Tumgik
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cuadrar y renacer
Todavía recuerdo mis primeros días en Florencia. El llegar a esta ciudad después de 6 años fue mágico, pero al mismo tiempo difícil. A diferencia de otros viajes que he hecho, en esta ocasión mis emociones no eran las mismas. Había pasado ya la inquietud y la locura de dejar mi casa por primera vez, había ya estado separada de mi familia y amigos adentrándome a ciudades diferentes a la mía Quizás esto haría todo más fácil, pensaba. La despedida, por primera vez, no fue sencilla. Suelo ser la persona que se va sin mirar atrás, que no acumula lágrimas en los ojos y que abraza rápido.  Los últimos meses de mi vida en México habían estado llenos de altas y bajas. Un verano en un camp de CISV que, si bien fue maravilloso, también fue complicadísimo -lleno de risas y alegría, pero también de mucha frustración. A diferencia de mi vida adolescente (sí, como que ya me siento adulta o pseudo-adulta) la relación que ahora tengo con mis papás es mucho más fuerte, repleta de confianza y cariño. Antes solía tener más dificultades y discusiones con ellos, el llamarlos para saludar parecía una obligación -hoy es un gusto enorme. En cuanto a mis amistades, cada una ha tomado un camino distinto y crece a su ritmo y a su manera en lo que nos hace brillar, pero siempre extrañándonos.  Un poco de lo que me traje de México fueron abrazos de esos en los que no quieres separarte del otro y vibras de lo más lindas. Mi abrazo favorito fue el que recibí de mi abuelo donde al oído me dijo “Pedazo de mi alma, aquí te espero.” Y en cuanto a mi estatus amoroso (ay, qué palabra) las cosas iban un poco mal, no siempre todo puede ir bien, pero se trabaja cada día para mejorarlo. En fin, el venir a Italia me hacía sentir algo raro en el pecho, quería sentirme feliz porque cómo no hacerlo, pero al mismo tiempo algo no acababa de cuadrar en mí. Sentía, de alguna manera, que dejaba asuntos inconclusos, conversaciones a medias y compromisos al aire. Hoy, siento una paz y me miro al espejo con una sonrisa de oreja a oreja porque algo en mí sabe que todo comienza a cuadrar.  Pareciera como que a veces necesitamos estar lejísimos para respirar un poquito y darle tiempo al sentido de las cosas. Cambiar de aires. Un buen amigo habló conmigo pocos días antes de irme y me dijo algo que conservo conmigo cada día. Y eso fue que al llegar a Italia renaciera. Renacer en el sentido de que me diera la oportunidad de (re)aprenderlo todo, como si no supiera nada de nada. Y qué mejor lugar para renacer que en la cuna del Renacimiento (ufff, qué cosa más cursi) pero pos sí que aplica.  Y es que hay algo que no se puede articular en palabras al abrir la ventana de mi habitación y poder ver el piquito del Palazzo Vecchio, salir a la calle y llenar mis pulmones con el aroma de los mejores sándwiches de todo Florencia (yesss, los tengo enfrentititito de mi casa), caminar un par de cuadras y encontrar a amigos nuevos de todo el mundo platicando y compartiendo una chela en los escalones de Santa Croce, caminar en el sentido opuesto por dos minutos y ver los atardeceres más espectaculares desde el Ponte Vecchio, aprender a esquivar turistas de todos tamaños, colores y formas como si fueran balas por las calles, hablar con los vendedores del Mercato Sant’Ambrogio y probar ciruelas de mil colores y sabores, comer y recomer el mejor prosciutto de la historia y la lista sigue y sigue... Hoy puedo decir que mi vida florentina va por buen rumbo.  Lamento que esta publicación haya llegado tan tarde, pero es que estaba muy ocupada zumbándome unas cuantas (michas) Favolosas en el Antico Vinaio junto con mi nueva compañera de vida, la Majito, que se me pasó ponerme al corriente con todos aquellos que me leen. A todos ustedes, los llevo en el corazón y verán que les seguiré contando de mis aventuras de puntitas por Italia.  -Isabella 
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