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Quien soy?
Soy el que soy. Soy música, soy un latido rítmico que algún día del pasado en el tiempo, vino a esta realidad para manifestarse a través de los sentidos que consebimos como expresiones emisoras y reseptoras de nuestras consiencias.
Una forma de vida en equilibrio con lo que existe y nos rodea invisible, inmutable... Y eso mismo es! Eso mismo! Eso soy.

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Que es la Música
Bueno...
Con razón se ha afirmado que la historia de la música en el siglo XX tiene que ver tanto con las obras musicales en sí mismas como con los medios de reproducción sonora (Radano, 1989: 453). Ciertamente, la música así como nuestras prácticas musicales actuales no se entenderían sin tener en cuenta las diferentes y variadas soluciones tecnológicas que hemos ido aplicando progresivamente al arte sonoro: los recursos de reproducción desde el ya viejo pero aún apreciado disco de vinilo hasta las grabaciones digitales, las actuales músicas electrónicas, la ingeniería acústica de los estudios de grabación, el karaoke, el walkman, etc. Actualmente, nada nos impide irnos a la cama al compás de la misma Filarmónica de Viena, desayunar con Cat Stevens o realizar nuestro trabajo cotidiano con la Traviata de Verdi de fondo. Otorgamos fácilmente funciones ambientales a la música.
La música funcional, aquel tipo de música al que se le otorgan funciones específicas y bien diferenciadas de las que nuestra sociedad tradicionalmente asigna a la música entendida como «arte», tiene una notable aceptación. Sólo hace falta pensar en las numerosas programaciones musicales que se encuentran en el mercado en forma de cassettes o discos, en las que con determinadas piezas musicales se pretenden objetivos de índole muy diversa: música para meditación, contra el insomnio, para el estudio, con carácter afrodisíaco, para dejar de fumar, etc. Estos ejemplos tienen un tipo de difusión personalizada e implican siempre, por tanto, una escucha consciente y voluntaria.
Pero, además, tenemos también aquellos casos de uso ambiental de la música cuyo control escapa a sus destinatarios finales.
Se trata de aquellas músicas que con tanta frecuencia se enseñorean de los espacios públicos. La música del restaurante, la que oímos en nuestras transacciones bancarias o en la zapatería que visitamos en la temporada de rebajas. Se trata de músicas que han sido programadas para nadie en particular y para todos en potencia. Están ahí sin que las hayamos solicitado; las escuchamos o no les prestamos la menor atención. Son las músicas invisibles.
De hecho, en nuestra vida cotidiana escuchamos música en muchos más casos de los habituales en los que vamos al concierto o nos servimos de la radio o el tocadiscos. Son músicas de la cotidianidad cuyo sentido también nos interesará esclarecer, pues al fin y al cabo, tal como escribieron Peter L. Berger y Thomas Luckmann, el sentido de las rutinas cotidianas está subordinado al sentido de la vida (Berger/Luckmann, 1997: 39). Hoy día, las ocasiones en las que en nuestro deambular urbano nos topamos con estas músicas invisibles son ya innumerables. Nos acechan en las empresas, oficinas, comercios, estaciones y aeropuertos, en la sala de espera del dentista, del médico o del abogado, en los ascensores, en los grandes supermercados y en los oscuros parkings subterráneos, en los hospitales, en los hoteles... Está claro que las músicas que escuchamos en cada una de estas ocasiones pueden ser muy diferentes. Pero ello no es quizás tan importante.
Su manera de difusión y las funciones que les otorgamos hacen que todas ellas puedan ser entendidas bajo una misma etiqueta: las músicas ambientales, un exponente más de los grandes cambios que ha experimentado la sociedad en sus relaciones con la música. No se puede decir que el fenómeno sea absolutamente nuevo. ¿Quién desconoce todavía la anécdota hartamente citada de las Variaciones Goldberg de Bach usadas por sus potencialidades somníferas? El uso de la música militar o religiosa con funciones ambientales posee ya una larga historia.
De esta manera la música nos encuentran nos une y nos permite sumergirnos en sus profundidades.
Poco a poco se manifiesta como una forma de expresión de nuestra naturaleza.
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