Perpetuidad del istmo
Con esta fotografía de la ciudad de Coro durante el atardecer, rodeado de dunas amarillas, ahora enrojecidas por el sol que luego iría hacia otros lugares del mundo, me gustaría presentar la obra de mi autoría que la prestigiosa revista digital Letralia presentó hace pocos días en el estado Carabobo de Venezuela. Letralia aún se mantiene como espacio relevante para escritores latinoamericanos en su paso por Venezuela, y ahora que hay tanta distancia entre mi gentilicio y mi presencia, estoy honrado de haber sido seleccionado para publicación. Gracias a todos. Los invito a leer: Perpetuidad del istmo.
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Correspondencias para Leonardo Des/Almao
El Eyjafjallajökull nos tumbó la fiesta
El primer ministro de Islandia esperaba nuestra llegada: Leo, tú y yo ganamos un proyecto de intercambio cultural por un año. Leonardo no podía ocultar su alegría, desempolvó toda esa ropa calientita que usaba en Mérida e inmediatamente la guardó en su maleta. Yo guardé mis cositas con alma colectiva, mi mandolina y un yogurt comercial para luego compararlo con el Skyr.
Tomamos un avión de Las Piedras a Oranjestad, para luego tomar otro a Boston; y finalmente nos vimos sobrevolando sobre el Eyjafjallajökull. Apenas estábamos en el taxi camino al hotel, lamenté haber llevado solamente franelas, alpargatas y jeans, mientras Leonardo y tú estaban sumergidos en dos sobretodos, tres chaquetas, una sábana y una manta.
“Lo siento señores, no aceptamos venezolanos, vayan a raspar cupos en algún país tercermundista como España” nos cerró la puerta el señor de la posada convenida con la Embajada. Entonces tuvimos que alquilar un loft cuya vista daba hacia el Hallgrímskirkja. Yo no pude esperar para ponerme 5 franelas, 4 camisas manga larga y 2 pares de jeans, y los invité a comer kæstur hákarl: terminamos vomitando por 15 minutos.
Durante la noche fuimos a la plaza de los bebedores de vino, y nos dispusimos a bebernos todo el cocuy que llevábamos en nuestras maletas. Los islandeses estaban enloqueciendo con nosotros y entre palabras y muecas, nos pedían shots y cigarros. Tú te ligaste a un oso alto de indudable ascendencia vikinga, y Leo me tapaba los ojos cada vez que pasaba cerca un escandinavo de barba larga y espesa.
Los paisajes de montaña nos dejaban boquiabiertos, la tundra con su mezcla de grama y rocas nos recordaba que estábamos lejos del trópico. Las playas eran de arena negra, y solamente los habitantes de la zona soportaban esas aguas heladas que me hacían recordar a una bañera con hielo para bajar la fiebre. Solo disfrutábamos el clima encerrados en una habitación con calefacción o bañándonos en las aguas termales, y los islandeses no comprendían el calor coriano hasta que les acercábamos la mano a una estufa encendida.
Ya teníamos apenas una semana en Islandia y los ancianos nos culpaban de haber pervertido a la juventud. Conseguimos cómo destilar licor de un agave local para mantener borrachos a los escandinavos fortachones; incluso Leonardo descubrió paquetes de harina Pan en un convenience store, y vendíamos arepitas rellenas para matar el hambre de los shots.
Björk se emocionó tanto con las arepas tostadas con queso rallado, que daba conciertos gratuitos acompañada de un cuatro, y enseguida se le unieron Retro Stefson y Sigur Rós. Entonces nos adueñamos de Reykjavík, ¡Islandia era nuestra! Y éramos populares, un 90% de la población total nos conocía y nos seguía en redes sociales (casi 300.000 personas). La ex primera ministra Jóhanna Sigurðaardóttir y su esposa asistían a nuestras fiestas salvajes, despidiéndose de nosotros con una amplia sonrisa y frases sobre sus ganas de conocer el Caribe.
Pero nada es permanente. El Eyjafjallajökull estaba por hacer erupción
nuevamente, y la embajada nos llamó para indicarnos que debíamos partir antes que la ceniza suspendiera las líneas aéreas. Era una lástima, ya nos estábamos acostumbrando a una economía con 0,4% de inflación. Nos despedimos en Maiquetía, acordando cada uno regresar a su ciudad de origen y desde entonces te extraño desde Coro.
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Noche en la Intercomunal
Adriana Lanni es una zuliana atípica, aún no la he escuchado decir Vergación ni usar el Puente Rafael Urdaneta como unidad métrica referencial. Incluso un día durante clases me reveló que se siente de espíritu coriano pero de corazón marabino, yo asumí en ese momento que Nadia sentía igual –Nadia es su amiga a quien quiere y con quien convive armoniosamente-. Quizás por ello, compraron una casa en la Intercomunal Coro-La Vela, lejos del patrimonio declarado por UNESCO y del hedor a urbe que a veces se acumula frente al aeropuerto.
- “Jair, me vas a disculpar, pero mi casa está en las llamas” – me dijo Adriana mientras estacionábamos frente su nuevo hogar de fachada sin pintar y parcela sin grama.
Esa noche me quedé a dormir con los Lanni-Rodríguez, eran las 3 a.m. y muchos ruidos interrumpían mi sueño: pasos fuertes, berridos de chivo, luces tenues tras la cortina de la ventana, ladridos. Mi curiosidad crecía agigantada, así que decidí vestirme y salir a investigar.
- “Jair, ¿qué es todo ese ruido?” me interrogó Adriana preocupada caminando de su cuarto a la sala.
- “Viene de fuera, vamos a ver”, entonces me ayudó a abrir la puerta de la casa, y estuvimos parados en el frente, desde cuya vista se extendía un terreno árido e inhóspito que a kilómetros pasa a ser oscura serranía.
- “Mira, ¿qué es eso?” preguntó mientras apuntaba con una linterna de bolsillo.
Entonces pudimos entrever algo blanco en medio de la oscuridad del desierto y escuchamos con claridad el sollozo de un niño. Adriana corrió hacia el niño que se quejaba y lloraba entre cujíes, lo alzó en sus brazos y lentamente íbamos caminando hacia la casa para atenderlo. La débil luz de la linterna revelaba un chamito de 5 años, en pijama larga con estampado de puntos rojos sobre blanco.
A medida que nos acercábamos a la casa, Adriana se quejaba del peso del niño, y cuando parecía no poder más, el chamo fue creciendo y nos mostró unos colmillos grandes y amarillentos. Adriana estaba presa del pánico, quedó petrificada ante un monstruo que ahora medía su altura, entonces la tomé de la mano y corrimos hasta la casa. A mis espaldas, el ser deforme caminaba con dificultad intentando alcanzarnos.
- “¿Quién anda ahí?” dijo Nadia abriendo la puerta y bostezando, entonces volteamos y el monstruo se había ido.
- “Ay cariño, QUÉ MOLLEJA, un chamito con dientes grandes comenzó a crecer y nos perseguía…. ”
- “¿Y dónde está? ¿Segura que Jair y tú no estarán alucinando del cansancio?”
- “No, ahí estaba, ahí…”
- “Mira Jair, me la volviste loquita… ya va, ¿y ese chivo?” Nadia señaló un chivo que nos miraba fijamente, entonces recordé los berridos mientras intentaba dormir, y supe que se trataba de un ceretón.
- “Muchachas, ¡corran!” les grité, mientras cerraba la puerta de la casa de un tirón. Corrimos hasta el puesto de vigilancia y gritábamos para ser atendidos, nadie respondió. Entonces se nos ocurrió revisar el sitio de trabajo del señor vigilante: sobre el escritorio estaba un libro de páginas negras y a un lado la calavera de un gato, en la silla estaba la ropa del ceretón mientras que debajo del escritorio estaba una gallina muerta. Entonces recordé que mi abuela me enseñó que a un ceretón se le debía quemar la ropa para que pierda sus facultades mágicas, y entre los 3 tomamos varias prendas.
El ceretón se nos acercaba, tenía nuevamente forma de niñito mientras cojeaba con dificultad. “Ayyyy, acabo de recordar que el señor vigilante es cojito, qué desgracia” dijo Adriana apenada. Entonces se nos ocurrió que Nadia podía distraerlo para que Adriana y yo quemáramos sus ropas en la casa. Nadia es cinturón negro en Yoga y jueza contra crímenes de género, ella podía defenderse solita.
Adriana y yo corríamos muy cansados entre callejones, despertando con nuestro paso agitado a los vecinos, quienes se quejaban mientras encendían las luces. Entramos a la casa, encendimos la estufa mientras cortábamos la ropa en trocitos pequeños; entonces comenzamos a quemar y el ceretón gritaba desde lejos, sintiéndose su quejido cada vez más cercano.
Entonces pudimos ver un hombre en llamas que se acercaba por la puerta de la cocina, cada prenda que se volvía ceniza avivaba las llamas en su cuerpo. Y justo estaba por intentar abrir la puerta de la casa, cuando Nadia se apareció detrás de él y lo atacó con el chorro de una manguera. El episodio de esa noche concluyó con un ceretón mojado y chamuscado, que ahora era simplemente un hombre desnudo que perdió sus poderes mágicos. Las cenizas que se desprendieron de él fueron aprovechadas por las chicas para la caja de arena de Pollux.
Mientras comíamos sándwiches de quesito y champiñones, veíamos cómo el criminal se alejaba en el asiento trasero de un carro de policía, y nos sentimos tranquilos porque habíamos librado a Villa Sabana de un brujo acosador. Además, eran casi las 6 a.m. y estábamos muy cansados después de la madrugada agitada. Nadia y Adriana comenzaban a prepararse para ir de nuevo a la cama, así que caminé a la habitación de huéspedes, encendí la luz, y sobre mi cama estaba un libro de páginas negras, la calavera de un gato, ropas y una gallina muerta.
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Blanca Guzmán, S/T (serie: Las Gaviotas). 1977. Mixta/tela. Colección permanente Incudef.
Esta obra está estructurada como una ambientación difusa donde los colores se degradan y yuxtaponen en tonalidades de azul, violeta, celeste y verde. Haciendo así referencia al paisaje marino.
Blanca Guzman
Es una pintora y dibujante venezolana. Nace en Caracas el año 1938. Su formación artística parte de lo académico en el Taller Libre de Arte durante 1957, continuando luego en el taller de Pedro Centeno Vallenilla. En 1959 inicia cursos en el Instituto Pratt de Nueva York y al año siguiente en la Escuela de San Fernando. Asimismo, entre 1963 y 1968 estudió en la Escuela Cristóbal Rojas.
Durante su carrera se ha dedicado a la pintura de género, particularmente el paisaje marino. Adriano González León menciona este aspecto sobre su obra y expresa: “Blanca Guzmán ha captado con singular delicadeza estas alteraciones del universo exterior, reducido, por virtud del milagro plástico, a ondulaciones, perfiles, líneas difusas, oquedades y reveses de temperatura, en los cuales las nubes y el mar ejecutan una violación flagrante de las arenas” (1982).
Algunas de sus exposiciones individuales han sido: “Pintura y superficie” en la Galería de Arte Fondocomún, Entidad de Ahorro y Préstamo, Caracas 1969; “Celajes y navíos” en la Galería Primera Entidad de Ahorro y Préstamo, Coro 1978; “Arena y aire” en el Museo Nacional de Varsovia 1980; “Espacios infinitos”, en el Museo Antonio José de Sucre Gran Mariscal de Ayacucho, Cumaná 1981.
Además, ha recibido reconocimientos como: Premio para extranjeros en el Salón de Artistas Independientes, Santiago de Chile 1962; Premio José Loreto Arismendi, XXVII Salón Oficial 1966; Mención honorífica, “Caracas vista por sus pintores”, Sala Mendoza / Primer premio de pintura, Salón Fonpres 1967.
Su obra está en colecciones de la Asamblea Legislativa del Estado Falcón, Banco Central de Venezuela, CIV, Museo Alejandro Otero, Ministerio de la Ciencia y la Cultura de Varsovia, Museo Bolivariano de Arte Contemporáneo, Museo de Ciudad Bolívar y otros.
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