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“Y ahora que somos felices, ¿qué haremos?”
-Samuel Beckett - Esperando a Godot
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¿Qué tan absurdo es el teatro del absurdo?
Vladimir y Estragón, dos vagabundos, están sentados debajo de un árbol. Un árbol que pareciera estar muerto hace años, pero obstinado, se resiste a caer. Ambos esperan a Godot. No saben quién es, pero lo esperan. Mientras conversan, llega alguien. Creen que es él, que es Godot, pero no, es Pozzo, un burgués desconocido. Trae consigo a Lucky, su sirviente, que carga el equipaje de su amo y un pequeño banco plegable. Pozzo tiene sus dos manos ocupadas: una con una soga atada al cuello de Lucky, y la otra, con el látigo que utiliza para darle órdenes. Cada un rato, aparece un joven mensajero para avisar que Godot hoy no llegará, pero que quizá llegará mañana.
Esa es la trama de Esperando a Godot, la magnífica tragicomedia de Samuel Beckett, escrita a finales de los años 40, considerada como una obra cumbre del teatro del absurdo (para mí, obra cumbre del teatro en general).
El género “teatro del absurdo” contempla la manera en que están escritas las obras que lo integran, precisamente, los recursos poéticos que se utilizan, la escritura a partir del fluir de la conciencia y las “incoherencias” de ciertos pasajes (en el caso de Esperando a Godot, el monólogo de Lucky es profundamente incoherente).
Habiendo dicho esto, propongo bajar la trama a la realidad (si no leíste la obra, con lo que conté al principio alcanza). Específicamente, a la realidad nacional.
Un grupo de personas, caídas en desgracia, creyendo en algo que nunca llega. Solo aparece alguien con poder, que maneja a otros con sogas y látigos, y les tira algunas migajas. Un mensajero se encarga de decirle a los desgraciados que “no se preocupen, Godot, lo bueno, ya va a llegar”. Y los desgraciados le creen, y siguen esperando. Lloran, se ríen, se indignan, pero se quedan ahí, esperando un algo que les dará felicidad, pero que no se ve ni a lo lejos.
¿Les suena? ¿Gente creyendo en algo que les dicen que va a llegar, pero que no hay ni media señal de que llegue? ¿Que aparezcan mensajeros a decirles que sigan esperando, mientras el tipo con poder nos caga a latigazos a todos, a los que esperan y a los que no también?
A mí sí me suena. Mucho. ¿Y viste? De absurdo no tiene nada.
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“Te palpo, te toco, y las yemas de mis dedos buscan las tuyas porque si yo te amo y tú me amas tal vez no todo esté perdido. Las montañas duermen abajo y quizás las margaritas enciendan el campo de flores blancas. Un campo donde Los Andes y el Pacífico abrazados en el fondo de la tierra muerta despierten y sean como un horizonte de flores nuestros ojos ciegos emergiendo en la nueva primavera. ¿Será? ¿será así? las margaritas continúan doblándose sobre el mar difunto, sobre las grandes cumbres difuntas y en la oscuridad, descendidos, como dos envanecidas pieles que se buscan, mis dedos palpan a tientas los tuyos porque si yo te toco y tú me tocas tal vez no todo esté perdido y, podamos adivinar algo del amor. De todos los amores muertos que fuimos y de un campo de flores que crecerá cuando nuestras mortajas blancas, cuando nuestras mortajas de nieve de todas las montañas hundidas nos besen boca abajo y nos vuelvan para arriba las erizadas pestañas”
— Raul Zurita, El descenso, Chile.
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“Cuántas veces al dormirme (pues mis últimos pensamientos eran cada noche para ti) se llenaban de lágrimas mis ojos, y se oprimía mi corazón… porque… porque… sentía que tú me amabas tanto y que yo no podía hacer nada para manifestarte mi agradecimiento.”
— Fiódor Dostoievski. Corazón débil. (via el-jujeniodeletras)
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“Si quiero escribirte, entonces te escribiré. Si tú no me quieres escribir, no tienes que hacerlo. Tu tienes que ser quien eres y yo tengo que ser quien soy.”
— Aristoteles y Dante descubren los secretos del universo.
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“Te quiero porque tu boca sabe gritar rebeldía.”
— Te quiero, Mario Benedetti
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“Un día me dijiste que yo tenía cara de mujer a la que siempre se vuelve y yo te espero ahora o cuando sea y donde sea y como sea. Quiero que sepas.”
— Eduardo Galeano, La canción de nosotros
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“Porque si yo te toco y tú me tocas tal vez no todo esté perdido y, todavía, podamos adivinar algo del amor. De todos los amores muertos que fuimos.”
— Raúl Zurita
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“Un día me dijiste que yo tenía cara de mujer a la que siempre se vuelve y yo te espero ahora o cuando sea y donde sea y como sea. Quiero que sepas.”
— Eduardo Galeano, La canción de nosotros
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“"Quizás nadie lo amó y la soledad apretó el nudo de su pescuezo y solitario tomó la decisión. Entonces no hubo nadie que le mintiera versos sobre la vida bella.“”
— El hombre de la cancha (del libro Háblame de amores) - Pedro Lemebel
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“Cuando ella y yo nos ocultamos en la secreta casa de la noche a la hora en que los pescadores furtivos reparan sus redes tras los matorrales, aunque todas las estrellas cayeran yo no tendría ningún deseo que pedirles. Y no importa que el viento olvide mi nombre y pase dando gritos burlones como un campesino ebrio que vuelve de la feria, porque ella y yo estamos ocultos en la secreta casa de la noche. Ella pasea por mi cuarto como la sombra desnuda de los manzanos en el muro, y su cuerpo se enciende como un árbol de pascua para una fiesta de ángeles perdidos. El temporal del último tren pasa remeciendo las casas de madera. Las madres cierran todas las puertas y los pescadores furtivos van a repletar sus redes mientras ella y yo nos ocultamos en la secreta casa de la noche.”
— Jorge Teillier
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Cuando las amadas palabras cotidianas pierden su sentido y no se puede nombrar ni el pan, ni el agua, ni la ventana, y la tristeza ha sido un anillo perdido bajo nieve, y el recuerdo una falsa esperanza de mendigo, y ha sido falso todo diálogo que no sea con nuestra desolada imagen, aún se miran las destrozadas estampas en el libro del hermano menor, es bueno saludar los platos y el mantel puestos sobre la mesa, y ver que en el viejo armario conservan su alegría el licor de guindas que preparó la abuela y las manzanas puestas a guardar.
Cuando la forma de los árboles ya no es sino el leve recuerdo de su forma, una mentira inventada por la turbia memoria del otoño, y los días tienen la confusión del desván a donde nadie sube y la cruel blancura de la eternidad hace que la luz huya de sí misma, algo nos recuerda la verdad que amamos antes de conocer: las ramas se quiebran levemente, el palomar se llena de aleteos, el granero sueña otra vez con el sol, encendemos para la fiesta los pálidos candelabros del salón polvoriento y el silencio nos revela el secreto que no queríamos escuchar.
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“Yo no sé cuál es tu hogar pero sé que has perdido tu hogar. Sé que hay una casa con ventanas clausuradas. (…) “No tienes un hogar sólo tienes libertad de errar por todas las tierras sin encontrar hogar”. (…) No tienes un hogar sólo montones de papeles que cualquiera puede convertir en cenizas sólo ropa que será entregada a las polillas sólo un lecho que será lanzado al río. (…) Los tabiques de la noche son demasiado débiles y no puedes afirmarte en ellos los ojos no quieren abrirse a la luz del alba los sargazos te impiden seguir tu paso. “No tienes un hogar sólo tienes libertad de errar por todas las tierras sin encontrar hogar”.”
— “Yo no sé cuál es tu hogar”. Jorge Teillier, “En el mudo corazón del bosque” (1997)
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