Escribo con el pulso de la calle y el corazón en llamas. No busco encajar, busco romper. Nacido entre escombros y versos, creo que la palabra puede ser un arma o un refugio, pero nunca neutra.
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“Lo que no se dice también arde”
I
Le dije a mi mente que no te pensara. Que no recorriera caminos donde tus pasos nunca estuvieron. Le rogué que dejara de imaginar paisajes contigo, atardeceres que no vivimos, silencios que nunca compartimos.
Pero no me escuchó.
Insistía en crear historias con los restos borrosos de un futuro que jamás se construyó. Se aferraba a una ilusión con forma de cuerpo, con tu voz hecha de nostalgia.
Le advertí que no perdiera tiempo en sentimentalismos, que no adornara el dolor con romanticismos absurdos. Le ordené cerrar las puertas, apagar las luces, archivar tu recuerdo.
Pero era tarde.
II
Ya había empezado a mentir.
A decirle al mundo que estabas lejos, que no dolías. Empecé a escribir. Como quien respira bajo el agua, como quien intenta no ahogarse con su propio aire. Cada palabra era una forma de sostenerme mientras tu imagen me consumía, lento, sin ruido.
Me prometí que dejaría de buscarte en los gestos de otros, en la música, en las calles que alguna vez imaginé recorrer contigo. Pero mentía.
Mentía con cada hoja que llenaba con tu sombra. Mentía diciendo que estaba sanando, cuando en realidad solo aprendía a vivir con la herida abierta.
III
Comprendí que algunas presencias, aunque invisibles, pesan. Y tú… pesabas. Pesabas en la forma en que el café sabía más amargo, en la manera en que las noches se alargaban sin sentido, en esa pausa entre frase y frase, donde te aparecías sin permiso.
No eras tú.
Era lo que hice contigo en mi cabeza.
Un reflejo, un eco, un espejismo que confundí con amor.
IV
Ahora ya no intento olvidarte.
Escribir ya no es una excusa. Es una forma de entender que hay amores que no se quedan, pero tampoco se van. Que hay personas que no supieron quedarse, y aún así dejaron huellas como si lo hubieran hecho.
Tú fuiste eso:
la historia que nunca sucedió,
pero que me marcó como si hubiera sido real.
Y quizás lo fue,
en mi mente,
en mi piel,
en estas palabras
que aún llevan tu nombre escondido entre líneas.
V
Hay días en que no pienso en ti.
O eso me gusta creer.
Días en los que puedo caminar sin imaginar tu mano rozando la mía. Días en los que las canciones no me hablan de ti, y el viento no trae tu risa.
Pero incluso en esos días,
cuando el mundo parece avanzar sin ti,
hay un rincón en mi mente que te guarda.
Como una habitación cerrada,
polvorienta,
llena de objetos que ya no uso,
pero que no puedo tirar.
Y es ahí donde te encuentro sin querer.
Entre palabras sueltas,
entre un gesto que se parece al tuyo,
entre el reflejo de lo que no fue.
VI
No sé en qué momento pasaste de ser alguien a ser una idea.
Una especie de símbolo.
No de amor, no.
Sino de pérdida.
Eres ese punto exacto donde me rompí un poco,
y aprendí a seguir andando con las piezas sueltas.
Ya no te escribo con rabia.
Ya no suplico entre versos.
Ahora sólo nombro lo que quedó.
Y lo que quedó fuiste tú,
como el polvo que se posa sobre una carta que nadie abrió.
VII
He aprendido que hay despedidas que no hacen ruido.
Que no siempre hay una puerta cerrándose.
A veces la ausencia llega callada,
como el invierno en los huesos,
como el olvido en la voz de alguien que solía decir tu nombre con cariño.
Y entonces uno deja de luchar.
No por rendición,
sino por compasión hacia uno mismo.
Soltar no es renunciar.
Es entender que aferrarse a una sombra
también duele.
VIII
Hoy te escribo sin esperar que leas.
Sin esperar que entiendas.
Te escribo para dejar ir con palabras lo que no se quiso ir de otra forma.
Y aunque sigas aquí,
viviendo entre estas letras,
te prometo que esta es la última vez que te nombro sin decir tu nombre.
No porque ya no duelas,
sino porque por fin he aceptado
que algunas heridas no se cierran,
pero dejan de sangrar.
IX — Epílogo
No sé en qué momento dejaste de dolerme igual.
No fue un día exacto. No hubo revelación.
Fue más bien un proceso lento, casi imperceptible.
Como el agua que, gota a gota,
deja de llenar el vaso y empieza a evaporarse.
No te fuiste de golpe.
Simplemente comencé a estar más presente sin ti.
A escribir sin tus ojos detrás de cada frase,
a respirar sin imaginar tu risa colgando del aire.
Ahora entiendo:
no todas las historias necesitan un final para cerrarse.
Algunas solo necesitan silencio.
O una última palabra escrita con paz,
no con nostalgia.
Esta es esa palabra.
Este es ese silencio.
Te dejo aquí,
entre líneas,
entre lo que no se dijo
y lo que ya no importa.
Porque lo que no se dice también arde,
pero un día,
solo queda ceniza.
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Mi eterna musa
La soledad no es poesía,
no es esa imagen romántica de un café frío en la madrugada.
La soledad real huele a cuarto cerrado,
a comida vieja,
a ropa sin lavar.
Suena como el eco de tus propios pasos en la casa vacía,
como el tic del reloj que nadie más oye
porque nadie más está.
La tristeza no es una lágrima en cámara lenta.
No es un piano suave ni una mirada perdida.
La tristeza real no llora:
te corta la respiración,
te aprieta la garganta cuando tienes que hablar con alguien
y fingir que estás bien.
Es no levantarte de la cama,
no porque quieras dormir,
sino porque no te importa si el mundo sigue sin ti.
Y la melancolía...
la melancolía es la reina de esta mierda.
Te hace desear lo que nunca existió.
Te da hambre de pasados que te inventaste.
Es mirar una foto vieja y no reconocer al que sonríe.
Es desear volver a un lugar que odiaste,
solo porque ahora todo te parece peor.
Estas tres no son inspiración,
son condena.
No las elegí,
me eligieron.
Se instalaron sin preguntar,
hicieron nido en mis costillas,
y ahora todo lo que escribo lleva su veneno.
No me hacen artista,
me hacen adicto al dolor que entiendo,
al silencio que reconozco,
a las heridas que no cicatrizan porque aprendí a rascarme con palabras.
Mi eterna musa…
no es musa, es parásito.
Pero sin ella, ¿qué queda?
¿Quién soy si no estoy roto?
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Tercer día de lluvia
Hoy también llueve.
Y no me sorprende.
Es como si el cielo supiera
que aún no he terminado de pensarte.
He caminado un rato
sin rumbo,
dejando que la lluvia
caiga sobre mí
como si fueran tus dedos,
como si me acariciaras despacio
desde otra ciudad,
desde otro mundo.
No necesito paraguas,
ni abrigo,
ni consuelo.
Solo necesito este momento
donde todo duele bonito,
donde tú vives
en cada gota que cae.
He pensado en cómo sería
verte ahora,
sin decir nada,
sólo mirarte
y dejar que los silencios hablen,
que la lluvia hable,
que el amor hable
como sabe hacerlo:
sin ruido,
sin promesas,
sin miedo.
Porque ya no se trata de decir "te amo",
se trata de serlo.
De ser amor contigo.
De ser refugio,
abrigo,
café caliente en los inviernos del alma.
Yo a ti,
aunque escampe,
aunque lleguen días secos,
te seguiré amando con memoria de lluvia,
con corazón que recuerda
que cuando todo parecía gris,
tú eras luz.
Tú eras fuego bajo el aguacero.
Y si algún día preguntas por mí
cuando llueva,
mira el cielo con calma.
Ahí estaré,
amándote,
en voz baja,
como siempre,
como nunca,
como ahora.
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Y sigue lloviendo...
Y sigue lloviendo,
como si el cielo supiera
que hoy necesito decirte más,
sentirte más cerca,
soñarte despierto.
Hay algo en la lluvia
que me vuelve valiente,
me empuja a escribirte sin miedo,
a confesarte
que en cada tormenta me descubro
amándote con otra intensidad.
El mundo se vuelve lento,
los autos, las voces,
el tiempo mismo…
todo parece hacerse a un lado
para que tú y yo tengamos espacio.
¿Lo sientes?
Este silencio húmedo
lleva tu nombre.
Esta melancolía suave
me lleva a tus manos
aunque estés lejos.
Podría hablarte de cielos despejados,
de primaveras y soles interminables,
pero hay una verdad más honesta en la lluvia,
como si solo bajo ella
mi alma se atreviera a decir lo que calla.
Yo a ti,
cuando llueve,
te pienso con más ternura,
te recuerdo más claro,
te extraño con esa nostalgia dulce
que no duele,
solo suspira.
Y me dan ganas
de tomarte de la mano,
caminar contigo bajo el agua
sin paraguas,
sin destino,
solo tú y yo,
dejando que la lluvia
nos limpie
el miedo,
la prisa,
la duda.
Sí…
yo a ti,
en días lluviosos,
te amo más
y sin explicación alguna.
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"Lo que no fue"
No hicimos nada,
el mundo siguió intacto,
los labios en pausa,
los relojes sin tacto.
No hicimos nada,
y sin embargo ardíamos
como papel cerca del fuego,
como sombra que sueña su reflejo.
Simplemente fantaseamos con hacerlo,
con rozarnos el alma,
con desvestirnos los miedos,
con perdernos sin mapa.
Fue un amor sin huellas,
un incendio contenido,
un suspiro al borde del abismo
que nunca se atrevió al salto.
No hicimos nada…
pero cuánto dolió el todo
que pudo haber sido.
Y sin embargo,
cada silencio lleva tu nombre,
cada noche se vuelve
una cita con lo imposible.
No hicimos nada,
pero en mis sueños te encuentro,
como si el deseo tuviera memoria,
como si el alma no supiera mentir.
Nos dijimos que era mejor así,
guardar la distancia,
ponerle cerrojos al impulso,
dibujar fronteras al instinto.
Pero simplemente fantaseamos con hacerlo,
con romper las reglas,
con escribir un nosotros
en la piel del ahora.
Hoy, el eco de lo no vivido
resuena más fuerte que mil besos,
y en cada esquina del pensamiento
vuelve a surgir tu quizás.
No hicimos nada…
y sin embargo,
todo en mí
te recuerda.
Al final, entendí:
no toda historia se escribe con besos,
algunas viven solo en la pausa,
en la tensión de lo que nunca pasó.
No hicimos nada,
y aún así algo fuimos,
un paréntesis en la rutina,
una llama que supo no arder.
Simplemente fantaseamos con hacerlo,
y esa fantasía fue refugio,
fue espejo…
de lo que queríamos ser,
o de lo que temíamos perder.
Nos miramos como quien se despide
de un futuro que nunca nació,
y caminamos en direcciones distintas
con el mismo peso invisible:
lo que no dijimos.
Hoy ya no dueles,
pero a veces te pienso
como quien recuerda una canción
que amó sin aprenderla.
No hicimos nada.
Pero lo que no fue,
también me hizo.
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Me permito ser imperfecto, incompleto, en construcción. Me miro con más ternura y menos juicio, entendiendo que cada cicatriz tiene una historia, y cada caída, una lección. No todo se repara de inmediato, no todo se entiende al primer intento, y eso también está bien. Hoy me sostengo distinto: con menos miedo, con más calma. Con la certeza de que cuidarme no es egoísmo, es responsabilidad. Que tomar distancia no es huida, es respeto. Que no responder siempre no significa indiferencia, sino que a veces responderme a mí es la prioridad. Y así, en este proceso de regreso, no me apresuro. Porque ahora sé que volver a uno mismo es un viaje lento, profundo, y absolutamente necesario.
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Mientras yo sueño
Que te bese la vida,
como yo lo haría…
despacio,
con los ojos cerrados
y el alma encendida.
Que te abracen los días
con la fuerza de un “te amo” callado,
mientras yo sueño con hacerlo,
alma mía,
desde el rincón donde guardo tu nombre
como un secreto sagrado.
Ojalá cada risa tuya
lleve un poco de mi amor escondido,
y cada caricia del mundo
te recuerde lo que no he podido.
Y si no llegan mis labios,
que llegue mi deseo,
que te toque la brisa
como yo en mis sueños.
Que te bese la vida,
con cada gesto, cada estrella,
mientras yo sueño con hacerlo,
alma mía…
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Llegaste tarde
Si tus pasos tiemblan
en dirección a mi nombre,
aún roto,
aún lejano,
quizás me encuentres
con los ojos húmedos,
no por ti,
sino por todo lo que fuimos
y no supimos salvar.
Fuimos fuego y silencio,
promesas que el viento llevó,
ecos perdidos en la memoria
de un tiempo que ya no vuelve.
No te prometo estar igual,
ni que las heridas sanen,
ni que el miedo a perder
se haya vuelto olvido.
No te prometo quedarme,
ni abrir la puerta otra vez,
porque hubo un momento
en que el amor no bastó
y el corazón se cansó de esperar.
Solo te diré
que llegaste tarde,
a un lugar que te esperó demasiado,
donde el vacío ahora habla
y el silencio es la respuesta.
Quizás entiendas entonces
que no es rencor lo que queda,
sino un suspiro profundo,
una despedida en calma,
un adiós sin promesas,
un hasta siempre en la distancia.
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Aquí estoy, frente a este espejo rajado, con los nudillos hinchados, el aliento como gasolina, y los ojos... esos sí que no mienten. te miras, y el espejo te devuelve la verdad que la botella esconde. no eres un poeta maldito. no eres un rebelde. no eres un romántico. eres un tipo roto que aprendió a fingir que todo esto es elección. y escribes. sigues escribiendo. porque en el fondo, si no escribes, te mueres más rápido. cada palabra es un trago que no te bebes. cada línea es un cigarro que no enciendes. cada párrafo es un intento de no volverte polvo antes de tiempo.
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El amigo, el bueno
Y es que uno se acostumbra
a ser siempre el amigo,
el bueno, el que escucha,
el hombro encendido.
A tender las manos
cuando el mundo se cierra,
a ofrecer palabras
cuando el alma se quiebra.
Pero a veces, en la sombra,
la voz propia se apaga,
y en ser siempre refugio
la propia casa se acaba.
No todo es renuncia,
no todo es dar sin medida,
que un corazón también late
por su propia vida.
Hoy me nombro completo,
amigo, sí, pero humano;
que a veces también quiero
ser el que es abrazado.
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No es para ti
Si el acto de escribir
no es romperte los dientes contra el papel,
si no es escupir sangre en cada línea,
si no es abrir la herida y meter los dedos dentro,
entonces no es para ti.
Si no es la última trinchera
cuando ya no queda cuerpo ni fe,
si no es clavar las palabras
como cuchillos en el pecho
para no cortar la garganta,
entonces no es para ti.
Si no es la cuerda que arrancas del cuello
para atarla a una frase,
si no es el vómito de la rabia
que te asfixia por las noches,
si no es el ruido que haces para no volarte la cabeza,
entonces no escribas.
Haz otra cosa.
Ponte una máscara.
Sonríe.
Finge.
Muérete en silencio como los demás.
Porque si el papel no tiembla en tus manos,
si el teclado no parece una pistola,
si el poema no te salva por un día más,
un puto día más,
entonces no es para ti.
No escribas.
No mientas.
No robes un lugar en la sombra
que otros necesitan para respirar.
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El Paraíso Perdido
El paraíso no siempre es un lugar,
a veces es un susurro del pasado,
una canción que rompe el silencio
y trae de vuelta lo que se ha amado.
Es ese instante que ya no regresa,
una tarde de sol, una voz lejana,
la risa que se escapa entre recuerdos,
la caricia de una mano que se extraña.
El paraíso se esconde en los detalles,
en los rincones donde habita la memoria,
en el temblor de un corazón que anhela
volver a andar los senderos de su historia.
Y aunque el tiempo se lleve los momentos,
queda en el alma su eterno resplandor;
porque el paraíso, a veces, no es un sitio,
sino aquello que guardamos con amor.
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Manual del miedo
Queremos que el amor nos saque de aquí.
De la rutina, de la soledad,
de este cansancio de fingir que todo está bien.
Queremos alguien que nos mire
y nos diga que sí, que vale la pena,
que no estamos tan rotos.
Pero cuando alguien llega,
levantamos muros.
Hacemos chistes.
Cambiamos de tema.
Decimos que no tenemos tiempo.
Porque enamorarse es perder el control,
y perder el control asusta más que la soledad.
Hemos visto el amor pudrirse,
convertirse en costumbre,
en grito, en vacío.
Hemos sentido el cuerpo helarse
cuando el otro deja de mirar igual.
Así que ahora dudamos de cada gesto,
buscamos señales de abandono en cada abrazo,
y cuando no las encontramos, las inventamos.
Queremos que el amor nos salve, sí.
Pero no queremos pagar el precio:
ni el miedo a perder,
ni la entrega real,
ni el trabajo de quedarse cuando todo cruje.
Así andamos:
queriendo sin querer,
acercándonos para huir después,
esperando que alguien, algún día,
sea capaz de atravesar el muro
sin rompernos más.
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Y ahora
Y ahora, que he dicho
lo que no sabía cómo decir,
que he dejado en estas líneas
el peso que llevaba a solas,
me quedo en silencio.
No porque todo esté dicho —
eso nunca sucede —
sino porque a veces es necesario
detenerse,
mirar lo escrito,
y aceptar que basta.
Hay palabras que eran heridas
y ahora son cicatriz.
Hay otras que seguirán latiendo
un tiempo más,
y está bien.
No busco conclusiones,
ni redención.
Sólo este pequeño espacio
donde poder soltar
sin perderme.
Si has leído hasta aquí,
te doy las gracias.
No por entender —
eso es pedir demasiado —
sino por acompañar.
A veces, eso es todo
lo que uno necesita:
saber que en algún rincón,
alguien escuchó sin huir.
Ahora cierro el cuaderno.
No con un punto final,
sino con un gesto tranquilo:
mañana, si hace falta,
volveré a escribir.
Hoy, simplemente, respiro.
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Lo que no se olvida
Hay cosas que no se olvidan.
No importa cuánto tiempo pase,
cuántos libros leas,
cuántas ciudades atravieses.
Aparecen de pronto,
en medio de una frase,
de una canción,
de un olor antiguo.
Y entonces escribo.
No para olvidar,
eso ya sé que es inútil.
Escribo para darles un sitio,
para que no me arrastren por dentro.
El papel aguanta lo que la voz no puede.
Las palabras sostienen
lo que el cuerpo no sabe dónde guardar.
Así he llenado páginas
con ausencias,
con rostros que ya no volverán,
con versiones de mí
que sólo conozco en estos versos.
Si tú también escribes,
sabrás de qué hablo.
A veces no es un arte.
A veces es sólo
una forma de seguir respirando.
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Sin testigos
Hay palabras que sólo se dicen
cuando nadie escucha.
No por vergüenza,
sino por cuidado:
porque pesan más de lo que aparentan,
porque nombrarlas es revivirlas.
Por eso escribo así,
sin testigos,
sin buscar consuelo.
Cada frase es un rescate,
una forma de no perder
lo que alguna vez dolió tanto
que no cabía en el pecho.
Ahora cabe aquí,
en este espacio breve,
entre el papel y el temblor de los dedos.
Si alguien llega a leerlo,
que sea despacio,
con respeto,
como quien entra en una habitación
donde alguien aún llora en silencio.
Porque hay textos
que no buscan ser comprendidos,
sólo ser dejados en paz.
Sólo ser.
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Si te hablo, es porque el vacío de tu ausencia me desgarra más que el miedo al rechazo. Si no te hablo, es porque me aferro a un hilo roto de esperanza, esperando que algún día seas tú quien me busque entre las sombras. Cada palabra que no envío se convierte en un peso en el pecho, cada suspiro que no confieso me deja un hueco más hondo en el alma. No es orgullo, es cansancio de hablarle al vacío, es miedo de escuchar de tus labios el eco de un adiós que no quiero aceptar. Si te hablo, es porque no puedo más. Si no te hablo, es porque me hundo en el frío del silencio, esperando —quizás en vano— que me extrañes, que me recuerdes, que me busques... antes de que sea demasiado tarde.
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