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El Gorjeo de los Grillos
7 posts
Una historia sin renunciamientos.
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jonathancalafat-blog · 6 years ago
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Renuncio
-¿Que son todas esas hojas?
-Son formularios.
-¿De qué?
-De cartas documentos.
-¿Y para que se puede saber?
-Para renunciar.
-¿A qué?
A mi trabajo. A mi fraudulenta vocación. A los malditos horarios. A las siete y treinta y el despertador ajeno. A la música sin auriculares. Al subte en hora pico. Sin aire. A la sube sin crédito. A los estrados. Y a los meritorios. Al bolso. A los días nublados en que nunca sale el sol. A la sola y vaga idea de que un día mi mascota no estará. A la última materia de la carrera. A que te pregunten cuando te recibís. A quedarte sin batería. Al paro sorpresivo. A regresar al super porque te olvidaste algo. A que tu hermano lo destraten. A que te destraten. A tener que hablar con cien vocablos. A cenar sin un blanco mantel. A no tener que leer. A tener que tender la cama si de dormir se trata. A tener que explicar tu trabajo. A que te consideren sola una cosa. Al desinterés de los demás. A que te destrocen la puerta. A que te roben los ahorros. A que te subestimen. A tener que secar el baño. A no tener que volver. A que te agreguen a un grupo. Al griterío. A los atracones. A las tardes sin ella. A las plazas sin nombre. A que te roben la juventud. A reírte frente a cualquier estupidez. A tener que tener hijos y una familia. A tener que ser exitoso. A los pelos fuera de lugar. A tener que ser delgado. A limpiar la casa antes de que lleguen las visitas. A tener que viajar solo en aviones. Al desamor. A la desdicha. A las colas. Y los tramites. A la gente mendigando. A los extraviados políticos. A los rollos de cocina. A los tranquilos y desentendidos. A los chicos pidiendo en la calle. A tener que hacer la valija. A las demoras. Al desgano. A empujar cuando dice “TIRE”. A las despedidas. A la grieta. A los fanáticos. A los extremos. A los egoístas. A los que prejuzgan. A no tener vacaciones. A una mesa en falsa escuadra. A los que todo lo saben. A los desagradecidos. Al control sin pilas. A los usurpadores. A los insensibles. Al paso del tiempo. A ver tus viejos envejecer. A todo lo que no me he animado. A todo lo que he sido hasta ahora. -Y luego de esto que harás?
buscare trabajo.
-¿De qué?
-De escritor.
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jonathancalafat-blog · 6 years ago
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Al Arco
Luego de pensarlo durante días, había arribado a una conclusión.
Daba por hecho, que un número singular de objetos, perteneciente a un número singular de personas, reunían ciertas características. Por decirlo de algún modo diferentes. Poseían-lo que el llamaba-cierta sustancia de tiempo.
No deseaba con ello, ponerse metafísico ni deambular en lo esotérico, pero eso realmente ocurría.
Hoy por ejemplo, había mantenido-por esas casualidades propias del vivir-un encuentro furtivo con un amigo de la infancia. Nada más ni nada menos que con Nicolás Scasella. Y mientras conversaban de la actualidad, evocaban-no sin cierta melancolía-anécdotas pasadas-en un simposio-donde se hacían presentes entre muchas otras cosas, objetos amados por ambos, objetos que nunca pasarían al olvido. «Un auto a control remoto completamente dorado; una bicicleta con platos amarillos; minúsculos soldaditos indios americanos, con sus grandes plumas verdes por detrás de su rostro, etc». La vorágine del día los obligó a despedirse prometiéndose verse pronto, hecho que jamás sucedería.
Al irse del lugar debió cruzar la plaza del barrio-hoy renovada-y en su andamiaje se encontró atravesando el sendero principal-aun cubierto por esa frondosa galería de árboles-que le era tan familiar. Entre dos de aquellos ejemplares, pudo reconocer algo. Aun se cernía entre ambos estoicos arbustos, el pedregullo de tierra seco donde atajaba penales. Siendo muy chico. Podía jurar que aquellos dos bastiones de madera, esa mancha de tierra entre pasto e incluso el griterío de los pibes era el mismo. Perjuraba que la canilla de agua de la iglesia estaba abierta. Y que el cielo nada había cambiado. Podía ser cierto? Estaba sucediendo se preguntó? Cuando de pronto escucho la voz de un niño.
-¡Señor, señor, nos falta uno! y arqueando la ceja el joven le señalo el campo de juego y el rival.
-Lo único, le toca al arco esgrimió. #literature #literatura #cuentos #libros #plazas #arcos #potrero #tiempo #lectura #sublecturas #infancia
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jonathancalafat-blog · 6 years ago
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Escribir es un acto de fe poético. Opera en su quehacer la idea de la eternidad.
George Bailey
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jonathancalafat-blog · 6 years ago
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Working.
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jonathancalafat-blog · 6 years ago
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Yo no voy a renunciar. Me considerare despedido y desempleado de este mundo
George Bailey. 
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jonathancalafat-blog · 6 years ago
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El Gorjeo de los Grillos
Capítulo 1
La tapa del diario la Nación, anunciaba:
« CONMOCION: DESAPARECE UNA NIÑA »
Corrían comienzos de mil novecientos y el modelo agroexportador del presidente recientemente electo volvía prospero al país. La familia Vicente no era la excepción.
La Ciudad, para ese entonces, estaba a cargo del Intendente Don Alberto Idelfonso Casares. Hijo de Sebastián Alberto Casares y Dolores Uriostes Molina, reconocidos e ilustres personajes de la sociedad porteña. Don Alberto-político de raza-a diferencia de sus antecesores, era además un ferviente y devoto hombre de la Iglesia. Y sus contactos, merced a sus dos grandes pasiones, no eran nada despreciables.
2
-María, ¿has terminado de enjuagarte el pelo?
-Casi.
-¡pero hija!, ¡apúrate!, ¡que vamos a llegar tarde!
Esther, tomando una silla del comedor, la llevó hasta el baño-atravesando un pequeño pasillo-para colocarla lindera junto al retrete. María, la aguardaba allí-sin prisa-sentada sobre el mismo canturreando una canción. Pronto estuvieron listas. Orlando-hacia unos instantes-las esperaba junto a la puerta. Tiempo antes-aproximadamente un mes- habían recibido la siguiente epistolar: Remitente: Intendencia de la Ciudad de Buenos Aires
Destinatario: Don Vivente Orlando Agustin Buenos Aires, 2 de Junio de 1904
Estimados,
En ocasión de la Inauguración de la Catedral Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires, le hacemos llegar a vuestra familia, la invitación a tan importante acontecimiento. La celebración tendrá lugar en la Catedral Metropolitana, sito en la intersección de la calle San Martin y Avenida Rivadavia, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el día 11 de Junio del año 1904, a las diez horas. Sin más, aguardamos su presencia.
3
El nuevo Arzobispo no cesaba de trabajar intensamente desde la aceptación del cargo. Pero no solo sus novadas funciones desvelaban sus madrugadas. Existía otro episodio-de mayor envergadura-que no lo dejaba en paz. La venidera inauguración de la Catedral Metropolitana. Finalmente aquella jornada habia arribado. En las afueras de la imponente edificacion, pequeños nubarrones se divisaban cercanos al río. Distantes unos de otros. Confundían sus amalgamadas formas con el extenso horizonte que asomaba detrás de sus aguas. Por fuera de aquel firmamento, el frente de la catedral se imponía bajo esas columnas romanas en color ocre antiguo, erigiéndose de manera simétrica, apoyadas sobre sus escaleras en mármol en cuatro desniveles. Al otro lado, sobre el continente, la Plaza de la Republica recibía una nutrida bandada de palomas provenir del sur. A lo ancho y a lo largo de sus pasajes, la ciudad emergía de sus sueños, personificada en sus transeúntes. Aquella jornada, Valeria, había llegado temprano, muy por encima de lo habitual. La esperaba Antonio, donde siempre.
4
No habian transcurridos mas que unas cuantas horas y las primeras campanadas sonaron sin cesar. El pueblo escuchó los latidos de bronce del señor, inmiscuirse en los patios, en las galerías, descender a los aljibes, y subir viejos peldaños. Numerosos fieles, hombres, mujeres y niños, alistaban sus trajes, recogían sus cabellos, abandonando sus moradas, con destino a la parroquia. La que abría sus puertas de roble viejo. Poco tardó en colmarse sus bancos y pasillos. De fondo, un nutrido grupo de jóvenes entonaba canciones de bienvenida en continuado, perdiendo cierto vigor, a manos del bullicio. Numerosos personajes importantes se daban cita. El Intendente de la Ciudad, y varios funcionarios locales y provinciales; miembros de la Iglesia y del Episcopado; y varios integrantes de las familias más acaudaladas de la sociedad de ese momento. Cercanos a todos estos ilustres, y por expresa disposición de Antonio, Vicente, Esther, y su única hija-María-aguardaban el comienzo de la jornada. La celebración iba tomando autentica forma. Oliendo a congregación. Era solo necesario, levantar la vista y contemplar una horda de gente agolparse en los vestíbulos. Incluso, los atriles dedicados a la oración de los Santos Apóstoles, eran colmados de inquietos niños y adultos. La enorme puerta-de roble antiguo-quedaría abierta para la ocasión. Los últimos en llegar, irían acomodándose como fuere. En el centro y de fondo, la pintoresca calle Roque Sáez Peña; la Plaza de la Republica y una creciente nubosidad desdibujaban el cielo de una perfecta jornada. El reloj daba las diez. Detrás del colosal altar, asomo por la puerta izquierda del ambulatorio un joven, de no más de veinte años. Estaba preparado para el servicio. Vestía un alba color rojo, con el habitual roquete blanco. Llevaba una orden que cumplir. Cruzo a paso firme el altar y se dirigió a la primera fila. Varios de los presentes lo reconocieron. El-asintió divisarlos-con una leve mueca en su boca-casi sonriendo-y siguió camino. Lo esperaba el Intendente- y su esposa-la señora Inés Angileri. -Buenos días señora-esbozo el joven haciendo una pequeña reverencia hacia la mujer. -Buenos días-contesto ella amablemente. Era imprescindible describir lo primero que se le venía a la vista si de mirar se trataba. Llevaba un atuendo particular en su cabellera. Que lograba distraer a cualquiera que se le pusiese enfrente. Un especie de peineton-mayúsculo y extravagante-con incrustaciones de piedras-probablemente comprado con dinero del erario público-.Y detrás del mismo, su pelo tirante color negro. Un trajecito bordo le recorría la figura. Blazer y pollera a la rodilla. El descubierto de sus piernas-algo regordetas-culminaban en unos zapatos negros, estos si-por cierto-discretos. El joven regresó la mirada al rostro de la mujer y sonrió. Esperaba que no se hubiera dado cuenta de todo aquello que fugazmente había pensado. Del peineton, las piedras preciosas, y el erario público. Aquel que administrara Casares, a quien se dirigió. -Señor Intendente. Buenos días. El joven opinaba lo mismo que muchos. El primer funcionario municipal-un hombre de unos sesenta años, de mediana estatura y tez blanca-portaba un aire de granjero. Humilde y conservador. Quizás fueran sus ojos amarronados y su prolija barba rojiza. O su mayúscula cara, y pómulos redondos. Quién sabe. Llevaba un pantalón azul bajo su amplia cintura, zapatos negros. Arriba un saco de corderoy le cruzaba el torso.
El intendente saludo afable al muchacho y escucho su cometido. Era momento de empezar. El joven-entretanto-se despidió de ambos y regresó veloz al ambulatorio. Casares beso a su mujer en la mejilla y se dirigió al Ambon. De pie sobre el atril, tomo la palabra, agradeciendo a los concurrentes. El tono de su voz-de la que poco se conocía- no llegaba a alzarse lo suficiente, para llegar a oídos de todos. Detrás de su figura se erigía la cúpula de la Catedral, con sus frescos. Debajo el altar mayor, a su izquierda, el ambulatorio, el presbiterio y el Crucifijo. Una enorme y monumental obra que había sido recientemente restaurada. Al otro lado, detrás de las paredes curvas que formaban aquel templo, la sacristía. Un pequeño y oculto cuarto con acceso al altar mayor. Allí estaban Antonio, y Pedro-aquel joven colaborador que solo hacía unos instantes había cruzado palabra con el Intendente y su esposa- Habían pasados solo unos minutos.
Frente a sus ojos, la sotana pendía-delicada e impoluta- sobre una de las sillas. El joven Pedro esperaba que Antonio saliera. Si bien-podía decirse que estaba nervioso-sensaciones que venían acompañándolo desde aquella jornada en que el clérigo le había propinado aquella tarea, eran- a su modo de entender- en un grado mucho menor a lo que Antonio, de manera presunta percibía. Y en cierta forma, no estaba equivocado. Al hacer su aparición, su rostro su semblante, indicaban en apariencia, todo aquello que conjeturaba. Sin embargo, esa sensación duraría solo unos momentos.
-Oye Pedro, ¿estás bien? Inquirió Antonio saliendo del baño.
El joven tardo unos segundos en responder. Como si no hubiera podido desatarse de aquel pensamiento.
-Si. Perdón. No sé en qué estaba pensando.
Al otro lado de la pared se escuchaba el bullicio de los feligreses. Hacia solo un instante, había culminado el discurso del intendente Casares, bajo un cálido aplauso. Era tiempo de salir.
El primero en asomar por el ambulatorio fue Pedro. Envuelto en su atuendo habitual. Al incorporar un pie en el presbiterio, se oyó un fragoroso batir de palmares. Se acomodó en su lugar, agradeciendo el recibimiento. Cruzo sus manos por delante de su vientre mirando de reojo al auditorio-que no cesaba de aplaudir-. Al instante, viro la mirada hacia su izquierda, de regreso a la puerta del ambulatorio. Desde allí, solo él podía verlo.
Hasta que finalmente apareció Antonio. Sus habituales zapatos negros, denodadamente lustrados. Debajo de la casulla, el alba. Por encima del torso, coronaba ese rostro ambivalente, la Mitra pastoral en su afable blanco y encendido rojizo. Saludo a los presentes asintiendo con su brazo derecho en un gesto cordial. Llevaba puesto por primera vez en el dedo anular de su mano derecha el anillo pastoral. Camino apacible por el presbiterio. Contiguo al Ambon-Valeria su ayudanta-arropada en una polera blanca aguardaba por él. Pendían de sus manos dos hojas. Trataban de agradecimientos previos y avisos. Antonio fue a su encuentro. Valeria asintió su presencia, acomodo el micrófono y comenzó a bosquejar las primeras palabras. El público se fue silenciando hasta hacerlo por completo. Dando comienzo a la misa.
Continuará...
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jonathancalafat-blog · 6 years ago
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