi ropa. Logré vestirme bajo el marco del silencio, evitando a toda costa despertarla, más por lo incómoda de la situación que por querer dejarla descansar. Aún con el torso desnudo, me acerqué a la ventana y con algo de esfuerzo traté de encontrar en el exterior alguna pista de la hora que pudiera ser. Recién en ese instante me di cuenta de que no estaba exactamente seguro de cómo volver, mas mucho no me preocupé; en el peor de los casos podría caminar hasta Rivadavia y encontrar algo que me acercase.
A medida que buscaba algún rastro de dónde pudiera estar mi remera, me crucé fugazmente con unos ojos que no dudaron en juzgarme en lo más mínimo. Por escasos segundos me quedé congelado, perplejo ante ese espejo que había ignorado hasta aquel instante en que se las arregló para llenarme de culpa por lo que estaba por hacer. Di un par de pasos en su dirección, sintiéndome valiente por enfrentarlo, hasta que me di cuenta de que él también se estaba acercando a mí, dispuesto a dar un veredicto por mis actos. Yo tan inseguro, tan caótico, y él tan decidido.
Supe lo que pensaba, anticipaba las palabras que aquel fantasma de mi conciencia iba a usar en mi contra, pero poco fue suficiente para poder dar algún argumento en mi defensa. ¿Qué tan miserable debía ser, para escabullirme en las primeras horas del día de una mujer que me había dado la oportunidad de reciprocar el cariño que tanto ansiaba recibir? Lo preocupante no era que ella fuera a despertarse sola, con apenas una excusa dentro de un mensaje de texto que probablemente no fuera a creer, sino que yo sabía lo poco ético de la situación, y aun así fuera a llevarla a cabo.
O peor aun, que después de todo lo sucedido, a pesar de todo el tiempo y las lecciones, me las arreglara para seguir echándole la culpa a Ella —a Ella que tanto había amado, si es que de verdad se lo podía considerar así. ¿De verdad era incapaz de apreciar a alguien más, por culpa de las cicatrices que Ella me había dejado?
Trágico me parecía, que al compartir la noche con alguien dispuesta a vulnerarse conmigo, no pudiera hacer más que compararla con aquella mujer que se las arreglaba por sacar lo peor de mí. ¿Me afectaba de alguna forma que sus caricias se sintieran diferente, que recorrer las yemas de mis dedos por su espalda y por sus muslos no le provocaran escalofríos de la misma forma que tanto acostumbraba? Era absurdo, mas aun así no podía evitar darle importancia a la ausencia de sus labios mordiendo los míos en aquellos besos que buscaban ser apasionados. ¿Eran tan distintos sus suspiros, que al escucharlos me sentía alienado?
Si antes estaba roto, ahora ya no tenía arreglo. ¿Debía resignarme entonces, sabiendo que de ahora en más todas las caricias que recibiera estarían vacías, que la piel de cualquier persona que me llegase a cruzar se sentiría fría en comparación?
Terminé de vestirme, tratando de evitar la crítica mirada de mi conciencia. Agarré mi teléfono, el cual reposaba en una mesita junto al de ella. Pensé en escribirle, justificar mi ausencia diciendo que tenía que trabajar, o que algún problema había surgido. Todo sonaba tan falso en mi mente, que sería mejor llamarla para explicarme cuando se despertase.
Antes de que se oscureciera la pantalla del móvil, un contacto captó mi atención. Vi su foto, la había cambiado; se veía reciente, seguro habría salido y ansiaba mostrarlo al mundo, todos debían enterarse del éxtasis que era su vida. Por suerte no la seguía en ninguna red social, hacía rato había dejado de tolerar los relatos de sus aventuras nocturnas. Derrotado por la tentación, miré su última conexión: en la madrugada, casi al amanecer. ¿Será que le habría regalado sus besos a alguien esa noche? ¿Habría, acaso, otra víctima más de los encantos de esa mujer que te ofrecía el mundo a cambio de dejarte en ruinas?
La tristeza y pesar me envolvió, no porque pasáramos la noche separados, sino por lo mucho que eso mismo me afectaba. ¿Por qué diablos me quejaba de que en mi imaginación, ella se despertara en los brazos de otro hombre, si acababa de pasar diez minutos buscando mi ropa en el piso del cuarto de otra mujer? Era deplorable en lo que me había convertido. Sólo estaba seguro de que la odiaba, la odiaba por convertirme en una persona que tanto detesto, por generarme emociones que desprecio y me llenan de incertidumbres, por hacerme cuestionar mi identidad al punto de verme en el espejo y no saber quién me devuelve la mirada.
Lo peor, atentando contra mi dignidad, era que se las seguía arreglando para hacerme escribir. De la misma forma en que se las arreglaba para inspirarme a crear relatos y universos, a perseguir de un escalón a la vez mis metas y mis sueños, provocaba en mí también los textos más oscuros y sádicos que se me pudieran ocurrir.
¿Era ése el precio de tener una musa, soñarla aunque sea en pesadillas? ¿Debo dedicarle así todas mis obras, aunque se traten de tragedias? Qué pesimista el destino de un escritor, entonces, si su pluma está por siempre obligada a escribir sobre los sentimientos más intensos que posea, aunque estos estén en la cornisa, apenas a un verso del suicidio.
Ya calzado, caminé hacia la puerta, listo para ser uno más de la multitud, otra sombra en la vida de aquella mujer que me había albergado durante una noche tan lúgubre. Abrí lentamente la puerta, escuchando el delator chirrido de la entumecida madera contra el suelo. ¿Era justo lo que hacía? ¿Debía pagar ella, quien esperanzadamente me había invitado a su cama, por los traumas que yo no podía superar?
Aun estaba a tiempo de dar la vuelta…
Con la mano congelada en el picaporte, me cuestioné qué tan difícil sería escribir el nombre de alguien más en el próximo capítulo. ¿O lo complicado sería dejar de escribir el tuyo?
Si tan solo pudiera embriagarme en los besos de alguien más, hasta que todo lo pasado no sea más que una resaca. Si tan solo pudiera dormir, y al despertar, simplemente olvidar.
Si tan solo pudiera volver a confiar.
La soledad misma cerró la puerta de aquella habitación.
3 notes
·
View notes
Text
Al final, tras tantas peleas, deseos, idas, momentos y reconciliaciones, henos aquí, terminando el año juntos. Tanto que intenté planificar esta noche, para terminar al final entre tus hojas, perdido entre versos y enunciados; el lápiz es mi copa, y con ideas es que brindo.
Debo admitir, que de mis musas, de ti se trata a la que menos le doy crédito. Y es que te veo, desnuda, en blanco, y la pena me carcome: cómo me atrevo a querer llamarme escritor, cuando tan fácilmente te abandono, a ti que eres mi lienzo, donde mis personajes esperan aventurarse, donde mundos incontables esperan atrapar tantos sueños.
Sé que hoy me juzgas, en esta noche en que para tantos termina un año, pero para mí sólo empieza otro capítulo. Me gustaría poder prometerte una odisea, o mil poemas, o reflexiones que puedan cambiar al mundo, pero la realidad, es que poco sé de lo que voy a escribir. Si de algo puedo estar seguro, es que tantas veces como me sea posible, voy a tomar la pluma y desangrarme en estas páginas, dejando mis ideas al descubierto, volviendo vulnerable mi alma para cualquiera que me regale algo de tiempo en leerme.
Y ése es el pesar de un escritor, por siempre víctima de las páginas en blanco, donde tantos versos podrían haber nacido. No puedo prometer que este año vaya a llenar cada una de tus hojas con una aventura distinta –ojalá fuera tan fácil–, pero lo que sí puedo garantizar, es que ante ti siempre voy a ser sincero, y en cada palabra que escriba, desde ahora hasta el último de mis enunciados, voy a depositar allí una parte de mis sueños; porque si algo tengo claro, son las metas que quiero alcanzar.
Quizás la gente me lea, y eventualmente se olviden de mi nombre, pero no voy a dejar que olviden que soy un escritor.
0 notes
Video
tumblr
Robin: It’s just… things have just been so crazy lately. Everything in my life is unstable. I mean, you’re one of the few things that I can count on. And I really don’t want to mess that up. We-we, we still have our deal, right? If we’re both still single when we’re 40?
Ted: Yeah. Yeah. No. Look I’m sorry. I can’t do that anymore. As long as the door is even a little bit open, I have this feeling that I’ll just be waiting around to see if I win the lottery when you turn 40. I think you know how you feel about me now, and I don’t think time’s going to change that. Just tell me. Do you love me?
Robin: No.
Ted: I’m sorry. We’re great as friends. Let’s just… Let’s just forget I ever said anything.
0 notes
Text
El celular comenzó a vibrar –nuevamente–, con la diferencia de que esta vez el rugido de los autos se había apaciguado lo suficiente como para poder escucharlo. No obstante, lejos estuve de animarme a contestarlo, o siquiera atreverme a revisar quién era que futilmente intentaba comunicarse conmigo.
“¿Te molesta si lo reviso?”, inquirió Vincent, con audacia mayor a la mía. Me sentí bastante ingenuo por creer que de verdad esperaba mi respuesta, cuando sin descaro agarró el aparato que se encontraba sobre el pasto, cuya pantalla aún se iluminaba inocentemente.
Vincent me torturó con su silencio, sabiendo que poco podía contener la curiosidad por saber si se trataba de quien yo esperaba –cada vez que el celular vibraba, ignorarlo era más difícil que la anterior.
“¿Querés saber?”, esta vez, parecía que su pregunta era sincera. Con un par de movimientos rápidos, su pulgar activó los datos del dispositivo, lo que permitió que todos los mensajes de las últimas horas llegaran al mismo momento, por lo que el celular empezó a vibrar desquiciadamente. No me hizo falta revisar de quiénes eran, ella tenía una notificación especial para saber cuando me escribía, y no se hizo tardar en escuchar. “Lleva un par de horas mandándote mensajes, creo que esta vez la preocupaste de verdad”, me comentó.
Me sentí culpable, pero al mismo tiempo no tenía ganas de hablarle –a ella ni a nadie. Si iba a estar solo, entonces también iba a estar incomunicado.
Como si supiera algo que yo no, Vincent dejó el celular al lado mío, y automáticamente empezó a vibrar otra vez. De reojo pude ver su nombre escrito en aquella fría pantalla. Tras tomar del envase las últimas y amargas gotas que quedaban de Branca –la gaseosa se había terminado hace rato–, me digné a atender, sólo para darme cuenta de que no sabía qué decir.
“¿Aló? ¿Estás ahí? ¿Hola?”, la escuché a la distancia.
“Hola”, respondí.
“Por dios, al fin me contestaste”, se la oía aliviada, pero no por eso despreocupada. “¿Dónde estás? ¿Por qué no respondías el teléfono?”
El rugido de los motores pasando ensordeció mis pensamientos. “No tenía datos”, me sugirió Vincent, “Estaba sin batería el celular”, susurró.
¿Qué sentido tenía mentirle, si sabía que no me iba a creer? “No tenía ganas de hablar con nadie” , le dije finalmente.
“¿Por qué? ¿Estás bien?”, los autos seguían rodando en el fondo. “¿Dónde estás?”
“Salí de casa, no quería estar encerrado”, le contesté, hasta que me di cuenta de que no era respuesta suficiente; “Necesitaba aire fresco para despejar la cabeza, y quizás escribir.” Y para bajar el alcohol, aunque eso no se lo podía decir.
“Me tenías preocupada.”
“Perdón.”
“No hace falta que te disculpes.”
“No por eso, sino por arruinar todo”, ¿debía acaso volver a mencionarle ese tema?
“No arruinaste nada, ya se me pasó…”, su voz sonaba demasiado frágil para ser de ella. “Simplemente… ¿Tenés que ser tan intenso todo el tiempo? ¿Tan insistente? Te pedí que te tomaras las cosas con calma, no te apures.”
Vincent se reía al lado mío, mientras un nudo se formaba en mi garganta. Quería responderle, sólo para hacerle creer que todo estaba bien, pero no sabía qué palabra usar.
“Me cuesta”, finalmente solté. “Soy así, me cuesta tomarme las cosas con calma. Lo que siento por vos, me cuesta guardarlo.”
“Está bien, no lo guardes…”, podía notar que a ella también se le dificultaba qué palabras elegir. “Disfrutá del momento, de lo que somos. No arruines el presente pensando en el futuro.”
“Ése es el problema, a…”, amor, casi le digo amor. “Quiero que disfrutemos lo más posible del presente, del tiempo que tengamos.”
“¿Qué querés decir? ¿Te vas a ir?”, me odié por notar la angustia en su voz.
“No me voy a ir, pero…”, ¿por qué Vincent no me frenaba cada vez que estaba por decir algo idiota? “Eventualmente te voy a volver a alejar, voy a hacer algo por lo que te vas a ir de mi vida. Así somos, así me pasa siempre. Alejo a la gente que quiero.”
Guardamos todos silencio. Por un lado, escuchaba la respiración de Vincent, por otro lado, la de ella, más triste de lo habitual. ¿Le estaría diciendo algo Mía en este momento?
“Sos un tonto”, fue lo único que dijo antes de que volviéramos a disfrutar del silencio por unos instantes. “No me voy a ir a ningún lado, lo sabés. Pero… no puedo darte lo que querés.”
“Lo sé. No te preocupes.” No estaba seguro si lo dijo Vincent, o lo dije yo. “Te quiero mucho.”
“Yo también. Volvé a casa, no pases afuera toda la noche, por favor.”
“Voy a volver, te lo prometo.”
“Sos muy demandante, ¿sabés? No importa cuánto cariño te dé, nunca es suficiente.”
“Será por eso que no me lo merezco”, dije.
“Será por eso que no te lo mereces” dijo Vincent.
“Tratá de ser feliz con lo que tenemos, por favor”, me pidió, y aunque no supiera cómo negarme a lo que fuera que me pidiera, tampoco sabía cómo cumplir con eso.
Mi celular sonó, una alarma repetida de que me estaba quedando sin batería.
“Tengo que cortar, el celular mucho más no va a aguantar.”
“¿Me avisás cuando llegues a casa?”, esa petición era más fácil de cumplir.
“Está bien. Adiós.”
“Adiós”, dijo ella.
“Adiós”, dijo Vincent.
Colgué el celular. Tan elocuentemente como me era capaz, pude levantarme en la medida que el mareo me lo permitía. Miré alrededor, la botella vacía a mis pies, allí iba a quedar. Di un par de pasos sin saber en qué dirección; mi conciencia me seguía.
“¿Sabés qué vas a hacer?”, me preguntó él, a lo que asentí, aún mareado.
Empecé a caminar, poco me importaba hacia dónde. ¿Dónde podía conseguir otro fernet en ese puerto?
0 notes
Text
De las campanas de las doce no quedaba más que un eco lejano, casi imaginario. ¿Había llegado de verdad la medianoche, o se trataba de un delirio de la soledad, vestigios de lo que fue un día mi cordura? Se oía en la distancia el estallido de la pirotecnia, destellos efímeros como relámpagos; flashes de verde, rojo, azul, y otros colores que sólo distinguía al verlos reflejarse en las botellas vacías. La penumbra era dueña de la habitación, y yo víctima de ella. Vincent me juzgaba desde el otro extremo de la mesa, su copa aún medio llena, la mía vacía hace ya demasiado.
“¿Te arrepientes?”
Guardé silencio, no sabía qué responderle. Mi mirada se deslizaba de una botella a otra, buscando alguna verdad, o al menos, rastros de alcohol con el cual envenenarme. La sed me apoderó, sentí cómo me ahogaba en el vacío mientras mi conciencia era testigo. ¿Cómo había llegado allí, tan aislado del universo? Con pulso tembloroso, intenté alcanzar la botella más cercana, anhelando que de su contenido algo quedara; mas el impacto del vidrio contra el suelo me dejó más sordo que cualquier fuego artificial, acompañado de la carcajada de aquel hombre que decía llamarse mi conciencia.
“Demasiado cliché para tu gusto, buscar respuestas en una botella”, me acusó Vincent.
Escalofríos recorrieron mi cuerpo, mientras intentaba fulminarlo con la mirada. Podía sentir el ardor de las heridas en mis brazos, incluso mi pecho, más no estaba seguro de estar desangrándome; ¿en qué momento me habían cortado aquellos cristales de las botellas que se suponían me harían sentir mejor? El silencio seguía siendo mi respuesta.
“¿A quién vas a culpar ahora, de esto que vos mismo cosechaste? Tanto te jactabas de que querías estar solo, y ahora pretendes dar pena.”
Las constelaciones mismas estaban al tanto de que no quedaba nadie más a quien hacer cómplice de mi pesar; ¿podía culparlo entonces a él? Era eso, o refugiarme en alguna otra adicción. ¿Cómo puedo hacer, cuando los remedios de siempre ya no sirven para curarme de la sobriedad?
“Cuando saltes del muelle, sólo tus versos irán a buscarte.”
0 notes
Text
Epístolas de un Mentiroso
Creo que a partir de ahora, seguiré publicando en ese blog.
0 notes
Text
Encuentro
Traicionado por mi propio pulso, mis palabras se convierten en garabatos; incapaz mi mano de sostener con firmeza un simple lápiz, en mi caligrafía se notan los nervios provocados ante el encuentro por venir.
La cafeína desciende por mi paladar, tan parte de mis venas que sus efectos ya no reconozco; tanto fue que me convencí de que mientras más oscuro ese néctar, más velozmente se desplazan mis ideas, que tan solo sentir el aroma del café me genera una ansiedad por grabar mis ideas en carbón, por miedo a que mueran en el olvido.
Como si pudiera detener el tiempo, observo cada detalle de tus labios, sin perderme un solo instante. Me engaño a mí mismo cuando te los relames, y mi corazón se olvida de palpitar cuando te los muerdes: ¿qué idea cruzó por tu mente, qué emoción ahogaste y evitaste compartir? En cualquier otra ocasión, me perdería en ellos, enamorado, absorto en deseo, consumido por la curiosidad de saber qué callan, qué anhelan. Hoy no. No ahora, por lo menos.
La pasión que me generas, hoy es intriga, ansiedad. ¿Qué dirás, qué recorre tu mente? El café se enfría y el tiempo no avanza. Tus ojos, vivaces, inolvidables, se encuentran ocupados. Van, vienen, releen, se detienen, meditan, se emocionan. Tu respiración se dilata al tiempo que tus párpados se congelan, ¿es una buena señal, o lo contario? Cambias de página, la aventura continúa, mi impaciencia desborda.
¿Habrá sido muy pronto? Siempre lo es. “Déjame esperar hasta que esté completa”, te supliqué. “Una obra no está completa hasta que la leen”, me sonreíste, con una verdad imposible de refutar. ¿Quién era yo, para impedirte que leyeras lo que escribí, a ti, que eres la misma razón por la que me motivo a perseguir mis sueños, a tratar de ser cada día mejor? Con una risa de derrota, lo admito, este libro es más tuyo que mío.
Ellos esperan, tan ansiosos como yo. Suficientemente injusto ya había sido; después de todo, para qué le daba vida a tantos personajes si no era para que fueran leídos e imaginados por alguien más. Luego de tanto trabajo, tanto esfuerzo, se lo merecen; tras vivir tantas aventuras y odiseas, lo mínimo que les puedo dar, es el derecho de que sus historias vivan en la mente de alguien más.
Era inevitable, eventualmente debía suceder. Durante tal ardua espera, me cuestioné: ¿qué tan común habrá sido; cuántos autores, tan mejores que yo, habrán sufrido de tal manera la primera vez que en manos de quienes amaban se encontraba la obra que con tanto dolor habían escrito? ¿Cómo se sentiría, para ella, encontrarse transportada a un mundo que sin saber cómo, había ayudado a inspirar? Más de una vez me decía, que no podía entender que gracias a ella yo pudiera escribir; más de una vez, le dije que no podía creer que no supiera todo lo que en mí despertaba.
Finalmente, te veo terminar. Te regalas un par de instantes para asimilar, para volver de ese viaje, reconocer la forma de tus ideas. Me miras fijamente, separas lentamente los labios, indecisa, considerando con qué palabras dibujar tus emociones. Al mismo tiempo, un sol albino se esconde entre las montañas de Gea; criaturas y demonios se preparan, salen al acecho, saben que sus destinos están enlazados con el de los héroes. Alyssa juega con un mechón de su cabello, te observa; Sagrim recuerda las palabras de sus ancestros, paciente; Aedhan pone una mano en mi hombro, y Nihil se adueña del silencio. Termina siendo Gala, con su inocencia infantil, quien se anima a preguntarte qué te pareció.
Aún indeciso sobre si fue lo correcto, o si estaba listo para tal encuentro entre vos y mis personajes, escucho atentamente cómo me confiesas todo lo que te hizo sentir…
1 note
·
View note
Text
Me desperté a tu lado, una noche en que las estrellas bajaron del firmamento; convencidas de que el frío y la soledad no las dejaban brillar lo suficiente, de que los sueños no fueron hechos para permanecer allá arriba, inalcanzables.
¿Fue acaso intencional o mero accidente, que me enseñaste cual alquimia de antaño, a convertir las emociones en algo tangible para aquellos sensibles, algo eterno, intocable ante el descaro del tiempo?
No estaba preparado para convertir mi alma en un tintero, pero aún así me demandaste que te dedicara palabra tras palabra de cualquiera fuera lo que osara soñar. Se me acabaron las ideas antes de poder encontrar el color exacto con el que pintarte aquello que siento, y aún así no fue suficiente; al día de hoy, me sigo preguntando cuál hubiera sido un título adecuado para nuestra historia.
Más allá de todo, te agradezco. Con mucho pesar admito, que a pesar de soñar con ser escritor, no se me ocurre con qué palabras describir la vorágine de sensaciones que me invaden cada vez entras por mi ventana. ¿En qué momento dejaste de pedir permiso –si es que alguna vez hizo falta– para adueñarte de todo lo que en mi mundo tiene sentido? ¿De dónde sacas el descaro, la osadía, para dejar sin palabras a un hombre que pretende ganarse la vida de lo que escribe en un papel?
Y luego te preguntas que por qué no me doy el lujo de olvidarte, fingiendo ignorancia ante lo que provocas, cual musa que se olvida que existen incontables universos inspirados en su presencia. ¿O será quizás una auténtica preocupación, un deseo tan sincero de que derrame mi esencia cual océano desbordándose, que pretendes no saber por qué eres el deseo de mis obras? ¿Tan bien es que me conoces, que sabes identificar cuando me peleo con la pluma, cuando la convierto en un antagonista tan invencible que la coherence abandona mis escritos?
Será por eso entonces, que me miras desde la distancia, como un alma perdida, sabiendo que mi orgullo no me deja olvidar todo lo que en mí despiertas. Es por eso, que cada tantos eones, vuelves a mi vida y me demandas unos versos a cambio de provocarme emociones que sólo gracias a ti conozco. Y es que una musa debe cuidar de su autor tanto como él la sueña, y será entonces aquella la razón, que por más que me duela y me desangre por no poder amarte fuera de los reinos de Oneiros, decides acariciarme el corazón, sanar aquella herida con algunas esperanzas e ilusión; para así recordarme que a veces los sueños bajan del firmamento, y que las estrellas no fueron hechas para permanecer allá arriba, inalcanzables.
0 notes
Text
(Fragmento de una entrada con fecha del 28 de Noviembre, a la 1:59hs)
[...] El simple hecho de tomar aquella decisión fue una carga en mis hombros suficientemente ardua como para derrumbarme al suelo, ni hablar de mantenerme fiel a mí mismo, de seguir dando pasos en línea recta sin vacilar.
Todo para nada. Tan convecido estuve de que era yo quien escribía mi destino, que me atreví a escribir tu nombre al inicio de un nuevo capítulo, y toda la obra ardió hasta que ya no pude distinguir la tinta de la ceniza.
[...]
Quizás por eso volví a escribir tu nombre, [...] porque necesitaba que mis ideas se marchitaran: así son más fáciles de volver arte. El dolor inspira, se plasma más fácilmente, como cicatriz en el papel.
Ojalá, [...] encontraras una forma más sencilla de lograr que de palabras llene estas páginas, porque a este ritmo, no sé si se me agotará primero la tinta o la sangre.
0 notes
Text
Nada se compara a la emoción de poder ser alguien más, otra persona; de vivir una vida distinta, aunque sea por una noche, sin preocuparse por las consecuencias.
Tan fácil sería volver a entrar en personaje. Después de todo, nuestros diálogos ya los sabemos, no nos hace falta leer el guión.
Una noche de improvisación. ¿Querés demostrarme lo buena actriz que sos?
Vincent y Mía nunca se pudieron decir que no el uno al otro.
0 notes
Text
La intensidad puede ser una adicción, lo sabemos bien. La tentación de lo real que todo se siente, el éxtasis en la piel, es más que suficiente para nublar la razón.
0 notes