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ST (13/VII/019)
Casi siempre intentaba tomar el mismo asiento al fondo del corredor en el articulado, de esa forma podía recrear tan icónica escena en el bus de Je tué ma mère, con mi cara de desagrado por vivir y de vuelta a casa, solo en la noche.
¡Cuánto me gustaría gritar! Carajo. Sería apenas consecuente con como me siento últimamente, desahuciado, despojado, desmotivado.
Intento convencerme que después vendrán tiempos mejores, que el porvenir deparará mejores horizontes, no obstante, el futuro es ahora y me baña con su inagotable consecución de sucesos desafortunados. Los tenía que tomar sin refutar, en eso consiste la vida, ¿no?
La música va a estallar mis oídos y tan sólo estoy allí, en el medio, observando transeúntes, ocupándome en no desfallecer al acto.
~ Ruiz
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100 (08/VII/019)
Érase una vez
una lluvia fantasma
que lava los pecados
de la capital
Érase una vez
un sol abrasador
que obliga a transeúntes
a cambiar de corredor
¡Qué extraño el clima aquí!
Exclama ingenuo un señor
Con abrigo y bloqueador
Lo que no sabe es
Que a Bogotá pluviosa
Él debería prever
~ Ruiz
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Confusión de afectos (29/VI/019)
Llevo 91 meses fuera de casa. Sí, en meses, como los bebés. De cualquier forma nunca dejé de ser uno, a pesar de haber huído del seno materno y mi cuna, a pesar de que la adultez ya me ha golpeado con fuerza y tengo la experiencia que sólo el tiempo otorga; yo continué cometiendo errores, idénticos a los que en mi más tierna infancia también incurría.
En cuanto a mis afectos refiere, estaban más confundidos que nunca.
Recuerdo una ocasión cuando tenía algo más de 84 meses de edad que mi madre me sentó en sus piernas y me hablaba suave como de costumbre — yo no le ponía atención en realidad— entonces la interrumpí de repente para decirle que estaba enamorado de ella. No pudo más que contener la risa, lo había tomado como una comprobación del complejo edípico, como un halago incestuoso, efecto colateral de la evolución y del desvalimiento.
De la misma forma me siento ahora, cautivado por los ojos sonrientes del chico que recién conozco de la oficina.
Era febrero y ya olía a desamor. ¿Cómo es posible que la ilusión me invada con tanta premura y revuelva, dejándome vulnerable a sus encantos?
No con facilidad pero sí prontitud logré superar el hechizo que aquel chico había lanzado sobre mí. Nuestra corta historia me suministró importante capacidad reflexiva entre las lágrimas derramas en su nombre. Era directamente proporcional: en cuanto más sufrimiento, más aprendizaje.
¿Por qué estamos todos tan desesperados por afecto, aprobación y constancia?
O cómo olvidar otrora, en la universidad, cuando se escapó de mis labios tan temida palabra:
— Amor, ¿me pasas el agua?— solicité inconsciente a uno de mis mejores amigos. ¡Maldita sea! El rubor en mis mejillas me delató de inmediato. Aunque peor que aquel lapsus fue advertir en su iris el inconfundible puñal de la homofobia, que ni las forzadas risas y chistes lograron ocultar.
Habitualmente me provocaba morirme, auténticamente morir, dejando atrás tanta maricada.
~ Ruiz
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ST (01/VI/019)
Caminamos un par de pasos en sentidos contrarios y enseguida sentí tu ausencia, el frío que dejaste a mi costado, sentí que te necesitaba un poco más. Comprendí de ipso facto por qué en algunas ocasiones llorabas cuando nos despedíamos. Yo iba recreando tu rostro precioso en mi memoria, las palabras que entonabas, los motivos por los que sonreíamos y nos besábamos.
— Te quiero— sonó desde un lado mío. Giré sorprendido la cabeza, no había nada. Me desconcertó demasiado la forma en la que había externalizado mis afectos hacia el ambiente, en un episodio alucinatorio auditivo. Mi ilusión esperaba que fuese tú quien me alcanzó, por la espalda y en silencio, para mantenerme cautivo a tu lado, no obstante era tan sólo yo no dejándome ir.
~ Ruiz
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Oda a lavar la loza (22/V/019)
Tan ecológica y desprestigiada actividad posmoderna como lavar la loza. Sólo la recuerdo citada con glamour por alguna patética escritora de crímenes que aseveraba: '¿a quién no lo vuelve un asesino serial lavar la loza?' y de allí ella tomaba la inspiración.
Sin embargo, lo que obvió es la intimidad que brinda tan célebre práctica, con cada vaso, cada tenedor, se tiene la oportunidad de emprender una introspectiva visita a los confines del ser. Las ollas deben resultar un gusto culposo para los obsesivos-compulsivos, los pocillos la puerta hacia un mar de imágenes imaginadas.
Seguramente esta mujer encontró con los trastes, en su inconsciente, aquella fascinación por los asesinatos y lavarlos no logró sublimarlo tanto como escribirlo.
~ Ruiz
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ST (20/IV/019)
Con vergüenza debo reconocer los infructíferos intentos por sacarte de mi cabeza, sin siquiera intentarlo en mi corazón.
Distraigo mi mente con las sombras y luz, con la letra de la canción de turno, con el destino, con los quehaceres, academia y pensamientos variados, sin embargo, el mismo pensamiento recurrente retorna: tú.
Es una lástima que ahora no finjo tu presencia siquiera con un olor sino con imágenes, imaginación; invierto mi tiempo en suplir tu ausencia, mis lágrimas son testigo de ello. Estoy enfermo de melancolía y por más que desee estar bien, ardua empresa que me propongo.
Las miradas incautas de jóvenes por la calle ya no son cautivadoras, no se asemejan a la tuya; las piernas tibias de alguien más sólo demuestran lujuria, extraño el amor entre las tuyas; las palabras carecen de sentido si no es tu voz quien las pronuncia. La vida se ha vuelto insoportable, ya no es vida, y aún así no es muerte. Quizá para el espíritu, ¡adiós entusiasmo!
~ Ruiz
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Flores (07/X/018)
Un buen día decidí escribir sobre flores,
porque no sé dibujarlas
porque no me atreví a arrancarlas.
Escribo sobre esas que tanto te gustan,
las flores del mal,
de largos pistilos y pétalos pretéritos.
Me sobrecogí a sus colores
pintaron sobre mi soledad...
~ Ruiz
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Oficinista (01/X/018)
Un día me pregunté cuál es la esencia de una oficinista, como yo. Rápidamente concluí que la forma en que menea su pelo al pasar junto al cubículo de su amor imposible, el taconeo, el olor a tinto en las uñas, los ojos irritados por mirar la pantalla de un ordenador y al menos haberse cortado una vez con papel son las características mínimas que debe alcanzar.
Entonces levanto la mirada y desde el noveno piso veo luces que nacen de las casas del horizonte — muy al oriente— ahí en las montañas, titilan como si fueran estrellitas. Por alguna razón me recuerdan a ti.
~ Ruiz
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ST (19/IX/018)
Era una mujer muy peculiar. Su nariz respingada, sus ojos enormes y atentos a todo, la forma puntiaguda de sus orejas, una boca pálida, todo ello le daba cierta impresión de enfado y serenidad al mismo tiempo, como si justo al momento de la ira paroxística no se pudiese adivinar su estado de ánimo.
Vestía de blusa amarilla con un blazer azul que contrasta a la perfección en textura y tono; además lucía un conjunto de pendientes y collar con un osito tiernísimo en estos, de forma contraintuitiva a lo que inspiraba su sola presencia.
Sus iris cafés apuntan hacia algún punto perdido en el asfalto. No luce como la clase de mujeres que van en el transporte público absortas con su vida, por en cambio, iría acompañada por alguna amiga con la cual quejarse de ir de pie junto a la puerta del articulado mientras le cuenta infidencias de algún romance de mala calaña.
Eventualmente el sol le hace cerrar los ojos, entrelazando pestaña con pestaña. Parece que le molesta en un principio el reflejo en su rostro, sin embargo, tan sólo unos segundos después aparece incipiente un sonrisa de placer, como si recordara algo pretérito o bien el sol hubiese perdido eficacia. No tarda en volver a asumir su expresión parca y frialdad en su mirada.
~ Ruiz
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Mercantilización del amor (19/IX/018)
En un mundo mercantilizado vale la pena preguntarse: ¿Es el amor un bien o un servicio? ¿Cuál es su valor de cambio? ¿Cuánto equivale en papel moneda? Y no me refiero a sus gastos/ingresos — ello es cuantificable— sino al valor subjetivo. ¿Puedo vender una relación afectiva, quizá comprarla?
En primer lugar, lo consideraría un servicio, por su intangibilidad y carácter longitudinal.
El valor de cambio es difícil de aproximar. Podría medírsele con alguna escala estandarizada [por ej. la triangular del amor de Sternberg (1986)] y de acuerdo al puntaje, atribuírsele un monto arbitrario que se vería reflejado en bienes de costo equivalentes. Sin embargo, no podría ser elevado, finalmente, ¿Acaso no todos declaramos enamoramiento en algún punto de la vida? Es algo común, como el agua.
Hay diferentes tipos de agua, que oscilan únicamente por la plusvalía de su origen, su pureza, su tratamiento, etc. De la misma forma funciona con el amor. Esta metáfora respondería a la equivalencia en papel moneda.
Por último, bajo la lógica anterior, se podría ofrecer como servicio a los costos fijados por común acuerdo. Resultaría en algo como la prostitución.
Muchos la considerarían como una práctica cuestionable y censurable, no obstante, funge a cabalidad como modelo a seguir. Vender y comprar amor se podría naturalizar, sería una práctica tan absurda como consumir agua embotellada a pesar de ser un bien esencial, empero, hay quienes prefieren esto antes que beber de un grifo o probar azar en los caminos incorrectos del amor.
¿Habrían controles de calidad? ¿Entidades reguladoras? ¿Multinacionales? Sólo el futuro responderá.
Ojos negros - AJ
~ Ruiz
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Consistencia interna (18/IX/018)
Siempre me ha preocupado mantener la consistencia interna en mi accionar, si hablo sobre algo debería mantener un comportamiento acorde a lo mencionado previamente, tener coherencia entre la teoría y la praxis.
Siendo así, resultan incomprensibles los estados pasajeros del ánimo puesto que en el máximo fulgor de alguno de estos es imposible no actuar guiado por la emoción del momento y poco después arrepentirse de lo acontecido. Sin embargo, también resulta de ingente dificultad pretender que no sucede nada en el clímax de dicho estado pasajero.
¿Entonces cómo proceder?
¿Tragarse toda la tristeza solo o preocupar a todo el entorno a pesar de que un par de horas después no será lo mismo aquello que sienta? Sólo resulta justificada la segunda posibilidad cuando los estados sean más prolongados y estables. Los criterios diagnósticos de los manuales y tratados no son idóneos para determinar cuánto es suficiente para saber cuándo alguien está auténticamente deprimido o ansioso por estado prolongado y no sea rasgo.
¡Incluso peor cuando es sólo estado! Se podría interpretar como bipolaridad cuando en realidad predomina la eutimia con variable depresión en ocurrencia, intensidad y duración.
En consecuencia, es un absurdo siquiera suponer en las personas consistencia interna, los estados anímicos transicionales no la proveen. Entre las fluctuaciones, la negación de la constancia, sólo se deduce que no hay confiabilidad.
¿Entonces por qué nos sorprende la angustia? Es resultado de nuestro vínculo social, de cualquier relación con el Otro. Creemos poder anticipar emociones en los demás, sin embargo, siempre existe espacio para la incertidumbre, para los condicionales.
~ Ruiz
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ST (17/IX/018)
Un día cesó de escribir. Poco antes se le veía absorto deambulando los pasillos de la facultad. Estaba en cuerpo allí, sin embargo, divagaba, no estaba en mente. Se había propuesto hacer un análisis narrativo de su propia vida, así como la ciencia lo exige, empero, pronto descubrió que no existía objeto de estudio. Un día cesó de escribir. Olvidó paulatinamente las moralejas de sus fábulas, los constructos hipotéticos de los manuales, las columnas de opinión en las revistas; confundió la tristeza con uno de sus amigos, olvidó decir adiós al salir.
~ Ruiz
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Metáforas (6/IX/018)
Siempre creí haber tenido certeza sobre la estructura simbólica del mundo. Afirmaba desde la literalidad de los conceptos y el contexto parecía corresponderme.
Sin embargo, ¡cómo adivinar que estaba tan errado! Llegó él con las metáforas y dejé de entender al mundo, no asimilé los novedosos esquemas propuestos por sus labios.
~ Ruiz
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ST (03/IX/018)
— Quiero como agarrarme con la vida por culpa del tiempo.
— ¿Por qué el tiempo? ¿No alcanza? ¿Avanza muy rápido?
Y sí, es en extremo corto, está acelerado. Me deja atrás junto a las decepciones, donde habitan las reminiscencias de errores pretéritos que se prolongan hasta los días más oscuros del hoy. Me presiona. Es como si no bastaran las ya ingentes cargas intrínsecas a mi existencia como para que cada segundo se adjunte tácitamente para derrumbarme.
Entonces tengo miedo, miedo de que por entre las fisuras preexistentes termine desplomándome.
~ Ruiz
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ST (30/VII/018)
Mis silencios son significativos. No finaliza mi acto de habla cuando me callo porque incluso en la ausencia de fonemas, esto hace parte de mi turno de habla hasta que la interlocución de un Otro empiece un nuevo acto.
~ Ruiz
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Bufanda (30/VIII/018)
Un día me despedí y al llegar a casa noté que mi bufanda olía a ti. La aspiré con vigor en búsqueda de transportarme de nuevo contigo. Me imaginé en el día que nuestra ropa oliera a nosotros porque compartimos el clóset. Me invadió una ilusión indescriptible ante tal idea. Entonces la tristeza es fatal, porque no puedo dejar de esperar aquel espléndido día donde deje de fingir tu presencia con una simple bufanda.
~ Ruiz
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ST (31/VII/018)
El asunto de fondo es un problema de autoconcepto.
¿Quién soy? ¿Soy una extensión de mis padres, todas sus prohibiciones, miedos y expectativas? ¿Soy el nombre que me otorgaron? ¿Soy la carrera que estudio? ¿Soy el complemento de otro hombre? ¿Por qué no soy por mí mismo y estoy a la deriva entre identificarme con algo que me rodea, bien sean mis padres, las instituciones o los pares? Pero, ¿quién o qué puedo ser?
Si elijo mi nombre o mis padres, no seré por mí mismo, seré ellos. Si elijo características que me son concomitantes, ¿qué me distinguiría de les otres que comparten conmigo éstas? Si elijo a mi pareja, seré sólo un apéndice que inicia donde acaba su soledad.
¿Puedo ser mi cuerpo? ¿Acaso es de lo único que puedo tener certeza que soy? ¿Y si no estoy a gusto con éste? ¿Soy algo que no quiero ser?
~ Ruiz
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