Tumgik
kuhaylan · 5 years
Video
Osito rico
114K notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Text
Manden videos pornos caseros ( amateur)ojala chilenos
0 notes
kuhaylan · 5 years
Text
Algun grupo de wsp????
0 notes
kuhaylan · 5 years
Text
Juro que amo sus historias 😍
El Huaso XLII: El Fin
A la mañana siguiente de nuestra celebración de aniversario, el Huaso me despertó para tomar desayuno. Entró a la habitación con la bandeja preparada desde la cocina. Dos tazones con té caliente, una paila con huevo revuelto y un par de tostadas para cada uno.
—No era necesario que lo hicieras, amor —le dije, cuando estábamos sentados en la cama comiendo.
—¿Cómo que no?, eres mi invitado y te tengo que tratar bien —se justificó.
—Ya, si, pero yo nunca te llevo desayuno a la cama cuando te quedas a dormir en mi casa.
—Pero eso es porque tus viejos siempre preparan el desayuno po. Y el almuerzo y la once. Ahora que lo pienso, ellos me tratan mejor como invitado que tu —se rió.
—Puede ser —concordé—. Creo que te quieren mas a ti que a mi.
—¿Y como no?, si soy el yerno ideal.
—Claro que sí lo eres —lo halagué, dándole un beso.
Terminamos de desayunar, y el Huaso se quedó acostado junto a mí. me acariciaba el cabello, mientras yo conversaba con el Victor por WhatsApp.
—¿De qué conversan? —preguntó curioso mi pololo.
—De la práctica. Me acaba de hacer acordar que el Ignacio me mandó a hacer una tarea para mañana —le expliqué, un poco malhumorado.
—¿Ignacio el feo? —preguntó con ironía.
—El mismo —me reí.
—Era bien pesao el culiao. O sea, cuando no esta supervisándote directamente se hace el simpático, pero cuando está encima de ti te webea por todo —dijo recordando sus primeras semanas de práctica.
—¿Cierto?, pensé que era pesado conmigo nomas, que me había mandado alguna embarrada.
—Bueno, en vola te pilló mirándole el poto y por eso la mala onda —se rió.
—Puede ser —me reí también—. No, pero tienes razón. Con el Víctor se hace el simpático y conmigo es bien pesado. Después cuando el Victor esté en el rol mío va a ver que se pone pesado el weon.
—Así es.
Me comencé a vestir para irme a mi casa y hacer la tarea, pero el Huaso no quería que me fuera todavía.
—Quédate un ratito más —me pedía.
—No puedo, no sé cuánto me demore haciendo la wea esa —le expliqué con resignación.
—Bueno. Pero igual te voy a mandar al correo la tarea que me mandó a hacer, quizás te sirva.
Me acerqué a besarlo, como señal de agradecimiento.
—Nos vemos mañana —le dije, mirándolo a los ojos—. Te amo.
—Yo también —me sonrió y me volvió a besar.
Se puso de pie y pude ver su erección bajo el short que tenía puesto.
—Perdón por eso —le dije señalando su miembro.
—No tienes que disculparte, es una enfermedad. Pasa cada vez que beso a la persona mas hermosa del mundo —dijo fingiendo vergüenza.
—Bueno, supongo que se te está pasando la enfermedad, porque no hay ni rastros de esa persona por acá.
—Idiota —me dijo un poco molesto, y me abrazó—. Si sabes que eres tú —me besó el cuello—. Avísame cuando llegues a tu casa.
Nos despedimos con un beso y un largo abrazo, y salí de la habitación al living de la casa. Pasé por afuera de la cocina, donde estaba la Señora Sonia picando repollo para el almuerzo.
—Hasta luego —me despedí con cortesía.
—Hasta luego mijo, Dios lo bendiga —respondió ella, con su habitual tono de mujer bonachona, que a mí ya no me engañaba.
Salí de la casa y me fui a tomar la micro.
Al llegar a mi casa, revisé el correo del Huaso y me di cuenta que su trabajo no tenía nada que ver con el mío, así que me dediqué de inmediato a trabajar.
Al día siguiente, el Ignacio revisó la tarea y me evaluó con una excelente nota. A pesar de eso siguió siendo muy extricto conmigo durante la semana. A la siguiente semana, con el Víctor cambiamos de roles, y a él le tocó estar supervisado directamente por el Nacho, mientras yo me encargaba de la parte mas “administrativa” y otras tareas menores en la Unidad.
—Es un conchesumadre el Nacho wn —me dijo el Victor a mitad de semana.
—¿Por qué lo dices? —pregunté sorprendido, por su cambio de opinión con respecto al supervisor.
—Porque si po, me reta a cada rato, que soy muy lento, que debo ser más atento, y weas así. Aparte se pasa preguntando weas —estaba muy molesto.
—Ya, pero si sabías que era así, yo te lo dije.
—Pero yo pensé que era porque eras tú nomas po. Que en volá se había dado cuenta que babeabas mirándolo y no le había gustado —explicó, y no pude contener la risa—. No te rias porque sí se te nota que te lo comes con la mirada.
—Ya, pero no te enojes —me puse serio—. Mira, el viernes lo más probable es que te mande a hacer una tarea así que si quieres te mando el mío. Aparte, hoy en mi casa mientras estudiamos te diré todas las cosas que me preguntaba a mí, para que lo tengas en cuenta.
—Gracias Larry, wn —me dijo—. Me estoy volviendo a poner más nervioso que la chucha.
—Tú tranquilo nomas, si ya llegaste hasta acá, no vay a cagarla en las últimas semanas.
Pasaron las semanas y pude entender por qué el Victor se veía tan relajado en esa sección. No había mucho que hacer más que ordenar papeles y otras cosas, y pude tener más tiempo para conversar con los demás profesionales del área. El Ignacio mostró una faceta más simpática conmigo las veces que se acercaba a conversar en algún momento de relajo, y conocí más de cerca a Anita, la paramédico que tenía vuelto loco al Victor, y me di cuenta que el sentimiento era mutuo.
—¿En serio te preguntaba por mí? —me preguntó incrédulo el Victor cuando le conté.
—¡Si! —respondí—. Bueno, solo me preguntó como estabas, que te había visto temprano y te veías nervioso.
—Es que el Ignacio me había dicho que me iba a interrogar —explicó.
—Si po, si sé. Le dije que estabas nervioso por eso nomas.
La noticia le dio razones para vivir al Victor, y desde ese día no hubo como bajarlo de la nube.
Al terminar la semana final, el Ignacio nos entrego nuestras evaluaciones, y nos aprobó a ambos con nota siete.
—Perdón por ser tan pesado cabros, espero nos veamos pronto —nos dijo al despedirse de nosotros.
Le agradecimos su tiempo y paciencia con nosotros, y nos despedimos de todos ahí en la unidad. El Victor se tomo su tiempo al despedirse de la Anita, mientras yo miraba atentamente los ojos claros de Ignacio, que tenían algún tipo de efecto hipnótico, que me hacían dificil captar todo lo que decía.
—¿Lo harás? —fue lo único que alcancé a escuchar de su conversación.
—Si po —respondí, intentando pasar desapercibido. El Nacho se rió.
—¿Sí quieres pololear conmigo?
—¿Qué?, ¡NO! —me puse rojo, y solo quería salir corriendo de ahí.
Se volvió a reir.
—Entiendo que estés con la mente en otro lado después de aprobar. Yo estaba igual cuando terminé la práctica, no pescaba a nadie cuando me hablaban. Solo quería llegar a mi casa y dormir por seis días seguidos —explicó riendose, pero sin burlarse—. Te preguntaba si vendrías a dejar tu currículo una vez termines los trámites.
—Ah, si, obvio —respondí, intentando hacer menos evidente mi vergüenza.
—De todos los que pasaron por acá, tú y el Victor fueron los que mejor se desenvolvieron. Así que si vienen a dejar sus documentos, yo feliz los llamaría a cualquiera de los dos.
Sus palabras me dejaron una sensación aún mejor que como me sentía antes. Que me dijeran que me había destacado en algo, me subió mucho el autoestima y me dieron ganas de que pasara rápido el tiempo para empezar a trabajar ahí.
Con el Victor nos fuimos a los camarines, y le conté lo que me había dicho el supervisor.
—¿En serio?, ¿yo también? —mi amigo no lo podía creer.
—Si po, dijo que estaría feliz de trabajar con cualquiera de los dos —omití la parte de la broma del Ignacio.
—Entonces, apenas tenga el título vendré a entregarlo —decidió.
—¿Y que onda tu con la Anita? —le pregunté con curiosidad.
—Todo bien —respondió haciéndose el tonto.
—¿Bien, bien?
—Muuuy bien —dijo con una amplia sonrisa.
Llegamos a los camarines y estaba el Bryan y el Huaso cambiándose de ropa, en silencio.
—¡¡¡SOMOS LIBRES!!! —gritó el Victor apenas vió a nuestros compañeros.
El Huaso se acercó de inmediato a abrazarme, y el Victor fue donde el Bryan a hacer lo mismo.
—Por fin terminamos esta wea —dijo con alegría el Huaso, y luego me dio un beso de celebración.
—Ya cabros, abrazo de grupo —propuso el Victor, y se acercó a nosotros con el Bryan, a medio vestir aún.
Nos abrazamos los cuatro, y empezamos a saltar en círculo y a gritar. Cuando nos detuvimos nos dimos cuenta que en la puerta de entrada estaban asomadas la Cata y la Claudia.
—Que son ridículos los weones —dijo la Claudia, riéndose.
—Ya, dejen de reírse y vengan a saltar con nosotros —dijo el Bryan, riéndose también.
La Cata le hizo señas a las otras dos compañeras que estaban esperando afuera. Entraron todas y comenzamos a saltar y a gritar todos juntos, en modo de celebración.
—¿Todos aprobaron? —preguntó la Cata, después de que se calmó la algarabía. Todos respondimos que sí al unísono, y volvimos a saltar y a gritar, hasta que entró el guardia a retarnos por hacer mucho ruido, e hizo que las niñas salieran del camarín de hombres.
Nosotros terminamos de cambiarnos de ropa, y al salir seguían esperándonos las chiquillas.
—Ya, ¿Qué haremos para celebrar? —preguntó la Claudia.
—¡Vamos a tomaaaar! —propuso el Victor, ante las risas del resto de nosotros.
—Podríamos juntarnos a la noche a celebrar, en tu casa Claudia —propuso una de las chiquillas.
—¿Pero hoy?, no puedo porque está de cumpleaños mi mamá —se excusó la Cata.
—Mañana entonces, en mi casa a las 10 —decidió la Claudia, y todos asentimos.
Con el Huaso nos fuimos a su casa, y conversamos sobre nuestro último día y le conté sobre la “bromita” del Ignacio.
—Qué chistoso el weon —dijo molesto.
—No te enojes —le tiré un cojín, para alivianar el ambiente—, si no pasa nada con él.
—Pero igual te quedaste pegado mirándolo —se amurró.
—Ya, ¿pero le viste los ojos alguna vez?, dime que no son hipnóticos.
—No —lo negó, pero noté que igual se demoró en responder.
—Ya po, no te enojes. Hazlo por Mumble que no le gusta ver a sus padres pelear —le dije, tomando al peluche y poniéndolo frente a él.
—Idiota —me dijo sonriendo al fin. Me tomó de la mano y me acercó a él, que ya estaba apoyado en el respaldo de la cama. Me besó y luego me abrazó—. Lo hago solo por Mumble —me advirtió.
—Lo tendré en cuenta —nos reímos y nos volvimos a abrazar.
Nos acomodamos en la cama, y nos quedamos dormidos.
Cuando me desperté, noté que el Huaso no estaba en la habitación y supuse que estaría en el baño. Me desperecé y tomé el celular para ver la hora. Cuando volvió, unos cinco minutos después, le dije que me tenía que ir y él lo aceptó. Nos despedimos de beso en su habitación, y salió a dejarme al paradero.
Al día siguiente me fui a la casa del Huaso a buscarlo para que llegáramos juntos donde la Claudia. Al llegar a su casa, estuve esperando afuera unos minutos, pero no me contestaba. Golpeé la puerta y salió la Señora Sonia a atenderme.
—¿Qué quiere mijito? —me preguntó con cínica amabilidad.
—¿Está el Pato? —le pregunté con la misma cortesía.
—Si, creo que si. Voy a ver y le aviso —volvió a entrar y cerró la puerta.
Al rato salió el Huaso, aún con ropa de trajín.
—Sorry, estaba hablando con mi mamá y se me pasó la hora —me dijo abriéndome la reja para pasar. Llegamos a su pieza y me dio un abrazo y un beso—. No me demoro nada en arreglarme. Me visto y estoy listo —estaba un poco acelerado.
—Amor, tranquilo, si aún es temprano —le dije, para que bajara las revoluciones.
—¿Qué hora es?
—Las diez y cuarto —respondí mirando el celular.
—Ya po, se suponía que nos juntaríamos a las diez —argumentó.
—¿Y cuando alguien ha sido puntual para juntarse para carretear? —dije riéndome.
El Huaso respiró hondo y se sentó en la cama.
—¿Estás bien? —le pregunté preocupado.
—Si, estoy bien. No sé por qué me aceleré tanto —dijo como pensando en voz alta.
—¿Está bien tu mamá?
—Si, está bien. Me contó que fue a un bingo de la vecina y que se ganó un parlante y no cacha como funciona —se rió—. Dijo que me lo iba a regalar a mi, que yo sé como funcionan esas cosas.
Después de contarme eso, se espabiló y comenzó a vestirse. En un par de minutos ya estaba listo y nos fuimos donde la Claudia.
Cuando llegamos, solo faltaba el Victor, que apareció media hora después, excusándose que no podía dejar a su abuela sola hasta que llegara su mamá del trabajo.
Nos pusimos a tomar y comer, mientras comentábamos nuestras experiencias y resultados en las prácticas. Con el Victor nos habíamos puesto de acuerdo en no contarles que el Ignacio nos había dicho que éramos los mejores que habían pasado por la sección, para no hacerlos sentir mal.
Mientras hacíamos que el Víctor contara con detalles su estado sentimental con Anita, el Huaso se paró y salió al pasillo a contestar su celular.
—Ya vengo —me dijo al oído, y yo asentí.
El resto continuamos escuchando al Victor, que nos contaba lo arriesgado que había sido al mandarle un WhatsApp invitándola al cine, pero que aún no le contestaba.
Al cabo de una media hora, el Huaso aún no regresaba, así que me paré y salí a ver si estaba bien.
Lo divisé al fondo del pasillo, aún hablando por celular, y me acerqué para ver si todo estaba bien. Cuando se percató de mi presencia, me hizo señas de que se desocupaba en un rato más, y yo me alejé un poco, para darle mayor privacidad.
—¿Todo bien? —le pregunté preocupado, una vez terminó de hablar por teléfono.
—Sí, es que mi viejo quería que le contara como me había ido en mi último día de práctica —me explicó.
—¿A esta hora? —dije mirando mi celular. Ya era la medianoche.
—¿Y qué tiene?, mañana es domingo, no tiene que trabajar —se puso serio.
—Que pudo haberte preguntado durante todo el día, no a esta hora —argumenté.
—¡Ay Larry, ¿Por qué eres tan insistente?! —dijo ya molesto. Me quedé congelado por su reacción—. Disculpa. Mejor me voy —se acercó a abrazarme y me dio un beso en la frente—. Mañana hablamos.
Se palpó los bolsillos, asegurándose que tenía todo lo que había llevado, y se fue sin despedirse de los demás.
Yo volví a entrar al depa de la Claudia, y me quedaron mirando fijos todos.
—¿Y el Huaso? —preguntó de inmediato la anfitriona.
—Se fué —dije con un nudo en la garganta, evitando mirar a los ojos a todos.
—¿Sin despedirse? —preguntó sorprendida la Claudia, levantándose rápidamente para asomarse por la puerta de entrada.
Yo solo asentí y el Bryan se acercó a hablarme. Me tomó de los hombros y buscó mi mirada.
—¿Estay bien? —me preguntó preocupado.
—No sé —estaba realmente confundido.
El Bryan me llevó a la cocina mientras los demás seguían conversando en el living, con la música a un volumen moderado, y me preguntó qué había pasado y yo le conté todo.
—La verdad no sé qué mierda le pasa —seguía sin entender.
—En volá debe estar estresado por la práctica —intentó explicar.
—Pero si ya terminamos —le dije con tono de obviedad.
—Ya, pero mira. La Cata me contó, que la Claudia le había dicho, que al Huaso le había ido masomenos nomas en la última sección.
—Pero si me dijo que había aprobado. Todos aprobamos. ¿Por qué me iba a esconder eso? —le pregunté, sin entender esa supuesta razón.
—Quizás le daba vergüenza. Aparte, asumo que le contaste lo que te dijo el Ignacio, y más vergüenza le debe haber dado decirte eso —argumentó.
—¿Cómo sabes lo que me dijo el Ignacio? —pregunté sorprendido.
—El Victor me dijo —respondió.
Me quedé pensando, un poco molesto con el Victor por romper la “promesa”, pero por otro lado agradecido de que lo haya hecho, porque así el Bryan me ayudó a entender todo.
Tenía sentido lo que decía el Bryan, y por eso me calmé un poco. Pensé en ir a la casa del Huaso a buscarlo, pero mi amigo me dijo que no fuera, porque sería peligroso andar solo a esas horas en la calle.
Volvimos a reunirnos con el resto, y pensé fugazmente, que por alguna razón, todos confiaban en el Bryan para contarle “secretos”.
Al día siguiente, al mediodía, el Huaso llegó a mi casa para pedirme perdón por su reacción de la noche anterior.
—La verdad, es que sigo muy estresado —comenzó  a decir, antes de confirmar la teoría del Bryan—. La supervisora me dijo que si hacía un trabajo de investigación para mañana me podía subir la décima que me falta —explicó—, por eso andaba medio gruñón.
—¿Y por qué no me habías contado?, ¿acaso no confías en mi? —le pregunté, un poco dolido.
—No es eso, es que estabas tan feliz por lo que te dijo ese weón del Ignacio, que me dio vergüenza contártelo —dijo bajando la cabeza.
—¿Y por eso fue que ayer no pudiste hablar hasta tarde con tus viejos? —saqué la conclusión.
—Si, por eso —respondió mirándome a los ojos—. Pero ya la terminé. Hoy en la mañana terminé lo que me faltaba, por eso te vine a ver —dijo con una sonrisa—, para celebrar que por fin yo soy libre —levantó los brazos en señal de triunfo—, o al menos un poquito más libre.
Se acercó a abrazarme y me pidió perdón por haberse enojado conmigo la noche anterior.
—Solo no me vuelvas a mentir, ¿ya? —le pedí.
—Bueno —aceptó, dándome un beso—. ¿Salgamos a dar una vuelta?
Acepté su invitación, y tomamos la micro hasta llegar al balneario. No pude evitar recordar la mañana en que me preguntó si era gay en la balsa, para asegurarse si atreverse a besarme o no, aunque el contraste del clima hacía aún mas nostálgico el recuerdo de esa mañana de verano, contra la tarde gris de invierno que estábamos viviendo.
—¿Una carrera a la balsa? —dijo a modo de broma, reconociendo que estábamos recordando lo mismo.
—Cuando quieras —respondí provocativamente, pero sin verdaderas intenciones de hacerlo. El frío era demasiado.
Nos reímos y continuamos caminando por el borde costero. Al llegar al Parque Croata, nos sentamos al pie de un árbol, uno al lado del otro, después de comprar un par de helados en la tienda del otro lado de la calle.
—Que relajante esto —dijo feliz el Huaso.
—Sería más ideal con un poco de sol —comenté, imaginándome lo bonito que sería esa misma situación en una tarde soleada.
—Pero igual está rico así, con este frío al menos nos podemos abrigar mutuamente —dijo con coquetería.
—Ya, como si fueras a dejar que te abrace en público —me reí.
—Bueno, si —se rió también—. Pero la idea es buena.
Nos quedamos bastante rato ahí conversando, disfrutando de la tarde, y luego nos fuimos caminando hasta su casa para tener más privacidad.
Al día siguiente el Huaso fue temprano al Hospital a entregar el trabajo que le había pedido la supervisora, y ésta lo hizo esperar mientras lo leía para darle la nota. Finalmente me llamó muy contento para informarme que había aprobado la práctica, y que podría titularse junto a todos los demás, así que desde ese día comenzamos a realizar los trámites de titulación, junto con los otros seis compañeros de la práctica.
El Huaso decidió quedarse acá en la ciudad esperando que el título estuviera listo (40 días hábiles, supuestamente), e insistió en que no quería volver a La Serena hasta después de fiestas patrias.
El 16 de septiembre en la noche, estábamos jugando play en mi pieza, cuando de repente empezaron a sonar las alarmas antitsunami en nuestros celulares.
—¿Qué habrá pasado? —me preguntó el Huaso, un poco confundido.
—No sé… —respondí, sin entender nada—. Bajemos mejor.
Llegamos al primer piso y mis padres estaban sintonizando las noticias nacionales, donde informaban del terremoto en Coquimbo. El Huaso se puso nervioso y tomó el celular para llamar a su familia. Las llamadas no entraban, así que se dedicó a enviar mensajes de WhatsApp esperando que aún tuvieran conexión. Después de una media hora pudo comunicarse y enterarse que estaban todos bien.
—Me alegro que tu familia esté bien —le dije dándole un abrazo de apoyo.
—Vas a tener que dormir aquí hoy, Pato —le dijo mi padre—. Mañana si quieres te llevamos al terminal para que viajes a ver a tu familia.
—Gracias —dijo el Huaso, aún preocupado por el acontecimiento.
Más tarde, cerca de la medianoche el Huaso pudo recién hablar por teléfono con su familia. Les dijo que al día siguiente viajaría a La Serena para estar con ellos y ayudar en lo que fuera necesario.
—¿Quieres que te acompañe? —le pregunté al Huaso, cuando estábamos acostándonos a dormir.
—No es necesario, amor —respondió. Aunque intentaba mostrarse calmo, yo notaba que seguía muy preocupado. Se acostó a mi lado, y me abrazó—. Gracias por todo —me besó y luego sonrió. Una sonrisa cansada—. Buenas noches.
—Buenas noches —le sonreí genuinamente, intentando traspasarle un poco de calma con eso.
Al día siguiente, mi papá nos llevó a la casa del Huaso para que empacara algo para el viaje mientras él esperaba estacionado afuera.
—¿Te llevarás a Mumble? —le sugerí como broma, para aligerar el ambiente.
—No. Mumble se queda a cuidar la casa. Que la Señora Sonia no se meta a intrusear —dijo con cierto ánimo.
Nos reímos y nos besamos antes de salir de su habitación y reencontrarnos con mi papá. Al llegar al terminal, el Huaso compró el pasaje para el bus que salía en media hora. Cuando nos despedimos, lo abracé fuerte y le susurré “te amo” al oído. Él me respondió con un “yo también”, y luego le dio un abrazo a mi papá agradeciéndole la hospitalidad.
A la medianoche me llamó por teléfono, diciéndome que había llegado a La Serena, pero no así a su casa, que al día siguiente me llamaría para contarme la situación real de su familia, ya que sabía que sus papás le bajaban el perfil al asunto por teléfono para no preocuparlo.
Finalmente me dijo al día siguiente que su casa había sufrido mínimas consecuencias del terremoto, y que sus padres estaban bien. La casona de su abuela, en cambio, había sufrido más, pero tampoco hubo pérdidas personales afortunadamente. Me dijo que no tenía claro cuándo volvería, pero que ayudaría a reparar la casona de su abuela.
Como estaba sin el Huaso, me organicé con el Bryan y el Victor para ir a las ramadas. El día 19 nos reunimos, y el Victor llegó con Anita, la paramédico del hospital, sorprendiéndonos a todos.
—Ya la conocen todos, así que no es necesario presentaciones —dijo en su habitual tono alegre.
Anita era muy simpática y se integró muy bien al grupo.
Al rato se nos unieron la Claudia y la Cata, que llegó sin la compañía del Guillermo, que también había viajado a la cuarta región a ver a su familia por el terremoto.
Paseamos por las ramadas, e ingresamos a una fonda a comer algo. La garzona nos tomó la orden y luego nos dejó solos.
—¡Larry! —escuché de repente. Una voz muy familiar se acercaba por mi espalda. Me volteé a ver y era la Vicky, de polera y pantalón negro, al igual que la garzona.
—Vicky, ¿Qué haces acá? —le pregunté sorprendido.
—Trabajo acá po. Mi tía me ofreció trabajar en su fonda estos días que tenía libre —me explicó con una sonrisa de oreja a oreja—. Lástima que no los vi entrar, así los atendía yo.
Me quedé conversando un rato con ella, de pie en una de las mesas contiguas, mientras mis compañeros seguían compartiendo entre ellos.
—¿Y el Huasito?, ¿por qué no está contigo? —preguntó curiosa.
—Viajó a ver a su familia, por lo del terremoto —le expliqué.
—Ah, que pena —dijo con empatía—. Aunque igual me asusté, pensé que se habían peleado.
—No, no es nada de eso —la tranquilicé—. Aunque en ese caso tu no estarías nada de triste —le dije en broma.
—Ay Larry, jamás te haría eso —se ofendió—. Eres como mi hermano mayor.
En ese momento se disculpó conmigo por dejarme, ya que había visto que entraba un nuevo grupo de clientes y quería asegurar su atención.
Volví a la mesa con mis amigos, y me sumé a su conversación, que en ese momento se trataba sobre un cahuín entre los paramédicos del hospital, relatado en primera persona por Anita.
Pasaban las semanas y el Huaso seguía en La Serena trabajando en la reconstrucción de la casona de su abuela.
—Tómate tu tiempo, llamé a la universidad y aún no están listos los títulos —le dije una noche de finales de octubre por teléfono.
—Si, si igual yo cacho que acá nos falta poco —me actualizó en los avances de la obra.
—¿Cómo está tu abuela?
—Bien, al principio estaba triste por el derrumbe, pero ahora anda feliz porque estamos todos acá ayudando —me contó con emoción en su voz.
—Oye, ¿y que tal está el constructor mas guapo de todo Chile? —le pregunté, intentando darle un toque más juguetón al llamado.
—Estoy bien… —respondió escuetamente, sin entender mi intención.
—Pero mi amor —dije riéndome.
—¿Qué pasó? —me preguntó confundido.
—No, nada —me volví a reir—. Hablamos mañana.
Nos despedimos esa noche, y seguimos hablando periódicamente por un par de semanas más.
Faltando un par de días para mi cumpleaños, nos juntamos con el Bryan y el Victor a jugar play, en la casa del primero.
—¿Qué vas a hacer para celebrar tu cumple? —me preguntó el Bryan.
—No sé, algo piola yo creo. Un tecito con mi familia —dije, sin ganas de nada en verdad.
—¡No seay fome po! —dijo con emoción el Víctor—. Salgamos a webiar a algún lado.
—No tengo ganas —respondí—, aparte al Huaso no le va a hacer gracia.
—Demás que le va a gustar que salgas. De hecho, me pidió que te entretuviera harto nomas, para que no te aburrieras. Le dije que podía entretenerte hasta cierto punto, ya que estoy con la Anita ahora —se rió.
—Aweonao —lo insulté riéndome también.
—Le dije que para ese nivel de entretención estaba el Bryan —volvió a reirse—, pero parece que no le gustó la idea.
—Linda la wea, como si fuera un puto —dijo molesto el Bryan.
—Ya, tranquilo si era broma —lo calmó el Victor.
—No te enojes —le pedí—. Parece que vamos a tener que buscarte una polola para que se te pase lo gruñón —dije en modo de broma, logrando sacarle una sonrisa.
—Ya po, ¿qué me dices? —insistió el Victor.
En ese momento me llamó al celular la Vicky, pidiéndome si la podía ayudar con un trabajo para la u, urgente para el día siguiente. Acepté  su petición, y les dije a mis amigos que me tenía que ir. “Después les confirmo lo del cumpleaños”, les respondí, y me fui.
Al llegar a la casa de la Vicky, nos desocupamos bastante rápido, teniendo en cuenta lo que pensé que nos demoraríamos. Su trabajo consistía en hacerle una entrevista a un ex alumno de la universidad, sobre su experiencia en la casa de estudios. En el fondo me demoré más en llegar a su casa que en responder sus preguntas.
—Oye, ¿y el Huasito cuándo piensa volver? —me preguntó, curiosa como siempre la Vicky, mientras comíamos galletas después de concluir la “entrevista”.
—No tengo idea —respondí sinceramente—. Me gustaría que viniera para mi cumple, pero tiene que ayudar allá a su familia.
—Oye, pero son dos meses ya casi, ¿cierto?
—Si.
—¿Quedó muy mal la casa de su abuela?
—No sé, nunca me mandó fotos.
—¿Y no subió nada a Facebook o algo así? —seguía en modo entrevista.
—Oye, ¿no que la entrevista había terminado? —dije en modo de broma.
—Si, disculpa. No te quise incomodar con mi curiosidad.
—No, tranquila —saqué mi celular—. Mira, no ha subido nada a su Facebook.
La Vicky revisó el perfil del Huaso desde mi celular y lo evaluó con detenimiento. Se levantó de su silla y fue a buscar su notebook.
—Prométeme que no vas a pensar que estoy loca —me dijo, volviéndose a sentar frente a mí, con el notebook encendido.
—Lo juro —prometí, aunque sin ningún grado de seguridad.
—Mira, tengo un perfil falso en Facebook —comenzó a explicarme, mostrándome el perfil de una chica muy linda—. Voy a enviarle solicitud de amistad a tu Huasito para ver que esconde tu pololo.
—¡No! —dije de inmediato—. ¿Cómo se te ocurre hacer eso? —me levanté de la silla indignado.
—Confía en mí. Siento que hay algo raro —intentó calmarme.
—¿Por qué dices eso? —le pregunté.
—Porque sí. Mira —volvió a tomar mi celular—. Lo último que subió fue una foto con su abuela el 19 de septiembre.
—¿Y qué tiene?
—Mira po, se nota que hay harta gente de fondo. Supongo que son familiares. ¿No te parece raro que siendo una gran reunión familiar sólo haya subido una foto?, o si no le gusta subir muchos fotos, demás alguien más pudo subir otras y haberlo etiquetado, como en todas las otras fotos que tiene con tus amigos —me explicó. Tenía lógica su argumento.
—No lo hagas —le pedí—. No me siento cómodo violando su privacidad.
Me ponía nervioso el solo hecho de pensar hacer algo así.
—¿Estás seguro? —me preguntó mientras buscaba el perfil del Huaso en Facebook. Lo encontró, y obviamente, tenía el perfil privado. Puso el cursor sobre el botón azul que decía “enviar solicitud de amistad”.
—Sí —le dije, finalmente venciendo la tentación. Pero la Vicky no me hizo caso y presionó el botón del mouse—. ¿Qué hiciste? —le pregunté en un volumen más fuerte de lo que debí haberle dicho.
—Perdona, me equivoqué —dijo convenciéndome de su error.
—Elimina eso, deshaz la solicitud —le ordené.
Ella lo iba a hacer cuando apareció el globito rojo con la silueta de una persona en la barra superior de la pantalla, indicando que tenía un nuevo amigo.
Sentí como un escalofrío me recorrió la espalda, y la Vicky me miró con nerviosismo y ansiedad. Me volví a sentar a su lado, en silencio, y tomé el mouse en mis manos.
Hice click en el nombre de mi pololo y su perfil se abrió frente a mis ojos. Bajé por su muro y vi que tenía varias publicaciones que no había visto desde mi celular. Fotos en las que había sido etiquetado, carreteando con sus primos, disfrutando con su familia en la casona, y una foto subida por el Kevin, en la que salía etiquetado el Huaso, además de varios otros miembros de su familia, en la que se leía el comentario “por fin lista la casita de la abuela”. La foto había sido subida hacía tres semanas.
El corazón se me apretó y comencé a temblar. La Vicky me tomó la mano izquierda para darme ánimos ya que estaba viendo lo mismo que yo. Me tomé un momento para respirar y continué bajando.
En publicaciones más antiguas, comenzaron a aparecer fotos de un bebé vestido con ropa en tonos celestes, con muchos comentarios felicitando al Huaso, incluídos mis suegros. Más atrás habían fotos del Huaso y la Mari (ella con un avanzado embarazo), y el resto de la familia, celebrando con un asado las fiestas patrias.
Las lágrimas comenzaron a caer por mi cara, pero yo intenté inútilmente no soltar el llanto. Me sentía ahogado, y no fue hasta dentro de un par de minutos que me di cuenta que la Vicky estaba a mi lado, abrazándome y llorando conmigo.
—Lo siento, Larry, no fue mi intención —me decía ella, engrosando la voz para darse a entender.
Yo solo atiné a asentir y seguir llorando, mientras sentía un dolor profundo en el pecho.
—¿Quieres tomarte un té o algo? —me ofreció ella después de unos minutos.
Negué con la cabeza.
—Necesito mi cama —le dije—. Me voy a ir, ¿ya? 
—¿Estas seguro? —me preguntó—. Si quieres le digo a mi hermano que te vaya  dejar.
—No es necesario, necesito deshinchar los ojos en el camino, para llegar digno a mi casa —intenté sonreir.
—Me avisas cuando llegues —me pidió. Yo asentí y me despedí de ella con un abrazo, que no alargué demás para no quebrarme denuevo.
Salí de su casa y me vine caminando a la mía. A ratos tenía que determe porque el viento me molestaba en los ojos, aún llenos de lágrimas por la pena y el dolor de enterarme de las mentiras del Huaso. La gente con la que me cruzaba se me quedaba mirando, pero intentaba ignorarlos.
No podía creer que lo que había visto era verdad. El Huaso, mi primer gran amor, que me prometía fidelidad incondicional, con el que había sido tan feliz, me había mentido por al menos nueve meses, con consecuencias tan grandes como un hijo. Enterarme de eso había destrozado toda la estabilidad emocional que tenía.
Al llegar a mi casa, le mandé un mensaje de inmediato a la Vicky diciendo que había llegado, para que después no me interrumpiera mientras dormía. Antes de entrar a mi casa, me quedé esperando un rato afuera, para asegurarme que mis papás no se percataran de mi estado de ánimo.
Cuando entré, mi mamá estaba preparando la once y al verme pasar de largo a mi pieza me dijo que no me demorara mucho en bajar, para tomar té los tres juntos.
Subí a mi pieza, me cambié de ropa y me miré al espejo para ver si se me notaba mucho que había estado llorando. Tenía los ojos rojos y un poco hinchados, pero no podía hacer nada al respecto. Ya se me ocurriría alguna mentira.
Intenté apagar mis emociones y bajé a tomar té. Mis padres conversaban sobre temas intrascendentes mientras yo “escuchaba” en silencio, y asentía de tanto en tanto intentando no hacer contacto visual.
La TV estaba encendida en el canal de noticias y dieron una nota sobre la reconstrucción del terremoto.
—¿Cómo le va con eso al Pato? —me preguntó mi papá, intentando integrarme a la conversación en la mesa.
—Bien… —alcancé a responder con la voz temblorosa, pero de pronto me sentí sin energías para mantener la apariencia anímica que mostraba.
Me puse a llorar, desatando la preocupación de mis padres.
—Hijo, ¿qué te pasó? —preguntaron ambos al unísono, con mi padre acercándose a abrazarme.
El tener a mi padre abrazándome me hizo relajarme aún más y liberar el dolor punzante que sentía en el pecho. Me sentía tan cansado, como si hubiera tenido un día muy ocupado, pero en realidad el cansancio no era solo por el día de mierda que había tenido, sino que también por los años de tener que estarle escondiendo cosas a mi familia, estar constantemente inventando excusas o situaciones para evitar que se dieran cuenta de mi verdad.
Mi mamá se acercó por el otro lado de la mesa y se sentó a mi lado, tomándome la mano y acariciándome el cabello.
No sé cuanto tiempo habré estado llorando con mis padres junto a mí apoyándome, pero cuando por fin pude ver con claridad, las noticias ya habían cambiado de sección y el té estaba casi frío.
—Hijo, ¿estás bien? —me preguntó mi papá mirándome a los ojos.
Su mirada me transmitió seguridad, y por un momento me sentí aliviado y asentí, fiel a mi costumbre de mentir para esconder mis sentimientos, pero luego negué con la cabeza al recordar todo lo que había visto en casa de la Vicky.
—¿Qué te pasó? —me preguntó mi mamá, con la voz entrecortada.
—El Pato fue papá —dije apenas controlando la voz, y volviendo a llorar.
—Hijo… —dijo mi papá y me volvió a abrazar, más fuerte que antes.
Después de otro para de minutos de llanto, por fin sentí como que me desahogué completamente. A pesar de la tristeza que sentía por la infidelidad del Huaso, me sentía muy aliviado de tener a mis padres ahí apoyándome, y haber dado ese pequeño paso para salir del closet ante ellos.
—Lo siento mucho —me decía mi mamá, acariciándome el cabello, dándome contención—. Larry, quiero que sepas que te amamos, sin importar nada, ¿está bien? —me hizo mirarla a los ojos, y asentí—. Todo va a estar bien.
Me volvió a abrazar, y después de un momento me sentí más aliviado.
—¿Puedo ir a acostarme? —les pregunté. Estaba muy cansado—. Necesito dormir.
—Por supuesto —respondieron ambos al unísono.
Les dí las buenas noches, y me dirigí a mi pieza y cerré la puerta. Me saqué la ropa, me acosté en la cama, y me dormí casi de inmediato.
Al día siguiente me levanté a tomar desayuno, y mis padres me saludaron con atención.
—¿Cómo amaneció? —preguntó mi papá.
—Un poco mejor —era verdad. El dormir me había hecho muy bien, y ya me sentía mas tranquilo respecto a lo sucedido.
—¿Quieres conversar sobre lo de anoche? —me preguntó mi madre.
Me quedé en silencio, pensando como empezar.
—Perdónenme. Por haberles mentido —comencé diciendo y se me llenaron los ojos de lágrimas.
—¿En qué nos mentiste? —preguntó con calma mi padre.
—Soy gay —les revelé, comenzando a llorar nuevamente. No era un llanto de pena, sino mas bien, de cierto alivio.
—Está bien, hijo. Está bien —dijo mi padre para calmarme, dándome unas palmadas en el hombro, mientras mi madre me tomaba la mano a través de la mesa.
—Nunca nos mentiste —me consoló mi madre—. Esperábamos que nos lo dijeras en cualquier momento. Simplemente no te quisimos presionar. Cuando estuvieras listo.
—¿Cómo lo supieron? —pregunté avergonzado.
Mis padres se miraron y sonrieron con complicidad.
—Siempre fuiste un niño muy reservado, y a pesar de eso, siempre tuviste buena relación con tus compañeros. Invitabas a tus amigos y amigas a la casa de vez en cuando, pero nunca nos presentaste a alguien formalmente. Lo tomamos como algo normal en ti, tu sabes, reservado con tu vida, con tus estudios, etc. Pero cuando empezaste a invitar a Patricio acá a la casa, tu cambiaste. Te veías más alegre y abierto a compartir con nosotros. Quizás no nos dedicabas mucho tiempo, pero comenzaste a contarnos de tus sentimientos, tus relaciones sociales, tus estudios. Quizás tu no te hayas dado cuenta de eso, pero nosotros si, somos tus padres —tenía razón—. Además, el brillo en tu mirada cuando lo veías llegar, era lo más hermoso que he visto —me dijo secándome con el dorso de su mano las lágrimas que caían por mi mejilla, mientras sus ojos se humedecían.
—Notamos que no era algo solo de tu parte. La forma que tenía él de mirarte y de cuidarte era muy especial —agregó mi madre, sonriéndome—. Con esto no queremos decir que la relación que tenían ustedes era tan perfecta que deberías perdonarlo. No sabemos qué tan sana era la relación de ustedes, pero sí sabemos que se tenían mucho amor, porque se notaba. Sin embargo, Patricio cometió un error grave faltándote el respeto, y eso nunca debes permitirlo. ¿Estamos claros? —me miró seria, pero sin perder su expresión maternal.
—Si —respondí, asintiendo.
Continuamos desayunando y por fin me pude sentir 100% cómodo en mi casa, conversando con mis padres sin preocuparme de esconderles nada, o de inventar mentiras para que no sospecharan (que ahora me daba cuenta, no servían de nada).
Durante la tarde, le envié un mensaje a la Vicky diciéndole que no se preocupara por mí, que no la odiaba por lo que había hecho, y que ya estaba mejor. También le conté al Bryan por WhatsApp sobre lo ocurrido, y de inmediato me vino a ver a la casa.
—¿Cómo te sientes? —fue lo primero que me dijo apenas entró a mi pieza.
—Pésimo —dije sinceramente—, pero no sé. Aliviado supongo.
—Al menos ese conchesumadre sirvió para que salieras del closet con tus viejos —dijo mi amigo, intentando ver el lado positivo de la situación.
—Si, supongo. Aún no puedo creer que me haya mentido tanto tiempo —intenté no dejarme invadir por la pena nuevamente.
El Bryan se acercó a abrazarme para consolarme. Luego me miró a los ojos y dijo.
—¿Una partida? —me sonrió con empatía, sugiriendo una dosis de nuestra terapia.
Acepté con una sonrisa, y estuvimos jugando un buen rato durante la tarde.
—Supongo que después de esto menos ganas tendrás de celebrar tu cumple pasado mañana —me comentó él, mientras celebraba un golazo virtual.
—Supones bien. Prefiero descansar.
—¿Estas seguro? —preguntó—. No te voy a ofrecer sacarte a carretear y que conozcas a algún weon random para olvidar al Huaso. Pero si quieres puedes venir a mi casa a pasar el rato. Invitamos al Victor si quieres.
Medité un rato, mientras me intentaba acercar a la portería de mi amigo.
—Bueno —acepté. Sabía que encerrarme en mi pieza no era la mejor decisión, y el ir a la casa del Bryan y estar con mis amigos me despejaría la cabeza.
Durante los días que siguieron, ignoré completamente las llamadas y mensajes del Huaso, porque obviamente no tenía ganas de saber nada de él.
El día viernes en la mañana, para mi cumpleaños, mientras estaba guardando en mi pieza los regalos que me habían dado mis padres durante el desayuno (un reloj de pulsera y una camisa), mi papá subió a decirme que estaba el Huaso abajo, y si quería que lo hiciera pasar.
El corazón se me detuvo por un segundo eterno, y me comenzaron a temblar las manos.
—Dile que suba —le dije a mi papá después de pensarlo un momento.
El Huaso entró a mi pieza por la puerta que estaba abierta. Lo esperé sentado en la cama, pero apenas lo vi empecé a llorar. Él se arrodilló frente a mi, preocupado.
—¿Qué te pasa, amor? —me preguntó, y la ultima palabra fue como un puñal en el corazón.
Me tapé la cara con las manos, intentando calmarme.
—¿Por qué me mentiste? —le pregunté mirándolo a los ojos, después de lograr recomponerme.
El Huaso me miró con miedo en los ojos y también comenzó a llorar.
—Perdóname Larry, por favor —me pidió de rodillas frente a mí—. Me equivoqué —su voz era gruesa y firme. Podía manejar mejor el llanto que yo.
—¿Es tu hijo? —le pregunté manteniendo el contacto visual.
Él dudó antes de responder.
—Sí, es mío —una sonrisa se dibujó en su cara, entre las lágrimas—. Es hermoso.
Bajé la mirada. Verlo feliz por su hijo me daba pena.
—¿Por qué no me dijiste antes?, ¿por qué me seguiste engañando hasta ahora? —volví a mirarlo.
—No lo sé. Pensé que era posible que no lo supieras nunca —explicó.
—¿O pensabas patearme antes de que naciera?
—¡No! —respondió tajantemente.
—Por eso últimamente estabas tan raro. Te enojabas un rato y después se te pasaba rápido. Tu nunca fuiste así. Es porque ya te daba lo mismo —saqué conclusiones.
Se quedó en silencio un rato.
—Larry, aún te amo —me dijo, con lágrimas en los ojos.
—No me sigas mintiendo —le pedí.
—Es la verdad —apoyó su cara en mis rodillas, y yo me tapé la mía con mis manos nuevamente.
Nos quedamos en silencio nuevamente, escuchando los sollozos del otro.
—¿Por qué lo hiciste? —le pregunté, temiendo la respuesta que pudiera venir.
—No lo sé —respondió despues de pensar un buen rato—. Porque soy un imbécil. La Mari me había invitado a un carrete de año nuevo, y no sé, me confundí. La cagué —volvió a llorar.
Todo había pasado antes de mi viaje a La Serena. Cuando la Mari actuaba de forma prepotente y despreciativa conmigo, y el Huaso no hacía nada al respecto, ellos ya habían tenido sexo. El enterarme de eso hizo que me volviera a quebrar, ya que me indicaba que yo no era tan importante para él.
—Cuando la Mari te trataba pésimo —continuó—, no creas que nunca le decía nada porque no te amara. No le decía nada porque tenía miedo de que si te defendía, ella te iba a contar lo que había pasado —explicó secándose las lágrimas con el dorso de la mano.
Me quedé en silencio, intentando calmar mis emociones. 
—¿Cuándo te enteraste? —le pregunté después de un rato, cuando ya había recuperado la compostura nuevamente.
—Cuando estábamos en el hospital. Ese día que me retaron por culpa de la Claudia —recordó, mientras se ponía de pie y se sentaba a mi lado—. Por eso también me fue tan mal en la práctica.
—Te retaron por tu culpa —le corregí. Ahora yo estaba del lado de la Claudia.
Se rió brevemente.
—¿Y tu?, ¿Cómo te enteraste? —me preguntó. Estaba seguro que quería preguntarme eso desde el principio.
—La Vicky me convenció de que escondías algo, así que me metí a tu Facebook —protegí los medios espías de la Vicky—. Ahí salía todo.
—¿Y tú nunca sospechaste nada?
—No. ¿Por qué iba a dudar de ti?, si te amaba, pensaba que jamás me ibas a mentir con algo así —le expliqué, con la voz temblorosa.
Nos volvimos a quedar en silencio otro rato más.
—¿Me odias? —me preguntó, aún cabizbajo.
—No —quería responder que sí, que lo odiaba por lo que había hecho, pero no podía odiarlo.
—¿Me amas? —me miró a los ojos, con su mirada llena de lágrimas.
Cerré los ojos y volví a llorar. Asentí con mi cabeza y sentí el abrazo del Huaso. Me acariciaba la cabeza y me apretaba contra él, como queriendo disfrutar los últimos minutos que tendríamos juntos, y yo me dejaba llevar. También quería disfrutar nuestro último abrazo.
—Dejemos todo atrás y sigamos siendo felices juntos —me dijo, poniendo su frente contra la mía y mirándome a la cara.
Lo único que quería hacer era decirle que sí, que siguiéramos juntos y que nos olvidáramos de su “error”. Pero no, no podía hacerlo. Perdonar algo así me era imposible, a pesar de lo mucho que había aguantado hasta el momento en nuestra relación.
—No —decidí finalmente—. Devuélvete a La Serena, y cría a tu hijo con todo el amor que puedas. Asegúrate de que nunca le falte nada, e incúlcale que cuando sea grande respete a su pareja. Forma tu familia con la Mari, que aunque no lo quieras reconocer, la amas y siempre la amaste.
Esta vez él se puso a llorar desconsoladamente. Yo también lloré, en forma sinérgica con el Huaso. Nos abrazamos por un largo rato, hasta que se calmó.
—Te traje un regalo —me dijo—. Por tu cumpleaños.
—No lo quiero —intenté sonar lo más fuerte posible. Él bajó la mirada y aceptó mi decisión asintiendo con la cabeza—. Debes irte, necesito descansar —le anuncié poniéndome de pie. Por mucho que me costara tenía que ponerle fin a todo.
El Huaso también se paró y me dio un último abrazo apretado, que poco a poco fue corriendo su cara, separándola de mi hombro y acercándola a mi rostro. Cuando quedó frente a mi me dio un beso que no le negué. Nos dimos nuestro último beso, calmado y sin prisa, disfrutándolo entre lágrimas, sabiendo que no se volvería a repetir. Nos quedamos un rato tomados de la mano, frente con frente, derramando nuestras últimas lágrimas juntos, hasta que decidí que era hora de irse.
—Cuídate —le dije.
—Tu también —se separó de mi y salió por la puerta.
Lo vi caminar por el pasillo y di un último suspiro cuando desapareció al bajar por la escalera. Me asomé a la ventana y lo vi cruzar la calle, y en la cuadra de enfrente se detuvo y se llevó las manos a la cara. Comencé a llorar nuevamente, al verlo así. Después de un rato siguió caminando y no lo vi más.
Me quedé de pie frente a la ventana, mirando a la nada, cuando entró mi mamá a mi pieza.
—Hiciste lo correcto hijo —comenzó a decir—. Estoy orgullosa de ti —me dio un abrazo.
—Fue tan difícil —le dije, soltando las últimas lágrimas que me quedaban.
—Lo sé, lo sé —me consoló—. Ahora solo te queda felicidad por delante.
—No sé. Solo quiero desaparecer. Alejarme de esta ciudad —dije con sinceridad.
—¿Y qué te frena? —preguntó mi papá entrando por la puerta—. Si necesitas eso, viaja, medita, conoce otras realidades. Te hará bien —mi mamá lo miró preocupada, pero luego cambió su semblante—. Cuando te sientas listo volverás.
Mi mamá concordó con él y me dio el visto bueno. Acepté la propuesta y les dije que pensaría cual sería mi destino.
Al atardecer fui donde el Bryan, confiando en que me despejaría, y así lo hice. Estaban los hermanos anfitriones y ambos Victor’s. Pedrito al llegar me dio todo su apoyo y dijo que si necesitaba algo, que no dudara en pedirle ayuda. También esperé un “te lo dije” de su parte, pero afortunadamente no lo hizo. El Victor estaba medio bajoneado, y le pregunté qué le pasaba.
—Es que me da rabia el Huaso —dijo con pena—. Tu sabi que es mi amigo, pero lo que te hizo fue feo —me dio un abrazo de apoyo, y luego le pedí que subiera el ánimo, por mi.
A decir verdad, disfruté bastante la noche, comiendo pizza y viendo películas de terror pude olvidar por unas horas el asunto de mi ahora ex pololo. Les anuncié que me iría de viaje y todos entendieron mis razones.
—¿Y si te acompañamos? —propuso el Victor, motivándose de los primeros, como siempre—. Ah no, verdad que no tengo plata —recordó su estado financiero, desatando las risas de todos.
—¿Para donde te vas? —me preguntó el Pedro.
—A Chiloé —respondí, un poco ansioso por la expectativa de hacer un viaje solo a un lugar desconocido para mi.
El día lunes, antes de irme al terminal, fui a la universidad por si acaso estaba listo mi título, y para mi sorpresa, así fue. Lo guardé en una carpeta dentro de mi mochila, y me fui al terminal. Me despedí de mis padres y tomé el bus hasta Santiago.
Al llegar a Santiago tomé otro bus hasta Puerto Montt, y desde ahí hacia Ancud. Me bajé del bus y comencé a recorrer los alrededores, buscando algún alojamiento. Me fui caminando por la Avenida Salvador Allende, hasta que llegué a la carretera y vi un discreto letrero que decía “camping”, y una flecha.
Subí el sendero que indicaba la flecha y llegué a una gran casona de tres pisos que se ubicaba en la cima de una pequeña colina, que a sus faldas tenía un terreno grande delimitado en cuadrados por unas pequeñas cercas de madera, y a un costado, un gran espacio de ripio designado para estacionamientos, donde habían tres vehículos estacionados, correspondientes a las tres familias que habían levantado carpa en sus espacios delimitados. Abrí la puerta de la casona que tenía un letrero que decía “Abierto” e ingresé a la recepción, donde estaba una octogenaria mujer de cabello cano y rostro amable, con una piocha dorada con su nombre “Cecilia Gonzalez”
—¿Cuánto cuesta el camping? —le pregunté.
—Cinco mil pesos la noche —respondió con amabilidad—. Necesitaré los nombres de todos los que vengan con usted.
—Vengo solo —le dije de inmediato, y me miró extrañada.
—Es poca la gente que viene sola a acampar —comentó, mientras recibía mi carnet para anotar mis datos—. Si gusta puede arrendar una cama también, acá en una de las habitaciones.
—¿Y eso cuanto me costaría? —pregunté.
—Diez mil —respondió ella.
Lo medité un momento y luego me decidí.
—Bueno, quiero una pieza —acepté, aprovechando de darme un lujo de comodidad por el momento. Más adelante podría cambiarme al camping, o acampar en cualquier otro lado si lo necesitaba.
Me acomodé en mi habitación, que era pequeña, pero acogedora, con dos literas ubicadas una al lado de la otra, enfrente de unos armarios individuales con candados. Guardé mis cosas y salí a caminar. Fui caminando hasta Ancud, y entré a almorzar en una posada. Al salir del local, con el estómago lleno, vi un letrero que me indicaba el hospital de la ciudad, y decidí ir a dejar currículo uno de esos días.
Estuve una semana recorriendo la isla, dándome tiempo para meditar y despejarme. Las heridas por la infidelidad del Huaso ya estaban cerrando. Aún me daba pena recordarlo, y a ratos me daban impulsos de ver como estaba en sus redes sociales, pero ya no lloraba cuando pensaba en él. Cuando volvía a la casona, la señora Cecilia me pedía que le ayudara a hacer alguna tarea doméstica. Que le arreglara un mueble, o que ayudara a cargar las cajas con mercaderías, etc, lo que me permitía, además, mantener mi mente ocupada.
—Por tu ayuda te voy a rebajar un poco el arriendo —me prometía.
Al séptimo día de estancia en la Isla de Chiloé, el Victor me llamó al celular preguntándome donde andaba.
—En Ancud po, si te dije ayer —le respondí.
—Ya, ¿pero en qué calle estas? —me volvió a preguntar.
—¿Y para qué quieres saber eso? —estaba confundido.
—Porque estamos aquí en el terminal con el Bryan, y no sabemos para donde ir.
El corazón se me aceleró de felicidad. No perdí el tiempo en explicarles donde estaba, y de inmediato les dije “quédense ahí, los iré a buscar”. Me despedí de la señora Cecilia y le dije que si tenía alguna tarea que encargarme, que me la dejara para la tarde.
—¿Qué hacen acá? —les pregunté después de darles un fuerte abrazo a los dos. La sonrisa no me la borraba nadie.
—Te vinimos a acompañar po —respondió el Victor.
—¿No decias que nos extrañabas mucho? —habló por fin el Bryan—. ¿Cómo estay?
—Bien. Ahora mucho mejor —los volví a abrazar.
Nos fuimos caminando de vuelta al camping, mientras les contaba qué era de mi vida como turista isleño. Al llegar, los chiquillos se registraron como huéspedes y arrendaron las camas restantes en la pieza que estaba yo.
Durante los cinco días que estuvieron en la isla, nos divertimos mucho, salimos a recorrer la isla, conmigo haciendo casi de guía turístico para ellos, y pude sentirme como en casa otra vez, riendo de alegría con las bromas del Victor, o nutriéndome de la sabiduría del Bryan.
De igual forma, mentiría si dijera que su presencia no me hizo recordar al Huaso y las veces que nos juntábamos todos en la casa del Bryan, o la de la Claudia, pero de todas formas, los sentimientos positivos superaban largamente a los negativos.
Para aprovechar el último día de estadía de mis amigos, nos fuimos a Quellón con la idea de acampar en algún lugar. Recorrimos algunas iglesias que estaban en el camino, y cuando notamos que estaba oscureciendo, nos adentramos entre los árboles y buscamos un claro para armar nuestras carpas. La mía era una individual, y la de ellos, una doble.
Despejamos el suelo y buscamos palos secos para encender una mini fogata. Cuando cayó la noche, el Victor sacó el copete, la bebida y las papas fritas.
El Victor estuvo hasta cerca de la una de la mañana muy animado, pero el abuso del alcohol hizo que se le apagara la tele rápido. Con el Bryan lo acostamos en la carpa individual, para no molestarlo después cuando se fuera a acostar el Bryan.
Nos quedamos frente a la fogata con el Bryan, lado a lado.
—¿Cómo lo llevas? —me preguntó él, de repente.
—Bien —sabía a que se refería—. Bueno, igual hecho de menos, pero me ha servido mucho para pensar. Siento que ya estoy empezando a sanar. De verdad.
—Me alegro mucho —me dijo mirándome a los ojos, y me sonrió—. El Pedro me contó que le habías dicho que tiraste currículo acá.
—Si. Perdón por no decirles —no sabía por qué no se los había mencionado.
—De hecho, él me convenció de venir cuando el Victor me dijo que quería venir a verte —dijo con un temblor en la voz.
—¿Por qué te tuvo que convencer él?, ¿no querías venir? —le pregunté.
En ese momento el Bryan se acercó a mi y me dio un beso en la boca. Un par de segundos y se alejó, bajando la mirada.
Me sorprendió con su gesto y no supe que decir.
—Disculpa, no te quise incomodar —me dijo, con la voz temblándole por el nerviosismo.
En ese momento me acerqué a él y le di un beso yo. Inmediatamente supo que era correspondido y comenzó a besarme con delicadeza y cariño. Terminamos de besarnos y nos miramos con vergüenza, como dos niños que se dan su primer beso.
—¿Y eso a qué se debe? —le pregunté sonrojado.
—Larry, me gustai caleta —seguía con la voz temblorosa, y me sorprendí por su declaración—. No quiero presionarte a nada, yo sé que estas recién saliendo de una relación que fue muy importante para ti, así que probablemente no es sano que me declare y confundirte, pero solo quería que supieras que me gustas.
—Pero Bryan, tu eres hetero —dije, aun confundido. Se quedó en silencio un momento, y luego negó con la cabeza—. ¿Y por qué nunca me lo dijiste? —le pregunté.
—Es difícil —comenzó diciendo—. Cuando el Pedro salió del closet, mis viejos lo aceptaron y todo, pero igual a mi papá le costó un poco, aunque no quería que el Pedro lo supiera. Un día me dijo, como broma, pero yo sé que en el fondo lo decía en serio, que yo era la última esperanza de darle nietos. Y esa wea me mató —se le quebró la voz. Lo abracé para darle contención—. Sentí que era como mi obligación mantener el sueño vivo de mi viejo de tener un nieto, así que intenté convencerme de que me gustaban las chicas. Después de que saliste tú del closet, el Pedro me dijo que el siguiente tenía que ser yo, que no podía seguir reprimiéndome.
—¿El Pedro sabía? —pregunté sorprendido.
—Si, siempre supo. Incluso antes de que se lo contara. Eso sí nunca le dije el por qué no quería salir del closet. Le conté sobre ti —dijo sonrojándose—. Él estaba convencido que haríamos bonita pareja —se rió—. Por eso no pasaba al Huaso… ni a la Karen.
Estaba completamente sorprendido por las palabras de mi amigo y de hecho, ya me estaba confundiendo. El Bryan siempre me pareció guapo, hermoso por dentro y por fuera, pero como yo estaba pololeando con el Huaso, nunca me di el tiempo de verlo con otros ojos. Tenerlo ahora frente a mí, con el fuego iluminando su rostro inocente, me hacía cambiar completamente mi perspectiva sobre él.
—¿Y la Karen? —le pregunté—, igual sufriste mucho cuando quiso terminar contigo.
—La Karen…  —dijo pensando en voz alta, mirando al horizonte, como imaginándosela—. De verdad me gustaba ella. Quizás no como me gustabas tu  —se sonrojó—, pero me gustaba. Era muy inteligente, y bueno, ella misma se dio cuenta de todo. Cuando fui a su casa, con el chocolate que me recomendaste, conversamos y me dijo: “yo sé que me quieres, pero también sé que no me quieres como yo quisiera”. Era muy perceptiva, y lejos de enojarse, u odiarme por eso, me entendió —hizo una pausa, de unos secgundos de silencio, y luego continuó—. La razón por la que estaba tan asustado cuando me dio que quería terminar, era porque sabía que era la última chica con la que iba a estar. Ya no quería seguir intentándolo, pero tampoco quería decepcionar a mi viejo.
—Pero Bryan, tu siempre fuiste super inteligente. Me sorprende que hayas tenido ese miedo, teniendo al Pedro de hermano, y sabiendo que tus padres lo habían aceptado —comenté, intentando entender.
—Si sé, desde fuera se puede ver súper fácil la solución, pero tu más que nadie debería saberlo —me dijo, con tono empático—. Por ejemplo, también tenías mucho miedo de contarle a tus viejos, siendo que nunca te habían dado razones explícitas para temer, ¿verdad? —asentí, tenía razón—. En mi caso, el miedo me lo infundió mi viejo. Y bueno, aún me da miedo.
—Y ahora, como estamos a miles de kilómetros de él, te atreviste —le dije, y se rió brevemente.
Nos quedamos en silencio otro rato más, y luego él habló
—Antes yo era super bueno para webiar, supongo que te diste cuenta cuando me conociste. Te di un beso sin importarme nada esa vez, ¿te acordai?
—Sí —me sonrojé—. Difícil olvidarlo.
—Bueno, en ese tiempo yo webiaba mucho, y lo hacía como una forma de sentirme libre mientras pudiera. Pero cuando te conocí, no sé wn, como que quise cambiar, ser mas ideal para alguien como tu —me volví a sonrojar con tus palabras—. Te juro que yo con ser tu amigo era muy feliz, pero siento que era hora de decirte que siempre quise ser algo más. No me quería arriesgar a dejar pasar la oportunidad mientras estuvieras soltero.
Tenía ganas de acercarme a él y besarlo, decirle que sí a todo lo que me pidiera, pero también sentía que era demasiado luego después de estar con el Huaso (habían pasado apenas dos semanas), y no estaba lo suficientemente sano emocionalmente como para empezar una nueva relación.
Nos quedamos conversando por mucho tiempo más. Me contó muchas cosas de su vida, que no me había contado antes, y sentí como que estaba conociendo a otro Bryan, el real, y me gustaba más a cada palabra que salía de su boca.
Cerca de las 6 am apagamos la fogata con tierra, y nos encerramos en la carpa para dormir. Nos acostamos frente a frente, mirándonos a los ojos.
—Buenas noches —me dijo, recuperando la timidez de más temprano.
—Buenas noches —respondí, igual un poco cohibido por la situación.
Simultáneamente nos acercamos y nos dimos un beso, nos abrazamos fuerte, entrelazando nuestras piernas y nos quedamos dormidos.
Nos despertamos después de dormir unas tres horas, porque comenzó a sonar mi celular. Me llamaban del hospital de Ancud, preguntándome si estaba disponible para hacer un reemplazo.
—¿Vas a hacerlo? —me preguntó el Bryan, unos minutos mas tarde mientras desayunábamos. Se veía triste.
—Creo que sí. Tengo que ir mañana en la mañana a ver que onda —respondí, un poco triste también.
—Espero que te vaya muy bien, de verdad —me dijo, con una sonrisa que, si bien genuina, no cubría la tristeza de sus ojos.
—Igual, el reemplazo durará a lo más un mes —lo tranquilicé—. Más temprano que tarde estaré de regreso en Antofagasta.
Al rato se levantó el Víctor, y muy animado nos contó que había soñado con brujas que nos venían a hechizar el campamento. Le conté mis novedades laborales al Victor, que se alegró mucho por mí.
—¡Anímate Bryan!, nuestro Larry es todo un profesional ya —dijo con orgullo el Victor.
—Ustedes también son profesionales —le recordé.
—Si, pero nosotros ni siquiera fuimos a buscar el título antes de venir. Quizás habríamos encontrado pega los tres acá —dijo con ilusión el Victor.
Levantamos el campamento y tomamos una micro hasta Ancud, donde la señora Cecilia les permitió al Victor y el Bryan utilizar el baño para ducharse sin haber alojado la noche anterior.
Con el Bryan no volvimos a hablar sobre lo que había pasado la noche anterior. Al verlo cabizbajo me daban ganas de acercarme a él, tomarle la mano o abrazarlo y decirle que no se iba a dar ni cuenta cuando volviera a Antofagasta, pero no me atreví.
Los fui a dejar al terminal, y me despedí con un fuerte abrazo del Victor, y el Bryan me miró a los ojos antes de hacer nada, como deseando besarme, pero sin atreverse. Finalmente me dio un abrazo, que yo prolongué quizás por demasiado tiempo.
—Ya nos volveremos a ver —le dije al oído.
—Eso espero —dijo dando un suspiro.
Tomaron el bus y me hacían señas de despedida desde la ventanilla.
El Bryan se veía muy afectado porque yo me quedaría trabajando en la isla, pero no me dijo nada, porque sabía que era lo que yo necesitaba. Tiempo y espacio.
Meses más tarde, pedí un par de días de permiso en el hospital de Ancud para poder asistir a la titulación, y a decir verdad, la idea de volver a ver a todos mis compañeros, incluído el Huaso, me ponía muy nervioso.
Durante los meses que habían transcurrido, había tenido mucho tiempo para pensar y sanar, mientras trabajaba. Si bien, cada cierto tiempo recordaba al Huaso, sabía que lo había superado porque atesoraba los buenos momentos, y no me deprimía cuando recordaba el fin de nuestra relación.
La ceremonia era el dia miércoles 9 de marzo, y me dieron libre el martes y miércoles (pedí el jueves pero no me lo pudieron/quisieron dar por falta de personal). Por un problema con la aerolínea, mi vuelo del día martes se atrasó, así que no alcancé a llegar al ensayo general de la ceremonia. Le pedí al Bryan que retirara las invitaciones por mi, pero las fue a dejar a mi casa cuando yo aún no llegaba, así que no lo pude ver.
El día de la ceremonia fue todo muy caótico.
Cuando llegué a la universidad, estaban casi todos presentes, menos el Huaso, que llegó de los últimos. Me alegré mucho al reencontrarme con mis amigos. Les dí un fuerte abrazo a cada uno de ellos, siendo el más incómodo el que le di al Bryan, no porque me provocara incomodidad él, sino que porque no sabía si me iba a abrazar o a besar (es estúpido pensarlo ahora, lo sé, pero igual me pasé el rollo), y sabía que él pensaba lo mismo.
Durante los meses que estuve trabajando en Ancud, seguimos comunicándonos por teléfono y WhatsApp, pero nunca tocamos el tema de “nosotros”. Conversábamos como siempre lo habíamos hecho, como los mejores amigos de la vida, como si no hubiera pasado nada esa noche de la fogata. Él nunca me preguntó si había conocido a alguien, y yo tampoco lo hice, pero ganas no me faltaban. La revelación del Bryan, diciéndome que yo le gustaba, me había dado vueltas en la cabeza todos los días desde que se había ido, ilusionándome con un posible futuro juntos, pero me daba miedo pensar, que si le preguntaba sobre su actual vida amorosa, me dijera que estaba conociendo a alguien más.
—Te extrañé mucho —me dijo mientras nos abrazábamos.
—Yo también —le respondí con sinceridad.
—Lástima que vengas por tan poco tiempo —me comentó.
—Si, una mierda —concordé.
Nos pusimos al corriente con la vida de todos. El Victor había aprovechado la buena evaluación que le había dado el Ignacio, y tiró currículo al hospital, donde quedó de inmediato haciendo reemplazos, y estaba muy feliz de poder trabajar con la Anita, su polola. El Bryan, en cambio se había tomado esos meses de descanso. La Cata también había hecho reemplazos en el hospital en Urgencias, mientras que la Claudia (nos contó la Cata), se había ido a trabajar al norte.
Después de la ceremonia, nos quedamos sacándonos fotos y felicitándonos los unos a los otros. Los padres del Bryan se acercaron a darme un abrazo, y los míos hicieron lo mismo con el Bryan y el Victor, mientras el Huaso observaba desde lejos, presentándole a la Claudia a sus padres y a la Mari.
—¿Y tu, ya te olvidaste de mi? —me dijo el Pedro dándome un fuerte abrazo lleno de efusividad.
—Jamás me olvidaría de ti —le dije respondiéndole el abrazo con el mismo fervor.
—¿Cómo estas? —me preguntó, dándome un golpecito en el pecho.
—Bien. Mucho mejor.
—¿Encontraste a algún clavito isleño que te haga compañía? —preguntó curioso.
—No. La verdad no —respondí con sinceridad—. Estoy esperando a alguien especial.
El Pedro sonrió ampliamente con mi respuesta.
—Ese alguien especial también te esta esperando —dijo con complicidad.
Me sonrojé.
—Lo supiste todo el tiempo y no me dijiste nada —le reproché.
—¿Y qué querías que hiciera?, ¿Que sacara del closet a mi hermano?, jamás iba a hacer eso.
—Lo sé —acepté sus razones.
—Aparte intenté muchas veces, no muy sutilmente, de decirte que estabai mal enfocado.
Nos reímos.
—Pero eso ya quedó atrás.
Me quedó mirando en silencio un rato.
—¿Lo quieres? —me preguntó.
—¿A quien?
—Al infiel aquel —dijo señalando con el mentón al Huaso, que se estaba acercando al grupo con la Claudia.
—No. Ya no —respondí convencido.
—¿Y a mi hermano? —preguntó con una amplia sonrisa.
Yo me sonrojé y me reí tontamente, y el Pedro me dio un abrazo de alegría.
Continuamos conversando un rato más, cuando una voz muy familiar nos interrumpió.
—Larry… —me llamó el Huaso, acercándose a nosotros con cautela. Se veía muy guapo, igual que siempre.
—Hola —lo saludé, dándole un abrazo cordial.
El Huaso y el Pedro se saludaron por cortesía, aunque ninguno de los dos tenía intención de hablar entre ellos.
—¿Podemos hablar? —me preguntó con un poco de timidez. Acepté su solicitud y nos apartamos un poco de todo el grupo—. ¿Cómo has estado?
—Bien, trabajando harto —respondí—. ¿Y tu? —no era solo cortesía, de verdad me causaba curiosidad saber en qué andaba.
—Igual que tú. Me fui a Valpo a vivir con la Mari, y encontré pega altiro allá, estoy en un Cesfam. La Mari insistió en irnos para allá, porque su mamá se había ido a vivir allá, y quería que el Mati se criara con su abuela cerca —bonito nombre pensé.
—¿Cómo está él? —le pregunté, por cortesía.
—Está excelente —me indicó donde estaba de pie la Mari con los papás del Huaso, esperando. La polola del Huaso estaba acomodando al bebé en el coche, y al ver que el Pato le hacía señas, se acercó a nosotros. Me saludó con el tono seco que siempre había usado para hablar conmigo, pero ya no me molestaba—. Este es el Mati.
Miré al coche y había un bebé de unos cinco meses, de piel morena, ojos oscuros y pelo negro. Era la viva imagen de su padre. Al verme frunció el ceño, pero luego rió cuando le hice muecas. Se aburrió rápidamente de mirarme, y estiró la mano para tomar algo de debajo de su manta. Sacó un pingüino de peluche, que ciertamente me era muy familiar, y lo abrazó con ambos brazos.
—Es su favorito —me dijo el Huaso, mientras yo usaba todas mis fuerzas para mantener a raya mis emociones.
Ver al hijo del Huaso con Mumble me producía sentimientos encontrados. Por un lado me parecía tierno que lo hubiera mantenido, y dado un buen uso al regalo que le di, que por muy sencillo que fuese, había significado tanto para ambos; pero tampoco quería pensar de esa forma, porque me obligaba a seguir pensando en cadena en otras cosas, hasta volver a pensar en el Huaso como el hombre que amaba.
Finalmente controlé mis pensamientos, y después de conversar un par de cosas más con él, me despedí del Huaso, deseándole lo mejor junto a su familia.
Volví a reencontrarme con mi grupo de amigos, y me despedí de ellos con un gran abrazo grupal. La verdad me daba pena despedirme de ellos, hasta quién sabía cuando, pero por el momento debía hacerlo, ya que mis padres insistían en irnos a almorzar luego para después no perder el vuelo hasta Puerto Montt.
Comencé a caminar hacia donde estaban mis padres esperando, cuando sentí que alguien me tomaba de la mano desde atrás.
—Espera —me dijo el Bryan, mirándome a los ojos con nerviosismo. Buscó con la mirada a sus padres, para asegurarse que no estuvieran mirando, pero para nuestra mala suerte, si lo hacían, a unos cinco metros de distancia.
En mi mente pensaba “hazlo, por favor”, pero lamentablemente al Bryan no tenía la habilidad de leer mentes ajenas, así que no lo hizo. Solo se acercó a darme un fuerte abrazo.
—Te quiero mucho, Larry —me dijo al oído—. Nunca lo olvides.
—Yo también te quiero mucho —le respondí, disfrutando los últimos segundos que me quedaban con él—. Espérame, por favor —le pedí.
—¿Qué crees que he estado haciendo tanto tiempo? —se rió con ternura.
Nos despedimos, sin mayores muestras de amor, pero con el abrazo nos bastó.
Me reencontré con mis padres y cuando íbamos en el auto, camino a algún restorán, mi madre comentó: “Siempre fue tan caballero tu amigo Bryan”, mirándome con complicidad por el espejo retrovisor.
El día jueves 24 había sido un día muy ajetreado en el hospital. Me habían pedido cubrir un turno la noche anterior, porque un colega había renunciado hacía un par de días sin previo aviso, y como el dinero nunca sobra (sobretodo en Chiloé), acepté cubrir cada puesto que me pidieran.
Después de trabajar casi 24 horas seguidas, terminé la jornada agotadísimo.
—Nos vemos mañana, Caro —le dije a mi colega del turno, que tomaba el mando de la unidad, después de entregarle la bitácora.
—Hasta mañana, Larry —me despidió con un beso en la mejilla y una sonrisa.
Caminé por los pasillos del hospital, pasando entre grupos de personas que conversaban entre sí, esperando por su atención, o por algún familiar. Los pies me pesaban mucho por el cansancio, y soñaba con llegar a la pensión a un par de cuadras de distancia, tirarme a mi cama y dormir para siempre.
Al acercarme a las puertas del hospital, una persona se interpuso en mi camino, con una sonrisa muy familiar.
Caminé lo más rápido que pude y lo abracé de inmediato, acariciando su cabello entre mis manos.
—Supe que había una vacante —me dijo el Bryan, con su voz un poco temblorosa, pero alegre.
Me quedé sin palabras. Verlo ahí de pie frente a mí hizo que se me acelerara el corazón, y noté que toda sensación de cansancio acumulado había desaparecido. Nos miramos a los ojos por un par de segundos, que se sintieron eternos, y luego al mismo tiempo, nos acercamos para darnos el beso que habíamos estado esperando por meses.
112 notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Text
Manden grupos de wsp 😈😈
5 notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Photo
Uff cosita bien echa 😍
Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media
Will Grant can absolutely get it.
23K notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Text
Manden grupos de wsp 😈😈
5 notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Text
Siii regalos de despedida
Reblog si quieres que tus seguidores te llenen tu bandeja de entrada con sus desnudos.
12K notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Text
Seria marsvilloso
Reblog si quieres que tus seguidores te llenen tu bandeja de entrada con sus desnudos.
12K notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Text
Bueno como ya todos sabemos esto se acaba 😢😢😭😭 gracias a todos por sus aportes ya los otros tumblrs por todo su contenido. Solo quiero pedir que los que seguiran en otras plataformas compartan sus links para seguir viendolos 😍
4 notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Text
Jajaja 😂😂😢😢😢😭😭😭😭
Tumblr media Tumblr media
has this been done yet
112K notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Text
Ufff delicia de hombre 😍 que ganas de sentirlo a diario 😈🙈
Tumblr media
71 notes · View notes
kuhaylan · 5 years
Photo
Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media
Gotitas del saber! ☺ COMPARTE!
7K notes · View notes
kuhaylan · 6 years
Link
amo a los brasileros 
0 notes
kuhaylan · 6 years
Text
Amo a los pelirrojos pero este ufff se paso 😍😍😍😍😍😍😍
Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media Tumblr media
Oye! Pero qué pelirrojo más guapo 💕
Me enamore
Manuel ❤️
68 notes · View notes
kuhaylan · 6 years
Text
Que los chilenos se hagan presente, Reblogear 😈😈😈
2K notes · View notes
kuhaylan · 6 years
Link
Genial👏
Relato erótico interactivo :D
23 notes · View notes