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per aspera ad astra
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iotaaquilae-blog · 8 years ago
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Tintagel nunca había sido su hogar.
 Era demasiado pequeña cuando Gorlois murió e Igrainne se sacrificó a sí misma por su libertad y la mando lejos, a Avalon, donde nada terrenal podía tocarla. Tintagel la había arropado y cuidado por deferencia a su Señora, pero todas las piedras del castillo la reconocían como una niña cambiada, como una de las Hadas y nunca la habrían permitido reclamar el derecho de sangre que le correspondía y arrogarse el título de Duquesa de Cornualles. Eso no le había preocupado demasiado: Morgana había luchado por ser conocida como tal como una forma más de oponerse a Arturo y de crear fricciones entre el monarca y la reina. Jamás le había interesado volver al lugar donde las paredes seguían clamando justicia por la muerte del Hijo del Romano y de luto por Igrainne, que perdió más que la cordura cuando tuvo que rendir la fortaleza a Uther.
Tampoco podía referirse a Avalon como tal.
 Había crecido en la Isla de las Manzanas, había perdido el miedo al mundo y a la magia que se encerraba dentro de ella bajo el manto de su tía Viviana, pero la locura de la Dama del Lago había acabado tiñéndolo todo de amargura, su lucha encarnizada contra Merlín y toda causa que él apoyara había acabado siendo demasiado. El Rey Espino había caído, pero ni siquiera eso había sosegado a Viviana, que había acabado desterrando a su único hijo vivo por vengar a los que estaban ya muertos. Cuando Lanzarote fue expulsado, de la isla y de la línea de sangre, Morgana había sabido que no podía seguir viviendo en Avalon, porque llegaría el día en el que la Dama del Lago sería demasiado inestable y el Lago la elegiría como su sucesora.
 Morgana no estaba preparada para la responsabilidad de ser su Dama ni para poner fin a la existencia de su tía, de su madre putativa, de aquella que había sido cariñosa y buena con ella, que la había arropado por las noches, la había escondido de Merlín y la había hecho comprender el sacrificio de Igrainne. Así que había huido en la noche, embozada como un ladrón, para protegerse y para poder poner a salvo los últimos recuerdos de la mujer que la había criado de la misma forma que a Lanzarote, dándole además de un refugio a un hermano, antes de que la enajenación anidara en ella, destruyendo todo cuanto había sido, haciéndola esclava de su venganza.
 Jamás había buscado a las Hadas, nunca se había atrevido a caminar por las tierras del Pueblo Menudo, pues temía perderse en el tiempo y no ser capaz de regresar.
 Brevemente su corazón y su alma vivieron en una pequeña cabaña destartalada, oculta por la maleza y los hechizos en lo más recóndito de las tierras de Sir Héctor, donde ni siquiera Kay, que conocía cada palmo de su tierra de memoria, podría haberla encontrado. Pero todo eso se había acabado cuando fue atada por un vínculo triple y traicionada por Arturo, que se había valido de las mismas artes que ella le había enseñado para engañarla y obligarla en contra de su voluntad a cambiar el destino del Hijo de Igrainne, que había elegido el poder y la espada por encima del corazón y la seguridad del desconocido.
 Conoció a Arturo cuando aún era un muchacho, apenas un hombre, larguirucho y estirado, con hambre de virilidad y cara, pero Morgana había mirado a los ojos del hijo de su madre que no era su hermano y del hijo del impostor que había roto su hogar y que no era (aún) como su padre y había sabido quién era.
La voz del niño, del hombre, de Arturo, era clara como un arroyo y poseía la fuerza oculta de un torrente salvaje. Era todo agua, todo Igrainne, todo misterio. Morgana había sido Tierra. Tierra, raíces y secretos, unida a este mundo y al otro, contemplándolo todo desde las dos partes del velo. Morgana era secretos y era espadas y era puntas y era lanzas, y era flechas y era escudos. Y no era nada de eso cuando se enfrentaba al agua, que ahogaba a los secretos, oxidaba a las espadas, desviaba las puntas, esquivaba a las lanzas y bailaba con las flechas y se colaba, gota a gota, por las rendijas de cualquier escudo. Morgana había sido consciente desde el principio del poder que su hermano que no era su hermano podía ostentar sobre ella y del lazo que los unía. Porque era la Tierra la única que podía aprisionar al agua. 
 Pero si bien la tierra ocultaba secretos, el agua disimulaba amenazas y parecía clara y serena hasta que te atraía a su seno y te ahogaba. Y a Morgana la habían vendido por una corona. Arturo había sido su hogar. Y su hogar había ardido hasta los cimientos. Como todo antes los anteriores.
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iotaaquilae-blog · 8 years ago
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El encuentro en el bosque (donde nadie suplicó).
La noche se cernía sobre ella, pero parecía no darse cuenta. Al principio, salir de la seguridad de Avalon la había hecho sentirse angustiada, asustada y perdida y si se había dominado había sido sólo por no sentir la mirada inquisitorial de su tía juzgando su debilidad. Así que no se había permitido llorar ni suplicar, como habían hecho las demás sacerdotisas y se había limitado a aceptar la orden con tranquilidad y sin que se reflejara en su rostro pizca alguna de su turbación. La Dama del Lago ordenaba y sus acólitas cumplían con la serenidad de cualquier ejército.
La tradición así lo mandaba. Cualquier peregrina era más que bienvenida a quedarse en la tranquilidad, en el santuario, durante el tiempo que su alma necesitara para sanar, pero las sacerdotisas no. Ellas debían cumplir con los mandatos de la Dama y para ello era esencial que conocieran el mundo exterior, porque existía la posibilidad de que debieran ir allí como mensajeras, enviadas o espías. Aquello que Avalon y la Diosa necesitaran.
Morgana había pensado que tenía una ventaja sobre las demás que había nacido y se habían criado en la Isla de las Manzanas, pues al fin y al cabo ella había vivido en Tintangel hasta que el Impostor, ayudado por Merlín, maldita fuera su barba, había permitido que las defensas de Cornualles cayeran y la Duquesa se rindiera, una vez que su corazón había sido asesinado ante sus ojos, pero la realidad había sido bien distinta. No se había permitido derrumbarse delante de sus compañeras, que ya la miraban con ojeriza, pensando que su lazo de consanguinidad con la Dama la beneficiaba, pero eso no había supuesto ninguna diferencia. La primera noche que pasó al raso no había parado de llorar, silenciosamente y sin lágrimas que la traicionaran, presa de un miedo tan atroz como visceral que a punto había estado de incapacitarla. Pero ese tiempo había pasado. Si bien seguía sintiéndose perdida y desnuda sin sus atributos de sacerdotisa, había dejado de temerle a la noche. En la noche sus sentidos de niña cambiada parecían multiplicarse y cuando la luz se atenuaba no era complicado fingir que seguía en Avalon.
Ahora era, más que nunca, una criatura de la noche y se movía por el bosque con la seguridad centenaria de que nadie la vería a menos que ella quisiera mostrarse. Delicada y esbelta como un junco, con su pelo oscuro y sus ojos vivaces, se mimetizaba con el entorno hasta ser una más. Morgana. Morgana de las Hadas. Morgana del Bosque.
Esa noche era algo especial. Las nubes que habían encapotado el cielo hasta bien entrada la mañana se habían retirado y la luna estaba en fase decreciente. Era una noche de principios y finales y Morgana no se sentía inquieta pese a eso. Protegida con su astucia, su velocidad y la pequeña hoz de plata, más instrumental que propiamente un arma, vagaba incapaz de dormir. Se había separado del grupo pronto y sin miramientos: sus compañeras recelaban de ella y creían ver en la facilidad de su Visión y en la sabiduría de sus Manos la ayuda de la Dama, cuando la realidad era que la soledad a la que ellas mismas la habían hecho enfrentarse en Avalon habían hecho que doblara e incluso triplicara el tiempo que le dedicaba a los estudios. Pero Morgana no se mentía a sí misma, incluso si hubiera sido la más popular entre ellas, incluso si hubiera podido llamarlas amigas, hermanas, su ambición la hubiera impulsado más allá.
Presa de pronto de una melancolía que le mordía el corazón, suspiró y dejó que el sonido se filtrara entre las hojas y las ramas del bosque. Echaba de menos Tintagel y los escasos recuerdos que tenía de su madre y del pequeño bebé que había llenado con sus llantos el silencio opresivo del que había sido su hogar. Pero sobre todo echaba de menos recuerdos sobre cosas que no habían pasado ni pasarían. Echaba de menos su vida con las hadas, con el Pueblo Menudo, la vida que hubiera tenido si el niño de Igrainne no hubiera nacido muerto y si su madre no hubiera clamado al cielo, rota de dolor, hasta que las hadas se apiadaron de ella. Echaba de menos su vida en Tintagel, creciendo como la pequeña duquesa, corriendo por los patios de piedra, escuchando el lenguaje del mar embravecido que Igrainne, como herencia de sangre, le habría enseñado y creciendo junto a Gorlois, un alma pura y buena que había tenido a bien reencarnarse en carne mortal para amar a su madre aun sin comprenderla y aceptar no sólo las excentricidades de la hermana de la Dama del Lago, Señora de Tintagel, Duquesa de Cornualles y madre de una niña cambiada, sino hacerlo sin un solo murmullo de enfado.
Echaba de menos todo eso, que no había vivido, de una manera tan profunda que sólo se permitía que las puertas de la memoria se abrieran en muy contadas ocasiones. Pero aquella noche Morgana cumplía años y estaba sola. No es que en Avalon hubiera tenido una gran fiesta, pero al menos se la hubiera mencionado y se le hubiera permitido que se acercara al Cuenco de Adivinación donde se le mostraría lo que ella más deseara ver en ese momento. Hacía años que no pedía ver a su madre, porque era demasiado doloroso y se contentaba con que le mostrara recuerdos, esta vez verdaderos y ciertos, de su infancia feliz. De su inocencia.
Pero esa noche Morgana no tendría ni siquiera ese efímero consuelo y por eso se permitió hacerse visible para el mundo. Y suspirar. Dos, tres veces. Y cuando una figura hecha más de luces que de sombras se acercó a su posición, no se fundió con los árboles y desapareció, sino que concentró toda su energía en hacerse más y más corpórea. No temía a la lucha ni al enfrentamiento e incluso a eso le hubiera dado la bienvenida. En aquella noche de luna nueva Morgana sentía que se desvanecía, arrastrada, arrancada de la memoria de aquellos que la habían querido y de los que no y sólo deseaba, por un momento, que los ojos de un mortal se posaran en ella y repararan en su presencia.
Así que no se sorprendió lo más mínimo cuando un hombre, apenas un hombre, un muchacho larguirucho y estirado, con hambre de virilidad y cara de niño se cruzó en su camino. Alto y rubio, tenía unos ojos grises que parecían nubes de tormenta e incluso antes de que hablara, Morgana ya sabía quién era. No estaba segura de qué había guiado sus pasos hasta ese momento, si había sido la mera casualidad o la mano de la Diosa la que la había alejado de caminos y ciudades, siempre hacia lo desconocido, siempre hacia el monte, hacia el campo, hacia el bosque. Siempre huyendo de la humanidad, sólo para anhelar contacto humano. Pero es esa noche tan propicia para los buenos y los malos augures, esa noche de cambios, finales y comienzos, Morgana se encontró mirando a los ojos del hijo de su madre que no era su hermano y del hijo del impostor que había roto su hogar y que no era (aún) como su padre.
—¿Qué hacéis vagando en la oscuridad?
La pregunta, casi un gruñido, fue brusca y directa, y sin embargo no desprovista del todo de educación. La voz del niño, del hombre, de Arturo, era clara como un arroyo y poseía la fuerza oculta de un torrente salvaje. Podía ser la viva imagen de su padre, pero Morgana se preguntó si Arturo era consciente de que era todo agua, todo Igrainne, todo misterio. Ten cuidado, Morgana, pues de todos los elementos, éste es el más sibilino de todos, el que te encanta y te embruja con delicadas gotas de rocío antes de ahogarte en las inmensidades, se dijo, se advirtió, sabiendo desde el primer momento que no iba a obedecerse.
Morgana sonrió. Un poquito. Ella era Tierra. Tierra, raíces y secretos, unida a este mundo y al otro, contemplándolo todo desde las dos partes del velo. Morgana era secretos y era espadas y era puntas y era lanzas, y era flechas y era escudos. Y no era nada de eso cuando se enfrentaba al agua, que ahogaba a los secretos, oxidaba a las espadas, desviaba las puntas, esquivaba a las lanzas y bailaba con las flechas y se colaba, gota a gota, por las rendijas de cualquier escudo. Esa noche Morgana fue consciente del poder que su hermano que no era su hermano podía ostentar sobre ella y del lazo que los unía. Porque era la Tierra la única que podía aprisionar al agua.
Arturo pareció impacientarse y el agua de sus ojos que era tormenta se convirtió en amenaza y en caudal salvaje, pero Morgana convirtió su atisbo de sonrisa en una completa y las aguas se calmaron. Alzando sus manos, desnudas, aparentemente inofensivas, le preguntó a su vez.
—¿Qué os dice que estoy perdida y no tengo un itinerario preciso?
Arturo frunció el ceño antes de contestar. Su voz era hielo y amenaza.
—En ese caso, sería peor para vos, pues habríais entrado en los dominios de Sir Héctor no por estupidez sino por vuestra propia voluntad y eso no os salvaría de los azotes.
Pero la curiosidad asomaba al rostro de Arturo. Morgana sabía que era imposible que la reconociera, pues no era más que un bebé de pecho cuando ella se marchó, pero la mirada de cazador la recorría como si lo hiciera. Como si supiera quién era. Como si la conociera. Como si ya la hubiera juzgado y condenado al mismo tiempo.
—Tendría que pedir clemencia, entonces.
—Podríais pedir el Reino, que vendría a ser lo mismo.
—No, no lo sería en absoluto. La clemencia es vuestra y sólo vuestra para condederla, mientras que el Reino es de cualquiera que venza a la Maldición. O a la Profecía, según se mire.
En ese momento Morgana comprendió que le había ganado la mano, la batalla y probablemente la guerra. Y aunque la sombra ambiciosa que vio en el rictus de Arturo debería haberla asustado, decidió, quiso creer que se trataba de un espejo de la suya propia.
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iotaaquilae-blog · 8 years ago
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El Médico que se convirtió en Muerte.
 No queda honor. No queda dignidad. No queda nada.
Enterrado hasta las rodillas en lo que queda del campo de batalla, Martín observa el espectáculo que los Ejércitos del Rey (¿de cuál? ¿del legítimo, del impostor? ¿Importa, acaso?) han dejado a su paso. Muerte y destrucción, soldados destrozando aldeanos, campos de cultivos anegados de sangre que no darán más fruto que la muerte.
Martín lleva despierto tanto tiempo que no recuerda la última vez que durmió. Hace tiempo que ya no cuenta con esos pequeños placeres que una vida atrás le parecían tan básicos que los daba por sentado. Un baño, una cama cálida, una mujer dispuesta. Ahora sabe que lleva consigo el olor del sufrimiento, que la Parca está tan metida debajo de sus uñas que no podrá desprenderse de ella, ni aunque la absurda guerra acabara en ese preciso instante. Martín ha perdido la inocencia y sabe que no la recuperará jamás. Que no puede. Quizás no quiere. No lo tiene claro, está demasiado cansado como para pensar.
Avanza a gatas, con las manos tanteando el terreno. De pronto, algo, parecido a una garra, le aferra una pierna. Martín mira a los ojos de un joven demacrado que tumbado de espaladas le miraba sin ver. Sin embargo, el ser humano no se rinde fácil. A pesar de que no parece estar de todo en este mundo, el instinto de supervivencia le ha obligado a llamar su atención, a rogarle. Martín sabe que su túnica otrora blanca lo señala como médico. En otro mundo, en otra vida, esa túnica le había llenado de orgullo. Había sido uno de cada cien. Había sido elegido por el mismo Sanador, que le había insuflado su propio aliento en el rostro. Lo había elevado un paso más cerca de la divinidad. Él, Martín, tenía el poder de sanar.  
Su voz estaba entrenada. Modulada, para ser un bálsamo para el enfermo, adiestrada para ser dulce cuando tenía que dar malas noticias, pero, sobre todo, impregnada del imperativo de la verdad. Martín era un médico y los médicos no mentían.
O no lo hacían hasta que la Locura bajaba a la tierra a jugar con sus creaciones y las hacía correr de la mano de Guerra.
—Ahora, tranquilo. ¿Cómo te llamas, hijo? —la mano derecha de Martín se deslizó hacia su cintura, hasta dar con el nuevo instrumento de su oficio. —Ahora todo está bien. El Médico ya ha llegado.
El soldado parpadeó y enfocó la vista. Las lágrimas humedecieron sus ojos, como si su consumido cuerpo aún tuviera humedad que desperdiciar, después de toda la sangre que había perdido.
—Isaac, Médico.
Martín asintió.
—Ya no dolerá más, Isaac.
Y con un movimiento rápido y preciso alzó su misericordia y segó los débiles hilos que aún ataban a la vida a Isaac. No había manera humana de curarle, no sin su hospital, no en medio de la nada. Le había concedido la única gracia que podía darle. Martín añadió su nombre a la interminable lista de personas a las que había asesinado, a las que les había dado el último golpe de gracia. Saber que les había ahorrado horas de sufrimiento y agonía no hacían que su pecado fuera menor y estaba convencido de que iría al infierno por ello. Lo menos que podía hacer era recordar y honrar a sus víctimas.
Miró con desagrado la misericordia que brillaba, satisfecha de sangre, en su mano. Ya la manejaba con más destreza que el bisturí. Ya era más un agente de la muerte que de la vida.
Con los primeros había llorado, se había emborrachado, había maldecido a dioses y mortales. Con los primeros, aún tenía alma. Con los primeros aún era un médico.
Ahora no lloraba. Ahora limpiaba la misericordia en un gesto inconsciente, como si su túnica aún estuviera limpia, como si siguiera teniendo que desinfectar su instrumental, y buscaba al siguiente. Y no vacilaba.
Porque ya no era un médico. Martín ahora era un carnicero.
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iotaaquilae-blog · 8 years ago
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iotaaquilae-blog · 8 years ago
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despierta, despierta niña, despierta si estás dormida. 
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iotaaquilae-blog · 8 years ago
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Igrainne abrazó a su hija por última vez. Los tratos con Viviene eran irrompibles y ella había jurado. La miró a los ojos, a su hija, al regalo del Pueblo de las Hadas y le vio demasiado niña.
—Morgana, no olvides nunca que te quiero.
Y rezó a los dioses en los que ya no creía porque su promesa valiera la pena. Era mejor tener una hija que la odiara que una hija muerta.
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iotaaquilae-blog · 9 years ago
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When flying is not really an option.
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iotaaquilae-blog · 9 years ago
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La maldición de la Dama del Lago.
Camelot había sido elegido como centro neurálgico del reino pero el Rey Dorado se sentía demasiado desnudo, demasiado vulnerable, en aquel castillo construido gracias a la magia y los encantamientos y una vez conquistado casi todo el reino había optado por gobernar desde otro punto, quizás no tan céntrico, pero definitivamente mejor protegido, mejor amurallado. Al Rey Dorado lo comenzaron a llamar el Rey Espino, pues parecía que viviera dentro de un rosal, pero él hizo oídos sordos a quienes lo criticaban, seguro como estaba de la inviolabilidad de sus dominios, él, que había llegado al poder tanto por la espada como por el uso sibilino de todas las maneras de traicionar que un hombre sin alma pudiera conocer. 
Por eso cuando la Dama del Lago emergió, como si lo hiciera de las aguas, y se hizo corpórea en sus habitaciones, el Rey Dorado no pudo sino gritar y llamar a sus guardas, dudando que ellos pudieran hacer algo para oponerse a la Dama del Lago, quien decían, tenía el poder de la vida y de la muerte en sus manos aunque sólo ejerciera, de normal, el primero. Gritó y gritó y se armó como pudo pero sus miedos iban dirigidos al vientre de su esposa, la Reina Plateada, que gestaba al que esperaba fuera el ansiado heredero varón. 
—Malgastáis vuestro aliento, Majestad. No pueden venir porque no pueden oíros. He alzado las Nieblas a vuestro alrededor y no estáis ni aquí ni allí.
Eso pareció sumar aún más en el pánico al monarca, que blandiendo la espada en su dirección, intentó con todas sus fuerzas no pensar en que iba a morir en camisón y en cómo los años de paz lo habían ablandado, él, que estaba acostumbrado a dormir con media armadura puesta, que podía combatir y defenderse a los dos minutos de ser arrancado del sueño. La paz es el peor de los entrenadores, se dijo. Pero la Dama del Lago no hizo nada por atacarlos, más allá de arrojar una flecha manchada de sangre a sus pies. El Rey Dorado la reconoció al punto, pertenecía a las que entregaba a su Partida de Caza, a la que frecuentemente se unía, un honor reservado a sus mejores guerreros. 
— Veo que la reconocéis. 
El Rey Dorado frunció el ceño y recordó que era el Rey y no un campesino asustado que se doblega ante la bruja del pueblo. El hecho de que la Dama del Lago no hubiera hecho nada manifiestamente amenazante pareció infundirle valor y se irguió, preguntando desdeñosamente. 
—¿Con qué derecho invadís la santidad de mis aposentos? ¿Buscáis acaso la muerte o, peor aún, que declare la guerra a Ávalon y arrase, piedra a piedra, eso que tenéis a bien llamar santuario?
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iotaaquilae-blog · 9 years ago
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Igrainne pertenecía a Tintagel y Tintagel le pertenecía. Cada rincón del castillo (aunque llamarle castillo era ser demasiado generoso, pues más bien era una casona grande, de piedra, protegida más por el mar y el viento que por murallas y soldados), cada recoveco de los patios, cada ola del océano y cada brizna de piedra la reconocían como Señora de Tintagel y se inclinaban a su paso. El hecho de ser o no ser considerada como Duquesa de Cornualles era lo de menos, no había hombre ni dios que pudiera haber conseguido que Igrainne renunciara a su hogar.
Pero entonces llegó Uther. Y los rumores de que era un demonio debieron tener parte de razón, pues consiguió rendir Tintagel y conquistar a Igrainne en una victoria pírrica que le valió el ducado de Cornualles y dormir durante toda su vida con un ojo abierto, temeroso de que su esposa. 
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iotaaquilae-blog · 9 years ago
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RETO LITERARIO 30 días- ¡Supera tus límites!
Día 1. Escribe. Lo que quieras. Esta es fácil. Ve calentando. 
Día 2. Escribe una entrada del diario de abordo de un capitán que sabe que en veinticuatro horas su barco/nave espacial se va a hundir/chocar/morir sin posibilidad de salvación. 
Día 3. Escribe el primer capítulo de tu autobiografía. 
Día 4. Escribe un sueño que hayas tenido. Ponle principio y final. Hazlo coherente. O no. Es tu sueño.
Día 5. Describe un paisaje que veas a diario, lo más completo posible. Olores, sonidos, colores. Todo. Intenta hacerlo de memoria. 
Día 6. Intenta escribir algo coherente, al menos ciento cincuenta palabras, sin utilizar ningún adjetivo. 
Día 7. Escribe a partir del titulo de tu libro favorito. Qué te inspira. 
Día 8. Escribe una escena de cama. De alto o medio voltaje. Sin contemplaciones. Sexo, sexo, sexo. 
Día 9. Escribe desde el punto de vista de un animal. No lo humanices, no lo conviertas en un relato antropomorfo. Es un animal. Y punto. 
Día 10. Escribe una historia de miedo. 
Día 11. Escribe un relato corto donde en ningún momento se diga el nombre/descripción de uno de los protagonistas/el protagonista. 
Día 12. Escribe algo que te incomode. Escribe desde el punto de vista de un persona con el que no puedas empatizar. Un asesino. Un psicópata. Un estafador. Escribe intentando justificar lo injustificable. 
Día 13. Escribe el primer contacto entre un humano y un extraterrestre. Puntos extras por cada tópico típico que incluyas.
Día 14. Abre el primer libro que encuentres por la página 78. Coge la primera frase del primer párrafo y a partir de ahí, escribe. 
Día 15. Escribe una historia de amor LGBT. 
Día 16. Retelling de un cuento a tu elección.
Día 17. Cambia el final de un libro/película/lo que prefieras.
Día 18. Escoge cinco objetos al azar de tu habitación. Escribe cómo McGiver escaparía de una jaula con esos objetos.
Día 19. Escribe un relato desde el punto de vista de un vampiro. 
Día 20. Escribe un relato desde el punto de vista de una persona que lleva una semana sin dormir. 
Día 21. Gran Hermano VIP edición dioses antiguos. Ala. A escribir. 
Día 22. Convierte a alguien en quien conoces en un personaje.
Día 23. Escribe algo sci-fi.
Día 24. Eres el último humano sobre la faz de la Tierra. Escribe tu epitafio y una breve explicación de por qué ha desaparecido la humanidad. 
Día 25. Fun, fun, fun. Un relato relacionado con la Navidad. 
Día 26. Inserta un personaje histórico a tu elección en el mundo actual, suéltalo en las rebajas del Corte Inglés.
Día 27. Escribe un guión para un capítulo de tu serie favorita.
Día 28. Escribe una historia de amor en tweets. 
Día 29. Escribe en verso una historia de aventuras que no tenga ni pies ni cabeza. ¿Lógica? ¿Eso se come? Escribe algo que pudieran haber hecho lo Monty Python. 
Día 30. Descríbete como si fueras el personaje de un libro. Insértate en una novela histórica (época a tu elección)/fantástica/negra. 
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iotaaquilae-blog · 9 years ago
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Arturo acarició el pelo de su dormida amante. Relajada entre sus brazos no parecía tan poderosa, tan imponente. La bruja había dejado caer sus encantos y frente a él se mostraba como la mujer y no como la hechicera. Por un momento casi se sintió mal por traicionar la confianza que ella había depositado en él, pero la parte más ambiciosa de su mente cortó el pensamiento antes de que pudiera incapacitarlo. <<Es su culpa>> se dijo <<ella es la que te está arrojando a este camino, pues su voluntad podría haberte hecho feliz, pero decidió no hacerlo, decidió no cumplir el único deseo que quisiste pedirle y no podías conseguir por tu propia mano. Es ella la que, ignorando sus propios consejos, ha bajado la guardia contigo. ¿No era ella la que decía que no debías confiar en nadie, que el mundo es su enemigo? Ella ha olvidado sus propias enseñanzas y contra eso, Arturo, no puedes hacer nada. Aprovecha su debilidad>>.
Arturo se incorporó y bajó la mano, perezosamente, dejando que resbalara por el cuerpo desnudo de la joven, acariciándole el costado, subiendo hasta su pecho. Inclinándose hacia ella, la besó en la frente, deletreó su nombre alrededor de la clavícula, mordió el punto, ese punto, en su cuello y le susurró al oído.
—Morgana, mi amor, ¿me concederías un favor?
Aún en los brazos de Morfeo, la joven se movió y sonrió. Su voz sonó ronca por el sueño pero trazas de deseo se intuían. Le tendió los brazos y respondiendo con un gemido, se dejó querer, pegando sus curvas a las de Arturo, moviéndose tentativamente contra él, queriéndolo todo. 
—Sí. 
Arturo respondió como siempre que hacía a la buena disposición de Morgana. La lujuria, que podría haber considerado amor en algún momento, pareció explotar en su interior y tuvo que controlarse para no tirar por la borda todo lo que cuidadosamente había planeado. No contaba con que la mezcla afrodisíaca del poder y el cuerpo dispuesto de Morgana le fuera a afectar tanto. Rodando se colocó sobre ella, sujetándole ambas manos, que, jugetonas, intentaban tocarle, volverlo loco, encima de su cabeza. La sumisión de Morgana le excitó hasta el límite, ver como ella no intentaba liberarse sino que sonreía, con aquella sonrisa de gato, feérica. Arturo la besó, casi con desesperación, mientras ella movía sus caderas, provcadora. La mordió de nuevo y bajó por su pequeño cuerpo. Con la boca pegada a su pecho y la mano que le quedaba libre jugueteando contra el hueso de su cadera, preguntó.
— Morgana, mi amor, ¿me concederías un favor?
Antes de que pudiera contestar, besó su pezón, mordiéndolo con fuerza, con la fuerza que sabía que la volvía loca, e introdujo, tentativamente, un dedo en su interior, dos, bailándolos al ritmo que ella le imponía. El suspiro de Morgana le hizo sonreír con suficiencia masculina.
— Sí, ¡sí!
Arturo sabía que no estaba jugando limpio pero le dio igual. Continuó atormentándola, a la que llamaban la Reina de las Hadas, la pupila de la Dama del Lago, reuniendo cada pizca de autocontrol para no perderse en la belleza salvaje, en el abandono, en el placer de ella. Siguió besándola, mordiéndola, llevándola al abismo una y otra vez. Cuando Morgana comenzó a suplicar, a arquearse, a mirarle con los ojos vidriosos llenos de Amor, Arturo supo que había llegado el momento. Liberando sus manos, la levantó en volandas, la atrajo hasta su cuerpo y la pegó a él. Se colocó en su entrada y amagó con penetrarla. Morgana gimió, a punto del llanto. Suplicó. Le clavó las uñas en la espalda, dibujando un camino, un sendero. 
—Arturo, Arturo, Arturo. 
La repitición trina le pareció el signo que estaba esperando. Arturo complació a su amante y se introdujo en ella de un solo golpe. El grito de Morgana casi le hace olvidar lo que tenía que hacer. Casi. Esperó, moviéndose frenéticamente, acariciándola con todo lo que tenía a su alcance, hasta que la notó aproximarse al clímax. 
—Morgana, mi amor, ¿me concederías un favor?
Morgana estalló en sus brazos y por un momento se dejó caer, desmadejada, contra él. 
—Sí, sí. Pídemelo. Pídeme lo que quieras. 
  La rendición supuso el catalizador último que necesitaba. Derramándose en su interior, fue dolorosamente consciente de que quizás era la última vez que encontraba la liberación en la matriz, en el cuerpo de Morgana. Por un momento se preguntó a sí mismo, qué amaba más. Si a ella, a la mujer que le había dado la promesa de una vida de felicidad, a Morgana, la que le quería sabiendo como era, o a la desconocida, a la reina, a Ginebra, la que le daría la corona de Inglaterra y un futuro frío que complacería a su ambición, pero él mismo sabía que sólo era una treta para postergar lo inevitable. Arturo sabía cuál era la respuesta antes de siquiera plantearse la pregunta. Abrazó con fuerza a Morgana, la besó con la desesperación y el hambre del condenado a muerte, lo que hizo que ella lo mirara, extrañada de que no cayera en el sopor habitual que seguía a sus intercambios amorosos y algo tuvo que ver en sus ojos porque se separó de él, rápidamente, con el pánico pintado en sus rasgos de cierva. Su mente comenzó a darse cuenta de lo que había hecho y Arturo lloró lágrimas de sangre en su interior, mientras veía como las facciones transparentes de su amante iban reflejando los cauces, los razonamientos.
<<Ya lo sabe. Aún no es tarde. Aún puedo echarme para atrás>>. Pero no. La traición ya se interponía entre los dos. 
—Entonces, Morgana, Morgana, mi amor, primera mujer a la que he querido, Morgana, a quien me entregaste tu doncellez y tu inocencia, Morgana, hija de mi madre, hija de Igrainne, Duquesa de Cornualles por derecho propio, Morgana a la que llaman niña cambiada, sangre féerica, cierva y elfa, Morgana le Fay, Reina de las Hadas, de más allá del Velo, Morgana, sacerdotisa de la Diosa y de la Luna, conocedora de los Misterios, Morgana, la pupila de la Dama del Lago y llamada a sucederla, Morgana de Ávalon, este es mi deseo.  —Arturo se mantuvo firme. Con cada nombre que salía de sus labios la voluntad de Morgana se ataba a la suya, firmemente, cada apelativo era un eslabón más en la cadena que la sometía a él.  —Morgana, irás a Camelot y cogerás para mí la espada encantada, aquella que sólo puede ser tocada por manos no mortales. Te hará señora de aquella que llaman Excálibur y vencerás a sus encantos y sin que nadie te vea, te cubrirás de una capa de sombra, y vendrás a entregármela y me harás señor de la espada y doblegarás su voluntad a la mía y no podrás hablar jamás de estos sucesos ni comunicar de forma alguna a persona, dios o animal que fuiste tú y no yo la que cumplió con el desafío de la Reina. Y cuando hayas hecho todo lo que te he mandado y ordenado, cuando hayas cumplido con lo que te pido en virtud de tu rendimiento trino, trino como las caras de la Diosa y las manifestaciones del Dios de los cristianos, trino como tu consentimiento, acudirás a mí y serás libre.
Arturo pronunció la última palabra y la última frase y notó como la energía le abandonaba. Se mareó por un instante y la visión se le nubló. De no haber estado ya en el lecho se hubiera caído al suelo. No era un hechicero  y no estaba entrenado más que en los pocos secretos que la misma Morgana le había revelado, desobedeciendo las órdenes de Ávalon y no estaba acostumbrado a realizar encantos. Cuando el mundo se asentó de nuevo, abrió los ojos, dispuesto a enfrentarse con Morgana. 
Morgana estaba de pie, junto a él, desnuda aún y más furiosa de lo que jamás podría haber imaginado. Levantó la mano contra él y Arturo sintió miedo. Pánico. 
—¡Te arrepentirás de este día y de haberme usado en tu nombre, Arturo, hijo de Uther, futuro Rey de Inglaterra! Tienes suerte de que sea débil de corazón y el amor que te tengo, que te tenía, a ti y a nuestra madre, refrene mi mano antes de derramar tu sangre, pues nada de mi juramento me impide matarte aquí y ahora y depositar la espada en tu tumba. ¡Traidor, Judas, no hay plata en la tierra suficiente como para hacerte pagar por tus actos! Pues aquí juro, Arturo, hijo de Uther, que intenté evitarte tu destino y tú confundiste mis preocupaciones y desvelos con celos. Pues aquí te juro, Arturo, hijo de Uther, que no encontrarás felicidad en tu lecho, que tú, el Rey que Fue y Será, serás traicionado, como me has traicionado a mí, por tu mano derecha cuando menos te lo esperes sin poder hacer nada por evitarlo. —los ojos de Morgana habían perdido su color y estaban rodeados de bruma. Arturo, pese a saber que su vida no corría peligro, sintió cada palabra como una amenaza pues reconocía el tono de voz y la expresión, no era su amante quien lo maldecía, sino la magia de Ávalon y contra eso, contra las certezas, no podía hacer nada. —Pues está escrito que tu hijo te matará, tu reino se desmembrará y renunciarás a todo, vendiendo tu alma y tus creencias, por polvo y niebla y aunque tu nombre será conocido por todas las generaciones, tu cuerpo no descansará en esta Tierra y no conocerás más amor del que yo te di y despreciaste. ¡Escúchame, Arturo, hijo de Uther, hijo de Igrainne, hijo adoptivo de Héctor, pues todo esto quise evitarte y todo esto has abrazado! Pero, escucháme, pues en todo lo que vi y en todo lo que escruté en las aguas, jamás me enfrenté a este escenario. ¡Este es tu futuro y este es mi regalo, pues seré tu enemiga hasta que uno de los dos abandone este mundo mortal! ¡He dicho!
La sacerdotisa se llevó una mano a los labios, donde aún quedaba un ligero rastro de sangre, fruto de la pasión que acaban de compartir. Manchándose los dedos, dibujó una cruz de sangre en la frente de Arturo, que aún a su pesar se estremeció, un escalofrío le bajó por la columna vertebral, como si alguien hubiera caminado por la tierra donde se ubicaría su tumba. Le enmarcó la cara con sus manos pequeñas y fuertes.
Morgana había crecido. Su presencia inundaba toda la habitación y la mujer había desaparecido, tal vez para siempre.  El poder la envolvía como una manta y por un momento la ilusión de humanidad desapareció. Era una de las hijas de los bosques, más allá del Velo. La sacerdotisa se mezcló con la Reina de las Hadas. Ya no era su hermana ni su amante.
Era su enemiga.  (y ni aún así, ni aún así, podía decirse que se arrepintiera. que los dioses lo perdonaran, pero no se arrependíta.  
—Me vendiste por una corona  —y por un instante, todo cayó. Ya no era sino la maldición de una mujer a la que le habían roto el corazón. Antes de que Arturo pudiera tomarla en sus brazos, consolarla, aprovechando la fisura, Morgana le dio la espalda y abandonó la habitación, desvaneciéndose en el aire. 
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iotaaquilae-blog · 9 years ago
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Hoy he encontrado uno de mis antiguos diarios. Escribo en ellos desde que tengo memoria y aprendí a escribir(me). Era feliz. No se puede describir de otra manera. Leyendo a mi yo de hace diez años, con sus problemas y preocupaciones me digo a mí misma, qué sencilla. Qué tonta. Qué naive. Qué feliz era. Y soy. Más o menos. Quizás en seis años me lea de nuevo y piense lo mismo.
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iotaaquilae-blog · 9 years ago
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Tea Time with my BFF without tea.
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iotaaquilae-blog · 9 years ago
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La doncella caminaba por el bosque sin más protección que un pequeño cuchillo y sus piernas rápidas, pero no tenía miedo. En cualquier lugar estaba protegida por la gracia de la Diosa y poder salir, al fin, de Ávalon, se le antojaba más un regalo que un castigo. Sus compañeras habían llorado al comprender que la última prueba para convertirse verdaderamente en una sacerdotisa era demostrar que podían vivir tanto en el mundo como fuera de él, pero ella lo había aceptado con serena tranquilidad mientras sus pensamientos volaban.
¡Volver al mundo exterior, volver a pisar tierra britana!
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