kuuronekohime
kuuronekohime
Ana Victoria
7 posts
Escribiendo…
Don't wanna be here? Send us removal request.
kuuronekohime · 3 months ago
Text
De mi para ti
He leído tu mensaje con el corazón abierto. Sé que lo que escribiste viene desde el fondo de lo que sientes, y agradezco que lo compartas.
Pero también necesito decirte mi verdad: Tu forma de amar no me hace sentir amada. Me siento deseada, buscada en ciertos momentos, acompañada cuando quieres compartir algo bonito… pero no me siento vista, cuidada, ni elegida para construir algo real.
Yo quiero un amor con raíces, con compromiso, con respeto mutuo en el día a día, no solo en los momentos intensos. Y aunque te quiero, eso no basta para quedarme donde no florezco.
No te escribo esto para hacerte daño, ni para negar lo que vivimos. Fue real, y siempre lo llevaré conmigo con cariño. Pero mi decisión de alejarme viene desde un lugar de amor propio, no de rechazo.
Te deseo lo mejor. De verdad. Pero yo necesito caminar hacia donde el amor también me elija como yo quiero ser elegida.
0 notes
kuuronekohime · 3 months ago
Text
Nudo en el estómago
La noche siguiente, fui.
Aunque intenté convencerme de que lo tomara con calma, ya había cruzado la línea desde el momento en que le respondí “sí”.
Estuve inquieta todo el día pensando en el momento en el que lo vería.
No me arreglé demasiado. Me puse un vestido. Uno de esos que no gritan nada, pero lo dicen todo. Cómodo, suave, de tela ligera, que se movía conmigo y se ajustaba justo en donde tenía que ajustarse. Cuando me miré de espaldas en el espejo, confirmé lo que ya sabía: resaltaba mi trasero de una forma que parecía casual… pero no lo era. Me gustaba cómo me veía.
Me puse un poco de perfume, ese que uso cuando quiero que me recuerden incluso después de irme. No era una cita formal, pero tampoco era cualquier cosa. Era él.
Y solo esa idea ya me tenía el estómago hecho un nudo.
Pedí el Uber unos minutos antes de la hora. No quería llegar tarde, pero tampoco demasiado temprano. Mientras lo esperaba, caminé por el apartamento sin rumbo, mirando el celular cada dos segundos, revisando mentalmente todo lo que llevaba puesto. Cuando el chofer escribió “Estoy afuera”, sentí un pequeño sobresalto. Como si el juego, hasta ese momento imaginario, acabara de hacerse real.
Subí al carro con una sonrisa tensa. El chofer era amable, pero yo apenas podía sostener una conversación. Mis pensamientos iban a mil.
Miraba por la ventana, reconociendo calles conocidas pero sintiéndolas distintas. Como si todo lo que me rodeaba supiera a dónde iba.
Conforme nos acercábamos, la tensión subía por mi pecho como una ola lenta. Me acomodé el vestido en el asiento, me pasé los dedos por el pelo, como si pudiera peinarme los nervios.
Cuando el Uber se detuvo frente a su edificio, sentí que el corazón me latía en la garganta.
—Gracias —le dije al chofer, apenas un susurro.
Bajé.
El aire nocturno me golpeó suave, pero no ayudó a calmarme. Caminé hacia la entrada sintiendo que cada paso tenía peso propio. Como si mis piernas supieran que no había marcha atrás. Tomé el ascensor. El reflejo en las puertas metálicas me mostró una versión de mí que parecía más segura de lo que se sentía.
Y entonces, llegué a su puerta.
0 notes
kuuronekohime · 3 months ago
Text
Gracias por venir…
Esa noche no dormí.
No del todo.
Mi cuerpo se rindió al colchón, pero mi mente seguía despierta, repasando cada instante como si pudiera volver a vivirlo si lo pensaba lo suficiente.
El sonido de su risa, el roce de su brazo al pasarme un plato, la temperatura exacta de ese abrazo.
Y su olor.
Cómo algo tan sutil podía quedarse pegado a mi ropa, a mi piel, a mis pensamientos.
Mi amiga se durmió enseguida, ajena al torbellino que llevaba dentro. Me alegré por ella. Me alegraba por mí también. Porque lo había vivido. Porque no me había dejado vencer por el miedo.
Pero también porque sabía que ese tipo de noches no se repiten fácilmente.
Al día siguiente, él me escribió.
Nada elaborado. Solo un “Gracias por venir. Fue lindo tenerte aquí.”
Yo tardé en responder.
No por jugar.
Sino porque no sabía cómo contener todo lo que quería decir en una frase que no delatara cuánto lo pensaba.
Finalmente contesté algo neutral. Agradecido, sí. Amable. Pero prudente.
Y él, otra vez, no insistió.
No presionó.
No reclamó más de lo que yo estaba dispuesta a dar.
Y esa paciencia… esa forma suya de esperar… fue lo que más me desarmó.
Pasaron días.
Días en los que hablábamos poco, pero bien. Mensajes con intención. Ligeros, pero con un fondo que siempre dejaba espacio para más.
Y entonces, como quien lanza una piedra al agua solo para ver las ondas, me escribió una noche:
“Si mañana tienes tiempo, me gustaría verte. Sin nadie más.”
Mi corazón dio un salto que me dolió en el pecho.
Y sin pensarlo mucho —quizá demasiado poco— le dije que sí.
0 notes
kuuronekohime · 3 months ago
Text
Sal y pimienta
Lo pensé más de una vez. No era el momento. Era demasiado pronto para cruzar ese umbral invisible entre la conversación y la intimidad. Para entrar en su espacio, conocer a sus amigos, sentarme a cenar en su casa como si nos conociéramos desde siempre.
Pero entonces, entre excusas y dudas, propuse lo que en ese momento me pareció un salvavidas: “¿Te importaría si llevo a alguien conmigo?” No lo dije por desconfianza, ni por desinterés. Lo dije porque quería ir… pero también quería sentirme segura.
Él aceptó sin dudar. Y el resto se deslizó casi sin ruido: una llamada a mi mejor amiga, un sí inmediato, una dirección compartida. Y luego, yo. Allí.
No hace falta que diga que fui. Basta con contar lo que vi.
Él. En su cocina. Camisa arremangada, los antebrazos marcados por el esfuerzo suave y repetido de cortar, mezclar, probar. Se movía con una elegancia natural, sin alarde. Cada gesto tenía una precisión que fascinaba, como si cocinar no fuera solo cocinar, sino construir algo con sentido.
Había algo profundamente masculino en él. No rudo, sino contenido. Era la fuerza silenciosa, la que no necesita hacerse notar para sentirse. Y yo, sentada a pocos metros, intentaba parecer natural, aunque por dentro me debatía entre las ganas de hablar y el miedo a decir algo torpe.
No conocía a nadie, los silencios me parecían eternos, y en mi mente buscaba frases para rellenarlos. Hasta que llegó ella. Mi amiga. Y entonces respiré.
Pero ni su llegada ni las conversaciones que siguieron lograron distraerme de él. Yo no dejaba de mirar. La forma en que tomaba los utensilios, la delicadeza con la que servía, el leve fruncir de sus cejas cuando probaba algo, buscando el equilibrio perfecto. Era como si, sin saberlo, estuviera cocinándome a mí.
La velada transcurrió entre trozos de carne jugosa, vino que soltaba las lenguas, y carcajadas que resonaban en el aire, acompañadas por las bromas y las historias de sus amigos. Todos, como si el tiempo no tuviera peso, nos sumergimos en la conversación sin esfuerzo, como si nos conociéramos de toda la vida. Había una complicidad en el ambiente, una fluidez que hacía que la noche avanzara sin que nadie se diera cuenta. Conversamos, reímos, compartimos canciones en vivo proyectadas en una pantalla, y en medio de eso, el tiempo simplemente desapareció, arrastrado por el viento de esas horas tan bien compartidas.
Cuando la noche comenzó a inclinarse hacia su final, entendimos que era hora de partir. Él se ofreció a llevarnos. Durante el camino de regreso, el silencio fue distinto al de antes: cómodo, lleno de algo que ya no era solo curiosidad, sino deseo contenido.
Al llegar, mi amiga bajó primero, despidiéndose con naturalidad. Yo, en cambio, permanecí un segundo más dentro del vehículo.
Nos miramos. Le agradecí por todo. Por la comida, por su atención, por la forma en que me había hecho sentir —aunque no lo dije en voz alta.
Me incliné hacia él y le di un abrazo. Solo eso. Un abrazo medido, largo, silencioso.
Quise más. Mi cuerpo lo supo antes que mi mente, pero no era el momento. Yo quería ir despacio. Quería que si algo sucedía, no fuera precipitado, ni trivial. Quería desearlo sin perderme.
Así que me bajé. Y mientras caminaba hacia la puerta, sentí su mirada en mi espalda como una caricia que no llegó a tocarme, pero que igual se quedó.
0 notes
kuuronekohime · 3 months ago
Text
Nuestro primer encuentro
Nuestro primer encuentro fue, digamos… inesperadamente cervecero. Lo gracioso es que yo no soy de tomar cervezas, mucho menos esas amargas que arrugan el alma al primer sorbo. Aun así, hiciste el intento —y qué intento— de encontrar una que pudiera gustarme.
Pediste una con notas de café, otra con sabor a chocolate, alguna con un toque frutal... y una a una las fui probando, todas con la misma expresión: una mueca entre cortesía y derrota. Me reí, tú también, y eso hizo que todo se sintiera más ligero. Lo pasamos tan ameno que por un momento olvidé que apenas nos conocíamos.
En algún momento de la tarde llegó uno de tus amigos —sí, ese mismo que me había pedido mi red social—, y compartimos los tres por un rato. La conversación fluyó con naturalidad, y cuando ya pensaba que nos despediríamos, soltaste la invitación: "¿Te gustaría venir a casa? Vamos a cenar con unos amigos."
¿Cómo crees que me puse?
0 notes
kuuronekohime · 3 months ago
Text
Un mensaje con invitación
Me escribió. No podía creerlo. Ahí estaba… su nombre. Ese nombre que, desde aquel día, se había quedado rondando en mi cabeza, dueño de la mirada más intensa que jamás había sentido sobre mí.
Leía las letras como si fueran un secreto pronunciado en voz baja, con la certeza de que, aunque breves, lo decían todo. Un nombre que no menciono, porque basta con decir que desde entonces, nunca volví a oírlo sin que algo en mí se estremeciera.
Comenzamos a hablar. Al principio, eran apenas intercambios breves, mensajes que llegaban sin avisar, como pequeñas irrupciones en mi rutina. Pero en cada uno de ellos había algo: una insistencia dulce, una intención clara de no dejar que la conversación muriera.
Me sentía confundida, lo admito. No creía que fueras tú quien se interesara en mí. Había tantas razones para pensar lo contrario... Pero fuiste amable al explicarlo con detalle, y entonces lo entendí.
Fue solo después de esos días —de silencios, respuestas tardías y mensajes que parecían extender el hilo entre nosotros— que acepté tu invitación. Querías que nos viéramos, que compartiéramos un café. Lo dijiste con esa mezcla de decisión y suavidad que parecía invitar, no presionar. Y aunque no lo confesé en ese momento, también lo deseaba...
0 notes
kuuronekohime · 3 months ago
Text
Tarde de café y miradas
Lo vi desde el momento en que llegué a ese café. Estaba allí, sentado con un aire que imponía respeto sin siquiera pretenderlo. Había en su porte algo deliberadamente contenido, como si supiera que su sola presencia bastaba para llenar la habitación. Sus ojos — intensos— decían más de lo que cualquier palabra habría osado pronunciar. Me detuve en sus manos, fuertes y elegantes, con la clase de tacto que no necesita hablar para contar una historia.
Imaginé, sin quererlo, que con ellas me la contaba a mí. Y por un instante absurdo —irracional, casi imprudente— quise escucharla.
Noté que, cada tanto, su mirada se deslizaba hacia nuestra mesa. No una sola vez, sino varias, como quien intenta ser discreto y falla miserablemente. Pero jamás pensé que era a mí a quien miraba. Había otra posibilidad, más lógica, más obvia. Y me aferré a ella.
Durante todo el tiempo que estuvimos en el café, noté cómo su presencia parecía llenar el lugar sin esfuerzo. En un momento, se levantó de su mesa, y mis ojos —traicioneros, curiosos— siguieron su trayecto casi por instinto. No quería perder ni un solo instante de su figura, como si observarlo fuera un pequeño privilegio del que nadie más se había percatado.
Claro, en mi mente seguía convencida de que no era yo quien captaba su atención. Había otras posibilidades, más evidentes, más seguras. Pero, ¿qué perdía yo con mirarlo? Después de todo, yo ya me había fijado en él.
Estuvimos toda la tarde allí, disfrutando del ambiente, aunque mis pensamientos, en gran parte, estaban ocupados por él. Cuando nos preparamos para irnos, fue su amigo quien se acercó inesperadamente para pedirme mi red social. Me sorprendió. ¿Por qué él? Si mis ojos ya se habían clavado en ti.
Le respondí, le dije cómo encontrarme y, con una sonrisa apenas disimulada, solté una broma mientras te miraba directamente: “Búscame tú también… por si tu amigo se pone un poco intenso.”
Noté cómo respondías con una tímida sonrisa, un gesto que parecía contener más de lo que se atrevía a decir.
Debiste ser tú, me repetí. Tú debiste abordarme.
1 note · View note